La levedad de la tierra

Entre la Virgen del Carmen y Santiago, las dos festividades más señeras que trae el mes de julio en el calendario, se nos ha muerto Emilio Clemente Muñoz, un buen hombre, una buena persona que, además, llegó a ostentar altas responsabilidades políticas provinciales, la más notoria de ellas la presidencia de la Diputación, entre 1982 y 1983. Emilio tenía 78 años el 21 de julio, día en que falleció a primera hora de la mañana, en su casa de Guadalajara, rodeado del amor de sus dos hijos, Emilio y Antonio, del de sus hijas políticas, Nelsy y Sandra, del de sus queridísimos nietos, Nelsy, Mencía, Emilio y Matías, y también del de Mila, su amada esposa Mila que murió demasiado pronto porque el cielo no quiso, no pudo o no supo esperar. Juntos de nuevo, como siempre han estado incluso cuando ella había partido, ya descansan en paz.

                Emilio Clemente nació en Valhermoso, un pueblecito del Señorío de Molina al que quiso tanto que, pese a estar físicamente distanciado de él muchos años por motivos profesionales, regresó y se entregó en cuerpo y alma a él cuando en 1995 fue elegido alcalde, cargo que ocupó todo el tiempo que quiso, concretamente hasta 2011, momento en que consideró que, por razones de edad, debía dejar paso. Fue tan buen alcalde de su pueblo, el cargo político que me consta más le agradó ostentar, que además de ser elegido por mayorías absolutísimas las cuatro veces que se presentó, los vecinos le rindieron un cálido homenaje popular de agradecimiento el 15 de agosto de 2002. Él mismo me contó que aquel momento lo vivió con especial intensidad y emoción y en su discurso de contestación al homenaje, no se arrogó para sí ningún mérito, sino que lo compartió con todo el pueblo abogando por el trabajo comunitario, la paz social y la ética y los valores haciéndose esta pregunta: “¿O es que la envidiable concordia y paz social (vivida en Valhermoso), reconocida por propios y ajenos, se logra sin la colaboración general y la posesión de unos valores éticos y morales enraizados en lo más profundo de nuestro ser?”. Esta reflexión define, perfectamente, lo que era Emilio: un hombre comprometido, generoso y luchador que prefería el nosotros al yo, que anteponía principios y valores a intereses y que, como Rousseau, creía en la bondad intrínseca del hombre, aunque tuvo alguna experiencia personal que, a cualquier otro, pero no a él, le hubiera alejado de este postulado.

Retrato de Emilio Clemente de la galería de presidentes de la Diputación. Obra de Rafael Bosch. 1983

                Como decía al principio, Emilio Clemente fue presidente de la Diputación entre 1982 y 1983, sucediendo a Antonio López Fernández y precediendo a Francisco Tomey Gómez. Fue, por tanto, miembro de la primera corporación provincial (1979-1983) elegida democráticamente tras la aprobación de la Constitución de 1978. Una corporación absolutamente atípica pues la conformaron 24 diputados, todos ellos de la UCD, 8 por cada partido judicial: Guadalajara, Molina y Sigüenza. Él fue diputado provincial por el de Molina, siendo también en aquellos años teniente de alcalde de Molina de Aragón, cuando su compañero y buen amigo, Antonio López Polo, era el alcalde, uno de los más jóvenes de toda España. Aquella Diputación monocolor, lejos de ser una balsa de aceite, tuvo varios momentos de convulsión interna, hasta el punto de que una amplia mayoría de diputados, aún en contra de las directrices de su partido, decidió relevar al presidente, el ya citado Antonio López, y aupar al frente de la corporación a Emilio Clemente. Conozco de primera mano los entresijos de aquel episodio político, pero no es el momento de revelarlos. Lo que sí voy a decir es que Clemente fue un presidente que buscó el acuerdo y la concordia entre los diputados, pese a que había alguno especialmente levantisco y con algún interés espurio que se lo puso muy difícil. En todo caso, dos fueron las principales y más relevantes medidas que, en apenas unos meses de mandato, implementó en la Diputación: la creación de los centros comarcales —que aún perviven y son ejemplo de eficiencia y cercanía en la prestación de servicios a los pueblos— y la equiparación en horario y salario de los funcionarios al conjunto de la función pública. Cuando él accedió al cargo, los funcionarios de la Diputación teníamos un horario reducido y, por tanto, cobrábamos alrededor de un 40 por ciento menos que otros funcionarios locales. Con aquella medida, los empleados de la Diputación pasamos de serlo a tiempo parcial para serlo a completo. La provincia, entonces desangrándose poblacionalmente —su mínimo histórico se dio en 1981, con 143.000 habitantes—, necesitaba, más que nunca, una Diputación fuerte y activa, porque, además, estaba recibiendo más recursos del Estado al comenzar a descentralizarse, pero vivir aún en un período preautonómico. Después, tras el enorme poder que había acumulado la UCD en los primeros años de la Transición, su desintegración como un azucarillo en un vaso de agua terminaron llevando a Clemente al CDS de Suárez, de quien se consideraba amigo y siempre fue confeso admirador. En esta etapa ya no acumuló cargos de relevancia, hasta que en 1995 y hasta 2011, como ya hemos comentado, fue alcalde de Valhermoso por el PP, aunque creo que sin ni siquiera militar en el partido. El partido de Emilio siempre fue su pueblo, su Molina, su Guadalajara y su España desde una óptica liberal con sensibilidad social.

                Comentaba su muerte con un buen amigo molinés, como Emilio y como mi abuelo paterno, y nos despedíamos de él como lo hacían los romanos al enterrar a sus deudos: “Sit tibi terra levis” (Que la tierra le sea leve). Eso es lo que le deseo: paz en la levedad de la tierra.

Julio: cosechas de palabras

Julio fue siempre un mes más de trabajo que de fiesta porque en esta tierra castellana era, y es, el tiempo habitual de la cosecha, el decisivo para completar el ciclo más notorio y decisivo del labrado y laboreo de la tierra porque el cereal, en general, y el trigo, en particular, era, aunque ya solo lo es en parte, la base de la alimentación de las principales fuerzas del trabajo: hombres y animales. La cosecha de julio, que ahora ya se inicia e, incluso, acaba en junio, al menos en las tierras menos altas de la provincia, tenía por objetivo —y tiene, pero ahora de una manera menos directa y tangible— llenar los graneros con los que prepararse para el otoño y el invierno, tiempo de frutos el primero y ya solo de despensas el segundo, aunque la recogida de la oliva fuera, y siga siendo si es que hay quien la recoja, labor de este tiempo.

            Cuando el hombre trabaja, la fiesta debe esperar, y viceversa. O debería. Malo es que una cosa y otra se mezclen porque, como dice el refrán, “trasnochar y madrugar no caben en el mismo costal”. Así las cosas, y salvo puntuales excepciones de patronazgos de santos o advocaciones marianas de julio muy arraigados —San Cristóbal, la Virgen del Carmen y Santiago, especialmente—, julio solía ser un mes poco festero, quedando ese adjetivo para los meses de agosto y septiembre, en los que habitualmente se concentran el 90 por ciento de las fiestas de la provincia. Cada vez más, porque muchos pueblos han optado por atrasar o adelantar sus festejos principales y llevarlos, sobre todo a agosto, que es cuando el personal se concentra en ellos, mientras que el resto del año está disperso por causa de la centrifugación demográfica que supuso la emigración masiva del medio rural al urbano entre los años 60 y 80 del siglo pasado. Y que no ha cesado en las siguientes décadas, incluso hasta la actual, si bien ya en forma de goteo porque queda tan poca gente en nuestros pueblos, que ni siquiera da para que emigre en masa.

            Todos somos, hemos sido o seremos migrantes. Guadalajara es un claro ejemplo de eclecticismo socio-demográfico. Incluso muchos a quienes nos tienen por “GTV” —De “Guadalajara de toda la vida”—, somos más de pueblo que el tomillo; yo mismo puedo servir de ejemplo: mi abuelo paterno era de Otilla, un pueblecito de Molina; mi abuela materna, de El Casar, pero descendía de Valdenuño y Fuentelahiguera, y mis abuelos maternos y mi madre, de Taracena; mi padre nació en Cifuentes, pero vivió en Colmenar de la Sierra, Zaorejas, Alcocer, El Casar, Galápagos, Taracena y Guadalajara—. Antes, la gente nacía y solía morir en la misma casa o, como muy lejos, en el pueblo de al lado, si es que se había casado allí y había pagado la patente, claro, porque quitarle mozas casaderas a la aldea vecina no podía salir gratis. Eso sí, había quienes se resistían a ello y, como mandaba la tradición, acababan en el pilón de la fuente, entre las babas de las caballerías y los renacuajos por no pagarse unos cuartillos de vino y algo de pan —mejor un cabrito o cordero— con los que andar el camino.

Hace ya muchas décadas que a los niños se les ha olvidado nacer en los pueblos y casi todos, aunque cada vez menos, nacen en ciudades, muchas de ellas apenas pueblos antes de crecer en aluvión. Bien cerca tenemos muchos ejemplos a los que, incluso por los días en que celebran sus fiestas locales, con patronazgos de santos muy vinculados a la tradición agraria, se les ve, por debajo del faldón urbano de reciente cuño, sus tradicionales enaguas rurales. Aunque hay quienes sostengan que el campo es lo que hay entre dos ciudades, éstas no dejan de ser pueblos que se han pasado de frenada y que han crecido, no por sí mismos, sino porque son dormitorios de otras ciudades que también fueron antes pueblos. O sea, una ciudad es un pueblo que se acomplejó de serlo y quiso crecer o, mejor dicho, le quisieron crecer, incluso a costa de las mejores tierras de cultivo, simplemente porque era un buen sitio para plantar fábricas en vez de cereal y, últimamente, para sembrar viviendas más baratas que las que ofrecen las ciudades donde se concentra el trabajo.

Cartel de Versos a Medianoche Guadalajara 2024

            Y en estos julios de hoy, tan alejados de aquellos de ayer con eternas jornadas de siega, acarreo, era, parva, grano, troje y sudor de sol a sol, hasta la fiesta cabe en el mismo costal. Prueba de ello no solo es el Festival Medieval de Hita, que hace ya seis décadas que se coló a primeros de julio en el calendario festivo provincial, también lo son las históricas fiestas del Carmen molinés con sus coloristas ”cangrejos”, o las de la carmelitana Pastrana, precedidas este año en junio por su Festival Ducal, o las de la Lavanda en Brihuega, una cita que ha irrumpido con una inusitada fuerza en el panorama, no solo nacional, y que ha venido a traer color a la tierra que mejor huele del mundo. Y entre tanta fiesta tradicional y popular, también hay un hueco para festejar la palabra a través de la poesía en los Versos a Medianoche de Guadalajara —Martes, 9 de julio, 22 horas, Palacio del Infantado, un David compitiendo con el Goliat “fútbol a medianoche”—, los Versos a Medianoche de Pastrana —en cuya organización me consta que está trabajando su ayuntamiento para rendir homenaje a los poetas que se han inspirado en la villa Ducal, desde Santa Teresa a Ochaíta y Suárez de Puga— y Noche de versos en Torija —viernes, 26 de julio, 10 de la noche—, la velada poética que desde hace décadas organiza Jesús Campoamor, el poeta del pincel que pinta con óleos envueltos en velo los colores de la Alcarria.

La jiga de los gatos de la rue Saint-Malo

No fue ayer cuando asumí que la vida va en serio —a veces, demasiado— y que la condicionan más las causalidades que las casualidades. El azar está ahí, sin duda, jugando a la ruleta —a veces, incluso, a la rusa—, y la suerte, buena o mala, también está siempre ahí, si bien las cosas suceden más por acción e intención que por inacción y ventura. Con este inicio tan filosófico —tirando a pardo— no pretendo disuadir al lector de que cese aquí su interés por esta entrada, bien al contrario, lo que persigo es situar una casualidad de la vida en su justo lugar. Intentaré explicarme: el sábado, 22 de junio, mientras Gwendal, el veterano y extraordinario —casi mítico para algunos, entre los que milito— grupo de música celta de origen bretón protagonizaba la actuación principal del festival Solsticio Folk en Guadalajara, en un parque de San Roque abarrotado de público, yo estaba de viaje, precisamente, en la Bretaña, su preciosa tierra francesa. Exactamente en Brest, capital de la Finistère gala, el final de la tierra francesa, como el cabo coruñés de Finisterre lo es de la española. El origen toponímico de ambos lugares es obvio: galos e hispanos, cuando el terraplanismo era la única opción y no solo la de los tontos, creían que allí se acababa la tierra. Cada uno en la suya, por supuesto.

Gato en la casa azul de la rue de Saint-Malo en Brest (Bretaña)

            No es causal, sino casual, que yo anduviera en la Bretaña cuando el grupo de música bretón de referencia y más reconocido internacionalmente actuaba —por tercera vez, por cierto— en Guadalajara, Castilla, España. Sí es causal y no casual que, siendo yo concejal de festejos del Ayuntamiento de la capital (1999-2003), Gwendal actuara aquí por primera vez, concretamente en unas ferias, y que en su tercera visita a la ciudad y segunda participación en el Solsticio Folk, se cumplieran 25 años de su inicio, algo de lo que fuimos corresponsables mi entonces compañero concejal de cultura —y siempre amigo— Paco González Gálvez y yo. No es casual, sino causal, que al conmemorarse el 25 aniversario del nacimiento del Solsticio Folk, este año se nos haya homenajeado a ambos en él, algo que agradezco mucho —mejor, agradecemos, porque sé que también hablo en su nombre— a los concejales, técnicos municipales y colaboradores externos —sobre todo a La Tradición Oral— que se hayan acordado de nosotros. Es casual y no causal que, como ya he dicho, el día del Solsticio Folk y, por tanto, de nuestro homenaje, yo estuviera en la Bretaña y el grupo bretón por y de excelencia, estuviera en Guadalajara. Paco, una bellísima persona y un gran concejal de cultura, no suficientemente reconocido pese a ser durante su periodo de mandato cuando se inauguró el Teatro Buero Vallejo y se antepuso la gestión pura y dura a la cultura politizada, se bastó y sobró para representarnos a los dos en el homenaje.

            Me despido ya de este juego de casualidades y causalidades agradeciendo nuevamente el homenaje, como ya hice en el vídeo que dejé grabado antes de partir a Bretaña, y sobre todo al líder de Gwendal, el virtuoso flautista y líder del grupo, Youenn Le Berre, que tuviera tan cálidas palabras de recuerdo hacia mi difunto y querido hermano, Carlos, maestro profesional, músico vocacional de enorme talento y apasionado y comprometido folklorista. Él fue quien me sopló al oído, con su proverbial discreción, pero con su encendido entusiasmo por la música con raíces, que Guadalajara necesitaba un festival como el Solsticio Folk y que solo le faltaba ponerle nombre, ilusión, parque y fecha. La jiga irlandesa —“Irish jig” en su título original—de Gwendal que Charly, mi querido y añorado hermano, oyó por primera vez en el Finisterre gallego, en el Festival de Música Celta de Ortigueira hace casi 50 años, sonó el 22 de junio de 2024 por y para él en San Roque porque Le Berre se la quiso dedicar. Yo también oí esa jiga de Gwendal para Charly, exactamente en Brest, en el Finistére galo, que es la parte más occidental de la Bretaña y aún de toda Francia, una ciudad portuaria y naval donde las haya y que aún se lame de las numerosas heridas que en la ciudad dejó la II Guerra Mundial pues allí centró Hitler buena parte de su ingeniería naval en la costa atlántica y fue, junto a Saint Nazaire, una de las bases de sus u-boot, los submarinos que llamaron “los lobos del Atlántico”. En el cielo de las buenas personas, en el rincón para músicos tabernarios, Carlos también escuchó esa jiga que tanto le gustaba. Me lo sopló al oído, como el inicio del Solsticio, cuando me miraban desapasionados y descreídos, en una especie de “déjà vu”, los gatos de la rue de Saint-Malo, la única de Brest que sobrevivió casi intacta a los bombardeos de la II Guerra Mundial y que hoy es una calle bohemia, de arte, artesanos y artistas de calle. Había en ella hasta un pequeño escenario en el que me pareció oír que mi hermano tocaba su violín, aunque también sonaban su dulzaina y su pito castellano, su charango de armadillo, su timple canario, su laúd y su bandurria, sus guitarras, su clarinete, su quena y su zampoña, su carrasclás y demás instrumentos que, con él, cobraban vida propia con un gusto exquisito, mucho afán de superación y toda la constancia del mundo.

            Desde la Bretaña más profunda y mientras sueño mirando al mar y al cielo: ¡Gracias Gwendal! ¡Gracias Charly!

Huetos: solidaridad alcarreña para el Sahel

Según el trabajo de Diego de Guadix, titulado “Recopilación de algunos nombres arábigos”, que data del siglo XVII, “Alcarria” es una voz de origen árabe que significa lo mismo que “alcaria”, o sea, “la aldea”, la “alcaría” o “alquería”. Guadix decía en su tratado que “a todo lo que agora llaman Alcarria, llamaron y nombraron los moros por este nombre, “Fechalcora”, que significa el collado de las aldeas o el cerro de las aldeas o el campo de las aldeas”. Otros estudiosos de la toponimia, sostienen que Alcarria viene de la voz prerromana “carri”, que significa roca, en referencia a lo pedregoso que habitualmente es su territorio. Por otra parte, en el Diccionario de Madoz se llega a afirmar que Alcarria proviene de Olcadia, la tierra de los olcades, un pueblo íbero que se asentaba en lo que hoy es la provincia de Cuenca, aunque la actual tierra de Guadalajara era entonces habitada por los arévacos. Los olcades ocupaban parte del territorio alcarreño de la actual Cuenca, pero sobre todo se asentaban al Sur del Júcar, más bien hacia la Manchuela, por lo que esta teoría se desvanece bastante en favor de la recogida por Diego de Guadix y que es la mayormente aceptaba.


Así las cosas, en esta “tierra de aldeas” y de los numerosos caminos que a ellas llevan y de ellas traen, que es sin duda la Alcarria, de vez en cuando nos encontramos con algún pueblo que, pese a su pequeñez, no solo está tendido al sol, casi despoblado gran parte del año y solo abarrotado en semana santa y agosto, sino que su corazón comunitario late de una manera especial, aunque sus hijos vivan la mayor parte del año fuera de él. Uno de esos pueblos alcarreños que no son solo una suma de heterogéneas individualidades, sino un compacto conjunto de esfuerzos y voluntades, es Huetos, una pedanía de Cifuentes, casi deshabitada durante muchos meses, pero a la que sus hijos vuelven en cuanto pueden porque, cuando les llama la tierra, la amistad y la solidaridad, tienen los oídos bien abiertos. No es un panegírico gratuito el que voy a hacer hoy de Huetos, sino un justo homenaje de altavoz y reconocimiento porque sus gentes llevan ya 30 años apoyando con su compromiso solidario personal y comunitario el proyecto de cooperación Karangasso en el paupérrimo Sahel africano, en Mali y Burkina Faso, donde labora y se esfuerza cada día desde hace ya tres décadas un hijo de Huetos, Manuel Julián Gallego Gómez, Misionero de los llamados “Padres Blancos”.
Manuel Julián trabaja sobre el terreno, incluso sobrevivió en él a una grave dolencia digestiva que salvó de milagro dada la virulencia con la que cursó y los precarios servicios sanitarios de aquella zona tan pobre; su hermano, Antonio Damián, conocido y notable fotógrafo alcarreño y buena persona donde las haya, tuvo que viajar allí de urgencia en su socorro, cargado con una pequeña maleta, la angustia por la situación crítica de su querido hermano y… una cámara de fotos que su —nuestro y de muchos más— amigo, Nacho Abascal, otro extraordinario fotógrafo, le recomendó llevar. Antonio llegó a tiempo de acompañar a su hermano en su agudo y grave proceso que, felizmente, superó, permitiéndole después aquel viaje hacer un reportaje fotográfico humanista, de auténtica categoría, que acabó siendo un excelente libro fotográfico solidario en el que Antonio evidenció una vez más su calidad humana y fotográfica: “Noticias desde Bobo-Dioulasso” tiene por título. Lo que se recaudó con su venta, fue donado al proyecto Karangasso.
Si Manuel Julián trabaja físicamente y a pie de terreno en Mali y Burkina Faso, sus vecinos y amigos de Huetos llevan acompañándole moralmente todo ese tiempo pues, desde que apeló a su solidaridad para obtener recursos para su proyecto africano, muchas son las iniciativas que en el pueblo se han puesto en marcha para este fin, especialmente el Mercadillo Solidario que se estuvo celebrando durante muchos años todos los meses de agosto, hasta que la pandemia de Covid lo impidió y se le dio un giro al asunto a partir de 2021, sustituyéndose desde entonces el rastrillo por una comida de amistad y solidaridad, en la que las gentes de Huetos aportan viandas y pagan por las aportadas por otros; lo recaudado se envía al proyecto solidario africano que tiene en Huetos su Kilómetro cero.
Desde que Huetos se comprometió con el proyecto Karangasso, se han recaudado más de 300.000 euros, una cifra que, puesta en el terreno, se multiplica por tres pues allí no se va ni un céntimo por la gatera, sino que se aprovechan de una manera muy eficiente los recursos dado que los costes de los productos y los servicios en África suelen ser muy inferiores a los de Europa. Gracias a este dinero que ha partido de la solidaridad de este alcarreñísimo pueblo, famoso por la dulzura de sus melones, se han desarrollado allí proyectos educativos, sanitarios y sociales. En este último ámbito, cabe señalar que la zona vive actualmente una de sus recurrentes hambrunas y que las ayudas recibidas se están destinando a comprar camiones de mijo y maíz, que son los cereales base de la alimentación de su población. Hace unos años, la obra social de la extinta Caja de Guadalajara también se comprometió con el trabajo misionero de Manuel Julián y de Huetos en la zona y construyó un centro de formación profesional en Bamako. Solo esa actuación ya supuso una inversión de más de 150.000 euros, que los puso la Caja, pero detrás de ellos estuvieron los hermanos Gallego Gómez, uno allí y otro aquí, junto a sus vecinos y amigos de este pueblo alcarreño, unido y solidario como pocos, además de hospitalario. Doy fe de ello. Allí no hay nadie que vaya de buena voluntad al que se le considere forastero.
Decía Cela que “la Alcarria es un hermoso país”, pero después de recorrer mil y una veces sus pueblos y encrucijadas de caminos que hasta le dieron el nombre, cada vez tengo más claro que lo mejor de esta tierra no es su paisaje, sino su paisanaje. Lo más bonito de la Alcarria, sí, no son sus colores en primavera y otoño, es el corazón de sus gentes que late en la piel que el tiempo labró en infinitas jornadas de sol a sol y viento a viento. Y en Huetos, con sus latidos amicales, fraternales y solidarios, está una de las capitales de esa Alcarria que más quiero yo.

Los cinco colores de la Alcarria

Cuando escribo esta entrada estamos en vísperas del macro-puente que este año se nos ha juntado en el calendario a los residentes en Castilla-La Mancha y que se inicia el jueves, 30 de mayo, con la festividad por lo civil del Corpus Christi, prosigue el viernes, 31, con el “día de la región” —San José Bono, San José María Barreda, Santa Cospedal, en tiempos, y ahora San Emiliano García, como llamo yo jocosamente a esta jornada festiva pues si a Georges Brassens no le sabía levantar la música militar, a mí aún menos esto que irónicamente podríamos llamar “manchegui eguna”— y, después, lo completan el sábado y el domingo, 1 y 2 de junio. Cuatro días no laborables cuatro, como diría un cartel taurino —con perdón del ministro Urtasun, un antitaurino de manual al que han dado la competencia de preservar la tauromaquia; o sea, han puesto al zorro a guardar las gallinas…—, que llegan cuando la primavera ya tiene ganas de ser verano, aunque aún no hemos alcanzado el 40 de mayo. En la capital de la provincia, el almanaque se la ha puesto al activo concejal de festejos, Santiago López Pomeda, cortita y al pie, usando un símil futbolero —vamos, solo para empujarla—, y ha decidido aprovechar la coyuntura para programar la “feria chica” menos chica de los últimos años pues durará cuatro días y medio, al haber ya actividad el miércoles, 29, por la tarde-noche. No obstante, el domingo, 2, festividad del Corpus por lo religioso, en la fiesta de las peñas —que eso fue, es y será siempre la llamada feria chica—, decaerán los actos festivos chicos en favor de esta tradicional celebración, cuyo punto álgido lo protagoniza la procesión del Santísimo, que abre la plurisecular y guadalajareñísima Cofradía de los Apóstoles.

                Es tan grande el puente con el que vamos a despedir mayo y a recibir junio que, más que un puente, podríamos calificarlo de auténtico “acueducto”, si bien no tiene los 167 arcos del magnífico de Segovia, pero sí que lo podemos comparar con el de Zaorejas, que es llamado “el puente romano” porque de él solo se conserva una gran arcada. En alguna publicación, incluso oficial, he leído que es el único que hubo o hay en la provincia, que data del siglo II d. C. y que conducía el agua a la antigua “Carae”, identificada con el actual Zaorejas. En sus orígenes salvaba el desnivel formado por el barranco del arroyo de Fuentelengua y aprovechaba las aguas del paraje de la Barbarija, situado a unos 1260 metros de altitud. Zaorejas está a una altitud sobre el nivel del mar de 1225 metros. Eso de que el de Zaorejas era o es el único acueducto romano que hay en la provincia, se desmintió en 2016, cuando apareció uno en Caraca (Driebes), además anterior, del siglo I d. C. Según los máximos responsables de este hoy notorio yacimiento arqueológico, Emilio Gamo y Javier Fernández Ortea, el canal original de Caraca tendría una longitud cercana a los 3 kilómetros, la distancia que hay entre el manantial de Lucos, del que proceden las aguas, hasta el Cerro de la Virgen de la Muela, donde se ubican los restos de esta ciudad romana que, a finales del XIX y durante buena parte del XX, sobre su entonces incierta ubicación, incluso se especuló que estuviera en Guadalajara (también en Carabaña), de ahí el equívoco gentilicio de caracenses que durante un tiempo se adjudicó a los arriacenses. Hasta el nombre de un liceo da fe de esta circunstancia.

Cardos de la Alcarria. Plumilla y aguada. Ángel MALO 2024

                Y así las cosas, casi ya montados a horcajadas sobre este “acueducto” festivo, la primavera apunta directamente al verano, después de que mayo haya marceado durante muchos días. Cada vez hay menos primaveras y otoños y más veranos e inviernos. La radicalidad se impone sobre la templanza, y no solo en la climatología. ¿Dónde han quedado las escalas de grises entre el negro y el blanco? O mejor, cabe preguntarse ¿por qué la paleta de la vida tiene cada día menos colores, aunque los que conserva cada vez son más intensos? No es minimalismo —puede que mental, sí— lo que nos envuelve; es puro y duro reduccionismo. Quitar matices a la vida es eliminar adjetivos del diccionario. Y opciones. Es dividir las cosas, y restar, por tanto, dando cada vez menos posibilidades. Es homogeneizar todo, que no es lo mismo que igualar. Y es dejar paulatinamente más fuera a los heterodoxos, gracias a quienes ha cambiado el mundo porque los ortodoxos no suelen tener perspectiva. Menos mal que quienes vivimos en la Alcarria, que no en la Mancha por mucho que se empeñen en el error incluso prestigiosos periódicos y afamados periodistas de manera recurrente; menos mal, decía, que quienes vivimos en la Alcarria aún tenemos la oportunidad de ver belleza y color hasta entre las malas hierbas, como la vio y definió Cela, el más grande ingeniero en alcarrias, cuando justo ahora se cumplen 39 años que hiciera su “Nuevo viaje a la Alcarria”, exactamente también 39 años después de hacer el primero y más grande, su verdadero y genuino “Viaje a la Alcarria”. En su imponente Rolls blanco y junto a su espectacular choferesa negra, que él bautizó como Oteliña, aunque en realidad se llamaba Viviana Gordon, CJC escribía así cuando, a primeros de junio de 1985, viajaba entre Torija y Fuentes de la Alcarria: “La carretera discurre por una llanura de bellísimo y verde cereal (…), salpicada de malas yerbas de colores hermosos: rojo, violeta, blanco, amarillo y azul”. El rojo de las amapolas, el violeta de la flor de la salvia, el blanco de los pétalos de las margaritas y de los “trifolium”, el amarillo de la genista y el azul, más bien púrpura, del cardo borriquero, ese que tanto abunda por aquí y que es de una belleza armada, agresiva, desafiante, territorial. ¿Qué le habrán hecho a la Alcarria que en vez de soldados tiene cardos para defenderse?

Y juntos callamos el silencio

En la jornada de sábado de la recién concluida Feria del Libro de Guadalajara (Castilla – España) —hago esta aclaración, aparentemente innecesaria, porque una de las ferias del libro más importantes del mundo, la famosa FIL, se celebra en la Guadalajara de Méjico— tuve el placer, el honor y unas cuántas cosas más de similar sensación y estado de ánimo, de presentar mi poemario más personal que he titulado “Ha callado el silencio”. Sin duda fue un placer reunir en torno a un libro, mío y además de poesía, a un centenar largo de personas en una mañana sabatina de mayo que invitaba más a recorrer caminos de andar y ver que de palabras. La Concordia, el parque de los parques de Guadalajara, es un lugar especialmente acogedor en un día de primavera y no se me ocurre mejor marco que él para nuestra feria del libro, pero una carpa en sus medios —por utilizar un símil taurino—, entre gritos de niños compitiendo por un sitio en el columpio o un turno en el tobogán, con personas yendo, viniendo y mercadeando entre las casetas feriales, entre mensajes de megafonía y otros ruidos contaminantes para el oído, convierten ese lugar en un medio un tanto hostil para la presentación de libros. A pesar de estos inconvenientes y con el viento a favor de lo que no deja de ser una fiesta del libro al aire libre y la llamada siempre convocante y gratificante de la amistad, “Ha callado el silencio” vio la luz y con ello se ha cumplido una máxima que no hace falta que avalen Dovifat, Enzensberger, Laswell o Shannon, algunos de los más grandes del mundo de la comunicación: nada se ha escrito si no es leído. Doy por hecho que quienes compraron el libro en la propia feria, al menos, lo van a hojear —pasar hojas— y ojear —echar un vistazo—, y, como poco, leer algún poema para valorar si merece la pena seguir leyendo más. Los primeros “feedbacks” que me han llegado —perdonad que acuda al inglés para definir la valoración que les ha merecido el libro y me han transmitido quienes ya lo han leído, pero la voz española retroalimentación es polisilábica y tiene una “r” tan fricativa en su inicio que me echa un poco para atrás—, reconozco que han sido bastante favorables, aunque, claro está, soy consciente de que la gente suele ser muy amable e indulgente en sus opiniones sobre obras cuando hablan con sus autores. Se suele decir lo bueno, dejar una ventana abierta a lo regular y cerrar la puerta a lo malo. Yo siempre he defendido la amabilidad como una de las actitudes y convenciones sociales más necesarias, así que, les quedo muy agradecido a los primeros y tan favorablemente opinantes. Los demás, pueden callar para siempre si no van a mejorar el silencio o sus palabras pueden herir mi autoestima que, aunque a algunos no se lo parezca, pasa por las lógicas dudas de quien ha comenzado un viaje sin mapas, planos ni GPS.

Portada del nuevo poemario de Jesús Orea que se presentó en la Feria del Libro de Guadalajara (Castilla – España).

                “Ha callado el silencio” es mi poemario más personal, después de haber publicado una trilogía de suites poéticas vinculadas a mis tres geografías de referencia: “Suite Comillas”, “Guadalajara suite nocturna” y “Suite Alcarria”, unos poemarios visuales en los que tuve la gratificante compañía de un amigo y fotógrafo excepcional, como es Nacho Abascal, un artista plástico de primerísimo nivel, como es David Pasamontes, y una arquitecta con gusto y buena mano para el diseño gráfico como es mi hija, Ana. La buena acogida que tuvieron estas tres obras, pues están prácticamente agotadas las dos primeras y la tercera va camino de ello, me animaron a salir de mi zona de confort, como fue escribir sobre las tierras que más quiero, mis paisajes por excelencia, mis ecosistemas vitales, y contar mis sensaciones y abrir mis sentimientos en esta nueva obra. Como es advertible, su título es una paradoja o un oxímoron, que, según explico en su presentación en prosa, “si ha callado el silencio, a la palabra no le queda otra que gritar, no bastan ya los susurros”. Y conste que ese gritar no es literal, es metafórico, porque el tono del poemario es contenido, sosegado, como yo mismo cuando no soy yo.

Mi nuevo libro, que hace el catorce de los ya editados, es un poemario conformado por 36 piezas que está dividido en cuatro actos o tiempos: Logos (Palabra/pensamiento/razón), Bios (Vida/naturaleza), Eros (Amor/deseo) y Thanatós (Muerte). Logos es la palabra portavoz del pensamiento y fachada de la poesía en este caso; Bios es la naturaleza animal que corre, nada y vuela, la vegetal que nace de la tierra, crece y nos da oxígeno y fragancias, la mineral que no late, pero pauta; Eros es el amor y el desamor, la seducción y la pasión, incluso la lujuria y la lascivia o, simplemente, el primer deseo juvenil o la palabra que busca pareja… y Thanatós es el cuarto jinete, la parca con su guadaña, la hora última, el final del camino…

Presentación del poemario ´Ha callado el silencio` en la Feria del Libro de Guadalajara

Se que la poesía no está muy de moda, de hecho, solo lo estuvo, y de forma relativa, un tiempo en la Edad Media y el Renacimiento —cuando se mostró en forma de romance y como fórmula de narración oral o iba unida a la música—, y el Romanticismo, aunque menos de lo que parece pues muchos románticos murieron sin vender un soneto. El mismísimo Platón, uno de los más grandes filósofos griegos y, por tanto, uno de los padres del pensamiento, venía a decir que los cuerdos no están llamados al mundo de la poesía. Debe ser cosa de locos sí, pues, aunque cada vez somos más los que nos auto otorgamos el carné de poeta, sólo uno de cada cien libros que se venden en España es de poesía. Justo es decir que son escasos los poetas profesionales que pueden permitírselo y escriben para vender, pero que somos casi legión los que tan solo escribimos para expresar sentimientos —“alucinaciones” que llamaría Pepe Hierro— y sensaciones —“reportajes”, según el autor de “Cuaderno de Nueva York”— y que nos lean, aunque solo sean los amigos, los conocidos y algún despistado. Si te identificas con alguno de estos tres grupos de personas y quieres ayudarme a callar el silencio, mi nuevo poemario es barato, lo ha editado muy bien una gran editorial especializada en literatura como es la granadina “Valparaíso”, se va a distribuir en España y en la América de habla hispana y lo puedes adquirir por internet o, mejor, en alguna librería de Guadalajara. En LUA me consta que lo tienen.

N. B.- Si alguien tiene pensado ir a Madrid el domingo, 2 de junio, a dar una vuelta por la Feria del Libro, en el parque del Retiro, ese día, de 10,30 a 12,30, estaré firmando ejemplares de mi nuevo poemario en la caseta de la editorial “Valparaíso” (que es las 323). ¡Nos seguimos viendo en los parques y en torno a los libros!

40 años sin nuestro “Secreto”

            El 12 de mayo hará 40 años que murió en un accidente de carretera Pedro Antonio Díaz, recordado batería guadalajareño del conocido grupo “Los Secretos” que fue uno de los referentes de “la movida” madrileña y que aún sigue en el camino de la música con éxito, gracias al talento y a la perseverancia de Álvaro, el menor de los tres hermanos Urquijo, fundadores de la banda. Ante esta efeméride, con buen criterio, sensibilidad y oportunidad, me consta que la concejalía de festejos del Ayuntamiento de Guadalajara está preparando un homenaje a Pedro en la próxima Feria Chica de la capital que, además, este año va a ser más “grande” o, al menos, larga, que nunca puesto que el calendario la ha situado en un macro-puente, el que irá del jueves, 30 de mayo —festividad del Corpus en Castilla-La Mancha—, al 2 de junio —domingo—, con el viernes, 31, de por medio, que también es festivo por el ser el día de la región.

            Pedro fue un extraordinario batería, sin duda uno de los mejores del panorama musical español de su tiempo, que llegó a “Secretos” tras fallecer en la Nochevieja de 1979 su anterior percusionista, Canito, fatalmente también en un accidente de circulación. Javier, Enrique y Álvaro Urquijo tocaban junto a Canito en un grupo que se llamaba “Tos”. Tras morir este batería y ser sustituido por Pedro Díaz, decidieron cambiar de nombre, pasándose a llamar “Los Secretos”, propuesta que hizo Javier, el mayor de los Urquijo, entre otras razones porque con él se homenajeaba a “Tos” y a Canito al coincidir la última sílaba del nuevo nombre con el del anterior grupo y, de paso, afloraba algo entonces no conocido: Que durante bastantes meses ocultaron en secreto a su padre que estaban tocando en una banda y que, incluso, habían grabado ya una maqueta que vio la luz después de morir Canito.


Carátula LP Los Secretos 1981, con Pedro Díaz de blanco y en primer plano

            Canito y Enrique Urquijo fueron los líderes de “Tos”, porque eran los más talentosos y, sobre todo, los que componían las canciones. Javier, el mayor, era un buen músico, pero sobre todo un gran relaciones públicas, y Álvaro era muy joven, pero tocaba la guitarra de doce cuerdas, inicialmente una Hofner President de los años 60, con auténtica maestría. Aunque a la sombra de sus hermanos mayores, ya apuntaba la categoría de músico y compositor que aún sigue acreditando a día de hoy con “Los Secretos”, siendo su líder indiscutible desde la muerte de Enrique, a finales de 1999.

            Pedro Díaz llegó a “Los Secretos” en 1980 tras convencer a los Urquijo de que era la mejor opción que tenían para la batería del grupo, después de hacer unas pruebas a varios aspirantes. Fue verle y, sobre todo, oírle tocar, con ese ritmo alto que imprimía a la batería y ese movimiento de manos tan ágil que tenía, y ya no dudaron que era su hombre. Además, Pedro no solo aportaba una calidad indiscutible como batería, también componía muy bien y, para completar sus méritos, pese a su juventud —24 años entonces—, era mayor y más experimentado que los hermanos Urquijo. Pedro se hizo un buen batería en las carreteras y las plazas de los pueblos de la provincia, cuando con su grupo de Guadalajara, “Escarcha”, tocaba en las fiestas populares haciendo “covers”, versiones muy dignas de canciones de los mejores grupos de la época: Credence, Shadows, Beattles, Rollings, … Era tan alto su nivel que hasta llegaron a hacer de orquesta en un crucero por el Atlántico. “Escarcha” lo fundaron él y Raúl Heranz, un gran guitarrista desde muy joven y después ingeniero superior de telecomunicaciones que terminó siendo el jefe del servicio de Informática de la Diputación, hasta su reciente jubilación. Ambos tenían 16 años cuando nació “Escarcha” y fueron amigos y compañeros de estudios, tanto en el Instituto como en la Universidad Laboral de Alcalá. Pedro también estudió algún año en Salesianos, donde fraguó su personal técnica percusionista gracias a la batería Honsuy de la “orquestina” del colegio, por la que también pasaron otros buenos baterías locales como Jesús Ropero o Tito Mínguez, entre otros. “Escarcha” estuvo activo como grupo desde 1971 hasta 1979 y su composición inicial, junto a Pedro y Raúl, la completaban grandes músicos también, como Luis Alberto Jodra y Fernando Burgos, que solo estuvo dos años y fue sustituido por Juan Luis Ambite, otro alcarreño que, como Pedro, después también ocupó su hueco en “La movida” al ser el bajo y, sobre todo, el icono de “Pistones”. Ambite nació a la música en Sensación IV, otro buen grupo local de finales de los 60 y principios de los 70, y en los últimos años de la vida de Enrique Urquijo fue su secretario y asesor personal.

            Pedro Díaz aportó a “Los Secretos” un ritmo y una madurez musical que les ayudaron a superar su inicial imagen de “blanditos”, aunque nadie dudó nunca del talento de los Urquijo. Apenas unos meses después de llegar el batería alcarreño al grupo, en septiembre de 1980, grabaron un EP con cuatro temas: “Déjame”, “Niño mimado” — compuesto en parte por el propio Pedro—, “Sobre un vidrio mojado” y “Loca por mí”, que supuso su primer gran éxito y lanzamiento al mercado, no solo madrileño, sino ya nacional. Unos meses después, mediado 1981, grabaron su primer LP con Polydor, con 12 temas —en 6 de los cuales Pedro fue coautor—, que se vendió muy muy bien y les llevó a sonar en todas las radios, discotecas y escenarios de España y hasta arrastrar a miles de fans adolescentes, algo que, sobre todo, Enrique Urquijo no llevó bien, pero que sí supieron asumir como parte del “business” Javier Urquijo y Pedro. En los meses posteriores, crecieron la fama y el éxito, pero las drogas duras, de generalizado consumo en los grupos de aquella época y de muy nocivos efectos, aún desconocidos en ese tiempo, se colaron entre “Los Secretos” y la banda atravesó una evidente crisis individual y colectiva. En esa etapa crítica, para colmo, llegó el fatal accidente de circulación en el que Pedro murió: fue en la madrugada del 12 de mayo de 1984, en el km. 53 de la entonces N-II. El camión en el que viajaba a Madrid como copiloto, chocó con un tractor que iba en la misma dirección y el camión salió descontrolado hacia el carril contrario, chocando violentamente con otro vehículo. Pedro y el conductor del camión murieron en el acto. Yo recibí la noticia en Burgos, donde entonces hacía la mili, apenas unas horas después de producirse. Mi hermano mayor, Alfonso, era muy amigo de Pedro y hasta había trabajado con “Los Secretos” en el equipo del “road manager” en alguna gira. Se da también la circunstancia de que, apenas cuatro meses antes de la muerte de Pedro, yo había coincidido con Javier Urquijo en el CIR de Araca (Vitoria), donde compartimos algunos buenos momentos. A Pedro le admiraba y quería a partes iguales. Era un músico extraordinario, pero también buena gente, aunque viajar a lomos de un caballo encabritado a veces pueda confundir al jinete y a quienes juzgan su forma de montar. Confieso que ese 12 de mayo de hace 40 años lloré por aquel joven rockero, demasiado joven para morir e, incluso, también para el rock & roll, parafraseando a Jethro Tull. Y mis lágrimas se hicieron tinta cuando me despedí de él con un artículo que publiqué en “Flores y Abejas” y que terminaba como termina este de hoy: “Aunque el registro civil diga lo contrario, Pedro Antonio Díaz no ha muerto, ha ido a tocar a un concierto junto a Jimi Hendrix, Janis Joplin y John Lennon; lo más probable es que no regrese, pero ¿quién volvería a la tierra después de poner ritmo en el cielo a “Voodoo child”, “Try” o “Yesterday”?

María Cervantes “in love”

El 23 de abril, festividad de San Jorge y fecha en la que este año se cumple el 503 aniversario de la batalla de Villalar —que precipitó el final del movimiento comunero castellano y, en gran medida, de la propia Castilla—, se celebra el Día del Libro porque los libros son una de esas cosas a las que hay que dedicar un día al año puesto que hay muchos en que no están en la vida de las personas. Peor para ellas, pero también mal, muy mal para escritores, editores, distribuidores, libreros y demás profesionales y empresas que, directa o indirectamente, intervienen en el sector y tienen legítimos intereses en él.

                El 23 de abril no se eligió para celebrar el Día del Libro a nivel internacional por casualidad, sino por una causalidad notoria, bien buscada y encontrada: en esa misma fecha y en el mismo año (1616) fallecieron dos de los más grandes escritores que han parido los tiempos, William Shakespeare y Miguel de Cervantes, auténticos referentes en sus respectivas lenguas, el inglés y el español, que, además, son las más habladas y escritas en el mundo y que, aun respetando a todas las demás, tienen más y mejor literatura. Además, en ese mismo día y año también falleció el Inca Garcilaso de la Vega, un importante puente literario entre Europa y América, entre el viejo y el nuevo mundo. Esta casualidad histórica tiene sus matices pues se antoja demasiado bonita para ser cierta. Hay fuentes que afirman que, en realidad, Cervantes murió un día antes, el 22 de abril, y lo que sí que está contrastado es que Shakespeare falleció diez días después de Cervantes y el Inca Garcilaso, aunque en su certificado de defunción figure, efectivamente, el 23 de abril de 1616 como fecha de su deceso. Esta discrepancia tiene una explicación muy sencilla: en el año en que murieron Cervantes y Shakespeare, mientras que España se regía por el nuevo calendario gregoriano, implementado por el Papa Gregorio XIII en 1582, Inglaterra lo hacía por el viejo calendario Juliano, creado por el mismísimo Julio César y que estaba en vigor desde el año 45 a. C. El calendario gregoriano, como los relojes con prisa, adelantaba, mientras que el juliano, como la vida para los perezosos, se rezagaba; así, cuando aún era 23 de abril de 1616 en Inglaterra, ya era 3 de mayo en España. Los ingleses siempre a su ritmo y aire, con su propio sistema jurídico e iglesia nacional, con sus pesos y medidas particulares y hasta conduciendo por la izquierda para diferenciarse de los demás. Gran Bretaña es una isla, pero no hay mar más ancho y profundo que el de la voluntad de aislarse.

Centro de Interpretación de Shakespeare. Stratford upon Avon

                En mi último y reciente viaje a Inglaterra quise dedicar un día a conocer la geografía vital de Shakespeare y viajé a Stratford-upon-Avon, el lugar donde nació en abril de 1564. Stratford es una pequeña ciudad de poco más de 30.000 habitantes que, en gran medida, vive del turismo que genera el hecho de ser la cuna del autor de “Hamlet” y de tantas conocidas obras más, aunque, como es frecuente, son más los que han oído hablar de ellas que quienes las han leído o visto representadas. La ciudad junto al río Avon, que eso es lo que significan los apellidos de Stratford, está en el condado de Warwick, al sureste de Birmingham, la segunda ciudad más poblada de Inglaterra, tras Londres. Aunque se enfadarían mucho los ingleses si leyeran esto que voy a decir ahora, en realidad la Inglaterra actual nació, precisamente, en el castillo de Warwick, erigido por el normando Guillermo el conquistador, quien también fundó la famosa Torre de Londres, e inauguró la dinastía normanda que expulsó a los vikingos escandinavos de las islas británicas y sometió a los desunidos sajones. Francia, pues, está en el origen mismo de la Inglaterra que hoy conocemos y sucesivas familias de origen galo fueron durante siglos las dueñas del histórico castillo de Warwick hasta que uno de sus miembros, que quería ser actor de cine y solo lo fue a medias, lo vendió para poder vivir en Hollywood. Ahora, ese histórico y bello castillo, emplazado en un lugar de película, es en realidad un parque temático de ocio familiar, inspirado en el medievo, y lo gestiona la misma empresa que es dueña del famoso museo de Madame Tussauds, el de cera de Londres, el más prestigioso del mundo en su género. Por cierto, la conocida madame era francesa también, de Estrasburgo. Ahí lo dejo.

                Como decía, el pueblo de Shakespeare vive de él. Si el castillo de Warwick es un parque temático del medievo, Stratford es un parque temático en torno al escritor inglés. Todo gira alrededor de la que fuera su casa, de estilo Tudor y muy bien conservada pese a datar del siglo XVI, y del centro de interpretación —en la foto— que la complementa. Un buen comercio de antigüedades, textiles, joyas… y mucha oferta de ocio y restauración, sobre todo en torno al río Avon, con su pequeño “Stratford eye” y todo, dinamizan la economía de este lugar, casi de culto para quienes gustamos de la mejor literatura. Y Shakespeare ocupa en ella un lugar preferente, aunque hay distintas tesis que afirman que no hubo uno, sino dos o tres, y que, en realidad, él solo fue un simple apellido adoptado por el Conde de Oxford para publicar sus obras. Incluso hay quienes llevan las teorías sobre Shakespeare a extremos y aseguran que, al menos algunas de sus obras, están escritas por la mismísima reina Isabel I. Ser o no ser, la duda, como en Hamlet. O los celos, como en Otelo…

                Lo que sí está absolutamente contrastado es que una tía de Cervantes, María, mantuvo amores ilícitos, pero muy intensos, con Martín “El Gitano”, un hijo extramatrimonial del tercer duque del Infantado, Don Diego Hurtado de Mendoza, y María Cabrera, una bella actriz de piel cetrina que actuó para él y con la que mantuvo relaciones carnales. Don Diego quiso tanto a su hijo bastardo que hasta consiguió del rey Fernando el Católico su reconocimiento como legítimo y nombramientos eclesiales con importantes rentas. Incluso don Diego lo propugnó para arzobispo de Toledo, pero su propósito murió en el intento. Que nadie se escandalice porque una dignidad eclesial de aquel tiempo tuviera mujer e hijos puesto que, hasta el mismísimo Cardenal Mendoza, tuvo “dos lindos pecados”. Aquellos amores entre Martín Hurtado de Mendoza y María Cervantes tuvieron su fruto: Martina de Mendoza, pero también sus fuertes desavenencias, con el dinero de por medio, claro. El padre de María de Cervantes y abuelo de Miguel terminó enfrentado por su hija con los Mendoza, a quienes servía como hombre de leyes y a quienes acusó de mancillarla siendo menor de edad, reclamando por ello reparación dineraria. Sus demandas, fuertemente contestadas en todas las instancias por la poderosa familia alcarreña, le obligaron a huir de su jurisdicción e influencia a la vecina Alcalá de Henares. Por ello, dicen algunos, que el famoso autor del Quijote y que fue tan importante que hasta el día de su muerte es el del libro en todo el mundo, nació en Alcalá y no en Guadalajara. Esta última afirmación no deja de ser historia ficción, un género que, por cierto, está muy en boga con el nombre de novela histórica. “María Cervantes “in love” (enamorada) podría titularse esta, a semejanza de la conocida película “Shakespeare in love”, de John Madden, que ganó el Oscar en 1999.  

                ¡No pasen… y lean, por favor! Como, precisamente, decía Cervantes: “El que lee mucho y anda mucho, va mucho y sabe mucho”.

La pascua de la ardilla en St. Dunstan

Las circunstancias han posibilitado que este año haya pasado los días principales de la Semana Santa en Londres, la cosmopolita capital británica que, bien recorrida gracias a una guía de excepción —mi hija, Ana, que residió un año allí—, me ha parecido una ciudad verdaderamente espectacular. Se que no descubro nada nuevo a nadie y que, incluso, no hace falta ni siquiera ir allí para saber que es un espectáculo de ciudad, pero todas mis expectativas se han visto superadas desde que aterricé en Heathrow el miércoles santo y despegué de allí el domingo de pascua, el “Easter” como llaman los ingleses a este día.

                Mis semanas santas, habitualmente, han estado ocupadas con oficios de tinieblas y liturgias de las horas, procesiones y pasiones vivientes, actos litúrgicos y de religiosidad popular propios de este tiempo. Proclamo así abiertamente mi militancia cristiana, mi vinculación con el mundo cofrade y mi apetencia por la tradición, sin que ello haya sido jamás óbice para tener un espíritu inquieto y reformista, como bien saben quienes mejor me conocen. Tradición y reforma en justo equilibrio permiten preservar y construir, dar un paso atrás y dos hacia delante, tener referencias y generar nuevos referentes.

                Según me han contado y he podido seguir a través de noticias que me llegaban por internet, la Semana Santa de este año en la provincia ha estado negativamente condicionada por la mala climatología. El frío, el viento y, sobre todo, la lluvia son los peores enemigos posibles para las procesiones y demás actos de calle en este tiempo y así nos ha despedido marzo, con un rabotazo de invierno cuando ya estaba proclamada, al menos en teoría, la primavera. Me dicen que se han suspendido muchas procesiones en la capital y en numerosos pueblos, sobre todo en Jueves Santo.  Bien que lo siento por los cofrades que, después de muchas ilusiones puestas, de mucho trabajar y preparar sus pasos procesionales, no han podido salir de sus sedes canónicas. Se lo frustrante que es eso. Llegados a este punto quiero tener un especial recuerdo para Toño Marqueta, amigo y hermano de la Cofradía de la Pasión que murió con la Semana Santa ya en vísperas y que, pese a que la enfermedad que le causó el deceso avanzaba imparable, hasta el último momento estuvo pendiente de que el traslado del Cristo Crucificado del cementerio hasta Santiago, dejara de ser, eso, un simple traslado. Con su trabajo y el de otros miembros de esta gran Cofradía, ese simple traslado —siempre digno y bien concebido, pero sin esplendor notable hasta la fecha— se ha convertido desde este año en una impactante procesión, dada la antigüedad y belleza de la talla del Cristo y la espectacularidad de procesionar con las luces urbanas apagadas y con la única luz de hachones y velas. Toño era un guadalajareño militante, un activo y generoso cofrade de la Pasión que durante mucho tiempo fue, primero, cargador y después capataz del propio paso del Cristo; también fue un buen amigo de sus amigos, un gran trabajador y una buena persona. Por su fe y por todo ello, descansa en paz.

Lilas de California en las ruinas de St Dunstan. Londres

                Y mientras en Guadalajara llovía, en Londres, no, algo que raya lo sorprendente, cuando no lo inédito. En realidad, solo llovió el jueves santo porque el “Good Friday” —el buen viernes—, como allí llaman los ingleses al viernes santo, fue un día de nubes y claros, pero sin lluvia, el sábado estuvo mayormente soleado y el domingo de pascua, aunque el cielo permaneció casi todo el día cubierto, tampoco llovió. Lo dicho, dejé Londres en Guadalajara y me llevé Guadalajara a Londres. Va a ser cierto eso que digo a veces, de forma un tanto pretenciosa para el entender de algunos, que estoy tan pegado a esta tierra que no se dónde termino yo y empieza ella.

                La semana santa anglicana es muy contenida. Nada que ver con la española, incluso con la castellana, sobria por definición. Por supuesto que no hay procesiones ni tinglado alguno de calle. Todo se queda en los templos y ese todo, apenas es nada. Sermones y oficios con ritos bastante sencillos, muy alejados de lo barroco, cumplen con el programa. En las iglesias, con fachadas impresionantes que en muchas ocasiones están inspiradas en la arquitectura clásica griega, generalmente desprovistas de retablos y ornamentación e, incluso, de imágenes de santos, apenas se percibe que sea Semana Santa. Solo en la iglesia de St Mary the Virgin, en Oxford, pude ver una sencilla cruz desnuda de Jerusalén apoyada en un pilar, mientras que en la catedral londinense de San Pablo, únicamente se percibía que era tiempo de Pasión por el Sermón de las Siete Palabras que, cuando llegué, estaba pronunciando la obispa de Londres, Sarah Mullaly, una teóloga que antes fue enfermera, está casada y tiene dos hijos. Eso sí, en todas las iglesias había programados, además de los oficios propios de estos días, conciertos de música clásica religiosa, muy demandados, incluso más que los propios oficios.

Ardilla en las ruinas de St. Dunstan. Londres

                Londres es como los fondos del British Museum, un combinado de culturas y razas con especial presencia de las de los países que forman parte de la Commonwealth. La diferencia es que, mientras que en el extraordinario museo británico hay piezas expuestas de todo el mundo, pero apenas las hay inglesas, en Londres también hay muchos londinenses, que son los más cosmopolitas de los británicos, aunque no dejan de ser muy suyos. Viajar es el mejor antídoto contra el provincianismo, como residir en un lugar como Londres, que es una especie de torre de Babel en la que todo el mundo habla inglés —o, al menos, lo intenta—, es un antídoto contra el ombliguismo. Sin duda, los londinenses son los británicos que menos sufren dolores de cuello. Londres es la metrópoli por excelencia, la capital de medio mundo y parte del otro medio, el lugar al que todo quisque va o quiere ir. Además, desde un punto de vista material, es una ciudad que ha sabido conservar con celo lo más significativo de su valioso patrimonio monumental, en diálogo casi perfecto con rascacielos de acero y cristal. Lo que en otras partes chirría, en Londres es armonía sin complejos. Me gusta el eclecticismo londinense, su fusión, su bien concebido mestizaje, tanto de los hombres como de las casas en las que viven o trabajan. Parafraseando lo que decía Saint Exupéry, el padre del “Principito”, Londres es una ciudad muy grande llena de pequeños rincones y detalles hasta sus bordes. De entre ellos, destaco St. Dunstan, las ruinas de una antigua iglesia gótica en medio de la “city” —el barrio de Bank—, donde el dinero se gestiona en imponentes rascacielos que convierten a la zona en un pequeño Manhattan. En esas ruinas, así dejadas por las destructivas V-1 y V-2 de Hitler en 1945, la ciudad de Londres integró en 1971 un bellísimo jardín romántico en el que las viejas piedras góticas y la naturaleza en resiliencia intentan sobrevivir entre moles de acero y cristal, ofreciendo un rincón de sosiego en la capital del estrés. Una pequeña ardilla juguetona celebró la pascua con nosotros en St. Dunstan, mientras unas preciosas lilas de California del color del laspislázuli nos confirmaban que no solo ya es primavera en el Corte… Inglés, of course.         

Tres “ochaítas” que caben en un fardel

La poesía es una de esas cosas —perdón por cosificarla, llamémosla mejor “ámbito”, como la colección de poemas del Nobel del 27, Vicente Aleixandre— que aún necesitan un día al año porque el resto de los días están desplazadas, fuera de foco y atención, cuando no menospreciadas, o, lo que es peor aún, ignoradas. El adjudicado a la poesía es el 21 de marzo, el día en que comienza la primavera. Muy poética elección porque, como decía Antonio Gala, con esa sensibilidad epidérmica que poseía y transmitía, “en una rosa caben todas las primaveras”.

                Han querido las circunstancias, benditas ellas en esta ocasión, que hace unos días compartiera amistad, palabra, mesa y mantel con los tres últimos ganadores del Premio Provincia de Guadalajara de Poesía “José Antonio Ochaíta”, en sus ediciones de 2021, 2022 y 2023, a quienes ya considero amigos pese a que los he conocido personalmente después de obtener sus premios. Ellos son Jorge Pozo Soriano —Madrid, 1985—, Manuel Francisco Reina —Jerez de la Frontera (Cádiz), 1974— y Eduardo Herrera Baullosa —La Habana (Cuba), 1973—, tres grandes poetas que ya tienen un importante camino recorrido, tanto editorial como de éxitos en el mundo de los premios literarios. Sin ánimo —ni posibilidad, pues eso agotaría el espacio— de extenderme en otros importantes galardones por ellos logrados, baste decir que Jorge Pozo también fue ganador del XV Premio Internacional de Poesía Antonio Gala, que Manuel Francisco Reina mereció el XXXII Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma, y que Eduardo Herrera se hizo con el premio de la “World National Writers Union” en 2019, en Estados Unidos, país en el que reside y trabaja como médico y escritor, aunque su origen es cubano, si bien con raíces asturianas.

                Tuve el honor, y el placer, de formar parte de los jurados que concedimos a Jorge y a Manuel sus respectivos premios “Ochaíta” en 2021 y 2022 y, sin desvelar las deliberaciones pues son y han de ser reservadas, les aseguro que sus poemarios, titulados “Hogares impropios” y “Musa insumisa”, son dos piezas de arte mayor poético, y no por la extensión de sus versos, sino por su enjundia, voces personales y “temblor poético”, en feliz expresión del maestro Alberti, gaditano como Manuel y uno de sus referentes junto a otros tres poetas andaluces: Góngora, Juan Ramón Jiménez y Antonio Hernández. No he estado en el jurado que, en la edición de 2023, ha dado el premio “Ochaíta” a Eduardo Herrera, pero sí he tenido la oportunidad de leer su poemario ganador, titulado “Las locas piedras de Alejandra”, y puedo afirmar y afirmo que es una obra de auténtica categoría poética en la que hay un telón de fondo de dolor, por causa ajena, y depresivo, por propia, paralelo al de Alejandra Pizarnik, la gran poeta argentina considerada como la última surrealista. Y el creacionismo del chileno Huidobro también está en los versos de Herrera, como el conjunto de la tradición poética española, en la que bebe sin complejos.

Los tres últimos ganadores del premio Ochaíta de Poesía, junto a Jesús Orea

                “Hogares impropios” es un poemario que, pese a aflorar culturalismo en él, huye de “los novísimos” que lo pusieron en boga y apostaron por el pensamiento y la creación ajenos y despreciaron los propios. Jorge Pozo no huye de nada por esnobismo ni por extranjerofilia, sino que simplemente referencia su poesía —más bien metapoesía e, incluso, metafísica existencial— en musas griegas como Calíope, diosas como Mnemósine y atletas como Cleómedes, que están en nuestra propia tradición pues Grecia es parte notoria de nuestros cimientos culturales. Y en ese terrible Cléomedes, que hundió un colegio de niños, me parece ver la evidente vocación pedagógica de Jorge Pozo. Un gran poemario, sin duda, como también lo es “Escrito bajo las uñas”, con el que ganó el premio Antonio Gala.

                Manuel Francisco Reina es muy grande en todo lo que hace, algo que su porte ya avanza. Es un crítico literario con curriculum en los mejores culturales patrios, “Babelia” y ABC incluidos, experto en copla, novelista, guionista, dramaturgo y poeta de los buenos, de los que siempre les pilla la inspiración trabajando, como decía Picasso. Y perfeccionista donde los haya, algo que le honra, aunque nos impaciente a sus amigos que esperamos pronto de él un nuevo poemario. En “Musa insumisa”, la obra con la que ganó el Ochaíta en 2022, hay mucho tiempo y muchas emociones en transcurso. Su poesía es como él: sensible, brillante, honesta y profunda, y, como el agua tras la tormenta, busca los cauces y los ríos por los que llegar a la mar que, en su caso y al contrario del de las coplas de Jorge Manrique, no es el morir, sino el vivir. Andalucía, y especialmente, Cádiz y su viento atlántico y su luz mediterránea, están al fondo de su palabra, precisa y sentida siempre, dolida alguna vez y polivalente cuando quiere jugar, y juega, al escondite de sus emociones.

                El poemario de Eduardo Herrera Baullosa es también como él: sensible, no, lo siguiente, además de inteligente y brillante. Trasciende que se trata de una obra terapia, que pretende calmar el dolor (que ahora ya lo sé, pero no cuando lo leí) que supone ser testigo y acompañar el deterioro de su madre, enferma de ELA. “Las locas piedras de Alejandra” me parece un gran conjunto de piezas, pleno de sensibilidad y tono poético, con evidentes tintes creacionistas y muy bien traídos la inspiración y los exergos de Alejandra Pizarnik. Se me antoja una novela poética por su unidad temática, planteamiento, nudo y desenlace. Hay una historia completa detrás, profunda, muy profunda, y cercana, muy cercana; no son pinceladas poéticas o retazos sueltos. Puede que con él estemos ante el mejor poeta cubano de su generación.

                Pues con estos tres “ochaítas”, a quienes he querido rendir el mejor homenaje posible en el Día de la Poesía, como es hablar de su poética y difundirla, compartí mesa y mantel el viernes, 15 de marzo, en el restaurante “Fardel”, esa ya sobresaliente referencia gastronómica que está construyendo en el paseo de San Roque Nacho Padín, gran cocinero y mejor persona, se lo aseguro. De casta le viene al galgo. Nacho es un buen alcarreño con raíces gallegas y fardel es una voz castellana, de origen galaico, que significa el saco o la talega en la que se lleva alimento cuando se come fuera de casa (y que solían llevar los pobres, casi siempre vacío, todo sea dicho). Pues en ese fardel nos metimos, en vísperas del Día De la Poesía, mis tres amigos poetas, además de Renato, el marido de Eduardo Herrera —un productor brasileño de cine que irradia simpatía y dinamismo— y yo, que soy migrante en el país de la palabra. ¡Lean poesía, sentirán más y soñarán mejor! 

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