El puente sin aguas turbulentas

                              La ciudad, poco a poco, se va reencontrando con el Henares, el río junto al que se asentó en uno de sus vados más fácilmente superables que, además de franquear el paso de una ribera a otra, también aportaba a sus moradores el agua necesaria para cuajar como urbe surgida ex novo. El puente árabe es la construcción más antigua de la ciudad que sigue en pie -data de los siglos X y XI- y los estudiosos en la materia consideran que, por su longitud -117 metros- y su altura -10 sobre el cauce-, cuando se erigió no era para facilitar el paso en un vado fluvial en un entorno rural, de escasa población y dispersa, sino que se construyó para dar acceso a una urbe ya consolidada desde hacía varias décadas. Esa ciudad aún no era conocida como Wad-al-Hayara, sino como Madinat-al-Faray -la ciudad de Faray-, que fue el primer nombre que tuvo Guadalajara, en honor del cadí que la impulsó y consolidó como urbe y de la que ya hay constancia en el siglo IX.

Familia de patos junto al gran tajamar del puente árabe

                              Durante mucho tiempo, prácticamente desde que a Guadalajara se le puso cara de ciudad industrial, vivió de espaldas al Henares, cada vez más sucio su cauce y enmarañada su ribera, cuando hasta hace tres cuartos de siglo era un recurso del que vivían varias familias -recordemos que aún pervive una calle de Pescadores dedicada a quienes practicaban ese oficio en la ciudad- y hace apenas unas décadas era un lugar de baño y asueto en verano, con su chiringuito y todo.  Como decía, ese vivir de la ciudad a espaldas de su río hace ya un tiempo que ha comenzado a revertirse y, aunque todavía es notoriamente mejorable el estado de conservación medioambiental de curso y ribera, ambos son ahora disfrutables con comodidad gracias a la senda, los miradores y las zonas estanciales y de juegos que se habilitaron hace un par de años entre el puente árabe y los Manantiales. La mota y los parques construidos a principios del siglo XX entre el río y las urbanizaciones paralelas a él, incluida la de los Manantiales, fueron los primeros pasos para, primero, proteger de posibles inundaciones esas zonas residenciales y, después, comenzar a integrar el río en ellas como un espacio natural disfrutable y no como una barrera. Es cuestionable, sin duda, que primero en los años sesenta y después en los ochenta se construyeran viviendas en zonas potencialmente inundables, pero una vez que las casas y sus moradores estaban ya ahí y que se contaban por centenares, sin duda lo razonable era tratar de evitar inundaciones gracias a la mota y hacer de ésta y su entorno, no un muro, sino un paseo y un parque lineal. Lo que no es discutible es que, en menos de un cuarto de siglo, haya mejorado de forma notable la situación medioambiental de la ribera y el entorno más próximo del Henares a su paso por la ciudad y también la del barranco del Alamín que converge en el río y que se suma a él como geografía fluvial.

               Aguas arriba del puente árabe hay unos optimistas carteles que dicen “aguas trucheras”; en su día hubo truchas, doy fe de ello, aunque abundaban más los barbos, las carpas, los cachos, tas tencas, las bogas y demás especies de ciprínidos que viven como peces en el agua, nunca mejor dicho, en aguas con lecho cenagoso y cauce turbio, unas condiciones ambientales que no son ya las idóneas para las “salmo trutta fario” -nombre científico de la trucha autóctona-. La presencia de truchas comunes en un rio es un indicador positivo de la calidad de sus aguas y, ¡ese ya es otro cantar respecto a las riberas!, mucho me temo que aún hay mucho que trabajar en la depuración de las aguas que bajan por el Henares antes de llegar a Guadalajara. Lo que sí me consta es que la EDAR de la ciudad hace razonablemente bien su trabajo, pero ella, evidentemente, solo depura las aguas residuales generadas en la propia urbe.

               Desde hace ya unos años, varias familias de patos silvestres -especialmente ánades reales- viven, nadan, bucean y chapotean en el Henares a su paso por la ciudad, con notoria presencia en el entorno del puente árabe; también en la lámina de agua del parque lineal del Barranco del Alamín es habitual ver un amplio grupo de estas anátidas. Es muy probable que llegaran al río y al parque procedentes del mini-zoo y que, incluso, retornen periódicamente a las charcas de éste en busca del alimento fácil que allí se les provee a los animales a diario. No hace mucho, GD se hacía eco de la presencia de un exótico y vistoso pato “mandarín” en el Henares, algo que, sin duda, confirma que las charcas de patos del mini-zoo intercambian e interrelacionan anátidas con el Henares. Me produce una especial sensación de sosiego ver grupos de patos viviendo tranquilamente en el río a su paso por Guadalajara, es un certificado de salud biocenótica y ambiental con la que, es obvio, no hay que conformarse porque aún hay mucho camino que recorrer en esta materia.

               El puente del Henares nunca ha sido el de las aguas turbulentas de la conocida canción de Simon y Garfunkel; menos aún en las últimas décadas pues es evidente que cada vez trae menos agua porque progresivamente llueve menos, además de haber ahora varias presas en la cabecera de su cuenca que la regulan. No obstante, en octubre de 1961, hubo una gran riada que anegó todo el barrio de la Estación y que llegó hasta Marchamalo; la causa de aquel gran desbordamiento estuvo en una fuerte tormenta que evacuó más de 90 litros por metro cuadrado en apenas cuatro horas. No fue la única, aunque sí la más destructiva. En 1970 se produjo otra importante crecida, aunque esta vez afectó más a Alcalá que a Guadalajara, y a finales de los años 90 del siglo pasado, el cauce estuvo a punto de desbordarse a la altura del puente de los Manantiales, generando mucho temor entre los vecinos de las urbanizaciones “La Chopera”, “Río Henares” y los propios Manantiales que, incluso, estuvieron en pre-aviso de evacuación; aquella circunstancia motivó que el ayuntamiento, siendo alcalde José María Bris, gestionara con la Confederación Hidrográfica del Tajo la construcción de la mota del río a su paso por la ciudad. Como dice el sabio refranero castellano, “casa junto al río y ruin en cargo, no dura tiempo largo”. Bueno, el refranero es sabio, pero hay ruines que aún lo son más, aunque su sabiduría sea solo provechosa para ellos y tóxica y nociva para los demás.  Y, ya que el río nos ha traído hasta aquí, para turbulentas, las aguas revueltas de la política actual. Por eso prefiero quedarme con la verdad de los patos chapoteando tranquilamente en el Henares.

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