Mi capacidad de asombro, y estoy seguro que la de una gran mayoría de los españoles, hace tiempo que se viene hinchando como un globo cuando lo soplas con fuerza y tienes buenos pulmones. Gran parte de mi estupefacción progresiva la está incrementando el “prusés” independentista catalán que, cada día, nos pone, junto a la taza del desayuno, cual tostada, una nueva noticia, que hace vieja a la anterior, aunque ésta apenas tenga unas horas de actualidad, y que cada vez es más retorcida y rocambolesca. Entre tanto atracón de barretinas caladas hasta la cejas, “calçotadas” achicharradas en la parrilla, sardanas a tutiplén, “castellers” más altos que la luna, “caganers” con retortijones, monas no solo de pascua y demás “estelas” que cada día se van sumando a las “esteladas”, uno de estos últimos días me desayuné con una noticia que no tiene que ver directamente con el proceso independentista que la mitad de Cataluña quiere imponer a la otra mitad, al precio que sea, pero sí indirectamente pues pudiera tratarse ahora de polvos que podrían acabar siendo lodos en el futuro: el intento de que el bable -también llamada “llingua” o “asturianu”- sea lengua cooficial en Asturias. En ese intento de hacer el bable lengua cooficial –“proyectu” lo llaman ellos- están, de momento, Podemos, Izquierda Unida y Foro Asturias, además de un amplio sector del PSOE, si bien este partido ha decidido posponer su postura definitiva hasta la próxima legislatura autonómica y llevar ese postulado en su programa electoral. PP y Ciudadanos se oponen.
Nada tengo contra el bable, bien al contrario, pues mi segunda residencia y una parte de mi corazón están en Comillas, la zona occidental de Cantabria que limita con la oriental deAsturias y allí se oyen con frecuencia frases y voces en bable, con su inconfundible acento, que ya me son familiares y hasta entrañables. En la costa occidental de Cantabria se solapan un muy bien hablado castellano, con muchas palabras “santanderizadas” con el sufijo “uco” tan típico de la zona -a ese habla allí le llaman montañés o “cántabru”- y el bable asturiano, que se cuela en Cantabria por los impresionantes desfiladeros del Deva-Cares que socaba los altísimos y quebrados Picos de Europa formando unos parajes espectaculares, a cual más bello.
El bable, según define la mismísima RAE, es la variedad actual del asturleonés que se habla en Asturias; pero, como ocurría con el euskera hasta que lo unificaron con el llamado “batúa”, el bable tiene muchos dialectos y variantes, casi tantos como valles hay en Asturias y el norte de León, que no son pocos precisamente, incluso uno de ellos está en Babia. Del asturleonés, o bable, se pueden diferenciar claramente tres zonas distintas: la occidental, la central y la oriental. En la occidental, hay hasta nueve sub-zonas en las que esta lengua se habla de manera diferenciada entre ellas; en la central, tres, y en la oriental, una. Y, como ya hemos dicho, no es una lengua exclusiva de Asturias, sino que es tramontana y también se habla en el norte de León, el oeste de Cantabria e, incluso, el noreste de Galicia, si bien allí ya el gallego se impone con fuerza e, incluso, penetra en parte del occidente asturiano.
Como decía, nada tengo contra el bable e, incluso, no me es extraño, ni parte de su vocabulario ni su típico acento que lleva a acabar casi todas las voces en una “u” alargada; ahora bien, de ahí a tratar de elevarlo a rango de lengua cooficial, me parece un craso error pues, además del carísimo coste económico que ese hecho conllevaría -se estima en una amplia horquilla de entre 20 y 70 millones de euros, según las fuentes-, estoy seguro que terminaría sirviendo para que algún nacionalista ahora durmiente o relajado haga de él bandera soberanista. Entiendo que con la protección que actualmente tiene el bable a través de la ley para su uso y promoción, aprobada por el parlamento asturiano en 1998, ya es más que suficiente para garantizar su pervivencia como un elemento cultural y sociológico singular. En cambio, elevar este habla zonal a lengua cooficial, además de obligar a unificar la gramática, el léxico y hasta la fonética -ámbito en el que el bable tiene mucha personalidad- de sus muchas variantes y, por ende, a artificiarlo, abriría la puerta a quienes gustan de hacer fronteras de las señas de identidad. Y ya sabemos cómo acaban estas cosas cuando dejan de ser polvos y se convierten en lodos.
Sí al bable, pero no a una nueva torre de babel en la que del caos y la confusión saquen partido los filibusteros del XXI, que no dejan de ser piratas, aunque no lleven parche en el ojo ni patas de palo. Parece mentira que siglo y medio después de que, incluso, hubiera importantes intentos de crear un idioma universal -entre ellos el Esperanto y el Volapük, cuya academia española tuvo su sede, precisamente, en Guadalajara-, algunos sigan empeñados en hacer de los idiomas y las hablas locales mojones de separación y frontera, cuando las lenguas, precisamente, deben servir para facilitar el entendimiento y la comunicación de las personas y no justamente lo contrario.
A este paso, no me extrañaría que la Mingaña, ese argot o jerga que utilizaban, fundamentalmente, los esquiladores, tratantes de ganado, comerciantes, mercaderes e, incluso, músicos de la zona norte del Señorío de Molina (sobre todo de Milmarcos, Maranchón y Fuentelsaz) para comunicarse entre ellos con privacidad -parece que el origen del nombre está en “me engaña”-, termine convirtiéndose en lengua cooficial en Castilla-La Mancha, esa región tan artificial como la propia Mingaña. Por cierto, en esta curiosa habla molinesa, Asturias se dice “orejas”. Espero que los asturianos no hagan el ídem con el bable. “El que en dona el temporil”, o sea, el reloj en Mingaña, pondrá las cosas en su sitio.