Archive for mayo, 2016

Buscando a Toquero y a Barra tras Cela en la Alcarria

                Entre el 11 de mayo pasado, fecha en la que se conmemoró la efeméride de su nacimiento hace ya 100 años, y el 6 de junio próximo, en que se conmemorará el 70 aniversario del inicio de su viaje físico a la Alcarria, estamos en pleno apogeo de los actos del centenario de Camilo José Cela que, como ya comenté en mi post anterior, se van a celebrar a lo largo de 2016 en toda España, organizados por varias instituciones públicas y privadas, entre ellas la Diputación Provincial de Guadalajara.

                El 1 de junio tendrá lugar, en el salón de plenos de la corporación provincial, el acto institucional del centenario más relevante de cuantos se van a llevar a cabo en la provincia, en el que el Director y Secretario de la RAE, Darío Villanueva, profundo estudioso de la obra de Cela y gran conocedor de la persona y el personaje, va a impartir una conferencia sobre el autor de “La Colmena”, “Viaje a la Alcarria” y otras 67 creaciones literarias más. Villanueva será presentado por Aurora Egido, la única académica de la Lengua que hay actualmente nacida en la provincia y que tiene desde 2013 silla -la “B” mayúscula- en la institución que “limpia, fija y da esplendor” al castellano desde hace ya tres siglos. A este acto está prevista la asistencia de Camilo José Cela Conde, hijo del Premio Nobel de Literatura 1989, lo que sin duda contribuirá a darle mayor relevancia social, que complementará la académica y literaria que, con total certeza, aportarán Egido y Villanueva.

Buscando-CelaDicho esto, quiero que quede bien claro que hoy he venido a estos blogs de GD a hablar de la reedición del libro de Salvador Toquero y Santiago Barra, “Buscando a Cela en la Alcarria”, escrito en 1981 por este par de grandes periodistas y escritores guadalajareños, al tiempo que maestros y amigos míos, pues gracias a sus impagables tutelas me inicié en esto del periodismo, cuando apenas contaba yo con diecisiete años de edad, en aquella histórica y entrañable cabecera/escuela que para mí y para tantos otros fue “Flores y Abejas”. Como bien dice Santi en su prólogo a la segunda edición de su libro, escrito al alimón con su tío y también maestro Salva, seguro que éste está disfrutando con gozo de su reedición en los “eternos paisajes del cielo por los que lleva transitando desde hace ya nueve años”. Toquero tiene muchos motivos para descansar en paz, pero desde el 11 de mayo pasado, oportuna fecha en la que se presentó la segunda edición de “Buscando a Cela en la Alcarria”, ha sumado a ellos uno más. La circunstancia de que el diseño y edición electrónica de esta reedición haya corrido a cargo de uno de sus hijos, Fernando, seguro que también le ha reconfortado, no sólo porque sea su hijo, sino porque está muy bien hecha. Puede que sea una cierta irreverencia hablar de gozos terrenales en el cielo, pero Salva era también un maestro de la metáfora continuada, de la alegoría, y como tal ha de entenderse este comentario.

Y ya sí que voy a hablar del contenido de “Buscando a Cela en la Alcarria”, que es a lo que he venido hoy. En el verano de 1981, cuando apenas llevaba yo dos años y medio en “Flores y Abejas” colaborando,  aprendiendo y madurando como el membrillo en septiembre, tuve la inmensa fortuna de ser un espectador privilegiado de su gestación y hasta de la realización de una parte, aunque fuera mínima, de su trabajo de campo y de su redacción. Incluso corregí algunas pruebas de imprenta, con no demasiado tino, por cierto, a juzgar por las excesivas erratas que aparecieron en la primera edición de la obra, aunque, en descargo de quienes participamos en la labor de corrección, cabe decir que algunas correcciones se quedaron en el bolsillo del editor, sin que jamás llegaran al linotipista. En esta reedición recién presentada, doy fe de que las erratas se pueden contar con los dedos de una mano, lo que viene a poner 35 años después las cosas en su sitio porque les aseguro que, si hay algo que contraría a un periodista, es que sus textos se publiquen con erratas, máxime cuando la culpa no es suya.

En “Buscando a Cela en la Alcarria” hay mucho y buen periodismo de investigación pues Toquero y Barra no tuvieron pereza en tratar de localizar, uno a uno, los 57 personajes principales de “Viaje a la Alcarria”, consiguiendo hablar personalmente con bastantes de ellos o con familiares y conocidos directos, o, al menos, tener noticias de casi todos. Cuando eran personas de carne y hueso, claro, porque pronto descubrieron que un número significativo de los personajes del libro alcarreño de Cela eran tan sólo literarios, algo que no desmerece la obra, bien al contrario. Esa circunstancia la conocieron ya en el primer capítulo, el de Guadalajara, pues comprobaron que Armando Mondéjar, el “niño preguntón” del “pelo colorado del color del pimentón” con el que el viajero gallego dice trabar amistad al salir de la capital, cuando ya va camino de Taracena, no era una persona real sino un personaje creado. ¿Y cómo lo supieron? Pues como hacen los buenos periodistas, investigando: resulta que Cela dice en su libro que Armando es hijo de Pio Mondéjar, un “perito que trabaja en la Diputación”; fueron a ella y tras revisarse todo lo revisable y más en los archivos de la institución provincial, se llegó a la conclusión de que ninguna persona apellidada Mondéjar había trabajado allí, incluida la época en que está escrito ”Viaje a la Alcarria”. Por cierto, ese dato les puso en el camino de otro: varios de los personajes literarios creados por Cela también llevaban el apellido de nombres de pueblos de la provincia –entre otros, el guardia civil Torremocha-, pero no todos, porque, por ejemplo, Emeterio Arbeteta, el amigo cifontino del viajero, fue una persona real, relevante y muy conocida en la zona

Doy fe de que Toquero y Barra no fueron tras las huellas de Cela en la Alcarria para tratar de ”destripar” el libro, sino con una profunda admiración hacia su obra y un instinto periodístico loable, que les llevó a tratar de saber de sus personajes treinta y cinco años después de escribirse, pues, si se dejaba correr más tiempo, se entraba en riesgo de que muchos de ellos hubieran muerto; aún así, alguno se había quedado ya por el camino, mejor dicho, por la carretera, como es el caso de Martín Sanz, el mulero de Trijueque que llevó a Cela desde Taracena a Torija en un carro y al que mató un coche que le atropelló cuando iba en bicicleta, apenas dos años después de su encuentro con el escritor gallego. Pero el que “los periodistas” -así  se refieren a sí mismos en su libro, en primera persona del plural, al igual que Cela lo hiciera como “el viajero”,  en la primera del singular- no pretendieran conocer los entresijos de la obra de Cela con ánimo de desentrañar su libro, no es óbice para que renunciaran a ser periodistas e investigaran aquello que les pareció investigable. En una lección práctica de periodismo de las muchas que Toquero y Barra me dieron, uno de ellos me dijo: un periodista es aquél que ve humo a lo lejos y, en vez de huir por temor, se acerca a él para conocer su causa. Y doy fe de que algunos humos que vieron mientras buscaban a Cela en la Alcarria, se limitaron a especular con su origen, pero no pretendieron ser bomberos, ni mucho menos pirómanos. Hasta aquí puedo escribir…

Podría seguir buscando a Toquero y a Barra mientras éstos buscaban a Cela en la Alcarria casi hasta el infinito y volver, como las carreras cortas que echan los de Bilbao, pero lo dejo aquí porque lo mejor que se puede hacer con un libro, con un buen libro como les aseguro que es éste, es leerlo. Y también les aseguro que, además de periodismo del bueno –en él está magníficamente retratada, aunque sea de forma transversal, la Guadalajara rural de la Transición-, van a hallar literatura de primer nivel, porque tanto Toquero como Barra son dos grandes escritores que ganó el periodismo, pero se perdió, en buena medida, la literatura, aunque ambos hayan hecho algunas incursiones en ella, especialmente ésta que emprendieron juntos, siendo dos personas de generaciones, inquietudes y hasta pensamientos distintos, lo que da aún más valor a esta obra escrita a cuatro manos y dos voces, pero un solo aliento.

Cela cumple 100 años

Como la mamá de la película de Carlos Saura, el 11 de mayo Camilo José Cela cumple/cumplió -para quienes lean este post en fecha posterior- cien años; mejor dicho, cumpliría, así, en condicional, si hubiera vivido para contarlo, algo que no se ha dado pues, como es sabido, falleció el 17 de enero de 2002, a la edad de 85 años. Lo que sí se cumple/cumplió el 11 de mayo de 2016 es el centenario de su nacimiento, efeméride que está motivando la celebración este año de numerosas actividades y actuaciones conmemorativas por parte de diversas instituciones, entre otras la Fundación Pública Gallega Camilo José Cela -tutelada por la Xunta de Galicia-, la Real Academia de la Lengua, el Instituto Cervantes, la Diputación Provincial de Guadalajara y la Fundación Charo y Camilo José Cela, que preside Camilo José Cela Conde, el único hijo del escritor gallego, y que será la encargada de pilotar el órgano administrativo que el Gobierno de España ha creado recientemente para encargarse de la ejecución del programa de apoyo a la celebración del centenario de su nacimiento.

Aunque Cela es un autor de relevancia mundial, circunstancia que le llevó a obtener el Premio Nobel de Literatura en 1989, no creo caer en el pecado de localismo/provincianismo si trato exclusivamente en este post sobre su vinculación con la provincia de Guadalajara pues, realmente, fue mucha y, como es sabido, no sólo literaria, especialmente a través de su magnífico “Viaje a la Alcarria”, sino también vital pues se avecindó en la capital casi una década, entre 1988 y 1997 en que marchó a vivir a Madrid, donde falleció menos de cinco años después. Sobre ese cambio de residencia de la capital alcarreña a la de España, el propio Cela dejó escritas estas reveladoras y sentidas palabras en su columna de ABC, que llevaba por título “Desde el palomar de Hita”, en su entrega del 27 de julio de 1997: “Ahora que me voy con la música a otra parte y no sin mi remota pena lastrándome el corazón y el güito del alma, quiero dejar paladina constancia de mi amor a Guadalajara, a cuyas piedras, a cuyas yerbas y a cuyos hombres expreso desde aquí mi gratitud por su mantenida hospitalidad”. Bien es sabido que Cela marchó a Madrid, más que por su propia voluntad, por la de su entonces esposa, Marina Castaño, con quien precisamente contrajo matrimonio por lo civil en Guadalajara. Hasta aquí quiso escribir sobre esta cuestión en el artículo antes referido: “El hombre propone, a veces, y Dios dispone, de cuando en cuando; lo digo porque las cosas no siempre marchan al pelo de la voluntad, sino que, con harta frecuencia, se perfilan al contrapelo de las circunstancias y otras desidiosas aventuras”.

Cela dejó atrás, sí, su tercera residencia en Guadalajara en 1997 -vivió por un tiempo en casa de Paco Marquina y María Antonia Velasco, después en un chalet en El Clavín y, finalmente, en otro en “El Espinar”, en la ribera del Henares, junto a la carretera de Fontanar-, pero cuando el escritor se bajó del tren que le traía de Madrid en la estación de Guadalajara, el 6 de junio de 1946, para pisar por primera vez la tierra alcarreña e iniciar su viaje a ella, suscribió un contrato de afecto, presencia y vinculación permanente con esta comarca guadalajareña, como él mismo subrayó al dejar escritas estas significativas palabras tras su firma en el Libro de Honor de la Diputación Provincial, el 20 de diciembre de 1989, apenas unas semanas después de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura: “Siempre en la Alcarria”. Precisamente, la noticia de la concesión del prestigioso premio de la Academia sueca la conoció en su entonces residencia guadalajareña de El Clavín.

Es una evidencia que, más que la obra, la figura de Cela no despierta simpatías en algunos sectores, especialmente de la izquierda de este país, que siempre le acusaron de censor -por cierto, él fue censurado, pues La Colmena se prohibió en España en 1951-, de franquista y, últimamente, hasta de delator. No voy a meterme en ese charco porque no quiero y porque voy a poner en práctica las, a mi juicio, ponderadas, juiciosas y justas palabras de Darío Villanueva, el secretario de la RAE y experto en la obra del Nobel gallego, además de amigo personal: «pido respeto para la figura de Camilo José Cela; un escritor es lo que ha escrito, no lo que haya dicho o hecho«.

Respetando la figura de Cela, pero también la de aquellos a quienes no les despierta simpatías, hago caso a Villanueva y voy, sólo rápida y someramente pues la contención lo aconseja, a lo que el autor de Iria Flavia escribió tras viajar físicamente a Guadalajara en 1946 pues su Viaje a la Alcarria es un libro que he leído más de una veintena de veces y, cada vez que lo hago, descubro algo nuevo en él y siempre de una elevada altura literaria. En Viaje a la Alcarria no sólo hay el relato de un viaje con especial referencia al paisaje y al paisanaje que el autor se encuentra en el camino, ni únicamente el retrato de posguerra de una parte de la España rural, que, por supuesto, están ahí, sino que en lo formal se pueden encontrar en él influencias y referencias de la Generación del 98, especialmente de Unamuno y de Azorín, por ejemplo cuando el escritor gallego escribe del duro agro castellano que recorre o los ambientes en las tabernas alcarreñas, como la de Sacedón: “El café está de bote en bote, la atmósfera se podría cortar con un cuchillo. En algunas mesas se juega al dominó y en otras al naipe. Dos solitarios echan en un rincón una partida de ajedrez (…)“. También hay algo en su pluma de la de Pío Baroja al describir estancias y habitaciones con la precisión de un notario haciendo inventario de testamentaría, como en la posada de Brihuega: “En las paredes del comedor hay un reloj de pesas, un canario que se llama Mauricio, metido en su jaula de alambre dorado, y tres cromos de colores violentos, chillones, con marco de metal. Un cuadro representa el cuadro de Las Lanzas; otro, Los Borrachos, y otro La Sagrada Familia del pajarito. Dos gatos rondan a lo que caiga”. Más evidente es aún su cercanía a Juan Ramón Jiménez cuando deja la épica y se echa en manos de la lírica en el valle del Tajuña, camino de Cifuentes, acompañado del viejo de “pelo gris y los ojos tristes y meditabundos” y su burro Gorrión/Platero: “Duérmete, burrillo manso,/que ya es la hora./Ya te has comido la flor/de la amapola”. Y, si nos lo proponemos, podríamos encontrar en Viaje a la Alcarria, porque están ahí, muchas más sintonías y proximidades con otros grandes escritores españoles que frecuentaron la literatura viajera, o la geográfica, porque, como dijo Alonso Zamora Vicente, al tratarse de una obra de este tipo, y especialmente en lo que se refiere al paisaje, “Cela cumple con reflejar lo que ve y con no inventar. Para inventar ya están otras esquinas de la literatura”. El paisanaje ya es otra cosa, porque es evidente que no todos los personajes de los 57 principales que tiene la obra, son reales, sino que un significativo número de ellos son literarios.

Termino diciendo que el mejor homenaje que se le puede rendir a un escritor es leer su obra, y, de entre ella, les recomiendo encarecidamente que, si aún no lo han hecho, vayan raudos a la librería y compren, para ustedes mismos o sus cercanos, un ejemplar, aunque sea de una edición barata de bolsillo, de Viaje a la Alcarria. Y que lo lean y lo inviten a leer. Como también pueden, y en cierta medida, deben, leer algunas de las nuevas ediciones o reediciones de estos títulos que tratan, y bien, sobre el viaje alcarreño de Cela y/o sobre el propio escritor; tomen nota: “Cela. Retrato de un Nobel”, de Francisco García Marquina, presentado el viernes, 6 de mayo, en la Feria del Libro de Guadalajara; “Guía del Viaje a la Alcarria”, también de Marquina; “Buscando a Cela en la Alcarria”, de mis maestros en el periodismo, compañeros y amigos Salvador Toquero y Santiago Barra, cuya segunda edición se presenta/presentó el mismísimo 11 de mayo, a las 19,30 horas en el Centro San José, y “Las cosas de Don Camilo”, de Pedro Aguilar, cuya nueva edición también va a ver la luz en estos días.

 

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