Las Ferias de hoy, ayer y siempre

 

            Las Ferias de Guadalajara han cambiado más entre la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI que desde que Alfonso X concediera a la ciudad, en 1260, el “Privilegio Real” de la celebración de dos ferias: unas se celebraban en primavera, “durante los 11 días siguientes a la Pascua de Quincuagésima”, y otras en otoño, exactamente “ocho días antes y ocho después de San Lucas”, o sea, en la segunda mitad de octubre. Aquellas primigenias ferias de otoño han ido moviéndose en el calendario, casi siempre adelantándose en busca de un tiempo más bonancible, hasta llegar a celebrarse, como ocurre ahora y desde hace ya unos años, a finales de verano. Por seguir haciendo un guiño historicista a las ferias de la capital, cabe recordar que, gracias a la cédula que en tal sentido expidió Felipe V en 1707, Guadalajara mantuvo el privilegio de celebrar dos ferias al año, las de primavera, en marzo, exactamente el “día del Ángel de la Guarda”, primero de mes, y las de otoño, casi ya en diciembre, el día 25 de noviembre, festividad de Santa Catalina.

Decía que las Ferias de Guadalajara han cambiado mucho en las últimas décadas, y no sólo de fecha de celebración, y creo que decía bien porque durante casi siete siglos, las de la capital eran ferias puras y duras, concretamente de ganado, que se completaban y complementaban con ofertas puntuales de ocio, comida y bebida para dar satisfacción a las personas que acudían a mercadear en torno a la feria ganadera. Desaparecida la feria de ganado, bien entrado el siglo XX, ésta fue sustituida, a principios de los años sesenta, por la llamada “Feria de Muestras del Comercio y la Industria”, que organizaba la Cámara de Comercio, con años de especial éxito de expositores y público cuando se celebraba en los terrenos que hoy ocupa el magnífico parque de Adoratrices y que, durante tres décadas, las dos últimas del XX y la primera del XXI, tras dejar de celebrarse allí la “Feria de Muestras”, fue el recinto ferial de la ciudad, hasta que éste se desplazó al nuevo recinto al otro lado de la A-2, junto al Centro Comercial Ferial Plaza y El Corte Inglés. Aunque muchos no lo sepan o no hayan caído en ello, el nuevo ferial se localiza en la oficial y adecuadamente llamada “Avenida del Ocio”, pues allí se concentra la mayor oferta comercial, recreativa y de servicios de hostelería de toda la ciudad, no sólo en ferias, sino durante todo el año.

De las originarias ferias de ganado que desde el siglo XIII se celebraban en Guadalajara, se pasó a las llamadas “ferias y fiestas”, denominación que se mantiene en la actualidad, si bien el concepto de feria ya no lo aporta una cita comercial específica anual, y menos aún de ganado, sino las atracciones lúdicas y recreativas que se instalan en el recinto, complementadas por una amplia oferta de puestos de restauración, eufemismo que quizá le venga un poco grande a los típicos puestos de chorizos, morcillas y demás viandas “colesteroleras” que, esos sí, siempre han estado en nuestras ferias, fueran de ganado, de “Mielitos” –ese riquísimo trigo hinchado y endulzado con miel que se producía en Humanes, dignísimo antecedente de los americanos “Kellogs”, y producto estrella de las viejas “Ferias de Muestras”- o de tómbolas, tiros, “güitomas”, caballitos, barcas, norias, coches de choque y demás cachivaches y atracciones que reinan, desde hace ya décadas, en el recinto ferial, supliendo a las mulas, los bueyes, las ovejas y las cabras, para cuyo mercadeo concedió su privilegio a la ciudad el rey “Sabio”. Incluso hubo un pregonero que, festiva pero atinadamente, se atrevió a decir desde el balcón del Ayuntamiento en la plaza Mayor de la ciudad que la “sabiduría” le vino reconocida a Alfonso X, no por sus valiosas aportaciones a las primeras fuentes del derecho español, ni al juego del ajedrez, ni a la literatura y a otras artes, que fueron muchas, sino por haber concedido a Guadalajara ese “privilegio” de celebrar, no una feria, sino dos. Ese pregonero fue y es un excelente periodista y un gran amigo, Santiago Barra.

Aunque a quienes no lo hayan vivido, bien por razones de edad, bien de avecindamiento, les cueste creerlo, hasta 1978 las ferias de Guadalajara se celebraron en el parque de la Concordia, emplazamiento que sucedió al paseo de las Cruces y a la plaza de Santo Domingo. La verdad es que las ferias en la Concordia tenían un encanto muy especial, alternándose cachivaches y puestos entre la abudante vegetación del parque, pero hizo muy bien el entonces alcalde, Agustín de Grandes –por iniciativa de ese extraordinario concejal de parques y de cementerio que fue Francisco Borobia-, llevándoselas a Adoratrices, porque la Concordia quedaba, año tras año, literalmente arrasada, como hizo muy bien hace unos años el actual alcalde, Antonio Román, llevándoselas a la Avenida del Ocio porque las redes eléctricas y de saneamiento del viejo ferial de Adoratrices estaban ya en un precario peligroso, el polvo y el ruido impactaban muy negativamente en vecinos y visitantes y, sobre todo, porque el solar que ocupaban las ferias durante siete días al año, era un descampado degradado durante los otros 358 días, en vez del bonito parque que ahora lo ocupa siempre, con parking subterráneo incluido.

Lo que nunca ha cambiado ni cambiará es que, cuando acabe, cada uno contará la feria según le haya ido en ella. Ese dicho, que tiene su origen en el éxito o el fracaso de ventas de los feriantes –como hemos dicho, en su día, de ganado, hace ya tiempo que sólo de atracciones y puestos-, sigue siendo plenamente vigente por lo que espero y deseo que todos los lectores de GD encontréis en las ferias próximas a celebrarse motivos sobrados para recordarlas y contarlas con agrado, especialmente los adolescentes, pues nuestras ferias siempre han tenido un componente casi iniciático en los primeros amores.

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