Los cinco colores de la Alcarria

Cuando escribo esta entrada estamos en vísperas del macro-puente que este año se nos ha juntado en el calendario a los residentes en Castilla-La Mancha y que se inicia el jueves, 30 de mayo, con la festividad por lo civil del Corpus Christi, prosigue el viernes, 31, con el “día de la región” —San José Bono, San José María Barreda, Santa Cospedal, en tiempos, y ahora San Emiliano García, como llamo yo jocosamente a esta jornada festiva pues si a Georges Brassens no le sabía levantar la música militar, a mí aún menos esto que irónicamente podríamos llamar “manchegui eguna”— y, después, lo completan el sábado y el domingo, 1 y 2 de junio. Cuatro días no laborables cuatro, como diría un cartel taurino —con perdón del ministro Urtasun, un antitaurino de manual al que han dado la competencia de preservar la tauromaquia; o sea, han puesto al zorro a guardar las gallinas…—, que llegan cuando la primavera ya tiene ganas de ser verano, aunque aún no hemos alcanzado el 40 de mayo. En la capital de la provincia, el almanaque se la ha puesto al activo concejal de festejos, Santiago López Pomeda, cortita y al pie, usando un símil futbolero —vamos, solo para empujarla—, y ha decidido aprovechar la coyuntura para programar la “feria chica” menos chica de los últimos años pues durará cuatro días y medio, al haber ya actividad el miércoles, 29, por la tarde-noche. No obstante, el domingo, 2, festividad del Corpus por lo religioso, en la fiesta de las peñas —que eso fue, es y será siempre la llamada feria chica—, decaerán los actos festivos chicos en favor de esta tradicional celebración, cuyo punto álgido lo protagoniza la procesión del Santísimo, que abre la plurisecular y guadalajareñísima Cofradía de los Apóstoles.

                Es tan grande el puente con el que vamos a despedir mayo y a recibir junio que, más que un puente, podríamos calificarlo de auténtico “acueducto”, si bien no tiene los 167 arcos del magnífico de Segovia, pero sí que lo podemos comparar con el de Zaorejas, que es llamado “el puente romano” porque de él solo se conserva una gran arcada. En alguna publicación, incluso oficial, he leído que es el único que hubo o hay en la provincia, que data del siglo II d. C. y que conducía el agua a la antigua “Carae”, identificada con el actual Zaorejas. En sus orígenes salvaba el desnivel formado por el barranco del arroyo de Fuentelengua y aprovechaba las aguas del paraje de la Barbarija, situado a unos 1260 metros de altitud. Zaorejas está a una altitud sobre el nivel del mar de 1225 metros. Eso de que el de Zaorejas era o es el único acueducto romano que hay en la provincia, se desmintió en 2016, cuando apareció uno en Caraca (Driebes), además anterior, del siglo I d. C. Según los máximos responsables de este hoy notorio yacimiento arqueológico, Emilio Gamo y Javier Fernández Ortea, el canal original de Caraca tendría una longitud cercana a los 3 kilómetros, la distancia que hay entre el manantial de Lucos, del que proceden las aguas, hasta el Cerro de la Virgen de la Muela, donde se ubican los restos de esta ciudad romana que, a finales del XIX y durante buena parte del XX, sobre su entonces incierta ubicación, incluso se especuló que estuviera en Guadalajara (también en Carabaña), de ahí el equívoco gentilicio de caracenses que durante un tiempo se adjudicó a los arriacenses. Hasta el nombre de un liceo da fe de esta circunstancia.

Cardos de la Alcarria. Plumilla y aguada. Ángel MALO 2024

                Y así las cosas, casi ya montados a horcajadas sobre este “acueducto” festivo, la primavera apunta directamente al verano, después de que mayo haya marceado durante muchos días. Cada vez hay menos primaveras y otoños y más veranos e inviernos. La radicalidad se impone sobre la templanza, y no solo en la climatología. ¿Dónde han quedado las escalas de grises entre el negro y el blanco? O mejor, cabe preguntarse ¿por qué la paleta de la vida tiene cada día menos colores, aunque los que conserva cada vez son más intensos? No es minimalismo —puede que mental, sí— lo que nos envuelve; es puro y duro reduccionismo. Quitar matices a la vida es eliminar adjetivos del diccionario. Y opciones. Es dividir las cosas, y restar, por tanto, dando cada vez menos posibilidades. Es homogeneizar todo, que no es lo mismo que igualar. Y es dejar paulatinamente más fuera a los heterodoxos, gracias a quienes ha cambiado el mundo porque los ortodoxos no suelen tener perspectiva. Menos mal que quienes vivimos en la Alcarria, que no en la Mancha por mucho que se empeñen en el error incluso prestigiosos periódicos y afamados periodistas de manera recurrente; menos mal, decía, que quienes vivimos en la Alcarria aún tenemos la oportunidad de ver belleza y color hasta entre las malas hierbas, como la vio y definió Cela, el más grande ingeniero en alcarrias, cuando justo ahora se cumplen 39 años que hiciera su “Nuevo viaje a la Alcarria”, exactamente también 39 años después de hacer el primero y más grande, su verdadero y genuino “Viaje a la Alcarria”. En su imponente Rolls blanco y junto a su espectacular choferesa negra, que él bautizó como Oteliña, aunque en realidad se llamaba Viviana Gordon, CJC escribía así cuando, a primeros de junio de 1985, viajaba entre Torija y Fuentes de la Alcarria: “La carretera discurre por una llanura de bellísimo y verde cereal (…), salpicada de malas yerbas de colores hermosos: rojo, violeta, blanco, amarillo y azul”. El rojo de las amapolas, el violeta de la flor de la salvia, el blanco de los pétalos de las margaritas y de los “trifolium”, el amarillo de la genista y el azul, más bien púrpura, del cardo borriquero, ese que tanto abunda por aquí y que es de una belleza armada, agresiva, desafiante, territorial. ¿Qué le habrán hecho a la Alcarria que en vez de soldados tiene cardos para defenderse?

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