Y juntos callamos el silencio

En la jornada de sábado de la recién concluida Feria del Libro de Guadalajara (Castilla – España) —hago esta aclaración, aparentemente innecesaria, porque una de las ferias del libro más importantes del mundo, la famosa FIL, se celebra en la Guadalajara de Méjico— tuve el placer, el honor y unas cuántas cosas más de similar sensación y estado de ánimo, de presentar mi poemario más personal que he titulado “Ha callado el silencio”. Sin duda fue un placer reunir en torno a un libro, mío y además de poesía, a un centenar largo de personas en una mañana sabatina de mayo que invitaba más a recorrer caminos de andar y ver que de palabras. La Concordia, el parque de los parques de Guadalajara, es un lugar especialmente acogedor en un día de primavera y no se me ocurre mejor marco que él para nuestra feria del libro, pero una carpa en sus medios —por utilizar un símil taurino—, entre gritos de niños compitiendo por un sitio en el columpio o un turno en el tobogán, con personas yendo, viniendo y mercadeando entre las casetas feriales, entre mensajes de megafonía y otros ruidos contaminantes para el oído, convierten ese lugar en un medio un tanto hostil para la presentación de libros. A pesar de estos inconvenientes y con el viento a favor de lo que no deja de ser una fiesta del libro al aire libre y la llamada siempre convocante y gratificante de la amistad, “Ha callado el silencio” vio la luz y con ello se ha cumplido una máxima que no hace falta que avalen Dovifat, Enzensberger, Laswell o Shannon, algunos de los más grandes del mundo de la comunicación: nada se ha escrito si no es leído. Doy por hecho que quienes compraron el libro en la propia feria, al menos, lo van a hojear —pasar hojas— y ojear —echar un vistazo—, y, como poco, leer algún poema para valorar si merece la pena seguir leyendo más. Los primeros “feedbacks” que me han llegado —perdonad que acuda al inglés para definir la valoración que les ha merecido el libro y me han transmitido quienes ya lo han leído, pero la voz española retroalimentación es polisilábica y tiene una “r” tan fricativa en su inicio que me echa un poco para atrás—, reconozco que han sido bastante favorables, aunque, claro está, soy consciente de que la gente suele ser muy amable e indulgente en sus opiniones sobre obras cuando hablan con sus autores. Se suele decir lo bueno, dejar una ventana abierta a lo regular y cerrar la puerta a lo malo. Yo siempre he defendido la amabilidad como una de las actitudes y convenciones sociales más necesarias, así que, les quedo muy agradecido a los primeros y tan favorablemente opinantes. Los demás, pueden callar para siempre si no van a mejorar el silencio o sus palabras pueden herir mi autoestima que, aunque a algunos no se lo parezca, pasa por las lógicas dudas de quien ha comenzado un viaje sin mapas, planos ni GPS.

Portada del nuevo poemario de Jesús Orea que se presentó en la Feria del Libro de Guadalajara (Castilla – España).

                “Ha callado el silencio” es mi poemario más personal, después de haber publicado una trilogía de suites poéticas vinculadas a mis tres geografías de referencia: “Suite Comillas”, “Guadalajara suite nocturna” y “Suite Alcarria”, unos poemarios visuales en los que tuve la gratificante compañía de un amigo y fotógrafo excepcional, como es Nacho Abascal, un artista plástico de primerísimo nivel, como es David Pasamontes, y una arquitecta con gusto y buena mano para el diseño gráfico como es mi hija, Ana. La buena acogida que tuvieron estas tres obras, pues están prácticamente agotadas las dos primeras y la tercera va camino de ello, me animaron a salir de mi zona de confort, como fue escribir sobre las tierras que más quiero, mis paisajes por excelencia, mis ecosistemas vitales, y contar mis sensaciones y abrir mis sentimientos en esta nueva obra. Como es advertible, su título es una paradoja o un oxímoron, que, según explico en su presentación en prosa, “si ha callado el silencio, a la palabra no le queda otra que gritar, no bastan ya los susurros”. Y conste que ese gritar no es literal, es metafórico, porque el tono del poemario es contenido, sosegado, como yo mismo cuando no soy yo.

Mi nuevo libro, que hace el catorce de los ya editados, es un poemario conformado por 36 piezas que está dividido en cuatro actos o tiempos: Logos (Palabra/pensamiento/razón), Bios (Vida/naturaleza), Eros (Amor/deseo) y Thanatós (Muerte). Logos es la palabra portavoz del pensamiento y fachada de la poesía en este caso; Bios es la naturaleza animal que corre, nada y vuela, la vegetal que nace de la tierra, crece y nos da oxígeno y fragancias, la mineral que no late, pero pauta; Eros es el amor y el desamor, la seducción y la pasión, incluso la lujuria y la lascivia o, simplemente, el primer deseo juvenil o la palabra que busca pareja… y Thanatós es el cuarto jinete, la parca con su guadaña, la hora última, el final del camino…

Presentación del poemario ´Ha callado el silencio` en la Feria del Libro de Guadalajara

Se que la poesía no está muy de moda, de hecho, solo lo estuvo, y de forma relativa, un tiempo en la Edad Media y el Renacimiento —cuando se mostró en forma de romance y como fórmula de narración oral o iba unida a la música—, y el Romanticismo, aunque menos de lo que parece pues muchos románticos murieron sin vender un soneto. El mismísimo Platón, uno de los más grandes filósofos griegos y, por tanto, uno de los padres del pensamiento, venía a decir que los cuerdos no están llamados al mundo de la poesía. Debe ser cosa de locos sí, pues, aunque cada vez somos más los que nos auto otorgamos el carné de poeta, sólo uno de cada cien libros que se venden en España es de poesía. Justo es decir que son escasos los poetas profesionales que pueden permitírselo y escriben para vender, pero que somos casi legión los que tan solo escribimos para expresar sentimientos —“alucinaciones” que llamaría Pepe Hierro— y sensaciones —“reportajes”, según el autor de “Cuaderno de Nueva York”— y que nos lean, aunque solo sean los amigos, los conocidos y algún despistado. Si te identificas con alguno de estos tres grupos de personas y quieres ayudarme a callar el silencio, mi nuevo poemario es barato, lo ha editado muy bien una gran editorial especializada en literatura como es la granadina “Valparaíso”, se va a distribuir en España y en la América de habla hispana y lo puedes adquirir por internet o, mejor, en alguna librería de Guadalajara. En LUA me consta que lo tienen.

N. B.- Si alguien tiene pensado ir a Madrid el domingo, 2 de junio, a dar una vuelta por la Feria del Libro, en el parque del Retiro, ese día, de 10,30 a 12,30, estaré firmando ejemplares de mi nuevo poemario en la caseta de la editorial “Valparaíso” (que es las 323). ¡Nos seguimos viendo en los parques y en torno a los libros!

40 años sin nuestro “Secreto”

            El 12 de mayo hará 40 años que murió en un accidente de carretera Pedro Antonio Díaz, recordado batería guadalajareño del conocido grupo “Los Secretos” que fue uno de los referentes de “la movida” madrileña y que aún sigue en el camino de la música con éxito, gracias al talento y a la perseverancia de Álvaro, el menor de los tres hermanos Urquijo, fundadores de la banda. Ante esta efeméride, con buen criterio, sensibilidad y oportunidad, me consta que la concejalía de festejos del Ayuntamiento de Guadalajara está preparando un homenaje a Pedro en la próxima Feria Chica de la capital que, además, este año va a ser más “grande” o, al menos, larga, que nunca puesto que el calendario la ha situado en un macro-puente, el que irá del jueves, 30 de mayo —festividad del Corpus en Castilla-La Mancha—, al 2 de junio —domingo—, con el viernes, 31, de por medio, que también es festivo por el ser el día de la región.

            Pedro fue un extraordinario batería, sin duda uno de los mejores del panorama musical español de su tiempo, que llegó a “Secretos” tras fallecer en la Nochevieja de 1979 su anterior percusionista, Canito, fatalmente también en un accidente de circulación. Javier, Enrique y Álvaro Urquijo tocaban junto a Canito en un grupo que se llamaba “Tos”. Tras morir este batería y ser sustituido por Pedro Díaz, decidieron cambiar de nombre, pasándose a llamar “Los Secretos”, propuesta que hizo Javier, el mayor de los Urquijo, entre otras razones porque con él se homenajeaba a “Tos” y a Canito al coincidir la última sílaba del nuevo nombre con el del anterior grupo y, de paso, afloraba algo entonces no conocido: Que durante bastantes meses ocultaron en secreto a su padre que estaban tocando en una banda y que, incluso, habían grabado ya una maqueta que vio la luz después de morir Canito.


Carátula LP Los Secretos 1981, con Pedro Díaz de blanco y en primer plano

            Canito y Enrique Urquijo fueron los líderes de “Tos”, porque eran los más talentosos y, sobre todo, los que componían las canciones. Javier, el mayor, era un buen músico, pero sobre todo un gran relaciones públicas, y Álvaro era muy joven, pero tocaba la guitarra de doce cuerdas, inicialmente una Hofner President de los años 60, con auténtica maestría. Aunque a la sombra de sus hermanos mayores, ya apuntaba la categoría de músico y compositor que aún sigue acreditando a día de hoy con “Los Secretos”, siendo su líder indiscutible desde la muerte de Enrique, a finales de 1999.

            Pedro Díaz llegó a “Los Secretos” en 1980 tras convencer a los Urquijo de que era la mejor opción que tenían para la batería del grupo, después de hacer unas pruebas a varios aspirantes. Fue verle y, sobre todo, oírle tocar, con ese ritmo alto que imprimía a la batería y ese movimiento de manos tan ágil que tenía, y ya no dudaron que era su hombre. Además, Pedro no solo aportaba una calidad indiscutible como batería, también componía muy bien y, para completar sus méritos, pese a su juventud —24 años entonces—, era mayor y más experimentado que los hermanos Urquijo. Pedro se hizo un buen batería en las carreteras y las plazas de los pueblos de la provincia, cuando con su grupo de Guadalajara, “Escarcha”, tocaba en las fiestas populares haciendo “covers”, versiones muy dignas de canciones de los mejores grupos de la época: Credence, Shadows, Beattles, Rollings, … Era tan alto su nivel que hasta llegaron a hacer de orquesta en un crucero por el Atlántico. “Escarcha” lo fundaron él y Raúl Heranz, un gran guitarrista desde muy joven y después ingeniero superior de telecomunicaciones que terminó siendo el jefe del servicio de Informática de la Diputación, hasta su reciente jubilación. Ambos tenían 16 años cuando nació “Escarcha” y fueron amigos y compañeros de estudios, tanto en el Instituto como en la Universidad Laboral de Alcalá. Pedro también estudió algún año en Salesianos, donde fraguó su personal técnica percusionista gracias a la batería Honsuy de la “orquestina” del colegio, por la que también pasaron otros buenos baterías locales como Jesús Ropero o Tito Mínguez, entre otros. “Escarcha” estuvo activo como grupo desde 1971 hasta 1979 y su composición inicial, junto a Pedro y Raúl, la completaban grandes músicos también, como Luis Alberto Jodra y Fernando Burgos, que solo estuvo dos años y fue sustituido por Juan Luis Ambite, otro alcarreño que, como Pedro, después también ocupó su hueco en “La movida” al ser el bajo y, sobre todo, el icono de “Pistones”. Ambite nació a la música en Sensación IV, otro buen grupo local de finales de los 60 y principios de los 70, y en los últimos años de la vida de Enrique Urquijo fue su secretario y asesor personal.

            Pedro Díaz aportó a “Los Secretos” un ritmo y una madurez musical que les ayudaron a superar su inicial imagen de “blanditos”, aunque nadie dudó nunca del talento de los Urquijo. Apenas unos meses después de llegar el batería alcarreño al grupo, en septiembre de 1980, grabaron un EP con cuatro temas: “Déjame”, “Niño mimado” — compuesto en parte por el propio Pedro—, “Sobre un vidrio mojado” y “Loca por mí”, que supuso su primer gran éxito y lanzamiento al mercado, no solo madrileño, sino ya nacional. Unos meses después, mediado 1981, grabaron su primer LP con Polydor, con 12 temas —en 6 de los cuales Pedro fue coautor—, que se vendió muy muy bien y les llevó a sonar en todas las radios, discotecas y escenarios de España y hasta arrastrar a miles de fans adolescentes, algo que, sobre todo, Enrique Urquijo no llevó bien, pero que sí supieron asumir como parte del “business” Javier Urquijo y Pedro. En los meses posteriores, crecieron la fama y el éxito, pero las drogas duras, de generalizado consumo en los grupos de aquella época y de muy nocivos efectos, aún desconocidos en ese tiempo, se colaron entre “Los Secretos” y la banda atravesó una evidente crisis individual y colectiva. En esa etapa crítica, para colmo, llegó el fatal accidente de circulación en el que Pedro murió: fue en la madrugada del 12 de mayo de 1984, en el km. 53 de la entonces N-II. El camión en el que viajaba a Madrid como copiloto, chocó con un tractor que iba en la misma dirección y el camión salió descontrolado hacia el carril contrario, chocando violentamente con otro vehículo. Pedro y el conductor del camión murieron en el acto. Yo recibí la noticia en Burgos, donde entonces hacía la mili, apenas unas horas después de producirse. Mi hermano mayor, Alfonso, era muy amigo de Pedro y hasta había trabajado con “Los Secretos” en el equipo del “road manager” en alguna gira. Se da también la circunstancia de que, apenas cuatro meses antes de la muerte de Pedro, yo había coincidido con Javier Urquijo en el CIR de Araca (Vitoria), donde compartimos algunos buenos momentos. A Pedro le admiraba y quería a partes iguales. Era un músico extraordinario, pero también buena gente, aunque viajar a lomos de un caballo encabritado a veces pueda confundir al jinete y a quienes juzgan su forma de montar. Confieso que ese 12 de mayo de hace 40 años lloré por aquel joven rockero, demasiado joven para morir e, incluso, también para el rock & roll, parafraseando a Jethro Tull. Y mis lágrimas se hicieron tinta cuando me despedí de él con un artículo que publiqué en “Flores y Abejas” y que terminaba como termina este de hoy: “Aunque el registro civil diga lo contrario, Pedro Antonio Díaz no ha muerto, ha ido a tocar a un concierto junto a Jimi Hendrix, Janis Joplin y John Lennon; lo más probable es que no regrese, pero ¿quién volvería a la tierra después de poner ritmo en el cielo a “Voodoo child”, “Try” o “Yesterday”?

María Cervantes “in love”

El 23 de abril, festividad de San Jorge y fecha en la que este año se cumple el 503 aniversario de la batalla de Villalar —que precipitó el final del movimiento comunero castellano y, en gran medida, de la propia Castilla—, se celebra el Día del Libro porque los libros son una de esas cosas a las que hay que dedicar un día al año puesto que hay muchos en que no están en la vida de las personas. Peor para ellas, pero también mal, muy mal para escritores, editores, distribuidores, libreros y demás profesionales y empresas que, directa o indirectamente, intervienen en el sector y tienen legítimos intereses en él.

                El 23 de abril no se eligió para celebrar el Día del Libro a nivel internacional por casualidad, sino por una causalidad notoria, bien buscada y encontrada: en esa misma fecha y en el mismo año (1616) fallecieron dos de los más grandes escritores que han parido los tiempos, William Shakespeare y Miguel de Cervantes, auténticos referentes en sus respectivas lenguas, el inglés y el español, que, además, son las más habladas y escritas en el mundo y que, aun respetando a todas las demás, tienen más y mejor literatura. Además, en ese mismo día y año también falleció el Inca Garcilaso de la Vega, un importante puente literario entre Europa y América, entre el viejo y el nuevo mundo. Esta casualidad histórica tiene sus matices pues se antoja demasiado bonita para ser cierta. Hay fuentes que afirman que, en realidad, Cervantes murió un día antes, el 22 de abril, y lo que sí que está contrastado es que Shakespeare falleció diez días después de Cervantes y el Inca Garcilaso, aunque en su certificado de defunción figure, efectivamente, el 23 de abril de 1616 como fecha de su deceso. Esta discrepancia tiene una explicación muy sencilla: en el año en que murieron Cervantes y Shakespeare, mientras que España se regía por el nuevo calendario gregoriano, implementado por el Papa Gregorio XIII en 1582, Inglaterra lo hacía por el viejo calendario Juliano, creado por el mismísimo Julio César y que estaba en vigor desde el año 45 a. C. El calendario gregoriano, como los relojes con prisa, adelantaba, mientras que el juliano, como la vida para los perezosos, se rezagaba; así, cuando aún era 23 de abril de 1616 en Inglaterra, ya era 3 de mayo en España. Los ingleses siempre a su ritmo y aire, con su propio sistema jurídico e iglesia nacional, con sus pesos y medidas particulares y hasta conduciendo por la izquierda para diferenciarse de los demás. Gran Bretaña es una isla, pero no hay mar más ancho y profundo que el de la voluntad de aislarse.

Centro de Interpretación de Shakespeare. Stratford upon Avon

                En mi último y reciente viaje a Inglaterra quise dedicar un día a conocer la geografía vital de Shakespeare y viajé a Stratford-upon-Avon, el lugar donde nació en abril de 1564. Stratford es una pequeña ciudad de poco más de 30.000 habitantes que, en gran medida, vive del turismo que genera el hecho de ser la cuna del autor de “Hamlet” y de tantas conocidas obras más, aunque, como es frecuente, son más los que han oído hablar de ellas que quienes las han leído o visto representadas. La ciudad junto al río Avon, que eso es lo que significan los apellidos de Stratford, está en el condado de Warwick, al sureste de Birmingham, la segunda ciudad más poblada de Inglaterra, tras Londres. Aunque se enfadarían mucho los ingleses si leyeran esto que voy a decir ahora, en realidad la Inglaterra actual nació, precisamente, en el castillo de Warwick, erigido por el normando Guillermo el conquistador, quien también fundó la famosa Torre de Londres, e inauguró la dinastía normanda que expulsó a los vikingos escandinavos de las islas británicas y sometió a los desunidos sajones. Francia, pues, está en el origen mismo de la Inglaterra que hoy conocemos y sucesivas familias de origen galo fueron durante siglos las dueñas del histórico castillo de Warwick hasta que uno de sus miembros, que quería ser actor de cine y solo lo fue a medias, lo vendió para poder vivir en Hollywood. Ahora, ese histórico y bello castillo, emplazado en un lugar de película, es en realidad un parque temático de ocio familiar, inspirado en el medievo, y lo gestiona la misma empresa que es dueña del famoso museo de Madame Tussauds, el de cera de Londres, el más prestigioso del mundo en su género. Por cierto, la conocida madame era francesa también, de Estrasburgo. Ahí lo dejo.

                Como decía, el pueblo de Shakespeare vive de él. Si el castillo de Warwick es un parque temático del medievo, Stratford es un parque temático en torno al escritor inglés. Todo gira alrededor de la que fuera su casa, de estilo Tudor y muy bien conservada pese a datar del siglo XVI, y del centro de interpretación —en la foto— que la complementa. Un buen comercio de antigüedades, textiles, joyas… y mucha oferta de ocio y restauración, sobre todo en torno al río Avon, con su pequeño “Stratford eye” y todo, dinamizan la economía de este lugar, casi de culto para quienes gustamos de la mejor literatura. Y Shakespeare ocupa en ella un lugar preferente, aunque hay distintas tesis que afirman que no hubo uno, sino dos o tres, y que, en realidad, él solo fue un simple apellido adoptado por el Conde de Oxford para publicar sus obras. Incluso hay quienes llevan las teorías sobre Shakespeare a extremos y aseguran que, al menos algunas de sus obras, están escritas por la mismísima reina Isabel I. Ser o no ser, la duda, como en Hamlet. O los celos, como en Otelo…

                Lo que sí está absolutamente contrastado es que una tía de Cervantes, María, mantuvo amores ilícitos, pero muy intensos, con Martín “El Gitano”, un hijo extramatrimonial del tercer duque del Infantado, Don Diego Hurtado de Mendoza, y María Cabrera, una bella actriz de piel cetrina que actuó para él y con la que mantuvo relaciones carnales. Don Diego quiso tanto a su hijo bastardo que hasta consiguió del rey Fernando el Católico su reconocimiento como legítimo y nombramientos eclesiales con importantes rentas. Incluso don Diego lo propugnó para arzobispo de Toledo, pero su propósito murió en el intento. Que nadie se escandalice porque una dignidad eclesial de aquel tiempo tuviera mujer e hijos puesto que, hasta el mismísimo Cardenal Mendoza, tuvo “dos lindos pecados”. Aquellos amores entre Martín Hurtado de Mendoza y María Cervantes tuvieron su fruto: Martina de Mendoza, pero también sus fuertes desavenencias, con el dinero de por medio, claro. El padre de María de Cervantes y abuelo de Miguel terminó enfrentado por su hija con los Mendoza, a quienes servía como hombre de leyes y a quienes acusó de mancillarla siendo menor de edad, reclamando por ello reparación dineraria. Sus demandas, fuertemente contestadas en todas las instancias por la poderosa familia alcarreña, le obligaron a huir de su jurisdicción e influencia a la vecina Alcalá de Henares. Por ello, dicen algunos, que el famoso autor del Quijote y que fue tan importante que hasta el día de su muerte es el del libro en todo el mundo, nació en Alcalá y no en Guadalajara. Esta última afirmación no deja de ser historia ficción, un género que, por cierto, está muy en boga con el nombre de novela histórica. “María Cervantes “in love” (enamorada) podría titularse esta, a semejanza de la conocida película “Shakespeare in love”, de John Madden, que ganó el Oscar en 1999.  

                ¡No pasen… y lean, por favor! Como, precisamente, decía Cervantes: “El que lee mucho y anda mucho, va mucho y sabe mucho”.

La pascua de la ardilla en St. Dunstan

Las circunstancias han posibilitado que este año haya pasado los días principales de la Semana Santa en Londres, la cosmopolita capital británica que, bien recorrida gracias a una guía de excepción —mi hija, Ana, que residió un año allí—, me ha parecido una ciudad verdaderamente espectacular. Se que no descubro nada nuevo a nadie y que, incluso, no hace falta ni siquiera ir allí para saber que es un espectáculo de ciudad, pero todas mis expectativas se han visto superadas desde que aterricé en Heathrow el miércoles santo y despegué de allí el domingo de pascua, el “Easter” como llaman los ingleses a este día.

                Mis semanas santas, habitualmente, han estado ocupadas con oficios de tinieblas y liturgias de las horas, procesiones y pasiones vivientes, actos litúrgicos y de religiosidad popular propios de este tiempo. Proclamo así abiertamente mi militancia cristiana, mi vinculación con el mundo cofrade y mi apetencia por la tradición, sin que ello haya sido jamás óbice para tener un espíritu inquieto y reformista, como bien saben quienes mejor me conocen. Tradición y reforma en justo equilibrio permiten preservar y construir, dar un paso atrás y dos hacia delante, tener referencias y generar nuevos referentes.

                Según me han contado y he podido seguir a través de noticias que me llegaban por internet, la Semana Santa de este año en la provincia ha estado negativamente condicionada por la mala climatología. El frío, el viento y, sobre todo, la lluvia son los peores enemigos posibles para las procesiones y demás actos de calle en este tiempo y así nos ha despedido marzo, con un rabotazo de invierno cuando ya estaba proclamada, al menos en teoría, la primavera. Me dicen que se han suspendido muchas procesiones en la capital y en numerosos pueblos, sobre todo en Jueves Santo.  Bien que lo siento por los cofrades que, después de muchas ilusiones puestas, de mucho trabajar y preparar sus pasos procesionales, no han podido salir de sus sedes canónicas. Se lo frustrante que es eso. Llegados a este punto quiero tener un especial recuerdo para Toño Marqueta, amigo y hermano de la Cofradía de la Pasión que murió con la Semana Santa ya en vísperas y que, pese a que la enfermedad que le causó el deceso avanzaba imparable, hasta el último momento estuvo pendiente de que el traslado del Cristo Crucificado del cementerio hasta Santiago, dejara de ser, eso, un simple traslado. Con su trabajo y el de otros miembros de esta gran Cofradía, ese simple traslado —siempre digno y bien concebido, pero sin esplendor notable hasta la fecha— se ha convertido desde este año en una impactante procesión, dada la antigüedad y belleza de la talla del Cristo y la espectacularidad de procesionar con las luces urbanas apagadas y con la única luz de hachones y velas. Toño era un guadalajareño militante, un activo y generoso cofrade de la Pasión que durante mucho tiempo fue, primero, cargador y después capataz del propio paso del Cristo; también fue un buen amigo de sus amigos, un gran trabajador y una buena persona. Por su fe y por todo ello, descansa en paz.

Lilas de California en las ruinas de St Dunstan. Londres

                Y mientras en Guadalajara llovía, en Londres, no, algo que raya lo sorprendente, cuando no lo inédito. En realidad, solo llovió el jueves santo porque el “Good Friday” —el buen viernes—, como allí llaman los ingleses al viernes santo, fue un día de nubes y claros, pero sin lluvia, el sábado estuvo mayormente soleado y el domingo de pascua, aunque el cielo permaneció casi todo el día cubierto, tampoco llovió. Lo dicho, dejé Londres en Guadalajara y me llevé Guadalajara a Londres. Va a ser cierto eso que digo a veces, de forma un tanto pretenciosa para el entender de algunos, que estoy tan pegado a esta tierra que no se dónde termino yo y empieza ella.

                La semana santa anglicana es muy contenida. Nada que ver con la española, incluso con la castellana, sobria por definición. Por supuesto que no hay procesiones ni tinglado alguno de calle. Todo se queda en los templos y ese todo, apenas es nada. Sermones y oficios con ritos bastante sencillos, muy alejados de lo barroco, cumplen con el programa. En las iglesias, con fachadas impresionantes que en muchas ocasiones están inspiradas en la arquitectura clásica griega, generalmente desprovistas de retablos y ornamentación e, incluso, de imágenes de santos, apenas se percibe que sea Semana Santa. Solo en la iglesia de St Mary the Virgin, en Oxford, pude ver una sencilla cruz desnuda de Jerusalén apoyada en un pilar, mientras que en la catedral londinense de San Pablo, únicamente se percibía que era tiempo de Pasión por el Sermón de las Siete Palabras que, cuando llegué, estaba pronunciando la obispa de Londres, Sarah Mullaly, una teóloga que antes fue enfermera, está casada y tiene dos hijos. Eso sí, en todas las iglesias había programados, además de los oficios propios de estos días, conciertos de música clásica religiosa, muy demandados, incluso más que los propios oficios.

Ardilla en las ruinas de St. Dunstan. Londres

                Londres es como los fondos del British Museum, un combinado de culturas y razas con especial presencia de las de los países que forman parte de la Commonwealth. La diferencia es que, mientras que en el extraordinario museo británico hay piezas expuestas de todo el mundo, pero apenas las hay inglesas, en Londres también hay muchos londinenses, que son los más cosmopolitas de los británicos, aunque no dejan de ser muy suyos. Viajar es el mejor antídoto contra el provincianismo, como residir en un lugar como Londres, que es una especie de torre de Babel en la que todo el mundo habla inglés —o, al menos, lo intenta—, es un antídoto contra el ombliguismo. Sin duda, los londinenses son los británicos que menos sufren dolores de cuello. Londres es la metrópoli por excelencia, la capital de medio mundo y parte del otro medio, el lugar al que todo quisque va o quiere ir. Además, desde un punto de vista material, es una ciudad que ha sabido conservar con celo lo más significativo de su valioso patrimonio monumental, en diálogo casi perfecto con rascacielos de acero y cristal. Lo que en otras partes chirría, en Londres es armonía sin complejos. Me gusta el eclecticismo londinense, su fusión, su bien concebido mestizaje, tanto de los hombres como de las casas en las que viven o trabajan. Parafraseando lo que decía Saint Exupéry, el padre del “Principito”, Londres es una ciudad muy grande llena de pequeños rincones y detalles hasta sus bordes. De entre ellos, destaco St. Dunstan, las ruinas de una antigua iglesia gótica en medio de la “city” —el barrio de Bank—, donde el dinero se gestiona en imponentes rascacielos que convierten a la zona en un pequeño Manhattan. En esas ruinas, así dejadas por las destructivas V-1 y V-2 de Hitler en 1945, la ciudad de Londres integró en 1971 un bellísimo jardín romántico en el que las viejas piedras góticas y la naturaleza en resiliencia intentan sobrevivir entre moles de acero y cristal, ofreciendo un rincón de sosiego en la capital del estrés. Una pequeña ardilla juguetona celebró la pascua con nosotros en St. Dunstan, mientras unas preciosas lilas de California del color del laspislázuli nos confirmaban que no solo ya es primavera en el Corte… Inglés, of course.         

Tres “ochaítas” que caben en un fardel

La poesía es una de esas cosas —perdón por cosificarla, llamémosla mejor “ámbito”, como la colección de poemas del Nobel del 27, Vicente Aleixandre— que aún necesitan un día al año porque el resto de los días están desplazadas, fuera de foco y atención, cuando no menospreciadas, o, lo que es peor aún, ignoradas. El adjudicado a la poesía es el 21 de marzo, el día en que comienza la primavera. Muy poética elección porque, como decía Antonio Gala, con esa sensibilidad epidérmica que poseía y transmitía, “en una rosa caben todas las primaveras”.

                Han querido las circunstancias, benditas ellas en esta ocasión, que hace unos días compartiera amistad, palabra, mesa y mantel con los tres últimos ganadores del Premio Provincia de Guadalajara de Poesía “José Antonio Ochaíta”, en sus ediciones de 2021, 2022 y 2023, a quienes ya considero amigos pese a que los he conocido personalmente después de obtener sus premios. Ellos son Jorge Pozo Soriano —Madrid, 1985—, Manuel Francisco Reina —Jerez de la Frontera (Cádiz), 1974— y Eduardo Herrera Baullosa —La Habana (Cuba), 1973—, tres grandes poetas que ya tienen un importante camino recorrido, tanto editorial como de éxitos en el mundo de los premios literarios. Sin ánimo —ni posibilidad, pues eso agotaría el espacio— de extenderme en otros importantes galardones por ellos logrados, baste decir que Jorge Pozo también fue ganador del XV Premio Internacional de Poesía Antonio Gala, que Manuel Francisco Reina mereció el XXXII Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma, y que Eduardo Herrera se hizo con el premio de la “World National Writers Union” en 2019, en Estados Unidos, país en el que reside y trabaja como médico y escritor, aunque su origen es cubano, si bien con raíces asturianas.

                Tuve el honor, y el placer, de formar parte de los jurados que concedimos a Jorge y a Manuel sus respectivos premios “Ochaíta” en 2021 y 2022 y, sin desvelar las deliberaciones pues son y han de ser reservadas, les aseguro que sus poemarios, titulados “Hogares impropios” y “Musa insumisa”, son dos piezas de arte mayor poético, y no por la extensión de sus versos, sino por su enjundia, voces personales y “temblor poético”, en feliz expresión del maestro Alberti, gaditano como Manuel y uno de sus referentes junto a otros tres poetas andaluces: Góngora, Juan Ramón Jiménez y Antonio Hernández. No he estado en el jurado que, en la edición de 2023, ha dado el premio “Ochaíta” a Eduardo Herrera, pero sí he tenido la oportunidad de leer su poemario ganador, titulado “Las locas piedras de Alejandra”, y puedo afirmar y afirmo que es una obra de auténtica categoría poética en la que hay un telón de fondo de dolor, por causa ajena, y depresivo, por propia, paralelo al de Alejandra Pizarnik, la gran poeta argentina considerada como la última surrealista. Y el creacionismo del chileno Huidobro también está en los versos de Herrera, como el conjunto de la tradición poética española, en la que bebe sin complejos.

Los tres últimos ganadores del premio Ochaíta de Poesía, junto a Jesús Orea

                “Hogares impropios” es un poemario que, pese a aflorar culturalismo en él, huye de “los novísimos” que lo pusieron en boga y apostaron por el pensamiento y la creación ajenos y despreciaron los propios. Jorge Pozo no huye de nada por esnobismo ni por extranjerofilia, sino que simplemente referencia su poesía —más bien metapoesía e, incluso, metafísica existencial— en musas griegas como Calíope, diosas como Mnemósine y atletas como Cleómedes, que están en nuestra propia tradición pues Grecia es parte notoria de nuestros cimientos culturales. Y en ese terrible Cléomedes, que hundió un colegio de niños, me parece ver la evidente vocación pedagógica de Jorge Pozo. Un gran poemario, sin duda, como también lo es “Escrito bajo las uñas”, con el que ganó el premio Antonio Gala.

                Manuel Francisco Reina es muy grande en todo lo que hace, algo que su porte ya avanza. Es un crítico literario con curriculum en los mejores culturales patrios, “Babelia” y ABC incluidos, experto en copla, novelista, guionista, dramaturgo y poeta de los buenos, de los que siempre les pilla la inspiración trabajando, como decía Picasso. Y perfeccionista donde los haya, algo que le honra, aunque nos impaciente a sus amigos que esperamos pronto de él un nuevo poemario. En “Musa insumisa”, la obra con la que ganó el Ochaíta en 2022, hay mucho tiempo y muchas emociones en transcurso. Su poesía es como él: sensible, brillante, honesta y profunda, y, como el agua tras la tormenta, busca los cauces y los ríos por los que llegar a la mar que, en su caso y al contrario del de las coplas de Jorge Manrique, no es el morir, sino el vivir. Andalucía, y especialmente, Cádiz y su viento atlántico y su luz mediterránea, están al fondo de su palabra, precisa y sentida siempre, dolida alguna vez y polivalente cuando quiere jugar, y juega, al escondite de sus emociones.

                El poemario de Eduardo Herrera Baullosa es también como él: sensible, no, lo siguiente, además de inteligente y brillante. Trasciende que se trata de una obra terapia, que pretende calmar el dolor (que ahora ya lo sé, pero no cuando lo leí) que supone ser testigo y acompañar el deterioro de su madre, enferma de ELA. “Las locas piedras de Alejandra” me parece un gran conjunto de piezas, pleno de sensibilidad y tono poético, con evidentes tintes creacionistas y muy bien traídos la inspiración y los exergos de Alejandra Pizarnik. Se me antoja una novela poética por su unidad temática, planteamiento, nudo y desenlace. Hay una historia completa detrás, profunda, muy profunda, y cercana, muy cercana; no son pinceladas poéticas o retazos sueltos. Puede que con él estemos ante el mejor poeta cubano de su generación.

                Pues con estos tres “ochaítas”, a quienes he querido rendir el mejor homenaje posible en el Día de la Poesía, como es hablar de su poética y difundirla, compartí mesa y mantel el viernes, 15 de marzo, en el restaurante “Fardel”, esa ya sobresaliente referencia gastronómica que está construyendo en el paseo de San Roque Nacho Padín, gran cocinero y mejor persona, se lo aseguro. De casta le viene al galgo. Nacho es un buen alcarreño con raíces gallegas y fardel es una voz castellana, de origen galaico, que significa el saco o la talega en la que se lleva alimento cuando se come fuera de casa (y que solían llevar los pobres, casi siempre vacío, todo sea dicho). Pues en ese fardel nos metimos, en vísperas del Día De la Poesía, mis tres amigos poetas, además de Renato, el marido de Eduardo Herrera —un productor brasileño de cine que irradia simpatía y dinamismo— y yo, que soy migrante en el país de la palabra. ¡Lean poesía, sentirán más y soñarán mejor! 

Medalla de plata castillera

Que Guadalajara es Castilla inmaculada —primera acepción de esta entrada en el diccionario de la RAE, o sea, que no tiene mancha—, es algo notorio, evidente, palmario, patente, incuestionable, indudable… aunque algunos se empeñen en referirse a nuestra provincia como manchega, eliminando hasta lo de castellana, incluso en medios de comunicación nacionales que de tanto estar errados, ya parece que también estén herrados. Por cierto, los sucesivos medios que ha dirigido Pedro J. Ramírez —Diario 16, El Mundo y ahora El Español—, se han llevado y llevan la palma en ello, algo inexplicable pues el susodicho va de redicho y divino por la vida, pontificando como si sentara cátedra, periodística por supuesto, pero no sé yo si no le gustaría cambiar la pluma por el báculo papal, aunque solo fuera por el protagonismo y el foco mediático que otorga… Pedro Jota, antes muerto que sencillo, vamos. Pero no inmaculado…

Esto de llamar manchega a la provincia de Guadalajara e ignorar, por desconocimiento o simple reduccionismo, lo de que fue, es y será castellana, es un hecho recurrente, ya cansino, pero que lamentablemente va a más, en vez de a menos, como debería suceder gracias al conocimiento que, para eso está, para ampliar saberes y enmendar yerros. De este asunto ya me he ocupado en unas cuantas entradas en este mismo blog y comprendo que a alguno que no le da ninguna importancia pueda parecerle repetitivo y aburrido, pero yo sí se la doy y, como el asunto no cesa, como el rayo del poemario de Miguel Hernández, pues me veo obligado a abordarlo periódicamente, aunque siempre procuro darle una perspectiva de fondo o una referencia de actualidad diferentes.

Castillo de Jadraque. Fotografía con dron. Nacho Abascal (Suite Alcarria)

Hoy voy a revindicar la indiscutible castellanía de Guadalajara precisamente con un dato que evidencia que es una de las más importantes tierras de castillos de la propia Castilla —que como territorio histórico se expande por las actuales regiones de Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cantabria, La Rioja y Madrid— y del conjunto de España: en la superficie que ocupa nuestra actual provincia hay un total de 198 castillos o fortalezas, siendo la segunda de toda España en contener este tipo de fortificaciones. La primera es Jaén que tiene 237 y la tercera es Zaragoza con 183. Este hecho nos permite afirmar que Guadalajara es la provincia castellana con mayor número de castillos y fortalezas, aunque evidentemente —también lamentablemente— no todos presentan un buen estado de conservación y, en realidad, solo medio centenar lo ofrecen en grado aceptable. De hecho, el propio Colegio de Arquitectos de Guadalajara está trabajando, en colaboración con la Diputación Provincial, en un interesante proyecto de creación de una base planimétrica digital completay con la mayor precisión posible del conjunto de castillos de la provincia y ha incluido en él 49 castillos o torreones: 18 en la Alcarria, 6 en la Campiña, 10 en Molina de Aragón, 8 en el Alto Tajo, 2 en la Ruta del Cid —Atienza y Jadraque—  y  5 en las Serranías. Esta base de datos se está elaborando con vuelo de drones y técnicas de fotogrametría, que incorporan escáner láser y mallas 3D, fotografías y vídeos en alta definición (HD) y nubes de puntos. Todo ello permitirá tener planos y alzados de absoluto detalle de los castillos y fortalezas sobre los que se ha trabajado ya o se va a trabajar, con evidente utilidad para poder actuar en ellos en materia de restauración y conservación, así como para poderlos estudiar en mayor profundidad y divulgar con imágenes muy elocuentes e impactantes, incluso con la potencialidad de hacer tours virtuales de ellos. Poder conocer, estudiar y divulgar más y mejor los más importantes castillos de la provincia castellana de Guadalajara es, sin duda, un hecho del que congratularnos y por el que cabe felicitar a nuestro Colegio de Arquitectos y a la Diputación.

Pero si Guadalajara ocupa, digamos, la “medalla de plata” en la castillería española desde un punto de vista cuantitativo, también está muy arriba en el escalafón cualitativo pues algunas de nuestras fortalezas destacan en el conjunto del castillaje nacional. En algunos escalafones que, con mucha frecuencia, aparecen en los medios digitales para incitar al “bicheador” a entrar en ellos por curiosidad y así aumentar los ingresos por hits de la web que los publica, he comprobado que varios castillos de Guadalajara aparecen en ellos con recurrencia. Es, sobre todo, el caso del de Zafra, en Campillo de Dueñas, y al que la conocida serie internacional “Juego de Tronos” dio una visibilidad tremenda al grabarse en él unas escenas. La ficción quiso llevar a este espectacular castillo roquero de la Sierra de Caldereros la “Torre de la Alegría” de “Juego de Tronos” y se cuentan por centenares las personas que van a visitarlo por este motivo, algo que, por cierto, está incomodando a sus propietarios privados pues no permiten su acceso y algunos han intentado forzar la entrada. Otro castillo de la provincia vinculado a “Juego de Tronos” es el de Atienza, no porque allí se rodara escena alguna, sino porque la productora de esta serie, HBO, situó en 2019 ante él uno de los seis tronos de hierro que colocó en otros tantos países del mundo para promocionar la última temporada hasta ahora producida. Recordemos que el castillo atencino sí que fue el escenario natural elegido para filmar una mítica película, “Las troyanas”, con la gran Katharine Hepburn de protagonista. Otros castillos de la provincia que aparecen con alguna frecuencia como “más bonitos”, “más espectaculares” o “más curiosos” en esas relaciones que citaba son el de Jadraque, el de Molina y el de Sigüenza, este último, uno de los siete paradores nacionales ubicados en este tipo de fortalezas.

Guadalajara, medalla de plata en castillería y cuchara de madera —por utilizar el simbólico “premio” que se concede al equipo que no gana ni un solo partido en el trofeo de rugby de las seis naciones, que siempre será el de las cinco— para quienes ignoren nuestra inmaculada castellanidad. O sea, sin mancha.

“Metafortísimo”

Como es sabido, cuando un adjetivo se usa en su forma de intensidad máxima estamos ante su grado superlativo. Fortísimo es el superlativo de fuerte y con él titulé hace un par de meses la entrada publicada en este mismo blog que dediqué a la incumplidora, inaceptable, incoherente, irresponsable, sorprendente y cambiante actitud de la Junta con el histórico Fuerte de Guadalajara desde hace 20 años, cuando se aprobó un Plan de Singular Interés (PSI) a instancias de la propia administración regional que varió los planes iniciales del ayuntamiento con estos antiguos terrenos militares, pero que después se ha incumplido de manera incomprensible. Y ya han pasado 20 años y cinco gobiernos regionales desde entonces, 4 del PSOE y 1 del PP. Pueden leer ese post en este enlace:

A día de hoy, aquel titular de “Fortísimo” que utilicé para calificar los reiterados incumplimientos y vaivenes de la Junta con el Fuerte, se ha quedado corto y, como ya no se puede superar el grado superlativo, he tenido que inventarme un nuevo adjetivo y acudir a una forma compuesta para calificar la nueva acumulación de despropósitos del gobierno de Page sobre este asunto: Metafortísimo es la palabreja que me ha surgido en el magín ya que “meta” es un prefijo que tiene su origen en una preposición griega que significa “después” o “más allá”. Así que, como la Junta ha superado el adjetivo fortísimo por su obsesiva y maniquea intención, vía trágala, de que se construya una pomposamente llamada “Ciudad del Cine” en el Fuerte que ni Guadalajara necesita ni el ayuntamiento parece querer, al menos como está planteada, pues calificaremos su actitud como más allá de fortísima. O sea, metafortísima.

Corrida de toros en Guadalajara con San Francisco al fondo. Grabado de Jenaro Pérez Villaamil. 1838. Museo Thyssen. Málaga

Aunque el post se va a alargar por ello bastante, conviene recapitular la cronología esencial del asunto del Fuerte: En 2000 se van los militares de allí y lo ceden al ayuntamiento, reservándose el Ministerio de Defensa parte de los aprovechamientos urbanísticos. El ayuntamiento, inicialmente, se propone desarrollar las 25 hectáreas ya previamente reservadas a viviendas en el Plan General del 99, cuando la Junta decide poner en marcha un Plan de Singular Interés (PSI) que suponía construir menos viviendas, pero quedarse con los aprovechamientos urbanísticos municipales —10 por ciento del valor del suelo— para aplicarlos después en la rehabilitación de los edificios de este singular e histórico cantón militar que, en la Edad Media, surgió inicialmente como monasterio. En 2005, siendo Alique alcalde, se firma el correspondiente convenio entre el ayuntamiento y la Junta y ésta comienza a licitar la urbanización de los terrenos y la construcción de las viviendas. En 2010, ya gobernando Román, comienzan a estar terminados los primeros bloques de viviendas y se solicita la correspondiente licencia de primera ocupación. Pese a que la Junta no había invertido en ese momento en el Fuerte nada más que lo empleado en la creación del llamado “Espacio TYCE”, incumpliendo descaradamente lo que contemplaba el PSI, el ayuntamiento, para no perjudicar a los propietarios de las viviendas, concede licencia provisional de ocupación, condicionada a que la administración regional cumpliera con sus obligaciones en materia de recuperación patrimonial y nuevos usos de los inmuebles históricos. Pasan los años y la Junta sigue sin cumplir, pese a los requerimientos del ayuntamiento, y éste se ve obligado a acudir a los tribunales. Gana el consistorio local en las sucesivas instancias hasta que, en 2018, el Tribunal Supremo, finalmente dicta ya sentencia firme condenando al gobierno de Page a invertir 22 millones de euros en la rehabilitación y acondicionamiento de los inmuebles del Fuerte para los usos que decida el ayuntamiento, pese a que la plusvalía que obtuvo en Guadalajara fue de 30 millones. La sentencia siguió sin cumplirse hasta que, en mayo de 2021, el entonces alcalde de Guadalajara, Alberto Rojo, y el consejero de Fomento de la Junta, Ignacio Hernando, anuncian a bombo y platillo que, por fin, la Junta va a empezar a cumplir con su obligación, que databa de 16 años antes, y con la STS de 2018, y a habilitar la Biblioteca Central Municipal en el taller de forja del Fuerte y en la nave de talleres, tras su rehabilitación, se iban a ubicar las Escuelas Municipales del entonces ya extinto Patronato de Cultura. Unos incompletos, pero buenos y adecuados usos de partida, sin duda. La Junta contrata el proyecto para la biblioteca y se gasta 45.000 euros en él. Tirados a día de hoy. El proceso de redacción se dilata casi 2 años, pero por fin, se solicita licencia de obra al ayuntamiento, que la concede en julio de 2023, siendo alcaldesa ya Ana Guarinos. No obstante, en febrero de ese mismo año —electoral, recordemos—, el alcalde y entonces candidato, Rojo, y el vicepresidente regional, Martínez Guijarro, firman un protocolo para construir la Ciudad del Cine en el Fuerte. Un nuevo conejo sale de la chistera. El proyecto inicial, dijeron con las urnas ya casi abiertas, era compatible con la biblioteca y las escuelas, o, al menos, así lo vendieron y pareció ratificarlo el hecho de la solicitud de licencia de obra para la biblioteca. Llegan las elecciones, se dan los resultados que se dan. Y otro giro más, este ya de tuerca hasta trasroscarla: En otoño de 2023, el delegado de la Junta en Guadalajara, Escudero, sin mantener conversación alguna con el ayuntamiento sobre el tema, ya filtra a la prensa que la Ciudad de Cine es innegociable y que, además, va a ocupar todos los terrenos del Fuerte. El equipo de gobierno municipal, pese a enterarse por la prensa del enésimo (des) propósito, desprecio y vaivén de la Junta, decide mantener silencio públicamente para no enquistar el tema y se reúne en noviembre con sus representantes para tratar de llegar a un acuerdo. En Toledo —dónde si no— se encuentran que no hay proyecto de Ciudad del Cine, solo una tormenta de ideas en seis folios. Quedan en que, a primeros de año, les presentarán ya el “proyecto” completo. Esto, por fin, tiene lugar el viernes, 16 de febrero, aunque algún día antes se filtra información a los medios sin duda con ánimo de presionar. Llamémosle inelegancia o vísperas de falta de respeto institucional. El delegado de la Junta y una persona de la empresa a la que se ha encargado el tema, son los interlocutores de los tenientes de alcalde, Esteban y López Pomeda, a quienes acompaña una técnico municipal de Urbanismo. Lo que la Junta decía que iba a ser un proyecto, no pasa de memoria valorada con números muy gruesos —sólo 500.000 euros para rehabilitar el claustro, por ejemplo— y absolutamente decepcionante pues, en realidad, no se van a rehabilitar los edificios, sino a consolidarlos para que no se caigan —se terminen de caer, mejor dicho—, y a dedicar todo el espacio a la supuesta Ciudad del Cine con algún uso complementario formativo y museístico que no se sostienen, pues son meramente cosméticos. Para colmo, el Fuerte lo gestionaría una empresa privada por concesión —incluso ya han salido nombres de posibles concesionarios que se asoman al asunto al igual que cotillea a los vecinos la vieja del visillo del humorista manchego José Mota—, tendría acceso restringido y por lo tanto los ciudadanos quedaríamos otra vez a espaldas de él, como cuando lo custodiaba una guardia militar. Además, la Junta viene a decir al ayuntamiento que “esto son lentejas” y que si no “traga” con su “proyecto” se perderán para la ciudad 7,8 millones de euros de fondos europeos que a 31 de diciembre deben estar ejecutados, al menos, al 30 por 100. Ni con voluntad política se llegaría a esa fecha porque los técnicos municipales creen que este nuevo PSI que planeta la Junta perjudica al ayuntamiento en términos jurídicos y económicos, al deber renunciar a los 22 millones de euros —más el interés legal del dinero desde 2018— de la STS, por 7,8 millones de fondos europeos. Además de estas consideraciones, hay otras de legalidad urbanística que asaltan a los técnicos y que deberían solventarse con el nuevo PSI propuesto, para lo que se necesitarían varios meses, como también se necesitan para licitar y adjudicar las obras. Vamos, que no se llega a diciembre con el 30 por ciento ejecutado ni aunque Page apoye la amnistía de Sánchez para los delincuentes del “Procés”.

Voy terminando ya: El equipo de gobierno municipal nos ha manifestado a los firmantes de la solicitud pública para que no se construya la llamada “Ciudad del Cine” en el Fuerte, sino que éste acoja una Ciudad de la Cultura con las importantes infraestructuras que le faltan en esa materia a la ciudad — colectivo en el que nos incluimos gentes vinculadas a la cultura de amplia experiencia y sensibilidades políticas distintas—, que está en nuestra línea de pensamiento. Si así es, tienen mi apoyo total. La Junta debe rectificar y dejar que Guadalajara decida lo que quiera para ella misma, incluso aunque se equivoque, que no es el caso, porque eso de la “Ciudad del Cine”, según se ha planteado y “proyectado”, tiene más sombras que luces y, sin luz, no se puede mirar ni siquiera a través de visillos. Guadalajara, además, necesita perentoriamente su biblioteca central municipal, sus escuelas municipales en un espacio amplio y adecuado, un Centro de Cultura Activa —o Casa de la Cultura, como se le quiera llamar— pues somos, probablemente, la única capital de provincia que no lo tiene, y otros espacios que completen las infraestructuras y servicios culturales de la ciudad. Y que no se pierdan esos fondos europeos será responsabilidad de la Junta, jamás del ayuntamiento, pues propone una actuación que no depende de ella, lo que sí depende es cumplir la STS de 2018 y respetar la voluntad de Guadalajara y de sus legítimos representantes municipales.

Iriépal “cazó” su botarga

Las botargas son los personajes enmascarados más reconocibles y singulares de la cultura tradicional de la provincia de Guadalajara. No son exclusivos, ni mucho menos, pues en otras partes de España, especialmente de la mitad norte, también se dan, eso sí, con otras denominaciones: mojigangas, zaharrones, zamarrones, zagarrones, zarramacos, zorromacos, cigarrones, harramachos, cachimorros, guirrios, peliqueiros, colachos, jarramplas, carantoñas, foliones, visparras, jurrus… Lo que sí es muy particular de nuestra provincia es la denominación de botargas y el hecho de que éstas suelen salir en enero y febrero, antes del carnaval, mientras la mayor parte del resto de enmascarados son personajes que se suelen enmarcar ya en el tiempo de las carnestolendas. Mucho se ha hablado —a veces, más bien, especulado— sobre su ancestral origen que, evidentemente, algo debe haber de ello pues si podemos afirmar que los dioses no emigran, los diablillos tampoco. Uno de los principales etnógrafos españoles y estudiosos de esta tradición de los enmascarados pre o carnavalescos, Julio Caro Baroja, defendió que las botargas poseen una evidente raíz europea y medieval. El sobrino de don Pío, que conoció bien nuestra tierra e incluso la frecuentó con su familia pues los Baroja llegaron a tener casa en alquiler y olivar en propiedad en Tendilla, identifica las botargas con los bufones contratados por consistorios europeos que salían en festividades especiales en la alta edad media y principios del renacimiento, si bien consideraba posible que los bufones pudieran tener unos antecedentes aún más primitivos. Lo que sí afirmaba es que “el atuendo y la palabra botarga implican una modernización renacentista” frente a otros enmascarados peninsulares, sobre todo del norte. La palabra botarga, que está en el diccionario de la RAE, se define así en su primera entrada: “En las mojigangas y en algunas representaciones teatrales, vestido ridículo de varios colores”. En la segunda, se limita a decir: “Persona que lleva la botarga”. Confío en que nuestras dos académicas actuales, la molinesa Aurora Egido —que, además, es la secretaria— y la guadalajareña, Clara Sánchez, aporten su cercanía a nuestro singular personaje, para que, bien se corrija, bien se matice la definición que de él hacen los vigilantes de nuestro idioma porque ni es exacta, ni es adecuada pues ni siquiera se hace referencia a que sea un personaje enmascarado, algo tan determinante como su vestido que, más que ridículo, a mi me parece colorista o multicolor. Para gustos, precisamente, los colores, y el concepto de ridículo hace tiempo que no se puede definir de manera pacífica.

Máscara de la recuperada Botarga de San Blas, de Iriépal

Volviendo a Caro Baroja, éste publicó en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, en 1965, un interesante artículo sobre las botargas de Guadalajara que reimpulsó su hasta entonces mínima presencia en el panorama etnográfico nacional. Doce años antes, en esa misma y prestigiosa revista de aquel tiempo, nuestro recordado y querido Sinforiano García Sanz, maestro y librero de viejo en Madrid, nacido en Robledillo de Mohernando, ya había publicado un gran trabajo titulado “Botargas y enmascarados alcarreños”. Me consta que Caro tuvo noticias directas y más detalladas de las botargas por el artículo de Sinfo, como era conocido “Gesanz” —seudónimo que también utilizaba Sinforiano—, y por las conversaciones que con él mantuvo, hasta el punto de llegar a visitar algunos pueblos de Guadalajara con botargas, como el propio Robledillo, Retiendas, Aleas o Beleña. En ese viaje y en esos pueblos filmó una mítica película para el NO-DO, titulada “A caza de botargas”, y tomó datos y notas para varios artículos publicados en revistas especializadas y libros.

El tema de las botargas es recurrente en mis artículos y raro es el año que no les dedico alguno en el que es probable que me repita, al menos en parte, pero su arraigo y relieve en nuestra cultura tradicional es tal que, última y felizmente, me veo obligado a ello porque hay noticias, o sea novedades —que ese es el origen etimológico de la palabra—, en torno a ellas, algo que me agrada sobremanera. En los últimos años se han ido recuperando botargas que no salían desde hacía, incluso, más de un siglo, el año pasado la Diputación y La Tradición Oral iniciaron el proyecto “La Ruta de las Botargas” y este año, Iriépal ha recuperado —ha “cazado”, si seguimos la huella de Caro Baroja—, su tradicional botarga de San Blas, saliendo el sábado 3, festividad del santo con fama de curar los males de garganta. Acompaña estas líneas la imagen de la máscara con la que salió la rediviva botarga de San Blas, de Iriépal. Es de madera, como las antiguas que hacía el recordado “Mere”, de Arbancón. Con ella y con buen criterio, han huido de los insostenibles —y, a veces, infumables— de plástico. Representa una abubilla con su característico penacho de plumas y pico largo porque las gentes de este hoy barrio de la capital tienen el mote de “Bubillos”, como los de Taracena tienen —tenemos— el de “Ahumaos”. Sobre este asunto de los motes entre pueblos, algo muy común entre vecinos y comarcanos, nos ocuparemos en otra ocasión, como ya se ocupó el hoy tantas veces citado Caro Baroja calificándolo como un hecho evidente de socio-centrismo.

Vamos terminando, que es gerundio y necesario por razones de espacio: Cuando Sinfo publicó, mediado el siglo XX, su importante artículo sobre las botargas y otros enmascarados alcarreños —más bien guadalajareños, pues los había no solo de la comarca de la Alcarria—, dio datos de la existencia de 29, de los que en ese momento solo salían ya 12. Por cierto, entre esas 29 estaban la recuperada, en 2017, botarga de San Ildefonso, de Taracena, y la igualmente recuperada, este año, botarga de San Blas, de Iriépal. En la actualidad, son más de medio centenar las botargas, zarragones, vaquillas, vaquillones, diablos y otras denominaciones particulares de enmascarados de la provincia que ya tienen una —y algunas hasta dos— citas en el calendario. Doy por hecho que se están recuperando personajes tradicionales y no que se está intentando hacer tradicionales personajes por imitación o moda.

Los latidos de Taracena

¿Late la tierra más allá de cuando las fuerzas de la naturaleza la agitan en forma de terremoto o cuando las interesadas y, las más de las veces, agresivas y nocivas prospecciones del hombre buscan minerales en sus entrañas con explosivos, o petróleo y gases a través del fracking? Solo los indios americanos, con su agudísimo oído, eran capaces de poner la oreja en el suelo y detectar movimientos de personas o de caballos a kilómetros de distancia, una forma de latido de la tierra, aunque no surgido desde el corazón, sino desde los pies y las patas, lo más periférico del cuerpo humano y animal que desde él se riega mediante su bombeo sanguíneo. O al menos eso es lo que nos hacían creer John Houston, Howard Hawks, King Vidor y otros grandes del cine del Oeste que tantas horas nos entretuvo de niños cuando la vida pasaba muy despacio, casi a cámara lenta, por todo lo que nos quedaba por vivir. Vuelvo al principio: ¿Late la tierra? Es obvio que el reino mineral, que es el predominante en ella, no tiene corazón y, por tanto, no late, aunque pueda vibrar, que no es lo mismo. Y al no tener corazón, tampoco puede tener si quiera extrasístoles ventriculares, que no dejan de ser latidos cardíacos, pero a distancia, algo parecido a las réplicas de los terremotos que se producen a kilómetros de su epicentro. ¿Late, pues, la tierra? En un sentido figurado, que es el que quiero dar yo a esta entrada, por supuesto que sí; de hecho, yo la oigo latir a diario y a todas horas. Esa que oigo latir a cada momento no es cualquier tierra de las guadalajaras, a las que tanta afección tengo y a las que soy yo quien he dado mi corazón más que ellas el suyo a mí; la tierra que me late es la de Taracena, el pueblo de mi familia materna y, por tanto, el mío propio. Uno es de donde nace y también de donde pace, pero sobre todo es de donde nace su madre porque la propia tierra es femenina sin necesidad de aplicar la perspectiva de género, ni discriminación positiva alguna, de ahí ese concepto de la deidad frigia que era la “magna mater”, la madre tierra.



Botarga de San Ildefonso, de Taracena, evolucionando ante la imagen del santo. La botarga fue recuperada en 2017, tras haber salido por última vez en 1900, y la imagen del santo en 2021, después de desaparecer en la Guerra Civil la anterior que había esculpida sobre tabla.

            A mi me late a diario la tierra de Taracena, no solo porque yo descienda de allí por vía materna, sino porque a ella volveré cuando se cumpla el tiempo en mi particular biología circular que es una forma de llamar, puede que un tanto pretenciosa pero expresiva, a lo que el propio Génesis gráficamente resume como la vuelta del polvo al polvo, un eufemismo grandilocuente de la muerte que algún día me llegará, como a todo quisque. Eso sí, no la tiento porque tengo aún muchas cosas por hacer, y confío en que esa llegada de la parca con mi nombre en el filo de la guadaña sea más tarde que pronto, sobre todo si es con salud. A quienes lamentablemente ya les ha llegado es a los demás miembros de mi núcleo familiar más cercano, el formado por mis padres y hermanos. Sus corazones, enterrados en el cementerio de Taracena, son, precisamente, los que oigo latir a cada momento, porque viven en el mío. ¡Claro que late la tierra! El polvo de guijo, marga o arcilla, no, pero el de los seres más queridos late con mucha fuerza, a veces en taquicardia por la angustia y la ansiedad de no tenerlos presentes de otra forma, otras en bradicardia por el sosiego que transmiten los cementerios. El de Taracena, pequeño y jalonado de cipreses que creen en Dios y dan sombras alargadas, como los de las magníficas literaturas de Gironella y Delibes, es un dormitorio —origen etimológico de la palabra cementerio— en el camino de la Huerta del Grama y que da vistas a la vega del arroyo de Santana, tributario del Henares, riachuelo que estos días bajaba con la fuerza de un venero joven y no con la debilidad de uno ya en su tercera edad, como acostumbra. Los latidos de Taracena, para mí, son los de los corazones allí descansando en paz de mis queridos y añorados padres y hermanos. Mis padres se marcharon en horas previsibles, ya en la ancianidad, pero mis hermanos se murieron a deshoras, cuando eran demasiado jóvenes, incluso para el rock and roll, porque, como dice la canción de Jethro Tull, “nunca eres demasiado viejo para el rock ‘n’ roll si eres demasiado joven para morir”, como les ocurrió a Alfonso y Carlos que se fueron con 37 y 61 años respectivamente. Los cuatro se me murieron en invierno que es el tiempo en que la tierra más necesita corazones para latir, porque el frío la paraliza y consume, y las semillas se depositan inertes en ella para que después renazcan en primavera.

            Justo enfrente del paraje en el que radica el cementerio de Taracena, vega de Santana por medio, está el alto de la Muela, un paraje en el que se encontró hace 50 años un tesoro conformado por 168 denarios hispanorromanos, con el epígrafe “Bolscan”, acuñados en la ceca de Huesca y que datan de principios del siglo I a. de C. Es obvio, por tanto, que Taracena fue, al menos, un lugar de paso en tiempo de los romanos, nada extraño pues apenas a 3 kilómetros de allí, Henares de por medio, se localiza Arriaca, y el hoy barrio anexionado a Guadalajara está en el entorno del Itinerario Antonino Vía XXV, que unió Emerita (Mérida) con Caesar Augusta (Zaragoza). Esta de romanos viene a cuento de que el pueblo latino, hasta el siglo IV, tenía por costumbre despedir a sus muertos con la inscripción “STTL”, siglas que responden a la expresión “Sic tivi terra levis”: “Que la tierra te sea leve”. Es, de alguna forma, el RIP precristiano. Pues bien, a mis muertos, a los corazones que hacen que me lata la tierra de Taracena, yo les despedí, precisamente, con esta coda que cierra mi poema titulado “Los latidos de Taracena”, que forma parte de mi poemario “Suite Alcarria” y que allí presenté el día 18 de enero, dando con este acto inicio a sus fiestas de invierno, patroneadas por San Ildefonso y la Virgen de la Paz:

“Quiero a Taracena tanto como me duele.

En su cementerio reposan muchos corazones que viven en mí…

… Y algún día también reposará el mío.

¡Que nos sea leve su alcarreña tierra!”

            Pues lo dicho.

El camino que no lleva a Belén

Hay dos momentos en el año en que a Guadalajara se le pone cara de circunstancias, como de acusado cambio de ciclo que le deja un rictus de entre cansada por lo vivido y expectante por lo que espera vivir. Uno de esos dos momentos deviene con el final de las ferias y que, desde que se fijaron a mediados de septiembre, también coincide con el final del verano. Es mucho decirle adiós a la vez a la fiesta y al buen tiempo, aunque cada vez hay más veranillos en otoño y el de San Miguel nunca falta a su cita en los últimos días septembrinos. El otro momento en que a la ciudad parece gripársele el motor, suspirar profundo e iniciar un largo camino es cuando finalizan las navidades; otra vez el final de unas intensas fiestas y el inicio de otra estación, en este caso el invierno que, pese a que, desde el solsticio, cada día nos regale ya algunos minutos más de luz y apunte hacia la no tan lejana primavera, suele venir acompañado de un frío intenso, los consabidos virus y, sobre todo, la sensación de que se ha acabado lo bueno y falta aún mucho para que llegue siquiera lo regular. Pongamos que lo regular es el carnaval, mediado ya el invierno, y que viene disfrazado de festivo, aunque el tiempo también llamado de antruejo comporta en esta tierra castellana una festividad contenida porque la mascarada encuentra mejor acomodo en temperos y febreros más cálidos que los nuestros.

´Guadalajara, ciudad de belenes`, mensaje central del Belén Monumental Municipal de Santo Domingo

            Antes de pensar en lo que va a ser, que ya va siendo, repasaremos lo que ha sido. Las navidades, no solo en Guadalajara, por supuesto, cada año son más convencionales y menos singulares. El evidente e imparable proceso de globalización explica ese cambio progresivo en el que lo singular y lo autóctono de la Navidad cada vez da más pasos atrás en favor de lo general y lo importado e impostado, al menos desde el punto de la estética. Así, los árboles decorados, Papá Noël y las iluminaciones cada vez más espectaculares y hasta por las que compiten ciudades —Vigo y Málaga, por ejemplo—, le van ganando terreno progresivamente a los tradicionales belenes o los Reyes Magos. Precisamente, este año, se ha conmemorado el 800 aniversario del que es tenido por el primer belén de la historia católica, el que instaló San Francisco de Asís en Greccio, en la región italiana del Lazio, con el fin de catequizar a la población representando en miniatura la escena del nacimiento de Jesús en un humilde pesebre de Belén. En Guadalajara, como viene siendo costumbre desde principios del siglo XXI, el Ayuntamiento de la capital ha instalado su belén monumental, desde hace unos años ubicado en Santo Domingo, y la Diputación también acoge a las mismas puertas de su palacio provincial un gran belén artístico; en el montaje de ambos, como en los de otros en distintos lugares de la provincia, ha participado la Asociación Provincial de Belenistas, activa y comprometida con el belenismo desde su fundación hace ya más de 50 años. Es reconfortante que en Guadalajara se siga la huella belenista del “poverello” de Asís, un santo cuya obra está muy unida a la ciudad pues ya en 1330, las infantas que dan su nombre al puente que hay junto al torreón del Alamín, Isabel y Beatriz, hijas de Sancho IV y señoras de Guadalajara, donaron el primitivo convento templario de lo que después fue y es el Fuerte a la orden franciscana. Dos siglos más tarde, Doña Brianda de Mendoza también erigió una comunidad franciscana en el convento que desde entonces pasó a llamarse de la Piedad y cuyo inmueble ocupara previamente el palacio de su tío, don Antonio de Mendoza. El primer renacimiento español, traído por los Mendoza a Guadalajara a través del arquitecto Lorenzo Vázquez, dejó allí su señera huella. Me alegra sobremanera que el Ayuntamiento y la Diputación de Guadalajara sigan dando aliento y espacio público al ya octocentenario belenismo. Por el contrario, lamento que en el palacio de la Moncloa, que es la sede de la presidencia del gobierno de todos los españoles, tradicional y muy mayoritariamente católicos, no se monten ya belenes, supongo que por los muchos que su inquilino tiene montados fuera, y no precisamente con figuritas de barro. Eso sí, en la Moncloa de Sánchez —también ocurría ya con Zapatero— no hay belén, pero se les han colado dos “caganers”, Puigdemont y Junqueras, y en vez de Reyes Magos han puesto a un “olentzero” de Bildu y otro del PNV; el primero es fácil distinguirlo porque va encapuchado.

            No era mi intención inicial agriar este post, pero, como dijo alguien que sabía mucho de política, sobre el silencio no se puede construir el futuro, como tampoco se puede —o, al menos, se debe— erigir sobre “verdades” oficiales que nos van a costar 440 millones de euros, que es lo que Sánchez se va a gastar en los próximos meses en propaganda política, a la que eufemísticamente llaman “publicidad institucional”. Al presidente que no le gustan ni los belenes ni los reyes —ni los magos ni los que residen en la Zarzuela—, Papá Noël, el Olentzero vasco, el Esteru cántabro, el Apalpador gallego o el “Tío de Nadal” catalán, o cualquier otro personaje tradicional regalador del tiempo de Navidad —menos los magos de oriente, por supuesto—, le han traído cinco veces más del monto total del presupuesto de la Diputación de Guadalajara de 2024 para que se lo gaste en propaganda. Prepárense en esta cuesta de enero para el bombardeo de mensajes progubernamentales y filosanchistas que nos esperan. No se si finalmente nevará este invierno —parece que sí y además no tardando—, pero los intentos de blanqueamiento del gobierno con tanta “pasta” —y no precisamente dentífrica— van a llevarnos a un paisaje político muy parecido al de un belén espolvoreado con harina.

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