El bable, babel y la Mingaña

Mi capacidad de asombro, y estoy seguro que la de una gran mayoría de los españoles, hace tiempo que se viene hinchando como un globo cuando lo soplas con fuerza y tienes buenos pulmones. Gran parte de mi estupefacción progresiva la está incrementando el “prusés” independentista catalán que, cada día, nos pone, junto a la taza del desayuno, cual tostada, una nueva noticia, que hace vieja a la anterior, aunque ésta apenas tenga unas horas de actualidad, y que cada vez es más retorcida y rocambolesca. Entre tanto atracón de barretinas caladas hasta la cejas, “calçotadas” achicharradas en la parrilla, sardanas a tutiplén, “castellers” más altos que la luna, “caganers” con retortijones, monas no solo de pascua y demás “estelas” que cada día se van sumando a las “esteladas”, uno de estos últimos días me desayuné con una noticia que no tiene que ver directamente con el proceso independentista que la mitad de Cataluña quiere imponer a la otra mitad, al precio que sea, pero sí indirectamente pues pudiera tratarse ahora de polvos que podrían acabar siendo lodos en el futuro: el intento de que el bable -también llamada “llingua” o “asturianu”- sea lengua cooficial en Asturias. En ese intento de hacer el bable lengua cooficial –“proyectu” lo llaman ellos- están, de momento, Podemos, Izquierda Unida y Foro Asturias, además de un amplio sector del PSOE, si bien este partido ha decidido posponer su postura definitiva hasta la próxima legislatura autonómica y llevar ese postulado en su programa electoral. PP y Ciudadanos se oponen.

Nada tengo contra el bable, bien al contrario, pues mi segunda residencia y una parte de mi corazón están en Comillas, la zona occidental de Cantabria que limita con la oriental deAsturias y allí se oyen con frecuencia frases y voces en bable, con su inconfundible acento, que ya me son familiares y hasta entrañables. En la costa occidental de Cantabria se solapan un muy bien hablado castellano, con muchas palabras “santanderizadas” con el sufijo “uco” tan típico de la zona -a ese habla allí le llaman montañés o “cántabru”- y el bable asturiano, que se cuela en Cantabria por los impresionantes desfiladeros del Deva-Cares que socaba los altísimos y quebrados Picos de Europa formando unos parajes espectaculares, a cual más bello.

El bable, según define la mismísima RAE, es la variedad actual del asturleonés que se habla en Asturias; pero, como ocurría con el euskera hasta que lo unificaron con el llamado “batúa”, el bable tiene muchos dialectos y variantes, casi tantos como valles hay en Asturias y el norte de León, que no son pocos precisamente, incluso uno de ellos está en Babia. Del asturleonés, o bable, se pueden diferenciar claramente tres zonas distintas: la occidental, la central y la oriental. En la occidental, hay hasta nueve sub-zonas en las que esta lengua se habla de manera diferenciada entre ellas; en la central, tres, y en la oriental, una. Y, como ya hemos dicho, no es una lengua exclusiva de Asturias, sino que es tramontana y también se habla en el norte de León, el oeste de Cantabria e, incluso, el noreste de Galicia, si bien allí ya el gallego se impone con fuerza e, incluso, penetra en parte del occidente asturiano.

Como decía, nada tengo contra el bable e, incluso, no me es extraño, ni parte de su vocabulario ni su típico acento que lleva a acabar casi todas las voces en una “u” alargada; ahora bien, de ahí a tratar de elevarlo a rango de lengua cooficial, me parece un craso error pues, además del carísimo coste económico que ese hecho conllevaría -se estima en una amplia horquilla de entre 20 y 70 millones de euros, según las fuentes-, estoy seguro que terminaría sirviendo para que algún nacionalista ahora durmiente o relajado haga de él bandera soberanista. Entiendo que con la protección que actualmente tiene el bable a través de la ley para su uso y promoción, aprobada por el parlamento asturiano en 1998, ya es más que suficiente para garantizar su pervivencia como un elemento cultural y sociológico singular. En cambio, elevar este habla zonal a lengua cooficial, además de obligar a unificar la gramática, el léxico y hasta la fonética -ámbito en el que el bable tiene mucha personalidad- de sus muchas variantes y, por ende, a artificiarlo, abriría la puerta a quienes gustan de hacer fronteras de las señas de identidad. Y ya sabemos cómo acaban estas cosas cuando dejan de ser polvos y se convierten en lodos.

Sí al bable, pero no a una nueva torre de babel en la que del caos y la confusión saquen partido los filibusteros del XXI, que no dejan de ser piratas, aunque no lleven parche en el ojo ni patas de palo. Parece mentira que siglo y medio después de que, incluso, hubiera importantes intentos de crear un idioma universal -entre ellos el Esperanto y el Volapük, cuya academia española tuvo su sede, precisamente, en Guadalajara-, algunos sigan empeñados en hacer de los idiomas y las hablas locales mojones de separación y frontera, cuando las lenguas, precisamente, deben servir para facilitar el entendimiento y la comunicación de las personas y no justamente lo contrario.

A este paso, no me extrañaría que la Mingaña, ese argot o jerga que utilizaban, fundamentalmente, los esquiladores, tratantes de ganado, comerciantes, mercaderes e, incluso, músicos de la zona norte del Señorío de Molina (sobre todo de Milmarcos, Maranchón y Fuentelsaz) para comunicarse entre ellos con privacidad -parece que el origen del nombre está en “me engaña”-, termine convirtiéndose en lengua cooficial en Castilla-La Mancha, esa región tan artificial como la propia Mingaña. Por cierto, en esta curiosa habla molinesa, Asturias se dice “orejas”. Espero que los asturianos no hagan el ídem con el bable. “El que en dona el temporil”, o sea, el reloj en Mingaña, pondrá las cosas en su sitio.

Mi tricolor

Enero es un tiempo en Guadalajara en el que el invierno más profundo es propicio a helar cuerpos, pero no ánimos, pues tradicionalmente ha traído a esta tierra uno de los ciclos festivos más añosos, intensos y singulares, el de las botargas. Invierno aquí, pues, no es sinónimo de resaca ni de vísperas, sino de fiesta misma, a pesar de que acabemos de vivir y superar ese tiempo festivo superlativo, extenso y sin tregua que es la Navidad, tras la que queda una cierta sensación de hartazgo de casi todo y parece que apetecen más la calma y la rutina que volver a imbuirse en el jaleo, sin haber terminado prácticamente de estar imbuidos en él.

Enero, este año, ha querido venir con agua en forma de nieve, ya en dos temporales, a pesar de haber consumido solo su mitad. La nieve en el primer mes del año no era noticia en esta tierra, más bien su falta, pero hace ya tiempo que cambiaron las tornas y que no solo es noticia en la información meteorológica, sino de primera página y con alardes tipográficos. No sé si tienen razón quienes alertan e, incluso, alarman con insistencia del cambio climático -intuyo que en gran parte sí- o los escépticos que lo cuestionan alegando que apenas unas decenas de años, como los que han transcurrido en esta etapa de notorio cambio en los meteoros que estamos viviendo, es apenas un micro-ciclo para aventurarse a hablar ya de alteraciones climáticas sistémicas drásticas; lo que es incuestionable es que algo está cambiando y sus consecuencias para el medio ambiente y el género humano pueden ser dramáticas si no modificamos comportamientos en nuestra relación con la conservación del Planeta. Dicho quede sin extremismo y desde la moderación preocupada y concienciada.

Que enero era tiempo de nieves en esta tierra, y a veces muy intensas, lo he vivido personalmente, no me lo han contado, como he tenido que hacer yo con mis hijas y ya no son niñas precisamente. Recuerdo, aunque sea como una fotografía en blanco y negro, puede que incluso en sepia, una nevada que cayó en Taracena cuando pasaba allí en familia una de mis primeras navidades en la que hubo que abrir con palas sendas entre la nieve para poder bajar al horno a por pan. En la propia Guadalajara, guardo en la retina nieves postreras, ya avanzado marzo, que cubrían de blanco la Concordia y despistaban hasta a los mirlos que, unos días antes, creían haber ganado ya la primavera. Aquellas nevadas tardías en el parque de los parques tenían su propia bandera tricolor: el intenso amarillo del pico de los mirlos machos que contrastaba con el negro de su plumaje y el blanco brillante de la nieve de primavera. En estos tiempos de banderías en los que abunda tanto filibustero disfrazado de patriota con barretina, chapela, gaita o lo que se tercie me pido ser el abanderado de la tricolor -amarilla, negra y blanca- de las Concordias nevadas. Y como escudo, por supuesto, un mirlo.

   El agua, tras un verano y un otoño más secos que un camión de orejones y uvas pasas, ha llegado por fin en forma de nieve nada más principiar el invierno. Lo habitual es que la lluvia viniera en otoño, de ahí que el año hidrológico se inicie siempre el primero de octubre, pero al otoño pasado se le ha olvidado llover. Sin caer una gota de agua, se inició con un tempero apacible que pareció alargar hasta noviembre el veranillo de San Miguel, el tiempo del cálido pero suave sol del membrillo, como el título de la película de Víctor Erice inspirada en el cuadro del maestro del hiperrealismo que es Antonio López. Pero esto es Castilla, que además de “fazer” a los “homes” pero también “gastarlos” -como dijo Alonso Fernández Coronel, señor de Montalbán y Bolaños de Campos, y alguacil mayor de Sevilla, que está enterrado en la iglesia de Santiago, de Guadalajara, pues su tía fue la fundadora del desaparecido convento de Santa Clara, de la que este templo era capilla conventual-, tras un sol abrasador es capaz de avenirse con un frío helador; así las cosas, tras una primera mitad del otoño seca y cálida, se avino una secunda también seca pero realmente fría, hasta el extremo de superarse en Cantalojas los 11 grados bajo cero a finales de noviembre. El frío-frío llegó para quedarse avanzado el otoño al municipio cabecera del Hayedo de Tejera Negra pues poco después del día de Reyes, ya principiado el invierno, el termómetro volvió a bajar allí hasta los 20,8 grados bajo cero, que se dice pronto.

Con este helador dato, Cantalojas se ha acercado hasta casi igualar los 22 grados bajo cero que Teruel dio en enero de 1945, aunque aún dista de los – 28 a los que llegó el termómetro en Molina de Aragón, también en enero, pero de 1952, y a los 30 bajo cero que se alcanzaron en Calamocha (Teruel) el 17 de diciembre de 1963. Como en la famosa novela de John Le Carré, la noticia surgió del frío mediado diciembre pasado cuando en la plaza de Calamocha se inauguró un monumento a lo que algunos han llamado el “Triángulo de hielo” -concretamente Vicente Aupí, en su libro homónimo en el que realiza un estudio climático del polo del frío español- y que consiste, precisamente, en un triángulo que recoge en sus vértices las temperaturas mínimas de Calamocha, Teruel y Molina de Aragón a las que he hecho referencia.

Y ya que estamos en la Alcarria y hablando de frío me ha venido al recuerdo este precioso verso de la canción de amor número dos de Amancio Prada:

“Yo que tiritaba de frío, mojado por todas las lluvias de todos los pobres y de todos los mendigos; y tú, volcán de miel”.

 

 

 

 

 

 

 

Page desayuna mantequillas y pan tierno

Como alumno aventajado de José Bono que fue y “hereu” –heredero en catalán, que yo ya lo voy hablando en la intimidad por si acaso- político suyo, Emiliano García Page practica cada vez con más empeño ese principio del pragmatismo político que es no dar una puntada sin hilo, un principio transversal que supera y desborda ideologías y que se acomoda al criterio de que lo que hay que hacer –y, sobre todo, decir- es lo que funciona.

Las últimas muestras de “bonismo” y pragmatismo político que nos ha dejado Page han llegado cuando a 2017 ya le quedaban pocas barbas que pelar y han tenido por sede los dos municipios de la región que mayor número de visitas turísticas concitan: Toledo y Sigüenza. Como después veremos, hasta los marcos en los que el presidente regional hace política no son elegidos al azar –al aliguí, como decimos en Guadalajara-, sino que son escogidos a conciencia y con ellos ya da la primera puntada para coser su objetivo político. Con hilo, por supuesto.

    Hace unos días, en el Palacio de Fuensalida, sede de la presidencia regional, como viene siendo costumbre desde tiempos de Bono, Page volvió a reunir en un “desayuno de trabajo” –eufemismo de rueda de prensa acompañada de café y bollos- a los directores de los medios de comunicación regionales para hacer balance de 2017 y, especialmente, para trazar algunas de las líneas maestras de su estrategia política para 2018. Page, en este encuentro con los periodistas que, por su característica casi multitudinaria, tiene más formato de mitin que de verdadera rueda de prensa, se mostró muy cerca de la euforia pues, por fin, ha podido aprobar el presupuesto regional gracias a su pacto de gobierno con Podemos, despejándosele así el futuro de la acción gubernamental, especialmente la inversora, cuando solo queda un año y medio para las próximas elecciones autonómicas y locales; o sea, “na”.

El pragmatismo político que tanto practica Page queda en notoria evidencia en el hecho de que, a pesar de que él mantiene un nítido discurso constitucionalista y españolista, no le sonroja lo más mínimo tener en la Junta un vicepresidente segundo podemita, José García Molina, que hasta se entrevistó con el entonces vicepresidente de la Generalitat, el republicano e independentista Oriol Junqueras, en vísperas del 1-O para mostrarle su apoyo en el referéndum ilegal catalán. Page no puede esgrimir que García Molina fue a Barcelona a hacer el juego a los separatistas solo a título particular y de partido, porque la Generalitat publicitó ese encuentro todo lo que pudo como si de institucional se tratara y no trató ni nombró a Molina como secretario general de Podemos en Castilla-La Mancha, sino como vicepresidente segundo de la Junta. Emiliano, más a la gallega que a la manchega, se desmarcó, pero sin hacer herida, de García Molina, y en vez de romper su reciente pacto de gobierno por superar una “línea roja” tan notoria como fue llevar su cargo en la Junta para hacer el “rendez vous” a Junqueras y Puigdemont, siguió negociando con él cargos, asesores liberados, “puertas giratorias”, áreas de gobierno reservadas… y el presupuesto regional. Como Luis de Góngora en su conocido “Ándeme yo caliente”, Page, al más puro estilo Bono, debió pensar:

Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.

                Resulta cuando menos curioso que un presidente regional, como Page, que dentro de su partido está considerado como del ala menos próxima a Podemos, haya sido el único que ha cerrado un pacto de gobierno con los de Pablo Iglesias y no solo de investidura. Eso, sin duda, habla de su habilidad política, que no seré yo quien se la niegue, pero a mi juicio también evidencia que, si bien el PSOE renunció al marxismo (de Karl) en el congreso extraordinario de 1979 que Felipe González forzó con su estratégica dimisión, Emiliano sigue practicando el marxismo (de Groucho) cuando conviene a sus intereses políticos personales y de partido, aunque él los disfrace de generales. Perfectamente sabe el “manchakari” que esta no es una región políticamente situada en la izquierda que defiende Podemos, a pesar de lo cual ha buscado un pacto con los morados como el sediento un oasis en el desierto, si bien, siguiendo el marxismo “grouchista”, en su reciente desayuno con la prensa ya habló de la previsible entrada de Ciudadanos en el próximo parlamento regional y tendió algunos puentes con los de Rivera, por si conviene cambiar el morado por el naranja.

Dejemos ya el desayuno toledano y vayamos con la despedida televisiva de 2017 para la que Page eligió este año como marco (incomparable, sin duda) Sigüenza. Lo primero, decir que le alabo el gusto porque Sigüenza siempre ha sido, es y será una buena elección. Pocas ciudades más bellas que ella hay, no solo en la región, sino en España entera. Pero dicho esto, tengo bien claro que si el presidente regional eligió la ciudad de Doncel para despedir el año, no es únicamente por tratarse de un bellísimo y turístico municipio regional, sino porque en sus cálculos electorales el partido judicial de Sigüenza va a jugar un papel muy importante para determinar la futura mayoría política de la Diputación Provincial, pero, sobre todo, porque es probable que, una vez más, la provincia de Guadalajara de a unos y quite a otros la mayoría en el parlamento regional. En ambas instituciones, parece evidente que, según coinciden la mayoría de sondeos demoscópicos, Ciudadanos va a ser decisivo, algo que Page sabe muy bien por lo que no descarten que, una vez aprobados los presupuestos regionales para 2018, comience a distanciarse de Podemos por cuestiones bastante más nimias que su desmañado apoyo al referéndum ilegal catalán. Se distanciará por eso y porque según esas mismas encuestas, al contrario que Ciudadanos, Podemos va pudiendo cada vez menos, lo que convierte a los morados en un ascua que cada vez calienta menos.

Aprovecho la ocasión para desear a todos los lectores de GD un feliz año nuevo, especialmente mucha salud pues, a partir de ella, podrán construir la felicidad, la paz, la prosperidad y todo cuanto anhelen.

               

 

 

 

Un torito de espumillón

Decía Jorge Valdano, bastante más habilidoso en el uso de la palabra que como futbolista lo fue en el de los pies, que “el fútbol es un estado de ánimo”. En gran medida, ciertamente, es así, pero no he traído esta frase a colación por el llamado “deporte rey”, sino por el tiempo de Navidad en el que estamos metidos de lleno desde hace ya varias semanas porque a los mercaderes, que en gran medida son quienes mueven el mundo de hoy, siempre les trae muy a cuenta anticipar y alargar las vísperas. La Navidad, como el fútbol -pido indulgencia a quien me tache de irreverente por esta comparación-, efectivamente es un estado de ánimo, generalmente alegre; incluso, a veces, eufórico, grado en el que se desborda la alegría cuando el dios, con minúscula, Baco, se cuela de rondón en el cumpleaños de Jesús, el Dios, con mayúsculas, que es lo que de verdad celebramos en este tiempo, aunque a veces lo pasemos por alto. A pesar de ello, no son ajenas a este tiempo también la melancolía, que es una forma de manifestarse la felicidad o la tristeza incompletas, e, incluso, la tristeza, que es la falta acusada de felicidad, generalmente causada por las ausencias o por otros motivos, como la enfermedad propia o la de seres queridos.

Si bien a alguien así se lo pudiera parecer por el aparente sombrío tenor de esta primera parrafada, lejos está de mi intención inclinar el ánimo del lector del lado de la alegría hacia el de la melancolía y, menos aún, al de la tristeza. Quien esté y quiera seguir estando en el equipo de la alegría, por seguir con el símil futbolístico, hace muy bien en continuar militando en él porque, no solo en el tiempo de Navidad, sino en cualquier otro, la vida no deja de ser un estado de ánimo y, aunque a veces las piedras del camino se empeñen en ponernos difícil el tránsito por él, hacerlo con la mejor disposición y talante es la opción deseable y aconsejable para caminar.

Eso sí, ruego a los alegres antropológicos que respeten a los afligidos, apenados, entristecidos, apesadumbrados, atribulados, pesarosos, mohínos, mustios, taciturnos, compungidos, llorosos, cariacontecidos o, simplemente, desanimados con los que se tropiecen en el tiempo de Navidad porque hay pocas cosas más torpes que, aún con la mejor de las intenciones, intentar forzar alegrías en el prójimo cuando no está por la labor. Por seguir con el lenguaje futbolero, pido a todos “respect” -respeto en inglés, que es el eslogan elegido por la FIFA para luchar contra el racismo y contra cualquier otra forma de hacer barrera de las diferencias- con el estado de ánimo del vecino, tanto a quienes el cuerpo les pida alegría como a los que no. Si es de patosos tratar de forzar la alegría en la melancolía o la tristeza ajenas, de aguafiestas, cascarrabias y ceñudo es tratar de fastidiar el festejo al festero cuando discurre por cauces razonables.

No quisiera dejar un poso amargo en el lector con esta entrada escrita en vísperas del tiempo de Navidad y que, quizás por el tono elegido, pudiera perecer una filípica contra el buen ánimo y un elogio de la taciturnidad. Si alguien lo ha entendido así, le pido sinceras disculpas y le invito a que se imbuya en la fiesta hasta donde pueda, quiera, deba y le dejen. Tiempo vendrá después para bajar el pistón de la juerga y volver a la monotonía de lo cotidiano que, además, tras la Navidad viene de la mano de un invierno que, a pesar de que parezca que estemos ya en él desde hace semanas, no entrará oficialmente en España hasta el 21 diciembre, concretamente a las 17:28, hora peninsular.

Como regalo al lector que haya sido capaz de llegar hasta este párrafo final, termino felicitando a todos la Navidad con el villancico de los villancicos de Guadalajara, el conocido “Torito” de la Ronda del Alamín, que es el santo y seña, el referente de la música tradicional navideña arriacense de este tiempo y que hay que tratar de conservar como oro en paño y siempre entre espumillón y buen ánimo:

 

En el barrio El Alamín, allí nacen los toreros (bis).

Moisés el primer espada, el Lara el banderillero.

Pa terminar la faena, Calvillo es el puntillero.

En el barrio El Alamín, allí nacen los toreros.

 

Uú, uú, torito ven acá, échale la capita al toro, échale.

Y dile uú, torito ven acá, ven acá, ven acá. (Estribillo)

 

Ventana sobre ventana y sobre ventana una.

En la ventana más alta estaba el Niño en la cuna. (Estribillo)

Ventana sobre ventana y sobre ventana dos.

En la ventana más alta estaba el Niño de Dios. (Estribillo)

Ventana sobre ventana y sobre ventana tres.

En la ventana más alta estaba el Niño Manuel. (Estribillo)

Ventana sobre ventana y sobre ventana cuatro.

En la ventana más alta está la Virgen de parto. (Estribillo)

Ventana sobre ventana y sobre ventana cinco.

En la ventana más alta estaba el Niño Perico. (Estribillo)

Ventana sobre ventana y sobre ventana seis.

En la ventana más alta están la mula y el buey. (Estribillo)

 

 

 

 

 

 

Investigar, desarrollar e innovar, pero poco

El futuro del desarrollo económico y social de una región depende en gran medida de su presente en el ámbito del llamado I+D+i (Investigación, desarrollo e innovación). Si echamos un vistazo a los datos que nos ofrece el vigente “Pacto por la recuperación económica de Castilla-La Mancha”, suscrito en 2015 y con horizonte de aplicación hasta el 2020, la verdad es que a esta región le aguarda un provenir no excesivamente halagüeño en materia económica, a pesar de que tiene algunas fortalezas geoestratégicas, principalmente su cercanía a esa locomotora de actividad que es Madrid, que incluso podría bastarle por sí misma para engancharse al vagón del desarrollo madrileño y casi casi dejarse llevar. Y lo peor para nosotros, los guadalajareños, es que en I+D+i, somos, con diferencia, la provincia con menos recursos en el ecosistema de la innovación en Castilla-La Mancha, concretamente en el ámbito de los centros tecnológicos e institutos de investigación, al estar radicados aquí solo 4 de los 61 que había en la región cuando se suscribió y puso en marcha el pacto antes aludido, cifras que, me temo, han variado muy poco.

De lo antes señalado se deduce que Guadalajara es la “cenicienta” de la innovación en la región y ésta casi lo es en el ámbito nacional pues el gasto interno de Castilla-La Mancha en I+D+i, según datos del INE de 2014, supone un 1,51 por ciento del gesto total interno en I+D en el conjunto nacional, menos de la mitad de lo que le correspondería atendiendo a su peso en el PIBpm nacional, o sea el Producto Interior Bruto a precios de mercado. Este dato lo corrobora otro que es el de los recursos humanos destinados a I+D+i en la región, en el que, lamentablemente, según cifras del INE hechas públicas ahora hace dos años, Castilla-La Mancha está, por seguir con el símil ferroviario, en el vagón de cola nacional al ser sólo un 0,6 por ciento los investigadores y el personal de I+D sobre el total de ocupados, un parámetro que solo empeoran las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla con un 0,2. Nuestra vecina y hermana región de Castilla y León casi triplica, con un 1,6 por ciento, el dato de investigadores sobre el total de ocupados, mientras que la media nacional se sitúa en el 1,8 por ciento, de lo que se deduce que en nuestra región hay solo un tercio de investigadores respecto a la media nacional. Como decía al comienzo, con estas cifras, desde luego, el futuro productivo de Castilla-La Mancha no parece caminar por la investigación el desarrollo y la innovación, lo que, entre otras muchas y negativas consecuencias, va a suponer la paulatina pérdida de competitividad de nuestros productos, tanto industriales como agroalimentarios. Mal camino no lleva a buen pueblo, decía sabiamente un paisano de Zaorejas, perito en mundos.

Retomando el tan expresivo como pésimo dato que antes he aportado de la manifiesta inferioridad de centros tecnológicos e institutos de investigación que hay en Guadalajara respecto al resto de provincias de la región (apenas un 6 por ciento del total), llama poderosamente la atención que nuestra provincia ocupe ese lugar postrero en un ámbito tan ligado a la actividad industrial cuando el Corredor del Henares es uno de los motores del desarrollo económico y social regional, al tiempo que esta es en la que mayor población activa hay empleada en el sector industrial y menos en el agrícola del conjunto de Castilla-La Mancha. Para no dejar el dato en abstracto, estos son los cuatro centros tecnológicos e institutos de investigación localizados en Guadalajara del total de 61 que hay en la región, según se recoge en el Pacto por la Recuperación Económica regional: Centro Agrario de Machamalo, Unidad de Investigación del Hospital Universitario de Guadalajara, Centro Astronómico de Yebes y Centro de Investigación en Infraestructuras Inteligentes (CI3), este último el único instituto de investigación público-privado que figura en esta relación.

Me llama la atención que, conforme a los datos ofrecidos por el Pacto, en Albacete hay 7 centros de investigación dependientes de la Universidad de Castilla-La Mancha, 14 en la de Ciudad Real, 5 en la de Cuenca y 6 en la de Toledo; evidentemente, en Guadalajara no hay ninguno pues nuestra provincia está vinculada al distrito universitario de Alcalá de Henares. El hecho de que no figure ningún centro tecnológico e instituto de investigación dependiente de la UAH con sede en Guadalajara o vinculado a ella en esta relación aportada por el referido Pacto, viene a subrayar un hecho que trasciende del ámbito de la I+D+i: En la Junta solo consideran universidad propia a la de Castilla-La Mancha y no a la de Alcalá, cuando es la de Guadalajara y, por tanto, también es regional y debería ser tratada y considerada como tal, algo que no ocurre, no solo para las estadísticas, sino para su financiación y el desarrollo de su campus en nuestra ciudad. Bien es sabido que la Junta tiene bloqueado el nuevo campus de la UAH en nuestra ciudad, a pesar de muchos protocolos, convenios, promesas y declaraciones suscritos por los responsables políticos regionales. Y, por si no lo saben, aunque hace tiempo lo publicó GD, les aporto este dato: la Junta paga más del doble por alumno en la UCLM que en la Universidad de Alcalá.

Y dejo el asunto aquí para que lo investiguen, desarrollen e innoven quienes quieran y puedan, no sin antes alertar del evidente descenso de actividad de I+D+i en la sede en Guadalajara del Parque Científico y Tecnológico de Castilla-La Mancha, en el Centro Europeo de Empresas e Innovación, en Aguas Vivas, un descenso que ha coincidido con la fusión de los antiguos parques autónomos de Albacete y Guadalajara en uno solo, que se llevó a cabo siendo presidenta regional Dolores de Cospedal y se ha desarrollado y consolidado con Page, y cuya sede y gerencia centralizada están en Albacete. ¿Casualidad o causalidad? Yo lo tengo muy claro.

La casa del Duque en su viejo palacio

​Como es sabido, los Arteaga y Martín, titulares del ducado del Infantado y de su patrimonio, han solicitado la ejecución de una sentencia que les daba la razón en el contencioso-administrativo que plantearon hace ya tiempo por el que reclamaban que se habilitara dentro del palacio del Infantado una vivienda para la familia, de acuerdo con el convenio que en los años sesenta firmaron con el Estado por el cual cedían la mayor parte del uso y propiedad del histórico edificio para su restauración y posterior reutilización como continente de actividades culturales. Ese convenio, firmado hace ya más de 50 años, permitió que el palacio que a Cela le pareció en 1946 -cuando hizo su viaje a pie a la Alcarria que dos años después convertiría también en literario- un “edificio hermoso” y “grande como un convento o un cuartel”, pero que estaba “en el suelo”, pudiera levantarse y recuperar su imagen y dignidad como el edificio más representativo y emblemático de la ciudad que es. Su restauración permitió, no solo poner en pie el palacio, sino también darle usos culturales de referencia, fundamentalmente como Biblioteca Pública, Museo y Archivo Histórico Provincial, una intervención recuperadora en la que, por cierto, como asesor histórico, participó muy activamente el entonces Cronista Provincial, Layna Serrano, cuya labor no estuvo exenta de polémica al recomendar una serie de cambios, especialmente en la fachada, que no gustaron a todos por ser muy notorios respecto a la original.
​Restaurado el edificio con mayor o menor acierto, el caso es que el Ducado del Infantado cumplió su parte del convenio y la Administración gran parte de la suya, pero no toda, como la justicia ha reconocido a los Arteaga -herederos de los viejos y poderosos Mendoza- concediéndoles derecho a tener una vivienda de uso privativo en el que fuera el palacio mendocino más señero en la ciudad, aunque no el único, como es bien sabido. En varias ocasiones y con varias propuestas, intentándolo de forma negociada y no forzada por orden judicial, la familia ha pretendido hacer valer su derecho habitacional en el Infantado, pero hasta ahora no se ha concretado, por lo que han decidido pedir la ejecución de la sentencia. Como también es conocido, ante este hecho se ha constituido una plataforma ciudadana, bajo el nombre de “Abraza el palacio”, que se opone frontalmente a que el Duque del Infantado actual tenga una vivienda en el que fuera palacio de su familia. Las últimas noticias al respecto de este tema, hechas públicas por el propio alcalde de la ciudad, Antonio Román, apuntan a que el Ayuntamiento va a denegar al Duque la licencia de obras que ha presentado por incumplir las vigentes ordenanzas municipales. El motivo en que se basaría la denegación de la licencia es en la existencia de una incompatibilidad urbanística, recogida en la ordenanza 09 del actual Plan de Ordenación Municipal (POM), entre el uso público del palacio y la existencia de una vivienda privativa dentro del edificio, puesto que la ordenanza solo establece la opción de residencia para guardeses o personal del Palacio.
​Ante esta situación de bloqueo del asunto, caben dos caminos: que el Duque renuncie a su derecho a vivienda en el palacio, a título gratuito -me da que va ser que no- u oneroso -mediante indemnización- o, como ha sugerido el alcalde tras consultar a los técnicos municipales, que se habilite esta residencia en los espacios que ya ocuparon en su día las dos viviendas que había en el edificio, una usada durante muchos años, en su calidad de directora de la Biblioteca, por Blanca Calvo -por cierto, una de las personas que más se han significado en apoyar “Abraza al Infantado”- y otra por el director del Museo, cuando lo fue Dimas Fernández-Galiano, que solo residió un tiempo en ella. Entiendo que para que se de esta posibilidad, habría de modificarse puntualmente la ordenanza pues, evidentemente, el Duque ni es “guardés” ni “personal” del Palacio.
​Sería un gran gesto para la ciudad que el Duque renunciara a su vivienda de uso privativo en el palacio del infantado, pero, obviamente, eso solo depende de él. Si no declinara el derecho que le ha otorgado la justicia, me parece razonable la propuesta que ha hecho Román porque, lógicamente, apenas se impactaría en la arquitectura del palacio si se recupera un espacio para vivienda que ya lo fue durante muchos años y este mismo hecho avala que es perfectamente compatible un uso predominantemente cultural en el edificio, con uno residencial residual. Llegados a este punto quiero recordar y resaltar que la propiedad privada es un derecho constitucional que ya recogía nuestra primera carta magna, la liberal “Pepa”, de 1812, que en su artículo 4 señala que la Nación está obligada a conservarla y protegerla «por leyes sabias y justas». Al igual que Blanca Calvo ejerció su derecho al uso de una vivienda en el palacio durante muchos años por ser directora de la Biblioteca Pública Provincial, que entonces tenía allí su sede y así lo contemplaba el entonces vigente Reglamento de la Función Pública, el Duque del Infantado puede ahora ejercer el suyo a tenerla en propiedad porque una sentencia judicial se lo ha otorgado, aunque, está claro, respetando las ordenanzas municipales y las leyes del patrimonio que sean de aplicación.
​Termino diciendo que a mí lo que, de verdad, me preocupa del palacio es que se restaure, mejore y renueve, lo antes y lo mejor posible, todo lo mucho que hay que restaurar, mejorar y renovar en el edificio y que el Museo que acoge, hace ya un tiempo en exclusiva tras salir de él la Biblioteca y el Archivo, deje de estar entre los provinciales de bellas artes menos visitados de España y que menos piezas de valor histórico-artístico reúne. Solo con el material procedente de Guadalajara que está en los almacenes, sin exhibirse al público, en museos como el Prado, el de Arqueología Nacional, el del Ejército, el Cerralbo y otros, ya aumentaría en mucho el interés y el valor de nuestro Museo Provincial.

¡Qué fuerte lo del Fuerte!

Como comentaba en mis dos entradas anteriores, el asunto de la no-independencia y la no-república de Cataluña podía dar para un hilo interminable, como la fantástica historia fantástica de Michael Ende, pero yo ya lo dejo en este punto porque no quiero contribuir ni un post más a hacerle el juego a la “gallineta” de Puigdemont, un personaje más cerca de lo bufonesco que de un político serio que, eso sí, ha hecho mucho daño a Cataluña y a España y parece empecinado en “sostenella y no enmendalla” para seguir haciéndolo. Asumo como propio el titular del “Periódico de Cataluña”, de 1 de noviembre: “President, déjelo ya”. Corto y cambio.

Ni es el momento -porque el asunto catalán está contaminando de ruido la cuestión- ni este el lugar -por limitaciones de espacio- para reflexionar sobre las consecuencias del Estado de las autonomías que devino con la Constitución del 78, buena pero imperfecta, claro está. Las causas de que surgiera esa estructura territorial son de todos conocidas: dar respuesta y cauce a las reivindicaciones de descentralización de las comunidades llamadas “históricas”, pero, repito, las consecuencias del “café para todos” -o sea, autonomía para todas las regiones, incluidas las inventadas, como Castilla-La Mancha-, evidentemente no han sido todas malas, pero sí han traído algún grave mal, fundamentalmente la creación de 17 nuevos centralismos y el surgimiento de fronteras, si no físicas, sí administrativas entre esas autonomías. Un mal que cada día padecemos más los ciudadanos, sobre todo los que vivimos en una región del vagón de cola del tren del progreso nacional, como es la nuestra, pero al lado de una potente locomotora como es la vecina Madrid. Meco es hoy casi más frontera para Guadalajara que La Junquera entre España y Francia.

Como ejemplo de lo que estoy diciendo podría poner muchos en los ámbitos de la sanidad, la educación, los servicios sociales, etc., pero hoy quiero abordar, aunque solo sea someramente, un hecho político que el centralismo toledano urdió hace ya 15 años y que aún colea, incluso en los tribunales de justicia: la declaración de los terrenos y los edificios del Fuerte de San Francisco, en Guadalajara, como “Proyecto de Singular Interés”. Así se produjeron los hechos, de forma muy resumida: Por acuerdo del Consejo de Gobierno de la Junta de Comunidades, de 26 de noviembre de 2002, este órgano prestó conformidad a la propuesta urbanística de la Consejería de Obras Públicas para la construcción de 665 viviendas protegidas, dotaciones y equipamientos en El Fuerte de San Francisco. Este acuerdo manifestaba “el interés regional de la propuesta como soporte para la ejecución de la política regional en materia de vivienda sujeta a protección pública, así como para la obtención de dotaciones y equipamientos destinados a la provisión de los correspondientes servicios públicos para los ciudadanos”. O sea, en cuanto los militares se marcharon del Fuerte tras siglo y medio de presencia en él -1 de enero de 2000- y el Ayuntamiento de Guadalajara se proponía actuar en el conjunto de esos terrenos tras firmar un convenio con el Ministerio de Defensa, la Junta decidió tirar de un artículo de la LOTAU -la Ley de Ordenación del Territorio y la Actividad Urbanística de la región- que hasta ese momento jamás se había aplicado y, sin contar con el ayuntamiento de la ciudad, en una maniobra política centralista y centralizadora, decidió declarar el Fuerte como Proyecto de Singular Interés, con la intención de construir 665 viviendas protegidas, al tiempo que con la obligación de dotar al sector de equipamientos públicos y de rehabilitar y poner en disposición de uso también público los edificios históricos del viejo cantón militar.

La música de aquel PSI sonaba bien, pero ¿la letra, se cumpliría la letra? Como todo esto llegó unos meses antes de las elecciones locales y autonómicas de 2003, este proyecto fue descaradamente instrumentalizado por el PSOE para intentar arrebatar al PP el ayuntamiento de la capital, que gobernaban los populares desde 1992, al tiempo que para relanzar las opciones de Barreda en la provincia, que ni era Bono ni se le parecía como candidato. Hasta folletos se hicieron -que pagamos todos- vendiendo que en el Fuerte se iban a hacer, no solo viviendas protegidas y a precios de baratillo, sino equipamientos como residencias de mayores, de estudiantes, centros culturales, sociales, instalaciones deportivas… y, por supuesto, se rehabilitarían y pondrían en uso los edificios históricos del Fuerte. Aquello no parecía perfecto, sino pluscuamperfecto.

Hoy, quince años después de aquel “toledanazo” -o pelotazo toledano, como prefieran- hagamos balance del PSI del Fuerte: es evidente que se han construido las viviendas -el proyecto en el que trabajaba el ayuntamiento contemplaba., incluso, la construcción de más-, pero la Junta, lejos de poner un euro, fue quien vendió los terrenos y obtuvo su lucro correspondiente. De los equipamientos públicos previstos en el proyecto, solo hemos visto hasta ahora la construcción del “Espacio TYCE” y, de la rehabilitación de los edificios históricos, tan solo se han restaurado la iglesia y, parcialmente, la cripta de los Mendoza; y no solo con fondos regionales, sino también estatales. ¿Y a lo demás, o sea, el antiguo monasterio franciscano, el taller de forja y el resto de naves del antiguo TYCE, cuándo les llega su hora? Como recordó el alcalde de Guadalajara en la última sesión municipal acerca del “estado de la ciudad”, celebrada hace unos días, el ayuntamiento se vio obligado a denunciar a la Junta por el incumplimiento del convenio que firmó con el consistorio y por el que se comprometía a abordar estas inversiones como promotora que era del conjunto del sector y una reciente sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha ha condenado a la administración regional a llevarlas a cabo e, incluso, a pagar las costas del pleito.

En ese ejercicio de despotismo que fue el PSI del Fuerte –“todo para Guadalajara, pero sin Guadalajara”-, la Junta hizo más política que verdadera gestión de interés público, pero lo vendió bien, como si el antiguo enclave militar, de su mano y no de la del ayuntamiento, fuera a convertirse en una ínsula Barataria. Pasado el tiempo -mucho, demasiado- se ha comprobado que la administración regional asumió los beneficios de aquel proyecto, pero no las cargas que conllevaba. Y no lo digo yo, lo ha dicho una sentencia judicial ¡Qué fuerte!

La gallineta segur que tomba

(La gallinita seguro que cae)

Esta nueva entrada podría haberse titulado “¿y ahora qué? (2)” y, dada la incertidumbre presente y previsiblemente también futura que envuelve al ya bautizado como “problema catalán”, es muy probable que le pudieran seguir muchas otras con el mismo título y ordinales in crescendo. Si tras el no-referéndum proindependentista del 1 de octubre nos preguntábamos qué iba a ocurrir a partir de ese momento por la confusión del estado de cosas y la reiterada desobediencia legal en que el gobierno de la Generalitat se había instalado, hoy nos lo volvemos a preguntar después de conocer la ambigua -y cínica- respuesta que Puigdemont ha dado al ultimátum que le había planteado Rajoy para que aclarara si el pasado 10 de octubre había declarado o no la independencia en el parlamento catalán, aunque luego la suspendiera ipso facto.

Los estereotipos adjudicados a los caracteres y rasgos personales de los habitantes de un determinado lugar, pongamos que hablo ahora de regiones, suelen ser muy injustos porque juzgan e igualan a todo el mundo por el mismo rasero, cuando las personas, por definición, independientemente del solar donde radiquen nuestra cuna y/o habitación, somos diferentes, incluso dentro de una misma familia. Prueba de lo que digo es que si los gallegos son tenidos por ambiguos y los catalanes por poseer mucho “seny” -sentido común-, las actuaciones del, solo protocolariamente, “molt honorable” presidente de la Generalitat de los últimos tiempos parecen ser más propias de un gallego que de un catalán pues son muy ambiguas y están muy alejadas del sentido común, que Dios me libre de negar a los gallegos. Efectivamente, Puigdemont hizo todo un alarde de ambigüedad -y de hipocresía- en la sesión del parlamento catalán en la que, supuestamente y según las ilegales “leyes de desconexión”, previamente aprobadas a la búlgara, iba a declarar “de forma solemne” la independencia de Cataluña y su constitución como república, quedándose en una declaración meramente retórica. Además, para llevar su ambigüedad -y doblez- a límites extremos, suspendía unos segundos después esa no-declaración para abrir “un período de diálogo”, intentando vender una buena voluntad y un buen rollito tipo “flower power” que jamás han tenido, ni él, ni los socios que le acompañan en esta, llamémosle por su nombre, traición a España y a los españoles y, por tanto, a Cataluña y los catalanes, aunque muchos de ellos sean colaboradores necesarios en esa felonía. Ante las dudas creadas por Puigdemont en su declaración -o no- de la independencia de Cataluña, el gallego presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, le emplazó con fecha y hora límites a que aclarara si había declarado o no a Cataluña independiente, a lo que, vencido el plazo, el supuestamente “molt honorable” ha vuelto a responder de forma ambigua, más a la gallega que a la catalana si recurrimos a los estereotipos, aunque hace ya tiempo que a Cataluña no la conoce ni la madre que la parió y está más en la “rauxa” -el arrebato, la subversión- que en el “seny”. Mala elección esta de la Cataluña bifronte, como Jano.

El ambiguo texto de la contestación que el presidente catalán ha dado a Rajoy cuando éste le pedía una respuesta breve y concreta es una prueba más del dislate y la huida hacia adelante en las que el “govern” lleva instalado desde que las radicales y antisistema CUP sumaran sus escaños a los de “Junts pel sí” para caminar de la mano contra el derecho y la razón, contra viento y marea, hacia una independencia que no quieren, al menos, la mitad de los catalanes ni la inmensa mayoría de los españoles y de los europeos, con lo que, además de ser legalmente imposible, es racionalmente inaceptable que se persiga de esta forma. Esta no-respuesta de Puigdemont, además de ambigua y errática, es muy cobarde, muy gallina, porque con ella no busca un diálogo “sincero”, al que apela en ella de forma cínica e hipócrita, sino seguir eludiendo sus responsabilidades penales y civiles, que son aún más graves que las políticas, pero que, más pronto que tarde, el estado de derecho le debe hacer pagar si no rectifica, algo ya improbable. Pedir diálogo fuera de la ley al gobierno central es de locos, máxime si lo piden quienes ni siquiera lo han practicado con la oposición en el parlamento catalán cuando han tramitado sus “leyes de desconexión”, saltándose a la torera -y eso que están prohibidos los toros en Cataluña– la Constitución española, el Estatuto catalán, el reglamento del parlamento autonómico y las más elementales normas que han de regir una cámara legislativa mínimamente democrática. Los hechos de los independentistas han enmerdado tres palabras con las que se llenan la boca: democracia, diálogo y paz, al tiempo que les han hecho nada fiables por no reconocer ni respetar las leyes que no les gustan; mal bagaje para ir a ninguna parte.

Me dio mucha pena oír decir hace algunas semanas al cantautor independentista Lluis Llach que habría que castigar a los funcionarios que no acataran el “procés” de autodeterminación; o sea, él que fue uno de los referentes de la “nova cançó”, que tanto admiramos algunos y cuyas canciones creíamos que eran puertas abiertas a la libertad, resulta que quiere atar a la “estaca” de la república catalana a los catalanes que no piensan como él y al resto de españoles al pretender robarnos la soberanía nacional; pero seguro que ese despropósito en fondo y forma “tomba, tomba, tomba” (cae, cae, cae), como proclamaba su propia canción, precisamente titulada “La estaca”, por la fuerza de la ley y la de la razón. Termino ya con otra de las más conocidas canciones de Llach, “La gallineta”, que me ha recordado mucho la cobarde actitud de Puigdemont al refugiarse en tablas, como los toros mansos, a la hora de contestar a Rajoy: “La gallina ha dit que no, visca la revolució” (la gallinita ha dicho que no, viva la revolución). Aunque, bien mirado, esta gallineta no ha dicho ni que sí ni no, si bien todos sabemos que lo que ha querido decir es que sí, aunque no se ha atrevido. Y lo de “visca la revolució” se lo cantarán las CUP mientras los de ERC harán los coros.

P.D.- En vez de hablar del “problema catalán” -en realidad es español-, me hubiera gustado dedicar este post a tratar sobre la declaración de Guadalajara como “Ciudad Europea del deporte 2018”, una extraordinaria noticia que viene a hacer justicia al magnífico trabajo que Eladio Freijo viene haciendo al frente de la concejalía de Deportes desde hace ya diez años. Concejales como él dignifican la política y la hacen muy muy grande. Vayan también mis felicitaciones a todos los que han colaborado con Eladio para que se haya producido este importante reconocimiento, desde el alcalde y resto de concejales hasta el empleado más novel del Patronato de Deportes y, por supuesto, a las gentes del deporte de la ciudad: federaciones, clubs, colegios de árbitros, centros escolares, asociaciones, voluntarios, practicantes activos y aficionados en general.

¿Y ahora qué?

¿Y ahora qué? Esa es la pregunta que nos hacemos tras el “domingo triste” que vivimos ayer todos los españoles, incluso quienes quieren dejar de serlo, por causa del referéndum ilegal que el gobierno catalán se empeñó en celebrar y el español en que no se celebrara, quedando los empeños de uno y otro a mitad de camino, aunque la ley estuviera y siga estando de parte del segundo y la ilegalidad y la obcecación continuadas de parte del primero. Por si a alguien le entra la duda de mi posible equidistancia en este asunto por lo que llevo escrito, se la disipo ya mismo: estuve, estoy y estaré, como demócrata, con la legalidad, y rechacé, rechazo y rechazaré a los que la pretenden alterar por la vía de los hechos y no del derecho; esos sí que son fascistas -vean su definición si no en el diccionario de la RAE-, “fachas” si lo prefieren, y no quienes portamos banderas de España, aunque sea sin tremolarlas a más viento que el del corazón, como es mi caso.

Si bien los principales culpables políticos -y responsables civiles y penales, por supuesto- de todo lo que ocurrió ayer en Cataluña son el gobierno catalán y sus socios antisistema y ácratas de la CUP, sinceramente creo que el gobierno de Rajoy debía haber medido mejor los tiempos y no dejar que las cosas llegaran hasta donde lo hicieron porque, aunque sin duda lo hizo por sensatez, prudencia y moderación, intentando devolver a ellas a Puigdemont y sosias, los antecedentes en el comportamiento de esta “tropa” dejaban entrever que no se bajarían del burro -de raza catalana, por supuesto, o sea, robusto y cabezón- y que echarían un pulso al Estado que, aunque lo perdieran en el fondo, algo de rédito les dejaría en las formas. Ese rédito se lo llevan cobrando desde primera hora de la mañana del domingo en que comenzaron a aparecer en los medios de comunicación y las redes sociales las imágenes de unos queriendo votar a la fuerza y la Policía y la Guardia Civil -la gran mayoría de los Mossos estuvieron ayer en Belén, con los pastores, y espero que no les salga gratis- tratándoselo de impedir, también a la fuerza. Y aquí tampoco cabe la equidistancia porque las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado cumplían las órdenes de los jueces y del gobierno, mientras que quienes se enfrentaron a ellos querían pasarse el estado de derecho por el forro de la entretela de sus barretinas, tan caladas hasta los ojos que no ven, mejor dicho, no quieren ver lo que no les apetece ver.

Pero sí, fue un domingo triste porque no es agradable ver escenas tan crispadas y violentas como las que ayer se produjeron en algunos colegios y que están sirviendo para nutrir el victimismo de los independentistas y, con ello, cargar con algo de razón su sinrazón; a ello están contribuyendo algunos medios de comunicación nacionales y bastantes internacionales. En el primer caso, por línea editorial y/o intereses empresariales, pero, en el segundo, simplemente porque es más noticia la sangre corriendo por la cara de un independentista golpeado por un policía que informar a los lectores del articulado de la Constitución española que dice que, si ésta no se reforma, no es posible la independencia de ninguna región, ni poner en marcha ningún proceso que encamine a ello. Y, de paso, recordar también que, si no se respeta la ley, no hay democracia, porque reducirla al simple ejercicio del voto, como los del “procés” pretenden, es tan mendaz y avieso como juzgar a todos los catalanes por un mismo rasero. En todo caso, esa es la batalla que ganaron los independentistas en su “referéndum” paranoico: hacerse visibles ante el mundo -ayer colocaron Cataluña en el mapa y conocieron las reivindicaciones de los independentistas muchos millones de personas- y, además, como víctimas de un Estado que les “oprime” y del que se quieren ir, entre otras razones, porque, precisamente, les oprime y “no les deja ser libres”, un discurso que vende mucho pero que es más tramposo y felón que la voluntad de diálogo del gobierno catalán. El nacionalismo, que es el independentismo disfrazado, es experto en la manipulación y en dar la vuelta a las cosas hasta situarlas donde le conviene.

Hablaba antes del eco que tuvo ayer el pseudo-referéndum catalán en la prensa internacional y he recordado un artículo sobre esta cuestión que apareció el día 21 de septiembre en el prestigioso diario francés Libération -fundado por Jean Paul Sartre, pro-marxista en su inicial línea editorial, pero actualmente situada en el centro izquierda- y que, por su interés y oportunidad, me hizo llegar el sábado un buen amigo. No tiene desperdicio la pieza porque pone los puntos sobre las “íes” al “procés” y califica al separatismo catalán de “nacionalismo obtuso, racista y excluyente”, además de considerarle un grave peligro para Europa. El artículo es realmente contundente, pero este párrafo, demoledor: “El relato hábilmente desplegado por el campo separatista está a mil leguas de este movimiento cultural y democrático, europeo y abierto. Se encuentran, repetidos como un mantra, todos los clichés del nacionalismo más obtuso, teñidos de racismo, de desprecio de clase, incluso de una forma de supremacismo cultural: de un lado el “nosotros”, un pueblo educado, trabajador, progresista, honesto, republicano y europeo. Del otro, “ellos”, canalla ibérica retrógrada, perezosa y corrupta, atada a una monarquía desacreditada a fuerza de escándalos y perpetuamente retrasada respecto a la hora europea”. El artículo del diario francés acaba con este pronóstico, que asumo como propio y da respuesta, aunque sea de forma indirecta, a la pregunta que encabeza este post: “Si un solo régimen constitucional -húngaro, polaco u hoy español- es derrocado por la subversión de las reglas democráticas en beneficio de un partido o coalición con pretensión hegemónica y mesiánica, habrá que escribir la necrológica de Europa como espacio fundado sobre la separación de poderes y el imperio de la ley”.

Nuestra Constitución tiene la característica de ser rígida, pero ni está petrificada ni es inmutable. Es posible reformarla -el Título X está dedicado a ello-, pero no al gusto y el antojo de unos cuantos españoles, por muchos que sean y mucho ruido que hagan, sino al de una amplia mayoría porque esa es la única forma de que tenga vigencia y de ella se saque el provecho que la del 78 nos ha aportado: casi 40 años de democracia, libertad, justicia y paz.

Ciclos

Cuando me he dispuesto a escribir esta nueva entrada, ha venido a mi recuerdo un gran trabajo discográfico de un mítico grupo musical español, “Canarios”, concretamente el que tituló “Ciclos” y que estaba inspirado en una de las composiciones de música clásica más populares y reconocidas: “Las cuatro estaciones”, de Vivaldi. Aunque es la parte dedicada a la primavera la más conocida y reproducida de las cuatro estaciones, tanto de Vivaldi como de “Canarios”, a mí siempre me han gustado especialmente, tanto en la versión original como en la variación inspirada en ella, las referidas al otoño que, si se comparan unas con otras, no dejan de ser a su vez unas variaciones de la primavera porque, en el fondo, ambas estaciones son la cara A y la B de un mismo tiempo, el amanecer y el ocaso de un mismo día, la luz y la sombra que emana del pábilo de una vela que encendida o apagada.

Dando por hecho que una gran mayoría de lectores han escuchado muchas veces la versión clásica de “Las cuatro estaciones” y que tienen perfectamente interiorizada, al menos, la melodía básica de “La primavera”, propongo a quienes no hayan escuchado nunca la moderna que hizo “Canarios” que traten de hacerlo porque, si bien para gustos están, no solo los colores sino también las músicas -y, afortunadamente, muchas cosas más-, “Ciclos” es un buen trabajo musical de un grupo español de los 70 que quiso ir, y fue, mucho más allá de lo que se hacía en nuestro país en esos años. El rock sinfónico de Canarios, grupo liderado por Teddy Bautista -sí, el del reciente follón con las cuentas de la Sgae-, sublimado en “Ciclos”, tenía su referente en grupos muy importantes y de reconocido prestigio a nivel mundial, como Emerson, Lake and Palmer o Focus y, aunque no alcanzaron ni su nivel, ni su fama, ni su longevidad, su trabajo fue más que digno y, sobre todo, valiente, no osado. Este trabajo de “Canarios”, como decía, está basado en “Las cuatro estaciones”, de Vivaldi, pero no es una interpretación de ésta con instrumentos electrónicos, sino que desarrolla melodías que la integran. En “Ciclos”, la primavera, el verano, el otoño y el invierno del año solar son sustituidas por cuatro “actos o transmigraciones” -así se denominan en el álbum original- dedicados al nacimiento, juventud, madurez y vejez de las personas.

¿Y a qué viene este canto a Vivaldi y, sobre todo, a Canarios? Como ya anticipaba al principio, ha sido ponerme a escribir y la inspiración llevarme a los “Ciclos”, tanto del gran compositor italiano como del grupo español, porque si hay un ciclo que en Guadalajara termina, da paso a otro y se acusa de forma remarcada es, precisamente, el que estamos viviendo en estas horas que llegan tras el final de las Ferias de la ciudad. Con la última explosión de luz, color y sonido de los fuegos artificiales que el domingo, 17, pusieron el colofón a las fiestas de la capital ha caído el telón del verano y, con él, lo que este tiempo conlleva, resumidamente calor, vacación y fiesta. Ahora ya toca frío -de momento solo fresco, como aquí llamamos al mismo frío cuando lo hace de verdad, en un ejercicio casi eufemístico-, trabajo -ojalá fuera para todos y, además, bien remunerado- y hábitos de diario, que tienen su virtud, pero casi siempre la lastran la monotonía y el aburrimiento.

Si cuando llega el final de las vacaciones de verano, sea en julio, agosto o septiembre, los cuerpos lo acusan de aquella manera y, cada vez con mayor frecuencia, más que carne de cañón, son carne de diván de psicólogo para aliviar el llamado “síndrome posvacacional”, el final del verano, producido al tiempo que el de las fiestas de la ciudad, es una dura coincidencia que, para muchos, sobre todo los más jóvenes, termina de rematar el hecho de, acabado lo bueno de golpe, tener que reiniciar la disciplina y rutina del estudio o, peor aún, de la búsqueda de trabajo, que a veces parece la del unicornio, un mito irreal e inalcanzable.

Ya ven que, a pesar de que peino canas, de que mis vacaciones las terminé antes de comenzarlas y de que las Ferias apenas me han rozado, mi cuerpo y mi espíritu están aquejados del palo que para ellos trae este tiempo en el que se nos va un ciclo de exteriores y de expansión y se aviene otro de interiores y de regresión; y no me estoy refiriendo a la lineal múltiple, como los matemáticos y afines bien saben. Para mi consuelo, y el de quienes esté contribuyendo a hacer caer en la melancolía propia de este tiempo, me agarro al clavo de que el otoño es la primavera adulta y madura, especialmente en esta provincia en la que las tierras se visten en tonos amarillos, ocres y cobrizos que solo se hayan en las paletas de los mejores pintores. Y para quienes, como “Canarios”, ven en el otoño, no sólo la madurez del año solar, sino la de las propias personas, vaya este verso de Luis de Góngora, un gran poeta español al que el tiempo y el grandioso rival con el que osó discrepar y retarse literariamente, Quevedo, han difuminado en exceso su obra:

Mozuelas las de mi barrio,

Loquillas y confiadas,

Mirad no os engañe el tiempo,

La edad y la confianza.

No os dejéis lisonjear

De la juventud lozana,

Porque de caducas flores

Teje el tiempo sus guirnaldas.

Como verán, en realidad no se trata de una oda a la madurez, sino a la vejez; o sea, al invierno de “Canarios”. Pero denle tiempo al tiempo, que todo llega. Y pasa.

Ir a la barra de herramientas