Un torito de espumillón

Decía Jorge Valdano, bastante más habilidoso en el uso de la palabra que como futbolista lo fue en el de los pies, que “el fútbol es un estado de ánimo”. En gran medida, ciertamente, es así, pero no he traído esta frase a colación por el llamado “deporte rey”, sino por el tiempo de Navidad en el que estamos metidos de lleno desde hace ya varias semanas porque a los mercaderes, que en gran medida son quienes mueven el mundo de hoy, siempre les trae muy a cuenta anticipar y alargar las vísperas. La Navidad, como el fútbol -pido indulgencia a quien me tache de irreverente por esta comparación-, efectivamente es un estado de ánimo, generalmente alegre; incluso, a veces, eufórico, grado en el que se desborda la alegría cuando el dios, con minúscula, Baco, se cuela de rondón en el cumpleaños de Jesús, el Dios, con mayúsculas, que es lo que de verdad celebramos en este tiempo, aunque a veces lo pasemos por alto. A pesar de ello, no son ajenas a este tiempo también la melancolía, que es una forma de manifestarse la felicidad o la tristeza incompletas, e, incluso, la tristeza, que es la falta acusada de felicidad, generalmente causada por las ausencias o por otros motivos, como la enfermedad propia o la de seres queridos.

Si bien a alguien así se lo pudiera parecer por el aparente sombrío tenor de esta primera parrafada, lejos está de mi intención inclinar el ánimo del lector del lado de la alegría hacia el de la melancolía y, menos aún, al de la tristeza. Quien esté y quiera seguir estando en el equipo de la alegría, por seguir con el símil futbolístico, hace muy bien en continuar militando en él porque, no solo en el tiempo de Navidad, sino en cualquier otro, la vida no deja de ser un estado de ánimo y, aunque a veces las piedras del camino se empeñen en ponernos difícil el tránsito por él, hacerlo con la mejor disposición y talante es la opción deseable y aconsejable para caminar.

Eso sí, ruego a los alegres antropológicos que respeten a los afligidos, apenados, entristecidos, apesadumbrados, atribulados, pesarosos, mohínos, mustios, taciturnos, compungidos, llorosos, cariacontecidos o, simplemente, desanimados con los que se tropiecen en el tiempo de Navidad porque hay pocas cosas más torpes que, aún con la mejor de las intenciones, intentar forzar alegrías en el prójimo cuando no está por la labor. Por seguir con el lenguaje futbolero, pido a todos “respect” -respeto en inglés, que es el eslogan elegido por la FIFA para luchar contra el racismo y contra cualquier otra forma de hacer barrera de las diferencias- con el estado de ánimo del vecino, tanto a quienes el cuerpo les pida alegría como a los que no. Si es de patosos tratar de forzar la alegría en la melancolía o la tristeza ajenas, de aguafiestas, cascarrabias y ceñudo es tratar de fastidiar el festejo al festero cuando discurre por cauces razonables.

No quisiera dejar un poso amargo en el lector con esta entrada escrita en vísperas del tiempo de Navidad y que, quizás por el tono elegido, pudiera perecer una filípica contra el buen ánimo y un elogio de la taciturnidad. Si alguien lo ha entendido así, le pido sinceras disculpas y le invito a que se imbuya en la fiesta hasta donde pueda, quiera, deba y le dejen. Tiempo vendrá después para bajar el pistón de la juerga y volver a la monotonía de lo cotidiano que, además, tras la Navidad viene de la mano de un invierno que, a pesar de que parezca que estemos ya en él desde hace semanas, no entrará oficialmente en España hasta el 21 diciembre, concretamente a las 17:28, hora peninsular.

Como regalo al lector que haya sido capaz de llegar hasta este párrafo final, termino felicitando a todos la Navidad con el villancico de los villancicos de Guadalajara, el conocido “Torito” de la Ronda del Alamín, que es el santo y seña, el referente de la música tradicional navideña arriacense de este tiempo y que hay que tratar de conservar como oro en paño y siempre entre espumillón y buen ánimo:

 

En el barrio El Alamín, allí nacen los toreros (bis).

Moisés el primer espada, el Lara el banderillero.

Pa terminar la faena, Calvillo es el puntillero.

En el barrio El Alamín, allí nacen los toreros.

 

Uú, uú, torito ven acá, échale la capita al toro, échale.

Y dile uú, torito ven acá, ven acá, ven acá. (Estribillo)

 

Ventana sobre ventana y sobre ventana una.

En la ventana más alta estaba el Niño en la cuna. (Estribillo)

Ventana sobre ventana y sobre ventana dos.

En la ventana más alta estaba el Niño de Dios. (Estribillo)

Ventana sobre ventana y sobre ventana tres.

En la ventana más alta estaba el Niño Manuel. (Estribillo)

Ventana sobre ventana y sobre ventana cuatro.

En la ventana más alta está la Virgen de parto. (Estribillo)

Ventana sobre ventana y sobre ventana cinco.

En la ventana más alta estaba el Niño Perico. (Estribillo)

Ventana sobre ventana y sobre ventana seis.

En la ventana más alta están la mula y el buey. (Estribillo)

 

 

 

 

 

 

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