Escultor en Nueva York

 

                Afirma un dicho popular, genuinamente guadalajareño, que “igualito es ir a Madrid que hablar con el “Ordinario. El “Ordinario” era un servicio diario de transporte, ida y vuelta, a Madrid, que no sólo traía y llevaba paquetería entre nuestra ciudad y la capital, como hacen las mil y una empresas de este tipo que hay ahora (SEUR, Envialia, MRW, etc.), sino al que también se le hacían encargos muy particulares, como por ejemplo la compra de libros de texto que aquí no se vendían, o cualquier otro tipo de recado. El “Ordinario” tenía su oficina y almacén en la plaza de Oñate, junto al portón trasero de los jardines del Palacio del Infantado, en la que te solucionaban un encargo de o para Madrid con absoluta eficacia y a precio razonable, sin necesidad de ir  a la capital; pero, efectivamente, como apunta el dicho, “igualito” era encargar algo al Ordinario a Madrid que ir tu mismo, sobre todo en aquellos años –hablamos de los cincuenta, sesenta y aún setenta del siglo pasado- en que se iba bien poco a la capital de España porque la frecuencia, velocidad y comodidad de los medios de transporte eran “igualitas” a las de ahora…

En parecida línea a la del dicho del “Ordinario”, mi admirado y querido director en los tiempos pioneros de Radio SER-Guadalajara (otoño del 82 y meses siguientes), Juan de Dios Rodríguez, titula su blog –al que recomiendo encarecidamente entrar porque es de los que merecen la pena en fondo y forma- “Nunca estuve en Nueva York” –www.leyendaviva.blogspot.com-, que me suena a variación de esa recurrente frase-broma que dice: “Yo he estado en Nueva York una o ninguna veces…”. Por cierto, como dice mi maestro y amigo Juan de Dios, yo tampoco he estado nunca en Nueva York, si bien reconozco que es una de las ciudades a las que más me apetece ir pues tengo la sensación de que, aunque sea una urbe enorme en las tres dimensiones –muy ancha, muy larga y muy alta-, con la cantidad de veces que aparece en televisión y, sobre todo, en el cine, voy a poder moverme por ella incluso sin necesidad de GPS, como si hubiera ido, no ninguna, sino al menos dos o tres veces. Pero “igualito” es ver Nueva York por la tele o el cine, que darte un paseo por Central Park, caminar por la Quinta Avenida, ver una obra de teatro en Broadway o ir de compras al Soho

creeft Quien sí fue a Nueva York en 1929 y se quedó allí hasta su muerte en 1982, a la longeva edad de 98 años, fue un paisano nuestro, José de Creeft, que está considerado como uno de los grandes escultores del siglo XX, hasta el punto de tener obra permanentemente expuesta en el Museo de Arte Moderno –el reconocido y célebre MOMA– y ser el autor de uno de los más destacados conjuntos escultóricos que hay en Central Park, dedicado a “Alicia en el País de las Maravillas”, una auténtica pieza mayor de la escultura del XX y en la que a diario se fotografían miles y miles de personas, especialmente niños, como es obvio, dada su composición, figuración y temática. Junto a esta escultura, una placa de bronce recuerda la fecha de su instalación (1959) y, entre otros datos, reconoce a José de Creeft como autor de la misma.

José de Creeft, hijo de militar destinado en Guadalajara –como ocurrió con otros célebres artistas y literatos españoles, como, por ejemplo, Leopoldo Alas “Clarín”, José Ortíz Echagüe o Antonio Buero Vallejo– nació en nuestra ciudad en 1888, exactamente en la vivienda que hoy hace esquina entre la calle de San Gil y la calle Museo –Dr. Benito Hernando-; una placa lo recuerda, si bien cabe matizar que la casa original fue derribada hace una decena de años, aproximadamente, aunque la placa se preservó durante la demolición y, con buen criterio, se reubicó en la fachada de nueva construcción. Pero, por fortuna, no sólo esta huella física y real de José de Creeft queda en la ciudad, a pesar de que en ella apenas vivió su infancia, para marchar después a Madrid, a Barcelona, a París –donde creció definitivamente como escultor y se llegó a relacionar con el gran Rodin– y, finalmente, a Nueva York, donde fijó su residencia definitiva desde 1929 hasta su muerte en 1982, y donde está enterrado. Como decía, la huella de De Creeft en Guadalajara no sólo permanece en su casa natal, sino que también un parque/plaza de la ciudad lleva su nombre y una escultura suya, que es el busto de su propio autorretrato, es propiedad del Ayuntamiento, tras ser generosamente cedida por sus familiares, hecho que contribuyó a recuperar su nombre y su obra para su ciudad, a pesar de que él sólo fue figura de nuestro paisaje urbano en su más tierna infancia. No obstante, mi amigo y hermano Javier Borobia dice, y, como siempre, muy bien y muy bonito dicho, que “la infancia es la verdadera patria de los hombres”.

Placa Escultura José de Creeft en Central Park          Como ya he comentado, nuestro paisano José de Creeft llegó a Nueva York, para después establecerse definitivamente allí, en un año tintado en negro de luto en el calendario vital norteamericano y aún mundial: 1929, el año del “crack” de la Bolsa neoyorkina que tanta penuria llevó a tantos hogares, no sólo norteamericanos, y que supuso un terremoto y una catarsis en las teorías y, sobre todo, en las praxis económicas, que a raíz de aquello hubieron de revisarse y renovarse. Casualmente, en 1929 se desplazó también a Nueva York, para vivir allí durante unos meses, el gran poeta español de la generación del 27, Federico García Lorca. En ese tiempo, Lorca escribió una de las que, a mi juicio, es de sus mejores obras, titulada, como casi no podía ser de otra manera, “Poeta en Nueva York”, de la que entresaco estos versos, a mi juicio bellísimos:

“(…)Debajo de las multiplicaciones

hay una gota de sangre de pato.

Debajo de las divisiones

hay una gota de sangre de marinero.

Debajo de las sumas,

un río de sangre tierna.

Un río que viene cantando

por los dormitorios de los arrabales,

y es plata, cemento o brisa

en el alba mentida de New York (…)”

Setenta años después de que José de Creeft y Lorca coincidieran en Nueva York y éste último escribiera su “Poeta” allí, nuevamente un gran poeta español, José Hierro, escribió otro  gran poemario en y sobre la ciudad que muchos consideran como la capital del mundo, titulado “Cuaderno de Nueva York”, del que también entresaco unos versos para cerrar el post de hoy con el que, parafraseando al gran Cervantes, ya pongo el pie en el estribo con las ansias de… las vacaciones. Como siempre, a Comillas, donde el pie de las montañas está al borde del mar, cerca de la indeleble y extraordinaria huella que dejaron en esa hermosa villa santanderina, hoy Cantabria, el gran Gaudí y otros modernistas, entre ellos escultores casi coetáneos de De Creeft como Llimona o Domenech y Montaner. Os dejo con estos seis versos de José Hierro y su “Cuaderno en Nueva York”, con la sugerencia de que lo leáis completo, aprovechando el relajado y ocioso tiempo de verano:

Bebo el último whisky en el “Kiss bar”,

la última margarita en “Santa FE”,

rodeo luego la ciudad y su muralla de agua.

Desisto de adentrarme en su recinto.

Solo deseo ya dormir, dormir,

tal vez soñar.

 

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