Suite Comillas

               Pese a la preocupación por los numerosos y progresivos rebrotes de contagios del/la Covid-19 –como no se terminan de poner de acuerdo en si es chico o chica el dichoso virus, pues yo me refugio en la ambivalencia- ya tengo las maletas hechas para irme a Comillas, el refugio cántabro que hace años adopté como propio de forma convencida y entusiasta. Quienes sigan este hilo de manera más o menos fiel –la fidelidad en estos tiempos de valores en saldo se puede dar por buena, incluso si se manifiesta intermitentemente-, a buen seguro que ya se esperaban este post sobre Comillas de finales de julio que es cuando suelo subir allí con la familia, pues me gusta vivir la vacación subido a horcajadas entre los finales de este mes y los principios de agosto.

               Comillas es un lugar privilegiado en el que la montaña y el mar forman pareja estable de verdad, sin altibajos en la relación y manteniendo debidamente encendida la llama de la pasión entre ellos para que la monotonía no apague su amor. Ese matrimonio entre la verticalidad de la montaña y la horizontalidad del mar se repite de manera recurrente por toda la costa cantábrica española. Son los detalles, a veces pequeños y otras no tantos, los que diferencian un lugar de otro, a pesar de que casi todos ellos son realmente bellos por ese constante y fiel romance entre el verde intenso y recostado de los prados y el azul infinito del mar. Comillas tiene a su favor que, además de ofrecer mar y montaña en las dosis más altas que la vista y, sobre todo, el alma precisen, reúne un catálogo monumental único y excelente por la extraordinaria huella que dejó allí el mejor modernismo catalán, Gaudí incluido, gracias a Antonio López y López, un humilde comillano que se fue a Cuba a hacer las américas y regresó siendo un indiano multimillonario. Llegó a codearse literalmente con los reyes de España, hasta el punto de que tanto Alfonso XII como Alfonso XIII veranearon allí gracias a sus buenos oficios, pagados por la corona con un marquesado, precisamente el de Comillas, como no debía ser de otra manera. El marquesado de Comillas está emparentado con la baronía de Güell –sí, la del parque barcelonés obra de Gaudí- y la estupidez revisionista, trufada por las miopías nacionalista y populista, ha propiciado que la alcaldesa Colau retirara de su emplazamiento público y llevara a un almacén la estatua que de López y López había en Barcelona, al ser acusado de esclavista, una leyenda negra de la que el gran culpable fue su envidioso cuñado. Si Jacinto Verdaguer, los arquitectos y escultores modernistas y otros creadores catalanes a los que tanto apoyó el Marqués de Comillas levantaran la cabeza, es más que probable que se volvieran a sus tumbas y se pusieran en ellas boca abajo. No solo quedó indeleble huella del mecenazgo artístico del marqués en Barcelona y en Comillas, sino también de su sensibilidad y altruismo social pues nunca olvidó sus humildes orígenes.

               Si al espectacular macropaisaje cántabro de costa se le une la maravilla del rastro modernista dejado en Comillas por Gaudí, Doménech i Montaner, Martorell o Llimona, entre otros, y a ello le adicionamos el hecho de que esta villa está magníficamente situada: a apenas 50 kilómetros de Santander, a 20 de Santillana del Mar, a otros tantos de Suances, a una docena de San Vicente de la Barquera y a poco más de Cabezón de la Sal, es fácil deducir que esos detalles, pequeños y no tanto como decía, son valiosos aliados suyos para convertirla en un lugar de referencia que a muchos, entre los que me incluyo, nos ha cautivado y ganado. Comllas tiene un censo de población de derecho similar al de Brihuega, si bien en verano se multiplica por bastante pues es un lugar tradicional de segunda residencia. Mucho tienen que cambiar las cosas para que deje de ser también la mía; es más, si el tiempo y las circunstancias me lo permiten, proclamo públicamente que es mi intención residir de mayo a septiembre en Comillas que, ahora pertenece a Cantabria, pero que siempre fue y por tanto nunca dejará de ser, Castilla, parte del verdadero mar y la verdadera montaña castellana.

               El próximo otoño, virus mediante, tengo intención de presentar mi primer poemario, escrito en versos que van más allá de ser libres y que se acercan a lo libérrimo. Más que poesía es “proesía”, prosa con forma, tono y ritmo poético, poesía en ciernes y a mi aire, pero la quiero sacar del cajón en que la guardo y compartirla con los lectores que se quieran acercar a ella. Se titulará “Suite Comillas” y les adelanto su portada. Como siempre que puedo y él quiere, que también es siempre, las imágenes que acompañarán mis composiciones las va a aportar Nacho Abascal que es aún mejor persona que fotógrafo y ese es el mejor y más justo piropo que le puedo echar. Les adelanto unos versos del poema dedicado al Capricho, el palacete que Gaudí proyectó en Comillas, y que, como ven en la imagen, servirá de espectacular y colorista portada del libro.

Quijano/Alonso/Quijote por fantasía y delirio.

Quijano/Máximo Díaz de/Gaudí en Comillas.

A Capricho.

Si Alonso navegó por mares de secano,

polvo manchego levantado a uña de Rocinante,

Máximo atracó el “llaut” del modernismo

en un pequeño y viejo puerto ballenero montañés.

Mar de lana y requesón/

Mar de espuma y relanzón.

Capricho ecléctico.

Oriental/Medieval.

Capricho espurio.

Mediterráneo/Cantábrico.

Capricho armónico y colorista (…)

(Primeros versos de “Sueño en color” –El Capricho-)

P.D.- “Llaut” es una embarcación típica catalana.

Los idus de marzo en “time lapse”

               Marzo era el primer mes del año en el calendario romano, la mensualidad del dios Marte, y el día 15 tenían lugar los llamados idus que, aunque los más nombrados son los de este mes, los había también los días 15 de los de mayo, julio y octubre, y los días 13 del resto de los meses del año. Al parecer, idus es una palabra importada del etrusco por el latín que hace referencia a la noche clara, iluminada y brillante por la luz de la luna. A pesar de que en las últimas horas de los idus de marzo del año 44 antes de Cristo, Bruto asesinó a su padre, Julio César, con sus compinches y a partir de entonces se han tenido por una fecha de pésimos augurios, en la tradición romana los idus eran, precisamente, todo lo contrario: un día especialmente propicio para la buena ventura y en el que se fijaban muchas expectativas favorables. Si nos retrotraemos a los idus de marzo de 2020, es evidente que están más cerca de la negrura que para César y Roma trajeron aquellos en que fue víctima de un complot magnicida, que de los que la tradición romana decía que eran muy propicios; recuerden que a las 0 horas del pasado 15 de marzo, o sea, el día “d” y la hora “h” en que daban comienzo los idus de este mes, se inició la primera quincena de confinamiento que conllevó el primer decreto de declaración del estado de alarma por causa del/la Covid-19,  aprobado por el gobierno de España, y que terminó prolongándose por espacio de 99 días. Lo decimos en pasado y como si hubiera ocurrido hace más tiempo del que verdaderamente ha transcurrido, pero esa prisión domiciliaria está más cerca de lo que parece y sus negativas consecuencias de todo orden, sanitarias, sociales, políticas, económicas, psicológicas -¡ojo a éstas!-, etc. están ahí y tardarán aún tiempo en diluirse. Y esto no es pasado pasado, sino pasado presente, pues la actual proliferación de rebrotes de contagios en varias zonas de España es harto preocupante y la perspectiva de que en otoño se reactiven y generalicen de forma exponencial está ahí, a pesar de la irresponsabilidad de muchos que se toman esto a chufla, como la gente se tomaba al Piyayo, el “viejecillo renegro, reseco y chicuelo” del poema de José Carlos de Luna.

               Como hemos dicho, aquellos idus que nos encerraron en nuestras casas para tratar de que el coronavirus no se colara en ellas, no solo nos trajeron limitación de movimientos e incomodidades, sino también angustia y miedo pues nuestro único contacto con la calle era a través de la televisión, la radio, el teléfono y las redes sociales y estos medios no nos daban más que noticias acongojantes y, en algunos casos, también acojonantes, permítaseme la expresión. Estábamos tan descolocados que hasta nos dio por salir a los balcones a aplaudir, supuestamente a los sanitarios, cuando en realidad eran las palmas del miedo, las que en un coso taurino se dedican al torero que, gravemente herido por el toro, es conducido a toda prisa a la enfermería. Los sanitarios, evidentemente, se merecían aquellos aplausos y muchos más, pero sobre todo se merecían medios personales de protección, que no tuvieron en gran medida y de ahí el escandaloso número de profesionales españoles infectados e, incluso, muertos en la pandemia; también precisaban, en vez de ovaciones, más y mejores recursos hospitalarios para poder atender con eficacia aquel tsunami que se les vino encima. Dijo Churchill cuando acabó la Batalla de Inglaterra en la II Guerra Mundial que «nunca tan pocos hicieron tanto por tantos», refiriéndose a los pilotos de la RAF; esa frase es perfectamente trasladable a lo que han hecho los sanitarios por nosotros. Y lo que siguen haciendo, porque la lucha contra el virus no ha terminado aún, sino que estamos en período de tregua en el que se están produciendo menos heridos y bajas que en los momentos de mayor crudeza, pero esto aún no ha acabado, aunque algunos actúen como si lo hubiera hecho. Allá ellos si solo ellos fueran a pagar las consecuencias; el problema es que la irresponsabilidad de algunos puede afectar a muchos. Nunca tan pocos pusieron en peligro a tantos.

               Y mientras llegan la vacuna y los tratamientos que puedan dar de verdad por terminada la batalla contra el coronavirus, la vida se nos ha complicado sobremanera. Eufemísticamente, lo llaman “nueva normalidad” pero en realidad podrían decir que a la fuerza ahorcan; nada que sea impuesto puede ser asumido como algo normal, aunque haya que aceptarlo como mal menor. Entre esa anormalidad impuesta disfrazada de “nueva normalidad”, hay muchas cosas molestas y otras limitativas de males mayores: mascarillas, distanciamiento -físico, que nunca social, pues ese tipo de alejamiento tiene unas connotaciones de marginación e incluso exclusión-, limitaciones de movilidad, reducción o cierre de servicios, etc. etc. Como hoy me está saliendo una entrada gris oscura para el ánimo, pese a que no era esa mi intención inicial, voy a tratar de compensar a los lectores que hayan aguantado leyendo hasta aquí con una recomendación que, espero, mute y mude el gesto de contrariedad por uno de optimismo. Sean lo más responsables y solidarios posibles -recuerden que esta batalla no es individual, sino colectiva-, pero déjense del “síndrome de la cabaña” y salgan de casa y viajen todo lo que puedan. España es el segundo destino del turismo mundial y eso indica que fuera nos perciben como un país con una gran industria hotelera, de restauración y de servicios, pero sobre todo como un lugar en el que es extraordinaria la variedad y riqueza de los recursos y el atractivo y la competitividad de los productos turísticos. Este verano, opten por viajar por España, especialmente por la más recóndita, por la menos saturada, por la alternativa a los lugares masificados. La elección del turismo de interior, lejos de descartarla, priorícenla. Tiempo tendrán de volver a tostarse al sol en la costa, vuelta y vuelta como se asan los espetos en las playas malagueñas. Y tengan en cuenta que no es tampoco necesario viajar muy lejos; en nuestra misma provincia, hay lugares bellísimos que a buen seguro no conocen, o pueden conocer más y mejor, y ya vamos teniendo una oferta de hoteles, hostales, casas rurales, restaurantes, servicios y turismo activo bastante estimable. Aunque podría ponerles no pocos ejemplos, les voy a remitir a un par de sugerentes enlaces en los que podrán ver dos preciosos vídeos en “time lapse” -técnica fotográfica de cámara rápida-, realizados por Miguel Ángel Langa, uno de los principales impulsores del Festival Internacional de Time Lapse, de Molina de Aragón -el único que tiene lugar en el mundo-, que este año debería haber celebrado en agosto su octava edición, pero que ha tenido que ser suspendida. Otra buena actividad que el coronavirus se llevó. En el primer enlace https://vimeo.com/104876235 podrán ver el vídeo en time lapse titulado “Un año en el Barranco de la Hoz”, verdaderamente espectacular, y en el segundo  https://www.youtube.com/watch?v=3B8CcxlMVQA verán “El Castillo 2.0”, dedicado al castillo molinés, uno de los recintos fortificados medievales más amplios e importante de España. Precisamente, a raíz de este time lapse de Langa, nació el festival molinés al que hemos hecho referencia. Espero que estas hermosas e impactantes imágenes en movimiento les sirvan de motivación al viaje. Recuerden que viajar es una forma de soñar despiertos, la disyuntiva a las pesadillas.

Sin fiestas y con mascarilla

               El verano, sobre todo el período que va entre “las dos vírgenes” -la del Carmen, en julio, y la de la Asunción, en agosto-, suele traer a los pueblos de la provincia una imagen temporal y atípica respecto a su cotidiano ser y vivir, con fecha de caducidad como los yogures, que es la del regreso de sus hijos, nietos y bisnietos que tienen casa en ellos, pero residen en zonas urbanas. De este fenómeno sociológico periódico hemos hablado en este blog prácticamente cada estío porque, sin duda, es el hecho que más altera y condiciona la vida provincial por las consecuencias que conlleva, positivas casi todas ellas. Aunque a veces hay cierta carga de negatividad en el impacto que supone que unos seres eminentemente urbanos trasladen parte de sus hábitos urbanitas a zonas rurales, este hecho también conlleva que se produzca el reencuentro entre los pueblos y quienes se vieron obligados a emigrar de ellos y sus descendientes. Y los reencuentros siempre son eminentemente positivos, tanto entre personas, como entre el paisaje y sus figuras, pues minoran el desarraigo y restablecen equilibrios. Eso, desde un punto de vista emocional; desde un punto de vista racional, los regresos de la gente a sus pueblos, o a los de sus padres o abuelos, implican dinamizar la actividad social y económica, darles algo de oxígeno en verano, especialmente a las actividades del sector servicios, para cuando llegue la larga hipoxia del otoño avanzado y todo el invierno.

Encierro de toros de Brihuega entrando en la plaza del Coso, 1928. Este año ya se ha anunciado su suspensión. Foto Archivo Camarillo. CEFIHGU. Diputación de Guadalajara.

               Este verano, que ya está ahí, pese a que el sol lleve mascarilla, va a ser especialmente atípico, como lo ha sido la primavera que nos ha robado el coronavirus. “¿Quién me ha robado el mes de abril?”, se pregunta ese pedazo de poeta que además canta regular, llamado Joaquín Sabina. La realidad, a veces, como en esta, va mucho más allá de la ficción y hasta de las metáforas de quienes mejor cantan a la vida; este dichoso Covid 19 -o esta, porque uno ya no sabe si es chico o chica, aunque igual da porque estamos en tiempos arcoíris- ha ido más allá de lo que se preguntaba Sabina y nos ha traído una meta-metáfora: ¿quién nos ha robado la primavera del 2020 y se propone restarnos también parte del tiempo presente y aún del futuro inmediato? La respuesta no está en el viento, como dice la también hermosa canción de Bob Dylan; bien sabemos cuál es, aunque no sepamos su género y si está a gusto con su identidad.

               El verano de 2020 con mascarilla va a robarnos en la provincia poder respirar plenamente el aire sin contaminar de nuestros pueblos, un aire que, como el de Campisábalos, aunque me consta que también el de muchos otros lugares, está científicamente considerado como el más limpio y puro de España y el tercero del mundo. Da gusto encabezar este tipo de rankings y no el de despoblación -vaciamiento les ha dado por llamarlo ahora en esta etapa del nominalismo extremo- pues, como saben, algunas zonas de Guadalajara, especialmente las Serranías del Norte y el Señorío de Molina, presentan datos en ese ámbito similares a los de la lejana, fría, escandinava y ártica Laponia. Resulta curioso que las tierras que recorrió el Cid camino de su exilio a Valencia estén tan cerca de aquellas en las que vive Papá Noël; lo mismo hasta Babieca ha compartido pastos con Trueno, Relámpago, Bromista o cualquier otro de los renos del “viejito pascuero”, como llaman los argentinos a “Papá Navidad”.

               El verano con mascarilla de 2020 -si nos la ponemos tapándonos mentón, boca y nariz, como Dios y las autoridades sanitarias mandan- también nos va a robar parte de los olores de la tierra, especialmente los de ésta que es una de las que mejor huelen del mundo; la calidad de su miel y el buen gusto y mejor olfato de las abejas, avalan esta grandilocuente, pero certera, afirmación que en un viaje por la Alcarria me hizo una vieja y querida amiga que ya murió, la gran -en todos los sentidos- periodista de ABC, Isabel Montejano.

               Y este verano con el sol con gafas y mascarilla, también nos robará la mayor parte de las fiestas populares que, como un cohete revienta en la altura, estallan, sobre todo en agosto y en la primera quincena de septiembre, por todos los rincones de la provincia y ponen bullicio, jarana y alegría donde habitualmente solo hay silencio y soledad. Guadalajara tiene muchas carencias, sin duda, al tiempo que puede que le sobre algo -por ejemplo, resignación y acomodo-, pero es una tierra festera como pocas; es probable que esa alma festiva estival sea la reacción, el otro yo, el yang, al cuerpo doliente que presenta gran parte del resto del año. Sin duda, la fiesta es más ruidosa donde más se escucha el silencio.

               En vez del pañuelo de peñista atado al cuello, este verano vamos a llevar las gomas de las mascarillas asidas a las orejas, como si fueran orejeras de burro; en vez de encierros de toros, vamos a tener tiempo para aburrirnos y hasta observar a las afanosas hormigas acarreando alimento a sus nidos para sobrevivir en invierno, mientras no solo las cigarras están a la molicie; en vez de verbenas hasta la madrugada, vamos a poder ver, con más tiempo y silencio que nunca, cómo las perseidas se nos antojan lágrimas celestes de y por San Lorenzo, allá en torno al 10 de agosto.

Cantaba Paloma San Basilio, con su gran e infinita voz, que “la fiesta terminó”; este año, ha terminado antes si quiera de empezar. Asumamos el espíritu positivo de la fiesta de las fiestas españolas que es la pamplonica de San Fermín -también suspendida este año- y pensemos que ya nos queda un día menos para celebrar nuestras fiestas… del año que viene.  Coronavirus mediante.

Los apóstoles en tiempos del coronavirus

               En nuestra entrada anterior comentábamos que, por causa del Covid 19, se había suspendido la celebración de la inmemorial y celebérrima fiesta de La Caballada atencina, un hecho sin precedentes documentados. Como la grave pandemia va remitiendo pero no cesa, en esta ocasión nos vemos obligados a comentar la suspensión de otra destacada celebración tradicional de la provincia como es la procesión del Corpus Christi, de Guadalajara, también conocida como de los Apóstoles por participar en ella deforma destacada la antiquísima Cofradía del mismo nombre, con sede canónica en Santa María. Al aún persistir la suspensión de este tipo de actos públicos de calle decretada desde la primera declaración del estado de alarma, manifestaciones religiosas incluidas, la carroza con la custodia que porta al Santísimo, los Apóstoles,  los niños y niñas neo-comulgandos, el clero, el pueblo de Dios y la autoridades han dejado de salir este año el día del Corpus en procesión por la ciudad, hecho que no sucedía desde tiempos de la segunda República. En 1933 fue el primer año en que no se procesionaba en esta festividad en la capital desde las Guerras de la Independencia y Carlistas del XIX.  Efectivamente, la primera vez que se suspendió esta procesión en aquellos complicados años 30 del siglo pasado, no fue en 1936, en vísperas ya de la Guerra Civil, sino tres años antes, cuando el Gobernador la prohibió siguiendo las recomendaciones del Comisario de Vigilancia, que parece ser que vigilaba mucho a unos y poco a otros. Aunque aún quedaban tres años para iniciarse la contienda civil, la normalidad y la convivencia pacífica hacía tiempo que estaban alteradas, hasta el punto de que, tres días antes de la celebración de la procesión, como era preceptivo entonces, se solicitó su autorización por escrito al Gobierno Civil. Al día siguiente, como reacción a esta acción administrativa, se presentó también en el gobierno un pliego con firmas en el que se hablaba de posibles alteraciones de orden público, caso de autorizarse el acto religioso; finalmente, el Gobernador optó por no permitir la procesión, celebrándose a modo claustral, dentro del templo de Santa María. Los virus de la intolerancia, el odio y la falta real de libertad religiosa suspendieron temporalmente una celebración festiva, religiosa y popular con larga y honda tradición en el mundo cristiano y secular arraigo en esta ciudad pues podría remontarse su celebración a los siglos XIII y XIV, si bien está documentada a partir de 1454.

Miembros de la cofradía, ataviados con capa castellana, a la puerta de Santa María

              

La primera vez que se suspendió esta procesión en aquellos complicados años 30 del siglo pasado, no fue en 1936, en vísperas ya de la Guerra Civil, sino tres años antes, cuando el Gobernador la prohibió siguiendo las recomendaciones del Comisario de Vigilancia, que parece ser que vigilaba mucho a unos y poco a otros.

Pese a que la procesión del Corpus no se celebró el domingo 14 de junio –este año se cumplían 30 años de su desplazamiento desde el jueves, día en que tradicionalmente venía teniendo lugar-, la Cofradía de los Apóstoles sí ha mantenido la celebración de todos sus actos internos, guardando las debidas y obligadas medidas de seguridad sanitaria entre sus miembros, como no debía ser de otra manera. Así, el domingo de Pentecostés -15 días antes del Corpus-, celebraron –celebramos, pues yo soy miembro de ella como último suplente- asamblea general; el sábado anterior al Corpus nos volvimos a reunir para oír misa en hermandad y rezar el Miserere –el salmo 50, por el sufragio de las almas de los hermanos que nos precedieron y como oración colectiva de contrición y penitencial- ante la magnífica talla del Cristo, precisamente llamado de los Apóstoles, que hay en Santa María; finalmente, participamos en la misa principal del Corpus en la concatedral, el mismo domingo, vestidos los titulares con mantos y túnicas para ambientar la Eucaristía a que se ha debido reducir la celebración de este año de “la gran fiesta de los sentidos”, como mi amigo y hermano, Javier Borobia –es titular de San Felipe en la hermandad-, ha bautizado siempre este gran día. Una imagen para el recuerdo será la que hemos dejado en 2020 los apóstoles en los actos celebrados en nuestra sede canónica, con nuestras capas castellanas sobre los hombros y las obligadas mascarillas cubriendo mentón, boca y nariz. Puede que resulte menos chocante ver a un santo con un par de pistolas, dicho sea de modo en absoluto irreverente y por apelar al conocido dicho.

Siempre que se acerca el Corpus, una fecha muy señalada y emotiva para mí, como me consta que lo es también para mis hermanos de Cofradía y sus familias, tengo por costumbre acudir a dos libros que guardo con especial celo y afección en mi fecunda librería: “El Corpus Christi en Guadalajara”, de Pedro José Pradillo, y “El Corpus Christi de Francisco Sánchez”, de Salvador García de Pruneda. La obra de Pradillo es el resultado de una importante investigación histórica sobre la festividad del Corpus, que deviene en ensayo y que trasciende de lo local por lo que adquiere una gran relevancia y proyección. El sabio técnico de patrimonio del Ayuntamiento de Guadalajara, que publicó este libro en 2000, cuando aún no lo era, realiza un exhaustivo análisis de la liturgia festiva del Corpus, centrando su período de estudio entre 1454 –que es cuando se documenta por primera vez la celebración de esta fiesta a través de un pago del ayuntamiento a quienes se visten ese año como apóstoles- y 1931, año en que se inició la segunda República, período en el que, como hemos visto ya antes, su celebración se vio muy comprometida, cuando no prohibida. El trabajo de Pradillo es una referencia imprescindible para quienes quieran profundizar en el conocimiento de la celebración del Corpus en Guadalajara, contextualizada, relacionada y comparada con las celebraciones de otras ciudades de España que también tienen en esta festividad un día solemne y de fiesta mayor.

               García de Pruneda (Madrid, 1912) fue un diplomático español –llegó a ser titular hasta de tres embajadas: Túnez, Etiopía y Hungría-,  y novelista –ganó el Premio Nacional de Literatura en 1963- que vivió parte de su infancia y mocedad en Guadalajara, donde su padre, militar de profesión, estaba destinado. Tanta huella dejó en él la capital alcarreña que ambientó aquí su novela titulada “El Corpus Christi de Francisco Sánchez” (1971), si bien no la cita expresamente, aunque resulta obvio por el nomenclátor de calles y monumentos, así como por la toponimia menor que aparece en la obra. La acción transcurre en la víspera de la celebración del Corpus y, como toda novela que se precie de serlo, reúne en su trama momentos y escenas de amor y de muerte, una muerte que acontece, ni más ni menos, que en las terreras del Henares, al pie de la Fuente Blanquina.

               Tanto la novela de García de Pruneda como el ensayo de Pradillo los editó el Ayuntamiento de Guadalajara, en 1995 y 2000 respectivamente, siendo alcalde de la ciudad e impulsor de ambas publicaciones José María Bris, un regidor que fue especialmente sensible con todo lo que son las señas de identidad de la ciudad, al tiempo que una persona muy cercana a los ciudadanos y a su sociedad civil. Siendo primer munícipe, Bris nunca faltaba a la misa de siete de la mañana el día del Corpus, la que en intimidad y familiaridad celebramos la Cofradía de los Apóstoles, compartiendo después con nosotros el almuerzo de hermandad que tradicionalmente sigue a la Eucaristía. Y siendo él alcalde y Francisco Tomey presidente de la Diputación, la Cofradía se vio muy beneficiada por ambas instituciones pues gracias a su apoyo económico se pudo adquirir la magnífica talla del Cristo de los Apóstoles, se renovaron las pelucas, las túnicas, los mantos y los cíngulos, a la vez que se pudieron acuñar las medallas con el emblema de la hermandad que portamos los cofrades. Lo que fue ayuda a seguir siendo lo que es.

La Caballada descabalgada

El Domingo de Pentecostés, que este año ha caído en el día 31 de mayo, siempre ha sido una fecha señera en el calendario festivo tradicional de la provincia de Guadalajara pues, no en vano, se celebran en él, o han celebrado, tres de los eventos costumbristas de mayor raigambre y significación, como son la Caballada de Atienza, las Loas y Danzas a la Virgen de la Hoz y la Soldadesca, de Hinojosa. En realidad, la única de estas tres señaladas citas que permanece inalterable en el calendario el día de Pentecostés desde que iniciara su histórica andadura hace 858 años es la fiesta atencina. La de la Hoz del Gallo –cuyo origen se remonta a principios del siglo XVI y se recuperó en 1979 tras décadas desaparecida- hace unos años que retrasó su celebración una semana y viene teniendo lugar en la octava de Pentecostés, y la de moros y cristianos de Hinojosa, entra y sale del calendario como el Guadiana de la tierra, no celebrándose desde 2010, tras haberse recuperado en 1981.

«Desfile de la Caballada de Atienza». Fotógrafo MANUEL URECH LÓPEZ. Colección Layna Serrano. (Fecha desconocida). CEFIHGU. Diputación de Guadalajara.

               Este año, por causa del puñetero coronavirus que no sólo está condicionando los días azules de nuestras vidas, los laborables u ordinarios, sino también los rojos, los festivos y extraordinarios, ni siquiera se ha podido celebrar la Caballada, al parecer por primera vez en su plurisecular historia y, en todo caso, de forma documentada desde hace 350 años ¡que se dice pronto! Ni las numerosas guerras que han asolado España en toda edad, media, moderna y contemporánea, ni los incontables acontecimientos que han condicionado negativamente las vidas de los españoles a lo largo de los últimos nueve siglos, ni las crisis de fe y religiosidad popular que nuestro país ha acusado en este mismo tiempo, ni las sucesivas crisis agrarias que han diezmado de población y vigor el medio rural, sobremanera el serrano, habían podido con la Caballada hasta que ha irrumpido inopinadamente el Covid-19 en nuestras vidas y ha aconsejado su suspensión, como no debía ser de otra manera, dadas las circunstancias.

               La Caballada es, junto con el Festival Medieval de Hita y teniendo muchísima más antigüedad, raigambre y mérito que éste, el único evento de la provincia que está declarado como “Fiesta de Interés Turístico Nacional”; además, obtuvo esta declaración en la primera relación de fiestas españolas que lograron esta importante distinción, aprobada por la Secretaría de Estado de Turismo en 1980. En esa primera y escogida nómina de 29 festividades turísticas de interés nacional que otorgó la Administración General del Estado, además de la Caballada y el Festival Medieval de Hita, se incluyeron otras importantes y afamadas celebraciones como las Fiestas del Pilar, de Zaragoza, las Hogueras de San Juan, de Alicante, el Festival de los Patios cordobeses o las fiestas de la Merced, de Barcelona, lo que nos aporta una referencia de la primera “división” festiva en la que juega la Caballada, valga el símil futbolístico. Esa declaración, evidentemente, no fue gratuita y se basó en criterios objetivos e incuestionables como la importancia histórica del hecho en que se fundamenta, la continuidad plurisecular ininterrumpida en su celebración, la formalidad y vistosidad de su extraordinario ritual y, por supuesto, el magnífico contexto geográfico e histórico-artístico en el que tiene lugar pues Atienza es una de las grandes villas castellanas y, por ende, de España.

Repasaremos ahora, sucintamente, el notable y singular origen de la Caballada que data de la segunda mitad del siglo XII, exactamente de 1162, época histórica de mayor esplendor de Atienza. En aquél año, los recueros –arrieros- atencinos, a través de una inteligente y curiosa estratagema, consiguieron sacar de la villa, como si fuera uno más de ellos y sano y salvo, al entonces rey niño, Alfonso VIII –cuyo posterior reinado, recordemos, supuso la transformación de Castilla en el centro de poder político más importante del occidente peninsular y la decadencia definitiva del poder musulmán-, sitiado en Atienza por tropas de su tío, el rey leonés, Fernando II, que se metió en medio de la disputa civil de los Castro y los Lara, en la tutela y custodia del rey también llamado “pequeño” por la historia, para tratar de asir la corona de Castilla y subyugarla a la de León. En conmemoración de esta secular efeméride y merced a los privilegios concedidos a Atienza por el agradecido rey Alfonso, cada domingo de Pentecostés, desde hace 858 años, se celebra la fiesta de “La Caballada”, que merece la pena conocer bien de cerca y en todo su ritual –si aún no la conocen, han de esperar al 23 de mayo de 2021-, y que tiene su momento álgido para el espectador en las galopadas que los cofrades de la Santísima Trinidad dan sobre sus caballos por los caminos que unen la ermita de Nuestra Señora de la Estrella y la villa. Si quieren hacerse una idea de cómo es esta fiesta y conocer algunos aspectos de su origen y ritual, les invito a que vayan a este divertido, curioso y singular enlace en el que se cuenta “La Caballada” con muñecos de “Playmobil”, una auténtica delicia y gozada no solo para los más pequeños: https://youtu.be/je_VW2ICI84

Atienza merece ser vista, conocida y disfrutada en cualquier momento del año, incluso en los meses, los muchos meses, en que allí se llama fresco al frío, pero si hay una época especial en la que esta histórica villa se muestra en todo su esplendor esa es, precisamente, la primavera ya avanzada, en torno a Pentecostés y la Caballada. Es en ese tiempo cuando la “peña muy fuort” del Mio Cid se despereza del largo invierno, los campos de cereal aún verdean, salpicados de amapolas y margaritas, y en los montes bajos y en los baldíos pelean por imponer su color el amarillo de las flores de la retama, el blanco de las de la jara, el blanco-rosáceo de las flores de la gayuba y el tomillo y el rosa-violáceo del brezo, entre un sinfín de otros arbustos y flores propios de estas tierras que antaño fueron de marojos y quejigos.

No me cabe duda de que La Caballada sí que volverá más fuerte. Mientras esperamos a ese 23 de mayo del año que viene en que está ya fijada en el calendario la próxima celebración de esta gran fiesta atencina, nos vamos con estos versos de Alberti, de su conocido poema “Galope”, escritos durante la Guerra Civil española, que acabó con tantas vidas y tantas cosas y que aún hoy condiciona nuestras vidas, pero que no pudo con La Caballada. Ésta se celebró los años de la contienda con La única merma en su programa de no poder contar con los gaiteros que acompañan varios de sus actos. Veamos ahora cómo el poeta gaditano utiliza la repetición de palabras y la aliteración como recurso en sus versos, de tal modo que nos hace sentir el galope del caballo. Cerremos los ojos, repasemos a Alberti y sentiremos su caballo cuatralbo a pie de uña por el camino de Atienza que lleva de la villa a la Estrella:

A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!

Guadalajara y la perdiz toledana mareada

               Por la que hay montada con el dichoso coronavirus y la vorágine informativa y propagandística en la que estamos inmersos, donde cada vez cuesta más distinguir la verdad de la mentira y la información objetiva de la opinión subjetiva –las más de las veces, también interesada-, ha pasado casi desapercibida una interesante y reveladora encuesta realizada por electomanía.es sobre los sentimientos identitarios de los españoles respecto a sus provincias y sus comunidades autónomas. Pocas, muy pocas veces, la provincia de Guadalajara se ha erigido en lo más alto de una tabla estadística nacional, como no sea en la de ser la primera en tener una central nuclear, la única en reunir dos durante un tiempo, en ser también una de las dos, junto con Alicante, en albergar un sanatorio leprológico –el de Trillo– durante décadas, o en radicar en su territorio la cabecera del más grande y sangrante trasvase de agua que hay en España, el Tajo-Segura.

La encuesta a la que he hecho referencia ha llevado a Guadalajara a otro primer puesto que, en esta ocasión, no la desmerece y socava, sino que simplemente evalúa sus sentimientos y es probable que todas esas cosas que he relatado y la han zaherido tengan que ver en el resultado: Guadalajara es la circunscripción de España con mayor sentimiento identitario provincial; así, como lo leen, al tiempo que es la que menos sentido identitario regional tiene, dato que se deduce porque el objetivo de esa encuesta era ponderar y poner en cuestión si los españoles se sentían más de su región que de su provincia o viceversa. Los números más significativos de la encuesta son los siguientes: el 78,6% de los guadalajareños se identifican más con su provincia que con su comunidad autónoma, el 18,8% se considera tanto de su comunidad autónoma como de la provincia y solo el 2,6% más de la autonomía que de la provincia. Con estos datos, como he dicho, Guadalajara se destaca como la circunscripción de toda España que más se identifica con su provincia, al tiempo que menos lo hace con su comunidad autónoma; en total, Guadalajara ofrece un valor de -57% de balance identitario. En lo que hace referencia al resto de provincias de Castilla-La Mancha, Cuenca presenta un -39% de balance identitario, Albacete un -24,3% y Toledo un -8,7%. Ciudad Real es la única provincia de la región donde impera más el sentimiento regional que el provincial.

¿Sorpresa? Puede que en Toledo se la hayan llevado; yo, desde luego, no estoy nada sorprendido por este resultado que evidencia bastantes cosas, pero que deja una bien clarita: Después de 38 años de autonomía y de los denodados y costosos esfuerzos para el erario público que desde ésta se han hecho por difuminar las provincias y que impere la región, Guadalajara sigue teniendo una afectividad infinitamente superior hacia su provincia. Evidentemente, son muchos los factores que influyen en ello, pero hay dos claves, una que podíamos llamar de “estado”, que es que Castilla-La Mancha es una región artificial y con la que Guadalajara no se siente cómoda ni encuentra la afinidad suficiente, y otra de “gobierno”, que es el hecho de que los guadalajareños creemos que nunca se nos ha tratado adecuadamente desde Toledo y que las “políticas manchegas” que se suelen hacer no son las que precisa la única provincia de la región que no tiene ni un milímetro cuadrado de Mancha. No niego que mi reflexión albergue un cierto tinte victimista, pero es que tengo la sensación –y, por lo evidenciado en la encuesta, veo que la comparten muchos paisanos- de que primero fuimos víctimas de un error, que fue crear una comunidad autónoma de mero diseño y discurso político y sin sentimientos ni afinidades reales, excluyendo encima de ella a Madrid, que es nuestra vecina grande y rica, hermana mayor y tantas cosas más. Para, después, ser víctimas de sucesivos gobiernos regionales -34 años socialistas y solo 4 populares- que ni han sintonizado con Guadalajara en lo afectivo ni en lo pragmático y lo racional.  Son muchas las afrentas de “Toledo” con Guadalajara, pero vamos a citar solo algunas por ser muy expresivas: Mientras que Castilla-La Mancha lleva recaudando desde hace años muchos millones de euros que pagan los regantes por el trasvase Tajo-Segura, ese dinero, en vez de revertir prioritariamente en la cabecera del trasvase, se invierte en cualquier parte de la región. Incluso se ha dado el caso de que con ese dinero se ha construido la llamada “Tubería manchega”, que deriva agua del Tajo a la cuenca del Guadiana, al tiempo que hay pueblos de la cabecera del trasvase que aún deben ser abastecidos con cisternas por la Diputación. Item más, mientras el nuevo hospital de Toledo ya está terminado, aunque no puesto en funcionamiento, el de Guadalajara avanza al paso de los entierros en la Galicia profunda: Dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás. Y seguimos: entretanto el nuevo campus universitario de Alcalá en Guadalajara nunca termina de llegar, incluso después de que el ayuntamiento haya tenido que poner bastante dinero en terrenos para él, la Universidad de Castilla-La Mancha no está precisamente falta de infraestructuras –parece que sí de financiación, pero ese es otro cantar-; para más “inri”, a la Junta le cuesta un alumno universitario en la UCLM más del doble de lo que le cuesta tenerlo en la de Alcalá, que es y debe seguir siendo la Universidad de Guadalajara. Me estoy quedando ya sin tinta –y eso que este medio es virtual- y debo ir concluyendo este listado de afrentas dejándome muchas en el tintero, pero no ésta: la Junta ingresó alrededor de 32 millones de euros por las subastas del suelo del Fuerte de San Francisco para la construcción de viviendas y firmó un convenio en 2004 con el Ayuntamiento de la capital comprometiéndose a rehabilitar los edificios históricos de este antiguo cantón militar. Incluso una sentencia ya firme del Tribunal Supremo de 2017 obligaba a la Junta a cumplir ese convenio, algo que entonces no había hecho y que aún sigue sin hacer, mareando la perdiz a la toledana, como bien saben hacer en la capital regional. O sea que la Junta hizo negocio con Guadalajara, algo que ya es el colmo.

               Después de todas estas afrentas –y de bastantes más que por razones de espacio han de quedar aparcadas hoy, que no olvidadas-, después de tanto centralismo toledano, después de tanto mancheguismo y tan poco castellanismo, después de tantas prédicas y tan poco trigo, Guadalajara piensa lo que piensa y siente lo que siente.

El pato desescalado

               En esta cuarentena ya vamos por la cincuentena. ¡Y lo que te rondaré morena…! Como dice la facilona y recurrente frase hecha: “Sin haberlo preparado, me ha salido un pareado”, y con estrambote de propina también rimando, que es gerundio. En fin, dejémonos de rimas y vayámonos a las leyendas –con el permiso de Bécquer– porque estos tiempos coronavíricos que estamos viviendo, no lo duden, se terminarán convirtiendo en legendarios, si bien como ahora mismo estamos en su pleno devenir, los árboles del sufrido y confinado día a día no nos dejan ver aún ese bosque pospandémico que hará que, como decía, evoquemos este tiempo desde la distancia, aunque no sea precisamente por su buen vivir.

               Como empezaba diciendo, cuando escribo esta entrada se cumplen exactamente cincuenta días de la primera declaración quincenal de estado de alarma, que lleva tres prórrogas y parece que va a acumular algunas más, aunque ya en fase de “desescalada”, que es la palabreja que ha adoptado el gobierno –y que los medios de comunicación han comprado sin rechistar- para definir esta etapa de suavización de las condiciones del confinamiento en este neo-lenguaje bárbaro –por acudir a tanto barbarismo- que ha traído la pandemia. La propia RAE,  que es la institución encargada desde 1713 de “limpiar, fijar y dar esplendor” al idioma español, ha dado un capón y ha puesto orejas de burro a quienes usan y abusan de esta palabra, “desescalar”,  que está ya hasta en la sopa en todas sus conjugaciones y tiempos verbales. La RAE ha recomendado su no utilización al no estar en su diccionario y ser una derivación de la traducción literal del verbo inglés “to escalate” –escalar-, cuya trasposición/traducción a nuestro idioma no es en absoluto adecuada. Veamos. Al no estar la voz “desescalar” en nuestro diccionario, hemos acudido a la que sí está y que el prefijo “des” modifica dándole la vuelta a su significación: escalar. Y estos son los seis significados que este verbo tiene en nuestro idioma (copio y pego del propio diccionario en línea de la RAE):

1. tr. Entrar en una plaza fuerte u otro lugar valiéndose de escalas.

2. tr. Subir, trepar por una gran pendiente o a una gran altura.

3. tr. Subir, no siempre por buenas artes, a elevadas dignidades.

4. tr. Entrar subrepticia o violentamente en alguna parte, o salir de ella rompiendo una pared, un tejado, etc.

5. tr. Levantar la compuerta de la acequia para dar salida al agua.

6. tr. Ar. Abrir escalones o surcos en el terreno

               Como verán, nuestra Academia de la Lengua tiene toda la razón pues ninguno de los seis significados que se dan a “escalar” en su diccionario encaja con el prefijo “des” en lo que ahora se está pretendiendo que signifique “desescalar” que, simplemente, es el hecho de “reducir”, “disminuir” o “rebajar” las condiciones del confinamiento al que nos ha llevado la declaración del estado de alarma por causa del Covid-19. Precisamente, la RAE ha recomendado –importando una higa esta recomendación a quienes debería importarles- que en vez del inadecuado barbarismo de “desescalar” se empleen cualquiera de las tres palabras que he entrecomillado antes. Doy por hecho que el gobierno no ha entrado en nuestros hogares valiéndose de escalas, ni ha trepado por una gran pendiente, ni sus miembros han subido con artes reguleras a elevadas dignidades, ni ha entrado subrepticia y violentamente en alguna parte, ni ha levantado compuertas de acequias para regar, ni ha abierto escalones o surcos en el terreno. ¿O sí ha hecho todo esto y aún más? Porque, en sentido figurado y obligado por las circunstancias, pero de manera cuestionable en tiempo, fondo y forma, ha entrado en la plaza fuerte que es la Constitución y en nuestros hogares para limitar no pocos derechos; bastantes de sus miembros no tienen más curriculum de peso que la política y han tenido mucho que trepar para llegar a la Moncloa e, incluso, la quinta acepción de escalar que, recuerden, es “levantar la compuerta de la acequia para dar salida al agua”, también es de aplicación a este gobierno porque, en plena pandemia, ha aprobado un trasvase de 38 Hm3 desde la cabecera del Tajo a la del Segura. O sea, que puede que tenga razón el gobierno en utilizar la palabra “desescalar” y lo que ocurra es que en la RAE estén en Belén con los pastores.

               Otras palabrejas –en este caso, expresiones- de uso y abuso estomagantes que se han sumado al neo-lenguaje que ha traído la pandemia y que la clase política, los “expertos” –esta palabra también tendrá que revisarla la RAE algún jueves cuando reanude sus sesiones- y los medios de comunicación utilizan con harta frecuencia son “distanciamiento social” y  “nueva normalidad”. Al ser repetidas hasta la saciedad, les va a pasar como al amor en la copla de Rocío Jurado, que se van a romper de tanto usarlas. Ambas expresiones, por supuesto, como las mascarillas, los test y los respiradores, son importadas, pero no del chino mandarín, sino del inglés: “social distancing” y “new normal”. Seguimos en el “¡que inventen ellos!”, aquella famosa frase que salió de la cabeza y del tintero en un mal día de don Miguel de Unamuno, pero que tan de aplicación sigue siendo en nuestro país. En vez de esta tan desafortunada, ya podíamos tener en cuenta otras muchas buenas frases de los mejores días de don Miguel, como por ejemplo: “Las lenguas, como las religiones, viven de herejías” y, muy especialmente, esta: “Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”. Por cierto, con lo de la “nueva normalidad” que no nos cuelen con vaselina renunciar a derechos y libertades o limitarlos, cuando lo que procede es modificar hábitos y costumbres para mejor combatir la pandemia. En España, hablando de costumbres, ya saben que es muy habitual dar la mano y que se la queden o que te corten un dedo.

Ánade real en el parque lineal del barranco del Alamín/Jesús Orea.

               No quiero concluir esta entrada sin hacer un guiño a la esperanza. No todo está saliendo bien, ni vamos a salir más fuertes, evidentemente. Estas son frases muy amables, pero con más dosis de deseo que de realidad en el fondo y más de propaganda “optimista social” que de verdad en la forma. Pero vamos a salir. De hecho, ya estamos comenzando a salir, y lo digo en doble sentido: de la crisis sanitaria y de casa. Prueba de esto último es la primera foto que hice el primer día que pudimos salir a pasear o practicar deporte y que acompaña este texto. Es una imagen de la vieja normalidad: un pato azulón, un ánade real, de las que se han asentado en la lámina de agua del parque lineal del Barranco del Alamín, ajeno a lo que sucede y pasa a su alrededor que, en este caso, éramos una pléyade de desescalados en “fase 0” que, en cuanto pudimos, nos echamos a la calle a oler al tiempo que respirar, a oír y escuchar, a andar y ver la vida en color después de cincuenta días en blanco y negro.

El Principito” confinado

         

El confinamiento domiciliario que por causa del coronavirus llevamos soportando, estoica y heroicamente en la gran mayoría de los casos, desde mediados del pasado mes de marzo, nos está obligando a renunciar –a la fuerza ahorcan, que diría aquel-  a los paisajes exteriores y a tratar de buscarlos en la intimidad limitativa del hogar, cálida cuando se busca, pero abrasadora cuando te la imponen. En mi anterior entrada ya sostenía que, a través de la lectura, se puede ir muy lejos sin salir de casa; en ese sentido, yo sigo viajando/leyendo a diario entre 4 y 6 horas. Nunca he viajado tanto y sin necesidad de pasaporte, hacer colas en el aeropuerto, luego para tomar el taxi o el autobús, después sudar la gota gorda intentando hacerme entender en el hotel, más tarde buscando un lugar donde comer a un precio y unos sabores razonables, a continuación volviendo a hacer cola para visitar un museo o ver un monumento, ulteriormente tratando de volver al hotel andando con el GPS del móvil, mirando al teléfono y perdiéndome en esa mirada casi continua muchos detalles de la ciudad a la que he viajado, y finalmente haciendo la última cola hasta que me toca el turno del sueño que, cansado y en cama ajena, cuesta tanto conciliar. Evidentemente, las acciones que he descrito son algunas de la cara B de un viaje, pero es que no quiero ahora regodearme en la cara A porque estaría disparándome a los pies. El que no se consuela es porque no quiere.

               Escuchar buena música -no cualquiera que elija un dj de radio-fórmula y que termina siendo tan repetitiva que no la escuchas, simplemente la oyes- es otra gran opción para entretener el tiempo confinado y confitado; porque sí, de tanto estar encerrados en casa contra nuestra voluntad, nos estamos confitando, es decir, nos estamos cociendo lentamente y a baja temperatura, al menos en ese proceso presiento que están ya nuestras neuronas y nuestras paciencias. Bien pensado, en realidad las paciencias, más que confitarse a fuego lento se están friendo como un huevo simplemente puesto sobre las rocas volcánicas del Timanfaya. Esa fritanga de paciencias la causan tanta ineptitud, improvisación, irresponsabilidad, arrogancia y torpeza con las que demasiadas autoridades públicas están gestionando esta crisis, amén de la descarada manipulación y hasta censura informativas practicadas y que están condicionando su percepción real. Esos ejercicios manipuladores y censores llegan a límites aborrecibles cuando se acude a esa práctica de manual estalinista que es tratar de controlar y condicionar las emociones en las etapas de crisis. ¿Cómo? No poniendo nombres y apellidos a los muertos, solo cifras y maquilladas; evitando declarar lutos oficiales y que se pongan crespones negros en las banderas; ocultando imágenes de féretros, fallecidos o gravemente enfermos… y, como decíamos antes, obviando o limitando la cara A de esta tragedia y ofreciéndosenos solo la B, muy especialmente el ”Resistiré” y los aplausos a los médicos y sanitarios de cada tarde, que se merecen eso y mucho más, pero sobre todo se merecían EPIs, recursos, equipos, medios y test fiables desde el minuto uno y no hacerles, como se les ha hecho, dar un paso al frente cuando estaban al borde del abismo.

               Aunque podría seguir embalándome y sacando muchos colores a muchos, prefiero cambiar de dirección y de registro y abordar la segunda mitad de esta entrada en positivo porque, cierto es, que todo en este mundo tiene su cara A y su cara B, su yin y su yang si acudimos a la cultura oriental y, si lo hacemos a la romana, la bifrontalidad de Jano es el verdadero rostro de la vida. Y más positivismo que el que nos trajo Augusto Comte con su teoría nos lo aportó Antoine de Saint Exupéry, el autor de “El Principito”, la narración breve, la fábula infantil para adultos más profunda y delicada que jamás se haya escrito, cuando afirmó que “el mundo es una cosa muy grande, pero llena de pequeñas cosas hasta los bordes”. Miguel Delibes, en línea con lo afirmado por Saint Exupéry, también nos dejó en su primera gran novela, “La sombra del ciprés es alargada”, un pensamiento transversal muy parecido cuando, hablando de los marinos, dice que al estar en contacto en el mar casi permanentemente con lo infinito, “postergan lamentablemente lo pequeño, lo estrictamente familiar e íntimo”. Si a estas dos reflexiones unimos la canción de Facundo Cabral que afirma que “lo mejor de la vida es gratis”, coincidirán conmigo en que, a pesar de tanto pesar coronavírico, el confinamiento nos ofrece muchas opciones para sobrellevarlo, no solo resignados, sino militando en el optimismo y la luz. En casa, sí, aunque no nos dejen salir y aún no hayamos racionalizado el miedo que da ver pasar con tanta frecuencia la muerte en ambulancias amarillas y verdes, podemos ver por la ventana el sol que sale cada día pero del que solo nos acordamos cuando el cielo nublado lo oculta. En casa, desde la ventana, podemos ver volar a la paloma, símbolo de paz y de libertad, que ahora está aturdida porque no siente el riesgo de ser pisada cuando busca en el suelo su alimento. En casa, desde la ventana, si miramos bien, podemos ver hasta la cara oculta de la luna porque en realidad no hace falta que la veamos para saber que es muy parecida a la que sí vemos. En casa, por la ventana, podemos sentir el aire en la cara cuando el viento bate los árboles. En casa, las sonrisas de nuestros hijos o de nuestros nietos las podemos convertir en el símbolo de ese futuro que ahora nos parece tan oscuro. Y las miradas de nuestras madres -si es que la guadaña del tiempo o ese jinete del apocalipsis hoy transmutado en virus no se las ha llevado-, con los ojos acuosos de las cataratas pero secos de lágrimas porque ya agotaron todas, podemos y debemos convertirlas en la música de la vida y el tiempo a la que Machado puso la letra, golpe a golpe y verso a verso, en sus “Cantares”:

Todo pasa y todo queda
Pero lo nuestro es pasar
Pasar haciendo caminos
Caminos sobre la mar.

               Termino ya con unos consejos de gratis. Et amore. Miren y vean tras los cristales el mundo y la vida que no se han ido, sino que nos esperan. Ellos también se aburren sin nosotros. Lean, escriban, escuchen música, hagan ejercicio, cambien sus rutinas, castiguen a los móviles en los cajones durante muchas horas y vayan lo menos posible al frigorífico. Descubran detalles en su casa que jamás advirtieron. Desempolven libros y discos y no los devuelvan a los anaqueles hasta que no los hayan leído o escuchado. A los objetos de decoración, pónganles recuerdos… y sueños: personas, fechas, lugares… Y hagan todo lo que puedan que no cueste dinero.

               Y, por favor, no dejen de luchar para que la libertad no retroceda en nuestro país ni un milímetro. La verdadera libertad es la individual. La libertad colectiva, no se engañen, solo se consigue sumando libertades individuales, no limitándolas. El sol únicamente podrá volver a salir si no se pone la libertad.

¡Por la libertad de expresión! ¡Contra la censura!

Una rebeldía azul

Uno de los rasgos de mi personalidad es la rebeldía. Bien lo saben quienes bien me conocen. Para los que solo saben de mi de manera superficial, hasta puedo pasar por modoso, formal y conformista, pero no, yo soy rebelde, como decía aquella canción que cantaba Jeannette con un acento francés que le daba un punto –a la propia canción y a ella misma-, “porque el mundo me ha hecho así”. No tan en el fondo, todos somos como somos por la influencia que el mundo ejerce sobre nosotros, por nuestras circunstancias, vaya, como decía Ortega y Gasset, el filósofo que mejor entendió el alma de España y de los españoles y más profundizó en su existencia. Y mis actuales circunstancias de confinamiento, que son también las suyas, las de millones de españoles y las de millones y millones de habitantes de medio mundo, han provocado que esa rebeldía mía, un tanto atenuada y atemperada por la madurez de un tiempo a esta parte, haya vuelto a resurgir con la misma fuerza con la que el acné se adueña de la cara de los adolescentes, muy a su pesar y a la de sus hormonas, pues son al tiempo causa y consecuencia. ¿Y cómo me he rebelado entre las cuatro paredes de mi casa ante la monotonía, el tedio, el hastío, la hartura, el sopor y demás sinónimos de aburrimiento provocados en mi estado de ánimo por el dichoso encierro domiciliario que nos han ordenado -tarde y mal, por cierto, pero como decían Tip y Coll, “mañana hablaremos del gobierno…”-?. Pues saltándome el confinamiento; o sea, saliendo de casa. Sí, sí, lo confieso: yo he salido de mi casa y he viajado muy lejos, pese a lo ordenado, pero al contrario que el James Dean de la película, he sido un rebelde con causa. Verán, verán…

               No hace mucho escribí una entrada en este blog que creo que titulé “Más libros, por favor”, tomándolo prestado de esa canción de Luis Eduardo Aute que se titula “Más cine, por favor”. Ayer lo recordaba cuando supe de su fallecimiento, que lamenté mucho, después de años padeciendo una grave enfermedad coronaria. No solo se muere estos días de coronavirus, no lo olviden. Las ideas comunistas de Aute ni me gustaban ni me gustan, pero sí una gran parte de sus canciones porque yo no soy sectario y confieso que la izquierda compone y canta canciones bastante mejor que el resto de geografías políticas. Además, siempre seguí de cerca la amistad y complicidad de Aute con el cantautor cubano Silvio Rodríguez, un músico como la copa de un pino al servicio de la llamada ”revolución cubana” –sin duda lo fue después de Sierra Maestra, pero desde hace muchos años es pura involución- cuyas música, letra y voz me cautivan, hasta el punto de que alguna de sus canciones, como por ejemplo “Ojalá” o “El unicornio azul”, son de mis favoritas. Recordando a Aute tras su muerte y recordando aquel post que era un canto encendido a los libros y a la lectura, me di cuenta que en realidad no llevaba casi un mes confinado y sin ir más allá del Mercadona del barrio un día a la semana, sino que gran parte de todo ese tiempo lo había pasado viajando… gracias a los libros que, uno tras otro, sin solución de continuidad, estoy leyendo para matar el tiempo porque si no el tiempo me mata a mí. Recuerden que para viajar no hace falta desplazarse. Ya conté que el gran Emilio Salgari jamás había navegado más allá del Mediterráneo, pero en sus novelas de aventuras nos cuenta, con la minuciosidad de un relojero suizo, detalles de los mares del Sur, de las Antillas o de África como si hubieran sido sus hábitats naturales, cuando jamás estuvo en estos lugares. Recuerden también a Julio Verne que, sin salir de casa, viajó de la Tierra a la Luna, al centro de la Tierra, hizo 20.000 leguas de viaje submarino y hasta dio la vuelta al mundo en 80 días… Vuelvo a confesar que yo me he saltado el confinamiento y, como Silvio Rodríguez paga en su canción a quienes le den información de su unicornio azul perdido, estoy dispuesto a pagar “cien mil o un millón” de multa, eso sí, en una moneda nueva que propongo crear: “El Sueño”, porque, como decía Fernando Pessoa, “leer es soñar de la mano de otro”.

¿Y a donde he viajado estos días, sin salir de casa y pagando en “sueños” por ello? Pues de la mano de Pérez Reverte he ido a París con los académicos de la RAE, Hermógenes Molina y Pedro Zárate –dos “Hombres buenos”-, para comprar una primera edición de la “Encyclopédie” de D´Alembert y Diderot, prohibida en ese momento en España, para incorporarla a la biblioteca de la academia que “limpia, fija y da esplendor” al idioma castellano; también con Reverte he viajado a Breda en busca de su tibio sol y he seguido día a día el sitio de esta ciudad que inmortalizó Velázquez en su conocido cuadro, enrolándome en el tercio de Cartagena con el capitán Alatriste y su joven mochilero Íñigo Balboa. Con Javier Sierra he vuelto por enésima vez al Museo del Prado, pero en esta ocasión, con su “Maestro” he profundizado, no solo en la belleza formal de algunos de sus mejores cuadros, como “La Perla”, de Rafael, la Sagrada Familia, de Luimi, “La Gloria”, de Tiziano”, o “el Jardín de las delicias”, de El Bosco,  sino en lo que se pudiera esconder detrás de ellos, incluso polémicas tesis que podrían dar la vuelta a muchas e importantes cosas. Gracias a Eva García Sáenz de Urturi he vuelto a Vitoria, donde hice el CIR cuando cumplí el servicio militar, en esta ocasión para buscar con Kraken al asesino de los rituales del agua. Y nuestra paisana, Clara Sánchez, la única escritora que ha ganado los premios Planeta, Nadal y Alfaguara, me ha llevado hasta la India con Patricia y Viviana para vivir en “El cielo ha vuelto” una intriga que, como nos han enseñado los grandes de este género, se resuelve sin buscar muy lejos de la protagonista.

Hasta el 26 de abril en que, a día de hoy, está decretado y asegurado el confinamiento, aunque muy probablemente continúe también en mayo, voy a seguir rebelándome contra él viajando en libros y pagando en “sueños”. Tengo por delante terminar “Patria”, de Fernando Aramburu y leerme dos de los tres tomos de la trilogía del Baztán, de Dolores Redondo, que me quedan pendientes. También me podré, en cuanto pueda, con la trilogía de la Reconquista, de José María Pérez, Peridis, que por lo que he leído de él, aún escribe mejor que dibuja; además, conocí en profundidad su magnífico trabajo con el románico palentino en la Fundación Santa María la Real, y me interesa mucho seguir su rastro… Como ven, de momento, mi rebeldía tiene quien le escriba, como el coronel de la novela de García Márquez. Pero, repito, pienso pagar mi multa en “sueños” por viajar saltándome el confinamiento.

Quédense en casa, sí, pero no dejen de viajar leyendo. Y, como decía la proclama del mayo del 68 francés, algún día saldrá el sol.

Floreos y aguijonazos “coronavíricos”

                No quería yo contribuir al monotema “coronavírico” que desde hace ya demasiados días -y esto no ha hecho más que empezar- nos tiene acongojados y confinados en casa, con muchas dudas, pocas certezas y unas fuertes dosis de tedio porque los espacios reducidos conceden escaso margen a los movimientos y a las actividades diferenciadas, causas básicas del aburrimiento. Pese a que, como he empezado diciendo, no era mi intención aportar lo más mínimo a dar pábulo a tan lamentables circunstancias, la inspiración me ha llevado a urdir esta entrada con un remedo de los “Floreos y Aguijonazos”, una inveterada sección del histórico y añorado semanario “Flores y Abejas”, mi verdadera facultad de periodismo como he proclamado en cuantas ocasiones ha habido. Esa satírica, al tiempo que jocosa y agridulce sección de tan alcarreño título, se publicó en el semanario que fue durante muchos años decano de la prensa provincial desde su número uno, que vio la luz el 2 de septiembre de 1894 (la imagen que acompaña este texto corresponde a esa primera portada). ¡Ya ha llovido, ya, incluso a pesar de que cada vez cae menos agua, al menos del cielo! Y como las situaciones se tejen, en no pocas ocasiones, con tan enmadejadas hiladas como si de una tela de araña se tratara, al tiempo que recordaba esos “Floreos y aguijonazos” de mi viejo y querido periódico me ha venido a la mente el recuerdo de un hecho relacionado con él que, en su día, cuando lo leí, causó en mí gran impacto, hasta el punto de poder rememorarlo con detalle: Cuando en otoño de 1918,  la mal llamada “gripe española” –porque su verdadero origen estuvo probablemente en Estados Unidos o en China y llegó a Europa vía Francia– estaba causando estragos, con apenas unas horas de diferencia fallecieron contagiados por ella el médico de Olías del Rey (Toledo), José Villar, y su hijo de cuatro años, “Pepito”. Se da la circunstancia de que Villar había ejercido de médico en nuestra provincia, creo recordar que en las localidades de Membrillera, Alovera y Quer, y que era familiar muy cercano de Marcelino Villanueva y Deprit, uno de los pioneros del primer cuadro de redacción de ”Flores y Abejas”, junto con Luis Vega-Rey, Alfonso Martín y Luis Cordavias.

                “Floreos y Aguijonazos” fue una sección coral del periódico, a la que aportaban textos todos los miembros de la redacción, pero fundamentalmente Luis Cordavias, un verdadero maestro de la sátira y una de las mejores plumas de aquel buen puñado de liberales guadalajareñistas aficionados al periodismo y las letras que fundaron “Flores y Abejas”. Como es fácilmente deducible, los “floreos” solían ser loas a personas o aconteceres de la provincia, mientras que los “aguijonazos” eran zascas –como se dice ahora- merecedores de justo lo contrario. Después de tan amplios y detallados previos, allá van estos “Floreos y aguijonazos coronavíricos”, con la mejor de mis intenciones, aunque no sé si con la mejor de mis leches –con perdón-, porque he de reconocer que mis defensas psicológicas -espero que las otras hagan su trabajo- empiezan a flaquear. Bien saben, por experiencia propia, que es muy duro vivir la vida con guantes y mascarilla y a más de un metro de distancia de tus seres queridos, cuando más necesitas abrazar y que te abracen:

Floreos:

  • A todo el personal sanitario, incluido el de servicios y el de gestión y administración (que a veces se nos olvidan), porque son lo mejor de nuestro sistema sanitario que, aunque creíamos que era muy bueno, ahora comprobamos que es claramente mejorable, especialmente en infraestructuras, instalaciones, equipos y almacenamiento de material de uso crítico e intensivo.
  • A todas las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y al Ejército porque su profesionalidad y compromiso de servicio son siempre palpables, pero en momentos de emergencia como los que vivimos de manera especial.
  • A todos los profesionales de cualquier sector que deben seguir trabajando estos días de forma presencial porque, si el confinamiento en casa es muy duro, salir de ella a diario a exponerse aún lo es más.
  • A todos los españoles que, a pesar de los muchos pesares, están haciendo de tripas corazón y un esfuerzo importante por dar su mejor versión ante su familia para desdramatizar la situación y hacerla lo más llevadera posible. El colegio de psicólogos les debe una y todos les debemos mucho.
  • A quienes han contraído el dichoso coronavirus y están luchando contra él como jabatos porque en las peleas desiguales, como es esta, lo que cuenta no es quien vence, sino quien se entrega más en la pugna.
  • A los que ya han fallecido por esta pandemia y a quienes van a fallecer en los próximos días también por ella, porque el difícil camino que ellos ya han recorrido o van a recorrer va a ser decisivo para que la ciencia de respuestas a lo que ahora no lo tiene, ni para prevenir, ni para curar.

Aguijonazos:

  • Después de pensármelo muy bien y pese a que habría mucho trabajo para que las abejas de la Alcarria no pararan de aguijonar a tanto incompetente, irresponsable y hasta miserable como las circunstancias están poniendo en evidencia,  he decidido no dar ninguno porque este es tiempo de miras altas, esfuerzo, calma, responsabilidad y solidaridad… Pero tengo muchas matrículas cogidas y aún buena memoria.

¡Buenos días y buena suerte!   

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