Decía don Hilarión, en ese pedazo de zarzuela que es “La verbena de la paloma”, que “hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad”. Y decía bien, a pesar de que lo dijo en 1894 –año en que se estrenó esta obra con música de Tomás Bretón y libreto de Ricardo de la Vega-, cuando los tiempos adelantaban más bien poco, al menos en comparación con los actuales en que, sobre todo en el ámbito de las tecnologías de la comunicación y la información, se ha avanzado más en tres décadas que en cinco siglos, de tal forma que, hasta hace bien poquito, el mismísimo Gutenberg podría haberse puesto al día en una imprenta tipográfica sin demasiado esfuerzo, mientras que ahora le parecería un mundo totalmente desconocido para él la edición e impresión digitales.
Y en lo que también han avanzado los tiempos que es una barbaridad es en la predicción meteorológica, antes absolutamente precaria y acientífica, a pesar de ser muy útil y conveniente adelantarse al tempero para que los labradores y los ganaderos pudieran planificar debidamente sus tareas y que los meteoros no echaran por tierra esa planificación. Si los hombres del campo de antaño hubieran dispuesto de la veraz y puntual información meteorológica de que se dispone hoy, se habrían evitado muchos disgustos y muchos fiascos que sumar al sudor y las lágrimas que, antes de que llegara la mecanización al ámbito agropecuario, eran la verdadera gasolina en los labrantíos.
A falta de satélites y demás elementos que desde hace ya unos cuantos años ayudan a predecir el tiempo, con una fiabilidad casi absoluta y una antelación cada vez mayor, antes se predecía a medio y largo plazo con métodos tradicionales que tenían más que ver con tareas propias de chamanes que de científicos o que se basaban más en cálculos de probabilidades que de certezas realmente previsibles. De entre estos métodos tradicionales de predicción meteorológica destacan las llamadas “Cabañuelas”, una técnica previsora de origen judío muy curiosa pues, en función del tiempo que hace cada uno de los primeros veinticuatro días de agosto, se predice lo que hará en los doce meses siguientes. Las “Cabañuelas” solían ser el método de previsión meteorológica a largo plazo más utilizadas en el sur de España y en Sudamérica, aunque también se tenían noticias de ellas en toda la península Ibérica, si bien, en las zonas más septentrionales de nuestro país, desde Cataluña hasta Galicia, había otro método de predicción meteorológica llamado de las “Témporas”. Se hacían cuatro témporas, una por estación, y consistía en predecir el tiempo que iba a hacer los próximos tres meses, en función de la observación que se hiciese del cielo durante tres días seguidos, sobre la medianoche, correspondiendo cada día con un mes de la témpora que se trataba de predecir. Por cierto, no es seguro que éstas sean las témporas a las que se refiere ese conocido dicho de “no confundir el culo con las témporas” pues hay quien sostiene que esas son las sienes, en particular, y la zona temporal de la cabeza, en general. Dicho queda.
Por cierto, este año me ha regalado un buen amigo, más alcarreño que el Mambrú de Arbeteta y de esos que están cuando los necesitas y con los que el tiempo discurre ameno y siempre se aprenden cosas, un “Calendario Zaragozano”, la publicación que fundara en 1840 el “célebre astrónomo” –así se le califica en la propia publicación- don Mariano Castillo y Ocsiero. Este calendario, que ahora se vende al precio de 1,80 euros, faltaba en muy pocas casas de labradores en décadas pasadas pues en él se incluían –y se siguen incluyendo- un “juicio universal meteorológico”, un “calendario con los pronósticos del tiempo”, el santoral completo, los días de celebración de ferias y mercados en las principales poblaciones de España, así como un amplio compendio de citas y refranes tradicionales.
No me resigno a reproducir, literalmente, el “juicio universal meteorológico para toda España” recogido en el “Calendario Zaragozano” de 2014 para el presente mes de enero, cuando todos sabemos que, en lo meteorológico y, por desgracia, cada vez en muchas cosas más, no hay una España, sino muchas: “ENERO.- Será anublado y revuelto, pero no en demasía, al principio; al mediar, con vientos del NE, fríos y secos, aumentarán las escarchas y heladas, aunque también habrá días apacibles y de bastante mejor temple. Al ir finalizando, volverán a moverse con violencia los vientos del NO, empeorando el temporal con bastante destemple, por lo que se volverán a producir recias escarchas y heladas. Tiempo duro de invierno”. Sin ánimo de contradecir las palabras ni de contravenir los intereses de los sucesores de don Mariano Castillo, este “juicio meteorológico” del “Calendario Zaragozano” para enero de 2014 y “para toda España” es un pregón de lo obvio, como no podría ser de otra manera, pues ni siquiera la AEMET considera fiable ningún pronóstico del tiempo superior a diez días. Vamos que, según este popular calendario, en enero ha hecho, está haciendo y va a hacer frío –se trata de las primeras semanas de invierno y los vientos dominantes suelen ser del Norte- y ha habido, hay y habrá escarchas y heladas, consecuencia de esos fríos y esos vientos.
A lo que no me resigno es a reproducir, también literalmente, la frase que el “Calendario Zaragozano” incorpora en su edición de 2014 para acompañar el santoral completo de la primera quincena del mes de enero: “Trata de amar al prójimo. Ya me dirás el resultado” (J. P. Sartre). También reproduzco, a ver si es verdad, el refrán que acompaña esta misma página: “Agua de enero, todo el año tiene tempero”. Y apunten: la primera luna llena de 2014 se producirá a las 4,53 horas del día 16 de enero, festividad de San Fulgencio, patrón de Plasencia, Murcia y Cartagena. El Calendario Zaragozano dixit.