Trabajar por la Concordia

 

       Ya lo he dicho no pocas veces y lo volveré a decir cuantas sea necesario -o, incluso, sin que lo sea- que la Concordia es el parque más antiguo de la ciudad y su principal zona verde de referencia, pero para mí tiene un valor subjetivo añadido pues he vivido junto a él los 54 años que dice mi DNI que tengo, con la excepción de un par de ellos en que residí en la calle de la Música -para el callejero oficial, Padre Melchor Cano– y el año largo que pasé en Burgos haciendo la mili, justo al lado del yacimiento arqueológico de Atapuerca.

Aunque veo y disfruto a diario la Concordia, el día da la Asunción, la Virgen festera de agosto, paseé un buen reto y con calma por él, y, además de constatar que en esta fecha se produce, muy probablemente, el momento del año en que menos gente hay en la ciudad por causa de la diáspora veraniega y la concentración festiva de este «puente», pude apreciar que su estado de mantenimiento y conservación es manifiestamente mejorable y que se hace necesaria una pronta y profunda actuación de reforma pues, más que antiguo, parece viejo, que no es lo mismo. 

     Concordia-parque  Como decía, el de la Concordia es el parque más antiguo de la ciudad ya que data de 1854 y recibió este bello y sugerente nombre “en testimonio de la (concordia) que felizmente reina en esta muy noble y muy leal ciudad” cuando se construyó en lo que antaño fueren las Eras Grandes; sí, de las de pan trillar. La primera gran reforma llegó a él en 1913, cuando se acometió la construcción del muro de piedra y se instaló la barandilla de hierro forjado que aún perviven y que sustituyeron al talud de tierra que caía desde el parque hacia la zona conocida como “La Carrera (de San Francisco)”, nombre que deviene de los alardes que los caballeros de la ciudad llevaban a cabo en este espacio en la Edad Media, con sus caballos, armas y lorigas. Como curiosidad, decir que a esta zona del parque paralela a la Carrera, se le conoce como «Paseo de los Curas«, siendo bien fácil de adivinar la causa. De esa misma época data la construcción del kiosco de música de la Concordia, de inspiración modernista, su más destacado referente arquitectónico y visual, proyectado en 1908, pero no encargada su ejecución hasta 1914 y realizada un par de años después. El kiosco fue reformado en 1919, cuando se cambió el trazado del parque, y casi construido de nuevo en 1920. En los años veinte, según recordaba Felipe María Olivier en sus emotivas «Crónicas de la Infancia«, el parque tenía un estanque en forma de trébol en su parte oeste (lateral derecho según se va a él desde Santo Domingo) y en el lado contrario una fuente con caída de agua en cascada sobre piedras naturales y una balsa con peces de colores. Aunque desde su inauguración, mediado el siglo XIX, la Concordia nunca dejó de llamarse popularmente así, oficialmente fue llamado «Paseo de la Unión Soviética» dos años durante la Guerra Civil y «Parque Calvo Sotelo» durante gran parte del franquismo. Nada más acabar la Guerra Civil se acondicionó y mejoró su paseo central -el que enlaza la zona de Santo Domingo con la de San Roque- para facilitar el tránsito por él de los cadetes de las Academias Militares de Infantería y Transformación (de alféreces provisionales en oficiales de carrera) que, entre 1940 y 1948, se ubicó en los edificios de la Fundación de la Condesa de la Vega del Pozo –colegio de Adoratrices- proyectados por Ricardo Velázquez Bosco. En 1954 se construyeron las dos pilastras de entrada al parque. La última gran reforma llevada a cabo en él data de 1982, que vino a culminar una previa iniciada en 1978. Lo más significativo de esta actuación fue suplir los ajardinamientos rectilíneos de tipo francés, por los actuales curvilíneos de estilo inglés, elevándose los macizos ajardinados respecto a las zonas de paseo. Todos estos datos y muchísimos más están perfectamente reflejados en el magnífico libro que mi apreciado amigo y antiguo compañero de colegio, el historiador Pedro J. Pradillo, publicó en 2015 con el título de «El Paseo de la Concordia (Historia del corazón verde de Guadalajara)», cuya tenencia y lectura recomiendo encarecidamente.

Pues esa Concordia de mis amores -y de los de muchos, por supuesto-, donde jugué de niño y después, siendo ya mayor, jugué con mis niñas, donde moceé y paseé con mi primer amor, donde vivió tantas horas de asueto mi padre en el otoño de su vida, donde disfruté de las Ferias cuando se celebraban en ella -aunque, literalmente, la dejaban machacada-, donde leí por primera vez a Julio Verne, L. Frank Baum, Harper Lee o Enid Blyton gracias a la biblioteca de proximidad que había junto al kiosco de música,… esa Concordia de todo eso y mucho más hoy no presenta, precisamente, su mejor aspecto: la mayor parte de sus praderas de césped están agostadas y no pocas literalmente machacadas -la fiebre del «Pokemón go» tiene parte de culpa, pero no toda-, están muy deteriorados muchos tramos de bordillo de los macizos ajardinados, el estado del arbolado y de la jardinería podría cuidarse y trabajarse más, los entornos de las estatuas y ellas mismas, más que ser hitos de la memoria colectiva, parecen serlo de la desmemoria, el mobiliario urbano precisa renovación y mayores cuidados, la limpieza general también es mejorable… Ciertamente, el parque de los parques de la ciudad no vive su mejor momento y, al menos a mi parecer, requiere una actuación de reforma y mejora importante y urgente, así como un posterior mantenimiento y conservación de bastante mayor intensidad y eficacia que el actual. Me consta que el equipo de gobierno del Ayuntamiento está en ello, pero bien es sabido que, en materia de inversiones públicas, lo que no se presupuesta, no existe.

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