Imagino que, al lector que no esté avisado del asunto, el titular de este post le habrá sorprendido sobremanera porque los mares sí eran los hábitats naturales de los piratas -incluso en el siglo XXI lo siguen siendo en Somalia y en el Golfo de Guinea-, pero una catedral, y menos la seguntina, que puede que sea una de las españolas que más disten de la costa marítima, no parece un lugar propicio ni para banderas, ni para banderías piratas. Pero todo -o casi- tiene una explicación: La bandera pirata a la que me refiero en el titular no es la clásica y temible negra con la calavera y los dos fémures cruzados en blanco que tantas veces hemos visto en las películas de aventuras, sino una alistada de varios colores que le fue arrebatada al pirata inglés, Francis Drake -al que la reina de Inglaterra, Isabel I, nombró “Sir” por sus impagables servicios de rapiña a la corona británica-, durante su incursión a España y Portugal en 1589, y donada a la Catedral de Sigüenza por D. Sancho Bravo y Arce de Laguna, sobrino-nieto del llamado Doncel de Sigüenza, Martín Vázquez de Arce. Por cierto, digo llamado “Doncel” y digo bien, porque no era ya doncel cuando murió y se le hizo la extraordinaria escultura funeraria gótica situada en la capilla de su familia de la catedral seguntina, puesto que estaba casado y hasta tenía una hija, al parecer un tanto casquivana. Pues bien, esa bandera pirata, que junto a una de Portugal estuvo durante décadas, siglos incluso, colgada en la capilla de los Arce, pasando para muchos desapercibida, ha sido reciente y convenientemente restaurada y ahora forma parte muy destacada de la extraordinaria exposición que, bajo el título de “Atémpora”, se inauguró el pasado 8 de junio en la catedral seguntina y permanecerá abierta al público, inicialmente, hasta el 16 de octubre, aunque podría -y debía- prorrogarse dado el éxito de público que está teniendo. Más de 20.000 visitantes ya han pasado por la muestra, que está organizada, en iniciativa conjunta, por el Obispado de Sigüenza-Guadalajara, el Cabildo de la Catedral, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y el Organismo Estatal del IV Centenario de Cervantes.
Como muy bien ha resumido Jesús de las Heras, actual Deán de la catedral, periodista y sacerdote diocesano, seguntino de nación, vocación y corazón, “Atémpora es un recorrido por la sociedad, la cultura y el arte sacro del Siglo de Oro, al hilo del cuarto centenario de las muertes de los grandes escritores —dos de los más eximios de toda la historia de la literatura universal— Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare”. El sábado pasado tuve la oportunidad de realizar una visita guiada a esta exposición, en mi enésimo regreso a Sigüenza y entrada a su catedral, y me sorprendió muy gratamente la muestra, recomendando encarecidamente a los lectores que, si aún no la han visitado, no dejen de hacerlo antes de que se clausure pues su contenido merece la pena y el continente, el propio templo catedralicio -la nave central además de capillas laterales y algunas estancias poco frecuentadas por visitas de manera habitual- contribuye especial y decisivamente a poner en valor la muestra.
“Atémpora” es una exposición al estilo de “Las Edades del hombre”, conocida y prestigiosa marca de las muestras periódicas de arte sacro que con tanto éxito se vienen celebrando en Castilla y León desde 1988 y que van recorriendo cada año distintas localidades de nuestra región hermana: en 2016 es la zamorana Toro la sede, Cuéllar (Segovia) es el lugar elegido para celebrar la de 2017, Aguilar de Campoo (Palencia) la acogerá en el año 2018 mientras que Lerma (Burgos) lo hará en la edición de 2019. La singularidad de “Atémpora” es que no se circunscribe a mostrar tan sólo arte sacro, aunque éste es la base de la muestra, sino que también se exponen otro tipo de piezas artísticas, bibliográficas, muebles, enseres, etc. de carácter civil pues no nos olvidemos que con ella se trata de recrear, en parte, la sociedad del tiempo en que vivieron y murieron Cervantes y Shakespeare, ambos fallecidos en 1616, hace ahora cuatro siglos.
“Atémpora” es un camino abierto que no debe dejarse de recorrer cuando acabe la muestra de este año en Sigüenza el próximo otoño. Organizar buenas, atractivas y oportunas exposiciones en marcos extraordinarios es una fórmula de éxito asegurado de público, algo que no siempre acompaña a las convocatorias expositivas convencionales, lo que constituye todo un fiasco para sus comisarios y, a veces, hasta un dispendio para sus promotores y patrocinadores. Si, además, esas exposiciones contribuyen a dinamizar el turismo en ciudades que ya tienen de por sí atractivo y capacidad de acogida y prestación de servicios a visitantes, como es el caso de Sigüenza, pues mejor que mejor. De hecho, desde la apertura de la muestra, la Ciudad del Doncel es un continuo movimiento de gentes que van camino de la catedral o vienen de ella, especialmente los fines de semana, hasta el punto de haberse hecho necesario restringir el tráfico de vehículos el entorno del templo.
Y, tras “Atémpora”, a la catedral le espera otra magnífica noticia: el inicio de las obras de restauración del altar de Santa Librada y el mausoleo de Don Fadrique de Portugal, dos de las muchas joyas que encierra la “fortis seguntina” y que, si la actuación es adecuada -que sin duda lo será, como lo están siendo todas las que se van llevando a cabo en ella, aunque sea poco a poco-, lucirán después espléndidas y justificarán mi enésima más una visita a Sigüenza. Y espero y deseo que la de muchos.