Aunque en mi penúltimo artículo ya hablé del 25, y más, aniversario del Tenorio Mendocino, me apetece retomar el tema porque da para mucho y, sobre todo, porque mi contribución y homenaje a Javier Borobia y a Gentes de Guadalajara por esta efeméride tiene forma y fondo de libro, se titula “Crónicas del Tenorio Mendocino” y se va a presentar/se ha presentado (para quienes lean este post en fechas posteriores) el martes, 27 de octubre, a las 8 de la tarde, en la Sala “Tragaluz”, del Buero, apenas tres días antes de que Don Juan vuelva a su cita anual como figura que cabalga a lomos del amor y de la muerte, a la grupa del pecado, el arrepentimiento, la penitencia y el perdón en el paisaje monumental mendocino de la ciudad de Guadalajara.
André Malraux, uno de los políticos y novelistas franceses más citado –casi tanto como en España lo es Ortega y Gasset-, decía que “la tradición no se hereda, se conquista”. Gentes de Guadalajara, efectivamente, como con absoluto acierto afirma Abigail Tomey en el texto que ha escrito y que forma parte de mis “Crónicas del Tenorio Mendocino”, han conquistado para la ciudad una nueva tradición, algo que parece un contrasentido, pero que no lo es. La tradición siempre ha de tener un punto de partida, que ha de ser conquistado; después, aunque esa tradición se transmita de generación en generación, éstas han de reconquistarla de nuevo porque, de lo contrario, la pátina y el moho de lo que envejece, el desgaste del tiempo y la falta de renovación suelen ser causas de fuerza mayor que acaban con cualquier tipo de conquista, incluida una tradición. Heredar es un acto en pasiva, conquistar lo es en activa; heredar es esperar, conquistar es ir a buscar; en ello está la clave de lo afirmado por Malraux y lo hecho por Gentes de Guadalajara.
Cuando el Tenorio Mendocino empezó a gestarse en los bajos del Ventorrero, gracias a Javier Borobia y a los Amigos de la Capa, allá en 1984, incluso ocho años después, el 31 de octubre de 1992, cuando por primera vez se representó de manera pública, bastantes de los actuales miembros de Gentes de Guadalajara no habían nacido o eran apenas unos niños. Borobia, Borlán, Josefina, “Josepe”,… y demás pioneros del Mendocino conquistaron una nueva tradición para la ciudad porque nació con vocación de continuidad, no como una simple ocurrencia y flor de un día. Pero si el Mendocino hoy es posible no es porque Pepe Vegas, Abigail Tomey, Chema Sanz, Juan Aylagas, Felipe Sanz, Javi Barra, Diego Borobia y las demás Gentes de Guadalajara lo heredaran de los anteriores – y de los que, por cierto, algunos continúan aún implicados en el proyecto, como “Josepe” y Josefina, ante quienes me desembozo la capa y quito el sombrero- sino porque ellos y otros como ellos, que han estado o están ahí, cada año reconquistan la tradición del Tenorio Mendocino.
Toca hablar de mi libro, que no es sólo mío, sino de muchos, porque aunque yo lo haya escrito, nada tendría que escribir si el Tenorio Mendocino no existiera, lo que, de ocurrir, habría que solucionar inventándoselo porque, si no, esta ciudad siempre tendría un solar vacío y abandonado en su alma cultural, como los que socavan y menoscaban el casco histórico de la ciudad, el paisaje del Tenorio que la sociedad civil de Guadalajara conquistó como tradición para la ciudad y que sólo tiene riesgo de morir si en el futuro no se reconquista cada año. Abigail Tomey lo dice así de claro y bien en su texto publicado dentro de las “Crónicas del Tenorio Mendocino”: “Los sucesivos responsables serán los que tengan que alimentarla (se refiere a la labor de los actuales), crecerla, revisarla; para mantenerla viva”. Por su parte, el padre del Tenorio Mendocino, que es Javier Borobia, ya dijo al acabar la edición de 1993, la segunda, al hacer balance de la misma, que “había triunfado la ética de la ilusión frente a la ética del deber”. Sí, querido Javier, una vez más diste en el clavo porque, efectivamente, el día que el cumplimiento obligatorio del deber sustituya a la ilusión del hacer voluntario, es probable que Don Juan se quede en Sevilla, junto al Guadalquivir, y renuncie a volver cada año a Guadalajara, a orillas del Henares, esa ribera en la que el Arcipreste de Hita dijo en su Libro de Buen Amor que “sembró avena loca”; y no me extraña, porque si el Don Juan de Zorrilla sedujo hasta a una novicia, el protagonista del “buen amor” de Juan Ruiz fue capaz de seducir hasta quince mujeres, mezclándose también en su trama amor y burla, pecado y perdón.
Espero verles o haberles visto en la presentación de las “Crónicas del Tenorio Mendocino” porque, probablemente, pasarán o habrán pasado un buen rato, rindiendo homenaje con su presencia “a Javier Borobia y a todas las Gentes de Guadalajara: actores, figurantes, técnicos, realizadores, colaboradores y espectadores que han hecho posible la bendita aventura que ha sido, es y debe seguir siendo el Tenorio Mendocino”, que son a quienes he dedicado este libro que ese gran profesional y amigo que es Fernando Toquero ha diseñado con tan buen criterio estético como acierto editorial. Algo que podrán comprobar quienes se hagan con un ejemplar del mismo, lo que será posible merced a la iniciativa de Gentes de Guadalajara y a la colaboración del Ayuntamiento de la capital y la Diputación Provincial. Ha sido un placer escribirlo; gracias a Gentes por encargármelo –especialmente a Felipe Sanz Sebastián, que fue quien me lo propuso en nombre del colectivo-, a todas las instituciones y personas que han colaborado en su factura y al Ayuntamiento y la Diputación por apoyar y hacer posible su edición.