Lavanda alcarreña de Loewe

Aunque ya se van agostando y la cosecha va muy avanzada, los espectaculares campos de lavanda de Brihuega siguen atrayendo turistas y dinamizando económicamente una zona que, como la mayor parte de las de la Guadalajara rural, languidecía con los cultivos tradicionales y llevaba décadas despoblándose y vaciándose. El segundo domingo de agosto, que se avino con un sol de justicia y de “polvo, sudor y hierro”, como con los que cabalgaba el Cid en el poema “Castilla”, de Manuel Machado, el ocaso en los campos de lavanda convocó a cerca de un centenar de personas, que se dice pronto. Durante el día, el goteo de visitantes también fue constante, a pesar de que el mejor momento de estos campos ya ha pasado, gran parte de ellos están cosechados y el fuerte calor no invitaba, precisamente, a echarse a los llanos alcarreños con el sol en todo lo alto.

En lo que antaño fueran estepas cerealistas, salpicadas de bosquetes de chaparros, desde hace menos de cuatro décadas se cultiva la lavanda, aunque en realidad la mayor parte de estos campos son de lavandín, un híbrido entre el espliego y la lavanda. Fue un maestro briocense, Álvaro Mayoral, quien hace cuatro décadas se trajo unos esquejes de lavandín de la Provenza francesa -la zona europea más conocida en la que se cultiva la lavanda y que aglutina gran parte de la producción mundial junto con China, Bulgaria y ahora también España, fundamentalmente Brihuega– que supusieron el inicio de estos coloristas y fragantes campos en nuestra provincia. Pese a que puede haber hasta quien piense que el objeto de su plantación fue y es promover el turismo en la época de su floración, que tiene lugar en la primera mitad del verano, estos campos aportan en realidad casi el 10 por ciento de la producción mundial de lavandín y lavanda, un producto básico en la alta y media perfumería. De hecho, quien más ha impulsado la explotación agraria de estos campos, al tiempo que su aprovechamiento turístico, es Emilio Valeros, uno de los más grandes perfumistas españoles de todos los tiempos, ya septuagenario, y que fue director técnico de la prestigiosa firma Loewe durante más de 30 años, tras haber trabajado para algunas de las empresas francesas de cosméticos de referencia. A su buen olfato, su extraordinario criterio profesional y acreditado buen gusto se deben cerca de un centenar de perfumes, algunos tan reputados como los de las marcas “Solo Ella”, “Loewe Solo” o “Loewe Agua”. Valeros es un destacado miembro de la Academia Española del Perfume en la que, como no podía ser de otra manera, ocupa el sillón “Lavanda”. Él es el gran impulsor del Festival de la Lavanda que, cada año, excepto éste por causa del coronavirus, se celebra en el mes de julio en Brihuega y que progresivamente atrae a más visitantes y tiene más peso en la economía local, sobremanera en el sector servicios. El gran interés y atención que las RRSS y los medios de comunicación nacionales e, incluso, internacionales, vienen prestando en los últimos años a los campos de lavanda briocenses –se suelen referir a ellos como la “Provenza española”- y a su Festival de la Lavanda, están contribuyendo decisivamente a su conocimiento y difusión, una publicidad y una promoción gratis, impagable y, por lo que parece, también imparable.

Son ya más de mil hectáreas de estas aromáticas las que se siembran anualmente solo en la zona de Brihuega, la mayor parte de ellas propiedad de la familia Corral, si bien también hay algunos campos de mucha menor extensión de este cultivo en otros municipios alcarreños, como por ejemplo Almadrones o Escamilla. Es muy significativo el hecho de que, anualmente, los campos de lavanda vayan creciendo en torno a un diez por ciento en extensión en la zona de Brihuega. Sin duda, el lavandín y la lavanda han llegado para quedarse en la Alcarria, al menos mientras su producción sea totalmente absorbida por el mercado, como lo es hasta ahora, y su rentabilidad supere claramente a la de los cultivos tradicionales de la zona, fundamentalmente el cereal. El clima, el suelo y la altura de la Alcarria son idóneos para que los campos de lavanda se desarrollen de la feliz manera en que lo vienen haciendo; las abejas no se equivocan, además de muy trabajadoras, son muy listas, y desde la noche de los tiempos han elegido estas tierras para hacer la mejor miel por la riqueza, variedad y calidad de sus plantas aromáticas. La nariz de los buenos perfumeros debe ser tan fina y capaz de captar matices como la de las abejas. Puede que algún día, que seguramente no conoceremos porque el proverbial “chauvinismo” galo pondrá pie en pared para evitarlo, a la Provenza alguien la llame la “Alcarria francesa”.

En todo caso, es evidente y progresivo el aprovechamiento turístico de los campos de lavanda briocenses; el problema de este nuevo y potente recurso es su estacionalidad extrema, pues la duración del momento álgido de su floración no supera los dos meses. Crear productos y servicios en torno a la lavanda que rompan esa estacionalidad -un museo del perfume, un centro de interpretación virtual de los campos de lavanda, un aula de iniciación a la perfumería… se me ocurren como ideas en tormenta- es una clara oportunidad de futuro que pueden y deben aprovechar Brihuega, en particular, y la Alcarria en general.

Si una jarcha ya comparaba, en el aún balbuciente castellano de finales del XI y principios del XII, la alegría de una mujer por el regreso de su amado con un amanecer en la ciudad de Guadalajara, pocas puestas de sol hay en España parangonables en belleza con las de los campos de lavanda de Brihuega en la primera mitad del verano. No dejen de visitar Brihuega, en este tiempo y en cualquier otro. La lavanda es una de las muchas motivaciones que hay para hacerlo.

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