Archive for noviembre, 2024

Ochaíta y las lectoras

                Guadalajara, contrariando el primer verso del poema que le dedicó aquella grandísima niña y poeta que fue Gloria Fuertes, “Porque no tienes nada (…)”, posee más cosas de las que parece, aunque, fundamentalmente, tenga muy poco. Nada es un adverbio de cantidad muy negativo, contundente y extremo, y estoy seguro que Gloria Fuertes acudió a él para que le hiciera la rima asonante con Guadalajara, porque poco, un adverbio también de cantidad pero más contenido y cerca de algo que de nada, no rima con Guadalajara, aunque sea su verdadera realidad. Guadalajara tiene poco, sin duda, poco de casi todo y mucho de nada, especialmente en sus zonas rurales en las que, por no haber, no hay casi habitantes y, como he dicho ya en muchas ocasiones, hace ya bastante tiempo que a los niños se les olvidó nacer. Una tierra con pocos niños, como la nuestra en cuanto te alejas de la capital y del corredor que lleva a Madrid, va camino de la nada. Dentro de no tanto, si la despoblación sigue sin cesar, como el poético rayo de Miguel Hernández, Guadalajara, efectivamente, no tendrá nada, porque nada y nadie van de la mano con el propósito suicida de superar un precipicio de dos saltos.

                Entre ese algo, aunque poco, que aún tiene Guadalajara, podemos alegrarnos de que en esta provincia haya una importante afición a la lectura, algo que nos dignifica y honra porque no es lo mismo caminar hacia el abismo de la despoblación de la mano de un libro que de la ignorancia y la resignación. Ciertamente, Guadalajara es una de las provincias de España que mayor número de bibliotecas y clubes de lectura tienen por habitante y eso es algo que enaltece a sus usuarios, pero sobre todo a las bibliotecarias; y digo bibliotecarias, en femenino, y no en masculino, sin forzar la perspectiva de género, porque más del 90 por ciento de estos profesionales son mujeres. Además, para completar y complementar la red de bibliotecas municipales que hay en la provincia, los bibliobuses siguen prestando un servicio impagable, cual es llevar sus libros sobre ruedas a aquellos municipios que tienen lectores, aunque sean pocos, pero no bibliotecas. Este servicio es competencia de la Junta de Comunidades, pero la Diputación Provincial colabora de forma decidida y generosa con él a través de un convenio que se suscribe anualmente. La Junta está bastante tiesa canina porque Castilla-La Mancha está infra-financiada —pero, por espurios intereses políticos, solo se discute de mejorar la financiación de Cataluña y el País Vasco—, algo que se advierte de manera especial en el ámbito de la cultura pues los mayores esfuerzos de la administración regional los hace en sanidad y educación, algo entendible por la importancia capital de ambos, pero  negativo para el resto de espacios competenciales. Así que, el mundo al revés: cuando la administración regional debería estar delegando competencias y recursos a las diputaciones y los ayuntamientos para hacer realidad el proceso de descentralización y que éste no sea solo de desconcentración, como ahora ocurre, pues va sableando a ayuntamientos y diputaciones para que le ayuden a ejercer competencias que son suyas.

Responsables de la Diputación y de las bibliotecas municipales participantes en el Encuentro de Clubes de Lectura celebrado en Jadraque

                He entendido necesario hacer esa salvedad, aparentemente prosaica como es el destino de los dineros públicos regionales, para abordar el estado de la cuestión que hoy nos ocupa, mucho más amable y cerca de la lírica, cual es reconocer a las bibliotecas municipales y a sus bibliotecarias su importantísima labor para que en nuestras ciudades y pueblos, sobre todo en estos, leer sea una opción real y vital de proximidad. Además, las bibliotecas de Guadalajara no son solo sujetos pasivos con anaqueles llenos de libros que esperan que alguien se acuerde de ellos y sean su opción lectora, son, sobre todo, sujetos activos que promueven la lectura e invitan al lector, no solo a pedir libros en préstamo, sino a convivir y relacionarse en torno a ellos en los clubes de lectura. Precisamente, a mediados de noviembre, se ha celebrado en Jadraque el Encuentro anual de Clubes de Lectura que organiza el Servicio de Cultura de la Diputación desde hace años, en colaboración con las bibliotecas municipales de la provincia. El formato de este encuentro es muy adecuado para fomentar su participación en él y cumplir sus objetivos fundamentales de ser un foro de intercambio de inquietudes, conocimientos y experiencias entre clubes de lectura. Cada año se celebra en un lugar distinto, asumiendo la organización local el ayuntamiento, a través de su biblioteca municipal. Siempre se elige una temática con un libro específico que la Diputación hace llegar, semanas antes del encuentro, a su costa y en cantidad suficiente para que pueda ser leído por los —también debería decir las, pues más que mayoría, son multitud las mujeres— miembros de los clubes y, ya en el encuentro, se trabaja sobre él en una especie de libro-fórum 3.0 . Este año se ha trabajado en torno a la figura y la obra de José Antonio Ochaíta —cerrándose con ello el cincuentenario de su fallecimiento—, el letrista de coplas, escritor y poeta nacido en Jadraque, en 1905, y muerto repentinamente en Pastrana, en 1973, mientras estaba recitando unos versos dedicados a la Alcarria. Alrededor de 500 personas, sobre todo mujeres, repito, procedentes de 25 municipios de la provincia, se han reunido este año en Jadraque en el encuentro alrededor de Ochaíta, sobre cuya figura y obra dio, más que una conferencia, una lección magistral, Manuel Francisco Reina, notable escritor, reputado crítico literario y gran poeta que sabe tanto del jadraqueño que casi lo sabe todo. Cuando las noticias que copan los informativos suelen ser en su mayoría tan poco gratificantes y edificantes, es consolador y alentador saber que en torno a un libro y un poeta de la Guadalajara rural, se pueden juntar 500 personas y ser felices. En 2021, dos mujeres colombianas, Matilde de los Milagros y Carolina Urueta, publicaron un libro titulado “Las escribidoras”, que contenía (contiene, pues los libros no son yogures y no tienen fecha de caducidad) ejercicios de escritura coloreables para mujeres rebeldes. Para mí, las lectoras de los clubes de las bibliotecas de la provincia son todas ellas rebeldes con causa y a quienes rindo y ofrezco mi homenaje de admiración y aliento para que perseveren en su afición. Y hoy también quiero (y debo porque es justo que sea así), cerrar este artículo reconociendo públicamente la extraordinaria labor profesional que mi compañera (y amiga) del Servicio de Cultura de la Diputación, Rosa Gómez, ha realizado en los últimos años para que las bibliotecas, las bibliotecarias, los clubes de lectura y las lectoras de la provincia hayan tenido en ella un auténtico referente de buen trabajo y mejor servicio. Si en San Jorge se obsequian libros junto con rosas en Cataluña, en esta provincia la Diputación ha tenido todos los días una competente, activa y empática Rosa para trabajar por y para los libros y sus lectores. Mejor, lectoras. Enhorabuena, gracias por tanto y por todo, Rosa, y disfruta plenamente y con salud de tu inminente jubilación que te has ganado día a día, mejor página a página, de tu vida profesional.

DANA DANA

                Tengo mucha familia y amigos en la comunidad valenciana, pero, aunque no fuera así, yo soy valenciano, como todos somos Valencia en estos durísimos momentos para aquella tierra que ha sufrido las graves inundaciones que, además de incontables destrozos materiales, ha segado la vida de dos centenares largos de personas, algunas de ellas aun con la consideración de desaparecidas. Lo destrozado por la riada, tarde o temprano -más bien tarde, por la experiencia vivida con otras catástrofes naturales-, se construirá de nuevo, incluso mejor que antes, o se reparará, pero las vidas humanas perdidas son y serán ya irrecuperables, sobre todo para sus personas más cercanas. Decía Alfredo Rubalcaba, un gran socialista que estoy seguro que, de vivir aún, estaría en desacuerdo con la deriva hacia posiciones excéntricas del PSOE actual de Pedro Sánchez, que los españoles “somos gente que enterramos muy bien”. Aquella rotunda frase, que hay que abordarla más en sentido figurado que literal, lo mismo sirve para un funeral corpore insepulto que para el alejamiento forzado de alguien de la vida pública. El caso es enterrar. Los muertos de la riada de Valencia aún están en caliente y casi todos los sentimos como propios, pero cuando pase el tiempo -no tanto, incluso-, se enfriarán en nuestra memoria porque la vida “nos empuja como un aullido interminable”, como decía José Agustín Goytisolo en sus memorables y bellas “Palabras para Julia”, y ya solo pervivirán en la de sus seres queridos. Los muertos de todos son anónimos, pero los de cada uno tienen nombres y apellidos, espacios y tiempos comunes, vínculos y afectividades y, por ello, sus duelos particulares se prolongan en el tiempo mientras que los colectivos se diluyen en él. Un cadáver en caliente enfría a otro. Y vendrán más cadáveres de todos, que también se enfriarán con otros que también vendrán, y que sólo seguirán calientes para los suyos, cuando ya el nosotros deje paso al ellos.

Maquinaria de Diputación de Guadalajara camino de Valencia

                Aún en estado de shock y con el agua y el barro inundando y cubriéndolo casi todo, Valencia sigue estando en el foco central de la solidaridad patria. España, que para algunos ni siquiera es una nación -con lo cálido que es este concepto- y simplemente es un estado -con lo fría que es esta noción-, es un pueblo extraordinariamente ardiente y solidario, el más de los “mases” si nos comparamos con otros. Ahí están las cifras anuales de donantes de órganos, de voluntariado en ONGs y contribuciones a ellas, de misioneros… Ciertamente, los españoles, con tantos pecados capitales que confesar, sobremanera los de la envidia y la ira, somos en general muy buena gente y las desgracias ajenas nos suelen tocar la fibra. Valencia lo está comprobando ahora pues no dejan de llegar allí voluntarios, víveres, productos de higiene y limpieza, maquinaria y material pesado, útiles y pertrechos etc. etc. que están ayudando a los valencianos afectados por las riadas a salir del caos y las carencias en que les sumió la trágica DANA del 29 de octubre. Guadalajara está aportando su cuota de solidaridad, como no podía ni debía ser de otra manera, y bomberos voluntarios del CEIS de la Diputación y del Ayuntamiento de la capital partieron a Valencia en las primeras horas de la tragedia, sumándose después maquinaria y operarios del servicio de Centros Comarcales e Infraestructuras de la Diputación. Por otra parte, muchos ayuntamientos de la provincia han hecho sus aportaciones materiales y económicas y/o han promovido la recogida de alimentos y material, destacando por su volumen los 300 palés de donaciones de particulares que ha reunido el consistorio arriacense. Asociaciones, ONGs y otros colectivos de la provincia igualmente están promoviendo acciones solidarias dignas de apoyo y encomio. Guadalajara es también Valencia, sin duda, algo de lo que podemos sentirnos orgullosos, sobre todo si no cesamos en el empeño y mantenemos viva y activa esa solidaridad cuando el tiempo vaya pasando, los cadáveres se vayan enfriando y el agua volviendo a sus cauces, porque el barro del alma seguirá siempre allí, de manera especial para quienes, además de seres queridos, lo hayan perdido todo, o casi todo. El tiempo, entre templado y frío, de la reconstrucción es tan importante como el de la acción en caliente en las primeras horas y días que siguen a una tragedia. No solo somos todos Valencia hoy, debemos seguir siéndolo el tiempo necesario para que vuelva a ser lo que siempre fue, una de las regiones más prósperas y laboriosas de España, abierta y luminosa como tierra mediterránea que es.

                Cuando he comenzado esta entrada tenía la intención de cargar duramente contra el gobierno central y el autonómico valenciano porque es obvio que ambos, cada uno en el ámbito de sus competencias, han cometido muchos errores, sobre todo por omisión, y, cuando menos, son responsables -y puede que también culpables- de no haber prevenido y paliado las gravísimas y mortales consecuencias de la DANA. Hoy no voy a pasar de este enunciado porque ahora lo que toca no es condicionar y, menos aún, manipular el dichoso relato en los medios y en las calles para desgastar políticamente a unos o a otros, algo en lo que están muchos y que me parece una práctica carroñera en estos momentos. Ahora lo que toca es arrimar el hombro de verdad, procurando la unidad de acción desde la solidaridad, la coordinación y la lealtad, principios que parecen alejados de la realidad oficial en esta España de las autonomías que cada vez parece más de las “autonosuyas”, como jocosamente vaticinaba Vizcaíno Casas en una de sus novelas más vendidas y hasta llevada al cine.

                Termino ya con unos versos de Cecilia, aquella cantante de tan bonita voz y bellas canciones que murió siendo demasiado joven en un accidente de tráfico ocurrido en Benavente (Zamora). Aquella dama, dama, casi aún niña, niña que fue Cecilia, cantaba así a su / nuestra “querida España”: “Mi querida España, esta España mía, esta España nuestra /
De las alas quietas, de las vendas negras sobre carne abierta /
¿Quién pasó tu hambre?, ¿quién bebió tu sangre cuando estabas seca?”.
Estas palabras parecen estar escritas tras lo ocurrido hace un par de semanas en Valencia y, sin embargo, fueron escritas hace ya casi 50 años. Franco aún vivía, aunque le quedaban un par de NO-DOs.

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