Archive for octubre, 2017

La gallineta segur que tomba

(La gallinita seguro que cae)

Esta nueva entrada podría haberse titulado “¿y ahora qué? (2)” y, dada la incertidumbre presente y previsiblemente también futura que envuelve al ya bautizado como “problema catalán”, es muy probable que le pudieran seguir muchas otras con el mismo título y ordinales in crescendo. Si tras el no-referéndum proindependentista del 1 de octubre nos preguntábamos qué iba a ocurrir a partir de ese momento por la confusión del estado de cosas y la reiterada desobediencia legal en que el gobierno de la Generalitat se había instalado, hoy nos lo volvemos a preguntar después de conocer la ambigua -y cínica- respuesta que Puigdemont ha dado al ultimátum que le había planteado Rajoy para que aclarara si el pasado 10 de octubre había declarado o no la independencia en el parlamento catalán, aunque luego la suspendiera ipso facto.

Los estereotipos adjudicados a los caracteres y rasgos personales de los habitantes de un determinado lugar, pongamos que hablo ahora de regiones, suelen ser muy injustos porque juzgan e igualan a todo el mundo por el mismo rasero, cuando las personas, por definición, independientemente del solar donde radiquen nuestra cuna y/o habitación, somos diferentes, incluso dentro de una misma familia. Prueba de lo que digo es que si los gallegos son tenidos por ambiguos y los catalanes por poseer mucho “seny” -sentido común-, las actuaciones del, solo protocolariamente, “molt honorable” presidente de la Generalitat de los últimos tiempos parecen ser más propias de un gallego que de un catalán pues son muy ambiguas y están muy alejadas del sentido común, que Dios me libre de negar a los gallegos. Efectivamente, Puigdemont hizo todo un alarde de ambigüedad -y de hipocresía- en la sesión del parlamento catalán en la que, supuestamente y según las ilegales “leyes de desconexión”, previamente aprobadas a la búlgara, iba a declarar “de forma solemne” la independencia de Cataluña y su constitución como república, quedándose en una declaración meramente retórica. Además, para llevar su ambigüedad -y doblez- a límites extremos, suspendía unos segundos después esa no-declaración para abrir “un período de diálogo”, intentando vender una buena voluntad y un buen rollito tipo “flower power” que jamás han tenido, ni él, ni los socios que le acompañan en esta, llamémosle por su nombre, traición a España y a los españoles y, por tanto, a Cataluña y los catalanes, aunque muchos de ellos sean colaboradores necesarios en esa felonía. Ante las dudas creadas por Puigdemont en su declaración -o no- de la independencia de Cataluña, el gallego presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, le emplazó con fecha y hora límites a que aclarara si había declarado o no a Cataluña independiente, a lo que, vencido el plazo, el supuestamente “molt honorable” ha vuelto a responder de forma ambigua, más a la gallega que a la catalana si recurrimos a los estereotipos, aunque hace ya tiempo que a Cataluña no la conoce ni la madre que la parió y está más en la “rauxa” -el arrebato, la subversión- que en el “seny”. Mala elección esta de la Cataluña bifronte, como Jano.

El ambiguo texto de la contestación que el presidente catalán ha dado a Rajoy cuando éste le pedía una respuesta breve y concreta es una prueba más del dislate y la huida hacia adelante en las que el “govern” lleva instalado desde que las radicales y antisistema CUP sumaran sus escaños a los de “Junts pel sí” para caminar de la mano contra el derecho y la razón, contra viento y marea, hacia una independencia que no quieren, al menos, la mitad de los catalanes ni la inmensa mayoría de los españoles y de los europeos, con lo que, además de ser legalmente imposible, es racionalmente inaceptable que se persiga de esta forma. Esta no-respuesta de Puigdemont, además de ambigua y errática, es muy cobarde, muy gallina, porque con ella no busca un diálogo “sincero”, al que apela en ella de forma cínica e hipócrita, sino seguir eludiendo sus responsabilidades penales y civiles, que son aún más graves que las políticas, pero que, más pronto que tarde, el estado de derecho le debe hacer pagar si no rectifica, algo ya improbable. Pedir diálogo fuera de la ley al gobierno central es de locos, máxime si lo piden quienes ni siquiera lo han practicado con la oposición en el parlamento catalán cuando han tramitado sus “leyes de desconexión”, saltándose a la torera -y eso que están prohibidos los toros en Cataluña– la Constitución española, el Estatuto catalán, el reglamento del parlamento autonómico y las más elementales normas que han de regir una cámara legislativa mínimamente democrática. Los hechos de los independentistas han enmerdado tres palabras con las que se llenan la boca: democracia, diálogo y paz, al tiempo que les han hecho nada fiables por no reconocer ni respetar las leyes que no les gustan; mal bagaje para ir a ninguna parte.

Me dio mucha pena oír decir hace algunas semanas al cantautor independentista Lluis Llach que habría que castigar a los funcionarios que no acataran el “procés” de autodeterminación; o sea, él que fue uno de los referentes de la “nova cançó”, que tanto admiramos algunos y cuyas canciones creíamos que eran puertas abiertas a la libertad, resulta que quiere atar a la “estaca” de la república catalana a los catalanes que no piensan como él y al resto de españoles al pretender robarnos la soberanía nacional; pero seguro que ese despropósito en fondo y forma “tomba, tomba, tomba” (cae, cae, cae), como proclamaba su propia canción, precisamente titulada “La estaca”, por la fuerza de la ley y la de la razón. Termino ya con otra de las más conocidas canciones de Llach, “La gallineta”, que me ha recordado mucho la cobarde actitud de Puigdemont al refugiarse en tablas, como los toros mansos, a la hora de contestar a Rajoy: “La gallina ha dit que no, visca la revolució” (la gallinita ha dicho que no, viva la revolución). Aunque, bien mirado, esta gallineta no ha dicho ni que sí ni no, si bien todos sabemos que lo que ha querido decir es que sí, aunque no se ha atrevido. Y lo de “visca la revolució” se lo cantarán las CUP mientras los de ERC harán los coros.

P.D.- En vez de hablar del “problema catalán” -en realidad es español-, me hubiera gustado dedicar este post a tratar sobre la declaración de Guadalajara como “Ciudad Europea del deporte 2018”, una extraordinaria noticia que viene a hacer justicia al magnífico trabajo que Eladio Freijo viene haciendo al frente de la concejalía de Deportes desde hace ya diez años. Concejales como él dignifican la política y la hacen muy muy grande. Vayan también mis felicitaciones a todos los que han colaborado con Eladio para que se haya producido este importante reconocimiento, desde el alcalde y resto de concejales hasta el empleado más novel del Patronato de Deportes y, por supuesto, a las gentes del deporte de la ciudad: federaciones, clubs, colegios de árbitros, centros escolares, asociaciones, voluntarios, practicantes activos y aficionados en general.

¿Y ahora qué?

¿Y ahora qué? Esa es la pregunta que nos hacemos tras el “domingo triste” que vivimos ayer todos los españoles, incluso quienes quieren dejar de serlo, por causa del referéndum ilegal que el gobierno catalán se empeñó en celebrar y el español en que no se celebrara, quedando los empeños de uno y otro a mitad de camino, aunque la ley estuviera y siga estando de parte del segundo y la ilegalidad y la obcecación continuadas de parte del primero. Por si a alguien le entra la duda de mi posible equidistancia en este asunto por lo que llevo escrito, se la disipo ya mismo: estuve, estoy y estaré, como demócrata, con la legalidad, y rechacé, rechazo y rechazaré a los que la pretenden alterar por la vía de los hechos y no del derecho; esos sí que son fascistas -vean su definición si no en el diccionario de la RAE-, “fachas” si lo prefieren, y no quienes portamos banderas de España, aunque sea sin tremolarlas a más viento que el del corazón, como es mi caso.

Si bien los principales culpables políticos -y responsables civiles y penales, por supuesto- de todo lo que ocurrió ayer en Cataluña son el gobierno catalán y sus socios antisistema y ácratas de la CUP, sinceramente creo que el gobierno de Rajoy debía haber medido mejor los tiempos y no dejar que las cosas llegaran hasta donde lo hicieron porque, aunque sin duda lo hizo por sensatez, prudencia y moderación, intentando devolver a ellas a Puigdemont y sosias, los antecedentes en el comportamiento de esta “tropa” dejaban entrever que no se bajarían del burro -de raza catalana, por supuesto, o sea, robusto y cabezón- y que echarían un pulso al Estado que, aunque lo perdieran en el fondo, algo de rédito les dejaría en las formas. Ese rédito se lo llevan cobrando desde primera hora de la mañana del domingo en que comenzaron a aparecer en los medios de comunicación y las redes sociales las imágenes de unos queriendo votar a la fuerza y la Policía y la Guardia Civil -la gran mayoría de los Mossos estuvieron ayer en Belén, con los pastores, y espero que no les salga gratis- tratándoselo de impedir, también a la fuerza. Y aquí tampoco cabe la equidistancia porque las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado cumplían las órdenes de los jueces y del gobierno, mientras que quienes se enfrentaron a ellos querían pasarse el estado de derecho por el forro de la entretela de sus barretinas, tan caladas hasta los ojos que no ven, mejor dicho, no quieren ver lo que no les apetece ver.

Pero sí, fue un domingo triste porque no es agradable ver escenas tan crispadas y violentas como las que ayer se produjeron en algunos colegios y que están sirviendo para nutrir el victimismo de los independentistas y, con ello, cargar con algo de razón su sinrazón; a ello están contribuyendo algunos medios de comunicación nacionales y bastantes internacionales. En el primer caso, por línea editorial y/o intereses empresariales, pero, en el segundo, simplemente porque es más noticia la sangre corriendo por la cara de un independentista golpeado por un policía que informar a los lectores del articulado de la Constitución española que dice que, si ésta no se reforma, no es posible la independencia de ninguna región, ni poner en marcha ningún proceso que encamine a ello. Y, de paso, recordar también que, si no se respeta la ley, no hay democracia, porque reducirla al simple ejercicio del voto, como los del “procés” pretenden, es tan mendaz y avieso como juzgar a todos los catalanes por un mismo rasero. En todo caso, esa es la batalla que ganaron los independentistas en su “referéndum” paranoico: hacerse visibles ante el mundo -ayer colocaron Cataluña en el mapa y conocieron las reivindicaciones de los independentistas muchos millones de personas- y, además, como víctimas de un Estado que les “oprime” y del que se quieren ir, entre otras razones, porque, precisamente, les oprime y “no les deja ser libres”, un discurso que vende mucho pero que es más tramposo y felón que la voluntad de diálogo del gobierno catalán. El nacionalismo, que es el independentismo disfrazado, es experto en la manipulación y en dar la vuelta a las cosas hasta situarlas donde le conviene.

Hablaba antes del eco que tuvo ayer el pseudo-referéndum catalán en la prensa internacional y he recordado un artículo sobre esta cuestión que apareció el día 21 de septiembre en el prestigioso diario francés Libération -fundado por Jean Paul Sartre, pro-marxista en su inicial línea editorial, pero actualmente situada en el centro izquierda- y que, por su interés y oportunidad, me hizo llegar el sábado un buen amigo. No tiene desperdicio la pieza porque pone los puntos sobre las “íes” al “procés” y califica al separatismo catalán de “nacionalismo obtuso, racista y excluyente”, además de considerarle un grave peligro para Europa. El artículo es realmente contundente, pero este párrafo, demoledor: “El relato hábilmente desplegado por el campo separatista está a mil leguas de este movimiento cultural y democrático, europeo y abierto. Se encuentran, repetidos como un mantra, todos los clichés del nacionalismo más obtuso, teñidos de racismo, de desprecio de clase, incluso de una forma de supremacismo cultural: de un lado el “nosotros”, un pueblo educado, trabajador, progresista, honesto, republicano y europeo. Del otro, “ellos”, canalla ibérica retrógrada, perezosa y corrupta, atada a una monarquía desacreditada a fuerza de escándalos y perpetuamente retrasada respecto a la hora europea”. El artículo del diario francés acaba con este pronóstico, que asumo como propio y da respuesta, aunque sea de forma indirecta, a la pregunta que encabeza este post: “Si un solo régimen constitucional -húngaro, polaco u hoy español- es derrocado por la subversión de las reglas democráticas en beneficio de un partido o coalición con pretensión hegemónica y mesiánica, habrá que escribir la necrológica de Europa como espacio fundado sobre la separación de poderes y el imperio de la ley”.

Nuestra Constitución tiene la característica de ser rígida, pero ni está petrificada ni es inmutable. Es posible reformarla -el Título X está dedicado a ello-, pero no al gusto y el antojo de unos cuantos españoles, por muchos que sean y mucho ruido que hagan, sino al de una amplia mayoría porque esa es la única forma de que tenga vigencia y de ella se saque el provecho que la del 78 nos ha aportado: casi 40 años de democracia, libertad, justicia y paz.

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