Groucho Marx, Bárcenas y el valor del silencio

El “camarote de los hermanos Marx” era un amplio espacio, dechado de orden, lógica y equilibrio si lo comparamos con la actual situación que vive el Partido Popular por causa de los ya famosos “papeles” de su extesorero, Luis Bárcenas, un pájaro de cuidado a juzgar por las evidencias, aún concediéndole el beneficio de la duda y la presunción de inocencia que es uno de los principios que informan nuestro Derecho Penal. Una presunción, por otra parte, inexcusable en un Estado de Derecho como es España, aunque el país lleva ya mucho tiempo del revés y eso, por cierto, no es sólo imputable al PP, sino más bien a quien le precedió en el poder, el PSOE, un partido marxista (de Carlos Marx) durante 90 años –exactamente desde su I Congreso, el fundacional, de 1888, hasta el extraordinario de 1979- y que, en los últimos tiempos, bajo el liderazgo de Zapatero, hubo momentos en que se instaló en el “marxismo” de Groucho y sus hermanos, entre el surrealismo, el dislate y la comedia bufa.

Saber la verdad de la buena de la realidad de los “papeles de Bárcenas” la saben muy pocos y va a ser muy difícil que la sepamos todos porque, lamentablemente, la praxis política hace mucho tiempo que dista de ser un ejemplo de ética y transparencia, dos valores que deberían ser exigibles a todos los cargos públicos, a título individual, y, a título colectivo, a todos los partidos políticos y agentes sociales y económicos que, teóricamente, vertebran el Estado, pero que, con excesiva frecuencia, son fines en sí mismos –o sea, endogamia pura y dura, y sectarismo- y no medios para que la sociedad progrese y sea cada vez más libre, más justa, más igualitaria y más respetuosa de la pluralidad política, que son los valores superiores proclamados en nuestro ordenamiento jurídico.

Si va a ser difícil, por no decir imposible, que se sepa lo que hay de verdad en los “papeles” de Bárcenas –que, aunque poco y no comprometedor para el partido, algo hay, según ha reconocido el propio Rajoy-, en contra del PP y del gobierno de los populares juegan en este asunto muchos factores que están erosionando su imagen y consideración públicas de manera colosal –por utilizar un adjetivo que le gusta mucho al actual Presidente del Gobierno- porque, en política, las cosas no son como son, sino como parecen. Aunque me duela decirlo -porque he sido, en este orden, votante, cargo electo y militante del PP; lo primero, ya veremos si lo sigo siendo, pero lo segundo y lo tercero, ni lo soy ni lo voy a volver a ser-, este chusco asunto de Bárcenas, trufado con el caso “Gürtel” y sazonado con la cada vez más negativa consideración que hay en la sociedad de los partidos y de los políticos, huele a podrido como olía la Dinamarca del príncipe Hamlet, como olieron en su día los casos Filesa y Time Export, en los que se sentenció que el PSOE se había financiado ilegalmente, y como huelen el resto de presuntos casos de corrupción política, como los muchos que afectan a la Cataluña del príncipe Arturo, Mas, que ya le gustaría a él llegar a ser rey, como su homónimo britano, aunque me temo que no pasará de aprendiz de Merlin por sus alquimias y enjuagues.

Pero si hasta a un más que presunto delincuente, como Bárcenas, ha de concedérsele el beneficio de la duda y la presunción de inocencia hasta que una sentencia firme determine lo contrario, también es razonablemente exigible el mismo beneficio y la misma presunción para el Partido Popular en el que, como en el PSOE y en todos los partidos que han tocado “el pelo” del poder, hay evidencias de habitar entre sus filas algunos golfos y vividores, por no llamarles ladrones directamente, pero que estoy convencido que son una minoría, aunque su podredumbre, como la de la manzana agusanada en el cesto de las sanas, ponga en riesgo de pudrir a las demás o de parecer que lo están.

No sería justo si terminara obviando en este post mi paso por la política activa como cargo electo del PP, durante ocho años y como concejal en el Ayuntamiento de Guadalajara (1999-2007), tiempo en el que conocí a muchos admirables y esforzados servidores públicos, que entraron en política para servir y no para servirse, y jamás fui testigo de un hecho si quiera rayano con la corrupción. Esa es mi experiencia y así la cuento, porque justo es contarla en este momento. Eso sí, me reservo mi opinión respecto a la capacidad, entrega, talante, idoneidad y vocación de servicio público de alguna persona con la que compartí, teóricamente, acción política. Y, dicho esto, que ya es mucho, valdré más por lo que callo que por lo que podría decir.

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