Archive for enero, 2025

La tierra de las mil danzas

            A propósito de FITUR, la siempre muy concurrida Feria Internacional de Turismo de Madrid que este año se celebra (celebraba, para quienes lean este post ya pasada la edición) en los pabellones de IFEMA del 22 al 26 de enero, me ha venido al recuerdo un conocido tema musical de principios de los años 60 que lleva por título “La tierra de las mil danzas”. Se trata de una canción escrita y grabada en 1962 por Chris Kenner, un cantante de música góspel de Nueva Orleans, que se inspiró en el evangelio para componerla, pero que hace referencia a 16 bailes distintos, entre ellos el twist que en aquellos momentos hacía furor. Muchos han sido los artistas que han versionado esta canción que bastantes recordarán por el potente y pegadizo tarareo de su estribillo: “Na, na na na na, na na na na, na na na, na na na, na na na na”. No son pocos, desde Bill Haley, el de los Comets y el famoso “rock del reloj”, a Rollings, quienes han hecho “covers”, como se dice ahora, de “La tierra de las mil danzas” y que, hoy, a mí, se me antoja que es Guadalajara por la amplia y rica variedad de comarcas y de parajes, de macro y micro-paisajes que ofrece a los turistas que, cada vez en mayor número, aunque hay un largo camino que recorrer para que aún sean más, vienen a conocer esta mayormente desconocida provincia.

Campo alcarreño de lavanda. Foto de Nacho Abascal hecha con dron

            El turismo no es la panacea que va a resolver el ya endémico problema de la despoblación rural, pero, sin duda, está contribuyendo a paliarlo y en el futuro debe contribuir aún más, si se saben aprovechar las fortalezas y las oportunidades que Guadalajara reúne como potencial destino turístico y se limitan las amenazas y las debilidades, que no son pocas. La principal amenaza que tiene el sector turístico en Guadalajara es la falta de oferta de servicios y de productos en muchos potenciales destinos. Llevar a alguien a un lugar muy bonito o a ver un monumento relevante o a disfrutar de una fiesta tradicional verdaderamente singular, está muy bien, pero, si no consume productos y servicios porque no existen o son mínimos, y, por tanto, no deja un valor económico añadido a su presencia, no podemos hablar de que hemos desplazado a un turista, sino solo a un visitante. El turismo en el medio rural se promociona basándose en los recursos (histórico-culturales y medioambientales, principalmente) que motivan el viaje del turista, pero, ciertamente, no podemos hablar de turismo si la persona que se desplaza a un lugar para disfrutar de unos bienes singulares no puede allí consumir y adquirir servicios y productos. Los objetivos que todo destino turístico debe tener para obtener verdaderos beneficios económicos son: primero, atraer al turista con sus recursos, cuanto más singulares, más atractivos; segundo, no defraudar expectativas porque no hay nada más contraproducente que alguien vaya expresamente a un lugar esperando mucho y después no encuentre nada o casi nada; tercero, tratar de prolongar la estancia del turista en el destino porque así se le generarán necesidades (comer, dormir, comprar…) y, cuarto, procurar que el impacto antrópico sobre un destino frágil (en el medio rural, casi todos lo son) sea el menor posible, persiguiendo así su sostenibilidad. El turismo en el medio rural, por definición, no es, o mejor, no debe ser, de masas, por lo que nunca hay que exceder y sobreexplotar la capacidad de carga de un lugar. Sobrecargar es siempre pan para hoy y hambre para mañana. A esa gran amenaza que para el turismo rural en Guadalajara aún sigue suponiendo la ausencia o precariedad de los servicios y productos que se ofrecen en amplias zonas y numerosos pueblos de nuestra provincia —algo que, afortunadamente, han superado ya algunos destinos que van viento en popa, como Sigüenza y Brihuega como más notorios ejemplos—, cabe contraponer la fortaleza que supone que tengamos una tierra de mil danzas, y no me estoy refiriendo a bailes tradicionales, que también. Guadalajara es una tierra mil bailarina porque en primavera sus bosques caducifolios atlánticos —como el del Hayedo de Tejera Negra— y mediterráneos —como el del Alto Tajo— bailan el twist cada mañana, a poco que el sol les anima a crecer y florecer; en verano, los campos de lavanda de los llanos de la Alcarria bailan el rock and roll cuando el viento solano, soplando fuerte y racheado, mece sus tallos como si fueran caderas humanas en un concierto de Elvis; en otoño, los amarillos, ocres y rojos de hojas y frutos de las mil y una campiñas y sotos fluviales que hay en esta tierra, caen o son tomados al ritmo de un rigodón con música de Vivaldi. Y en invierno, la fría luz cegadora del solsticio decembrino y el plenilunio de enero, pone en el foco y hace bailar a ritmo de hip hop los centenares de castillos, torreones, palacios, casonas, monasterios, iglesias, ermitas, picotas y pairones de las guadalajaras, que no son una, sino muchas, de ahí el plural para esta tierra tan singular. De las mil danzas, sí.

El plagio de Papá Noel

                  “Aquí somos de los Reyes Magos”. En seis palabras no se pueden decir tan claras las cosas como, más que simplemente decir, han proclamado las navidades pasadas, colgando un cartel en su balcón con este singular mensaje, unos vecinos del edificio “España”, popularmente conocido como “Galeprix” pues, como es sabido por muchos, especialmente los que ya peinamos canas, en sus locales comerciales radicó este conocido, y aún muy presente en la memoria colectiva de la ciudad, gran almacén —de segunda división, eso sí— a principios de los años setenta.

                  En estos tiempos que corren en que los valores y los principios, cosas serias, son tan mutables como las episódicas —los gustos, las simpatías, las aficiones, las militancias…—, proclamarse públicamente afecto a los Reyes Magos tiene mucho mérito porque ser de ellos implica bastantes cosas y, sobre todo, puede tener unas consecuencias no buscadas e indeseadas como el hecho de que te califiquen de “facha”, “ultra” o, incluso, “carca” que, para quienes no lo sepan, se trata de un acrónimo formado por las letras iniciales de las palabras católico, apostólico y romano, y las dos primeras letras de carlista. A pesar de que esa expresión naciera en la España de antes de ayer —la de mediado el siglo XIX— y en un contexto político muy distinto al actual —aunque, bien mirado, no tanto, ya que no dejaba de ser lo que Antonio Machado después llamó en sus “Proverbios y cantares” “las dos Españas”—, los términos facha, ultra y carca, junto con otros del espectro contrario, han irrumpido otra vez en nuestras vidas tras unos años en que parecieron ir camino de ser arcaísmos. Esta circunstancia ha devenido por pura conveniencia política de intentar sacar partido de la agitación y la radicalización de las posturas, volviéndose a los (des) calificativos maximalistas del facha o ultra/rojo o comunista, lanzados como venablos contra el que piensa diferente, después de una Transición ejemplar por el diálogo en ella practicado y la concordia alcanzada. Lástima que, por parte de algunos, sobre todo de los populismos de izquierda —con su efecto espejo en los de derecha— y los nacionalismos/separatismos de todo el espectro ideológico, se quiera liquidar la Transición por varios factores, pero dos fundamentales que les fastidian mucho: España, pese a la división autonómica cuasi federalista que vivimos, sigue siendo un estado único y que la monarquía parlamentaria es la forma de ese estado. Esas fobias de los susodichos a la España unida y a la monarquía no se quedan solo ahí, pues muchos también meten en el mismo saco de sus aversiones a la religión católica, ampliamente mayoritaria en España, aunque viniendo a menos su creencia y práctica. Es demasiado para algunos que los Reyes de oriente, más que magos, sean reyes, representen la esencia misma del catolicismo —la epifanía es la manifestación de Dios ante todos los pueblos de la tierra, su universalidad, que es lo que significa católico— y, además, sea una tradición netamente española.

Cartel de «Aquí somos de Reyes Magos». Plaza de Santo Domingo. Navidad 24-25

                  Puede que algunos piensen que he llevado el pensamiento muy lejos partiendo de una banderola pro-Reyes Magos de la plaza de Santo Domingo, pero si analizan las circunstancias con cierta profundidad y las enfocan con el angular abierto, verán que ir contra la tradición tan española de los Reyes Magos, como cada vez se va más, incluso desde instituciones públicas, es menoscabar y erosionar la innegable raíz cristiana de España y, de paso, también su plurisecular monarquía, garantía, entre otras cosas, de su unidad. Además de fomentarse progresivamente la figura importada de Papá Noël y de impulsarse iniciativas de auténtica patochada como son las llamadas “reinas magas” —que, tras caerse del programa festivo de la ciudad de Valencia, este año han reaparecido en Catarroja y no precisamente a quitar barro—, hay una evidente tendencia a banalizar, cosificar y materializar los Reyes Magos, convirtiéndolos en meras comparsas en muchas cabalgatas, en vez de en sus auténticos protagonistas. Cuando no, directamente a suprimirlos o a sustituirlos por otras figuras que no nos son propias.

                  Ni soy un facha, ni mucho menos un ultra y bajo ningún concepto un carca pues mis simpatías liberales distan mucho de lo que fue y representó el carlismo, pero yo también soy de los Reyes Magos porque esa es la tradición que heredé y que me propongo transmitir pues tengo muy presente lo que dijo Eugenio D´Ors, uno de los referentes del novecentismo, la generación puente entre las del 98 y el 27: “Lo que no es tradición, es plagio”. Efectivamente, Papá Noel, a quien no le niego su sentido allá donde sea tradicional, aquí no deja de ser un plagio. Y habiendo originales, por qué conformarnos con imitaciones. Que nuestros históricos complejos y las ganas ímprobas de algunos, que van de “gentiles” —en el sentido evangélico, o sea, de extranjeros— en su propia tierra, de querer parecer diferentes y mejores que los demás, no nos impidan ver lo que es original nuestro y, menos aún, suplantarlo por sucedáneos. ¿O es que prefieren la achicoria al café?

                  Y dicho esto, con ocasión del nuevo año recién estrenado, les invito, como hace el poeta barroco sevillano, Francisco de Medrano —que nada tiene que ver con Guadalajara, pese a que tres Medrano dejaron aquí huella: un gran arquitecto, un destacado militar y un compañero de correrías del “Lute”, que donde hay oros también pintan bastos—, a que practiquen el “carpe diem”, el vivir cada momento con intensidad, porque “Hoy, hoy vivamos; / que nadie vio a mañana”.

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