Hay muchas clases de puentes –de piedra, de ladrillo o… de vacaciones, por ejemplo- y muchos puentes con clase –y otros, sin ella: simples pontones o puentecillos, pues-, siendo abundantes en nuestra provincia al ser su orografía propicia a este tipo de infraestructuras, ya que en la Alcarria y en las Serranías del Norte y en las de Molina abundan los ríos, los arroyos, las ramblas, las escorrentías, los barrancos, las vaguadas y demás cauces de agua que sólo los puentes pueden salvar, y la cuarta comarca, la de la Campiña, lo es del Henares y del Jarama medio, además de sus respectivos afluentes, y bien es sabido que los puentes suelen construirse para unir las dos riberas de los ríos, aunque hay ocasiones, como la que la leyenda atribuye al Conde de Romanones y a su secretario, Manuel Brocas, en que ni si quiera hace falta río para prometer con descaro –en campaña electoral, por supuesto- un puente.
Debe haber sido el subconsciente el que me ha traído a colación el tema de los puentes pues acabamos de terminar de pasar el de la “Inmaculada Constitución”, sincretismo entre lo civil y lo religioso con que, de manera gráfica y licenciosa, podríamos definir estos días festivos que culebrean en el calendario con otros laborables, en la primera semana de diciembre, y que son como una preparación para los que están por venir –ad venire, en latín; tiempo de adviento, tiempo de espera, en castellano- en la última semana del último mes del año viejo y la primera del primer mes del nuevo año; o sea, Nochebuena/Navidad, la gran fiesta para los cristianos en la que nace la Vida; Nochevieja/Año Nuevo, la gran fiesta pagana en la que muere un año y nace otro; y la Noche y el Día de Reyes, la Epifanía, la gran fiesta de los niños en España y con la que, al menos de momento, no puede Papá Noel, aunque está en ello con la inestimable ayuda de poderosos caballeros.
En las guadalajaras, en este puente festivo que acabamos de pasar –y que, en los institutos de secundaria de la ciudad, a última hora, se ha alargado hasta el martes, “por orden de Toledo”,, donde se acumula ahora casi más poder, aunque sólo sea autonómico, que cuando fue capital de la España visigótica-, como es costumbre, se han celebrado señeras fiestas en la víspera de la Purísima Concepción, el dogma que data de 1854, que tanto se impulsó desde España y que, por ello y por las numerosas advocaciones marianas, así como la devoción por ellas, que hay en nuestro país, hasta el Papa Juan Pablo II le llamó “la tierra de María Santísima”. De entre las fiestas de la víspera de la Inmaculada Concepción más importantes celebradas en nuestra provincia, destacan dos: la de Horche, con las hogueras dando fuego purificador y brasas alentadoras a este bonito pueblo que se asoma al valle del Tajuña desde su balconada alcarreña, y las de Molina de Aragón, pues en la capital del Señorío, como es tradición desde 1518, gracias a una Bula Papal de León X, la noche del 7 al 8 de diciembre se celebra la primera Nochebuena, prendiéndose poco después del anochecer una hoguera en el cerro de Santa Lucía, visible desde todo Molina, para después celebrarse la primera gran cena familiar del ciclo navideño y entrar en el día de la Purísima con Misa del Gallo en San Gil, a la salida de la cual se comparten dulces y licores entre los asistentes, ofrecidos por la parroquia a los fieles. Precisamente, la fotografía que acompaña este post, está tomada en el cerro de Santa Lucía, en Molina, el pasado sábado en la tarde-noche.
Los puentes festivos son viáticos para el ocio entre días laborables como los puentes, no sólo con peso específico, sino también atómico, son viáticos para cruzar cauces y enlazar riberas. De este tipo de puentes, como decíamos al principio, en la provincia de Guadalajara tenemos muchos, desde la llamada “Alcantarilla” y el puente de data romana que se localiza entre La Cabrera y Sigüenza, junto a la carretera CM-1101, pasando por el puente árabe de la capital –de la época califal para más señas, aunque la primera historiografía local y localista quisiera que fuere romano- y el atirantado y posmoderno puente, también capitalino, de la Ronda Norte; desde el pequeño puente de pizarra sobre el río Lillas, en el entorno del Hayedo de Tejera Negra, o el del Jaramilla, entre Campillo de Ranas y Corralejo, a los del Martinete (Peralejos), Poveda, Peñalén, San Pedro (Zaorejas), Tagüenza (Huertapelayo) y Valtablado, en el Alto Tajo, de Norte a Sur y de Este a Oeste, ésta es tierra de puentes porque aquí hay ríos o, al menos, cauces y, no sólo necesidad, sino también ganas de ir de una orilla a otra de ellos porque, si no, serían fronteras y ya está bien de ponerle puertas al campo y de tratar de segmentar y dividir a las personas en función del lado de la ribera que le haya tocado estar, en buena o mala suerte. Porque la suerte, ni se hereda ni se lega. Y se puede cambiar. O, al menos, intentarlo.