La noche de San Juan de 1085
Después de mucho divagar sobre los acontecimientos que precedieron a la reconquista de Guadalajara a los árabes, cúmplenos hablarles del hecho concreto que propició el retorno de la capital de las guadalajaras a la cristiandad, después de cerca de cuatro siglos de dominio musulmán.
Muchas son las posibilidades que se barajan en torno a la forma en que Guadalajara pasó a ser dominio de la corona castellana. De la fuente de cada historiador a la que hemos acudido a beber, manan aguas de diferentes calidades y cantidades, aunque cada una de ellas, por sí misma, se bastaría para calmar la sed historiográfica, unas por su rigor, otras por su ingenio novelado e, incluso, alguna por su fantasía desbordante.
Layna Serrano, por ejemplo, opina que la ciudad de Guadalajara fue reconquistada antes que la de Toledo, otorgando al capitán “zamorano, primo, amigo y asesor del Cid”, Alvarfáñez –las últimas investigaciones apuntan a que no era zamorano, sino burgalés, concretamente de la zona de Urbaneja, ni tampoco primo, amigo o asesor del de Vivar– el protagonismo de nuestra reconquista. Layna piensa que Guadalajara se rindió a las tropas castellanas sin que mediara lucha alguna, tras una posible capitulación de los notables de la ciudad, que pactarían con Alvarfáñez las condiciones de la entrega, sin contar con el vecindario. Otro notable historiador, Francisco de Torres, también cree que no se produjo ningún tipo de lucha y que fue en 1085 cuando se tomó la ciudad.
Un historiador del siglo XVII, Alonso Núñez de Castro, es quien aporta una mayor dosis de leyenda a la reconquista de Guadalajara, creyéndola ocurrió en la noche de San Juan Bautista, después de estar sitiada la ciudad por las tropas castellanas durante algún tiempo y, tras una escaramuza musulmana en el campamento de los cristianos que, como respuesta, se debieron adentrar en la ciudad a la grupa de sus caballos, sembrando el pánico y la desmoralización entre sus habitantes, de tal manera que, pocos días después, se rendirían.
Juan Catalina nos habla de otro historiador, Fray Juan de Talamanco, que apunta a Alvarfáñez como capitán de las huestes castellanas que reconquistaron Guadalajara, en la mismísima noche de San Juan, saliendo de entre las sombras y alumbrado por la estrella de la fortuna y que, tras apoderarse por sorpresa de Orche –así, sin “h”-, haría seguidamente lo propio con Guadalajara.
El actual Cronista Provincial, Antonio Herrera Casado, que nos ha obsequiado con unos magníficos trabajos acerca de la reconquista de Guadalajara, resume el hecho, de este modo tan sencillo y, muy aproximadamente, cierto: “Un día llegó un mensajero oficial desde Toledo, diciendo simplemente que la ciudad de Guadalajara, como el resto del reino, pasaba al dominio de Castilla, con lo que la jerarquía árabe quedaba definitivamente depuesta”.
Así cuentan -más bien especulan, en algún caso- los historiadores que pudo haber ocurrido aquél hecho tan trascendente de nuestra historia, hace ahora 900 años, pero, la verdad, recogida a través de la tradición de dos antepasados nuestros, “Parmenius de la Vega” y “Diego de la Concordia”, es muy diferente. Veamos: Hallábanse Parmenius y Diego, en las postreras horas del día de San Juan del año de nuestro Señor de 1085, en esos momentos en que la magia de la noche es capaz de convertir en maeses a los legos, apurando la “antepenúltima” en el Mesón “El Povedano”, próximo a la Puerta de Feria, santuario enológico y musarniego de los mozárabes arriacenses, cuando Alvarfáñez, acompañado de Nuño Sotalari, penetró en la taberna, después de varios meses de asedio e incordio a la ciudad. Discretamente apostados en un rincón del “Povedano”, esperábanles Al Qadir y Tres-Halah-Chicah para ventilar, en una partida de mus, con baraja de a cuarenta, cuatro reyes cristianos y cuatro califas moros, la posesión de la ciudad.
Ya metidos en amarracos y jugándose la definitiva, era mano Al Qadir. Tres-Halah-Chicah da mus, Alvarfáñez no duda en cortarlo y exclama: “¡Las de Hontanares!”. Al Qadir, que ni aún pares había cogido, no vio otro escape que tirarse una antorcha (entonces no había faroles) y jugóse la partida y la ciudad en un órdago a la chica. Sobre la tabla del “Povedano” no hubo más ases que los cuatro que Nuño Sotalari puso sobre ella, conociéndosele desde entonces como Nuño “Pitolari” pues, bien sabido es que, en el mus, a los ases y a los doses, se les llama “pitos”.
Al Qadir marchó desterrado, precisamente, a Hontanares y, a su paso por las Cuatro Calzadas -cruce de vías del tiempo de los romanos que los cristianos luego bautizaron como “Cuatro Caminos”-, ploró mientras su suegra le decía: “Llora como mujer lo que no has sabido defender con el órdago”.
Así, y no hay más, fue reconquistada Guadalajara. El lunes próximo, 24 y San Juan, se cumplirá el 900 aniversario de aquel memorable suceso ¡Habrá que celebrarlo: pintan copas!
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Como los dos que le han precedido, este artículo que cierra la serie “Crónica festiva de la reconquista de Guadalajara” fue publicado en el semanario “Flores y Abejas”, de fecha 19 de junio de 1985, en el entorno de la conmemoración que entonces se hizo del noveno centenario de la reconquista de la ciudad de Guadalajara, atribuida a Alvarfáñez, de quien se ha conmemorado ahora el noveno centenario de su muerte. Por cierto, me consta que el conocido periodista y escritor guadalajareño, Antonio Pérez Henares, “Chani”, está ultimando una novela histórica que tendrá a Alvarfáñez como protagonista principal, que probablemente lleve por título “La tierra de Alvarfáñez”, y para la que ha contado con el asesoramiento histórico de un gran medievalista, compañero y amigo como es Plácido Ballesteros. La eficaz narrativa y la brillante descriptiva de “Chani”, unidas al conocimiento y rigor históricos de Plácido conforman un sólido binomio que, estoy seguro, contribuirá a que conozcamos a un Alvarfáñez aún más grande de lo hasta ahora creído, sobre todo si juzgamos a los personajes medievales por los resultados acreditados de sus hechos y no sólo por las leyendas y los cantares de gesta que hablan de ellos, los recrecen, los menguan o, directamente, los silencian.