Archive for diciembre, 2018

El portalejo verde y negro de Belén

Hay fotos que no necesitan pie y pies de foto que dicen más en un puñado de palabras que las supuestas más de mil que vale cada imagen. La que acompaña este texto, como podrán apreciar, es pura elocuencia, habla por sí misma y no necesitaría pie porque se mantiene bien erguida y camina sola sin necesidad de ayuda.

La bella, la bellísima fotografía que acompaña este texto y que no precisa pie, podría ser una alegoría perfecta de la Navidad en las guadalajaras del norte más empinado y profundo. Un acebo cuajado de fruto en forma de drupas redondeadas de un intenso color rojo, contrastando con el verde intenso de sus perennes hojas, simples, enteras, coriáceas y pinchudas, se nos antoja un visillo natural tras el que aparece la torre de una iglesia en la que predomina la pizarra, uno de los templos más representativos de la que es y llamamos arquitectura negra.

Sí, efectivamente, se trata de la iglesia de Valverde de los Arroyos vista desde la plaza de María Cristina, con su fuente en medio y en cuyo pilón se refrescaban las cervezas de Paco, el entrañable y singular tabernero cojo natural de Zarzuela de Galve -“Zarzuelilla”, el anejo valverdeño- que durante mucho tiempo regentó el único establecimiento de hostelería del lugar, hasta que el turismo reparó en él.

El acebo es uno de los árboles más representativos del tiempo de Navidad porque, aunque sus frutos verdean en verano y se enrojecen en otoño, permanecen en el árbol incluso durante el invierno, poniendo una nota de color al ambiente húmedo, neblinoso y frecuentemente nevado que suele acompañar a este tiempo, especialmente entre diciembre y enero, los meses entre los que se acunan las navidades. Este acebo es un monumento natural vivo que se ha querido sumar a la fiesta de los sentidos que es siempre Valverde, aunque su momento cumbre llegue justo en el otro solsticio, el de verano, cuando la Octava del Corpus inunde las calles y las eras del pueblo de fervor a Jesús sacramentado, tradición, rito y belleza. Autos, loas y danzas de color para el pueblo que ya lleva color en su mismo nombre, el verde de la tierra generosa en aguas, que contrasta con el negro de la pizarra de su arquitectura negra. Que el color es la rebeldía de la luz frente al negro y toda la escala de grises es un axioma que se cumple a rajatabla en Valverde.

La iglesia valverdeña de San Ildefonso, datada inicialmente en el siglo XVI, rehecha dos veces en el XVIII y conformada mediado el XIX como ahora la conocemos, cuya torre se vislumbra entre las hojas y las bayas del acebo de la fotografía, alberga en su interior una singularidad arquitectónica poco conocida, incorporada en una restauración del templo que se acometió en 2012: la bóveda tabicada mudéjar que remata el crucero, para cuya construcción se  recuperó una técnica antigua, basada en la ejecución de tres roscas o hiladas de ladrillos, con la particularidad de ejecutarse sin apoyar en ningún momento sobre cimbras; es decir, esas hiladas de ladrillo se fueron sumando sin ningún elemento que las sustentara. A este tipo de bóvedas autoportantes, de origen centenario, se les llama también de “construcción cohesiva”, catalanas o “guastavinas”, en honor al arquitecto valenciano de la segunda mitad del XIX, Rafael Guastavino, que fue quien las recuperó y perfeccionó como sistema constructivo, dejando amplia huella de su obra especialmente en Estados Unidos. Quede este dato como curiosidad de las muchas que nos podemos encontrar en nuestra provincia si nos empeñamos en no solo mirar las cosas, sino también en verlas con detalle, algo a lo que solemos dedicar poco tiempo acaso porque creemos, como Antonio Machado en sus “Proverbios y cantares”, que “nuestras horas son minutos cuando esperamos saber y siglos cuando sabemos lo que se puede aprender”.

Despido ya esta última entrega del año con otra referencia a la iglesia de Valverde que dialoga en la foto con un acebo, pues, como sí es más conocido, el pequeño atrio que da entrada al templo y su entorno es llamado “el portalejo”, un portalejo que es una especie de foro cívico en el que los valverdeños se reúnen para asistir a las representaciones de sus tradicionales autos sacramentales, iniciar y terminar sus procesiones religiosas, especialmente la de la Octava del Corpus, además de para celebrar otros actos públicos de distinto carácter. Un portalejo que, en este tiempo, se me antoja el de Belén.

Con mis mejores deseos de paz, felicidad y salud para todos en el nuevo año, vayan estos preciosos versos del maestro (de tantas cosas) “Josepe” Suárez de Puga contenidos en su poema “Navidad en el pico Ocejón” y que forman parte de su último poemario, hasta ahora editado, “Cancionero de lugares y compañías”, aunque me consta que ya está trabajando en uno nuevo de pronta publicación que aguardo con los dedos huéspedes:

 

El fuego de amor prende el paraje

de blancanieves que a Belén aloja,

donde el tomillo espera el estiaje

que prenda el verde de su nueva hoja.

 

Un villancico se oye en el hostigo

que asila el heno de la primavera,

donde el Hijo de Dios duerme al abrigo

de una sencilla tienda montañera.

Y no amanece

Aún a riesgo de que algunos me llamen “facha” por aquello de apelar al sol -aunque no cante de cara a él, sino que eche de menos la albada-, he titulado esta entrada de idéntica forma que la bonita canción que Enrique y Álvaro Urquijo compusieron para su grupo, Los Secretos, al que tanto nos unió a los guadalajareños su recordado batería, Pedro Antonio Díaz, muerto en accidente de circulación en la Feria Chica arriacense de 1984. Parafraseando al mítico Jethro Tull, Pedro era demasiado joven para morir, cuando era aún también joven para el rock and roll, pero ya no volvió a amanecer más para él, frustrándose con ello uno de los mejores músicos de la “movida” madrileña, la “new wave” cañí. El ritmo que “Pedrito” imprimió a la buena música de los hermanos Urquijo, fue determinante para que el grupo diera un salto de calidad y se convirtiera en todo un referente de su época, que aún hoy pervive, incluso tras perder a dos de sus puntales: Enrique Urquijo y el propio Pedro.

Pero hoy no toca hablar de música, pese a que me haya inspirado en el título de un tema de Los Secretos que, como casi todos, tiene su punto de melancolía: “(…) La lluvia que mojaba tus calles tan lloradas, quisiera que limpiara también tu alma. Y no amanece, y no amanece, y no amanece”. El “Y no amanece” de hoy está dedicado a la lamentable realidad de Cataluña, esa parte señera de España a la que los independentistas han metido en una encrucijada de muy difícil salida y en la que hace ya muchos meses que no amanece porque las sombras, la penumbra y la oscuridad invaden casi todo, de manera muy especial la convivencia.

En Cataluña, desde que el iluminado e irresponsable Puigdemont y sus sosías del PDCAT, ERC y las CUP, con la decisiva colaboración de la ANC y Omnium Cultural, decidieron huir hacia adelante y declarar una república y una independencia que no eran legalmente posibles, cada mañana sigue saliendo el sol, pero no amanece nunca. Puede parecer una contradicción, pero hay noches que se alargan una eternidad y días que no amanecen jamás; en esas está Cataluña desde que la mitad de ella decidiera excluir a la otra e imponer a espaldas del derecho, de la razón, del sentido común y de la comunidad internacional un ideario nacionalista radical, más propio de finales del siglo XIX que de principios del XXI.

Así las cosas, puede salir el sol por el cabo de Creus, el punto más oriental de Cataluña, pero no amanecer allí porque nunca puede ser de día cuando en un lugar de España se odia, insulta y veja lo español con impunidad y de forma reiterada como de un tiempo a esta parte se hace en Cataluña, cada vez de forma más descarada. No puede ser de día en una parte de España en la que se persigue el idioma español como si se tratara de Joan Serra, “el bandoler” apodado “Lapera” de la canción de Lluis Llach, un cantautor que parecía cantar a la libertad y lo que en realidad quería era atarnos a todos a la “estaca” independentista, tan estaca como la de la larga noche franquista.

Y si hace ya muchos meses que no amanece en Cataluña, las cosas no tienen pinta de que vayan a cambiar por culpa del imprudente, insensato y radical presidente de la Generalitat, Joaquim Torra, puesto a dedazo por el huido Puigdemont desde Waterloo. El, solo teóricamente, “molt honorable” está más por el “sostenella y no enmendalla” que por acabar con esta ignominiosa etapa en la que la región catalana hace tiempo que dejó de ser una de las locomotoras de España para convertirse en un colosal freno de desarrollo social y económico. Y eso sí que es romper con la mejor parte de su historia, complicar su presente y oscurecer su futuro.

Me insistía mi padre, cuando yo me empeñaba en alargar las noches hasta la albada en mi primerísima juventud, que en la oscuridad apenas se veía y que en ella había mucho peligro emboscado entre las sombras. Pese a que por el cabo de Creus salga el sol cada mañana, en Cataluña seguirá sin amanecer mientras se corten impunemente carreteras sin intervenir los “Mossos de Esquadra”, se “purgue” a policías por tratar de mantener el orden público o se apele a imitar al “modelo” esloveno de independencia, que costó 60 muertos, como ha hecho Torra sin que se le caiga la cara de vergüenza. Ni a él, ni a sus compañeros de este viaje a ninguna parte en el que se ha convertido el “procés”.

A día de hoy lo veo muy difícil porque el “seny” ha huido de una gran parte de Cataluña -eso sí que es perder identidad-, pero espero que, como afirmaba una de las proclamas del mayo del 68 francés, “algún día saldrá el sol” también allá; sí, por el cabo de Creus, “mágica luz de Cadaqués” que cantaba Mecano homenajeando a un catalán y español universal, Salvador Dalí, cuyas últimas palabras públicas fueron: “Els genis no tenim dret a morir, perquè fem falta pel progrès de l’Humanitat ¡Viva el Rei, viva Espanya, viva Catalunya!”. Las dejo ahí porque no hace falta traducirlas.

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