Archive for agosto, 2016

Una bandera pirata en la catedral de Sigüenza

banderas-drakeImagino que, al lector que no esté avisado del asunto, el titular de este post le habrá sorprendido sobremanera porque los mares sí eran los hábitats naturales de los piratas -incluso en el siglo XXI lo siguen siendo en Somalia y en el Golfo de Guinea-, pero una catedral, y menos la seguntina, que puede que sea una de las españolas que más disten de la costa marítima, no parece un lugar propicio ni para banderas, ni para banderías piratas. Pero todo -o casi- tiene una explicación: La bandera pirata a la que me refiero en el titular no es la clásica y temible negra con la calavera y los dos fémures cruzados en blanco que tantas veces hemos visto en las películas de aventuras, sino una alistada de varios colores que le fue arrebatada al pirata inglés, Francis Drake -al que la reina de Inglaterra, Isabel I, nombró “Sir” por sus impagables servicios de rapiña a la corona británica-, durante su incursión a España y Portugal en 1589, y donada a la Catedral de Sigüenza por D. Sancho Bravo y Arce de Laguna, sobrino-nieto del llamado Doncel de Sigüenza, Martín Vázquez de Arce. Por cierto, digo llamado “Doncel” y digo bien, porque no era ya doncel cuando murió y se le hizo la extraordinaria escultura funeraria gótica situada en la capilla de su familia de la catedral seguntina, puesto que estaba casado y hasta tenía una hija, al parecer un tanto casquivana. Pues bien, esa bandera pirata, que junto a una de Portugal estuvo durante décadas, siglos incluso, colgada en la capilla de los Arce, pasando para muchos desapercibida, ha sido reciente y convenientemente restaurada y ahora forma parte muy destacada de la extraordinaria exposición que, bajo el título de “Atémpora”, se inauguró el pasado 8 de junio en la catedral seguntina y permanecerá abierta al público, inicialmente, hasta el 16 de octubre, aunque podría -y debía- prorrogarse dado el éxito de público que está teniendo. Más de 20.000 visitantes ya han pasado por la muestra, que está organizada, en iniciativa conjunta, por el Obispado de Sigüenza-Guadalajara, el Cabildo de la Catedral, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y el Organismo Estatal del IV Centenario de Cervantes.

Como muy bien ha resumido Jesús de las Heras, actual Deán de la catedral, periodista y sacerdote diocesano, seguntino de nación, vocación y corazón, “Atémpora es un recorrido por la sociedad, la cultura y el arte sacro del Siglo de Oro, al hilo del cuarto centenario de las muertes de los grandes escritores —dos de los más eximios de toda la historia de la literatura universal— Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare”. El sábado pasado tuve la oportunidad de realizar una visita guiada a esta exposición, en mi enésimo regreso a Sigüenza y entrada a su catedral, y me sorprendió muy gratamente la muestra, recomendando encarecidamente a los lectores que, si aún no la han visitado, no dejen de hacerlo antes de que se clausure pues su contenido merece la pena y el continente, el propio templo catedralicio -la nave central además de capillas laterales y algunas estancias poco frecuentadas por visitas de manera habitual- contribuye especial y decisivamente a poner en valor la muestra.

Atempora 3“Atémpora” es una exposición al estilo de “Las Edades del hombre”, conocida y prestigiosa marca de las muestras periódicas de arte sacro que con tanto éxito se vienen celebrando en Castilla y León desde 1988 y que van recorriendo cada año distintas localidades de nuestra región hermana: en 2016 es la zamorana Toro la sede, Cuéllar (Segovia) es el lugar elegido para celebrar la de 2017, Aguilar de Campoo (Palencia) la acogerá en el año 2018 mientras que Lerma (Burgos) lo hará en la edición de 2019.  La singularidad de “Atémpora” es que no se circunscribe a mostrar tan sólo arte sacro, aunque éste es la base de la muestra, sino que también se exponen otro tipo de piezas artísticas, bibliográficas, muebles, enseres, etc. de carácter civil pues no nos olvidemos que con ella se trata de recrear, en parte, la sociedad del tiempo en que vivieron y murieron Cervantes y Shakespeare, ambos fallecidos en 1616, hace ahora cuatro siglos.


“Atémpora” es un camino abierto que no debe dejarse de recorrer cuando acabe la muestra de este año en Sigüenza el próximo otoño. Organizar buenas, atractivas y oportunas exposiciones en marcos extraordinarios es una fórmula de éxito asegurado de público, algo que no siempre acompaña a las convocatorias expositivas convencionales, lo que constituye todo un fiasco para sus comisarios y, a veces, hasta un dispendio para sus promotores y patrocinadores. Si, además, esas exposiciones contribuyen a dinamizar el turismo en ciudades que ya tienen de por sí atractivo y capacidad de acogida y prestación de servicios a visitantes, como es el caso de Sigüenza, pues mejor que mejor. De hecho, desde la apertura de la muestra, la Ciudad del Doncel es un continuo movimiento de gentes que van camino de la catedral o vienen de ella, especialmente los fines de semana, hasta el punto de haberse hecho necesario restringir el tráfico de vehículos el entorno del templo.

Y, tras “Atémpora”, a la catedral le espera otra magnífica noticia: el inicio de las obras de restauración del altar de Santa Librada y el mausoleo de Don Fadrique de Portugal, dos de las muchas joyas que encierra la “fortis seguntina” y que, si la actuación es adecuada -que sin duda lo será, como lo están siendo todas las que se van llevando a cabo en ella, aunque sea poco a poco-, lucirán después espléndidas y justificarán mi enésima más una visita a Sigüenza. Y espero y deseo que la de muchos.

 

 

 

Trabajar por la Concordia

 

       Ya lo he dicho no pocas veces y lo volveré a decir cuantas sea necesario -o, incluso, sin que lo sea- que la Concordia es el parque más antiguo de la ciudad y su principal zona verde de referencia, pero para mí tiene un valor subjetivo añadido pues he vivido junto a él los 54 años que dice mi DNI que tengo, con la excepción de un par de ellos en que residí en la calle de la Música -para el callejero oficial, Padre Melchor Cano– y el año largo que pasé en Burgos haciendo la mili, justo al lado del yacimiento arqueológico de Atapuerca.

Aunque veo y disfruto a diario la Concordia, el día da la Asunción, la Virgen festera de agosto, paseé un buen reto y con calma por él, y, además de constatar que en esta fecha se produce, muy probablemente, el momento del año en que menos gente hay en la ciudad por causa de la diáspora veraniega y la concentración festiva de este «puente», pude apreciar que su estado de mantenimiento y conservación es manifiestamente mejorable y que se hace necesaria una pronta y profunda actuación de reforma pues, más que antiguo, parece viejo, que no es lo mismo. 

     Concordia-parque  Como decía, el de la Concordia es el parque más antiguo de la ciudad ya que data de 1854 y recibió este bello y sugerente nombre “en testimonio de la (concordia) que felizmente reina en esta muy noble y muy leal ciudad” cuando se construyó en lo que antaño fueren las Eras Grandes; sí, de las de pan trillar. La primera gran reforma llegó a él en 1913, cuando se acometió la construcción del muro de piedra y se instaló la barandilla de hierro forjado que aún perviven y que sustituyeron al talud de tierra que caía desde el parque hacia la zona conocida como “La Carrera (de San Francisco)”, nombre que deviene de los alardes que los caballeros de la ciudad llevaban a cabo en este espacio en la Edad Media, con sus caballos, armas y lorigas. Como curiosidad, decir que a esta zona del parque paralela a la Carrera, se le conoce como «Paseo de los Curas«, siendo bien fácil de adivinar la causa. De esa misma época data la construcción del kiosco de música de la Concordia, de inspiración modernista, su más destacado referente arquitectónico y visual, proyectado en 1908, pero no encargada su ejecución hasta 1914 y realizada un par de años después. El kiosco fue reformado en 1919, cuando se cambió el trazado del parque, y casi construido de nuevo en 1920. En los años veinte, según recordaba Felipe María Olivier en sus emotivas «Crónicas de la Infancia«, el parque tenía un estanque en forma de trébol en su parte oeste (lateral derecho según se va a él desde Santo Domingo) y en el lado contrario una fuente con caída de agua en cascada sobre piedras naturales y una balsa con peces de colores. Aunque desde su inauguración, mediado el siglo XIX, la Concordia nunca dejó de llamarse popularmente así, oficialmente fue llamado «Paseo de la Unión Soviética» dos años durante la Guerra Civil y «Parque Calvo Sotelo» durante gran parte del franquismo. Nada más acabar la Guerra Civil se acondicionó y mejoró su paseo central -el que enlaza la zona de Santo Domingo con la de San Roque- para facilitar el tránsito por él de los cadetes de las Academias Militares de Infantería y Transformación (de alféreces provisionales en oficiales de carrera) que, entre 1940 y 1948, se ubicó en los edificios de la Fundación de la Condesa de la Vega del Pozo –colegio de Adoratrices- proyectados por Ricardo Velázquez Bosco. En 1954 se construyeron las dos pilastras de entrada al parque. La última gran reforma llevada a cabo en él data de 1982, que vino a culminar una previa iniciada en 1978. Lo más significativo de esta actuación fue suplir los ajardinamientos rectilíneos de tipo francés, por los actuales curvilíneos de estilo inglés, elevándose los macizos ajardinados respecto a las zonas de paseo. Todos estos datos y muchísimos más están perfectamente reflejados en el magnífico libro que mi apreciado amigo y antiguo compañero de colegio, el historiador Pedro J. Pradillo, publicó en 2015 con el título de «El Paseo de la Concordia (Historia del corazón verde de Guadalajara)», cuya tenencia y lectura recomiendo encarecidamente.

Pues esa Concordia de mis amores -y de los de muchos, por supuesto-, donde jugué de niño y después, siendo ya mayor, jugué con mis niñas, donde moceé y paseé con mi primer amor, donde vivió tantas horas de asueto mi padre en el otoño de su vida, donde disfruté de las Ferias cuando se celebraban en ella -aunque, literalmente, la dejaban machacada-, donde leí por primera vez a Julio Verne, L. Frank Baum, Harper Lee o Enid Blyton gracias a la biblioteca de proximidad que había junto al kiosco de música,… esa Concordia de todo eso y mucho más hoy no presenta, precisamente, su mejor aspecto: la mayor parte de sus praderas de césped están agostadas y no pocas literalmente machacadas -la fiebre del «Pokemón go» tiene parte de culpa, pero no toda-, están muy deteriorados muchos tramos de bordillo de los macizos ajardinados, el estado del arbolado y de la jardinería podría cuidarse y trabajarse más, los entornos de las estatuas y ellas mismas, más que ser hitos de la memoria colectiva, parecen serlo de la desmemoria, el mobiliario urbano precisa renovación y mayores cuidados, la limpieza general también es mejorable… Ciertamente, el parque de los parques de la ciudad no vive su mejor momento y, al menos a mi parecer, requiere una actuación de reforma y mejora importante y urgente, así como un posterior mantenimiento y conservación de bastante mayor intensidad y eficacia que el actual. Me consta que el equipo de gobierno del Ayuntamiento está en ello, pero bien es sabido que, en materia de inversiones públicas, lo que no se presupuesta, no existe.

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