Archive for abril, 2022

El eterno día del libro

El 23 de abril es una de esas fechas señaladas que tiene el calendario y en la que se conmemoran -o se debían conmemorar- muchos y relevantes hechos y cosas. Este año ha caído en sábado por lo que esta circunstancia ha podido despistar al personal que pone el pie en el estribo para picar al jaco del ocio sin perdonar fin de semana alguno, sumándose a los que les da igual en qué día caiga esta fecha porque tres pepinos les importan Cervantes, Shakespeare, el Día del Libro, Villalar, los comuneros, San Jordi y las rosas, en este caso porque solo ven en ellas las espinas de su tallo, pero no la fragancia y la belleza de sus pétalos.

Este 23 de abril sabatino se ha conmemorado el 501 aniversario -efeméride con números de marca de coñac peleón- de la batalla de Villalar, fiesta oficial de Castilla y León, mientras que Castilla-La Mancha va a celebrar la suya el 31 de mayo, coincidiendo este año con la conmemoración del 40 aniversario de la aprobación del estatuto de autonomía regional. La pátina de antiguo y la fuerza del hecho que se conmemora de la fiesta castellano y leonesa, no tienen parangón con la bisoñez y relevancia solo político-administrativa de la castellano-manchega. Desde que el actual estado de las autonomías la dividió en cinco comunidades autónomas, Castilla y lo castellano -así, sin apellidos- se han diluido, mientras emergían y compactaban otras comunidades de España que no han hecho tanto por ella. Quizá sea ese el precio que ha pagado Castilla por apostar por España en detrimento de sí misma, mientras que otros solo y siempre han apostado y seguirán apostando por sí mismos. En todo caso, ahí queda Villalar como colosal monumento -aunque sea la corona fúnebre tras su derrota- al movimiento comunero, un hecho singular donde los haya pues pocos como él en Europa se levantaron con tanta fuerza durante el antiguo régimen contra un rey, que además era todo poderoso, enarbolando pendones de libertad y justicia. Villalar y el 23 de abril, para mí y se que para muchos más, aunque bastantes de ellos hablen desde el silencio, seguirá siendo la gran fiesta castellana, mientras que el 31 de mayo es, simplemente, una buena ocasión para ir de festivo a un Madrid en jornada laborable.

Pese a que un instituto catalán llamado “Nova Història” -que recibe generosos dineros de la Generalitat y tiene a su servicio el altavoz propagandístico que es TV3-, diga que Cervantes y Shakespeare eran una misma persona y catalana para más señas -el delirio nacionalista es capaz de convertir a don Quijote en el más cuerdo de los personajes literarios-, el 23 de abril se conmemora el Día del Libro porque en esa fecha fue enterrado el escritor alcalaíno y en ella murió el inglés, además del Inca Garcilaso de la Vega, un notable escritor mestizo hispano-peruano de la segunda mitad del XVI y primeros años del XVII. La propuesta de fijar la celebración del Día del Libro a nivel mundial en esta fecha partió de España, que ya la celebraba en ese día desde 1930, y la asumió como propia la UNESCO en 1988. 92 años tiene ya, por tanto, esta celebración en nuestro país en la que los libros son protagonistas de una jornada que en muchos lugares del mundo tiene su propia singularidad, como es el caso de Barcelona donde existe la bonita costumbre de regalar ese día un ejemplar de una obra, al tiempo que una rosa, conmemorándose así también San Jordi, patrón de Cataluña. Los ultramontanos separatistas conmemoran esa fecha de otras formas, pero muchísimo menos bellas.

En la provincia de Guadalajara, si hay un icono que muchos elegiríamos como imagen del Día del Libro, ese, sin duda alguna, sería el Doncel de Sigüenza, la extraordinaria estatua yacente del sepulcro de Martín Vázquez de Arce que se localiza en la capilla de San Juan y Santa Catalina, en la seo seguntina. La estatua del Doncel, de autor anónimo, está considerada por muchos expertos, entre ellos Antonio Herrera Casado -quien, por cierto, este año cumple 50 como Cronista Provincial y habrá que homenajearle por ello como se merece- “como una de las mejores obras de arte de la escultura de todo el occidente europeo”. Incluso el filósofo Ortega y Gasset dijo de ella que era “una estatua de las más bellas de España”. La extraordinaria factura de la efigie del Doncel, sus nítidas líneas renacentistas en un tiempo aún gótico, sus proporciones, su acabado y esa unión, aparentemente, antitética del soldado hombre de letras, nos permiten especular con cierta base que su anónimo autor conociera muy de cerca la escultura auspiciada por los Médicis, en Florencia, en tiempos del “Quattrocento” italiano. El Doncel es Martín Vázquez de Arce, pero bien podría ser Cosme o Lorenzo de Médicis, aguerridos soldados cuando tocaba combatir, pero hombres de artes y letras en el diario vivir. A este respecto cabe recordar la ascendencia que tuvieron los Médicis sobre los Mendoza y la de éstos sobre los Vázquez de Arce. Precisamente, ese hecho excepcional y hasta contradictorio de que la estatua represente a un soldado leyendo, la convierten en una reivindicación pétrea y permanente del libro y la lectura. El castellano, como todos conocemos, es una de las lenguas romances que devino del latín; pues bien, los romanos no comenzaron a practicar la literatura en su nuevo idioma hasta que hicieron suyo el “Mare Nostrum”, anteponiendo la guerra a las letras. “Primun bellum, dein litterae” (“Primero, la guerra, después la literatura”), debieron pensar, de tal forma que, pese a comenzar a forjar su imperio desde el siglo VI a. de. C., hasta finales del siglo III y principios del II, cuando conquistaron Cartago y Grecia, Roma no produjo literatura propia, momento en que Livio Andrónico escribió los primeros poemas en latín. En El Doncel, en nuestro joven soldado lector por los siglos de los siglos, su escultor anónimo fue capaz de unir como nadie la dialéctica y el coraje, como dijo el ya citado Ortega. Sin duda, el Doncel representa el eterno día del libro.

Tiempo de Pasión

Tras dos años de, primero no celebrarse y después hacerlo de manera contenida, en interiores, con limitaciones y sin procesiones ni actos de calle, vuelve la Semana Santa a Guadalajara en 2022 con su formato habitual. El dichoso virus que en marzo de 2020 nos confinó a todos en nuestras casas y nos atemorizó al ver sus graves consecuencias para la salud e, incluso, su briosa letalidad, singularmente entre los mayores, sigue ahí, no termina de irse y busca resquicios entre las mascarillas y las relajaciones para seguir haciendo daño. Las benditas vacunas y los propios sistemas inmunitarios que el cuerpo genera para autodefenderse de agresiones externas, han puesto contra la pared al pertinaz Covid, pero pese a ello, él sigue empeñado en danos algún zarpazo de vez en cuando que en algunos casos todavía es grave e, incluso en otros, mortal. En este contexto de cierto alivio, pero aún de recelo por la pandemia que entró por la fuerza en nuestras vidas y se ha quedado de “okupa” en ellas, vuelven las procesiones de Semana Santa y con ello una cierta sensación de normalidad, una palabra que solo nos acordamos de ella cuando se alteran las circunstancias y los hábitos diarios. ¡Bendita normalidad!, aunque a los inquietos les parezca que bendecir -por lo civil- la calma y el orden, sea una loa al tedio. Yo prefiero caer en la rutina y hacer lo de siempre, incluso estoy dispuesto a pagar el peaje de aburrirme por ello, a ver gente en los balcones cantando el “Resistiré” porque tiene muchas dudas de si va a resistir de verdad.

Salida del Cristo de la Pasión de la iglesia de Santiago, uno de los momentos más espectaculares de la Semana Santa de Guadalajara. Foto Jesús Ropero.

                Esta Semana Santa de Guadalajara de 2022, tan especial porque va a volver a ser relativamente normal, ha tenido un pregonero de excepción, Pedro José Pradillo y Esteban. No es la primera vez que hablo de él en este blog, ni será la última, porque a Pedro le tengo especial afecto -oriundo de la niñez y adolescencia que ambos compartimos en las aulas de los Salesianos- y, sobre todo, le profeso una enorme admiración, ganada por él a base de inteligencia, estudio y trabajo pues estamos ante uno de los historiadores de mayor enjundia que ha dado esta ciudad, faceta que combina con un talento innato para las artes plásticas. De casta de los Pradillo le viene al galgo Pedro… Pradillo es, verdaderamente, una persona -también un personaje por su excentricidad impostada- excepcional y me ha parecido todo un acierto su designación como pregonero de la Semana Santa arriacense de este año. Debía haberlo sido mucho antes, pero la ecuación espacio-tiempo se ha despejado con su nombre en el Viernes de Dolores de 2022, el año cero para este tiempo de Pasión después de la pandemia, pero aún conviviendo con ella. Hemos decidido acostarnos con el enemigo porque se ha hecho ya muy de noche y nos han vencido el cansancio y el sueño.

                El pregón de Pedro fue, como cabía esperar, una auténtica lección de historia y de arte, pero también de filosofía. En poco más de media hora, nos contó, no solo el pasado más destacable de nuestra Semana Santa, sino las causas y el origen de la religiosidad popular en este tiempo universal, con y sin matices localistas. También nos habló de forma exhaustiva y detallada de nuestra imaginería que podríamos llamar, como a la conocida estancia del Congreso de los Diputados, de los pasos perdidos, pues Guadalajara no ha podido, sabido e, incluso, a veces querido conservar gran parte de su antaño notable patrimonio imaginero, hasta el punto de que por nuestras calles no procesionan hoy pasos titulares si quiera centenarios, salvo algunas piezas complementarias de excepción. Finalmente, el pregonero nos imbuyó en esa parte de la filosofía que es la ética y que los cristianos matizamos llamándola moral, cuando terminó citando al Papa Francisco y su reivindicación de los rechazados y de los excluidos de hoy -como lo fue Jesús en su tiempo- y, especialmente, cuando detuvo los aplausos que premiaron su gran pregón para pedir unos instantes de silencio “por las víctimas de esa guerra injusta que está viviendo Europa”.  Sí, compañero y amigo Pedro, ¡ojalá que una de las miles de palomas que a veces tanto nos molestan por su proliferación, su insistente zureo y la suciedad escatológica que comportan, tome una rama de olivo de los Mandambriles, de Cenaoscuras, del Francesillo o de cualquier otro paraje olivarero de la ciudad, la porte en su pico y la lleve hasta Kiev.

                Tras ser muy bien pregonada, Guadalajara vuelve a celebrar su Semana Santa en la calle después de dos años de no poderlo hacer. Vuelve, pleno, este “Tiempo de Pasión”, como he titulado el libro que me encargó mi querida Cofradía de la Pasión con motivo del 75 aniversario de su fundación, editado y presentado el pasado mes de noviembre. La de Nuestro Padre Jesús Nazareno, también está cerrando los actos conmemorativos de esta misma efeméride pues ambas hermandades son coetáneas y se fundaron en 1946, contribuyendo de manera decisiva al inicio del renacimiento de la Semana Santa guadalajareña tras arder por los cuatro costados en 1936. Un renacer lento, muy lento, pero progresivo, el vivido en el tiempo del franquismo y que también atravesó una importante crisis de religiosidad popular desde principios de los años setenta hasta finales de los ochenta, ya en democracia. Baste un dato: solo 379 penitentes desfilaron en la Semana Santa de Guadalajara de 1982, el año de “Naranjito”; incluso alguna cofradía, tan solo reunió 25 capirotes, como la del Santo Sepulcro. Fue ya a principios de los años noventa cuando en la ciudad se comenzó a vivir un notorio reimpulso de sus celebraciones populares en este tiempo de pasión, una dinámica en la que aún está desde entonces, lo que certifica su consolidación. No tenemos una gran Semana Santa si la comparamos con las de otras ciudades castellanas como Cuenca, Zamora o Valladolid, por citar algunas de las más destacadas, pero sin duda la nuestra tiene ya un fondo y unas formas, si no sobresalientes, sí notables, la nota que se merece la dignidad trabajada en el tiempo gracias al compromiso de las cofradías y hermandades arriacenses.

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