El invento castellano-manchego

 

            Desde los tiempos de la pre-autonomía de Castilla-La Mancha, allá por los principios de los años ochenta del siglo pasado, siempre tuve claro que esta región era un auténtico invento y más artificial que la nieve que, no pocas veces, para adelantar o estirar las temporadas, es extendida por cañones en la ladera norte del Pico del Lobo , que es la cumbre más alta de Guadalajara, con 2.262 metros, y es donde se ubica, aunque muchos no lo sepan, la estación de esquí de La Pinilla, en término ya de la vecina y hermana provincia castellana de Segovia, a la que nos unen bastantes más lazos históricos, territoriales, sociológicos y afectivos que los que nos vinculan a Albacete, Ciudad Real y Toledo.

Era yo entonces un joven aspirante a periodista, que hacía de meritorio en la vieja y querida redacción de “Flores y Abejas”, ubicada en un pequeño ático, poco más que guardilón, en la calle Francisco Cuesta, cuando comenzó la historia de Castilla-La Mancha como una de las diecisiete comunidades autónomas que hay en España –y que deberían vertebrarla pero que, en realidad, la dividen, pues cada día hay más diferencias entre ellas y hasta algunas pretenden ser lo que no son ni nunca han sido: “objeto de soberanía”-, una historia que apenas tiene 31 años, pero que para quienes, por razones de edad, no han conocido otra cosa, parece que tuviera su origen en tiempos ya muy remotos y hubiera acumulado páginas y páginas de aconteceres, cuando hasta su bandera fue elegida en un concurso, de entre varios modelos que se sometieron al criterio del entonces llamado “Ente pre-autonómico de Castilla-La Mancha”; por cierto, ente que presidió más de 3 años una persona, nacida en Barcelona pero muy vinculada a la provincia, concretamente a Sigüenza, donde está enterrado, y que fue Antonio Fernández-Galiano, al que, con mucha ironía, algunos bautizamos como “Chorradellas”, aunque sin ánimo alguno de faltarle al respeto que, por su bonhomía y brillante currículum, como profesor universitario y como político, tenía sobradamente merecido.

pico lobo 002 Si he considerado, considero y, salvo que me demuestren con hechos lo contrario, seguiré considerando Castilla-La Mancha como un invento y más artificial que la nieve que no cae del cielo pero hace esquiable las laderas de la vertiente norte del Pico del Lobo (en la fotografía), es porque jamás hubo un precedente de una región con las cinco provincias que la conforman y, lo más parecido a ella que ha habido es la llamada –y digo llamada porque esa “región” jamás tuvo autonomía alguna y fue mero nominalismo- “Castilla-La Nueva”, en la que no estaba Albacete –que entonces pertenecía al reino de Murcia-, pero sí Madrid, algo absolutamente lógico pues, además de ser la capital de España desde 1561, cuando Felipe II trasladó la Corte de Toledo a Madrid, es la ciudad de referencia para todas las provincias del centro de España y, muy especialmente, para la nuestra, pues la ciudad de Guadalajara es la capital de provincia más cercana a Madrid, algo que no pueden obviar ni estatutos de autonomía, ni leyes nacionales, ni regionales, ni otras fuentes de derecho del tipo que sean porque no se le pueden poner ni puertas, ni mucho menos muros al campo, aunque ya llevemos un tiempo en que algunos lo están intentando; por ejemplo, con la atención sanitaria, derivándose a pacientes de Guadalajara a hospitales manchegos que están al quíntuple de distancia que los de Madrid. O más. Y sólo hablo de distancias en kilómetros y no de otras, por no herir ninguna susceptibilidad…

He conocido el informe –del que se dio noticia hace unos días en GD-, del catedrático de Derecho Administrativo, Tomás Ramón Fernández, en el que se propone reordenar el mapa autonómico español, reduciendo a 13 las comunidades autónomas y, entre otras recomendaciones, adscribir Madrid a Castilla-La Mancha. No me parece precisamente una ocurrencia, sino algo a valorar y tener muy en cuenta pues es evidente que la estructuración autonómica de España es mejorable y debería caminar, al menos, en una triple dirección, respetándose el espíritu y la letra de la Constitución: la real, y no sólo teórica, igualdad de derechos y deberes de todos los españoles, independientemente de la comunidad autónoma en la que vivan; eficiencia en la prestación de los servicios y que se produzca un verdadero acercamiento de la administración al administrado, y no justo lo contrario, que es lo que ha sucedido con Guadalajara en los últimos años con el nacimiento del centralismo toledano –bastante más pueblerino y limitado que el madrileño, por cierto-, forjado en los muchos años de gobiernos socialistas en la región, y no rectificado en los casi dos años que lleva al frente de ella el Partido Popular; es más, desde que gobierna Castilla-La Mancha Cospedal, lo que antes eran delegaciones provinciales de la Junta, ahora se llaman, significativamente, “servicios periféricos”. Y ya sabemos todos lo que significa periferia: “espacio que rodea a un núcleo”. Y ese núcleo, central, centrípeto y centralista, es Toledo, ciudad a la que sí que le ha ido estupendamente con esto del invento castellano-manchego.

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