Dentro de este mismo mes de mayo, exactamente el día 22, va a hacer dos años que se celebraron las últimas elecciones municipales y autonómicas, que supusieron un notable avance del Partido Popular, tanto en el gobierno de ayuntamientos como de diputaciones y comunidades autónomas, antesala de la mayoría absoluta que Mariano Rajoy alcanzó, cinco meses después, para acceder al gobierno de España, al tercer intento, por cierto.
Estamos, pues, ante el ecuador de los actuales mandatos en los ámbitos locales, provinciales y autonómicos y, por tanto, es tiempo de hacer balance y, con todo el riesgo y la dificultad que entraña, de anticipar lo que pudiera ocurrir dentro de dos años, cuando haya nueva llamada a las urnas para renovar ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas; pero, un año antes de la celebración de las autonómicas y locales de 2015, o sea, dentro de un año, habrá otra cita, las elecciones al Parlamento Europeo de 2014, en las que, como suele ocurrir, los electores tendrán muy probablemente en cuenta que Bruselas y Estrasburgo quedan todavía muy lejos –aunque cada vez estén más cerca- y que quien manda realmente en Europa es Ángela Merkel, para muchos no ir a votar –la abstención en este tipo de comicios siempre es más alta que en el resto- o para hacerlo en negativo: es decir, aplicar doble dosis de castigo a quienes gobiernan o a quienes lideran vacilantes la oposición, si es que los ciudadanos no están demasiado satisfechos ni con unos ni con otros, valoración que, al menos así lo parece, es la que asume en el tiempo político actual un amplio sector de la población.
Hacer un balance generalizado de la situación política actual y futura de los ayuntamientos es una tarea compleja y que, fácilmente, lleva al equívoco porque cada pueblo, cada ciudad es un mundo singular y las circunstancias particulares de los municipios, especialmente la estima y consideración que los ciudadanos tienen a sus propios alcaldes y concejales, priman sobre las valoraciones de carácter general, sobre todo en los ayuntamientos de menor población, donde se vota más a los candidatos a alcalde que a los partidos por los que se presentan. No obstante, en el actual contexto de acusada crisis, y como ya ocurrió también en las elecciones de hace dos años, la turbulenta situación política, social y económica nacional influirá, de seguir así o parecida, en las próximas municipales, poniendo contra las cuerdas a algunos buenos gestores y llevándose por delante a los regulares y, sobre todo y con justicia, a los malos. El desgaste en estos tiempos para quienes ocupan el poder o no ejercen una buena oposición es de lija del 40.
Mi pronóstico, a dos años vista y sin descontar lo mucho que en ese tiempo que queda aún puede ocurrir y las singularidades de cada municipio, es que, sobre todo en los ayuntamientos de mayor tamaño, van a perder apoyos los dos principales partidos españoles, PP y PSOE, especialmente donde gobiernen, y a costa de su desgaste van a crecer IU, UPYD y candidaturas “independientes” de variado signo, etiqueta que resulta especialmente atractiva cuando las opciones tradicionales sufren un acusado desgaste y sus alternativas, también tradicionales, no terminan de convencer. En la teórica independencia se pueden aglutinar muchas sensibilidades y refugiar muchos desencantos.
Respecto a las diputaciones, al ser instituciones que se eligen en segundo grado, pronosticar resultados a dos años vista sería, directamente, jugar a la ruleta, si bien, precisamente porque sus corporaciones se elijen en función de los resultados que se dan en los ayuntamientos, sumados los votos habidos en las elecciones de todos ellos y asignados los escaños en función de los resultados obtenidos por cada partido político y los diputados provinciales que corresponden a cada partido judicial –en el caso de nuestra provincia: 15 al de Guadalajara, 6 al de Sigüenza y 4 al de Molina-, es evidente que las tendencias políticas que he apuntado para los ayuntamientos, también condicionarán la distribución de fuerzas resultante en las diputaciones. En todo caso, parece evidente que van a verse mermadas las mayorías absolutas en muchas diputaciones, que pueden cambiar los tradicionales equilibrios y que es probable que aparezcan nuevas opciones políticas en ellas, lo que obligará a llegar a acuerdos de gobierno, algo saludable si se suman fuerzas y voluntades y se pactan programas de interés general, pero tóxico si lo que se pacta son sólo cargos y sueldos. Y es que hay mucho pirata, aunque bien es verdad que no sólo en política. Y mucho bucanero. Y no pocos filibusteros.
Por cierto, hablando de las diputaciones, aún con el grato recuerdo, muy vivo y presente, de la reciente conmemoración del bicentenario de la de Guadalajara, aprovecho para reivindicar que las corporaciones provinciales sean elegidas directamente por los ciudadanos, en primer grado, lo que las acercaría al conocimiento y la voluntad de los electores y permitiría que se premiaran o castigaran las gestiones de sus máximos responsables y no las de los ayuntamientos.
Y, como decían Tip y Coll, la próxima semana hablaremos del gobierno… regional. O de lo que me venga en gana, que ya sólo faltaría que, a mis 51 años y con la bolsa escrotal negra del humo de mil batallas, me digan de lo que tengo que escribir o hablar y, lo que es peor aún, lo que tengo que opinar. El gran Ortega y Gasset decía, contemplando y admirando la estatua yacente de El Doncel de Sigüenza, que “en España, casi todo lo grande, es anónimo”; pero, digo yo, que no le alcanzo a Ortega ni a la suela de sus zapatos, que también hay mucha cobardía, mucha vileza interesada y mucha pequeñez que se esconden en el anonimato. La verdad no necesita heraldos, se anuncia y proclama sola. Y mira de frente.