Un poeta liberal recluido en Guadalajara

            José de Espronceda (Almendralejo, 1808 – Madrid, 1842) es considerado uno de los poetas románticos españoles de mayor categoría y fama, y su nombre se une con frecuencia a los de otros escritores coetáneos suyos de la talla de Bécquer, Larra, Rosalía de Castro o Zorrilla, entre otros. Aunque es extremeño de origen, el autor de la famosa “Canción del Pirata” —una de las composiciones poéticas sin duda más conocida y recitada de la época romántica española y cuyos versos aún resuenan en las aulas de muchas escuelas— nació en aquella tierra por causa de los destinos militares de su padre, Juan de Espronceda y Pimentel, quien también estuvo acuartelado en Guadalajara durante un tiempo. En todo caso, la formación de Espronceda y sus primeros y decisivos contactos con el mundo de las letras —y también de la política— se produjeron en Madrid, siendo un destacado alumno de Alberto Lista, una figura más conocida en la actualidad por la estación de metro que lleva su nombre que por su brillante polifacetismo como matemático, poeta, periodista y crítico literario.

            Espronceda, como le sucedió a unos cuantos poetas y escritores románticos, tuvo una vida breve, pero intensa, destacó como literato desde muy joven, siendo apenas adolescente, y dejó un cadáver bello al morir con apenas 34 años. Pese a que ha pasado a la historia fundamentalmente por su labor como poeta, también está en ella porque desde muy joven se implicó en las tensiones políticas vividas en España, sobre todo en la segunda y tercera década del siglo XIX, cuando el liberalismo y el absolutismo se alternaron en el poder y no precisamente de la forma pacífica en que después se relevarían liberales y conservadores tras la Restauración, sino a estacazo limpio. Espronceda simpatizó abiertamente con el liberalismo y tomó partido por él, enfrentándose por ello a los absolutistas de Fernando VII, el rey que se ganó a pulso el apelativo de “felón” pues traicionó y ató a sus “caenas” al pueblo que en 1812 se acababa de dar su primera Constitución y le esperaba con el sobrenombre de “el Deseado”. Con 15 años de edad, Espronceda y otros amigos, casi niños, apenas adolescentes, fundaron la Academia Poética del Mirto cuando en aquella España del primer tercio del siglo XIX comenzaron a florecer las sociedades políticas, públicas y secretas, entre las que sobresalieron la de los Comuneros —la más exaltada y patriótica de todas y que recuperó la memoria y el idealismo de los comuneros  castellanos del XVI— y la de los Anilleros —liderada por Martínez de la Rosa, poeta y dramaturgo que encabezó el gobierno durante el “Trienio Liberal” (1820-1823)—. De aquella asociación poética con tan lírico y florido nombre de la que Espronceda fuera uno de sus fundadores, simpatizante del liberalismo encarnado por el general Rafael del Riego, pronto devino una sociedad revolucionaria llamada los Numantinos, fundada en 1823, y en la que se integraron escritores y liberales tan reconocidos como Miguel Ortiz Amor, Patricio de la Escosura, Ventura de la Vega o Bernardino Núñez de Arenas, entre otros. Esta sociedad secreta con tan celtibérico y racial nombre se reunía en una gruta cercana al Retiro, espacio que ahora ocupa el Real Observatorio de Madrid. En su ideario básico bullía la idea de ofrecer una resistencia numantina frente al absolutismo de Fernando VII, vengar la muerte por ajusticiamiento del General Del Riego y fundar una república a la griega. A finales de 1823 y principios de 1824, los absolutistas, tras ajusticiar a Riego, no cejaron en su empeño de acabar con los liberales más radicales, ahorcando o fusilando por sus ideas a más de un centenar de ellos en apenas 18 días. En Guadalajara capital, los conocidos liberales Julián Antonio Moreno y José Marlasca, fueron vilmente asesinados en aquel tiempo, descuartizados sus cadáveres y puestas sobre picas sus cabezas para escarnio público. Sus restos se rescatarían décadas después y sus figuras serían elevadas a héroes locales de la libertad, guardándose sus despojos en una urna cineraria de piedra que durante un tiempo estuvo en el salón de sesiones del ayuntamiento, después en los jardines del cementerio municipal y ahora se custodia en el espacio donde se albergan parte de las piezas del futuro Museo de la Ciudad, en el centro Municipal Integrado Eduardo Guitián. Ambos tienen plaza en la ciudad: la de la Diputación Provincial y la que hay entre ésta y la calle Topete, en el solar que antaño ocupaba el claustro del antiguo convento de los Paúles.

Retrato al pastel de Espronceda con el que se abre el libro de José Cascales Muñoz, titulado “D. José de Espronceda. Su época, su vida y sus obras”, publicado en 1914.

            Regresando a Espronceda, éste, con apenas 17 años, pasó a presidir aquella romántica, liberal e ingenua —por el poderoso enemigo contra el que luchaban solo cargados de ideas de libertad, bellísimas, pero sin pólvora— sociedad secreta de los Numantinos que sobre todo impulsara su amigo Ortiz y presidiera De la Escosura antes que él mismo. Una delación interna provocó que todos los miembros de la sociedad fueran detenidos, entre ellos el aún jovencísimo Espronceda, que inicialmente fue condenado al exilio fuera de Madrid, pena que después le fue conmutada por la de reclusión en el convento de San Francisco, de Guadalajara, apenas una década antes de su desamortización. En él permaneció tan solo tres meses, dándose la circunstancia —más causal que casual— de que su padre estaba también destinado entonces en Guadalajara con el rango de brigadier. En aquella reclusión temporal alcarreña, el poeta extremeño comenzó a escribir una de sus obras más conocidas, el poema épico titulado “Pelayo”, que dejó inconcluso y supervisó Lista, pero que pautó y encauzó su futura producción literaria, ya bastante alejada de la política que con tanta intensidad le hirviera la sangre, un hervor que también llevara a la tinta con la que escribió lo mejor de su poética.

            En el entorno del Día de la Poesía que, como siempre se celebra coincidiendo con el inicio de la primavera, concluyo esta entrada con estos versos de “Pelayo”, escritos en octava real por Espronceda en Guadalajara, y en los que muchos analistas y críticos literarios ven notables paralelismos con algunos de los más conocidos poemas clásicos, como La Eneida o La Ilíada, algo en absoluto extraño pues en la academia de Lista destacó por sus conocimientos de retórica y poética, historia, mitología y geografía antigua, además de estudiar latín, griego, francés e inglés:

De los pasados siglos la memoria                   

trae a mi alma, inspiración divina,                   

que las tinieblas de la antigua historia              

con tus fulgentes rayos ilumina.           

Virtud contemplo, libertad y gloria,                  

crímenes, sangre, asolación, ruina,                  

rasgando el velo de la edad mi mente,             

que osada vuela a la remota gente”

            Siempre joven, liberal y poeta ¡Qué envidia me da Espronceda!

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