Revisar el pasado, echar la vista atrás -sin ira, que es más sano- es un ejercicio que práctico con frecuencia porque conocer lo que nos precedió nos ayuda a entender mejor lo que somos e, incluso, a anticipar y condicionar lo que podemos llegar a ser. Reconozco que tengo un gran punto historicista, sí, y que a veces me dejo caer en los brazos de la nostalgia, pero no soy de esos que siempre van con el cuello girado porque tiene dos riesgos: tropezar al no ver lo que tienes delante y pillarte un esguince de esternocleidomastoideo de padre y muy señor mío. Repito, echar la vista atrás, sí, pero no para convertirme en una estatua de sal como la mujer de Lot cuando huyó de Sodoma, sino para coger impulso, como el que da dos pasos atrás pero solo para coger carrerilla.
Con esa filosofía, un tanto parda, como la gramática de los que saben sin haber ido a la escuela, he echado estos días un vistazo a esa hemeroteca impagable y de lujo que es la del añorado y querido periódico “Flores y Abejas”, en el que nací para esto de escribir. Y lo he hecho con el fin de saber con cierto detalle cómo era la Semana Santa de la Guadalajara de hace un siglo, una ciudad que, entonces, tenía alrededor de 13000 habitantes, un poco más de la población que actualmente reside en El Casar.
Lo primero que me ha llamado la atención de los actos de Semana Santa de la Guadalajara de 1918 a 1920, que son los años que he revisado en esta ocasión, es que había muy pocas procesiones y éstas no eran precisamente multitudinarias, sino bien al contrario, como después veremos cuando reproduzca una curiosa y auténtica filípica que “el cura de Santa María” -así la firmaba- publicó, precisamente, en la edición “Flores y Abejas” de 28 de marzo de 1920. En esos años, los cultos de este tiempo se concentraban en el interior de las cuatro parroquias que entonces tenía la ciudad: Santa María, Santiago, San Nicolás y San Ginés, a los que se unían los que se llevaban a cabo en otras iglesias conventuales, principalmente las del Carmen y los Paúles. Además de celebrarse los oficios propios de estos días, en todas ellas se programaban vía crucis, se instalaban monumentos y se convocaba a la feligresía a tres tipos de sermones: de mandato, de Pasión y de Soledad.
Las procesiones de calle de la Guadalajara que vivía ya los años finales de la segunda década del siglo XX, se limitaban a algunas parroquiales de palmas el Domingo de Ramos, al traslado de la Virgen de la Soledad desde su ermita -situada frente a San Ginés, al inicio del paseo de las cruces- a Santa María, al del Cristo de la Agonía desde San Nicolás a San Ginés, y a la del Santo Entierro que, con varias imágenes -al igual que viene sucediendo con la también llamada del Silencio desde hace décadas- salía de Santa María y la conformaban un grupo de pasos, destacando entre ellos un Nazareno y un Cristo de la Cruz, del Carmen, y las imágenes de la Soledad y la Virgen de los Dolores, ésta última venerada en la propia Santa María, como hoy en día. Como es sabido, en la Guerra Civil, fueron pasto de las llamas, al tiempo que la propia ermita de la Soledad en la que se custodiaban, una imagen antigua de la Virgen de la Soledad, un Cristo Yacente y un Cristo atado a la columna, entre otros pasos. Por motivos desconocidos, en décadas e, incluso, en siglos anteriores habían desaparecido ya otras imágenes históricas de la Semana Santa arriacense, algunas de ellas de gran valor artístico, obra de afamados imagineros como Tamayo, Barrojo, López de la Parra o los Hermanos Rueda.
Retomamos ya esa filípica que “el cura de Santa María” -es probable que se trate de un pseudónimo y no de mosén Caraballo, párroco entonces de este templo que aún no era concatedral, status que adquirió en 1959- dirigió a los fieles de la ciudad -incluidas congregaciones religiosas, ¡ojo al parche!- denunciando, entre otras cosas, que había mucho “mirón” en la Procesión del Silencio y pocos penitentes. Lean, lean, no tiene desperdicio:
“(…) Es deshonroso, escandaloso, ridículo, lo que ocurre con las procesiones de Guadalajara en las que el Señor, las Sagradas Imágenes van solas por la calle mientras las personas piadosas, como si no lo fueran, ven la procesión desde los balcones, dejando al Señor solo, entre la confusión de los chiquillos que cruzan en todas direcciones, y otros que no son chiquillos que atraviesan ¡con la cabeza cubierta y fumando!
Estas procesiones son informes, absurdas, indevotas, y lejos de ser una manifestación de la piedad, son el triunfo doloroso del indiferentismo y la despreocupación; son un nuevo e incruento padecer de Jesucristo, son la más gráfica reproducción de la “Calle de la Amargura” con sus desprecios y escarnios.
La culpa la tienen los que no asisten a la procesión en apretada fila, que no pueda ser atravesada por los indevotos y los frescos.
Hubiera dos filas compuestas de fieles, desde la cruz parroquial hasta el último paso, y esto parecería procesión, que, de no ser así, parece exhibición de esos animales raros que entre chiquillos y curiosos suelen conducir por nuestras calles los húngaros y piamonteses, ¡¡Qué vergüenza!!
¿Decís que exagero? Decidme ¿qué sociedad o corporación sale a la calle de forma tan indecorosa como nuestras procesiones? Ninguna.
¡No puede Dios bendecir a los pueblos que le tratan con desprecio!
Es cuestión de conciencia para todos, que las procesiones, si salen, salgan decorosamente.”
Dada la contundencia de lo expresado por “el cura de Santa María”, casi procede concluir ya diciendo “amén”, aunque lo haremos tras comentar que las procesiones de Semana Santa de la Guadalajara de hace un siglo concluían, como ahora, con la Procesión del Resucitado, el Domingo de Resurrección, si bien entonces ésta solo salía por el entorno del barrio de Santiago. Precisamente en esta tradición, de la que hay constancia que ya se celebraba en el primitivo templo de esta parroquia, situado junto al palacio del Infantado y demolido por fases entre 1873 y 1903, se basó la reinstauración de esta procesión en el programa de Semana Santa de la ciudad, hecho que ocurrió a principios del siglo XXI. Por cierto, con polémica entre algunos miembros de la Junta de Cofradías y el Obispado, pronto y felizmente superada.
Ahora ya, sí, amén.
Foto: Desaparecida Ermita de la Soledad que, hasta 1936, en que fue incendiada, albergaba varias imágenes de la Semana Santa de Guadalajara que también ardieron con ella. Foto: Fondo Camarillo.- CEFIHGU.- Diputación de Guadalajara.