Archive for octubre, 2021

Gracias a la vida

               Uno de estos días cumpliré (o habré cumplido, depende de cuando se lea este post) 60 años de edad. Afronto este cumpleaños con una sensación de cierto vértigo pues es seguro que ya he vivido bastante más de lo que me queda por vivir, la juventud es un recuerdo cada vez más lejano, incluso a veces borroso, y ya estoy en el atardecer de la madurez. No tardarán, por tanto, en salir los primeros soles de mi vejez, aunque me resistiré a ello todo lo que pueda, no porque esta edad no tenga sus afanes, que los tiene como todas las edades, sino porque me da mucha pereza llegar a ella cuando bien se que aún me quedan no pocas cosas para terminar de madurar. Envejecer antes de tiempo es tan malo como no terminar de madurar y ya ser viejo. Veremos en que tesitura me sitúa a partir de ahora la vida porque desde muy joven parecí ser mayor, probablemente porque siempre procuré juntarme con personas de más edad, atraído por su experiencia y sabiduría, que yo convertí en referentes y liderazgos. También me ayudó a parecer mayor, aún sin proponérmelo, el hecho de ser el hermano pequeño en mi familia pues, aún a veces sin yo quererlo, la vida de mis dos hermanos mayores la asumí como propia, acelerando mi reloj y adelantando mi calendario.             

Amanecer en octubre en Guadalajara

               No es mi intención hacer un impúdico “strip tease” emocional con motivo de mi 60 cumpleaños para lamerme en público la herida de llegar a una edad ya de flores caducas, aunque de ellas están hechas las guirnaldas, como defendía Góngora la senectud con uñas y dientes culteranos en su romance “Que se nos va la pascua, mozas”. Cumplir sesenta años no es una cuestión baladí, primero por haber llegado a ellos y segundo por hacerlo con una salud razonable como para afrontar con esperanza y sueños la nueva década vital que me abren. Lo de la salud lo digo con mucho recelo porque bien cerca he tenido, no uno, sino varios ejemplos de personas muy cercanas y queridas a las que la vida les ha partido como si fuera un rayo, de manera fulminante, inopinada e inesperada. Jamás divisaron la puerta de sus vidas que la guadaña iba a abrir de sopetón, pero llegó la parca antes de que les diera tiempo a empujar su barca, no en un levante otoñal, como en el precioso “Mediterráneo” de Serrat, sino ya en un poniente que devino en ocaso.

Cada año que se cumple es tiempo de punto y seguido; cuando se es muy joven, incluso basta con una coma o, a lo más, con punto y coma para proseguir viviendo sin mayor reflexión ni miramientos tras cada día de aniversario. En cambio, cumplir 60 entiendo que es ya cosa seria, tan seria como para, al menos, abrir un punto y aparte existencial que me permita reflexionar, hacer balance e inventario, para, eso sí, no quedarme solo ahí, sino relanzarme, coger impulso y, si hiciera falta, hasta reinventarme. 60 años pueden ser mucho o nada, como los 20 del tango de Carlos Gardel, porque la vida, más que cronología, es filosofía, a veces con letras y otras solo con música. Y de todas las definiciones de filosofía, me quedo con la cuarta y quinta entrada que de esta palabra se hace en el diccionario de la RAE: “Serenidad para soportar los contratiempos” y “Sistema particular de entender la vida y todo lo relativo a ella”. Esto que acabo de decir es un epígono de la recurrente cita de Ortega y Gasset en la que afirma que “el hombre, más que biología, es biografía”. ¡Qué gran verdad!

En estas sesudas reflexiones ando estos días, cuando me da la vida para ello porque últimamente, entre mi tarea profesional y mi vocación periodística y literaria -acabo de presentar mi primer poemario, he terminado ya de escribir el segundo y dentro de un mes presento un nuevo libro, “Tiempo de Pasión”, del que pronto daré noticias-, ando más liado que un gato con un menudo o que la pata de un romano, por recurrir a dos citas populares de primer escalón. Es evidente que, aunque los 60 años por cumplir o ya cumplidos me inviten a hacer un punto y aparte en mi vida, yo quiero seguir agarrándola por las orejas y tirar de ella como de un burro lo hace el ronzal, concediéndole, a lo más, un punto y seguido.

Decía antes que cumplir 60 años invita a hacer balance al llegar a ellos. En uno de urgencia y aproximación, he decidido titular esta entrada “Gracias a la vida”, como la preciosa canción de Violeta Parra, versionada por otras grandes cantautoras, como Mercedes Sosa o Joan Baez. Sí, gracias a la vida que me ha dado (y quitado) tanto. Ciertamente, me ha dado infinidad de personas y cosas por lo que debo estar agradecido: familia y amigos, sobremanera, pero también me ha quitado o dañado gravemente a personas de forma desgarradora, que es infinitamente peor que perder cosas. Personas que se me han ido mucho antes de tiempo -a los 37 años mi hermano mayor, Alfonso, y a los 61 mi segundo hermano, Carlos-, quedándome en una dolorosa orfandad, solo aliviada por la hermandad con Javier Borobia, no de sangre, pero sí de todo lo demás, que cultivé y guardo con celo. Alfonso y Carlos fueron mis referentes, uno con su rebeldía y su bohemia elegante, y otro con su talento y su talante. Muertos biológicamente los dos, me quedan sus ejemplos y sus recuerdos; sus biografías y nuestros afectos mutuos quedan a mi calor y cuidado. Con Javier, aún me restan el ejemplo de su tenaz resistencia ante las dificultades con la que ha decidido sobrevivir, además de la inteligencia y la bondad con las que hizo el camino mientras la vida se lo permitió. En todo caso, mis tres hermanos viven y vivirán en mi corazón y no habrá guadaña capaz de arrebatármelos del todo.

60 años después de aquel día en que me parió mi madre -una grandísima mujer llena de sencillez-, aquí estoy, en el camino, junto a mi mujer, Isabel -los ojos y la sonrisa que me cautivaron-, mis hijas, María -con su bonita cara que al nacer se me antojó un pedazo de la luna- y Ana -con su infantil madurez y alegre sonrisa-, y Darío -mi nieto con nombre de poeta, mi precioso niño de naranja y de miel-. Gracias a la vida, sí, a pesar de los pesares.                        

Senderos de salud, fuerza y belleza

               El senderismo es una actividad que va a más, como es fácilmente constatable dándose una vuelta virtual por internet, donde se ofrecen un sinfín de opciones de pequeños, medianos y grandes recorridos senderistas, o, sobre todo, saliendo al campo cualquier fin de semana pues es casi imposible no encontrarse con caminantes haciendo camino al andar -como versó Antonio Machado-, a poco que el sendero discurra por parajes de reconocible interés natural, cultural y paisajístico. Guadalajara es una provincia que, por su variada y singular geografía, destacando entre ella su notable orografía y sus abundantes cuencas y recursos fluviales y lacustres -tanto naturales como artificiales-, es punto de destino frecuente de actividades senderistas.  Se cuentan por millares las opciones de pequeños recorridos que la provincia ofrece para los senderistas, pero destacan especialmente en ella cinco senderos de gran recorrido -de más de 50 kilómetros de longitud-, especialmente el GR-10 -que une el Mediterráneo con el Atlántico- y que entra en la provincia por Peralejos de las Truchas, procedente de la de Teruel, y sale de ella a tierras ya de la comunidad de Madrid por el Pontón de la Oliva, después de recorrer Guadalajara en diagonal, desde el sureste hacia el noroeste. Otros senderos de largo recorrido que discurren por la provincia son el GR-160 -Camino del Cid-, el GR-60 –Arquitectura Negra-, el GR-66 -Camino de la Hermandad, que cruza el señorío de Molina de Norte a Sur y pasa a Cuenca por el Alto Tajo- y la Ruta de la Lana-Camino de Santiago, que se inicia en Alicante y concluye en Burgos, entrando en Guadalajara desde Cuenca por Salmerón y saliendo a Soria por Miedes de Atienza.

Caminos junto a un sabinar en Otilla, en el Señorío de Molina.

               Como ya hemos dicho, el senderismo es una actividad que cada vez tiene más seguidores pues se trata de una opción muy saludable de práctica de ocio activo, al tiempo que reconfortante para los sentidos pues todos ellos se avivan al caminar por senderos previamente seleccionados y marcados por su valor natural, interés cultural y belleza paisajística. Las sociedades y costumbres cada vez más urbanitas que nos venimos dando desde hace ya décadas, encuentran en el senderismo una extraordinaria vía de escape y compensación al sedentarismo. Practicando el senderismo se compra salud pagándose el precio justo del ejercicio físico. Hay bastante de hedonismo en los senderistas pues caminar mucho y de manera frecuente por gusto es puro placer y, además, adictivo.

               Son numerosos los grupos y colectivos de la provincia que promueven actividades senderistas de manera periódica. El más veterano de ellos es el Club Alcarreño de Montaña, fundado en 1970 por ese gran montañero, poeta, colaborador de prensa y pionero de la promoción turística provincial que fue Jesús García Perdices, cuyas cenizas están repartidas entre su pueblo, Huérmeces del Cerro, y el collado del Ocejón, precisamente llamado “Perdices” en su honor. Fue exactamente el 1 de septiembre de 1970 cuando García Perdices y un grupo de animosos montañeros de la Guadalajara de aquella hora tardo-franquista celebraron la reunión fundacional del CAM. En esa fecha se constituyó la junta directiva provisional que se encargó de dar los primeros pasos del club y, especialmente, redactar, aprobar los estatutos y presentarlos a la Federación Castellana de Montañismo -¡qué bien me suena Castilla sin apellidos!-. Como no podía ser de otra manera en aquellos tiempos, el CAM nació tutelado por la entonces llamada Delegación Nacional de Deportes que, no obstante, ante el proyecto políticamente neutro que se proponían sus fundadores y los saludables y deportistas fines que perseguían, lejos de ser un obstáculo, dio todo tipo de facilidades. A ello contribuyó, sin duda, la inteligencia y mesura del entonces secretario de la Junta Provincial de Educación Física y Deportes, Amador Rodríguez Ayuso.

               La presentación pública del CAM tuvo lugar el 26 de octubre de 1970 y la protagonizó César Pérez de Tudela, un famoso montañero que ganó un concurso muy popular de TVE, titulado “Las diez de últimas”, y que contribuyó de manera notable a divulgar la actividad montañista en España. Pérez de Tudela dio una charla muy amena -ahí estaba yo para dar fe de ello, con apenas 9 años de edad- complementada por diapositivas tomadas en algunas de las más grandes cumbres nacionales e internacionales que él había hollado. Sin duda, fue todo un espaldarazo para el inicio de la actividad del club, cuya primera salida se produjo un mes de después, concretamente el 22 de noviembre, teniendo por destino Sacecorbo, Ocentejo y La Riba de Saelices. La espeleología, una de las tres secciones en las que se estructuró el club al nacer junto con el montañismo y las marchas y acampadas, tuvo mucho protagonismo en aquella primera actividad de campo del CAM. La jornada se inició con una visita a la Sima de las Majadillas (Sacecorbo), donde la Federación Madrileña de Espeleología estaba llevando a cabo un cursillo, y concluyó con otra a la Cueva de los Casares (La Riba), tras almorzar en Ocentejo. Ese día se anduvo poco, haciéndose gran parte de los desplazamientos en autobús, al precio de 50 pesetas (0,30 euros al cambio de hoy). El CAM también colaboró en aquellos sus pioneros tiempos con el grupo espeleológico de la Escuela de Ingenieros de Minas, de Madrid, en los trabajos de reconocimiento, datación y elaboración de mapas y planos que llevaron a cabo en la espectacular Cueva del Tornero (Checa), con sus casi diez kilómetros de desarrollo horizontal y sus 300 metros de desnivel en vertical sobre un espectacular cañón del Hoz Seca.

               Termino ya volviendo a referirme al fundador del CAM, Jesús García Perdices, quien, para animar a la gente a apuntarse al club, resumió con estas cuatro palabras lo que a su juicio aportaba la actividad montañista: “salud, fuerza, belleza y alegría de vivir”. Aquella semilla plantada hace 50 años por él y otros animosos montañeros alcarreños -pongámosles nombres: Juan José Fernández Codonal, Amador Rodríguez Bailón, Pilar Martín Blanquer, Andrés Carnicero Cañadas, José Luis García Romo y Mariano Remartínez, componentes de la junta directiva provisional fundacional-, sigue germinando y dando frutos. Y gracias a ello y a ellos y a quienes les acompañaron y siguieron, hay caminos en Guadalajara porque, siguiendo la lógica poética de Machado, estos solo son las huellas de los caminantes. Y nada más.

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