Buero regresa a su ciudad predilecta (1)

El Ayuntamiento de Guadalajara ha acertado de pleno al designar a Carlos Buero Rodríguez, el único hijo vivo de Antonio Buero VallejoEnrique Buero, un año menor que Carlos, murió en accidente en 1986-, como pregonero de las ferias y fiestas de Guadalajara de septiembre de 2016, el mes y el año en que se va a cumplir el centenario del nacimiento del gran dramaturgo en nuestra ciudad, hecho que tendrá lugar, exactamente, el próximo día 29, festividad de San Miguel.

Y digo que ha acertado de pleno, no solo por lo oportuno de la designación dada esta importante efeméride que en unos días se va a conmemorar, sino porque Carlos, por sí mismo, a través de su erudito, inteligente y profundo pregón, se ha descubierto para la ciudad en la que nació y vivió su padre hasta los 18 años de edad como un hombre que, si no ha cultivado más el campo de las letras, es porque no ha querido, o no se han dado las circunstancias en su vida, pero no porque no haya podido o tenido capacidad. De casta le viene al galgo, utilizando el sapientísimo refranero castellano, y no solo lo digo por vía paterna, sino también por la materna pues su madre, Victoria Rodríguez, ha sido una gran actriz, hasta el punto de obtener el Premio Nacional de Interpretación, en 1957, precisamente por su papel en “Hoy es fiesta”, una de las obras más conocidas de Buero.

Carlos Buero leyó en el Teatro-Auditorio arriacense -el gentilicio para los habitantes de la ciudad de Guadalajara que más le gustaba emplear al dramaturgo- que, con toda justicia, lleva el nombre de su padre desde su inauguración en diciembre de 2002, un pregón de auténtica altura intelectual, magníficamente construido y, como ya he dicho, profundo y erudito, algo, a mi juicio, nunca censurable; bien al contrario, siempre de agradecer pues para escuchar cosas comunes, recurrentes, reiterativas y, a veces, hasta vulgares sobre la fiesta, ya hay demasiados espacios y tiempos. Y pregoneros… Y, evidentemente, no me estoy refiriendo a los que han abierto en años precedentes las ferias de la ciudad, pues todos ellos han estado a la altura de las circunstancias y su elección me ha parecido siempre correcta y, a veces, también oportuna. Por cierto, una sugerencia para el Ayuntamiento: no estaría mal que, cada cierto tiempo, cuando haya material suficiente -y hace tiempo que lo hay de sobra- se editara un libro que recogiera los pregones de las ferias y fiestas de la ciudad. Lo escrito y publicado, permanece.

buero-hijoAl elogiar el docto pregón de Carlos Buero no pretendo, ni mucho menos, dármelas yo de culto; bien al contrario, confieso que, entre que ya ando algo “teniente” del oído y que, en algunos momentos, el pregonero, precisamente porque jugó a ser “personae” -o sea, se puso la máscara de actor- y dio una inflexión en tono bajo a algunos pasajes de su discurso, se me escaparon algunos detalles de su pieza y otros me obligaron, después, a acudir a mi limitada pero muy querida biblioteca, a conocer, aclarar o ampliar algunos datos del origen festivo del teatro, en la antigua Grecia, que, al fin y al cabo, fue la idea central del pregón.

Confieso que eché de menos algunas referencias a la vinculación del padre del pregonero con la ciudad de Guadalajara, que esperaba con curiosidad pues estoy inmerso en un proyecto editorial sobre ello, pero entiendo perfectamente que el discurso que Carlos Buero trajo a Guadalajara no quiso transitar por esos derroteros, sino que eligió un camino mucho más difícil y comprometido para él, pero muy aportador para el auditorio, lo que sin duda es de agradecer. Tiempo habrá en las próximas semanas e, incluso, meses, para que, quienes puedan y quieran, escriban y hablen sobre “Buero Vallejo y Guadalajara”, hijo y ciudad, ciudad e hijo, que no siempre caminaron unidos, pero siempre lo hicieron juntos pues, como el propio literato dejó escrito en su “Apunte autobiográfico”, en 1987, “de la infancia procede, ciertamente, casi todo”. Y en Guadalajara no solo nació, sino que aquí vivió toda su niñez, su mocedad -salvo un lapso de un par de años en que residió en el norte de África por destino militar de su padre- y su primera juventud, hasta que marchó a estudiar Bellas Artes a Madrid, en 1933, y al año siguiente fue allí destinado su padre, fijando ya al año siguiente, tanto él como su familia, su residencia definitiva en la capital de España.

No solo tiempo, sino también espacio, tendremos para hablar de Buero y su vinculación con Guadalajara en su centenario, porque es oportuno y justo que así lo hagamos y porque quiero contribuir, en la medida de mis limitadas posibilidades, a que nuestro célebre e insigne paisano no siga solo siendo, para demasiados, el nombre de una calle, un instituto o el teatro de la ciudad. Termino ya esta primera entrega sobre el hijo de Francisco Buero García -un militar gaditano que se formó, primero, y después formó en la Academia de Ingenieros de Guadalajara, y de María Cruz Vallejo Calvo, una buena mujer nacida en Taracena- con unas significativas palabras suyas, pronunciadas en el acto oficial en que recibió la Medalla de Oro y el título de Hijo Adoptivo de la ciudad, el 9 de marzo de 1987: “Llevo a Guadalajara en el corazón y la he llevado toda mi vida”. Una afirmación, al tiempo que confesión, que subrayó con esta otra: “He conocido algunas ciudades durante mi vida, pero os aseguro que, si ahora me nombráis ´Hijo predilecto de Guadalajara´, mi ciudad predilecta también es Guadalajara”.

Felices ferias y fiestas buerianas, paisanos, y haced caso al excepcional pregonero que hemos tenido este año: aprovechad que este tiempo festivo nos brinda “la ocasión para quitarnos el corsé de nuestro personaje y dejar correr libremente nuestras energías sin fin ni propósito”. Pero siempre con mesura y respetando a quienes opten por seguir siendo el mismo “personae” que ya son a diario.

Buero Vallejo y su hijo Carlos a la edad de dos años. Foto Basabe. Biblioteca virtual MIguel de Cervantes.

               

 

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