La Guadalajara musulmana
Sin ánimo de pisarle la frase a Fray Luis de León, “decíamos ayer…” que Guadalajara permaneció bajo dominio musulmán durante más de 370 años. Las primeras huestes sarracenas que entraron en nuestra ciudad estaban al mando del conocido Tarik quien, junto con el “moro Muza”, puso fin a la dinastía visigoda reinante en España hasta el año 711, tras derrotar a Don Rodrigo en la archinombrada batalla de Guadalete. Desde la época de Tarik hasta la del último rey taifa de Toledo, muchos y notables fueron los hechos que acontecieron en estas tierras que hoy son y se llaman Guadalajara, con los musulmanes y los cristianos como protagonistas principales, sin olvidarnos de los omnipresentes y omnipotentes judíos que, a buen seguro, financiaron la mayor parte de las campañas bélicas de unos y de otros, obteniendo con ello pingües beneficios que, dadas las turbulencias de aquél tiempo, tratarían de ocultar en sus declaraciones fiscales a Al-Montoro, ministro de Hacienda de entonces.
Cuentan los historiadores que, en los dos primeros siglos de dominación musulmana, Guadalajara fue tierra de todos y de nadie, dadas las continuas incursiones de los ejércitos de uno y otro bando en el territorio ajeno. Esta situación de interinidad continua llevó al Emir, Al Hakem I, hacia una política de construcción de fortificaciones en la zona que se inició, precisamente, en la capital, a la que entregó el dinero de un botín –no confundir con el dinero de Botín, el del Santander– para fortalecerla, dejando cautivos para que trabajaran en ello. Este noble gesto de Al Hakem I se produjo, según cuenta el historiador musulmán Ibn-Idari, a raíz de la petición que una mujer de Guadalajara le hizo en este sentido al Emir. El computadora-Idari no se recrea más en el relato, dejando para la imaginación calenturienta de sus estudiosos las circunstancias y consecuencias que rodearon la súplica de la mujer alcarreña a quien Al Hakem permutó su nombre de cristiana por el árabe de Hala-Maja-Bahjate la Faja.
Aquella política de fortificaciones cobró una dimensión más notoria con el advenimiento al poder de Ab-al-Rahman III. El califa cordobés asentó sus reales en Guadalajara cuando se dirigía, al frente de sus tropas, hacia tierras de la Marca Superior, capitalizada por Zaragoza. A-III –no confundir con la carretera de Valencia-, así conocido “Abderramán” por Ibn-Idari para facilitar su trabajo en el procesador de datos, dedicó buena parte de su reinado a pacificar y tranquilizar sus dominios, mandando reparar y consolidar fortalezas, torres y atalayas desde Talavera hasta Lérida, pasando por Atienza, de tal manera que cualquier ataque enemigo a la zona de Miedes y Atienza, por ejemplo, era con prontitud conocido en castillos como el de Ribas de Jarama o Canillejas de Madrid.
Durante el tiempo que A-III permaneció por estas tierras de la meseta, muchos fueron los hombres que se sucedieron en el gobierno de la ciudad, por citar a algunos: Arzaq b. Maysaray –conocido por su buen gusto en el yantar y por sus estrellas Michelín-, Sa´id B Warit o Utman b. Ubaydallah, sin olvidarnos del ya viejo conocido “Said”, o “Pepe”, que precedió a todos ellos. Estos continuos cambios propiciaron que el edificio gubernamental de Fernández Iparraguirre, situado en el entonces llamado Paseo de las Medias Lunas, fuera durante muchos años conocido como el de Quantoh-durah-rás.
Nos dejamos en el tintero muchos y grandes relatos sobre la presencia musulmana en las guadalajaras. Olvidamos hablar del paso de Almanzor por Atienza, ciudad a la que prácticamente destruyó cuando iba camino de Calatañazor, ajeno al conocimiento de su pésima suerte posterior. También hemos ignorado nombres de musulmanes alcarreños que destacaron en los campos de las artes y de las ciencias, como Ibrahim-ben Wazamor, que vivió en tiempo de Al Mamún y escribió un estudio biográfico-antológico de prosistas e historiadores de Guadalajara, o Alcarreñoh-depura-Zepa, que escribió una breve, pero bella, colección de aforismos pareados, de los que podríamos citar éste: “El puente no es romano, aunque lo digan los cristianos; es árabe, pues así se lo oí decir a mi padre”.
En fin, tiempo largo y tendido podríamos seguir hablando de la presencia musulmana en Guadalajara, pero, serénense, porque no lo vamos a hacer. La próxima semana hablaremos de la noche de San Juan, Alvarfáñez y… el gobierno. ¿Pactó Alvarfáñez un gobierno de concentración en la ciudad? ¿Hizo valer el rodillo de sus lanzas en lo salones comunales de la Plaza Mayor? ¿Tuvieron judíos y moros sillón en la Permanente? ¿Cómo fue reconquistada de verdad Guadalajara por los cristianos?
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Como el que le precedió, este artículo fue publicado en el semanario “Flores y Abejas”, de fecha 12 de junio de 1985, en el entorno de la conmemoración que entonces se hizo del noveno centenario de la reconquista de la ciudad de Guadalajara, atribuida a Alvarfáñez de Minaya, de quien se ha conmemorado en la primavera de 2014 el noveno centenario de su muerte. Téngase en cuenta el estilo festivo en que está escrito, muy del gusto de los finales del siglo XIX, cuando vio la luz por primera vez “Flores y Abejas”.