Aunque el próximo día 29 de abril se cumplirá el 25 aniversario de su fallecimiento, Antonio Buero Vallejo sigue vivo gracias a su extraordinario legado que es el conjunto de su obra, una de las más importantes del teatro español del siglo XX, como lo avala el hecho de que fuera el primer dramaturgo que ganó el Premio Cervantes, entre otros muchos reconocimientos, incluida su candidatura al Premio Nobel en varias ediciones. Pero si Buero sigue, y seguirá, estando vivo gracias a todo su acervo literario, conformado por más de una treintena de obras teatrales, en las últimas semanas ha recobrado especial vitalidad gracias a la reposición de su “Historia de una escalera” en el Teatro Español, la misma sala en la que se estrenó hace 75 años cuando ganó con ella el Premio Lope de Vega, convocado por el Ayuntamiento de Madrid. En ese doble éxito, primero al ganar este prestigioso certamen que se recuperaba tras catorce años sin convocarse y, después, al triunfar inopinada, pero rotundamente, con él en las tablas del Español alcanzando 189 representaciones, se cimentó la reconocida y reputada carrera de nuestro paisano pues, a partir de entonces, pasó a ser una primera figura nacional, lugar que ya no abandonaría hasta su muerte en 2000.
He tenido la fortuna y el placer de poder asistir recientemente a una de las representaciones de “Historia de una escalera” en el Español y volví reconfortado, casi entusiasmado, de Madrid porque, a pesar de que era la cuarta vez que veía esta obra, me pareció el mejor montaje hecho de ella y la dirección de Helena Pimenta es realmente brillante, sacando el mejor partido posible a un gran libreto. El buen nivel actoral general del elenco, tan importante en esta obra coral donde las haya como era habitual en el Buero de la primera época, y unos adecuados vestuario, caracterización, movimiento e iluminación, sumados a la gran dirección y montaje ya elogiados, han permitido un triunfo en toda regla de esta reposición. Este hecho lo avalan las muy favorables críticas que ha recibido y, sobre todo, el apoyo y reconocimiento del público pues, cuando aún quedan mes y medio de representaciones —la última tendrá lugar el 30 de marzo, si no se prorroga la función—, se han agotado las entradas y cada representación la cierra una cerrada y prolongada ovación.
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“Historia de una escalera” es una obra que ya es clásica porque su calidad y profundidad han hecho que haya envejecido bien y, a pesar de que se desarrolla en tres momentos temporales concretos y ya lejanos: 1919, 1929 y 1949, la vigencia de su planteamiento es absoluta, a poco que se eliminan los elementos episódicos de la temporalidad. Esa escalera de vecindad en la que conviven varias familias de clase media baja en cuatro décadas diferentes, todas ellas marcadas por un contexto socio-económico desfavorecido, puede ser el rellano de cualquier comunidad de antes de ayer, de ayer, de hoy mismo e, incluso, de mañana y de pasado mañana porque, aunque cambien el entorno y las circunstancias incidentales y materiales, los sueños, las aspiraciones, las frustraciones y las tristezas humanas salen siempre al encuentro de la buscada, y pocas veces encontrada, felicidad. Padres e hijos aspiran y se frustran por lo mismo en un círculo vicioso; ha cambiado solo el tiempo.
Con “Historia de una escalera” estamos ante la primera obra de Buero que triunfó en el escenario, un Buero que había salido de la cárcel apenas tres años antes, tras haber permanecido en prisión siete e, incluso, estar condenado a muerte; además, vivía en una España que le dolía especialmente porque no era, ni podía ser, la suya, ni la de nadie, aunque algunos no lo supieran o no lo quisieran saber. Estas dolientes y dolorosas circunstancias personales del escritor, sin duda condicionaron una visión pesimista de la realidad que está de manera evidente en su obra, pero es que, además, las objetivas también invitaban a la desesperanza; y siguen invitando a ella porque el hombre no cambia esencialmente, lo que cambian son, precisamente, sus circunstancias. Es evidente que el existencialismo está en el fondo de la obra. No obstante, un costumbrismo contenido con el que plantea y viste las escenas y los diálogos —un tanto cargado en esta versión de Helena Pimenta, probablemente para acercarse al público—, el realismo social que cimenta y vertebra el argumento y el necesario simbolismo en el que Buero milita y con el que sortea a la censura, hacen de ella una pieza que, cuando menos, roza lo magistral, más aún si se tiene en cuenta quién y cuándo la escribió.
Termino ya diciendo que Buero no solo está vivo entre nosotros, los suyos, por el conjunto de su extraordinario teatro y por la particularidad de esta obra con la que está triunfando ahora en el Teatro Español, sino porque también se está demostrando que su dramaturgia está vigente incluso fuera de España, hasta en un país tan alejado y extraño a nuestra cultura como es Corea del Sur. Precisamente allí, en su capital, Seúl, se estrenó en el verano de 2023 un musical basado en otra conocida obra de Buero, “En la ardiente oscuridad”, y que en coreano se titula “Taoleuneun Uh-dum sok-eseo”, traducción fonética del original en español. Más de 35.000 espectadores asistieron a este espectáculo en el que el texto de Buero era escenificado con música de rock gótico. Carlos Buero, hijo de Antonio y tenedor y gestor de sus derechos, elogiaba para ABC hace unos meses el rigor y el acierto con el que había sido traducida, primero al inglés y después al coreano, esta obra de su padre. “Historia de una escalera” también fue exitosamente llevada a musical en Corea y estaban en negociaciones para que se representara en Japón. “Bueromanía en Corea” titulaba el periódico madrileño aquella información que me sorprendió y agradó a partes iguales y que hoy me ha parecido oportuno rescatar para esta “Misión al pueblo desierto” que, por si no han caído en ello, es como titulo mi blog en Guadalajara Diario, precisamente el título de la última obra escrita y representada de Buero, a quien siempre quise por ser de mi familia y a quien siempre he admirado por ser familia de todos. Porque los escritores, sobremanera los más grandes como lo fue Antonio, nos pertenecen a todos y son de los nuestros porque una cosa son las ideas y otra el pensamiento.