María Cervantes “in love”

El 23 de abril, festividad de San Jorge y fecha en la que este año se cumple el 503 aniversario de la batalla de Villalar —que precipitó el final del movimiento comunero castellano y, en gran medida, de la propia Castilla—, se celebra el Día del Libro porque los libros son una de esas cosas a las que hay que dedicar un día al año puesto que hay muchos en que no están en la vida de las personas. Peor para ellas, pero también mal, muy mal para escritores, editores, distribuidores, libreros y demás profesionales y empresas que, directa o indirectamente, intervienen en el sector y tienen legítimos intereses en él.

                El 23 de abril no se eligió para celebrar el Día del Libro a nivel internacional por casualidad, sino por una causalidad notoria, bien buscada y encontrada: en esa misma fecha y en el mismo año (1616) fallecieron dos de los más grandes escritores que han parido los tiempos, William Shakespeare y Miguel de Cervantes, auténticos referentes en sus respectivas lenguas, el inglés y el español, que, además, son las más habladas y escritas en el mundo y que, aun respetando a todas las demás, tienen más y mejor literatura. Además, en ese mismo día y año también falleció el Inca Garcilaso de la Vega, un importante puente literario entre Europa y América, entre el viejo y el nuevo mundo. Esta casualidad histórica tiene sus matices pues se antoja demasiado bonita para ser cierta. Hay fuentes que afirman que, en realidad, Cervantes murió un día antes, el 22 de abril, y lo que sí que está contrastado es que Shakespeare falleció diez días después de Cervantes y el Inca Garcilaso, aunque en su certificado de defunción figure, efectivamente, el 23 de abril de 1616 como fecha de su deceso. Esta discrepancia tiene una explicación muy sencilla: en el año en que murieron Cervantes y Shakespeare, mientras que España se regía por el nuevo calendario gregoriano, implementado por el Papa Gregorio XIII en 1582, Inglaterra lo hacía por el viejo calendario Juliano, creado por el mismísimo Julio César y que estaba en vigor desde el año 45 a. C. El calendario gregoriano, como los relojes con prisa, adelantaba, mientras que el juliano, como la vida para los perezosos, se rezagaba; así, cuando aún era 23 de abril de 1616 en Inglaterra, ya era 3 de mayo en España. Los ingleses siempre a su ritmo y aire, con su propio sistema jurídico e iglesia nacional, con sus pesos y medidas particulares y hasta conduciendo por la izquierda para diferenciarse de los demás. Gran Bretaña es una isla, pero no hay mar más ancho y profundo que el de la voluntad de aislarse.

Centro de Interpretación de Shakespeare. Stratford upon Avon

                En mi último y reciente viaje a Inglaterra quise dedicar un día a conocer la geografía vital de Shakespeare y viajé a Stratford-upon-Avon, el lugar donde nació en abril de 1564. Stratford es una pequeña ciudad de poco más de 30.000 habitantes que, en gran medida, vive del turismo que genera el hecho de ser la cuna del autor de “Hamlet” y de tantas conocidas obras más, aunque, como es frecuente, son más los que han oído hablar de ellas que quienes las han leído o visto representadas. La ciudad junto al río Avon, que eso es lo que significan los apellidos de Stratford, está en el condado de Warwick, al sureste de Birmingham, la segunda ciudad más poblada de Inglaterra, tras Londres. Aunque se enfadarían mucho los ingleses si leyeran esto que voy a decir ahora, en realidad la Inglaterra actual nació, precisamente, en el castillo de Warwick, erigido por el normando Guillermo el conquistador, quien también fundó la famosa Torre de Londres, e inauguró la dinastía normanda que expulsó a los vikingos escandinavos de las islas británicas y sometió a los desunidos sajones. Francia, pues, está en el origen mismo de la Inglaterra que hoy conocemos y sucesivas familias de origen galo fueron durante siglos las dueñas del histórico castillo de Warwick hasta que uno de sus miembros, que quería ser actor de cine y solo lo fue a medias, lo vendió para poder vivir en Hollywood. Ahora, ese histórico y bello castillo, emplazado en un lugar de película, es en realidad un parque temático de ocio familiar, inspirado en el medievo, y lo gestiona la misma empresa que es dueña del famoso museo de Madame Tussauds, el de cera de Londres, el más prestigioso del mundo en su género. Por cierto, la conocida madame era francesa también, de Estrasburgo. Ahí lo dejo.

                Como decía, el pueblo de Shakespeare vive de él. Si el castillo de Warwick es un parque temático del medievo, Stratford es un parque temático en torno al escritor inglés. Todo gira alrededor de la que fuera su casa, de estilo Tudor y muy bien conservada pese a datar del siglo XVI, y del centro de interpretación —en la foto— que la complementa. Un buen comercio de antigüedades, textiles, joyas… y mucha oferta de ocio y restauración, sobre todo en torno al río Avon, con su pequeño “Stratford eye” y todo, dinamizan la economía de este lugar, casi de culto para quienes gustamos de la mejor literatura. Y Shakespeare ocupa en ella un lugar preferente, aunque hay distintas tesis que afirman que no hubo uno, sino dos o tres, y que, en realidad, él solo fue un simple apellido adoptado por el Conde de Oxford para publicar sus obras. Incluso hay quienes llevan las teorías sobre Shakespeare a extremos y aseguran que, al menos algunas de sus obras, están escritas por la mismísima reina Isabel I. Ser o no ser, la duda, como en Hamlet. O los celos, como en Otelo…

                Lo que sí está absolutamente contrastado es que una tía de Cervantes, María, mantuvo amores ilícitos, pero muy intensos, con Martín “El Gitano”, un hijo extramatrimonial del tercer duque del Infantado, Don Diego Hurtado de Mendoza, y María Cabrera, una bella actriz de piel cetrina que actuó para él y con la que mantuvo relaciones carnales. Don Diego quiso tanto a su hijo bastardo que hasta consiguió del rey Fernando el Católico su reconocimiento como legítimo y nombramientos eclesiales con importantes rentas. Incluso don Diego lo propugnó para arzobispo de Toledo, pero su propósito murió en el intento. Que nadie se escandalice porque una dignidad eclesial de aquel tiempo tuviera mujer e hijos puesto que, hasta el mismísimo Cardenal Mendoza, tuvo “dos lindos pecados”. Aquellos amores entre Martín Hurtado de Mendoza y María Cervantes tuvieron su fruto: Martina de Mendoza, pero también sus fuertes desavenencias, con el dinero de por medio, claro. El padre de María de Cervantes y abuelo de Miguel terminó enfrentado por su hija con los Mendoza, a quienes servía como hombre de leyes y a quienes acusó de mancillarla siendo menor de edad, reclamando por ello reparación dineraria. Sus demandas, fuertemente contestadas en todas las instancias por la poderosa familia alcarreña, le obligaron a huir de su jurisdicción e influencia a la vecina Alcalá de Henares. Por ello, dicen algunos, que el famoso autor del Quijote y que fue tan importante que hasta el día de su muerte es el del libro en todo el mundo, nació en Alcalá y no en Guadalajara. Esta última afirmación no deja de ser historia ficción, un género que, por cierto, está muy en boga con el nombre de novela histórica. “María Cervantes “in love” (enamorada) podría titularse esta, a semejanza de la conocida película “Shakespeare in love”, de John Madden, que ganó el Oscar en 1999.  

                ¡No pasen… y lean, por favor! Como, precisamente, decía Cervantes: “El que lee mucho y anda mucho, va mucho y sabe mucho”.

La pascua de la ardilla en St. Dunstan

Las circunstancias han posibilitado que este año haya pasado los días principales de la Semana Santa en Londres, la cosmopolita capital británica que, bien recorrida gracias a una guía de excepción —mi hija, Ana, que residió un año allí—, me ha parecido una ciudad verdaderamente espectacular. Se que no descubro nada nuevo a nadie y que, incluso, no hace falta ni siquiera ir allí para saber que es un espectáculo de ciudad, pero todas mis expectativas se han visto superadas desde que aterricé en Heathrow el miércoles santo y despegué de allí el domingo de pascua, el “Easter” como llaman los ingleses a este día.

                Mis semanas santas, habitualmente, han estado ocupadas con oficios de tinieblas y liturgias de las horas, procesiones y pasiones vivientes, actos litúrgicos y de religiosidad popular propios de este tiempo. Proclamo así abiertamente mi militancia cristiana, mi vinculación con el mundo cofrade y mi apetencia por la tradición, sin que ello haya sido jamás óbice para tener un espíritu inquieto y reformista, como bien saben quienes mejor me conocen. Tradición y reforma en justo equilibrio permiten preservar y construir, dar un paso atrás y dos hacia delante, tener referencias y generar nuevos referentes.

                Según me han contado y he podido seguir a través de noticias que me llegaban por internet, la Semana Santa de este año en la provincia ha estado negativamente condicionada por la mala climatología. El frío, el viento y, sobre todo, la lluvia son los peores enemigos posibles para las procesiones y demás actos de calle en este tiempo y así nos ha despedido marzo, con un rabotazo de invierno cuando ya estaba proclamada, al menos en teoría, la primavera. Me dicen que se han suspendido muchas procesiones en la capital y en numerosos pueblos, sobre todo en Jueves Santo.  Bien que lo siento por los cofrades que, después de muchas ilusiones puestas, de mucho trabajar y preparar sus pasos procesionales, no han podido salir de sus sedes canónicas. Se lo frustrante que es eso. Llegados a este punto quiero tener un especial recuerdo para Toño Marqueta, amigo y hermano de la Cofradía de la Pasión que murió con la Semana Santa ya en vísperas y que, pese a que la enfermedad que le causó el deceso avanzaba imparable, hasta el último momento estuvo pendiente de que el traslado del Cristo Crucificado del cementerio hasta Santiago, dejara de ser, eso, un simple traslado. Con su trabajo y el de otros miembros de esta gran Cofradía, ese simple traslado —siempre digno y bien concebido, pero sin esplendor notable hasta la fecha— se ha convertido desde este año en una impactante procesión, dada la antigüedad y belleza de la talla del Cristo y la espectacularidad de procesionar con las luces urbanas apagadas y con la única luz de hachones y velas. Toño era un guadalajareño militante, un activo y generoso cofrade de la Pasión que durante mucho tiempo fue, primero, cargador y después capataz del propio paso del Cristo; también fue un buen amigo de sus amigos, un gran trabajador y una buena persona. Por su fe y por todo ello, descansa en paz.

Lilas de California en las ruinas de St Dunstan. Londres

                Y mientras en Guadalajara llovía, en Londres, no, algo que raya lo sorprendente, cuando no lo inédito. En realidad, solo llovió el jueves santo porque el “Good Friday” —el buen viernes—, como allí llaman los ingleses al viernes santo, fue un día de nubes y claros, pero sin lluvia, el sábado estuvo mayormente soleado y el domingo de pascua, aunque el cielo permaneció casi todo el día cubierto, tampoco llovió. Lo dicho, dejé Londres en Guadalajara y me llevé Guadalajara a Londres. Va a ser cierto eso que digo a veces, de forma un tanto pretenciosa para el entender de algunos, que estoy tan pegado a esta tierra que no se dónde termino yo y empieza ella.

                La semana santa anglicana es muy contenida. Nada que ver con la española, incluso con la castellana, sobria por definición. Por supuesto que no hay procesiones ni tinglado alguno de calle. Todo se queda en los templos y ese todo, apenas es nada. Sermones y oficios con ritos bastante sencillos, muy alejados de lo barroco, cumplen con el programa. En las iglesias, con fachadas impresionantes que en muchas ocasiones están inspiradas en la arquitectura clásica griega, generalmente desprovistas de retablos y ornamentación e, incluso, de imágenes de santos, apenas se percibe que sea Semana Santa. Solo en la iglesia de St Mary the Virgin, en Oxford, pude ver una sencilla cruz desnuda de Jerusalén apoyada en un pilar, mientras que en la catedral londinense de San Pablo, únicamente se percibía que era tiempo de Pasión por el Sermón de las Siete Palabras que, cuando llegué, estaba pronunciando la obispa de Londres, Sarah Mullaly, una teóloga que antes fue enfermera, está casada y tiene dos hijos. Eso sí, en todas las iglesias había programados, además de los oficios propios de estos días, conciertos de música clásica religiosa, muy demandados, incluso más que los propios oficios.

Ardilla en las ruinas de St. Dunstan. Londres

                Londres es como los fondos del British Museum, un combinado de culturas y razas con especial presencia de las de los países que forman parte de la Commonwealth. La diferencia es que, mientras que en el extraordinario museo británico hay piezas expuestas de todo el mundo, pero apenas las hay inglesas, en Londres también hay muchos londinenses, que son los más cosmopolitas de los británicos, aunque no dejan de ser muy suyos. Viajar es el mejor antídoto contra el provincianismo, como residir en un lugar como Londres, que es una especie de torre de Babel en la que todo el mundo habla inglés —o, al menos, lo intenta—, es un antídoto contra el ombliguismo. Sin duda, los londinenses son los británicos que menos sufren dolores de cuello. Londres es la metrópoli por excelencia, la capital de medio mundo y parte del otro medio, el lugar al que todo quisque va o quiere ir. Además, desde un punto de vista material, es una ciudad que ha sabido conservar con celo lo más significativo de su valioso patrimonio monumental, en diálogo casi perfecto con rascacielos de acero y cristal. Lo que en otras partes chirría, en Londres es armonía sin complejos. Me gusta el eclecticismo londinense, su fusión, su bien concebido mestizaje, tanto de los hombres como de las casas en las que viven o trabajan. Parafraseando lo que decía Saint Exupéry, el padre del “Principito”, Londres es una ciudad muy grande llena de pequeños rincones y detalles hasta sus bordes. De entre ellos, destaco St. Dunstan, las ruinas de una antigua iglesia gótica en medio de la “city” —el barrio de Bank—, donde el dinero se gestiona en imponentes rascacielos que convierten a la zona en un pequeño Manhattan. En esas ruinas, así dejadas por las destructivas V-1 y V-2 de Hitler en 1945, la ciudad de Londres integró en 1971 un bellísimo jardín romántico en el que las viejas piedras góticas y la naturaleza en resiliencia intentan sobrevivir entre moles de acero y cristal, ofreciendo un rincón de sosiego en la capital del estrés. Una pequeña ardilla juguetona celebró la pascua con nosotros en St. Dunstan, mientras unas preciosas lilas de California del color del laspislázuli nos confirmaban que no solo ya es primavera en el Corte… Inglés, of course.         

Tres “ochaítas” que caben en un fardel

La poesía es una de esas cosas —perdón por cosificarla, llamémosla mejor “ámbito”, como la colección de poemas del Nobel del 27, Vicente Aleixandre— que aún necesitan un día al año porque el resto de los días están desplazadas, fuera de foco y atención, cuando no menospreciadas, o, lo que es peor aún, ignoradas. El adjudicado a la poesía es el 21 de marzo, el día en que comienza la primavera. Muy poética elección porque, como decía Antonio Gala, con esa sensibilidad epidérmica que poseía y transmitía, “en una rosa caben todas las primaveras”.

                Han querido las circunstancias, benditas ellas en esta ocasión, que hace unos días compartiera amistad, palabra, mesa y mantel con los tres últimos ganadores del Premio Provincia de Guadalajara de Poesía “José Antonio Ochaíta”, en sus ediciones de 2021, 2022 y 2023, a quienes ya considero amigos pese a que los he conocido personalmente después de obtener sus premios. Ellos son Jorge Pozo Soriano —Madrid, 1985—, Manuel Francisco Reina —Jerez de la Frontera (Cádiz), 1974— y Eduardo Herrera Baullosa —La Habana (Cuba), 1973—, tres grandes poetas que ya tienen un importante camino recorrido, tanto editorial como de éxitos en el mundo de los premios literarios. Sin ánimo —ni posibilidad, pues eso agotaría el espacio— de extenderme en otros importantes galardones por ellos logrados, baste decir que Jorge Pozo también fue ganador del XV Premio Internacional de Poesía Antonio Gala, que Manuel Francisco Reina mereció el XXXII Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma, y que Eduardo Herrera se hizo con el premio de la “World National Writers Union” en 2019, en Estados Unidos, país en el que reside y trabaja como médico y escritor, aunque su origen es cubano, si bien con raíces asturianas.

                Tuve el honor, y el placer, de formar parte de los jurados que concedimos a Jorge y a Manuel sus respectivos premios “Ochaíta” en 2021 y 2022 y, sin desvelar las deliberaciones pues son y han de ser reservadas, les aseguro que sus poemarios, titulados “Hogares impropios” y “Musa insumisa”, son dos piezas de arte mayor poético, y no por la extensión de sus versos, sino por su enjundia, voces personales y “temblor poético”, en feliz expresión del maestro Alberti, gaditano como Manuel y uno de sus referentes junto a otros tres poetas andaluces: Góngora, Juan Ramón Jiménez y Antonio Hernández. No he estado en el jurado que, en la edición de 2023, ha dado el premio “Ochaíta” a Eduardo Herrera, pero sí he tenido la oportunidad de leer su poemario ganador, titulado “Las locas piedras de Alejandra”, y puedo afirmar y afirmo que es una obra de auténtica categoría poética en la que hay un telón de fondo de dolor, por causa ajena, y depresivo, por propia, paralelo al de Alejandra Pizarnik, la gran poeta argentina considerada como la última surrealista. Y el creacionismo del chileno Huidobro también está en los versos de Herrera, como el conjunto de la tradición poética española, en la que bebe sin complejos.

Los tres últimos ganadores del premio Ochaíta de Poesía, junto a Jesús Orea

                “Hogares impropios” es un poemario que, pese a aflorar culturalismo en él, huye de “los novísimos” que lo pusieron en boga y apostaron por el pensamiento y la creación ajenos y despreciaron los propios. Jorge Pozo no huye de nada por esnobismo ni por extranjerofilia, sino que simplemente referencia su poesía —más bien metapoesía e, incluso, metafísica existencial— en musas griegas como Calíope, diosas como Mnemósine y atletas como Cleómedes, que están en nuestra propia tradición pues Grecia es parte notoria de nuestros cimientos culturales. Y en ese terrible Cléomedes, que hundió un colegio de niños, me parece ver la evidente vocación pedagógica de Jorge Pozo. Un gran poemario, sin duda, como también lo es “Escrito bajo las uñas”, con el que ganó el premio Antonio Gala.

                Manuel Francisco Reina es muy grande en todo lo que hace, algo que su porte ya avanza. Es un crítico literario con curriculum en los mejores culturales patrios, “Babelia” y ABC incluidos, experto en copla, novelista, guionista, dramaturgo y poeta de los buenos, de los que siempre les pilla la inspiración trabajando, como decía Picasso. Y perfeccionista donde los haya, algo que le honra, aunque nos impaciente a sus amigos que esperamos pronto de él un nuevo poemario. En “Musa insumisa”, la obra con la que ganó el Ochaíta en 2022, hay mucho tiempo y muchas emociones en transcurso. Su poesía es como él: sensible, brillante, honesta y profunda, y, como el agua tras la tormenta, busca los cauces y los ríos por los que llegar a la mar que, en su caso y al contrario del de las coplas de Jorge Manrique, no es el morir, sino el vivir. Andalucía, y especialmente, Cádiz y su viento atlántico y su luz mediterránea, están al fondo de su palabra, precisa y sentida siempre, dolida alguna vez y polivalente cuando quiere jugar, y juega, al escondite de sus emociones.

                El poemario de Eduardo Herrera Baullosa es también como él: sensible, no, lo siguiente, además de inteligente y brillante. Trasciende que se trata de una obra terapia, que pretende calmar el dolor (que ahora ya lo sé, pero no cuando lo leí) que supone ser testigo y acompañar el deterioro de su madre, enferma de ELA. “Las locas piedras de Alejandra” me parece un gran conjunto de piezas, pleno de sensibilidad y tono poético, con evidentes tintes creacionistas y muy bien traídos la inspiración y los exergos de Alejandra Pizarnik. Se me antoja una novela poética por su unidad temática, planteamiento, nudo y desenlace. Hay una historia completa detrás, profunda, muy profunda, y cercana, muy cercana; no son pinceladas poéticas o retazos sueltos. Puede que con él estemos ante el mejor poeta cubano de su generación.

                Pues con estos tres “ochaítas”, a quienes he querido rendir el mejor homenaje posible en el Día de la Poesía, como es hablar de su poética y difundirla, compartí mesa y mantel el viernes, 15 de marzo, en el restaurante “Fardel”, esa ya sobresaliente referencia gastronómica que está construyendo en el paseo de San Roque Nacho Padín, gran cocinero y mejor persona, se lo aseguro. De casta le viene al galgo. Nacho es un buen alcarreño con raíces gallegas y fardel es una voz castellana, de origen galaico, que significa el saco o la talega en la que se lleva alimento cuando se come fuera de casa (y que solían llevar los pobres, casi siempre vacío, todo sea dicho). Pues en ese fardel nos metimos, en vísperas del Día De la Poesía, mis tres amigos poetas, además de Renato, el marido de Eduardo Herrera —un productor brasileño de cine que irradia simpatía y dinamismo— y yo, que soy migrante en el país de la palabra. ¡Lean poesía, sentirán más y soñarán mejor! 

Medalla de plata castillera

Que Guadalajara es Castilla inmaculada —primera acepción de esta entrada en el diccionario de la RAE, o sea, que no tiene mancha—, es algo notorio, evidente, palmario, patente, incuestionable, indudable… aunque algunos se empeñen en referirse a nuestra provincia como manchega, eliminando hasta lo de castellana, incluso en medios de comunicación nacionales que de tanto estar errados, ya parece que también estén herrados. Por cierto, los sucesivos medios que ha dirigido Pedro J. Ramírez —Diario 16, El Mundo y ahora El Español—, se han llevado y llevan la palma en ello, algo inexplicable pues el susodicho va de redicho y divino por la vida, pontificando como si sentara cátedra, periodística por supuesto, pero no sé yo si no le gustaría cambiar la pluma por el báculo papal, aunque solo fuera por el protagonismo y el foco mediático que otorga… Pedro Jota, antes muerto que sencillo, vamos. Pero no inmaculado…

Esto de llamar manchega a la provincia de Guadalajara e ignorar, por desconocimiento o simple reduccionismo, lo de que fue, es y será castellana, es un hecho recurrente, ya cansino, pero que lamentablemente va a más, en vez de a menos, como debería suceder gracias al conocimiento que, para eso está, para ampliar saberes y enmendar yerros. De este asunto ya me he ocupado en unas cuantas entradas en este mismo blog y comprendo que a alguno que no le da ninguna importancia pueda parecerle repetitivo y aburrido, pero yo sí se la doy y, como el asunto no cesa, como el rayo del poemario de Miguel Hernández, pues me veo obligado a abordarlo periódicamente, aunque siempre procuro darle una perspectiva de fondo o una referencia de actualidad diferentes.

Castillo de Jadraque. Fotografía con dron. Nacho Abascal (Suite Alcarria)

Hoy voy a revindicar la indiscutible castellanía de Guadalajara precisamente con un dato que evidencia que es una de las más importantes tierras de castillos de la propia Castilla —que como territorio histórico se expande por las actuales regiones de Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cantabria, La Rioja y Madrid— y del conjunto de España: en la superficie que ocupa nuestra actual provincia hay un total de 198 castillos o fortalezas, siendo la segunda de toda España en contener este tipo de fortificaciones. La primera es Jaén que tiene 237 y la tercera es Zaragoza con 183. Este hecho nos permite afirmar que Guadalajara es la provincia castellana con mayor número de castillos y fortalezas, aunque evidentemente —también lamentablemente— no todos presentan un buen estado de conservación y, en realidad, solo medio centenar lo ofrecen en grado aceptable. De hecho, el propio Colegio de Arquitectos de Guadalajara está trabajando, en colaboración con la Diputación Provincial, en un interesante proyecto de creación de una base planimétrica digital completay con la mayor precisión posible del conjunto de castillos de la provincia y ha incluido en él 49 castillos o torreones: 18 en la Alcarria, 6 en la Campiña, 10 en Molina de Aragón, 8 en el Alto Tajo, 2 en la Ruta del Cid —Atienza y Jadraque—  y  5 en las Serranías. Esta base de datos se está elaborando con vuelo de drones y técnicas de fotogrametría, que incorporan escáner láser y mallas 3D, fotografías y vídeos en alta definición (HD) y nubes de puntos. Todo ello permitirá tener planos y alzados de absoluto detalle de los castillos y fortalezas sobre los que se ha trabajado ya o se va a trabajar, con evidente utilidad para poder actuar en ellos en materia de restauración y conservación, así como para poderlos estudiar en mayor profundidad y divulgar con imágenes muy elocuentes e impactantes, incluso con la potencialidad de hacer tours virtuales de ellos. Poder conocer, estudiar y divulgar más y mejor los más importantes castillos de la provincia castellana de Guadalajara es, sin duda, un hecho del que congratularnos y por el que cabe felicitar a nuestro Colegio de Arquitectos y a la Diputación.

Pero si Guadalajara ocupa, digamos, la “medalla de plata” en la castillería española desde un punto de vista cuantitativo, también está muy arriba en el escalafón cualitativo pues algunas de nuestras fortalezas destacan en el conjunto del castillaje nacional. En algunos escalafones que, con mucha frecuencia, aparecen en los medios digitales para incitar al “bicheador” a entrar en ellos por curiosidad y así aumentar los ingresos por hits de la web que los publica, he comprobado que varios castillos de Guadalajara aparecen en ellos con recurrencia. Es, sobre todo, el caso del de Zafra, en Campillo de Dueñas, y al que la conocida serie internacional “Juego de Tronos” dio una visibilidad tremenda al grabarse en él unas escenas. La ficción quiso llevar a este espectacular castillo roquero de la Sierra de Caldereros la “Torre de la Alegría” de “Juego de Tronos” y se cuentan por centenares las personas que van a visitarlo por este motivo, algo que, por cierto, está incomodando a sus propietarios privados pues no permiten su acceso y algunos han intentado forzar la entrada. Otro castillo de la provincia vinculado a “Juego de Tronos” es el de Atienza, no porque allí se rodara escena alguna, sino porque la productora de esta serie, HBO, situó en 2019 ante él uno de los seis tronos de hierro que colocó en otros tantos países del mundo para promocionar la última temporada hasta ahora producida. Recordemos que el castillo atencino sí que fue el escenario natural elegido para filmar una mítica película, “Las troyanas”, con la gran Katharine Hepburn de protagonista. Otros castillos de la provincia que aparecen con alguna frecuencia como “más bonitos”, “más espectaculares” o “más curiosos” en esas relaciones que citaba son el de Jadraque, el de Molina y el de Sigüenza, este último, uno de los siete paradores nacionales ubicados en este tipo de fortalezas.

Guadalajara, medalla de plata en castillería y cuchara de madera —por utilizar el simbólico “premio” que se concede al equipo que no gana ni un solo partido en el trofeo de rugby de las seis naciones, que siempre será el de las cinco— para quienes ignoren nuestra inmaculada castellanidad. O sea, sin mancha.

“Metafortísimo”

Como es sabido, cuando un adjetivo se usa en su forma de intensidad máxima estamos ante su grado superlativo. Fortísimo es el superlativo de fuerte y con él titulé hace un par de meses la entrada publicada en este mismo blog que dediqué a la incumplidora, inaceptable, incoherente, irresponsable, sorprendente y cambiante actitud de la Junta con el histórico Fuerte de Guadalajara desde hace 20 años, cuando se aprobó un Plan de Singular Interés (PSI) a instancias de la propia administración regional que varió los planes iniciales del ayuntamiento con estos antiguos terrenos militares, pero que después se ha incumplido de manera incomprensible. Y ya han pasado 20 años y cinco gobiernos regionales desde entonces, 4 del PSOE y 1 del PP. Pueden leer ese post en este enlace:

A día de hoy, aquel titular de “Fortísimo” que utilicé para calificar los reiterados incumplimientos y vaivenes de la Junta con el Fuerte, se ha quedado corto y, como ya no se puede superar el grado superlativo, he tenido que inventarme un nuevo adjetivo y acudir a una forma compuesta para calificar la nueva acumulación de despropósitos del gobierno de Page sobre este asunto: Metafortísimo es la palabreja que me ha surgido en el magín ya que “meta” es un prefijo que tiene su origen en una preposición griega que significa “después” o “más allá”. Así que, como la Junta ha superado el adjetivo fortísimo por su obsesiva y maniquea intención, vía trágala, de que se construya una pomposamente llamada “Ciudad del Cine” en el Fuerte que ni Guadalajara necesita ni el ayuntamiento parece querer, al menos como está planteada, pues calificaremos su actitud como más allá de fortísima. O sea, metafortísima.

Corrida de toros en Guadalajara con San Francisco al fondo. Grabado de Jenaro Pérez Villaamil. 1838. Museo Thyssen. Málaga

Aunque el post se va a alargar por ello bastante, conviene recapitular la cronología esencial del asunto del Fuerte: En 2000 se van los militares de allí y lo ceden al ayuntamiento, reservándose el Ministerio de Defensa parte de los aprovechamientos urbanísticos. El ayuntamiento, inicialmente, se propone desarrollar las 25 hectáreas ya previamente reservadas a viviendas en el Plan General del 99, cuando la Junta decide poner en marcha un Plan de Singular Interés (PSI) que suponía construir menos viviendas, pero quedarse con los aprovechamientos urbanísticos municipales —10 por ciento del valor del suelo— para aplicarlos después en la rehabilitación de los edificios de este singular e histórico cantón militar que, en la Edad Media, surgió inicialmente como monasterio. En 2005, siendo Alique alcalde, se firma el correspondiente convenio entre el ayuntamiento y la Junta y ésta comienza a licitar la urbanización de los terrenos y la construcción de las viviendas. En 2010, ya gobernando Román, comienzan a estar terminados los primeros bloques de viviendas y se solicita la correspondiente licencia de primera ocupación. Pese a que la Junta no había invertido en ese momento en el Fuerte nada más que lo empleado en la creación del llamado “Espacio TYCE”, incumpliendo descaradamente lo que contemplaba el PSI, el ayuntamiento, para no perjudicar a los propietarios de las viviendas, concede licencia provisional de ocupación, condicionada a que la administración regional cumpliera con sus obligaciones en materia de recuperación patrimonial y nuevos usos de los inmuebles históricos. Pasan los años y la Junta sigue sin cumplir, pese a los requerimientos del ayuntamiento, y éste se ve obligado a acudir a los tribunales. Gana el consistorio local en las sucesivas instancias hasta que, en 2018, el Tribunal Supremo, finalmente dicta ya sentencia firme condenando al gobierno de Page a invertir 22 millones de euros en la rehabilitación y acondicionamiento de los inmuebles del Fuerte para los usos que decida el ayuntamiento, pese a que la plusvalía que obtuvo en Guadalajara fue de 30 millones. La sentencia siguió sin cumplirse hasta que, en mayo de 2021, el entonces alcalde de Guadalajara, Alberto Rojo, y el consejero de Fomento de la Junta, Ignacio Hernando, anuncian a bombo y platillo que, por fin, la Junta va a empezar a cumplir con su obligación, que databa de 16 años antes, y con la STS de 2018, y a habilitar la Biblioteca Central Municipal en el taller de forja del Fuerte y en la nave de talleres, tras su rehabilitación, se iban a ubicar las Escuelas Municipales del entonces ya extinto Patronato de Cultura. Unos incompletos, pero buenos y adecuados usos de partida, sin duda. La Junta contrata el proyecto para la biblioteca y se gasta 45.000 euros en él. Tirados a día de hoy. El proceso de redacción se dilata casi 2 años, pero por fin, se solicita licencia de obra al ayuntamiento, que la concede en julio de 2023, siendo alcaldesa ya Ana Guarinos. No obstante, en febrero de ese mismo año —electoral, recordemos—, el alcalde y entonces candidato, Rojo, y el vicepresidente regional, Martínez Guijarro, firman un protocolo para construir la Ciudad del Cine en el Fuerte. Un nuevo conejo sale de la chistera. El proyecto inicial, dijeron con las urnas ya casi abiertas, era compatible con la biblioteca y las escuelas, o, al menos, así lo vendieron y pareció ratificarlo el hecho de la solicitud de licencia de obra para la biblioteca. Llegan las elecciones, se dan los resultados que se dan. Y otro giro más, este ya de tuerca hasta trasroscarla: En otoño de 2023, el delegado de la Junta en Guadalajara, Escudero, sin mantener conversación alguna con el ayuntamiento sobre el tema, ya filtra a la prensa que la Ciudad de Cine es innegociable y que, además, va a ocupar todos los terrenos del Fuerte. El equipo de gobierno municipal, pese a enterarse por la prensa del enésimo (des) propósito, desprecio y vaivén de la Junta, decide mantener silencio públicamente para no enquistar el tema y se reúne en noviembre con sus representantes para tratar de llegar a un acuerdo. En Toledo —dónde si no— se encuentran que no hay proyecto de Ciudad del Cine, solo una tormenta de ideas en seis folios. Quedan en que, a primeros de año, les presentarán ya el “proyecto” completo. Esto, por fin, tiene lugar el viernes, 16 de febrero, aunque algún día antes se filtra información a los medios sin duda con ánimo de presionar. Llamémosle inelegancia o vísperas de falta de respeto institucional. El delegado de la Junta y una persona de la empresa a la que se ha encargado el tema, son los interlocutores de los tenientes de alcalde, Esteban y López Pomeda, a quienes acompaña una técnico municipal de Urbanismo. Lo que la Junta decía que iba a ser un proyecto, no pasa de memoria valorada con números muy gruesos —sólo 500.000 euros para rehabilitar el claustro, por ejemplo— y absolutamente decepcionante pues, en realidad, no se van a rehabilitar los edificios, sino a consolidarlos para que no se caigan —se terminen de caer, mejor dicho—, y a dedicar todo el espacio a la supuesta Ciudad del Cine con algún uso complementario formativo y museístico que no se sostienen, pues son meramente cosméticos. Para colmo, el Fuerte lo gestionaría una empresa privada por concesión —incluso ya han salido nombres de posibles concesionarios que se asoman al asunto al igual que cotillea a los vecinos la vieja del visillo del humorista manchego José Mota—, tendría acceso restringido y por lo tanto los ciudadanos quedaríamos otra vez a espaldas de él, como cuando lo custodiaba una guardia militar. Además, la Junta viene a decir al ayuntamiento que “esto son lentejas” y que si no “traga” con su “proyecto” se perderán para la ciudad 7,8 millones de euros de fondos europeos que a 31 de diciembre deben estar ejecutados, al menos, al 30 por 100. Ni con voluntad política se llegaría a esa fecha porque los técnicos municipales creen que este nuevo PSI que planeta la Junta perjudica al ayuntamiento en términos jurídicos y económicos, al deber renunciar a los 22 millones de euros —más el interés legal del dinero desde 2018— de la STS, por 7,8 millones de fondos europeos. Además de estas consideraciones, hay otras de legalidad urbanística que asaltan a los técnicos y que deberían solventarse con el nuevo PSI propuesto, para lo que se necesitarían varios meses, como también se necesitan para licitar y adjudicar las obras. Vamos, que no se llega a diciembre con el 30 por ciento ejecutado ni aunque Page apoye la amnistía de Sánchez para los delincuentes del “Procés”.

Voy terminando ya: El equipo de gobierno municipal nos ha manifestado a los firmantes de la solicitud pública para que no se construya la llamada “Ciudad del Cine” en el Fuerte, sino que éste acoja una Ciudad de la Cultura con las importantes infraestructuras que le faltan en esa materia a la ciudad — colectivo en el que nos incluimos gentes vinculadas a la cultura de amplia experiencia y sensibilidades políticas distintas—, que está en nuestra línea de pensamiento. Si así es, tienen mi apoyo total. La Junta debe rectificar y dejar que Guadalajara decida lo que quiera para ella misma, incluso aunque se equivoque, que no es el caso, porque eso de la “Ciudad del Cine”, según se ha planteado y “proyectado”, tiene más sombras que luces y, sin luz, no se puede mirar ni siquiera a través de visillos. Guadalajara, además, necesita perentoriamente su biblioteca central municipal, sus escuelas municipales en un espacio amplio y adecuado, un Centro de Cultura Activa —o Casa de la Cultura, como se le quiera llamar— pues somos, probablemente, la única capital de provincia que no lo tiene, y otros espacios que completen las infraestructuras y servicios culturales de la ciudad. Y que no se pierdan esos fondos europeos será responsabilidad de la Junta, jamás del ayuntamiento, pues propone una actuación que no depende de ella, lo que sí depende es cumplir la STS de 2018 y respetar la voluntad de Guadalajara y de sus legítimos representantes municipales.

Iriépal “cazó” su botarga

Las botargas son los personajes enmascarados más reconocibles y singulares de la cultura tradicional de la provincia de Guadalajara. No son exclusivos, ni mucho menos, pues en otras partes de España, especialmente de la mitad norte, también se dan, eso sí, con otras denominaciones: mojigangas, zaharrones, zamarrones, zagarrones, zarramacos, zorromacos, cigarrones, harramachos, cachimorros, guirrios, peliqueiros, colachos, jarramplas, carantoñas, foliones, visparras, jurrus… Lo que sí es muy particular de nuestra provincia es la denominación de botargas y el hecho de que éstas suelen salir en enero y febrero, antes del carnaval, mientras la mayor parte del resto de enmascarados son personajes que se suelen enmarcar ya en el tiempo de las carnestolendas. Mucho se ha hablado —a veces, más bien, especulado— sobre su ancestral origen que, evidentemente, algo debe haber de ello pues si podemos afirmar que los dioses no emigran, los diablillos tampoco. Uno de los principales etnógrafos españoles y estudiosos de esta tradición de los enmascarados pre o carnavalescos, Julio Caro Baroja, defendió que las botargas poseen una evidente raíz europea y medieval. El sobrino de don Pío, que conoció bien nuestra tierra e incluso la frecuentó con su familia pues los Baroja llegaron a tener casa en alquiler y olivar en propiedad en Tendilla, identifica las botargas con los bufones contratados por consistorios europeos que salían en festividades especiales en la alta edad media y principios del renacimiento, si bien consideraba posible que los bufones pudieran tener unos antecedentes aún más primitivos. Lo que sí afirmaba es que “el atuendo y la palabra botarga implican una modernización renacentista” frente a otros enmascarados peninsulares, sobre todo del norte. La palabra botarga, que está en el diccionario de la RAE, se define así en su primera entrada: “En las mojigangas y en algunas representaciones teatrales, vestido ridículo de varios colores”. En la segunda, se limita a decir: “Persona que lleva la botarga”. Confío en que nuestras dos académicas actuales, la molinesa Aurora Egido —que, además, es la secretaria— y la guadalajareña, Clara Sánchez, aporten su cercanía a nuestro singular personaje, para que, bien se corrija, bien se matice la definición que de él hacen los vigilantes de nuestro idioma porque ni es exacta, ni es adecuada pues ni siquiera se hace referencia a que sea un personaje enmascarado, algo tan determinante como su vestido que, más que ridículo, a mi me parece colorista o multicolor. Para gustos, precisamente, los colores, y el concepto de ridículo hace tiempo que no se puede definir de manera pacífica.

Máscara de la recuperada Botarga de San Blas, de Iriépal

Volviendo a Caro Baroja, éste publicó en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, en 1965, un interesante artículo sobre las botargas de Guadalajara que reimpulsó su hasta entonces mínima presencia en el panorama etnográfico nacional. Doce años antes, en esa misma y prestigiosa revista de aquel tiempo, nuestro recordado y querido Sinforiano García Sanz, maestro y librero de viejo en Madrid, nacido en Robledillo de Mohernando, ya había publicado un gran trabajo titulado “Botargas y enmascarados alcarreños”. Me consta que Caro tuvo noticias directas y más detalladas de las botargas por el artículo de Sinfo, como era conocido “Gesanz” —seudónimo que también utilizaba Sinforiano—, y por las conversaciones que con él mantuvo, hasta el punto de llegar a visitar algunos pueblos de Guadalajara con botargas, como el propio Robledillo, Retiendas, Aleas o Beleña. En ese viaje y en esos pueblos filmó una mítica película para el NO-DO, titulada “A caza de botargas”, y tomó datos y notas para varios artículos publicados en revistas especializadas y libros.

El tema de las botargas es recurrente en mis artículos y raro es el año que no les dedico alguno en el que es probable que me repita, al menos en parte, pero su arraigo y relieve en nuestra cultura tradicional es tal que, última y felizmente, me veo obligado a ello porque hay noticias, o sea novedades —que ese es el origen etimológico de la palabra—, en torno a ellas, algo que me agrada sobremanera. En los últimos años se han ido recuperando botargas que no salían desde hacía, incluso, más de un siglo, el año pasado la Diputación y La Tradición Oral iniciaron el proyecto “La Ruta de las Botargas” y este año, Iriépal ha recuperado —ha “cazado”, si seguimos la huella de Caro Baroja—, su tradicional botarga de San Blas, saliendo el sábado 3, festividad del santo con fama de curar los males de garganta. Acompaña estas líneas la imagen de la máscara con la que salió la rediviva botarga de San Blas, de Iriépal. Es de madera, como las antiguas que hacía el recordado “Mere”, de Arbancón. Con ella y con buen criterio, han huido de los insostenibles —y, a veces, infumables— de plástico. Representa una abubilla con su característico penacho de plumas y pico largo porque las gentes de este hoy barrio de la capital tienen el mote de “Bubillos”, como los de Taracena tienen —tenemos— el de “Ahumaos”. Sobre este asunto de los motes entre pueblos, algo muy común entre vecinos y comarcanos, nos ocuparemos en otra ocasión, como ya se ocupó el hoy tantas veces citado Caro Baroja calificándolo como un hecho evidente de socio-centrismo.

Vamos terminando, que es gerundio y necesario por razones de espacio: Cuando Sinfo publicó, mediado el siglo XX, su importante artículo sobre las botargas y otros enmascarados alcarreños —más bien guadalajareños, pues los había no solo de la comarca de la Alcarria—, dio datos de la existencia de 29, de los que en ese momento solo salían ya 12. Por cierto, entre esas 29 estaban la recuperada, en 2017, botarga de San Ildefonso, de Taracena, y la igualmente recuperada, este año, botarga de San Blas, de Iriépal. En la actualidad, son más de medio centenar las botargas, zarragones, vaquillas, vaquillones, diablos y otras denominaciones particulares de enmascarados de la provincia que ya tienen una —y algunas hasta dos— citas en el calendario. Doy por hecho que se están recuperando personajes tradicionales y no que se está intentando hacer tradicionales personajes por imitación o moda.

Los latidos de Taracena

¿Late la tierra más allá de cuando las fuerzas de la naturaleza la agitan en forma de terremoto o cuando las interesadas y, las más de las veces, agresivas y nocivas prospecciones del hombre buscan minerales en sus entrañas con explosivos, o petróleo y gases a través del fracking? Solo los indios americanos, con su agudísimo oído, eran capaces de poner la oreja en el suelo y detectar movimientos de personas o de caballos a kilómetros de distancia, una forma de latido de la tierra, aunque no surgido desde el corazón, sino desde los pies y las patas, lo más periférico del cuerpo humano y animal que desde él se riega mediante su bombeo sanguíneo. O al menos eso es lo que nos hacían creer John Houston, Howard Hawks, King Vidor y otros grandes del cine del Oeste que tantas horas nos entretuvo de niños cuando la vida pasaba muy despacio, casi a cámara lenta, por todo lo que nos quedaba por vivir. Vuelvo al principio: ¿Late la tierra? Es obvio que el reino mineral, que es el predominante en ella, no tiene corazón y, por tanto, no late, aunque pueda vibrar, que no es lo mismo. Y al no tener corazón, tampoco puede tener si quiera extrasístoles ventriculares, que no dejan de ser latidos cardíacos, pero a distancia, algo parecido a las réplicas de los terremotos que se producen a kilómetros de su epicentro. ¿Late, pues, la tierra? En un sentido figurado, que es el que quiero dar yo a esta entrada, por supuesto que sí; de hecho, yo la oigo latir a diario y a todas horas. Esa que oigo latir a cada momento no es cualquier tierra de las guadalajaras, a las que tanta afección tengo y a las que soy yo quien he dado mi corazón más que ellas el suyo a mí; la tierra que me late es la de Taracena, el pueblo de mi familia materna y, por tanto, el mío propio. Uno es de donde nace y también de donde pace, pero sobre todo es de donde nace su madre porque la propia tierra es femenina sin necesidad de aplicar la perspectiva de género, ni discriminación positiva alguna, de ahí ese concepto de la deidad frigia que era la “magna mater”, la madre tierra.



Botarga de San Ildefonso, de Taracena, evolucionando ante la imagen del santo. La botarga fue recuperada en 2017, tras haber salido por última vez en 1900, y la imagen del santo en 2021, después de desaparecer en la Guerra Civil la anterior que había esculpida sobre tabla.

            A mi me late a diario la tierra de Taracena, no solo porque yo descienda de allí por vía materna, sino porque a ella volveré cuando se cumpla el tiempo en mi particular biología circular que es una forma de llamar, puede que un tanto pretenciosa pero expresiva, a lo que el propio Génesis gráficamente resume como la vuelta del polvo al polvo, un eufemismo grandilocuente de la muerte que algún día me llegará, como a todo quisque. Eso sí, no la tiento porque tengo aún muchas cosas por hacer, y confío en que esa llegada de la parca con mi nombre en el filo de la guadaña sea más tarde que pronto, sobre todo si es con salud. A quienes lamentablemente ya les ha llegado es a los demás miembros de mi núcleo familiar más cercano, el formado por mis padres y hermanos. Sus corazones, enterrados en el cementerio de Taracena, son, precisamente, los que oigo latir a cada momento, porque viven en el mío. ¡Claro que late la tierra! El polvo de guijo, marga o arcilla, no, pero el de los seres más queridos late con mucha fuerza, a veces en taquicardia por la angustia y la ansiedad de no tenerlos presentes de otra forma, otras en bradicardia por el sosiego que transmiten los cementerios. El de Taracena, pequeño y jalonado de cipreses que creen en Dios y dan sombras alargadas, como los de las magníficas literaturas de Gironella y Delibes, es un dormitorio —origen etimológico de la palabra cementerio— en el camino de la Huerta del Grama y que da vistas a la vega del arroyo de Santana, tributario del Henares, riachuelo que estos días bajaba con la fuerza de un venero joven y no con la debilidad de uno ya en su tercera edad, como acostumbra. Los latidos de Taracena, para mí, son los de los corazones allí descansando en paz de mis queridos y añorados padres y hermanos. Mis padres se marcharon en horas previsibles, ya en la ancianidad, pero mis hermanos se murieron a deshoras, cuando eran demasiado jóvenes, incluso para el rock and roll, porque, como dice la canción de Jethro Tull, “nunca eres demasiado viejo para el rock ‘n’ roll si eres demasiado joven para morir”, como les ocurrió a Alfonso y Carlos que se fueron con 37 y 61 años respectivamente. Los cuatro se me murieron en invierno que es el tiempo en que la tierra más necesita corazones para latir, porque el frío la paraliza y consume, y las semillas se depositan inertes en ella para que después renazcan en primavera.

            Justo enfrente del paraje en el que radica el cementerio de Taracena, vega de Santana por medio, está el alto de la Muela, un paraje en el que se encontró hace 50 años un tesoro conformado por 168 denarios hispanorromanos, con el epígrafe “Bolscan”, acuñados en la ceca de Huesca y que datan de principios del siglo I a. de C. Es obvio, por tanto, que Taracena fue, al menos, un lugar de paso en tiempo de los romanos, nada extraño pues apenas a 3 kilómetros de allí, Henares de por medio, se localiza Arriaca, y el hoy barrio anexionado a Guadalajara está en el entorno del Itinerario Antonino Vía XXV, que unió Emerita (Mérida) con Caesar Augusta (Zaragoza). Esta de romanos viene a cuento de que el pueblo latino, hasta el siglo IV, tenía por costumbre despedir a sus muertos con la inscripción “STTL”, siglas que responden a la expresión “Sic tivi terra levis”: “Que la tierra te sea leve”. Es, de alguna forma, el RIP precristiano. Pues bien, a mis muertos, a los corazones que hacen que me lata la tierra de Taracena, yo les despedí, precisamente, con esta coda que cierra mi poema titulado “Los latidos de Taracena”, que forma parte de mi poemario “Suite Alcarria” y que allí presenté el día 18 de enero, dando con este acto inicio a sus fiestas de invierno, patroneadas por San Ildefonso y la Virgen de la Paz:

“Quiero a Taracena tanto como me duele.

En su cementerio reposan muchos corazones que viven en mí…

… Y algún día también reposará el mío.

¡Que nos sea leve su alcarreña tierra!”

            Pues lo dicho.

El camino que no lleva a Belén

Hay dos momentos en el año en que a Guadalajara se le pone cara de circunstancias, como de acusado cambio de ciclo que le deja un rictus de entre cansada por lo vivido y expectante por lo que espera vivir. Uno de esos dos momentos deviene con el final de las ferias y que, desde que se fijaron a mediados de septiembre, también coincide con el final del verano. Es mucho decirle adiós a la vez a la fiesta y al buen tiempo, aunque cada vez hay más veranillos en otoño y el de San Miguel nunca falta a su cita en los últimos días septembrinos. El otro momento en que a la ciudad parece gripársele el motor, suspirar profundo e iniciar un largo camino es cuando finalizan las navidades; otra vez el final de unas intensas fiestas y el inicio de otra estación, en este caso el invierno que, pese a que, desde el solsticio, cada día nos regale ya algunos minutos más de luz y apunte hacia la no tan lejana primavera, suele venir acompañado de un frío intenso, los consabidos virus y, sobre todo, la sensación de que se ha acabado lo bueno y falta aún mucho para que llegue siquiera lo regular. Pongamos que lo regular es el carnaval, mediado ya el invierno, y que viene disfrazado de festivo, aunque el tiempo también llamado de antruejo comporta en esta tierra castellana una festividad contenida porque la mascarada encuentra mejor acomodo en temperos y febreros más cálidos que los nuestros.

´Guadalajara, ciudad de belenes`, mensaje central del Belén Monumental Municipal de Santo Domingo

            Antes de pensar en lo que va a ser, que ya va siendo, repasaremos lo que ha sido. Las navidades, no solo en Guadalajara, por supuesto, cada año son más convencionales y menos singulares. El evidente e imparable proceso de globalización explica ese cambio progresivo en el que lo singular y lo autóctono de la Navidad cada vez da más pasos atrás en favor de lo general y lo importado e impostado, al menos desde el punto de la estética. Así, los árboles decorados, Papá Noël y las iluminaciones cada vez más espectaculares y hasta por las que compiten ciudades —Vigo y Málaga, por ejemplo—, le van ganando terreno progresivamente a los tradicionales belenes o los Reyes Magos. Precisamente, este año, se ha conmemorado el 800 aniversario del que es tenido por el primer belén de la historia católica, el que instaló San Francisco de Asís en Greccio, en la región italiana del Lazio, con el fin de catequizar a la población representando en miniatura la escena del nacimiento de Jesús en un humilde pesebre de Belén. En Guadalajara, como viene siendo costumbre desde principios del siglo XXI, el Ayuntamiento de la capital ha instalado su belén monumental, desde hace unos años ubicado en Santo Domingo, y la Diputación también acoge a las mismas puertas de su palacio provincial un gran belén artístico; en el montaje de ambos, como en los de otros en distintos lugares de la provincia, ha participado la Asociación Provincial de Belenistas, activa y comprometida con el belenismo desde su fundación hace ya más de 50 años. Es reconfortante que en Guadalajara se siga la huella belenista del “poverello” de Asís, un santo cuya obra está muy unida a la ciudad pues ya en 1330, las infantas que dan su nombre al puente que hay junto al torreón del Alamín, Isabel y Beatriz, hijas de Sancho IV y señoras de Guadalajara, donaron el primitivo convento templario de lo que después fue y es el Fuerte a la orden franciscana. Dos siglos más tarde, Doña Brianda de Mendoza también erigió una comunidad franciscana en el convento que desde entonces pasó a llamarse de la Piedad y cuyo inmueble ocupara previamente el palacio de su tío, don Antonio de Mendoza. El primer renacimiento español, traído por los Mendoza a Guadalajara a través del arquitecto Lorenzo Vázquez, dejó allí su señera huella. Me alegra sobremanera que el Ayuntamiento y la Diputación de Guadalajara sigan dando aliento y espacio público al ya octocentenario belenismo. Por el contrario, lamento que en el palacio de la Moncloa, que es la sede de la presidencia del gobierno de todos los españoles, tradicional y muy mayoritariamente católicos, no se monten ya belenes, supongo que por los muchos que su inquilino tiene montados fuera, y no precisamente con figuritas de barro. Eso sí, en la Moncloa de Sánchez —también ocurría ya con Zapatero— no hay belén, pero se les han colado dos “caganers”, Puigdemont y Junqueras, y en vez de Reyes Magos han puesto a un “olentzero” de Bildu y otro del PNV; el primero es fácil distinguirlo porque va encapuchado.

            No era mi intención inicial agriar este post, pero, como dijo alguien que sabía mucho de política, sobre el silencio no se puede construir el futuro, como tampoco se puede —o, al menos, se debe— erigir sobre “verdades” oficiales que nos van a costar 440 millones de euros, que es lo que Sánchez se va a gastar en los próximos meses en propaganda política, a la que eufemísticamente llaman “publicidad institucional”. Al presidente que no le gustan ni los belenes ni los reyes —ni los magos ni los que residen en la Zarzuela—, Papá Noël, el Olentzero vasco, el Esteru cántabro, el Apalpador gallego o el “Tío de Nadal” catalán, o cualquier otro personaje tradicional regalador del tiempo de Navidad —menos los magos de oriente, por supuesto—, le han traído cinco veces más del monto total del presupuesto de la Diputación de Guadalajara de 2024 para que se lo gaste en propaganda. Prepárense en esta cuesta de enero para el bombardeo de mensajes progubernamentales y filosanchistas que nos esperan. No se si finalmente nevará este invierno —parece que sí y además no tardando—, pero los intentos de blanqueamiento del gobierno con tanta “pasta” —y no precisamente dentífrica— van a llevarnos a un paisaje político muy parecido al de un belén espolvoreado con harina.

El barrio de los toreros

Que Guadalajara no se gusta a sí misma es una frase genial de las muchas que debemos a Javier Borobia, perito en guadalajaras como no ha habido nadie y es improbable que lo haya en el futuro, al menos de su talla humana. Gustarse uno a sí mismo en exceso tiene muchos riesgos, como queda evidenciado en el mito de Narciso, pero gustarse poco, como le pasa a Guadalajara consigo misma, es aún más arriesgado porque a lo que no quieres, aunque sea a ti mismo, lo desprecias y haces muy poco por conservarlo; incluso pones de tu parte para derribarlo. Así, con ese proverbial y lacerante autodesprecio, Guadalajara ha permitido en unos casos y hasta aplaudido en otros que buena parte de su patrimonio material haya desaparecido a manos de piquetas —también de la especulación—, cuando no, directamente, de destructivas máquinas de derribo que son capaces de arrasar siglos en poco más de media mañana. Esta que hoy parece una ciudad inacabada o, peor aún, que en bastantes de sus muchas heridas urbanas del casco histórico no se sabe bien si se está construyendo o demoliendo, también ha dejado caer por pasiva, o derribado adrede, una significativa parte de su patrimonio inmaterial. Aquí compramos muy caro lo que nos venden de fuera y vendemos muy barato lo propio. La raíz de ese mal también está en que Guadalajara no solo no se gusta a sí misma por su aspecto, sino también por su alma y se la vende al diablo con tal facilidad que Mefistófeles tiene puesto fijo en el mercado de los martes. Al de los sábados ni siquiera se molesta en venir.
Esta reflexión, nacida cuando los pastores están de vuelta en el camino que viene de Belén, no es producto de la resaca del cava o el champán, ni de la hiperglucemia que suele devenir tras el hartazgo de turrones y alfajores, es consecuencia de una reflexión en positivo, aunque pueda parecer lo contrario, pues con ella quiero rendir homenaje a la Ronda del Alamín, lo mejor y más autóctono, genuino y singular que le queda a la Navidad tradicional de Guadalajara. Cuanto menos se gusta Guadalajara, cuanto más se desprecia a sí misma, cuanto más barata vende su alma y compra cara las de otras geografías e historias, cuanto más de su tradición se ha dejado en la gatera del tiempo, más brilla y me gusta la Ronda del Alamín, que es la más antigua y mejor cara del folclore arriacense de este tiempo. Nada ha podido hasta ahora con ella, ni siquiera ir perdiendo algunos de sus más significados miembros —como es el caso últimamente de Mariano García o Ángel Calvo, entre otros— porque la vida no perdona ni siquiera a quienes parecen insustituibles. El “castil de judíos”, que es el topónimo histórico del paraje de nuestro actual cementerio y que data de mediados del XIX, está lleno de imprescindibles. Precisamente en ese saber enterrar imprescindibles, no solo los ya citados, sino muchos otros que les precedieron, y querer y saber sobreponerse a ello, radica la fortaleza inmaterial y la continuidad material de la Ronda del Alamín, todo un ejemplo de resiliencia, ahora que está tan de moda esta palabra.

El Torreón del Alamín y la torre de Santa María vistos desde el histórico y popular Lavadero del barrio, restaurado hace unos años.


El Alamín, pese a la evidente evolución y transformación física que ha vivido en las últimas cuatro décadas, es el barrio con más personalidad que le queda a aquella Guadalajara medieval en la que convivían judíos, moros y cristianos en tres espacios físicos distintos, pero conurbados. Los cristianos en el eje vertical de la calle Mayor, los judíos en el horizontal de la calle Museo y aledaños, y los árabes, mejor mudéjares, en el entorno de Santa María, con el Barranco del Alamín separando Budierca de la Alaminilla. El propio nombre de Alamín ya nos evoca a la España andalusí y su toponimia, según el diccionario de la RAE, tiene tres acepciones: “juez de riegos”, “oficial que antiguamente contrastaba las pesas y medidas y tasaba los víveres” y “alarife diputado antiguamente para reconocer obras de arquitectura”. Los alarifes eran los arquitectos o maestros de obras en la cultura musulmana y diputado es sinónimo de enviado o mandatado. Revisando estos tres significados de la voz Alamín, he pensado que en la segunda pueda estar la clave del nombre de este barrio arriácense pues el Puente de Infantas y el Torreón alaminero formaban parte destacada de la muralla medieval de la ciudad y sin duda fueron aduana y control de paso y pesos de mercancías, tanto de entrada como de salida de la ciudad. Por cierto que de nuestra histórica muralla apenas quedan algunos trozos de paños aislados: el ya citado Torreón del Alamín, un arco de la antigua y compleja —por su disposición pentagonal y laberíntica— puerta de Bejanque, un mínimo resto de la antigua puerta de Mercado subsumido en la cimentación del edificio que se construyó al inicio de la calle Mayor sobre el antiguo solar que ocupó el popular comercio llamado “El Buen Gusto” y el Torreón de Alvarfáñez, también llamada Puerta de Feria, cuya fábrica es tres siglos posterior al tiempo del amigo del Cid a quien la leyenda atribuye la reconquista de la ciudad. Y digo leyenda y digo bien, como también que fue conquista porque la fundaron musulmanes y más bien por pacto político de ocupación que por épica lucha. Para una vez que ternemos una bonita historia que contar, resulta que es leyenda… Con lo que acabo de decir, no quiero contribuir a un solo derribo más, solo a poner las cosas en su sitio porque las leyendas históricas son las formas con que los hombres han querido explicar y contar su pasado, cuando no lo han recordado bien o cuando han querido engrandecerlo. Y la leyenda de Alvarfáñez y de Guadalajara está escrita en el Poema de Mio Cid, en la conocida como algarada del Henares. O sea que estamos unidos a este personaje histórico que hasta da nombre a uno de nuestros torreones, más por la literatura que por la historia. Bendita literatura. Bendita historia.
Termino ya volviendo a revindicar y a aplaudir a la Ronda del Alamín como el santo y la seña, el corazón, el alma y la voz de la Navidad de Guadalajara. El Alamín, como dice una de sus más conocidas coplas de ronda, es el barrio de los toreros y han ido relevándose primeros espadas y banderilleros sin solución de continuidad, manteniendo una tradición de barrio que ha trascendido y ha asumido como propia el conjunto de la ciudad. De lo particular, se han proyectado a lo universal que también diría, inspirándose en Ortega, mi amigo y hermano del alma Javier Borobia. ¡Larga vida a nuestro “Torito” y a nuestros toreros! ¡Viva la Guadalajara más viva, viva la Ronda del Alamín!

Fortísimo

En mi anterior entrada ya anunciaba que no tardaría en abordar el chusco (y chungo y chingado, añado hoy) asunto de la Junta de Comunidades y sus reiterados incumplimientos con el Fuerte (de San Francisco, de Guadalajara) y con la propia ciudad porque es muy fuerte, fortísimo diría yo. Pasado el largo puente de la “Inmaculada Constitución” —un sincretismo religioso y civil que solo es mera retórica porque la política actual ha llevado a la Carta Magna al pie del monte de piedad— y antes de imbuirnos en las navidades que todo lo invaden y casi todo lo opacan, incluso su sentido más profundo, no quiero dejar pasar un día más sin denunciar por enésima vez los desafueros de la Junta con este histórico recinto de la capital. Un conjunto monumental hoy semiarruinado que, como la conocida obra de Stendhal, ha vestido su larga historia entre el rojo de la casaca militar y el negro de la sotana, aunque más bien deberíamos hablar del amarronado hábito franciscano en este caso.

El último incumplimiento del gobierno regional con el Fuerte —y con Guadalajara— y que ha retrotraído a la actualidad este asunto es el anuncio de que, pese a lo públicamente comprometido en 2021 y al dinero y el tiempo invertidos en el proyecto, finalmente no se va a construir allí la sede central de la red de Bibliotecas Municipales, prevista para el antiguo y singular Taller de Forja, una joya arquitectónica de la primera tecnología industrial. Tampoco se van a habilitar en otras naves del antiguo TYCE las Escuelas Municipales que hace ya casi tres años también se anunciaron. La Junta de Page ha decidido, unilateralmente, sin contar con el ayuntamiento, que esos dos proyectos pactados entre ambas instituciones cuando las gobernaba el PSOE ya no se van a llevar a cabo porque ha dispuesto, también unilateralmente, que en el Fuerte se va a construir una “Ciudad del Cine”, aprovechando los fondos Next Generation europeos. El ayuntamiento de Guadalajara, gobernado ahora por el pacto PP+Vox, se enteró por la prensa de este cambio radical de planes que es un trágala en toda regla y, casi tres meses después de ello, solo ha recibido seis folios de la Junta en los que se explica el “proyecto” de la “Cinecittá” alcarreña. He entrecomillado lo de proyecto porque un documento de media docena de folios no pasa de resumen, de sinopsis, de recensión, de idea de tormenta aún con legañas y poco más. Aunque albergo muchas dudas, puede que sea una buena opción lo de la Ciudad del Cine en el Fuerte, pero para ello se tendrá que explicar con detalle y luces largas qué se pretende hacer, cuánto va a costar construirla y mantenerla, cómo se va a gestionar y qué ingresos va a reportar a la ciudad, con un plan de negocio serio, no unos pocos folios y seguramente escritos o sugeridos por algún interesado de parte u ocurrente con despacho oficial. O no. Recordemos que, al menos de momento, las muchas películas y series que allí se han rodado últimamente apenas han dejado unos centenares de euros en Guadalajara porque los actores y demás personal de rodaje van y vienen a Madrid en el día —y así se evitan las productoras gastos de alojamiento—, los cáterin también vienen de Madrid y aquí lo único que pagan son los 616,86 euros diarios de la ordenanza fiscal reguladora de la tasa de rodajes cinematográficos, si es que la pagan. Otra cuestión importante a tener muy en cuenta es que, si se construye esa “Ciudad del Cine”, el Fuerte dejaría de ser un complejo cultural al servicio de la ciudad para pasar a ser un lugar de uso privativo de las productoras de cine. Y desde un punto de vista histórico, los inmuebles, especialmente el taller de forja y resto de naves del antiguo TYCE y el claustro del primitivo convento franciscano, dejarían de restaurarse, poner en valor y reutilizarse para pasar a ser meros decorados de cartón piedra y quita y pon. Un parque temático, en suma, para un cogollo histórico que arranca en el siglo XIII. Y, la ciudad, a vivir otra vez de espaldas al Fuerte, como lo hizo cuando vestía de rojo y negro.

Iglesia y parte del antiguo convento franciscano del Fuerte. Foto Nacho Abascal

Pero el chusco, chungo y chingado asunto del Fuerte no radica únicamente en la unilateralidad, despotismo y menosprecio con los que la Junta está tratando al ayuntamiento —y a la ciudad en su conjunto— con esta última ocurrencia —hasta que no se haga público un proyecto serio, no cambiaré este término— de la “Ciudad del Cine”, lo verdaderamente indignante es el rosario de afrentas e incumplimientos que la administración regional acumula con este histórico cantón desde que a finales del siglo XX cesó en su uso militar y la propiedad revertió al ayuntamiento. La Junta, en 2004, decidió aplicar en el Fuerte un Proyecto de Singular Interés (PSI), el primero en toda la región tras aprobarse la Ley de Organización del Territorio y la Actividad Urbanística de CLM (LOTAU), que parecía sonar bien: Subasto el suelo para construir viviendas de protección pública —por cierto, 300 menos que las que tenía en su propio proyecto el ayuntamiento— y el beneficio que obtengo del aprovechamiento urbanístico lo invierto en restaurar los edificios históricos y los pongo después a disposición de la ciudad. Lo dicho, aquello parecía sonar bien, aunque ya partía del “trágala” que en el fondo comporta un PSI porque da competencia a la administración regional en un asunto y una propiedad municipales. La primera parte se cumplió: Se subastó el suelo, se comenzaron a construir las viviendas y la Junta se llevó calentito a Toledo el dinero de su “pelotazo” en Guadalajara… pero los edificios históricos, veinte años después, siguen estando ahí, aún peor que entonces porque el paso del tiempo los ha deteriorado sin que el gobierno regional los mantuviera mínimamente, como era su obligación según sentencia de hace apenas unos meses. Incluso el ayuntamiento, siendo alcalde Román, cansado de incumplimientos de la Junta, la llevó a juicio para que por fin invirtiera en los inmuebles históricos los recursos obtenidos por la venta de las parcelas del Fuerte. Los distintos tribunales competentes, y en firme el Supremo, han venido sentenciando desde 2015 que la administración regional debía invertir 20 millones de euros, unas sentencias manifiesta y reiteradamente incumplidas y que iban a comenzar a cumplirse, tímida y tardíamente, con la Biblioteca Municipal y las Escuelas Municipales que, ahora, Page ha negado a Guadalajara, más causal que casualmente cuando la ciudad no la gobierna el PSOE. Entre desacatos a la justicia y sectarismo desde el ejecutivo, lo que la Junta le está haciendo a Guadalajara con el Fuerte, no es fuerte, es fortísimo.   

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