Tras dos años de, primero no celebrarse y después hacerlo de manera contenida, en interiores, con limitaciones y sin procesiones ni actos de calle, vuelve la Semana Santa a Guadalajara en 2022 con su formato habitual. El dichoso virus que en marzo de 2020 nos confinó a todos en nuestras casas y nos atemorizó al ver sus graves consecuencias para la salud e, incluso, su briosa letalidad, singularmente entre los mayores, sigue ahí, no termina de irse y busca resquicios entre las mascarillas y las relajaciones para seguir haciendo daño. Las benditas vacunas y los propios sistemas inmunitarios que el cuerpo genera para autodefenderse de agresiones externas, han puesto contra la pared al pertinaz Covid, pero pese a ello, él sigue empeñado en danos algún zarpazo de vez en cuando que en algunos casos todavía es grave e, incluso en otros, mortal. En este contexto de cierto alivio, pero aún de recelo por la pandemia que entró por la fuerza en nuestras vidas y se ha quedado de “okupa” en ellas, vuelven las procesiones de Semana Santa y con ello una cierta sensación de normalidad, una palabra que solo nos acordamos de ella cuando se alteran las circunstancias y los hábitos diarios. ¡Bendita normalidad!, aunque a los inquietos les parezca que bendecir -por lo civil- la calma y el orden, sea una loa al tedio. Yo prefiero caer en la rutina y hacer lo de siempre, incluso estoy dispuesto a pagar el peaje de aburrirme por ello, a ver gente en los balcones cantando el “Resistiré” porque tiene muchas dudas de si va a resistir de verdad.
Esta Semana Santa de Guadalajara de 2022, tan especial porque va a volver a ser relativamente normal, ha tenido un pregonero de excepción, Pedro José Pradillo y Esteban. No es la primera vez que hablo de él en este blog, ni será la última, porque a Pedro le tengo especial afecto -oriundo de la niñez y adolescencia que ambos compartimos en las aulas de los Salesianos- y, sobre todo, le profeso una enorme admiración, ganada por él a base de inteligencia, estudio y trabajo pues estamos ante uno de los historiadores de mayor enjundia que ha dado esta ciudad, faceta que combina con un talento innato para las artes plásticas. De casta de los Pradillo le viene al galgo Pedro… Pradillo es, verdaderamente, una persona -también un personaje por su excentricidad impostada- excepcional y me ha parecido todo un acierto su designación como pregonero de la Semana Santa arriacense de este año. Debía haberlo sido mucho antes, pero la ecuación espacio-tiempo se ha despejado con su nombre en el Viernes de Dolores de 2022, el año cero para este tiempo de Pasión después de la pandemia, pero aún conviviendo con ella. Hemos decidido acostarnos con el enemigo porque se ha hecho ya muy de noche y nos han vencido el cansancio y el sueño.
El pregón de Pedro fue, como cabía esperar, una auténtica lección de historia y de arte, pero también de filosofía. En poco más de media hora, nos contó, no solo el pasado más destacable de nuestra Semana Santa, sino las causas y el origen de la religiosidad popular en este tiempo universal, con y sin matices localistas. También nos habló de forma exhaustiva y detallada de nuestra imaginería que podríamos llamar, como a la conocida estancia del Congreso de los Diputados, de los pasos perdidos, pues Guadalajara no ha podido, sabido e, incluso, a veces querido conservar gran parte de su antaño notable patrimonio imaginero, hasta el punto de que por nuestras calles no procesionan hoy pasos titulares si quiera centenarios, salvo algunas piezas complementarias de excepción. Finalmente, el pregonero nos imbuyó en esa parte de la filosofía que es la ética y que los cristianos matizamos llamándola moral, cuando terminó citando al Papa Francisco y su reivindicación de los rechazados y de los excluidos de hoy -como lo fue Jesús en su tiempo- y, especialmente, cuando detuvo los aplausos que premiaron su gran pregón para pedir unos instantes de silencio “por las víctimas de esa guerra injusta que está viviendo Europa”. Sí, compañero y amigo Pedro, ¡ojalá que una de las miles de palomas que a veces tanto nos molestan por su proliferación, su insistente zureo y la suciedad escatológica que comportan, tome una rama de olivo de los Mandambriles, de Cenaoscuras, del Francesillo o de cualquier otro paraje olivarero de la ciudad, la porte en su pico y la lleve hasta Kiev.
Tras ser muy bien pregonada, Guadalajara vuelve a celebrar su Semana Santa en la calle después de dos años de no poderlo hacer. Vuelve, pleno, este “Tiempo de Pasión”, como he titulado el libro que me encargó mi querida Cofradía de la Pasión con motivo del 75 aniversario de su fundación, editado y presentado el pasado mes de noviembre. La de Nuestro Padre Jesús Nazareno, también está cerrando los actos conmemorativos de esta misma efeméride pues ambas hermandades son coetáneas y se fundaron en 1946, contribuyendo de manera decisiva al inicio del renacimiento de la Semana Santa guadalajareña tras arder por los cuatro costados en 1936. Un renacer lento, muy lento, pero progresivo, el vivido en el tiempo del franquismo y que también atravesó una importante crisis de religiosidad popular desde principios de los años setenta hasta finales de los ochenta, ya en democracia. Baste un dato: solo 379 penitentes desfilaron en la Semana Santa de Guadalajara de 1982, el año de “Naranjito”; incluso alguna cofradía, tan solo reunió 25 capirotes, como la del Santo Sepulcro. Fue ya a principios de los años noventa cuando en la ciudad se comenzó a vivir un notorio reimpulso de sus celebraciones populares en este tiempo de pasión, una dinámica en la que aún está desde entonces, lo que certifica su consolidación. No tenemos una gran Semana Santa si la comparamos con las de otras ciudades castellanas como Cuenca, Zamora o Valladolid, por citar algunas de las más destacadas, pero sin duda la nuestra tiene ya un fondo y unas formas, si no sobresalientes, sí notables, la nota que se merece la dignidad trabajada en el tiempo gracias al compromiso de las cofradías y hermandades arriacenses.