La Caballada, historia viva de Castilla

Si hay una fiesta tradicional superlativa en la provincia de Guadalajara esa es, sin duda, la Caballada de Atienza. Afirmar esto no es desmerecer al amplio, singular y valioso abanico de fiestas provinciales de raigambre, sino poner las cosas en su sitio. Colocando a la Caballada en la cúspide festiva costumbrista de Guadalajara solo reconozco que es la más antigua de cuantas hay datadas y se celebran en la provincia, que es la que tiene un mayor calado, sentido y argumento histórico, al tiempo que la que mejor se ha mantenido y documentado, y, aunque esto ya es más opinable y no objetivo como lo anterior, es una de las más bellas por su formato y programa e, incluso, por el extraordinario entorno en el que se celebra.

El domingo, 20 de mayo, festividad de Pentecostés, volvió a celebrarse la Caballada atencina que conmemora el histórico y Real -así, con mayúscula- hecho, acaecido hace más de 855 años, gracias al cual el entonces rey niño, Alfonso VIII, fue salvado de una más que probable muerte gracias a la ayuda que le prestaron los recueros de Atienza. Efectivamente, los mercaderes de la histórica villa castellana, sabiendo que el tío del llamado “Rey pequeño” -en él se inspiró Chani Pérez Henares para su excelente novela homónima-, el rey Fernando II de León, quería prenderle y darle muerte para quedarse también con el trono de Castilla, le sacaron del pueblo, al que tenían sitiado los leoneses, con una curiosa estratagema: Escondiéndole entre sus caballerías y mercancías, como si fuera un hijo suyo y no el mismísimo rey castellano, e integrándole como uno más en una de las frecuentes reatas de caballerías cargadas de mercancías que salían a trajinar desde Atienza, superando así a la guardia leonesa que trataba de impedir la huida del niño rey de su cerco. Ese es, en resumen y contado de forma sencilla, el importante episodio histórico que se conmemora, todos los años, con la celebración de “La Caballada”, declarada oficialmente Fiesta de Interés Turístico Nacional en 1980, junto con otras 28 importantes celebraciones de toda España, entre ellas el Festival Medieval de Hita.

Como dejó escrito el recordado y querido investigador y etnógrafo, José Ramón López de los Mozos, fallecido hace tan solo un par de meses, “para conmemorar ese suceso, los arrieros vecinos crearon una cofradía denominada de la Santísima Trinidad, pero sin olvidar a su anterior patrón, que no era otro que San Julián”. Esa histórica Cofradía es la que, desde hace ya más de ocho siglos, ha gestionado y hecho posible la celebración y pervivencia de La Caballada, incluso en tiempos muy complicados, como los provocados por las numerosas guerras acaecidas a lo ancho de tan largo tiempo, o por las crisis económicas y, especialmente, sociales, como lo es la de la despoblación, que no cesa en nuestro medio rural. Recordemos que Atienza, hoy, apenas tiene menos de medio millar de habitantes.

Según recogía también López de los Mozos en uno de sus muchos trabajos dedicados a la fiesta atencina, “el escrito más antiguo que certifica la celebración de esta Caballada es un albalá de Alfonso X el Sabio, fechado en 28 de octubre de 1255 en Burgos, en el que viene a ratificar otro anterior firmado en Peñafiel en 1232 por Fernando III. Dice así: «Don Alfonso, por la gracia de Dios rey de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, y una carta del rey don Fernando my padre, hecha de esta guisa: «Fernando, por la gracia de Dios rey de Castilla, de Toledo, de León y de Galicia,… Sabed que yo mando a todos los recueros de Atienza que anden seguros por todas las partes de mi reino con sus mercancías y con sus bestias y con cuantas cosas consigo trajeran, no sacando cosas vedadas del reino. Mando y defiendo firmemente que ninguno sea osado de embargarlos ni prenderlos si no fuese por su deuda manifiesta o por fiadora que ellos mismos hubiesen hecho, y el que lo hiciese, encontraría mi ira, habiendo de pagar a la corona como multa mil maravedíes, y a ellos todo el daño doblado. Facta carta apud pennafidelis Rege exprimente XVIII die Jannuary Era MCCLXX secunda». Y yo el sobredicho rey don Alfonso otorgo esta carta y mando que valga. Dada en Burgos. El rey la otorgó a XXVIII días de octubre Era de mil doscientos noventa y tres años (1255). Aparicio Pérez la hizo por mandato de don Garci Pérez. Notario del Rey».

Uno de los muchos méritos acumulados secularmente por la Cofradía de la Santísima Trinidad -además de, por supuesto, haber preservado esta fiesta en su forma y esencia- es el de conservar importante documentación histórica que, hasta hace muy poco, custodiaba cada año el prioste de turno -el mayordomo o hermano mayor-, pero que ahora, con buen criterio, se conserva en el Archivo Histórico Provincial. Entre esos valiosos legajos hay varios de ellos signados de puño y letra por reyes castellanos como Fernando IV, Alfonso XI, Pedro I, Enrique II y Enrique III, entre otros. La Caballada es, pues, historia viva de Castilla, sin apellidos ni manchas.

Termino diciendo que si alguien aún no ha tenido la oportunidad de vivir -y, especialmente, sentir- directamente la Caballada, ya está tardando en apuntarse en su agenda del año que viene la cita obligada que tiene en Pentecostés. Para quienes quieran ir ambientándose y hacerse una idea de lo que es y representa, así como conocer -o reconocer si ya se conoce- el incomparable marco en el que se celebra -Atienza en primavera es un homenaje a todos los sentidos-, hasta el día 3 de junio tienen una cita en la Posada del Cordón (Centro de Interpretación de la Cultura Tradicional dependiente de la Diputación de Guadalajara), donde pueden ver la exposición «La Caballada de Atienza. Ocho siglos y medio de recueros y mercaderes”, al tiempo que disfrutar de la importante muestra permanente de este centro.

Foto: La Cofradía de la Santísima Trinidad accediendo a la Plaza del Trigo por el Arco de Arrebatacapas. Fondo Layna Serrano.- CEFIHGU.- Diputación de Guadalajara  

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