Una rebeldía azul

Uno de los rasgos de mi personalidad es la rebeldía. Bien lo saben quienes bien me conocen. Para los que solo saben de mi de manera superficial, hasta puedo pasar por modoso, formal y conformista, pero no, yo soy rebelde, como decía aquella canción que cantaba Jeannette con un acento francés que le daba un punto –a la propia canción y a ella misma-, “porque el mundo me ha hecho así”. No tan en el fondo, todos somos como somos por la influencia que el mundo ejerce sobre nosotros, por nuestras circunstancias, vaya, como decía Ortega y Gasset, el filósofo que mejor entendió el alma de España y de los españoles y más profundizó en su existencia. Y mis actuales circunstancias de confinamiento, que son también las suyas, las de millones de españoles y las de millones y millones de habitantes de medio mundo, han provocado que esa rebeldía mía, un tanto atenuada y atemperada por la madurez de un tiempo a esta parte, haya vuelto a resurgir con la misma fuerza con la que el acné se adueña de la cara de los adolescentes, muy a su pesar y a la de sus hormonas, pues son al tiempo causa y consecuencia. ¿Y cómo me he rebelado entre las cuatro paredes de mi casa ante la monotonía, el tedio, el hastío, la hartura, el sopor y demás sinónimos de aburrimiento provocados en mi estado de ánimo por el dichoso encierro domiciliario que nos han ordenado -tarde y mal, por cierto, pero como decían Tip y Coll, “mañana hablaremos del gobierno…”-?. Pues saltándome el confinamiento; o sea, saliendo de casa. Sí, sí, lo confieso: yo he salido de mi casa y he viajado muy lejos, pese a lo ordenado, pero al contrario que el James Dean de la película, he sido un rebelde con causa. Verán, verán…

               No hace mucho escribí una entrada en este blog que creo que titulé “Más libros, por favor”, tomándolo prestado de esa canción de Luis Eduardo Aute que se titula “Más cine, por favor”. Ayer lo recordaba cuando supe de su fallecimiento, que lamenté mucho, después de años padeciendo una grave enfermedad coronaria. No solo se muere estos días de coronavirus, no lo olviden. Las ideas comunistas de Aute ni me gustaban ni me gustan, pero sí una gran parte de sus canciones porque yo no soy sectario y confieso que la izquierda compone y canta canciones bastante mejor que el resto de geografías políticas. Además, siempre seguí de cerca la amistad y complicidad de Aute con el cantautor cubano Silvio Rodríguez, un músico como la copa de un pino al servicio de la llamada ”revolución cubana” –sin duda lo fue después de Sierra Maestra, pero desde hace muchos años es pura involución- cuyas música, letra y voz me cautivan, hasta el punto de que alguna de sus canciones, como por ejemplo “Ojalá” o “El unicornio azul”, son de mis favoritas. Recordando a Aute tras su muerte y recordando aquel post que era un canto encendido a los libros y a la lectura, me di cuenta que en realidad no llevaba casi un mes confinado y sin ir más allá del Mercadona del barrio un día a la semana, sino que gran parte de todo ese tiempo lo había pasado viajando… gracias a los libros que, uno tras otro, sin solución de continuidad, estoy leyendo para matar el tiempo porque si no el tiempo me mata a mí. Recuerden que para viajar no hace falta desplazarse. Ya conté que el gran Emilio Salgari jamás había navegado más allá del Mediterráneo, pero en sus novelas de aventuras nos cuenta, con la minuciosidad de un relojero suizo, detalles de los mares del Sur, de las Antillas o de África como si hubieran sido sus hábitats naturales, cuando jamás estuvo en estos lugares. Recuerden también a Julio Verne que, sin salir de casa, viajó de la Tierra a la Luna, al centro de la Tierra, hizo 20.000 leguas de viaje submarino y hasta dio la vuelta al mundo en 80 días… Vuelvo a confesar que yo me he saltado el confinamiento y, como Silvio Rodríguez paga en su canción a quienes le den información de su unicornio azul perdido, estoy dispuesto a pagar “cien mil o un millón” de multa, eso sí, en una moneda nueva que propongo crear: “El Sueño”, porque, como decía Fernando Pessoa, “leer es soñar de la mano de otro”.

¿Y a donde he viajado estos días, sin salir de casa y pagando en “sueños” por ello? Pues de la mano de Pérez Reverte he ido a París con los académicos de la RAE, Hermógenes Molina y Pedro Zárate –dos “Hombres buenos”-, para comprar una primera edición de la “Encyclopédie” de D´Alembert y Diderot, prohibida en ese momento en España, para incorporarla a la biblioteca de la academia que “limpia, fija y da esplendor” al idioma castellano; también con Reverte he viajado a Breda en busca de su tibio sol y he seguido día a día el sitio de esta ciudad que inmortalizó Velázquez en su conocido cuadro, enrolándome en el tercio de Cartagena con el capitán Alatriste y su joven mochilero Íñigo Balboa. Con Javier Sierra he vuelto por enésima vez al Museo del Prado, pero en esta ocasión, con su “Maestro” he profundizado, no solo en la belleza formal de algunos de sus mejores cuadros, como “La Perla”, de Rafael, la Sagrada Familia, de Luimi, “La Gloria”, de Tiziano”, o “el Jardín de las delicias”, de El Bosco,  sino en lo que se pudiera esconder detrás de ellos, incluso polémicas tesis que podrían dar la vuelta a muchas e importantes cosas. Gracias a Eva García Sáenz de Urturi he vuelto a Vitoria, donde hice el CIR cuando cumplí el servicio militar, en esta ocasión para buscar con Kraken al asesino de los rituales del agua. Y nuestra paisana, Clara Sánchez, la única escritora que ha ganado los premios Planeta, Nadal y Alfaguara, me ha llevado hasta la India con Patricia y Viviana para vivir en “El cielo ha vuelto” una intriga que, como nos han enseñado los grandes de este género, se resuelve sin buscar muy lejos de la protagonista.

Hasta el 26 de abril en que, a día de hoy, está decretado y asegurado el confinamiento, aunque muy probablemente continúe también en mayo, voy a seguir rebelándome contra él viajando en libros y pagando en “sueños”. Tengo por delante terminar “Patria”, de Fernando Aramburu y leerme dos de los tres tomos de la trilogía del Baztán, de Dolores Redondo, que me quedan pendientes. También me podré, en cuanto pueda, con la trilogía de la Reconquista, de José María Pérez, Peridis, que por lo que he leído de él, aún escribe mejor que dibuja; además, conocí en profundidad su magnífico trabajo con el románico palentino en la Fundación Santa María la Real, y me interesa mucho seguir su rastro… Como ven, de momento, mi rebeldía tiene quien le escriba, como el coronel de la novela de García Márquez. Pero, repito, pienso pagar mi multa en “sueños” por viajar saltándome el confinamiento.

Quédense en casa, sí, pero no dejen de viajar leyendo. Y, como decía la proclama del mayo del 68 francés, algún día saldrá el sol.

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