Los norteamericanos que vivieron el asesinato de su entonces Presidente, John F. Kennedy, en Dallas –el 22 de noviembre se cumplen 50 años de este suceso- se han preguntado y aún se preguntan recurrentemente qué hacían cuando se produjo aquél atentado, prácticamente televisado en directo y que no sólo les apabulló a ellos, sino a todo el mundo. Tal fue el impacto de las formas y las consecuencias que rodearon este histórico magnicidio que los estadounidenses guardan en su memoria, con todo lujo de detalles, el momento en que conocieron que el primer presidente católico de la historia de Estados Unidos había sido abatido a tiros cuando recorría las calles de la ciudad de Texas en un coche descapotado, junto a su mujer, Jacqueline, su chófer y sus escoltas. Algo similar ocurre en España cuando, quienes tenemos edad para recordarlo, hacemos memoria en torno al momento en que conocimos la muerte de Franco, en la madrugada del 20 de noviembre de 1975, hace hoy ya 38 años de aquello, dos menos de los casi cuarenta que el dictador permaneció en el poder.
Yo acababa de cumplir 14 años cuando Franco murió y estudiaba 1º de BUP (siglas bajo las que se encerraba el pomposo nombre de “Bachillerato Unificado Polivalente”), que inaugurábamos los de mi curso pues a nosotros nos tocó hacer de “conejillos de indias” de la Ley General de Educación de 1970, promovida por el ministro Villar Palasí, y pasar del Bachillerato antiguo –primero el Elemental y luego el Superior, que se iniciaba tras cursar Preparatoria e Ingreso– a la EGB (Enseñanza General Básica), un plan de estudios que perduró veinte años, hasta que en 1990 se aprobó la LOGSE. A esta Ley felipista –a la que intentó sustituir la LOCE aznarista, que nunca se llegó a aplicar porque la derogó la LOE zapaterista en 2006- es a la que muchos achacan que España haya caído a uno de los últimos puestos de Europa, según el Informe PISA (acrónimo que resume el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes). Un menú completo de sopas de letras al que se ha sumado ahora la LOMCE (Ley Orgánica de Mejora de la Educación), aprobada definitivamente ayer, y con la que el gobierno de Rajoy pretende, precisamente, eso: mejorar los programas educativos españoles; pero esta Ley ha nacido amenazada de muerte política, fundamentalmente por la izquierda y los nacionalistas –que siempre han preferido controlar que mejorar la educación-, aunque hasta la Conferencia Episcopal Española se queja del trato que en ella se da a la asignatura de Religión… Lo que es evidente es que, o mejoramos la Educación en España de una vez por todas, o la columna vertebral de nuestra sociedad va a seguir estando inclinada, como la Torre… de Pisa.
Pero volvamos al 20-N de 1975. Ese día tenía yo un examen de Lengua y, como era mi costumbre, me había levantado pronto para terminar de prepararlo. Vivía en un bloque alto de pisos desde el que hay un mirador privilegiado al parque de la Concordia y esa madrugada, como sucedía todos los 20-N, había convocada una concentración falangista –en recuerdo del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera el 20 de noviembre de 1936, en Alicante-, junto a la estatua que de él había entonces en el parque, una convocatoria que siempre acababa con el depósito de una corona de laurel a sus pies, el canto del “Cara al sol” y el grito de “¡José Antonio Primo de Rivera: Presente!”. Desde el despacho de mi padre, donde yo estudiaba en ese momento, oí perfectamente el canto del himno y el grito de ritual falangista, al que se incorporó uno nuevo, el de “¡Francisco Franco: Presente!”. A pesar de mi juventud, rápidamente deduje que Franco había muerto y pasé a la habitación de mis padres a comunicárselo. Ya lo sabían pues ambos estaban despiertos y escuchando la radio que, en ese momento, sólo emitía partes oficiales dando cuenta de la noticia y música militar y clásica solemne. La noche anterior, en TVE –la mejor televisión de España de aquella época, pues sólo había una, aunque con dos canales, uno en VHF y el otro en UHF-, estaba prevista la emisión de una película de comedia y, a última hora, fue sustituida por una bélica: “Objetivo Birmania”; es evidente que la muerte de Franco ya era inminente en la víspera de su deceso y hasta en TVE se comenzaba a preparar el terreno cambiando sonrisas por lágrimas. Incluso hay quienes creen que se hizo coincidir intencionadamente su muerte con el 20-N, para unir su fecha de fallecimiento con la de Primero de Rivera, como después se unieron sus restos en el Valle de los Caídos. Y eso que la Falange que ideó José Antonio y la que permitió Franco no siempre casaron.
La muerte de Franco, entre otras muchas cosas para España, la mayoría buenas –especialmente la llegada de la democracia-, supuso para mi que ese día no tuviera que hacer el examen de Lengua, algo que me vino estupendamente pues recuerdo que no lo tenía bien preparado, y que no hubiera clase durante una semana al decretarse un riguroso “luto oficial”. Cuando se reanudaron las clases en el colegio, a dictador muerto, rey puesto. Por él. Un rey que, a pesar de pegar unos cuantos tiros erráticos y de dar algún que otro traspié, ha contribuido decisivamente a que en estos 38 años hayamos vivido uno de los períodos de paz, libertad y prosperidad más señalados de la historia reciente de España, lo que ha contribuido a que haya más “juancarlistas” que monárquicos.
Y hablando del 20-N, en esta ocasión del de 2011, hoy también se cumplen dos años del inapelable triunfo de Rajoy y el PP en las elecciones generales, apabullando a Rubalcaba –que se resiste a morir, políticamente hablando, a pesar de que parece uno de “Los otros”, de Amenábar, y está muerto pero él no lo sabe- y castigando sobremanera en las urnas el segundo mandato presidencial de Zapatero, que, ¡a buenas horas, mangas verdes!, ya cuestiona hasta su exministro de Economía, Pedro Solbes, quien, después de negar reiteradamente que España hubiera entrado en crisis económica, ahora dice haber presentado en su día un plan anti-crisis a Zapatero que éste no aprobó por considerar innecesario. ¡Cómo torean algunos…, a toro pasado!
Pero dejemos el pasado, que pasado está, y volvamos al presente, que es lo que más va a condicionar nuestro futuro. En este 20-N de 2013, justo en el ecuador de la legislatura, las cosas están, resumidamente y más o menos, así: Parece que la crisis económica ha tocado fondo, pero una cosa es que se acabe la recesión y otra crecer. De momento, el PIB ha empezado a crecer tímidamente –un 0,1 por ciento- en el tercer trimestre del año, después de decrecer durante nueve trimestres consecutivos; por otra parte, el rescate de la UE a la banca española se va a dar en las próximas semanas por concluido, una vez saneada ésta pero cuando aún no fluye el crédito a las familias y a las empresas, algo imprescindible para dar por zanjada, de verdad, la crisis. ¿Y el paro, que es el indicador que más afecta a las personas? Pues parece que comienza a remitir, pero aún en cuantía escasa, por lo que sigue siendo un auténtico “problemón” que está haciendo sufrir cada día a más hogares, en los que el índice de empobrecimiento ha aumentado de manera alarmante. Sobre la cuestión del empleo, dos datos en este 20-N: el índice de paro se ha incrementado, gobernando Rajoy, desde un 21,5 % hasta un 26 por ciento y el poco empleo que se crea aún está mal retribuido. Si este gobierno no mejora significativamente estos datos en los dos años de mandato que le quedan y el PSOE sigue haciéndose oposición a sí mismo en vez de a Rajoy, todo apunta –y las encuestas corroboran- a que en el próximo parlamento nadie va a alcanzar la mayoría absoluta y componer una mayoría suficiente -y razonable- para gobernar va a ser muy, pero que muy complicado.