Valverde de mis amores

Siendo yo aún bastante niño, la primera vez que vi una foto de Valverde de los Arroyos, hecha por mi padre con su inseparable Voigtländer, me enamoré de este pueblo por la belleza suma y diferente que reúne. Suma porque puede haber otros pueblos castellanos iguales o parecidos a él -pocos, muy pocos-, pero no más bellos. Y diferente, porque en estas tierras de Guadalajara en las que la horizontalidad ocupa gran parte de su piel, la verticalidad tendida y la altura de Valverde ofrecen una belleza singular y alternativa.

El amor de niño es muy puro, no está maleado y es el menos interesado de los amores. Es más, no hay -no debería haber- amores interesados porque el amor químicamente puro está en las antípodas del interés y es incompatible con él. Un amor interesado es como un amanecer vespertino o como un lunes dominical, una contradicción; no es posible y, si lo es, solo como metáfora porque o amanece o atardece, con el mediodía de transición, y es domingo o lunes, con solo un nanosegundo entre un día y otro, a las 12 en punto de la noche.

Como decía, me enamoré de niño de Valverde, de forma leal y desinteresada, aún sin haber estado en él y a través de una fotografía en blanco y negro, una técnica fotográfica insuperable para poner en valor la naturaleza muerta, pero la menos adecuada para realzar la viva. Y Valverde es naturaleza viva incluso en la larga invernada, cuando lo dominan el blanco de la nieve, el negro de la pizarra, el gris oxidado de la cuarcita y el siempre verde de los árboles de pequeño porte y de los arbustos de altura, de las eras y de los escuetos sotos fluviales de los mil y un arroyos que le dan apellido y por los que corre el agua incluso en tiempos como estos en los que apenas cae del cielo.

Sí, me enamoré de Valverde solo a través de una fotografía y que, además, era en blanco y negro, pero aquel amor infantil y a primera vista pronto se convirtió en pasión cuando, poco tiempo después, fui por primera vez a ver ese pueblo cuya belleza tanto me había impactado y, nada más avistarlo en la distancia, tras dejar atrás el espeso bosque autóctono de Palancares, en una intransitada y sinuosa carretera -más bien camino- de macadam, advertí que la foto de mi padre no le había hecho en absoluto justicia y que su belleza no sólo era llamativa, sino sublime. Valverde aparecía allí, bajo el dios de cuarcita, pizarra y agua llamado Ocejón, pegado tanto al paisaje que parecía mimetizarse con él. Desde ese mismo momento supe que mi amor por Valverde no era un capricho infantil, que igual que viene se va, sino que había llegado a mi aún corta vida para quedarse porque tanta belleza no podía serlo solo a los ojos y el corazón de un niño, sino a los de cualquiera y en cualquier tiempo.

Volví por Valverde de niño y adolescente algunas veces, aunque cuando más lo frecuenté fue ya de joven, de la mano de ese hermano que no me encontré en casa, sino en un afortunadísimo recodo de los caminos de la vida, que se llama Javier Borobia y que, como en tantas ocasiones he dicho y seguiré diciendo, es un verdadero perito en Guadalajaras pues, no solo conoce estas tierras como pocos, sino que las comprende y verbaliza como nadie. Si la primera vez que fui a Valverde lo hice de la mano de mi padre, muchas veces más lo hice después de la mano de Javier, percibiendo el afecto fraternal con la misma intensidad que había percibido el paternal y llevándome ambos de manera firme y segura, ayudándome así a ser menos niño y a ser mejor mayor.

Como el hijo pródigo, regresé el pasado domingo de Ramos a Valverde después de mucho tiempo sin ir por allí. Tenía alguna duda sobre la vigencia de mi amor por el pueblo de los arroyos; sabía que me iba a encontrar mucha gente, probablemente demasiada, y que aquel pueblo-pueblo serranísimo, aislado y de muy escasa población que yo conocí, ya no era el mismo porque los árboles de los centenares de turistas que cada fin de semana lo visitan no me iban a dejar ver el bosque verdadero de ese bello lugar que, como decía, está tan pegado al paisaje que es imposible que lo esté más y que solo lo separan de él, lo separamos, quienes vamos allí como el que va a visitar un  parque temático de ruralidad plena. Efectivamente, Valverde estaba abarrotado de gente que iba y venía por todas partes, preferentemente en dirección a las eras y, de ahí, hacía las Piquerinas, Despeñalagua e, incluso, el camino de Majaelrayo y del mismo Ocejón. A pesar del trasiego de personal por esas calles valverdeñas de tan sonoros nombres: Trasiglesia, Ejido, Fragua, Escuelas, Arroyo…  advertí varias circunstancias que me aliviaron sobremanera: el estado de conservación del conjunto urbano -como es sabido, un extraordinario ejemplo de arquitectura negra- supera el notable alto, hay una significativa actividad económica en él, gracias al turismo, que contribuye a su pervivencia, y sigue siendo una comunidad viva, escasamente poblada, pero viva. Este último hecho lo confirmé cuando asistí a la bendición de ramos en el Portalejo, el atrio de la iglesia en el que se escenifican los autos sacramentales de la Octava del Corpus -la gran fiesta de los sentidos valverdeña- que fueron recuperados por José María Alonso Gordo, con la colaboración de Emilio Robledo y Moisés García de la Torre, tras dejar de representarse, mediado el siglo XX, cuando la emigración masiva diezmó Valverde, al igual que a gran parte de los pueblos de la zona e, incluso, de la provincia y aún de casi toda Castilla. Precisamente, en el Portalejo coincidí con José María Alonso, valverdeño militante, quien esperaba, junto a un nutrido grupo de convecinos, la bendición de los ramos -allí, tradicionalmente, son de acebo-, al tiempo que escuchaba una de las tres versiones del cantar del domingo de ramos que, él mismo, junto con José Fernando Benito y Emilio Robledo, recogió en su libro conjunto “Cancionero popular serrano (Valverde de los Arroyos”, que fue Premio de Investigación en 1978 de la Diputación de Guadalajara.

Mucho han cambiado las cosas en Valverde desde que, a través de una foto en blanco y negro, me enamoré de él siendo niño. En todo caso, yo, a pesar de unos cuantos pesares, sigo percibiendo su esencia y su alma. Y le confieso de nuevo la permanencia de mi amor. Ahora sereno, maduro y en color.

Román no aprueba y es malo

La mayoría relativa del PP en el Ayuntamiento, que cuando Ciudadanos se levanta con el pie izquierdo es minoría absoluta, nos está dejando extrañas escenas en el salón de plenos municipal, como las que The Doors nos cantaban y contaban que ocurrían dentro de la mina de oro, en su mítico álbum  “Weird Scenes Inside The Gold Mine”, que data ya de 1972, cuando Munich acogió los Juegos Olímpicos y yo empezaba a despabilarme de la niñez en la calle de la Música, precisamente.

Pocos días hay que no nos desayunemos, almorcemos o cenemos –y, a veces, hasta merendemos- con un bochinche municipal en el que la oposición de izquierdas –PSOE + Ahora Guadalajara, cuyos votos se suelen sumar en un 99 por ciento de las ocasiones-, no pocas veces aliada al partido de centro/izquierda/derecha –Ciudadanos- gana una votación al equipo de gobierno, supuestamente de centro derecha –PP-, sobre una cuestión que, generalmente, no pasa de ser de campanario y pura cohetería, es decir, que hace ruido, pero trae pocas nueces.

La última asonada plenaria ha consistido en que la oposición de izquierdas, con la abstención de la de centro/izquierda/derecha, ha “reprobado” (literalmente) al alcalde, Antonio Román, porque, según le acusan los reprobadores, su equipo de gobierno no colabora con ellos convenientemente, dificultándoles su acceso a la documentación que le requieren e incumpliendo así las más elementales normas de transparencia y, por supuesto, el Reglamento de Organización, Funcionamiento y Régimen Jurídico de las Entidades Locales que, como no podría ser de otra manera, regula el acceso a la información y documentación municipal de todos los ediles, sean gobernantes u opositores.

Uno de los ejemplos que Ahora Guadalajara puso en el pleno para tratar de evidenciar que sus quejas eran ciertas fue el convenio de cesión del campo de fútbol Pedro Escartín que el Ayuntamiento de la capital tiene firmado con el C.D. Guadalajara y que, según José Morales, el portavoz del grupo municipal “podemita”, no les ha sido entregado porque sospecha que, o bien no existe, o ha caducado. Desconozco la situación real y legal de este convenio, pero, casualmente, me he acordado de que, siendo yo concejal del equipo de gobierno del PP en el último mandato de José María Bris (1999-2003) -gran alcalde y mejor persona-, cuando conseguí contratar para las Ferias de 2001 la actuación de “La Oreja de Van Gogh”, año en el que dieron el pelotazo y toda España los quería en sus programaciones, optamos por bajar esta actuación al Pedro Escartín porque el Auditorio Municipal se iba a quedar, no pequeño, sino pequeñísimo, pues tenía una capacidad para poco más de 4000 espectadores, cuando a la actuación del entonces grupo de Amaya Montero terminaron asistiendo 17000. Pues bien, curiosamente, todo el mundo remó a favor de aquella decisión que hasta suponía una modificación contractual por el cambio de escenario, menos la Junta de Comunidades que, de repente y con el único ánimo de tocar las pelotas –con perdón-  al Ayuntamiento y salir en el cartel de “La Oreja”, se sacó de los archivos un viejo documento de la franquista Delegación Nacional de Educación Física y Deportes, con su “pollo”, su yugo, sus flechasy su “una, grande y libre” en el membrete. Según ese documento, el campo era del Estado –que en una fase de transferencias autonómicas lo había cedido a la Junta- y en él solo se podían celebrar eventos no deportivos sin su autorización. Cuando se transfirió la titularidad del Pedro Escartín del Estado a la Junta, en los años 80, ni se renovó, ni se modificó ese convenio, por lo que, con su caspa, olor a rancio, caducidad de hecho y todo, el gobierno regional socialista, que hasta entonces había pasado del Escartín como de comer mierda –con perdón-, lo exhibió sin pudor alguno, con el misérrimo fin de poder exigir que, en un rincón del cartel de la actuación del entonces muy famoso grupo musical donostiarra, pusiera “Colabora: Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha”. Y unas entraditas de “baracalofi” para algunos, claro…

Cuento esta batallita de “viejoven” para darle una pista a José Morales sobre el convenio de cesión del Pedro Escartín al Depor que, al parecer, el equipo de gobierno no le da, aunque el que tenía el “pollo franquista” y que a mí me puso la Junta encima de la mesa para sacarme un logotipo en el cartel del concierto de “La Oreja” –y las entraditas, por supuesto-, dejó de ser de aplicación cuando se suscribió uno nuevo en el mandato 2003-2007, siendo alcalde Jesús Alique y concejal de Deportes, José Alfonso Montes, con ocasión de la cesión de la Junta al Ayuntamiento del campo de fútbol que, por cierto y si mal no recuerdo, en septiembre de este año hará 50 años que fue inaugurado.

Como viceportavoz del Grupo Popular en el Ayuntamiento que fui en el mandato 2003-2007, siendo oposición al equipo de gobierno de Alique, sé muy bien lo que es padecer dificultades para ejercer ese trabajo; y lo dejo ahí, no voy a dar más detalles. Por ello, si es cierto lo que dice la actual oposición al equipo de Román, invito a éste y a sus concejales a que faciliten la labor de aquella, porque la transparencia es esencia de la democracia y el estado de derecho su columna vertebral. Al tiempo, pido a la oposición seriedad, rigor, coherencia y altura de miras, algo que no siempre ha evidenciado pues parece mucho más preocupada en desgastar a Román y su equipo que en mejorar Guadalajara. Y no vale todo para ello.

Termino diciendo que, según el diccionario de la RAE, “reprobar” significa “no aprobar, dar por malo”. O sea que el PSOE y Ahora Guadalajara han votado en el pleno que “no aprueban y dan por malo” a Antonio Román,  algo que me suena a chiquillada, al infantil “no te ajunto”. ¿Y Ciudadanos? Pues siguen con su “yenka” –recuerdan: izquierda/izquierda/derecha/derecha/delante/detrás/un/dos/tres-, haciendo el Don Tancredo en medio del foro politico y, esta vez, absteniéndose y “reprobando” a todos, gobierno y oposición, por ser todos malos y hacer todos mal las cosas. ¡Menos ellos, claro!

 

Cierra una farmacia/biblioteca centenaria

                Dicen que cuando muere un viejo, además de muchas cosas más, lo que desaparece con él es una biblioteca pues en la memoria de los mayores hay tanta sabiduría, conocimiento e información como en los anaqueles en los que se reúnen centenares y centenares de libros. Ese símil podríamos hoy proyectarlo al hecho que se deriva de que, ayer, 14 de marzo de 2017, a las ocho de la tarde, concluyera su actividad y cerrara definitivamente una farmacia centenaria de la ciudad, la situada en el número 11 de la calle Miguel Fluiters, la más cercana a la plaza Mayor de las que actualmente había en Guadalajara, y cuya última titular ha sido Magdalena Alba Jiménez, “Malén”, una gran profesional y mejor persona. Su hermano, Rafa, también magnífico farmacéutico y buena persona, compartía con Malén la atención y gestión del establecimiento, ayudados por Luismi, un “mancebo de botica” extraordinario y que sabía más de fármacos que muchos farmacéuticos, al tiempo que otro gran ser humano que ha estado a su lado nada más y nada menos que 46 años.

Efectivamente, como ya comentaba, si al morir un viejo, muere con él una biblioteca, al cerrar una farmacia centenaria mueren, con el fin de su actividad, los innumerables recuerdos, situaciones, anécdotas, instantes y demás momentos vividos en ella pues, si cualquier comercio de atención directa al público da para generar incontables relaciones personales, el de botica las produce de forma exponencial pues allí no se va a comprar cualquier cosa, sino bienestar, sanación y salud; es decir, vida.

La farmacia que cerró ayer inició su actividad hace más de un siglo pues hay documentos de principios del XX que acreditan, de modo fehaciente, que en el número 7 de lo que entonces se llamaba Calle Mayor Baja -y que corresponde con el 11 de la actual Miguel Fluiters-, ya había una farmacia, de la que era titular don Diego Bartolomé. A principios del siglo pasado tan solo había seis farmacias en la ciudad, que en ese tiempo era habitual que también expendieran productos de droguería, entre otros, incluso de armería, como detalla un anuncio de la época publicado en “Flores y Abejas” en el que se ofrecen: “Específicos de todas clases y drogas al por mayor. Géneros farmacéuticos superiores. Ortopedia. Pólvoras y cartuchería”.

Conforme decíamos, además de la farmacia de Bartolomé, en Guadalajara había, en la década iniciada en 1901 otras cinco “farmacias y droguerías”. Estos eran sus titulares y su ubicación:

–          Mariano Caballero (Plaza de Marlasca, 4, lo que hoy es Plaza de Santo Domingo)

–          Félix García Herreros (Calle Mayor Baja, 22. Entonces la calle Mayor Baja se iniciaba tras la plaza Mayor y, la Alta, discurría hasta llegar a ella desde la de Marlasca)

–          Agapito Núñez Gil (Calle Mayor Alta, 7)

–          Joaquín Sáenz (Plaza Mayor, 19)

–          Antonio Vicenti (Mayor Alta, 15)

farmacia-albaComo habrán podido advertir, las seis farmacias que en aquella época había en la ciudad, estaban todas ellas localizadas en la calle Mayor, Alta o Baja, y en la Plaza Mayor, es decir, se agrupaban todas ellas en menos de 500 metros, lo que confirma algo perfectamente conocido: que el eje vital, social, económico, comercial e institucional de la ciudad comenzaba y terminaba en la calle Mayor, algo que hace ya tiempo que dejó de ocurrir pues, aunque ahora parece que va cambiando el aire, en los últimos años se ha vivido una auténtica crisis comercial y de despoblación en ella. Aún a pesar de esta circunstancia, llama la atención que, hasta el cierre de la farmacia de Magdalena Alba, han sido cinco los establecimientos de este tipo que han seguido prestando servicios en las calles Mayor y Miguel Fluiters.

“Malén” Alba se hizo cargo de la farmacia del número once de Miguel Fluiters en 1976, tomando el relevo de su abuelo, don Abdón Jiménez Encinar, quien, a su vez, se había hecho con la titularidad de la misma en 1940, al comprársela a la viuda de Bartolomé, su primer titular, como ya hemos dicho.

Como conocedor del día y la hora del cierre de esta histórica farmacia, dada mi relación de buena amistad con Malén y Rafa Alba, me acerqué la tarde del día de su cierre a darles un beso y un abrazo -también a Luismi, pues más que un empleado ha sido siempre para ellos un compañero y un amigo, y para los clientes, un atento y competente profesional-, y a echar un último vistazo a la botica para guardarme imágenes irrepetibles en mi cabeza y sentimientos y sensaciones en mi corazón. Allí estaban el viejo despacho del orondo y afable don Abdón, la orla de su promoción, su título universitario -datado en 1924, siendo rey Alfonso XIII-, su ojo de boticario -un pequeño mueble lleno de cajones en el que los antiguos farmacéuticos guardaban las materias primas más valiosas y difíciles de conseguir-, algunos de sus matraces y, por supuesto, varios de sus albarelos, esos botes de cerámica usados en las farmacias que suelen tener el nombre grabado del producto que contienen. Entre otros, pude tomar nota de albarelos de cera vegetal, coralina, cornezuelo del centeno, opio de Esmirna y hasta de esperma de ballena.

  Ha cerrado una farmacia centenaria y, con ella, se ha perdido una biblioteca de recuerdos, vida y corazón. Y vi emocionarse y hasta llorar por ello a más de un cliente, lo que viene a confirmar que allí no sólo se expendían fármacos con profesionalidad, sino también buen trato y amistad.

 

En la fotografía que acompaña estas líneas, Malén y Rafa Jiménez Alba, junto a Luismi, minutos antes de que cerrara definitivamente la histórica farmacia de Miguel Fluiters, 11. Foto: Pedro Sanz Mínguez.

La arqueología es un arma cargada de futuro

                En los últimos días ha tenido amplio eco en la prensa provincial e, incluso, también en la nacional, la noticia de que se ha “descubierto” en Driebes una “ciudad” romana que, muy probablemente, sea Caraca. La ubicación de ésta se estimó durante siglos que podría estar en el entorno de la ciudad de Guadalajara –en la segunda mitad del XIX, el prestigioso arqueólogo alemán, Schulten, incluso se atrevió a decir que estaba en Taracena– y, después y hasta hace bien poco, también se especuló con que su verdadera localización estuviera en Carabaña. Sin duda, se trata de una gran noticia -extraordinaria, incluso- pero cabe matizarla, de ahí que haya entrecomillado dos palabras y ahora voy a tratar de explicar el por qué.

               Vias de Comunicación Romanas En realidad, según expertos, libros y documentos que he consultado antes de escribir esta entrada, no se trata de un “descubrimiento”, sino más bien de la muy probable confirmación de un hecho que ya anticipada el prestigioso catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Alicante, el guadalajareño Juan Manuel Abascal Palazón, en su magnífico estudio titulado “Vías de comunicación romana de la provincia de Guadalajara”, cuya primera edición fue publicada en 1982 por la entonces muy activa y hoy desaparecida Institución Provincial de Cultura “Marqués de Santillana”, dependiente de la Diputación Provincial de Guadalajara. Efectivamente, en ese libro, un en aquel tiempo muy joven Abascal afirma textualmente, tras descartar la ubicación de Caraca en Carabaña, que era hasta ese momento la tenida por buena, que “nosotros proponemos la localización de Caraca más al este de Carabaña de lo que se ha propuesto, en el despoblado de Santiago de Vilillas, jurisdicción de Almoguera, al sur de la provincia de Guadalajara”. Ese despoblado, del que solo quedan visibles sobre tierra los restos de una ermita medieval, efectivamente, se encuentra en el término de Driebes y en el mismo lugar, el Cerro de la Muela, en el que los arqueólogos, Emilio Gamo y Javier Fernández Ortea, responsables de los hallazgos recientes en la zona, sitúan los restos romanos que pueden confirmar que allí estuvo Caraca.

Por otra parte, el hecho de entrecomillar también la palabra “ciudad” en el arranque de este artículo, ha sido para matizar que, en realidad, Caraca no era una ciudad romana propiamente dicha, pues no se trataba ni de un municipio, ni de una colonia ni de una prefectura, que eran los tres tipos de ciudad romana, sino de una “mansio” o mansión que, dicho en gramática parda más que en lenguaje científico, era un gran complejo hostelero para dar acogida y servicio a los viajeros en las principales vías de comunicación romanas. De hecho, las “mansios” se situaban a una distancia prestablecida unas de otras –alrededor de 24 millas romanas-, circunstancia determinante para que los investigadores pudieran especular antaño con sus ubicaciones partiendo ya de un hecho racional y objetivo, lo que, sin duda, facilitó su trabajo. No obstante, como es evidente, daban muchos palos de ciego, a falta de geo-radares como el utilizado ahora en Driebes por Gamo, Fernández Ortea y el resto del equipo de arqueólogos que parecen haber localizado definitivamente Caraca.

Siguiendo el buen criterio de Abascal, al que el tiempo va dando razones y que goza de un importante prestigio como experto en la historia y la cultura romanas en la comunidad científica, además de Caraca había otras cinco “mansios” en el territorio que desde 1833 ocupa y es la provincia de Guadalajara: Arriaca –él se inclina por pensar, a falta del hecho cierto de su localización, que podría estar en el despoblado de Varrecas, próximo al Burgo, al norte de la actual Guadalajara-, Caesada –a la que la historiografía antigua ubicaba en Hita, pero que nuestro paisano defiende que estuvo en el despoblado de Santas Gracias, junto al río Aliendre, cerca de Espinosa de Henares, siguiendo el criterio del cronista Catalina García-, Segontia –cuya ubicación considera “definitivamente establecida en el Cerro de Villavieja, en Sigüenza”, a apenas 2 kilómetros de ésta-, Carae –él opina, al contrario que otros romanistas, que no puede estar en Zaorejas, que es donde se daba por cierta su ubicación, sino en “un lugar a mitad de camino entre Zaorejas y Villanueva de Alcorón, en el paraje conocido como “Los Calderones”- y Sermonae –cuya “probable ubicación”, dice el historiador guadalajareño, “esté en las cercanías de Hinojosa”-. Como verán, aún tienen mucho tajo en la provincia los arqueólogos y los geo-radares.

Termino diciendo que a las importantes noticias arqueológicas que han llegado de Driebes, pronto se podrían sumar otras procedentes de Molina de Aragón –concretamente de su magnífica alcazaba-, de Sigüenza –en este caso de la iglesia de Santiago, que sigue “hablando” en su lento pero firme caminar para convertirse en el Centro de Interpretación del Románico, espero que de ámbito provincial y no solo local o comarcal- y, por supuesto, siempre de Recópolis, el magnífico yacimiento de Zorita del que apenas se ha descubierto hasta ahora poco más de un diez por ciento de su extensión y que ya es un referente europeo como ciudad visigótica de nueva planta, después ocupada por andalusís y castellanos.

Como decía Gabriel Celaya de la poesía, y aunque en un sentido muy diferente al que quiso dar a su expresión el poeta guipuzcoano, la arqueología es un arma cargada de futuro porque, además del valor historiográfico y científico que comporta, la extensión, aprovechamiento y explotación –racionales y sostenibles, por supuesto- que pueden derivarse de su conocimiento y divulgación constituyen un potencial recurso de primer orden para desarrollar zonas rurales. Y, en Guadalajara, entre “mansio” y “mansio” romanas, hay mucho campo. Y muchas huellas de las numerosas culturas que por estas tierras han pasado a lo largo de la historia.

“El Corte Inglés” nos puede quitar lo que nos concedió Enrique IV

El hecho de que haya un establecimiento comercial del prestigio de El Corte Inglés en una ciudad, como sucede a Guadalajara desde 2007, viene a ratificarle de hecho el título oficial de ésta -si lo tiene, como es el caso- y a remarcarla como localidad de referencia en su entorno. Antes, los títulos de ciudad eran honores -más que privilegios- que otorgaban los reyes, diferenciando a las poblaciones favorecidas con ellos de las villas, las aldeas y los lugares que eran rangos de población inferiores. A Guadalajara fue el entonces rey de Castilla, el Trastamara Enrique IV  -predecesor de los Reyes Católicos- quien el 25 de marzo de 1460 le concedió el título de ciudad, tras arrebatársela por las armas a los Mendoza con ocasión de una disputa con el segundo marqués de Santillana, Diego Hurtado de Mendoza, a quien el monarca obligó por la fuerza a salir de ella y refugiarse en Hita, hasta que en 1461 se firmó un acuerdo de amistad entre ambos que permitió al noble regresara

Se da la circunstancia histórica de que la capital de España, Madrid, nunca fue distinguida por rey alguno con el título de ciudad -ni falta que le ha hecho, pues nadie puede dudar que es, de hecho y de derecho, la primera ciudad del Estado-, si bien es villa desde 1123 y villa y corte desde 1561, cuando Felipe II asentó allí la capital del reino, aunque entre 1601 y 1606, en tiempos ya de Felipe III, estuvo provisionalmente en Valladolid.  Curiosamente, durante la época califal, Madrid perteneció a la “cora” de Guadalajara, cuando ésta era la capital de la Marca Media de Al-Andalus.

guadalajara-titulo-ciudadDejándonos de Historia y de cuentos, como reclamaba Gabriel Celaya en su extraordinario poema/proclama de libertad “España en marcha”, que popularizó Paco Ibáñez al ponerle música, se ha sabido a través de algún medio de comunicación en los últimos días que, aunque el título de ciudad de Enrique IV ya no nos lo va a quitar nadie -salvo que lo roben del archivo municipal en el que se custodia, algo improbable dada la profesionalidad y competencia del archivero, Javier Barbadillo–, El Corte Inglés podría cerrar su centro comercial de Guadalajara por ser uno de los de su red que genera pérdidas, circunstancia que, de hecho, nos sacaría de esa lista de ciudades privilegiadas por ser sede de un centro comercial de esta prestigiosa marca.

Efectivamente, según informa elconfidencial.com “El Corte Inglés cerrará este mes de febrero el ejercicio económico de 2016, en el que ha conseguido salvar los muebles con un incremento del 34% de los beneficios netos, aun cuando la cifra de ventas evolucionó más lánguidamente y registró un mínimo aumento del 4,3% sobre 2015. La razón principal de esta situación, que impide al grupo recuperar los niveles anteriores a la crisis, reside en el lastre de alrededor de una cuarta parte de centros comerciales que registran cifras constantes de pérdidas y cuya solución natural pasa necesariamente por medidas drásticas, como pueda ser la venta o, en su defecto, el cierre definitivo y la consiguiente liquidación del negocio”. Y entre esos centros en los que este importante grupo empresarial registra pérdidas año tras año está el de Guadalajara, al igual que los de Leganés (Arroyosur), Jaén, Oviedo, Elche, Talavera, Albacete y Eibar, todos ellos inaugurados después del año 2000. Resulta evidente que sus construcciones y aperturas se activaron gracias a la bonanza económica de aquellos años, de la que principalmente tiró el llamado “boom -más bien suflé- del ladrillo” y, al menos en el caso del centro que está en el Ferial Plaza de la calle Eduardo Guitián, también en las expectativas de crecimiento poblacional que aquí se generaron y que después resultaron un auténtico fiasco. Entre esas perspectivas demográficas alcistas que se preveían para la capital y sus municipios más próximos, especialmente los de El Corredor del Henares, se pueden citar como ejemplo los 28.000 habitantes que se estimaban para Valdeluz, cuando su población actual apenas supera los 2500. No me cabe la menor duda de que con las situaciones económica y demográfica actuales y las previsibles a corto y medio plazo, jamás se hubiera abierto un “Corte Inglés” en Guadalajara.

La causa de que El Corte Inglés aún no haya echado el cierre en ninguno de sus centros reiteradamente deficitarios, entre los que está el de Guadalajara, radica en que su política procura evitar esos cierres, al contrario que otras grandes empresas que, en cuanto los números rojos de un centro dejan de ser coyunturales para pasar a ser estructurales, echan el cierre sin más miramientos, entre ellos el dejar en la calle a un importante número de trabajadores. Para cierta tranquilidad de los de Guadalajara -cuya plantilla se ha reducido notablemente, sobre todo la eventual, como es notorio-, El Corte Inglés, antes de tomar la drástica medida de la venta o del cierre en estos nueve centros deficitarios -a los que pueden sumarse otros que están en números “naranjas”-, parece que se propone dar un giro a su modelo de negocio. La primera alternativa de reconversión que se maneja es apostar por convertirlos en “outlets”, tipo “Las Rozas Village”, apoyándose en el prestigio de la marca, “que contribuye a mantener la tendencia de moda en colecciones que ya se han pasado de temporada; de este modo, los estrategas del negocio tratan de obtener una segunda oportunidad para el ciclo del producto”, según se comenta en el diario digital que dirige el alcarreño Nacho Cardero y que me ha servido de fuente para esta entrada.

Confío en que El Corte Inglés sepa gestionar esta comprometida situación y no cierre su centro de Guadalajara porque lo lamentaría por sus empleados y proveedores locales, directos y diferidos, lo echaría de menos como cliente y, como comentaba al principio, ello contribuiría a que se rebajara nuestra estimación de ciudad al no ser una de las que acogen uno de sus famosos centros, vara con la que en la actualidad se mide más la potencia de una urbe que los títulos que haya merecido en su historia. No en vano, estamos en la época del “homo compratoris”, por decirlo en Latín macarrónico, pero de forma expresiva.

 

Los dioses no emigran

   Entre la segunda quincena de enero y la primera semana de febrero se concentran las principales fiestas tradicionales castellanas de invierno, y en la provincia de Guadalajara de manera especial, a pesar de la adversa climatología propia de esta época, demostrándose con ello que a los castellanos nos va más la fiesta de lo que correspondería a nuestra fama de adustos, un arquetipo que, como todos, puede que tenga un punto de razón, pero desde luego no es un traje a la medida de nuestra forma de ser. Aquí, como en todas partes, cada uno somos de nuestra madre y nuestro padre y, como dice nuestro viejo e igualador lema, “nadie es más que nadie”; pero todos somos alguien.

    Fiesta, calor y calle suelen ir de la mano pues el segundo te echa a la tercera y eleva a su máxima expresión la primera. Pero fiesta, frío e interiores también son compatibles, como lleva demostrándose desde hace siglos en esta tierra que, aunque caigan en ella heladas chuzos de punta o copos de nieve como puños, acumula en estas fechas del ecuador del invierno incluso más citas festivas que las muchas que se suelen concentrar en agosto, el ecuador del verano y hábitat natural por excelencia para la fiesta.

   taracena-botarga1-300x534 Nuestras fiestas de invierno, por razones obvias, ni tienen el origen ni se producen con las mismas formas que las de verano, pero no dejan de ser citas remarcadas en nuestra memoria colectiva, muy especialmente en el medio rural. La pena es que muchos de nuestros pueblos llevan tanto tiempo desangrándose y envejeciendo demográficamente, que, más que tener memoria colectiva, padecen una especie de “alzheimer” comunitario que está provocando que muchas costumbres y tradiciones se pierdan entre las nubes oscuras de la desmemoria. No pocos recuerdos de fiesta y labor, de uso y costumbre de las viejas comunidades rurales emigraron también a la ciudad con las personas y allí se han diluido en olvidos, lágrimas y silencios.

      Sin ánimo alguno de invadir terrenos que, más que míos, son bastante más propios de expertos etnógrafos amigos como José Ramón López de los Mozos o José Antonio Alonso, me permito apuntar que la alta concentración de fiestas tradicionales en este tiempo de invierno – San Antón (17 de enero), San Sebastián (20), San Vicente (22), San Ildefonso (23), La Virgen de la Paz (24), La Candelaria (2 de febrero), San Blas (3) y Santa Águeda (5) son algunas de las más destacadas y extendidas- tiene causa en que en las antiguas economías rurales era clave esta época, tanto desde un punto de vista meteorológico como de realización de faenas agrarias, para que las futuras cosechas y recolecciones fueran abundantes. Y, claro, había que tener a favor de sementera a los santos. Hay refranes muy expresivos al respecto de lo que digo: “Enero, llave de granero”, “Cuando nieva en enero, todo el año ha tempero”, “Tantos días pasan de enero, tantos ajos pierde el ajero”, “Quien cava en enero y poda en febrero, tiene buen año de uvero”, “Si no lloviere en febrero, ni buen prado ni buen centeno”.

        No descubro la pólvora si digo que, donde ahora y desde hace ya muchos siglos, hay una festividad cristiana, muy probablemente antes hubiera una pagana. “Los dioses no emigran”, como expresivamente diría mi hermano/amigo Javier Borobia, el gran perito en Guadalajaras y que tanto gustaba de disfrutar de cualquier tiempo festivo, pero especialmente de este de invierno, que llega a contrapelo de la meteorología, lo que le añade un plus de apetencia a un espíritu alegre y festero como el suyo. Un ciclo que es y él llamaba de “pre-carnaval”, pues, efectivamente, lo antecede y nos va metiendo poco a poco en la harina de la mascarada, sobre todo en esta tierra en la que sus botargas ya parecen y son personajes extrapolados de las carnestolendas y adelantados a ellas.

      canfran   Hablaba antes, no sin desazón, ciertamente, de esa especie de “alzheimer” comunitario que llevamos décadas viviendo y que ha devenido por el acusado debilitamiento de las comunidades rurales, conllevando, entre otras circunstancias también negativas, la pérdida de numerosas costumbres y tradiciones. En dirección contraria a esta dinámica regresiva, me complace mucho destacar que este año se han producido dos hechos, en este ciclo festivo de invierno en la provincia, que invitan al optimismo: por un lado, en Taracena -el pueblo de mi madre y, por tanto, el mío-, después de 117 años sin hacerlo, ha vuelto a salir a las calles su tradicional botarga de San Ildefonso -en su día no era una, sino varias, pero todo se andará que principio quieren las cosas- y en Sigüenza, por San Vicente, se ha celebrado la trigésima edición del Certamen de Dulzaina que lleva el nombre de su promotor y fundador, José María Canfrán, una gran persona que tuve el placer de conocer, tratar y disfrutar. Lamentablemente, Jose María se nos murió siendo demasiado joven, pero no solo impulsó este evento, sino que, junto a su inseparable tamborilero, Carlos Blasco, contribuyó decisivamente a la recuperación de la dulzaina en la provincia de Guadalajara, el instrumento musical castellano por excelencia que aquí se había perdido, prácticamente, en las últimas décadas del siglo XX y que solo sonaba, y poco, gracias a los grupos venidos de otras provincias hermanas, generalmente Segovia y Soria, que se contrataban para algunas de nuestras más señaladas fiestas tradicionales. Aquella semilla que sembró Canfrán y que después cultivó adecuadamente, desde la gran inversión de futuro que es la docencia, la Escuela de Folklore de la Diputación, por fortuna sigue creciendo y especialmente en invierno. Como decía el poeta argentino Porchia, “la primavera del espíritu florece en invierno”. A pesar de los pesares, hay motivos para la esperanza, sí.

Fotos: Botarga de Taracena (superior) y José María Canfrán.

Guadalajara en la Conferencia de Presidentes Autonómicos

La VI Conferencia de Presidentes Autonómicos, que se celebrará –o se habrá celebrado, depende de cuando se lea esta entrada- el 17 de enero, va a abordar un total de diez asuntos de Estado, entre los cuales figura por primera vez uno que atañe muy directamente a la provincia de Guadalajara: el compromiso de elaborar una Estrategia Nacional de Demografía de la que se encargará un grupo de trabajo, una comisión, que saldrá de la Conferencia. Según fuentes del propio Gobierno, esta cuestión que tanto afecta especialmente a gran parte de la provincia de Guadalajara y a otras zonas castellanas, leonesas y aragonesas del interior de España e, incluso, a parte de Galicia, como es el envejecimiento de la población y los desequilibrios en su distribución, se ha incorporado por primera vez a la agenda de trabajo de tan alta e importante Conferencia porque en 2015 fallecieron en España 422.276 personas -la cifra más alta desde 1941- y, de mantenerse las gráficas del Instituto Nacional de Estadística, en 2050 habrá casi 5,5 millones de habitantes menos en nuestro país; el desequilibrio se agrava porque la curva de la natalidad apunta hacia abajo al tiempo que se amplía la extensión de las zonas que se van despoblando.

Aunque me preocupa mucho que se cumpla esa frase histórica atribuida a Napoleón que dice que “si quieres que no se resuelva un problema, crea una comisión”, considero que es verdaderamente oportuno y francamente positivo que el gobierno del Estado y los presidentes autonómicos aborden por fin el acusado y grave problema que viene suponiendo, no solo ahora, sino desde hace ya décadas, la progresiva pérdida de población y el envejecimiento de ésta en grandes extensiones del territorio español y que, en el caso de Guadalajara, afecta al 70 por ciento de la provincia. Precisamente al cierre de los datos estadísticos demográficos de 2016, el INE ya ha avanzado que 173 de los 288 municipios de la provincia de Guadalajara tienen menos de 101 habitantes, sumándose tres más –Ciruelas, Henche y Pozo de Almoguera– a los que ya había en 2015 por debajo del centenar de residentes, continuando así la sangría poblacional en el medio rural de la provincia que comenzó hace ya más de seis décadas y que no cesa, como el rayo del poemario de Miguel Hernández. Además, se da la circunstancia de que, incluso algunas de las poblaciones de la provincia que, contrariamente a lo que acontecía en las zonas más alejadas de la capital, han vivido en los últimos años un crecimiento poblacional exponencial gracias a sus nuevos desarrollos urbanísticos durante la época del llamado “ladrillazo”, han comenzado a perder habitantes en 2016, como es el caso de Azuqueca de Henares (- 193) y Pioz (- 73), o han ralentizado mucho su crecimiento; no obstante, la principal sangría demográfica sigue produciéndose fuera del Corredor del Henares y el entorno de la capital, siendo especialmente significativo el descenso de población en cabeceras de comarca que, antaño, frenaron su propia emigración gracias a la inmigración procedente de los pueblos de su zona: Sigüenza (que ha perdido 97 habitantes en 2016 respecto al año anterior), Cifuentes (- 90), Molina de Aragón (- 65) y Brihuega (- 62) son claros exponentes de ello.

Entre otros objetivos, la Conferencia de Presidentes Autonómicos del martes encargará la elaboración de esa Estrategia Nacional sobre Demografía para que ésta contribuya a conseguir más fondos europeos para el medio rural despoblado y envejecido español. Me parece estupendo, pero este hecho me trae al recuerdo que en la provincia de Guadalajara ya llevamos disfrutando de fondos europeos para el desarrollo rural en las zonas más desfavorecidas, especialmente los Leader, desde hace tiempo, en las zonas de Molina de Aragón-Alto Tajo, Sierra Norte y gran parte de la Alcarria, y la despoblación y el envejecimiento continúan siendo los signos de identidad sociodemográficos de esas comarcas, a pesar de los millones de euros invertidos en ellas con fondos europeos, estatales, regionales y provinciales.

Puede que el problema radique en que, en vez de invertirse productivamente esos fondos, gran parte de ellos se hayan gastado de manera improductiva. No es lo mismo invertir que gastar. En todo caso, los grupos de acción local que gestionan esos fondos y las instituciones públicas y los agentes sociales y económicos que se integran en ellos habrán de reflexionar seriamente al respecto pues, sin duda, han de ser muy bien venidos todos los recursos económicos que lleguen a estas zonas; ahora bien, habrá que invertirlos mejor que hasta ahora. Para coadyuvar a ello, es absolutamente necesario que la dirección y gestión de esos grupos de acción local se despoliticen en favor de una adminsitración de carácter mucho más técnico y profesional que la que han venido teniendo hasta ahora. Y siento decir que no soy muy optimista en este sentido.

Termino reflexionando sobre la estratégica ausencia a esta Conferencia de Presidentes Autonómicos del Lehendakari vasco, Iñigo Urkullu, y del Presidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont. Aunque el primero actúe y se manifieste habitualmente de una forma bastante más prudente y moderada que el segundo en sus evidentes aspiraciones comunes independentistas para el País Vasco y Cataluña, ambos, con su incomparecencia a esta Conferencia, están mandando por enésima vez el mensaje de que sus respectivas comunidades autónomas son distintas a las demás de España, que tienen derechos superiores y, si me apuran, que son mejores que las demás y por ello quieren ahorrarse la cuota de solidaridad interregional que inspira la Constitución del 78 para así ellos ser aún “más mejores”, si me permiten la expresión. Además, lamento que dos de las regiones de España que fueron destino prioritario de la inmigración interior nacional que diezmó la población de provincias como Guadalajara, no vayan a poner su grano de arena en la elaboración de la Estrategia Nacional sobre Demografía que va a tratar de reactivar social y económicamente a las zonas de España más despobladas y envejecidas. Poco, muy poco, les debe importar cómo estén socialmente las tierras de origen de muchos de sus vecinos –a quienes peyorativamente llaman “maketos” en el País Vasco y “charnegos” en Cataluña-, a pesar de que gracias a ellos sus regiones pudieron progresar a costa de la regresión de aquéllas.

Sé que generalizar no es justo y que no todos los vascos y catalanes son independentistas ni insolidarios, pero las instituciones y las personas que les representan van por los caminos que van, dicen lo que dicen y hacen lo que hacen. Lástima que los independentistas prefieran volver a las tribus previas al “demos” –una circunscripción que agrupaba y asociaba tribus diferentes para organizarse, crecer y beneficiarse mutuamente- de Clístenes, gracias a quien se dio el salto definitivo de las primitivas sociedades de clanes de la época arcaica hacia la democracia de la era clásica.

 

 

La “yenka” de Ciudadanos

Desde las últimas elecciones municipales de junio de 2015 el Ayuntamiento de Guadalajara vive una situación de gobernabilidad compleja pues aunque Ciudadanos permitió –eso sí, solo por pasiva- que gobernara el PP como primera fuerza, y por mucho, del consistorio que es, los de Rivera, lejos de comprometerse con el equipo de gobierno de Román están haciendo un juego político que se parece mucho a una canción-baile sesentera, la Yenka, cuyo cansino estribillo se repetía una y mil veces: “izquierda, Izquierda, derecha, derecha, delante, detrás, un, dos, tres…”. Al menos a mí me recuerda a esa apolillada y un tanto casposa canción esa política poliédrica “anaranjada” de ahora voto con el PP, pero luego con PSOE y Ahora Guadalajara -la marca local de Podemos que en un 75 por ciento controla IU, no nos olvidemos- y hasta le creo al Alcalde una situación tan incómoda como es darle a elegir que, o se libera al cien por cien en el Ayuntamiento, o no le permito que lo haga en un ochenta para seguir ejerciendo “marginalmente” la medicina y así no perder contacto con su vocación y profesión, como es su lógico deseo; que, por cierto, le honra, porque evidencia que está de paso en la política, aunque ya acumule un importante y extenso currículo en ella. Mejor nos iría a todos si hubiera menos profesionales de la política y más profesionales en la política, que parece lo mismo, pero no lo es; la lengua castellana es tan rica que una simple preposición es capaz de cambiar todo el sentido a una frase.

                Estuve ocho años en política activa y siempre he sido y seré político, en el sentido etimológico de la palabra, el socrático, el de estar preocupado y comprometido con las cosas de mi ciudad –la “polis” griega de la que deviene “política”- y he conocido y conozco mucha y muy buena gente que ha trabajado o trabaja en ella, aunque también bastantes mediocres e, incluso, algún rufián. La política es necesaria y conveniente y, por ende, los políticos; hasta me parece una ocupación muy noble y que debería estar mucho mejor considerada por la sociedad de lo que actualmente lo está, aunque también es explicable esa mala fama del oficio político y sus actuales oficiantes porque el partidismo, el sectarismo y el tacticismo que con tanta frecuencia y, a veces, descaro, practican las fuerzas políticas llevan al hastío de la gente, que solo encuentra problemas en quienes ha elegido para que le den soluciones.

Los llamados partidos “emergentes”, venidos supuestamente a practicar la “nueva política”, hace demasiado poco tiempo que han emergido como para que ya se estén liando a mamporros entre ellos -especialmente Podemos, aunque las galletas que se reparten en Ciudadanos no son de Cuétara precisamente- y si venían a sustituir a la “vieja guardia” con un mejor talante y limpieza de sus dirigentes, una mayor transparencia de sus estructuras y unas mucho más comprometidas acciones con los verdaderos problemas de la gente, pronto la realidad les ha comenzado a igualar con la “casta” que repudiaban y de cuyo desgaste se han nutrido electoralmente pues ya han perdido su virginidad política, incluso estando en las puertas del poder y sin haberlas traspasado aún de verdad. Y allá donde gobiernan, ya sabemos cómo se las gastan…

Volviendo a la situación del Ayuntamiento de Guadalajara, parecía positivo el hecho de que, tras dos mayorías absolutas seguidas del PP –la segunda, más que mayoría, multitud, que terminó volviéndose en su contra-, llegara un escenario político en el que fuera necesario alcanzar acuerdos, al menos entre dos fuerzas políticas, para garantizar la gobernabilidad municipal. La investidura de Román por mayoría relativa al no pactar las otras tres fuerzas municipales, parecía indicar que íbamos a asistir a un mandato en el que Ciudadanos tendría influencia en el equipo de gobierno, al tiempo que corresponsabilidad; pero no, al menos de momento, y a pesar de que Román les ha ofrecido una y mil veces cogobernar la ciudad, han optado por tener influencia –y, en ocasiones, imponer su “santa” voluntad, incluso aunque ésta tuviera un punto caprichoso- pero no corresponsabilizarse de nada, o de muy poco. Y esa forma de actuar es puro tacticismo político y, no nueva, sino viejísima política, que es la de arrimar el ascua a su sardina con fines electorales, aunque eso suponga problemas para que el Ayuntamiento tenga un gobierno municipal estable, algo absolutamente necesario pues las arritmias en política son tan malas como las que afectan al corazón de las personas, como muy bien sabe el doctor Román.

La política “yenkista” de los Ciudadanos arriacenses no sé si les va a dar réditos electorales dentro de dos años y medio –empiezo a intuir que no-, pero lo que sí parece evidente es que a la ciudad le está creando problemas y encima no le están saliendo baratos pues si con “la vieja política” había cinco concejales liberados en la oposición, ahora hay diez.

Pueblos con apellidos centenarios

                Utilizando una expresión del gran Miguel de Cervantes -de quien precisamente se ha conmemorado este año el cuarto centenario de su fallecimiento, que coincidió con el del también muy grande Shakespeare– 2016 tiene ya “puesto el pie en el estribo con las ansias de la muerte”. Se nos va, por tanto, un año que, como la feria, cada uno contará según le haya ido y en el que han coincidido varias efemérides relacionadas con destacados literatos, además de las ya nombradas: los en Guadalajara muy sabidos y celebrados centenarios de los nacimientos de Cela y Buero Vallejo, el centenario de la muerte de Rubén Darío o el también cuarto centenario del fallecimiento del Inca Garcilaso de la Vega, entre otros.

                Pero este que ya acaba no solo ha sido un año de efemérides vinculadas a escritores de mucha talla e, incluso, a reyes de relevancia histórica pues igualmente se ha conmemorado el quinto centenario de la muerte de Fernando El Católico y el tercero del nacimiento de Carlos III; en 2016 se ha cumplido también un centenario que para la gran mayoría ha pasado desapercibido pero que tiene una trascendencia históricas señalada para 573 pueblos españoles, entre ellos 29 pertenecientes a la provincia de Guadalajara. Esa efeméride que afecta a tantas localidades es la del centenario del Real Decreto de 27 de junio de 1916, aprobado por el Gobierno de España, cuyo consejo presidía entonces el Conde de Romanones, por el cual se les puso “apellido” a ese medio millar largo de ayuntamientos españoles -luego algunos de ellos dejarían de serlo y pasarían a ser pedanías- para evitar confusiones ya que sus nombres coincidían con los de otros.

Así se justificaba esta, no anecdótica, sino relevante decisión gubernamental en el inicio de la exposición de motivos del Real Decreto, publicado en la Gaceta de Madrid -la cabecera de publicación periódica oficial editada en España desde 1697 hasta 1936 que después dio paso al BOE- número 184, de 2 de julio de 1916: “La Real Sociedad Geográfica ha realizado prolijo y meditado estudio para la reforma de la Nomenclatura geográfica de España, por estimar de conveniencia y verdadera utilidad el cambio de denominación de las entidades de población cabezas de distrito municipal, a fin de que desaparezca la extraordinaria y lamentable confusión originada por el hecho de existir, entre los 9.266 Ayuntamientos que constituyen la Nación, más de 1.020 con idénticos nombres, y éstos sin calificativo ni aditamento alguno que los distinga”. Por esta circunstancia, el ejecutivo romanonista de Alfonso XIII decidió aprobar hace cien años este Real Decreto por el cual se dejó el mismo nombre a las poblaciones de mayor categoría administrativa y, en caso de igualdad, a las de más población, mientras se les ponía un calificativo, un “apellido”, a sus homónimas. Ese complemento nominal se trató que no fuera arbitrario ni caprichoso, sino que se basara “en la tradición, el uso o los afectos de cada localidad”, teniéndose en cuenta sus antecedentes históricos y circunstancias y particularidades geográficas “con especial predilección por palabras que expresan nombres de corrientes de agua, de la montaña y del territorio”.

Como ya hemos adelantado, este Real Decreto afectó a 29 localidades de la provincia de Guadalajara, que son las siguientes: Algar de Mesa, Armuña de Tajuña, Baños de Tajo, Beleña de Sorbe, Castellar de la Muela, Castilblanco de Henares, Cerezo de Mohernando, Cortes de Tajuña, El Cubillo de Uceda, Fuentelahiguera de Albatages, Galve de Sorbe, Gascueña de Bornova, Huérmeces del Cerro, Masegoso de Tajuña, Miedes de Atienza -curiosamente, el apellido que se le dio inicialmente fue “de Pela”, aunque después se modificó por el actual-, Paredes de Sigüenza, Peñalba de la Sierra, Peralejos de las Truchas, El Pobo de Dueñas, Rillo de Gallo, Riofrío del Llano, Robledo de Corpes, Rueda de la Sierra, Saelices de la Sal, Sotoca de Tajo, Tórtola de Henares, Valverde de los Arroyos, Villaviciosa de Tajuña y Yunquera de Henares. Como ejemplo de pueblos hasta entonces homónimos y que a partir de ese norma legal de 1916 dejaron de serlo gracias a sus “apellidos”, podemos citar Peralejos: el único que quedó con ese nombre pertenece a Teruel, mientras que se modificaron sus apelativos en el Nomenclator de municipios españoles Peralejos de Arriba y Peralejos de Abajo, ambos de Salamanca, y el guadalajareño Peralejos de las Truchas.

Aparte de esta modificación nominal que afectó a casi una treintena de municipios de la provincia, tirando de memoria recuerdo otros cambios de nombre -en este caso fallidos- de algunos pueblos de Guadalajara que se produjeron a lo largo del siglo XX, concretamente en 1959 y por iniciativa del entonces Gobernador Civil de la provincia, Pardo Gayoso: a Semillas se le intentó nominar como Secarro al agruparle con Robredarcas y Las Cabezadas -esa propuesta de nombre es un acrónimo formado con las tres sílabas de estos tres pueblos- pero sus vecinos no lo aceptaron y no llegó a adquirir carta de naturaleza legal. Caso idéntico al de Semillas fue el de Riotoví del Valle, el curioso nombre que también Pardo Gayoso pretendió dar en aquel mismo año a la fusión municipal de Riosalido, Torrevaldealmendras y Villacorza. Como es fácilmente deducible y comprobable, Riotoví es igualmente un acrónimo formado con las primeras sílabas de los nombres de estos tres pueblos, aunque a esas pequeñas localidades también se les quería sumar en aquella fusión municipal fallida otras tres mínimas poblaciones limítrofes: Valdealmendras, Bujalcayado y Matas. Sabido es que estos seis pueblos son barrios anexionados a Sigüenza, junto con otros 22, desde hace ya varias décadas.

Y termino con un muy curioso caso de modificación nominal de un pueblo de la provincia: al antiguamente llamado Rata del Ducado, para evitar tan poco agraciado e, incluso, chusco apelativo, se le pasó a denominar oficialmente, a principios del siglo XX, como Santa María del Espino, que es desde hace décadas un núcleo anexionado a Anguita, la localidad en la que, precisamente, el 25 de abril de 1813 se constituyó por primera vez la Diputación Provincial de Guadalajara y cuyo bicentenario se celebró hace apenas tres años.

 

 

Los últimos guadalajareños de Filipinas

                El reciente estreno de la película “Los últimos de Filipinas”, del director Saturnino Calvo, ha traído de nuevo a la actualidad la gesta heroica de los sesenta españoles que resistieron sitiados casi un año en la iglesia del pueblo filipino de Baler, incluso después de firmarse el Tratado de París por el que España cedía sus últimas posesiones de ultramar: Cuba, Puerto Rico y Filipinas a Estados Unidos, concluyendo así la desigual y desastrosa -para los intereses españoles- guerra hispano-americana de 1898. A los protagonistas de esta gesta se les conoce como “Los últimos de Filipinas” porque este fue el título que en 1945 le dio a la primera versión cinematográfica sobre este grupo de héroes el que fuera su director, Antonio Román -quien nada tiene que ver con su homónimo, el actual alcalde de Guadalajara; de hecho en realidad se llamaba Antonio Fernández-Román-, y en la que participaron un elenco de jóvenes actores que después despuntarían: Toni Leblanc, Armando Calvo, José Nieto o Fernando Rey, entre otros.

                ultimos-filipinasSe da la circunstancia de que, entre ese puñado de españoles heroicos que resistieron el largo asedio de un nutrido grupo de insurrectos filipinos, se encontraban dos guadalajareños: el soldado, natural de Alcoroches, Timoteo López Lario (señalado con el número 13 en la foto de ABC), y el fraile franciscano, natural de Pastrana, Juan Bautista López Guillén (foto inferior). Ambos sobrevivieron al sitio y regresaron después a sus lugares de origen; el primero retornando a su oficio de campesino y teniendo una vida longeva, y, el segundo, falleciendo en 1922 en su localidad natal, a la edad de 51 años, tras permanecer algún tiempo como misionero en Filipinas.

La noticia de la heroica resistencia de este reducido grupo de españoles en Filipinas llegó a España nueve meses después de iniciarse el sitio de Baler; fue, en efecto, a finales de abril de 1899 cuando, según informaba “Flores y Abejas”, “telegrafían al general Ríos que en el fuerte de Baler cuarenta españoles valerosos -entonces ya había menguado un tercio la fuerza pues 15 murieron de beriberi o disentería, 2 por heridas de combate, 6 desertaron y 2 fueron fusilados por intentarlo-, al mando de un jefe heroico, mantienen todavía desplegada al viento la bandera española”. Esta noticia fue recibida con tanto alborozo y orgullo patrio -tan decaído en aquél tiempo-, que el entonces redactor del histórico periódico alcarreño, Martín Pérez, concluía así de encendido la información de esta noticia: “¡Gloria eterna a los cuarenta españoles que simbolizan la nobleza y heroísmo de un pueblo a quien solo puede abatir el peso enorme de sus explotadores!”.

La vinculación de Guadalajara con “los últimos de Filipinas” no concluye con la presencia entre ellos de dos naturales de la provincia. Cabe destacar que la fuente documental en la que se basaron, tanto Román como Calvo, para elaborar los guiones de sus respectivas películas fue un libro escrito en 1904 por el teniente Saturnino Martín Cerezo, comandante en jefe de los sitiados tras el fallecimiento del capitán Las Morenas, titulado “El sitio de Baler”, cuya primera edición se imprimió, precisamente, en Guadalajara, en los Talleres Tipográficos del Colegio de Huérfanos de la Guerra. Este centro de acogida y formación se asentaba en el Palacio del Infantado y fue inaugurado en 1898 por la reina regente María Cristina -aunque las obras las inició su esposo, Alfonso XII, en 1979-  para acoger en él a los numerosos huérfanos de militares que habían dejado las cruentas guerras de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. De hecho, fueron tantos los menores que se vio obligado a acoger este hospicio militar que se separó en dos inmuebles: las chicas se quedaron en el palacio y a los chicos se les trasladó al acuartelamiento de San Carlos, también situado en la que entonces era conocida como plaza de la Fábrica, para después pasar a llamarse del Conde (de Romanones, por supuesto) -tras colocarse inicialmente en ella su estatua en 1913, la que ahora está en el jardinillo de Santo Domingo- y que, actualmente, es oficialmente nominada como de los Caídos en la Guerra Civil.

ultimos-filipinas1 El Colegio de Huérfanos también estuvo presente, a través de su entonces Coronel-Director, en el comité que se desplazó hasta la estación de ferrocarril de Guadalajara -en la que también estuvieron presentes comisionados del parque de Aerostación- para rendir honores al paso del expreso que, en marzo de 1904, procedente de Barcelona y camino de Madrid, trasladaba los restos mortales de los héroes de Baler que habían muerto en Filipinas, exhumados, precisamente, por iniciativa del antes referido fraile pastranero, Juan Bautista López Guillén. Y ahí tampoco acaba la vinculación de Pastrana con este hecho histórico nuevamente llevado al cine y, por ello, traído a la actualidad, puesto que en el archivo franciscano ibero-oriental -que hasta 1977 permaneció en el convento de esta orden en Pastrana, trasladándose después a Madrid- se custodiaron durante décadas el diario que sobre este episodio escribió otro franciscano que estuvo en Baler, Fray Félix Minaya, así como la biografía de López Guillén. Aunque aún inédito, el diario de Minaya ha sido, junto con el libro de Martín Cerezo, una fuente indispensable para conocer lo que ocurrió en la iglesia de aquel pueblo entre el 30 de junio de 1898 y el 2 de junio de 1899, que fue el tiempo que los últimos de Filipinas permanecieron defendiendo heroicamente la bandera de España, a pesar de que en diciembre de 1898 nuestro país ya había entregado a Estados Unidos lo poco que le quedaba de aquél imperio en el que, durante siglos, nunca se ponía el sol, expresión acuñada por Felipe II, el poderoso rey en cuyo honor, siendo aún príncipe, se nominó a aquellas islas orientales.

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