Altas pasiones

Este año se han cumplido cincuenta de la celebración de la primera edición de la Pasión Viviente de Hiendelaencina que impulsara el entonces párroco de “Las Minas”, Bievenido Larriba, actual rector de Uceda. “Bienve”, a quien conozco y aprecio desde hace ya muchos años, es un cura molinés —de Tartanedo concretamente—, de los de sotana arremangada, trato afable y cercano, chato, pitillo, pelota a mano y lo que se tercie, siempre y cuando implique acercarse y ser útil a la comunidad en la que presta servicios. Hasta llegó a ser empleado de la extinta Caja de Guadalajara, precisamente en Hiendelaencina, compaginando sus labores pastorales con las de bancario, sabiendo distinguir, perfectamente, lo que era de Dios y lo que era del César.

                Solo perviven en el tiempo los proyectos que, además de tener sentido y solidez, incluso aun naciendo de la iniciativa de una persona, pronto son asumidos como propios por toda la comunidad. Este es el caso de la Pasión Viviente del pueblo serrano de la plata que, pese a tener actualmente poco más de un centenar de habitantes censados -hace 50 años tenía alrededor de 250-, sigue fiel a su cita con la representación de la Pasión del Señor por sus calles y entorno que cada año atrae a centenares de personas por la muy lograda fusión de figuras y paisaje con que se pone en escena. La Pasión de Hiendelaencina ha llegado este año a su cincuentenario, bodas de oro por tanto para la villa de la plata, un hecho que corrobora su aceptación y asunción por el pueblo, no solo en sus inicios, sino en su continuación a lo largo del tiempo al trascender con mucho de las generaciones que la vieron nacer. La mayor parte de los actuales actores que la representan, ni siquiera habían nacido hace 50 años y algunos de los que la han representado, ya han fallecido, hechos biológicos y biográficos que avalan que fue una semilla plantada en buena tierra y debidamente abonada. “Bienve” Larriba y quienes colaboraron con él desde el principio, especialmente el maestro Abelardo Gismera y el grupo de jóvenes entusiastas del pueblo que se sumaron a la iniciativa desde el primer momento, se merecen especial reconocimiento en este año en que la Pasión Viviente de “Las Minas” ha alcanzado su 50 edición, tras ponerse en marcha en aquel ya lejano 1972.

                Las buenas obras, además de ser útiles para la comunidad en la que surgen, suelen ser ejemplarizantes para las vecinas. Este es también el caso de la Pasión Viviente de Hiendelaencina pues, tras ella y sin duda siguiendo su camino y ejemplo, fueron naciendo en la provincia otras representaciones vivientes de la Pasión de Cristo que también se han ido consolidando y que tienen sus propias singularidades. Es el caso de las de Albalate de Zorita, Fuentelencina, Marchamalo y Trillo, en una primera oleada, y el de las de Iriépal, Pioz y Pozo de Guadalajara, de celebraciones más recientes pero que están también en vías de consolidación.

                Precisamente, el día 1 de abril, sábado, tuve el placer -no es un calificativo gratuito ni retórico- de asistir a la representación de la Pasión Viviente de Iriépal, pedanía de la capital desde finales de los años sesenta pero que siempre ha mostrado una actividad y un compromiso comunitario que trasciende de lo que suele ser habitual en un barrio anexionado sin personalidad jurídico-administrativa propia. En la Pasión de Iriépal vi implicado a casi todo el pueblo y eso dice mucho en su favor además de ser, ya de por sí, una garantía de éxito. Pese a nacer en 2017 y haberle afectado en dos ediciones la dichosa pandemia, la propuesta de teatro de calle de esta Pasión está perfectamente lograda con una ambientación trabajada y adecuada y una elección de escenarios naturales absolutamente acertada, especialmente los de las escenas del Huerto de los Olivos y el Calvario. El nivel actoral de esta Pasión también es realmente destacable, pese a tratarse de aficionados que solo se han acercado al mundo del teatro de manera reciente. A este respecto, muy meritoria es la labor de quien representa a Jesús, Miguel Redondo, destacando también el buen hacer de otros personajes, entre los que podríamos citar a “Tito” Ramos en el papel del rico. El atrezo, la iluminación y el sonido están igualmente muy bien conseguidos, así como la ambientación, sobremanera la musical, producida en vivo y en directo, sobresaliendo especialmente el coro que interpreta temas en arameo y que le dan un punto de compunción, sentimiento, oportunidad y calidad al conjunto de la representación. Además del momento cumbre de la crucifixión, muy bien emplazado como ya hemos dicho, al tiempo que bien escenificado, cabe destacar la intimidad y el clima de integración actores-público que se logra en la escena de la Última Cena que tiene lugar en el histórico lavadero de Iriépal, hace ya más de veinte años reconvertido en centro cultural. El público envuelve a los actores y puede ver muy de cerca hasta su más mínimo gesto, desmigarse el pan ácimo al ser partido, el color teja del vino, oler la cera ardiendo de las velas y escuchar casi como un susurro al oído los cánticos en arameo que dan una atmósfera especial a ese momento cumbre de la Pasión. Y lo mejor que se puede decir de la escena del cenáculo es que, sobre todo en ella, Miguel Redondo parece y es Jesús. Lástima que, al ser limitada la capacidad de público de este espacio, la escena se tenga que representar cuatro veces lo que rompe un tanto el ritmo del conjunto de la Pasión Viviente. De tanto bueno, tienen especialmente la “culpa” todas las gentes de Iriépal implicadas en el proyecto, bien sea como actores, principales o secundarios, como figurantes o como parte de la producción, y de manera señalada el equipo de dirección artístico y técnico conformado por un trío de absolutas garantías: Ana Vélez, César Maroto y Julio Prego. Es el mismo que ha dirigido el Tenorio Mendocino en la última edición, con eso está todo dicho.

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