El Corpus, fiesta mayor en Guadalajara

Después de la “electoralitis” aguda que hemos padecido –nunca mejor dicho- en las últimas semanas y que amenaza con hacerse crónica pues aún nos restan las elecciones autonómicas catalanas de finales de septiembre y las generales de noviembre o diciembre, es todo un alivio poder y querer escribir de algo que no tenga nada que ver con la política, como es de la tradicional celebración del Corpus en nuestra ciudad, fiesta mayor, que tendrá lugar el domingo, 7 de junio.  Aunque el 4, jueves, día de la semana en el que antes se celebraba el Corpus, fue este año fiesta laboral en Castilla-La Mancha y otras comunidades –entre ellas, Madrid-, aquí sólo se vivió la festividad “por lo civil”, valga la expresión, porque por lo religioso y con toda su solemnidad únicamente se celebró en Toledo, Granada y algún contado municipio más de España, por excepcionales razones de tradicional relevancia. Cabe recordar que desde 1990 la autoridad eclesiástica decidió trasladar el Corpus de su emplazamiento habitual de los jueves a los domingos pues la civil no garantizaba que fuera a ser siempre festividad laboral la religiosa del Santísimo Sacramento; de hecho, en Castilla-La Mancha el Corpus sólo ha sido fiesta laboral de carácter regional desde 2011, el último año de gobierno de Barreda, manteniéndola como tal Cospedal en sus cuatro años de gobierno.

Complementando la oportuna y rigurosa información que mi compañero en los blogs de GD, hermano en la plurisecular Cofradía de los Apóstoles –él, titular de San Andrés y yo de Santo Tomás- y buen amigo y documentado etnólogo, José Ramón López de los Mozos, firma en la noticia de apertura de este diario on line cuando escribo este post, efectivamente la festividad del Corpus es una de las más tradicionales y señaladas que tienen lugar en Guadalajara y reúne una serie de elementos, tanto materiales como inmateriales, y un proceso de evolución histórica de tal singularidad que merece la pena conocer. Indicar a quienes quieran profundizar en el conocimiento de lo que ha sido y es la celebración de esta solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo en Guadalajara, de la que hay datos desde mediados del siglo XV, que, a mi juicio, la mejor y más completa publicación que hay al respecto es la firmada por Pedro José Pradillo Esteban en 2000, y que lleva por título “El Corpus Christi en Guadalajara”. Lo que no aparezca en este magnífico libro de Pradillo sobre el Corpus en nuestra ciudad, será muy difícil de encontrar.

Aunque no dispongo ni de tiempo ni de espacio para explayarme en tratar el amplio tema de la celebración de la festividad del Corpus en Guadalajara, sí quiero llamar la atención sobre algunas curiosidades de ella que estimo que deben ser sabidas para abrir el apetito del conocimiento, especialmente por quienes equivocadamente creen que ésta es una ciudad de aluvión, con una historia breve, descafeinada y descolorida, sin apenas señas de identidad y que de verdad es ciudad, no porque así la declarara formalmente como tal Enrique IV en 1460, sino porque le nació una industria alrededor cuando se aprobaron los “polígonos de descongestión de Madrid”, hace poco más de medio siglo, momento en el que la agricultura fue perdiendo paulatinamente peso económico y social, ganándolo por contra la industria y el sector servicios. Aunque es bien cierto que el patrimonio histórico-artístico, no sólo material, de Guadalajara ha sufrido más que muchos el desgaste del tiempo y los expolios de todo tipo, y la desmemoria aquí han campado a veces a sus anchas, el desconocimiento no puede convertirse en un arma más de destrucción y olvido. Guadalajara tiene mucho para conocer y sus habitantes que descubrir; puede que entonces la autoestima comunitaria se eleve y nos vaya muchos mejor.

Hay constancia documental de la celebración del Corpus en Guadalajara ya en 1454, aunque de ella misma se deduce que venía celebrándose desde décadas anteriores, si bien hasta entonces era organizada por el Cabildo de Abades de la ciudad –en aquel tiempo había diez parroquias: Santa María, Santiago, San Gil, San Miguel, San Esteban, San Nicolás, San Andrés, San Julián, San Ginés y Santo Tomé-; a partir de ese año, el propio concejo asumió su organización, más bien su coste, aunque encomendando al párroco de San Esteban –esta desaparecida iglesia estaba en la plaza del mismo nombre- su gestión. Por cierto, este cura, llamado Alonso Díaz, lo era también de la comunidad mercedaria de San Antolín -cuyo convento se situaba en lo que hoy es la calle de la Merced, de ahí viene precisamente su nombre- fundada por frailes catalanes, región española en que más pronto se impulsó la celebración del Corpus. Fray Gabriel Téllez, Tirso de Molina, a finales del XVI y principios del XVII, vistió hábitos en ese Convento.

Uno de los elementos más genuinos del Corpus de Guadalajara lo aporta la Cofradía de los Apóstoles, conformada por trece hombres que representan a Jesús y sus doce apóstoles, que preceden a la custodia en la procesión del Santísimo, y que son acompañados por niños y niñas vestidos de Primera Comunión. Esta Cofradía es una de las más antiguas de la ciudad y sus reglas y constituciones son muy singulares; aporto cuatro de ellas como muestra: la titularidad de los “rostros” –así llamados porque hasta la Guerra Civil de 1936 los cofrades portaban una especie de máscaras con la efigie y el nombre de cada apóstol- se hereda de padres a hijos, con preferencia de los primogénitos; salvo el que representa a Jesús, los apóstoles no pueden volver la cabeza ni hablar; están obligados a no salir del recinto en el que se visten hasta el inicio de la procesión y tienen cuatro fechas al año de obligada asistencia y participación: Jueves Santo, para asistir al Lavatorio en los santos oficios del día, en Santa María; Pentecostés, para celebrar asamblea anual y preparar la Procesión del Corpus; Víspera del Corpus, para rezar el Miserere (salmo 50, oración colectiva de petición de perdón) y Corpus, para participar en la procesión.

En la procesión del Corpus de Guadalajara, como en la de otras muchas ciudades de España, durante siglos participaron algunos singulares elementos, que aún hoy perviven en algunos lugares, como Toledo, Granada, Barcelona o Valencia, por ejemplo. Entre esos elementos estaban los carros y las rocas, que eran una especie de carrozas en las que se representaba iconográficamente la dualidad del bien y del mal, sobre el que triunfaba definitivamente la custodia, símbolo de Jesús Sacramentado y protagonista principal de la procesión del Corpus. Entre los elementos del mal estaban los dragones y, más concretamente, la Tarasca, un animal monstruoso que aún pervive en la tradición toledana del Corpus y que aquí se recreó hace unos años, siendo concejala de festejos Josefina Martínez. Recordar que tras el Concilio de Trento, se impulsó la celebración de actos de religiosidad popular en las calles y que ésta, en forma de procesiones, tenía un carácter divulgativo y catequético, algo que también está en el origen de los pasos de Semana Santa.

Termino este breve aperitivo de aluvión sobre el Corpus local diciendo que el origen de la extendida tradición española de los Gigantes y Cabezudos, curiosamente estuvo en su presencia en las procesiones del Corpus, desde el siglo XV, como elementos asustadizos y del mal, hasta que Carlos III lo prohibió. Precisamente, la comparsa actual de Guadalajara tuvo sus principios en la procesión del Corpus y, tras prohibirse participar en ella, no salió de nuevo, en este caso ya como pasacalles festivo, hasta el año 1900, cuando se recrearon dos gigantes (el chino y la china) y dos cabezudos (don Quijote y Sancho), realizados en el taller de Ribalta y que costaron 300 pesetas. De las de entonces, claro.

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