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El plagio de Papá Noel

                  “Aquí somos de los Reyes Magos”. En seis palabras no se pueden decir tan claras las cosas como, más que simplemente decir, han proclamado las navidades pasadas, colgando un cartel en su balcón con este singular mensaje, unos vecinos del edificio “España”, popularmente conocido como “Galeprix” pues, como es sabido por muchos, especialmente los que ya peinamos canas, en sus locales comerciales radicó este conocido, y aún muy presente en la memoria colectiva de la ciudad, gran almacén —de segunda división, eso sí— a principios de los años setenta.

                  En estos tiempos que corren en que los valores y los principios, cosas serias, son tan mutables como las episódicas —los gustos, las simpatías, las aficiones, las militancias…—, proclamarse públicamente afecto a los Reyes Magos tiene mucho mérito porque ser de ellos implica bastantes cosas y, sobre todo, puede tener unas consecuencias no buscadas e indeseadas como el hecho de que te califiquen de “facha”, “ultra” o, incluso, “carca” que, para quienes no lo sepan, se trata de un acrónimo formado por las letras iniciales de las palabras católico, apostólico y romano, y las dos primeras letras de carlista. A pesar de que esa expresión naciera en la España de antes de ayer —la de mediado el siglo XIX— y en un contexto político muy distinto al actual —aunque, bien mirado, no tanto, ya que no dejaba de ser lo que Antonio Machado después llamó en sus “Proverbios y cantares” “las dos Españas”—, los términos facha, ultra y carca, junto con otros del espectro contrario, han irrumpido otra vez en nuestras vidas tras unos años en que parecieron ir camino de ser arcaísmos. Esta circunstancia ha devenido por pura conveniencia política de intentar sacar partido de la agitación y la radicalización de las posturas, volviéndose a los (des) calificativos maximalistas del facha o ultra/rojo o comunista, lanzados como venablos contra el que piensa diferente, después de una Transición ejemplar por el diálogo en ella practicado y la concordia alcanzada. Lástima que, por parte de algunos, sobre todo de los populismos de izquierda —con su efecto espejo en los de derecha— y los nacionalismos/separatismos de todo el espectro ideológico, se quiera liquidar la Transición por varios factores, pero dos fundamentales que les fastidian mucho: España, pese a la división autonómica cuasi federalista que vivimos, sigue siendo un estado único y que la monarquía parlamentaria es la forma de ese estado. Esas fobias de los susodichos a la España unida y a la monarquía no se quedan solo ahí, pues muchos también meten en el mismo saco de sus aversiones a la religión católica, ampliamente mayoritaria en España, aunque viniendo a menos su creencia y práctica. Es demasiado para algunos que los Reyes de oriente, más que magos, sean reyes, representen la esencia misma del catolicismo —la epifanía es la manifestación de Dios ante todos los pueblos de la tierra, su universalidad, que es lo que significa católico— y, además, sea una tradición netamente española.

Cartel de «Aquí somos de Reyes Magos». Plaza de Santo Domingo. Navidad 24-25

                  Puede que algunos piensen que he llevado el pensamiento muy lejos partiendo de una banderola pro-Reyes Magos de la plaza de Santo Domingo, pero si analizan las circunstancias con cierta profundidad y las enfocan con el angular abierto, verán que ir contra la tradición tan española de los Reyes Magos, como cada vez se va más, incluso desde instituciones públicas, es menoscabar y erosionar la innegable raíz cristiana de España y, de paso, también su plurisecular monarquía, garantía, entre otras cosas, de su unidad. Además de fomentarse progresivamente la figura importada de Papá Noël y de impulsarse iniciativas de auténtica patochada como son las llamadas “reinas magas” —que, tras caerse del programa festivo de la ciudad de Valencia, este año han reaparecido en Catarroja y no precisamente a quitar barro—, hay una evidente tendencia a banalizar, cosificar y materializar los Reyes Magos, convirtiéndolos en meras comparsas en muchas cabalgatas, en vez de en sus auténticos protagonistas. Cuando no, directamente a suprimirlos o a sustituirlos por otras figuras que no nos son propias.

                  Ni soy un facha, ni mucho menos un ultra y bajo ningún concepto un carca pues mis simpatías liberales distan mucho de lo que fue y representó el carlismo, pero yo también soy de los Reyes Magos porque esa es la tradición que heredé y que me propongo transmitir pues tengo muy presente lo que dijo Eugenio D´Ors, uno de los referentes del novecentismo, la generación puente entre las del 98 y el 27: “Lo que no es tradición, es plagio”. Efectivamente, Papá Noel, a quien no le niego su sentido allá donde sea tradicional, aquí no deja de ser un plagio. Y habiendo originales, por qué conformarnos con imitaciones. Que nuestros históricos complejos y las ganas ímprobas de algunos, que van de “gentiles” —en el sentido evangélico, o sea, de extranjeros— en su propia tierra, de querer parecer diferentes y mejores que los demás, no nos impidan ver lo que es original nuestro y, menos aún, suplantarlo por sucedáneos. ¿O es que prefieren la achicoria al café?

                  Y dicho esto, con ocasión del nuevo año recién estrenado, les invito, como hace el poeta barroco sevillano, Francisco de Medrano —que nada tiene que ver con Guadalajara, pese a que tres Medrano dejaron aquí huella: un gran arquitecto, un destacado militar y un compañero de correrías del “Lute”, que donde hay oros también pintan bastos—, a que practiquen el “carpe diem”, el vivir cada momento con intensidad, porque “Hoy, hoy vivamos; / que nadie vio a mañana”.

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