La provincia del crimen

                Es muy probable que al leer el titular de esta nueva entrada muchos lectores hayan pensado que no iba a referirme a la provincia de Guadalajara, sino a la de Cuenca, que es así conocida porque en ella tuvo lugar el famoso “crimen” que llevó al cine Pilar Miró, un asesinato que data de 1918 y que, por cierto, jamás se cometió pues la supuesta víctima, José María Grimaldos López, alias “El Cepa”, un humilde pastor que trabajaba en una finca de la localidad conquense de Osa de la Vega, no murìó, sino que desapareció de allí porque se trasladó a vivir a otro pueblo. Lo que sí hubo fue sentencia condenatoria de un jurado popular a León Sánchez Gascón y Gregorio Valero Contreras, por asesinato, con fines de robo, de “El Cepa”, basándose la carga acusatoria en la confesión de ambos inculpados que, al parecer, se produjo bajo fuertes torturas, como queda crudamente reflejado en la película de Miró que, por cierto, fue una de las últimas que padeció la censura pues se rodó en 1979, pero no pudo exhibirse en salas hasta dos años después porque los tribunales de justicia estimaron que «podía ser delictiva contra el Cuerpo judicial y la Guardia Civil”.

Y dado ya a Cuenca lo que es de Cuenca, vamos a dar a Guadalajara lo que le corresponde en materia de criminalidad pues, como es público y notorio y lleva siendo noticia de alcance nacional desde hace varias semanas, últimamente “la provincia del crimen”, más que la vecina, es la nuestra; y, lamentablemente, ese crimen sí que existió y, además, con unos detalles de truculencia realmente bárbaros: me estoy refiriendo, como ya habrán imaginado, al crimen de Pioz, acaecido a mediados del pasado mes de agosto, en el que murieron los cuatro miembros de una familia brasileña -padre, madre y dos hijos de muy corta edad- a manos de un sobrino del padre que, no contento con acabar con sus vidas, se ensañó con sus restos mortales y los descuartizó. Un asesinato, sin duda, horrendo y que ha causado un impacto tal que, a pesar del tiempo transcurrido desde su descubrimiento, a mediados de septiembre, y de que prácticamente se sabe ya casi todo lo que ocurrió aquel funesto día de agosto en el archi-fotografiado y filmado chalet de Pioz escenario del crimen, sigue siendo noticia porque continúan conociéndose más detalles y de una escabrosidad que asustaría al mejor guionista de películas de terror.

No es grato, aunque sí entendible -pues nada más las noticias impactantes suelen llevar a los pequeños pueblos al telediario- que Pioz haya salido sólo en los medios informativos nacionales en los últimos años, primero por causa del agujero económico abismal de su ayuntamiento -aún colean en internet titulares de prensa que dicen que se tardarán 7000 años en pagarla-, y, después, por este espeluznante crimen. Obviamente, este municipio guadalajareño rayano con Madrid solo ha sido un involuntario y pasivo escenario de un terrible crimen que, para más inri, ha adquirido carácter internacional al ser brasileños tanto el asesino como los asesinados, y no se merece pasar a ser “el pueblo del crimen” que, contrariamente, al de Cuenca de 1918, sí se cometió y de qué manera tan salvaje y brutal. Confío en que pronto se vuelva a hablar más del espléndido castillo de Pioz que de este hecho truculento o de su desmesurada deuda municipal, aunque las piedras, por muy venerables que sean, conmueven bastante menos que la sangre y el dinero.

Tengo mucho cariño a la provincia de Cuenca, con la que me unen entrañables lazos familiares y en la que he vivido grandes momentos personales y pasado allí muchas temporadas descubriéndola y disfrutándola, pero prefiero que siga siendo ella “la provincia del crimen” a que lo sea Guadalajara, porque ya cargamos con bastantes “sambenitos” a nuestras espaldas, que no voy ahora a recordar para no dar pistas a nadie, como para que nos carguen con otro. Y eso que, si el crimen de Cuenca no fue tal, en Guadalajara, además del de Pioz, en apenas unos años se han acumulado otros asesinatos truculentos que han trascendido de la prensa local y también han tenido espacio, y con alarde de titulares, en la prensa nacional, entre ellos el de la violencia extrema de género en Horna, el aún caso abierto de la anciana de 90 años asesinada en Hiendelaencina, o los dos que tuvieron Cifuentes como escenario: el del “carnicero” que no sólo mató sino que también “picó” a su pareja, y el que cometieron dos amigos contra un primo de uno de ellos y que simularon un secuestro. Por cierto, la comisión de asesinatos truculentos en Cifuentes ya tenía un antecedente histórico en el famoso “Crimen de la Cueva del Beato”, que data de 1905, y en el que el bueno de Bibiano Gil, el ermitaño que se recogía y oraba en ese santuario y que pedía limosna para adecentarlo al tiempo que para auxiliar a los pobres, fue asesinado por un pastor envidioso que después arrojó su cadáver al fondo oscuro y profundo de la cueva.

 

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