Capitales de la soledad

Ya se está poniendo el sol en la mayoría de los pueblos de Guadalajara, esos en los que solo amanece de verdad unos pocos días al año, cuando los hijos de la tierra y sus hijos y sus nietos, y aún sus bisnietos, vuelven por unos días a ellos, dejando atrás las ciudades, o los pueblos grandes que juegan a ser ciudad, a los que tuvieron que emigrar en busca de trabajo, pan y futuro, dejando atrás penurias, hambre y pasado, mucho pasado.

Aunque el sol sale y se pone todos los días, en esos muchos pueblos de Guadalajara en los que apenas viven unas pocas familias de continuo, el sol de verdad solo sale cuando sus hijos, nietos y bisnietos regresan a ellos y sólo se pone cuando vuelven a marchar. Esos días del regreso duran más de veinticuatro horas y únicamente es de noche cuando se vuelve a poner el sol el día en que el pueblo vuelve a ser una hipérbole de silencio y soledad, de arrugas y lágrimas secas, de pieles agrietadas por el viento, el frío y el calor extremos en esos campos cada vez más yermos.

Hace ya muchos años que los pueblos de las guadalajaras son puro maximalismo, como el mismo clima mesetario: o el pueblo está lleno a reventar en agosto o el pueblo está más vacío que un saco desfondado la mayor parte del año; o el sol hace caer hasta los palos de los sombrajos o el frío provoca tiritones de padre y muy señor mío. Lo he dicho muchas veces y lo diré aún muchas más, aunque procuraré siempre decirlo de distinta forma: en Castilla sólo hay dos estaciones, la de invierno y la de verano, porque donde también había estaciones de ferrocarril las están cerrando por falta de viajeros y eficiencia en el gasto. De vez en cuando, nuestra tierra nos regala un invierno suave al que llamamos primavera y un verano templado al que llamamos otoño. Y es cuando nos damos cuenta de que Castilla es muy hermosa, pero como no es presumida, prefiere mostrarse sin maquillaje, simplemente con la cara lavada y el pelo bien atusado.

En los pequeños pueblos de Guadalajara, que son cada vez más y más pequeños, antes en verano sólo se ponía el sol de verdad cuando acababa el esforzado, intenso y decisivo tiempo de la cosecha, en el que los labradores se jugaban el bienestar de todo un año, continuamente amenazado por mil y un avatares: falta o exceso de lluvia –generalmente, lo primero-, falta o exceso de sol –generalmente, lo segundo-, pedrisco, viento, fuego,… Ahora, como decía, el sol solo sale de verdad cuando vuelven los hijos, los nietos y los bisnietos del pueblo, aunque sea para unos días, y se pone cuando se marchan. Porque la verdadera cosecha de los hombres son sus hijos.

Dice un canto tradicional de siega recogido e interpretado por ese veterano y extraordinario grupo de folk castellano que es el Nuevo Mester de Juglaría que “ya se está poniendo el sol, ya se debiera haber puesto; para el jornal que ganamos, no es menester tanto tiempo”, una segadora que recuerda tiempos felizmente superados en los que el hombre tenía que arrancarle el trigo a las entrañas de la tierra a golpe a brazadas, tras incontables tajos de hoz y zoqueta, dejándose la riñonada y la piel en los campos de cereal en los que, hoy, el sudor de los hombres lo suple el gasoil de las máquinas cosechadoras que empiezan a trabajar en junio en el sur y acaban en agosto en el norte, como antaño ocurría con las cuadrillas de segadores.

Con el final de agosto llega el tiempo en que los pueblos, sobre todo los más pequeños, vuelven a ser capitales de la soledad, hasta el punto de que en muchos de ellos tan sólo viven todo el año unas pocas familias, cada vez más reducidas de miembros y éstos progresivamente más mayores. Desde el punto de vista sociológico, este tipo de pueblos tienen fecha de caducidad si no se repueblan, bien con sus propios hijos y sus descendientes, o bien con los llamados “neo-rurales”, es decir, gentes de ciudad, generalmente jóvenes, que optan por emigrar al campo para cambiar radicalmente de entorno e, incluso, de modelo vital.

Lo dicho al principio: en cuanto reviente el último cohete festivo, se arrastre el último toro o se acabe el último baile, el sol volverá a ponerse de verdad y para mucho tiempo en las guadalajaras más despobladas, en las que las noches son eternas, casi como en los inviernos boreales. Al fin y al cabo, el círculo polar ártico no está tan lejos de esta despoblada Castilla pues ambos territorios comparten, en algunas de sus zonas –del Señorío de Molina y de las Serranías del Norte, entre ellas- densidades de población inferiores a un habitante por kilómetro cuadrado.

Puede que el sol se ponga de verdad y por tanto tiempo en estas tierras porque apenas tenga gente para la que amanecer.

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