¿Navidad imposible en la Guadalajara vaciada?

                               Por mucho que algunos -bastantes y cada vez más- se empeñen en darle un contenido intencionada y progresivamente más profano, la Navidad es una fiesta de absoluto contenido religioso en lo fundamental, aunque se le adorne por lo civil de espumillón, langostinos, turrón y centros comerciales, las pajas de ahora que dan mucho menos calor al niño que las de la caña del trigo, la cebada o el centeno de Belén, por muy humildes que fueren. Pese a que la Navidad coincida con el solsticio de invierno y en los ritos precristianos este ciclo también tuviera un señalado carácter festivo, si bien trufado de elementos idólatras, mágicos y esotéricos, la gran fiesta por el nacimiento de Jesús es la piedra angular de la religión cristiana que, junto con la filosofía griega y el derecho romano, conforman los tres pilares básicos de la cultura europea, exportada a otros continentes como ninguna otra ha logrado. Cada uno es muy libre de celebrar la Navidad, e incluso de no hacerlo, como le venga en gana, por supuesto, pero circunscribir ésta a un fasto por lo civil es renunciar a la esencia y los fundamentos, tanto materiales como inmateriales, que nos han sido transmitidos y que llamamos tradición. Tradición es una palabra de origen latino, como el setenta por ciento de las que conforman el idioma español, que deviene de “traditio”, que significa entrega, transmisión; es decir, la tradición es lo que se nos ha dado, lo que se nos ha legado por quienes nos han precedido y, por ende, lo que estamos obligados a entregar y a transmitir a quienes nos sucedan; si es que nos sucede alguien porque cada vez nacen menos niños, especialmente de familias residentes en zonas rurales de la provincia, y gran parte de los pocos que nacen marchan del pueblo a la ciudad antes de mocear si quiera.

                Según ha informado recientemente este diario en línea con datos del avance del INE,entre enero y junio de 2019 ha habido en Guadalajara 966 nacimientos (541 hombres y 455 mujeres) mientras que han fallecido 1085 personas (en este caso murieron más mujeres -536- que hombres -522-). Un saldo vegetativo negativo, por tanto, de 119 personas. Faltan por tabular los datos del segundo semestre del año, pero si se revisan las estadísticas pasadas, es tendencia el hecho de que mueran más personas de las que nacen en nuestra provincia y si este dato se circunscribiera solo al medio rural, sería demoledor. Los cada vez menos sacerdotes que hay en nuestra Diócesis y que, por ende, multiplican las parroquias a las que atender, tienen, figuradamente, llenas de telarañas sus pilas bautismales, mientras que han hecho ya rodales en los caminos de los cementerios de tanto transitarlos. A los niños se les ha olvidado nacer en los pueblos, mientras que los mayores se empeñan en morirse en ellos o, al menos, en ser enterrados allá donde están sus raíces y el polvo de los huesos de sus antepasados. Así las cosas, el saldo vegetativo de la Guadalajara más rural -que es el 80 por ciento de la provincia, aunque en ella solo viva menos de un 20 por ciento de la población-, más que un dato matemático, es un grito tan profundo y desolador como el que transmite el conocido cuadro de Munch, un clamor de angustia y desesperanza. Parecen, por tanto, imposibles las navidades en la Guadalajara vaciada, porque Navidad viene de natividad y en gran parte de ella el único niño que nace es Jesús… y tiene ya 2019 años. Pero la Navidad no es cuestión de cantidad, porque en ella solo nace un niño, en la ciudad más poblada o en el pueblo semivacío; la Navidad es un asunto de cualidades, de seres y de sentires, de calideces y esperanzas, de afectos y voluntades. Si nadie espera al niño en la gran ciudad, no nace, o lo hace en el más humilde de sus arrabales, los belenes de hoy; si hay una sola persona en el más pequeño y alejado lugar, pero le espera, Jesús nace en la plenitud que representan la humildad y la sencillez, los dos valores que confieren a los hombres de buena voluntad la verdadera paz. ¿Navidad imposible en las tierras y los pueblos vaciados? Es más difícil tener noticias de Jesús en las ciudades más grandes que en los pueblos más pequeños; en aquellas, el humo y ruido difuminan y contaminan todo, mientras que en estos no hay más sonido que el del silencio y en él se puede escuchar hasta la voz endeble de un niño que ni sabe ni quiere saber de intereses y cuyo único lenguaje es el amor.

                En este 2019 que me ha arrancado un hermano del corazón, en el tiempo del nacimiento de Jesús va a nacer también mi niño particular, Darío, a quien prometo mientras aún se piensa cuando nace que siempre le estaré esperando. Y es que la vida solo tiene sentido, y futuro, en la esperanza.

                ¡Feliz Navidad!   

Foto: Puesta de sol en el bosque de Arroyo de Fraguas. Noviembre 2019

La playa de Revuelta

En los últimos días de noviembre, en la Sala Tragaluz del Teatro Auditorio Buero Vallejo, se celebró un sencillo, pero sentido y justo homenaje póstumo a Fernando Revuelta Somalo, político local de izquierdas de larga trayectoria que hasta llegó a ser alcalde de la capital de forma interina durante cinco días, en julio de 1992, tras la dimisión de Blanca Calvo como alcaldesa, quien como cabeza de lista de IU lideró durante un año, un mes y un día el gobierno municipal, con el único apoyo de dos concejales: el propio Revuelta, que fue su primer teniente de alcalde, y Elvira Moreno. Aquel año de sorpresivo gobierno de IU fue un regalo envenenado que hizo a la ciudad el tacticismo político del PSOE pues, contrariado porque las bases de IU habían rechazado el pacto de gobierno de coalición con ellos, negociado, precisamente, por Fernando Revuelta y Javier de Irízar, decidió votar a la candidata de IU. Así, sumados los diez votos del PSOE a los tres de IU, Blanca Calvo accedió a la alcaldía, pero sin contar después con el apoyo socialista; bien al contrario, recibiendo una zancadilla tras otra a su titánica labor de intentar dirigir un consistorio con el apoyo de solo 3 de los 25 concejales que conformaban la corporación. Aquel año “que vivimos peligrosamente”, como algunos lo calificaron en el homenaje a Revuelta, acabó cuando, mediado 1992, la ciudad estaba semiparalizada al acumular una deuda de 1500 millones de pesetas y no tener presupuestos por la falta de acuerdo entre IU y PSOE, circunstancia que llevó a Blanca Calvo a dimitir y a Fernando Revuelta a ser alcalde los cinco días que transcurrieron desde la dimisión de la alcaldesa hasta la elección del nuevo alcalde, José María Bris. El candidato del PP fue elegido gracias a los votos de sus doce concejales y la abstención del socialista Fernando Planelles, justificando este su voto díscolo respecto al de su grupo en que la ciudad no podía seguir paralizada por más tiempo. Bien es sabido que Bris mantuvo la alcaldía los once años siguientes al lograr refrendar su labor con dos mayorías absolutas consecutivas.

                Aunque esos cinco días de julio de 1992 en los que Revuelta fue alcalde de Guadalajara, sin duda supusieron su acceso al cargo de mayor relevancia que alcanzó en su dilatado recorrido político, no pasan de ser mera anécdota y pura coyuntura si lo que se pretende es juzgar y valorar su biografía política, ancha, larga y profunda como pocas en el ámbito provincial y, especialmente, en el local. A Revuelta le conocí bien desde dos perspectivas y dos distancias que me permiten valuar su figura con cierta objetividad: primero, en mi calidad de periodista de “Flores y Abejas” -la añorada e histórica cabecera que en 1990 dio paso a “El Decano de Guadalajara”– y, después, como compañero de corporación suyo que fui en el Ayuntamiento de la capital, en el mandato 1999-2003, perteneciendo él al grupo socialista -entonces en la oposición- y yo al popular, en el último mandato de Bris. Revuelta acabó en las listas del PSOE procedente de Nueva Izquierda, una corriente socialdemócrata desgajada del PCE surgida en su crisis de los años 80 cuando ya estaba integrado en IU.

                Antes de conocer a Fernando como compañero de corporación, mi impresión periodística de él es que se trataba de un político vehemente, muy comprometido con sus ideas y beligerante con las de los demás, inteligente y trabajador. Cuando le traté más en profundidad, siendo ya compañeros de corporación, aunque en bancadas enfrentadas, además de corroborar y matizar mis apreciaciones previas sobre su persona, descubrí en él un perfil de persona de muchísima sensibilidad social, culta, dialogante y tolerante, esto último algo que, he de confesarlo, supuso toda una sorpresa para mi pues creía que la vehemencia estaba reñida con la tolerancia. De hecho, descubrir estos rasgos de la personalidad de Revuelta me ayudaron a conocerme y a tener un mejor concepto de mi mismo, pues no voy a ocultar que yo también soy muy vehemente, una circunstancia que se hizo demasiadas veces visible el tiempo que permanecí en política y que fue ocho años; demasiados. Por cierto, aprovecho la ocasión para decir públicamente que decidí dejar la política por causa del marxismo -de Groucho, no de Karl- pues tras algún sinsabor que otro y bastantes decepciones, dispuse que jamás volvería a formar parte de un partido que me aceptara como militante.

                Pero he venido a hablar de Revuelta, no de mí, y quiero volver a remarcar de su personalidad política su capacidad de diálogo y tolerancia que él, mejor que nadie, hizo compatibles con su vehemencia y apasionamiento, aunque estos dos últimos factores, a veces, solaparan y hasta eclipsaran aquellos otros dos cuando se le juzgaba superficialmente. En los pasillos del ayuntamiento y en las calles de la ciudad, él con sus ideas de izquierdas y yo con las mías liberales, charlamos muchas veces y nos pusimos de acuerdo en bastantes, porque les puedo asegurar que anteponía los intereses de Guadalajara a cualesquiera otros, y con esa filosofía y talante es muy fácil llegar a acuerdos conmigo.

                Iba a contar alguna anécdota vivida con Fernando que no dejaría en buen lugar a algún compañero suyo de bancada que, incluso, hoy sigue en política activa -es un decir-, pero no quiero solapar su merecido homenaje con nada ni nadie y, menos aún, con personajes que están en el mundo (político) simplemente porque pasan lista y pagan bien. Terminaré diciendo que Fernando Revuelta debe ser recordado, como muy bien comentó en su homenaje su viejo conmilitón comunista, Paco Palero, no como el hombre que fue alcalde de Guadalajara cinco días, sino como la persona que trabajó por esta ciudad y por sus gentes todos los días de su vida, con sus errores y sus aciertos, pero siempre con la mejor intención, el mayor compromiso y mucha dedicación. Y es que, debajo del asfalto de la dureza de sus gestos y palabras, Fernando guardaba la playa de la sensibilidad.

Foto: Fernando Revuelta con Elvira Moreno. Foto: Luis Barra.

La España vaciada… y seca

                               Una buena parte de Castilla y de Aragón, así como otras amplias zonas del interior de España llevan despoblándose progresiva e imparablemente desde mediados del siglo XX en que comenzó la emigración masiva del medio rural al urbano, que incluso aún hoy persiste. Esa sangría poblacional conllevó y aún sigue conllevando un acusado debilitamiento de las comunidades rurales en todos los órdenes y ámbitos: demográfico, social, económico y cultural, fundamentalmente. En poco más de tres décadas, la primera de ellas la de los años sesenta con la llegada del llamado “desarrollismo” y las inmediatamente siguientes, miles de pueblos españoles vieron diezmada su población de tal forma que pasaron de tener varios centenares de habitantes mediado el siglo pasado a quedarse literalmente despoblados, o casi, cuando ya iba de vencida la centuria. La pérdida de población del medio rural en la España de interior fue tan drástica en aquellos años que hasta pareció que se frenaba en el horizonte del siglo XXI cuando, en realidad, ese diezmarse los pueblos a goteo en vez de a chorro como en años precedentes no era más que la consecuencia lógica de que lo ya muy despoblado, apenas podía despoblarse más.

A esa España que perdió tantas figuras en el paisaje rural, a ese campo que cambió buena parte del terreno de labrantío por barbechera, a esos viñedos arrasados por el mildiu, la filoxera y la falta de brazos para podarlos y labrarlos, a esos olivares abandonados, a esos huertos sin hortelanos que implicaron aquellos años de diáspora, silencio y soledad para las comunidades rurales, también les acompañó un terrible mal: la pérdida de una importante parte de su rica y singular cultura, tanto material como inmaterial. A esa España despoblada -un concepto humano-, bien es sabido que últimamente la han bautizado con una noción puramente física: “la España vaciada” que, hasta es probable, pueda tener su propio ministerio estatal al igual que ya tiene un comisionado regional. Mucho me temo que elevar al rango de ministerio esta realidad socioeconómica sea una medida más efectista que efectiva y que, incluso, conllevará una nueva e importante carga de cargos y asesores para las cuentas públicas, estando por ver que desde esa cartera se consigan adoptar medidas verdaderamente eficaces para que deje de despoblarse el medio rural y, a ser posible, incluso comience a repoblarse. No obstante, concederemos el beneficio de la duda al nacimiento, si es que finalmente se produce, de ese ministerio de la despoblación, aunque el escepticismo anide lógicamente en nuestro ánimo después de tantos años de hablarse de este problema y no resolverse; incluso, ni siquiera, paliarse. Aún recuerdo, en tiempos aurorales de nuestra autonomía, a un consejero regional leyendo un “Manifiesto de la España desierta” en Villacadima, uno de los símbolos más notorios de la despoblación provincial. Este bello pueblo de la Guadalajara más septentrional, en el que actualmente hay censadas dos personas y que depende administrativamente de Cantalojas, en apenas un lustro, entre los años sesenta y setenta, perdió prácticamente toda su población, dejando huérfano su alto páramo limítrofe con las tierras segovianas de Ayllón. También dejó literalmente abandonada su espléndida iglesia románica rural que, un servidor, llegó a conocer abierta de par en par, con huesos de las sepulturas de su interior esparcidos por el suelo y entremezclándose con restos materiales de la ¿civilización? urbana como latas de conserva y botes de bebida vacíos, papeles de periódico, cristales rotos, etc. Una auténtica plasmación material y conceptual del abandono, vamos.

Como saben, desde hace ya un cierto tiempo es recurrente la presencia en las escaletas de los telediarios nacionales de algún pueblo de la “España vaciada”, especialmente el de Antena 3 de los domingos a mediodía. En el del día 17 se emitió un reportaje en el que aparecieron vecinos de Durón y Chillarón del Rey comentando y opinando sobre la dura realidad de estos pueblos semivacíos, especialmente cuando llega el invierno. Un vecino de Durón de mediana edad se quejó de que para comprar patatas tenían que desplazarse 27 kilómetros; una señora mayor del mismo pueblo protestó lo que tarda en llegar una ambulancia si es requerida por alguna urgencia, pero lo que más me llamó la atención fue que, cuando a una vecina de Chillarón, también ya mayor, le preguntaron sobre qué es lo que más se necesitaba en el pueblo, dijo: “¡Agua!”. Seguro que saben que Chillarón es un pueblo ribereño de Entrepeñas y que, pese a ello y al igual que otros pueblos de la zona, tiene problemas frecuentes de abastecimiento de agua, tanto en cantidad como en calidad. Es una injusticia manifiesta y un auténtico despropósito que el agua de Entrepeñas y de Buendía riegue huertas levantinas mientras los ribereños pasan sed. Y ahora, para más “inri”, el dicharachero consejero, Francisco Martínez Arroyo, reclama que se envíe más agua desde la cabecera del Tajo a las Tablas de Daimiel porque están más secas que la mojama -entre otras razones porque sus acuíferos los esquilman y agotan regantes de la zona-, al tiempo que reivindica que se termine de una vez y se use en todo su potencial la llamada “Tubería Manchega”, que nació para derivar el agua de la cuenca del Tajo también a la del Guadiana. Lo sangrante es que esa tubería se está financiando con el dinero que ingresa la Junta de Comunidades -más bien de “calamidades”, por este y otros sangrantes casos de “mancheguitis” aguda- del dinero que pagan los regantes levantinos por el agua que les llega del Trasvase Tajo-Segura.

Esperamos que el comisionado regional que Page ha nombrado para luchar contra la despoblación, Jesús Alique, sacedonense de origen y, por ende, ribereño de Entrepeñas y de Buendía, arregle entuertos como estos que no se entienden, gobierne quien gobierne, y que, lejos de solucionarse, se enmarañan cada vez más, pese a la demagogia política. La cabecera del Tajo no da para más y muchos de sus pueblos, además de vacíos, están secos. Falta agua en calidad y en cantidad en las casas, a pesar de ser ribereños de la cabecera de los trasvases al Tajo y al Guadiana. Decía el expresidente Zapatero que la tierra no es de nadie, solo del viento; la frase es muy bonita, muy poética, muy candorosa, muy “zapateril”… y podía extenderse también al agua, diciendo que no es de nadie, solo de las nubes y el sol; pero clama al cielo que un rincón de la España vaciada esté sedienta, mientras se refleja en el azogue húmedo de Entrepeñas y Buendía. ¡Y venga trasvases y venga tuberías, pero solo de ida, nunca de vuelta!

Mañueco abrevia la historia de Castilla en 220 páginas

Si hay un escritor prolífico en Guadalajara, ese es, sin ningún genero de duda, el compañero en los blogs de Guadalajara Diario, Juan Pablo Mañueco, a quien desde estas líneas quiero mostrar públicamente mi admiración, no solo por lo mucho que escribe, sino porque la mayor parte de lo que escribe está muy bien escrito, documentado y fundamentado. Sus palabras, como diría Lázaro Carreter, son auténticos dardos, no porque hieran, sino porque van al mismo centro de la diana del idioma por su precisión y adecuación al ser usadas. De casta le viene, pues profesionalmente fue profesor de instituto de Lengua y Literatura Españolas, docencia que ejerció en centros madrileños y guadalajareños. Precisamente, él fue “gato” de cuna, pero con apenas unos meses de edad cambió su gatera madrileña por el panal alcarreño, tierra natal de su familia materna. Y aquí que se avecindó desde que andaba a gatas -hoy, sin pretenderlo, va la cosa de mininos…- y aquí continúa avecindado, para mejora cuantitativa del padrón local y beneficio personal e intelectual de sus vecinos, entre los que me encuentro pues compartimos geografía de barrio en las proximidades del viejo arrabal de Santa Catalina, vulgo la calle Amparo.

                La última de las obras que ha escrito Mañueco tiene por título, nada más y nada menos, que “Breve historia de Castilla (De los orígenes al siglo XXI)”, suma 220 páginas y contiene 65 ilustraciones a color. He escrito que nada más y nada menos porque si hay algo extenso y de una dificultad extrema para abreviar, esa es, precisamente, la historia de Castilla, la tierra con mayor peso y poso históricos de cuantas se sumaron para que naciera España pero que, sorprendentemente, no tiene reconocimiento unitario en el mapa autonómico actual; bien al contrario, hay tierras castellanas en cinco regiones españolas: Castilla y León, Castilla-La Mancha, Madrid, La Rioja y Cantabria e, incluso, si buscamos su huella, aún la podemos encontrar en otras.

                Dejo para una futura ocasión un tratamiento y valoración más exhaustivos de esta breve historia castellana de Mañueco, pero, cuando apenas he tenido tiempo de echarle un vistazo y ya he comenzado a disfrutarla, no he querido que pasara un momento más sin contribuir a la difusión de su aparición editorial y a recomendar encarecidamente su adquisición a los historicistas y a los que no lo son, a los castellanistas y a quienes no lo son; eso sí, solo apelo a los curiosos, a los inconformes y a quienes les gusta ampliar el conocimiento y profundizar en él con un sentido crítico, mientras que a los quietos, a los ilusos, a los que les da igual ocho que ochenta y a quienes no llevan un cencerro colgado al cuello, pero podrían llevarlo, a esos y a algún indolente más, les invito a que no lean esta obra. Por cierto, si el contenido del libro es estimable, el continente, o sea, su diseño y edición, que han corrido a cargo de Aache, son magníficos, a la altura del elevado nivel de esta editorial guadalajareñísima de Antonio Herrera Casado a quien hace tiempo que estamos tardando en poner un monumento, y no solo por su espléndida labor editorial, sino por su extraordinario trabajo como Cronista Oficial de la Provincia, destacando en él muy especialmente su labor divulgativa.

                Con un simple hojear y ojear el último trabajo editorial de Mañueco, pronto es advertible que el autor no se ha conformado con ir a lo sencillo y al terreno ya trillado, resumirlo, aportar mínimamente para no sonrojarse, sumar otro ISBN más y santas pascuas. Lejos de ello, no solo ha escrito una historia breve de Castilla desde que podemos hablar de ella ya así bautizada o tenida, sino que se ha remontado a la geografía eterna y la historia previa del territorio que después fue Castilla, llegando en esa noche de los tiempos nada más y nada menos que al “homo antecessor” hallado en la sierra burgalesa de Atapuerca. Historia que nos trae hasta nuestros días pues, con toda intención de dar un presente y abrir un futuro a una tierra que parece tener solo pasado para muchos, Juan Pablo dedica un último capítulo a la “Situación actual castellana” e, incluso, nos hace llegar un mensaje de esperanza hasta a los más descreídos como soy yo, titulando así un epígrafe de este postrer capítulo: “Algunos síntomas de mejoría en los últimos años”. Leídas sus palabras al respecto, aunque ya con unas cuantas cicatrices en el corazón, he recordado aquellos momentos de mi mocedad en los que iba detrás del Nuevo Mester de Juglaría, allá donde llevaran su música, su compromiso castellanista y su contento, para cantar/gritar al viento con ellos “Castilla, canto de esperanza”, el fragmento tomado del poema “Los comuneros”, de Luis López Álvarez, que acababa así:

Quién sabe si las cigüeñas

han de volver por San Blas,

si las heladas de marzo

los brotes se han de llevar,

si las llamas comuneras

otra vez repicarán:

cuanto más vieja la yesca,

más fácil se prenderá,

cuanto más vieja la yesca

y más duro el pedernal:

si los pinares ardieron,

¡aún nos queda el encinar!

Castilla nos lleva esperando mucho tiempo a los castellanos, confío en que sentada. Soy castellanista, sí, lo he sido y lo voy a seguir siendo, pero lo mejor que he mamado de Castilla ha sido su generosidad y apertura para renunciar a sí misma con el fin de que naciera España. Castilla siempre ha sumado, mientras otros solo han querido, quieren y querrán restar y dividir. Juan Pablo Mañueco, con su breve historia de nuestra Castilla, nos aporta conocimiento, pero también reflexión crítica. Ya están tardando en leer su libro. Avisados quedan.

Barcelona: Amics per sempre

Todo el mundo -o casi- ha oído, y más de una vez, la canción “Barcelona”, compuesta por el mítico cantante de Queen, Freddie Mercury, y cantada a dúo por él mismo y la también mítica soprano catalana y española, Monserrat Caballé. Aquel tema fue la banda sonora más recurrente e internacional de los exitosos y recordados juegos olímpicos de Barcelona´92, aunque la más popular fue la canción de despedida de las olimpiadas, “Amigos para siempre”, compuesta y cantada por “Los Manolos”, conocidos rumberos catalanes que ensancharon su fama con aquella pegadiza y alegre melodía.

Aunque los increíbles agudos salidos de las magníficas voces de Mercury y de la Caballé permanecen imborrables en nuestra memoria acústica, es muy probable que pocos hayan reparado en la letra de esta canción pues, al menos que yo sepa, siempre se cantó en inglés y jamás se hizo versión de ella en castellano. Y creo que tampoco en catalán. Como las nuevas tecnologías permiten casi todo, con mi inglés básico de los Salesianos y, sobre todo, la ayuda de un traductor “on line”, he sabido que esta canción contaba el feliz encuentro de una pareja en Barcelona, que allí vivía su sueño y que, si Dios lo quería, volverían a encontrarse allí de nuevo. Les copio y pego, traducida, la parte magra de la canción:


Desearía que mi sueño nunca se fuera
Wish my dream would never go away
Barcelona – Fue la primera vez que nos encontramos
Barcelona – It was the first time that we met

Barcelona – ¿Cómo puedo olvidar?
Barcelona – How can I forget

En el momento en que entraste en la habitación me dejaste sin aliento
The moment that you stepped into the room you took my breath away

Barcelona – La musica vibró
Barcelona – La musica vibró

Barcelona – Y ella nos unió
Barcelona – Y ella nos unió

Y si Dios quiere nos volveremos a encontrar, algún día
And if God willing we will meet again, someday

Como sí es de amplísimo conocimiento, el “Amigos para siempre” de Los Manolos, cantada simultáneamente en castellano, en catalán y en inglés, es un canto a la amistad, la fraternidad y la apertura y la hospitalidad que, hasta hace no mucho, eran las señas de identidad de Barcelona, la ciudad más europea y cosmopolita de España durante mucho tiempo, pero a la que el nacionalismo extremo está condenando a ser, lamentablemente, solo la capital de un corralito provinciano, trasnochado, endogámico y paleto. Esto cantaban Los Manolos cuando se despedían cordialmente del mundo al acabar las olimpiadas españolas de Barcelona´92, que tanto nos hicieron disfrutar a los amantes del deporte y que tanto bien, progreso y desarrollo llevaron a la capital catalana, gracias no solo a su gobierno autonómico, sino al esfuerzo conjunto de todo el Estado español:

Es la amistad, amor y la fraternidad
todos unidos en la vida hemos de estar
para poder compartir nuestra amistad
amigos para siempre.

Esos valores y esos sentimientos que emanan de la canción de Los Manolos, ahora mismo, son una utopía en Barcelona cuando durante mucho tiempo fueron una espléndida y admirable realidad. Los polvos que el nacionalismo supuestamente moderado fue removiendo en el camino de la democracia aprovechándose del nuevo estado de las autonomías, han traído estos lodos de hoy que han terminado deviniendo en la tremenda violencia desatada en las calles de la ciudad condal, protagonizada por una minoría radical, sí, pero alentada por muchos y hasta jaelada por no pocos. Recuerdan la expresiva frase de Xabier Arzallus, uno de los padres de todos los nacionalismos y arquetipo de sibilino: “Es preciso que unos muevan el árbol para que otros cojamos las nueces”.

He admirado Barcelona y paseado y disfrutado por y en ella no pocas veces, cuando era una ciudad abierta al mundo; hoy es una ciudad en la que muchos, demasiados, solo se miran el ombligo y se calan la barretina hasta taparse los ojos y también los oídos. A esos, que no son todos, pero que repito que son demasiados, les quiero invitar a reflexionar sobre un viejo lema castellano: “Nadie es más que nadie”.

Rectificar no solo es de sabios, también es de prudentes. Y sin prudencia, la vida es una montaña rusa, no catalana.

Zasca “pa” ti

                Corrían los principios de los años setenta del siglo pasado cuando el gran guitarrista mejicano, Carlos Santana, sacó una de esas canciones que al sonar en las discotecas bajaba la intensidad de la luz, hacía que los bailongos de suelto se fueran a la barra a tomar un medio de Larios con Coca Cola y las parejas ocuparan su lugar en el centro de la pista para bailar agarradas hasta donde ella lo permitía. Me refiero a “Samba pa ti”, un tema que, como era habitual en aquella etapa musical de Santana, llevaba a máximos los agudos del punteo de su guitarra, una mítica PRS que vino a romper la dicotomía previa entre la Fender y la Gibson como instrumentos eléctricos top de cuerda. A “Samba pa ti” le siguieron otros inolvidables temas del músico jalisciense que también dejaron huella en las pistas de baile de las discotecas de medio mundo y parte del otro medio: “Europa” o “Mujer de magia negra”, entre ellas; la primera, una canción lenta que también ponía a cien los corazones de los enamorados y les invitaba a arrimarse en la pista bien agarrados y, la segunda, una extraordinaria combinación de blues y de rock, compuesta por Peter Green, el guitarrista de la banda inglesa Fleetwood Mac, a la que Santana añadía la angostura latina. Confieso que las bandas sonoras de mi adolescencia más hormonal fueron “Samba pa ti” y “Europa” porque el tempo lento de ambos temas y los agudos de los punteos de Carlos Santana me llevaban a soñar con los pies que es la metáfora con la que otro grande, Joaquín Sabina, define al baile; y, recordemos, que los hijos de aquellas primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX éramos carne de discoteca, el lugar que más parejas ha unido con el permiso de las iglesias y de los juzgados.

                Confieso que hoy iba a escribir solo de política, aunque cada vez me da más pereza hacerlo porque, convendrán conmigo, el patio actual de la cosa común en España, y aún en parte del extranjero, está como de mírame y no me toques. Bueno, más que un patio, parece un gallinero porque la clase política de esta hora no hace más que piar y tratar de picotear al contrario, con la inestimable y ya imprescindible ayuda de las redes sociales que se han extendido como yedra pero han reducido los mensajes a un número de caracteres limitados. En ellas, todo el mundo practica -mejor dicho, lo hacen los “community manager” a sueldo que pagamos todos- el “zasca pa ti”, que es una bofetada dialéctica que dura en la red menos que duraba la música lenta en las discotecas. ¿Entienden ahora por qué he comenzado hablando de Carlitos Santana?

                Aunque seguramente a muchos blogueros, especialmente a los coetáneos míos, les apetecería más que siguiera hablando del músico que mejor combinó el jazz, el blues, los ritmos afro-cubanos y el sonido latino y que tanto nos ayudó a hacer químico el amor con los agudos largos de su guitarra, la actualidad manda y en España hace tiempo que no dejan de ser noticia permanente los procesos electorales: en cuatro años, hemos sido citados a las urnas en tres ocasiones para celebrar elecciones generales, incluidas las próximas del 10 de noviembre. A estos comicios cabe añadir la triple cita que tuvimos el 26 de mayo pasado, apenas un mes después de celebrarse las últimas generales que, por cierto, solo han servido para que ganaran un pastizal los diputados y senadores electos -y sus numerosos y costosos asesores, por supuesto-, a pesar de que la actividad parlamentaria ha sido casi nula.

                A falta de acción legislativa por no haber sido Pedro Sánchez capaz de formar gobierno pese a tener evidentes opciones de hacerlo por su izquierda y su derecha, la clase política -más bien casta ya, por sus privilegios, estanqueidad y sectarismo-, se ha dedicado a tuitear, retuitear y dar zascas, “pa” ti, “pa” mí, “pa él” y “pa” quien hiciera falta, en un juego virtual de tortazos dialécticos que me recuerda muy mucho a un cuadro de Goya que es una alegoría de la España de todo tiempo: “Duelo a garrotazos”. Así las cosas, y mientras la economía española da síntomas de estar constipada e, incluso, ya tiene tos perruna, dolor de cabeza y algo de fiebre, señales más propias de males mayores, en vez de ponerse remedio temprano a signos tan alarmantes en forma de un gobierno fuerte y serio, nos convocan de nuevo a elecciones a ver si el resultado le gusta y conviene más al convocante. Las elecciones son, efectivamente, la fiesta de la democracia, como se hartan de repetir de forma recurrente los políticos en las jornadas electorales, pero la fiesta siempre llega y tiene sentido después del trabajo y, en esta ocasión y en alguna de las precedentes, nuestros representantes no han dejado de estar de fiesta y, de trabajar, lo que se dice trabajar, bien poquito. Eso sí, han cobrado -ellos y sus muchos y caros asesores, vuelvo a repetir- como si se hubieran deslomado, cuando ni siquiera se han arremangado. Hemos vivido meses de pura cohetería política, de impostura y sobreactuación, vamos.

                El bipartidismo, al que tantos males se han achacado, empieza a parecer un problema menor comparado con las consecuencias que, al menos hasta el momento, ha traído el multipartidismo. La democracia, más que una forma de gobierno, es una suma de actitudes de diálogo, tolerancia y respeto hacia lo que piensan y hacen los demás, y una invitación continua a la negociación y al acuerdo en beneficio colectivo, algo que está laminando el tacticismo político de mirada miope, trufado de populismo. Y negociar no es imponer, sino ceder; eso sí, sin sobrepasarse nunca las líneas rojas de la unidad de España, de la igualdad de derechos y de deberes de todos los españoles y los demás principios y preceptos contenidos en la Constitución, que es revisable y modificable, sí, pero no incumplible y, menos aún, pisable.

                Si en aquella estupenda fábula de la España de la Guerra Civil que se representaba en “La Vaquilla”, de Berlanga, la trataban de torear y después comer las dos Españas de esa difícil y cruenta hora, a la actual la están trasteando ya cinco y subiendo, además de los nacionalistas que siempre han jugado a “forçados” con ella. Que no acabe derrengada y cadavérica como la de la película berlanguiana es deber de todos, como también lo es pasar factura a los políticos más inconsistentes, torticeros y veletas; y pongo el adverbio más, porque, lamentablemente, la inconsistencia, la falsedad y la veleidad ya son señas de identidad común a toda la clase política actual. O sea, mi consejo es que voten ustedes a lo menos malo que es votar con la cabeza y no con el corazón. El corazón, ahora, hay que dejarlo, como lo dejábamos cuando éramos jóvenes, para bailar pegados las canciones de Santana.

Sale el sol de otoño en Guadalajara

Gloria Fuertes, la gran poeta, en fondo y forma, de la Generación de los 50 que rechazó que le llamaran poetisa, que nació “a una temprana edad”, “sin una peseta” y que tras cincuenta años de trabajar “tenía dos”, le escribió “A Guadalajara” diciendo “porque no tienes nada/yo te canto mientras me peino” para en otro verso del mismo poema ir más allá y afirmar “Que estás allí plantada en medio de Castilla/como esperando algo que no llega”. No le faltaba casi toda la razón a esa pedazo de poeta que no lo era menos por gustar a los niños y escribir para ellos: Guadalajara, ciertamente, tiene muy poco, si nos referimos a la riqueza material que sí acumulan otras tierras de mayor fortuna y a las que han tenido que emigrar muchos guadalajareños en busca de prosperidad, dejando atrás carencias, cuando no miserias. Algo muy parecido a lo afirmado por Gloria Fuertes ya lo había dicho en décadas anteriores Ortega y Gasset en sus “Notas de andar y ver” que reunió en “El Espectador”: “¡Esta pobre tierra de Guadalajara y Soria, esta meseta superior de Castilla!… ¿Habrá algo más pobre en el mundo?”. Y en la misma línea que la poeta que no quiso ser poetisa, dos buenos periodistas y escritores guadalajareños, Salvador Toquero y Santiago Barra, maestros, compañeros y amigos míos ambos, dedicaron su libro “Buscando a Cela en la Alcarria” “a las gentes de Guadalajara, que siguen esperando, a nada y a nadie, con una eterna sonrisa de resignación”.

                Pero, obviamente, Ortega, Fuertes, Toquero y Barra no son los únicos creadores que, en sus relatos, tanto en prosa como en verso, se han referido a estos 12,202,6 km2 de tierra castellana que llamamos

Guadalajara desde 1833 como un lugar que tiene poco o nada y cuyas gentes están instaladas en la desesperanza porque, o bien no esperan, o bien da igual que esperen pues nada tienen que esperar. El periodista, escritor y crítico literario José Montero Padilla, en su ponencia para el II Congreso Internacional de Caminería Hispánica titulada “Guadalajara como clave geográfica de la literatura (algunos aspectos)”, hizo un sintético pero gran trabajo recopilatorio de las referencias en la literatura española a nuestra provincia, contribuyendo de manera notable a localizarla en numerosos textos literarios. Este trabajo nos ha ayudado a conocer que, al contrario que el Coronel de la conocida novela de García Márquez, Guadalajara sí tiene quien la escriba, aunque como afirmara otro reputado periodista, Alejandro Fernández Pombolo que ocurre es que no se va a Guadalajara. Por Guadalajara se pasa y, sobre todo, se viene. Ciertamente, no todas las referencias a Guadalajara en la literatura han destacado de ella la pobreza de sus tierras o la desesperanza y resignación de sus gentes, si bien muchas, de una u otra forma, sí se han referido a esta como una tierra humilde y de gentes sencillas, no exenta, eso sí, de buenos paisajes y buen paisanaje. Cela, como no, es todo un paradigma de esto último que digo cuando asevera en su conocida dedicatoria de “Viaje a la Alcarria” a Don Gregorio Marañón: “La Alcarria es un hermosos país al que a la gente no le da la gana ir” -refiriéndose al paisaje, en este caso el de la comarca alcarreña- y “La gente me pareció buena: hablan un castellano magnífico y con buen acento y aunque no sabían mucho a lo que iba, me trataron bien y me dieron de comer, a veces con escasez, pero siempre con cariño” -valorando al paisanaje alcarreño-.

                Más de una vez nos hemos referido ya a ello por su importancia y hoy lo vuelvo a traer por su oportunidad: la primera ocasión o, cuando menos, la más señalada en que se cita a Guadalajara en una creación literaria de referencia, en un todavía balbuceante castellano, es en una jarcha -más bien una “muwaschaha”- datada a finales del siglo XI o principios del XII, de la que es autor el reconocido poeta y médico sefardita Yehuda Halevi, dentro de un panegírico dedicado a Josef ben Ferrusiel, médico judío de Alfonso VI:

Tan buona albischara

Des cuand mio Cidiello viénid

Com rayo de sol éxid

En Wadalachyara

(versión de Menéndez Pidal)

(Que podría traducirse de esta manera:

Cuando mio Cidiello (así era llamado Josef ben Ferrusiel) viene

¡qué buenas albricias!

Como un rayo de sol sale

en Guadalajara)

Pese a que Montero Padilla cita en su ponencia previamente referida esta afirmación de José Antonio Pérez Riojaquizá, de entre las capitales y tierras de Castilla la Nueva, figura Guadalajara como una de las menos glosadas literariamente”, en ella se hace referencia a importantes literatos

que han reparado en nuestra provincia en alguna de sus creaciones o a los que, en razón de cuna o residencia temporal, han dejado huella personal y literaria aquí, entre los que destaca a los siguientes: Juan Pérez de Castro, Bernardino de Mendoza, Luis Gálvez de Montalvo, Alonso Núñez de Reinoso, Alfonso Hurtado de Velarde, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Jovellanos, Moratín, Pérez Galdós, Azorín, Leopoldo Alas “Clarín”, Ángel María de Lera, José María Alonso Gamo, Ramón de Garciasol o Buero Vallejo, entre otros.

Termino esta reflexión sobre las letras y las guadalajaras a la que me ha llevado el inicio del otoño, el tiempo en el que el hombre y el paisaje se abrazan con la pasión de los amantes, con estos versos de Leopoldo Panero, el gran poeta astorgano de la Generación del 36, de su “Romance a Guadalajara”, dedicado al poeta humanense Ramón de Garciasol:

Brihuega, de vivas aguas;
Atienza, de piedras muertas;
Hita, pegada a su sombra;
de infancia y luna, Sigüenza.
Jadraque, bajo las águilas;
Cifuentes, mieses y leguas;
Auñón, colgado entre torres;
Sacedón, mojón de Cuenca.
…Arroyos y chirimías
moriscas ¡qué lejos suenan!
Pastrana, helado palacio;
Horche, desnuda en su vega.
Guadalajara y su nombre,
¡qué bien casan piedra a piedra!,
Tendilla, solar de conde;
Cogolludo, mar de ovejas.
¡Qué bien en el aire casan,
y en la luz de toda ella,
su placidez y su aroma:
romero, salvia, tristeza!
Qué bien el jilguero errante
cruza su alada presencia
con nosotros! ¡Qué sencilla
se pone el agua en la hierba!
Húmedos árboles juntos:
Torija, cavada huerta.
¡Gallinas, puertas, adarves
desamparados y en vela!
Surcos mellizos del cielo
-chirimías, damas, sedas-,
y en vez de huestes que avanzan,
olivares entre almenas.
Se apagan en el silencio
largos caminos de guerra:
Jirueque, torote, sombras
de espada en la tierra muerta.
¡Tenso rumor ondulado
del trigal, sin ruido apenas,
si no es el vuelo de un pájaro,
o el que hace, al rodar, la Tierra!

Pedro J.

En Guadalajara, Pedro J. no es el conocido exdirector de Diario 16 y El Mundo y actual director del digital El Español, un tal Ramírez, aquí, en Guada, Pedro J. es Pedro José Pradillo y Esteban, un grande se mire por donde se mire: alto y fuerte, en el aspecto físico; sólido, profundo y con un evidente toque de genialidad en el intelectual. Pedro J., nuestro Pedro J., expone una muestra panorámica de sus ensamblajes, en la Sala Antonio Pérez (Centro San José), desde el pasado 4 de septiembre y hasta el próximo 11 de octubre. No dejen de ir a verla, no se quedarán indiferentes y ese es el mejor elogio que se puede hacer a un artista conceptual como es él.

El apellido Pradillo en Guadalajara, de casta le viene a Pedro J., tiene un señalado peso específico por las importantes aportaciones de varios de sus miembros a esta pequeña ciudad que lleva ya años intentando ser mediana, pero que solo lo consigue a veces, cuando se le quita la modorra de quien se cree más de lo que es y deja de mirarse al ombligo; como dice Jesús en el Evangelio, cuanto más se empequeñezca Guadalajara más se enaltecerá, pero cuanto más se enaltezca, más empequeñecerá. Sé que con lo que he dicho me he metido en un jardín, pero después de ver con detenimiento y admirar la exposición de mi viejo compañero de aula en los años aurorales de los Salesianos y desde entonces buen amigo, Pedro J, quedarse en la superficie de las cosas y no profundizar en ellas, no es una opción.  Como decía, Pedro J. es un dignísimo sucesor de la saga Pradillo que en la ciudad tiene su baldón primigenio en su abuelo, Don José Pradillo Moratilla, un destacado funcionario municipal que se tomó muy en serio el archivo histórico del ayuntamiento y comenzó a organizarlo y a ahondar en él, al tiempo que todo un personaje pues su aportación fue decisiva para que se construyera la actual plaza de toros de la ciudad, al tiempo que fue un singular emprendedor que puso en marcha unos hornos de cal tradicionales con la marca de “El Cisne”. El Pradillo más conocido y reconocido hasta Pedro J. es, sin duda, Regino, el gran pintor guadalajareño (1925-1991), uno de los artistas locales más importantes del siglo XX, al tiempo que prestigioso catedrático de dibujo y director del Liceo Español de París durante muchos años. José Luis Pastor Pradillo, primo de Pedro J., también es un gran artista plástico, y su propio padre, José Luis Pradillo de Miguel, igualmente tiene muy buena mano para el dibujo artístico y el técnico, además de acumular una estimable trayectoria de actividad pública cuyo hito principal fue ser concejal del ayuntamiento capitalino en los años sesenta, debiéndosele a él que la policía municipal de entonces saliera de debajo de la escalera del edificio consistorial, su ínfima y única sede física hasta ese momento, pasando a tener unas dependencias mínimamente dignas. Otro Pradillo, Augusto González, fino periodista, escritor profundo y eficaz director de lacronica.net, un buen medio de la primera hora digital, sintetizó muy bien los méritos de esta saga de artistas y creadores en el catálogo de la exposición “Los Pradillo. Un siglo de pintores de Guadalajara, 1912-1998”, editado por Ibercaja en 1998.

  Pero volvamos a Pedro J. y a sus ensamblajes que, como he dicho, nos esperan en la Sala Antonio Pérez; y digo nos esperan y digo bien porque las obras de arte suelen ser objetos inertes, inanimados y muchas veces hasta desalmados –sin alma, no malajes, entiéndase-, pero las obras de Pedro J., aunque muchas de ellas estén realizadas con objetos de desecho, incluso orgánicos –sus propias uñas-, esperan de verdad, activamente, porque son capaces de generar emociones y sensaciones muy diferentes: sorpresa, duda, escepticismo, entusiasmo, admiración, rechazo… Así es el complejo arte conceptual que Pradillo transita como Pedro J. por su casa, lo que evidencia su enorme talento y capacidad creativa y que, junto a la constancia y la vocación, le han llevado a estar desde su primera juventud en la primerísima fila del arte de vanguardia local, pero con repercusión nacional. Esto último lo avala el hecho de que Pradillo ya ha expuesto, individual o colectivamente, en varias ocasiones en salas de provincias españolas como Madrid, Cuenca, Cáceres, Jaén, Albacete o Tarragona. También destacadas publicaciones especializadas se han hecho eco frecuentemente de la obra de Pedro J., la última de ellas “Descubrir el arte” que, en su número de septiembre, informa de su exposición en Guadalajara con este tenor literal que, por su interés y relevancia, reproduzco: “A lo largo de su trayectoria, una de las grandes obsesiones de Pedro José Pradillo fue producir objetos e imágenes que lograsen fascinar al espectador a partir de la combinación de distintos elementos y materiales. Desde los años setenta hasta hoy, este creador conceptual ha buscado fórmulas para desenvolverse más allá de los límites de los discursos pretéritos para reflexionar acerca del rol de los productos visuales en la sociedad de su tiempo. El espacio Antonio Pérez expone ahora casi medio centenar de sus obras con el objeto de suscitar en el visitante inquietudes y pensamientos críticos bajo la envoltura de lo lúdico”.

La exposición, titulada “Con qué objeto”, consta de 45 piezas y su comisario es el reputado historiador José Miguel Muñoz Jiménez, gran amigo de Pedro J., que también es autor del texto de presentación del magnífico catálogo que se ha editado para la muestra, técnicamente a cargo de Fernando Toquero (Tres Pasos/Diseño y Comunicación). De Pedro siempre he aprendido mucho y algo que me enseñó cuando siendo yo concejal de la capital comenzó a trabajar para el ayuntamiento, entonces como asesor externo a través de su empresa “Aegidius”, fue a editar buenos catálogos de las exposiciones pues éstas son efímeras pero los que permanecen son aquéllos.

Termino insistiendo en que es muy aconsejable ver esta exposición panorámica de Pedro J. –en ella hay obras suyas desde que tenía 14 años hasta la sesentena que ya gasta- porque nos esperan guiños de arte de vanguardia que van desde el pop art al neo-pop, y del dadaísmo, el surrealismo, el futurismo y el constructivismo hasta el barroco porque como dice José Miguel Muñoz, que sabe mucho, en las creaciones de Pradillo “muchas veces se impone ‘lo barroco’ a cualquier otra categoría histórica. Lo barroco, como bien defendió el tardorromántico D’Ors, es una condición propia de genios creadores”. Y pensar que yo me sentaba al lado de un genio en los Salesianos me produce emoción, aunque no se me pegara nada de él.

¡Enhorabuena, amigo!

Hasta siempre, Intendente

A mediados de agosto, después de 37 años de ejercicio profesional, se ha jubilado Julio Establés, el Intendente Jefe de la Policía Local de Guadalajara que es la denominación que la Ley 8/2002, de Policías Locales de Castilla-La Mancha, otorgó a los máximos responsables de la escala técnica de las policías municipales de la región, la superior de las tres que estructuran este instituto armado de naturaleza civil, junto con la ejecutiva y la básica.

A Estables lo he conocido mucho y bien, desde varias perspectivas a lo largo del tiempo, lo que me permite poder valorar su gran trayectoria profesional con bastante objetividad, aunque no voy a negar desde el principio que me unen a él fuertes lazos de afectividad y amistad. Primero conocí a Julio cuando en junio de 1989, con 35 años de edad, fue nombrado Jefe de la Policía Local de Guadalajara por el entonces alcalde de Guadalajara, el socialista Javier Irízar, siendo yo un joven “plumilla” del añorado “Flores y Abejas” que, con frecuencia, cubría la información municipal. De 1999 a 2007, período en el que fui concejal del Ayuntamiento de Guadalajara, los primeros cuatro años como miembro del equipo de gobierno de Bris y los cuatro siguientes como viceportavoz en la oposición liderada por Román, pude tratarle y conocerle desde un plano muy cercano y a veces de muy estrecha colaboración y relación pues algunas de mis competencias, especialmente las de festejos, entre 1999 y 2003, así lo requerían. Tras dejar de ser concejal en 2007, aquella relación y colaboración necesarias que mantuve con el Intendente Jefe de la Policía Local en mi etapa de munícipe evolucionó de forma natural hacia una amistad sincera, de la que he disfrutado, disfruto y pienso seguir disfrutando porque Julio es un amigo de los buenos, de esos que son como las estrellas cuando es de día, que no se ven, pero que sabes que siempre están ahí.

Nada más lejos de mi intención que caer en el egocentrismo del que no salía un viejo “santón” del periodismo local que, cuando elogiaba algún mérito de alguien y, muy especialmente, cuando escribía su obituario -afortunadamente, esta no es la circunstancia-, entre los principales activos del referido siempre estaba el hecho de que había sido “muy amigo” suyo. No es el caso, no, en esta despedida profesional a Julio Establés que he querido traer hasta mi blog, aún siendo consciente de que su sencillez y falta de vanidad le harán sonrojarse al leerla pues siempre ha llevado la discreción por bandera y no ha querido ser protagonista de nada, aunque ha dado la cara cuando ha hecho falta, incluso a riesgo de que algunos intentaran partírsela para darle una bofetada que estaba reservada a otros.

Julio ha sido un extraordinario jefe de la Policía Local, no porque lo diga un amigo suyo, sino porque lo avala su trayectoria con datos objetivos: con él ha aumentado en cantidad, pero sobre todo en competencia profesional, la plantilla, pasando de los 52 teóricos policías, pero 36 efectivos reales, que había cuando él era un número de ellos, en los años 80, a los aproximadamente 130 actuales; con él han mejorado notablemente los medios materiales, tanto uniformes, como equipamiento, vehículos, transmisiones e, incluso, armamento; siendo él su máximo responsable, la Policía Local dejó sus viejas y limitadas instalaciones prestadas en los bajos de la estación de autobuses por una moderna, muy bien equipada y magníficamente bien situada comisaría; gracias a su empeño, se lleva años trabajando en una marcada doble línea de actuación: seguridad y movilidad, la primera desde una perspectiva táctica de servicio y operativa, siempre en coordinación con la Policía Nacional, y la segunda, planificada desde una Mesa de Movilidad y con asesoramiento especializado externo; merced a su línea de trabajo, la prevención se ha impuesto por goleada a la represión y la sanción, hecho que, en el ámbito del tráfico, avala la circunstancia de que en los últimos años se haya reducido exponencialmente el número de sanciones en Guadalajara; ha sido decisiva su aportación para modernizar y especializar a nuestra policía municipal, impulsando la creación de la policía de barrio, la unidad de violencia de género, los agentes de movilidad, la unidad de mediación o los agentes tutores y algo -mucho- habrá tenido que ver su competencia profesional para que la capital sea una de las ciudades objetivamente más seguras de España, comparada con las de su tamaño poblacional, aún a pesar de estar en el límite de una zona donde repunta la delincuencia como es el Corredor del Henares. Evidentemente, todos estos logros han sido en equipo y gracias a la profesionalidad de la plantilla a su cargo, como Julio recalca siempre que tiene oportunidad, y por supuesto, en ellos han sido decisivas las aportaciones de los sucesivos alcaldes y concejales responsables de seguridad y movilidad de la ciudad.

Julio se ha jubilado forzosamente porque ha cumplido los 65 años de edad reglamentaria, pero estoy seguro que no le hubiera importado continuar pues tenía muchos proyectos en marcha y está en forma: incorporación de nuevos agentes para compensar las jubilaciones, potenciar la policía de barrio y llevarla a nuevas zonas, implementación de los caminos escolares seguros, mejorar la comunicación externa, incidiendo especialmente en las redes sociales, etc. etc. Todo eso y más ya le tocará a Jorge López, quien ha sido su “segundo” durante los últimos años, al que el propio Julio avala como un excelente profesional, algo que también secundo yo porque le he conocido y tratado lo suficiente como para saber que es tan buen policía como gran persona.

A Julio, ahora, le espera su estupenda familia para disfrutarse mutuamente mucho más de lo que hasta ahora ha sido posible, su/nuestro Real Madrid –él es un “mouriñista” recalcitrante, algo en lo que no coincidimos-, su pasión por la lectura y su vocación por la historia, especialmente la contemporánea -y también por el final de la antigua, o sea, Roma-, en la que se licenció pero que dejó aparcada cuando se cruzó en su camino la opción profesional –“bocación”, con “b”, lo llama él- de ser policía local de Guadalajara, la capital de su provincia pues es un molinés militante de Prados Redondos, otra cosa que nos une ya que mi abuelo paterno era de un pueblecito de al lado, Otilla.

Gracias, Julio. Hasta siempre, Intendente. Y seguimos viéndonos en torno a un café para cultivar la amistad y la palabra.

Ferragosto

Estamos metidos de lleno en el “ferragosto”, como llaman en Italia al ecuador del estío, a este tiempo mediado de verano y de agosto en el que la vacación y la fiesta se imponen por goleada al trabajo; de hecho, el ferragosto -cuya etimología se refiere a la feria de Augusto, el primer emperador romano que fue quien dio nombre a este tiempo y al propio mes- nació como punto de inflexión en los ciclos del trabajo agrario: acabada la cosecha de cereal y antes del inicio de la vendimia y la recogida de la aceituna, las siguientes tareas de primer orden que aguardaban a las gentes del campo, era un momento de comba muy oportuno y adecuado para la fiesta. De hecho, era y es costumbre en Italia en este tiempo que la gente vacacione y viaje, aunque sea a corta distancia, y que festeje mucho y con gran algarabía. Como verán, el ferragosto italiano tiene una correspondencia casi total con el llamado “puente de agosto” en España, como no podía ser de otra manera pues somos dos países mediterráneos y, además de geografía y sociología, compartimos también gran parte de nuestra historia. No olvidemos que en la península ibérica hay una huella indeleble de la cultura romana y hasta nuestro idioma común, el castellano, y los propios de algunas regiones españolas –Cataluña y Galicia, fundamentalmente-, tienen su origen en el Latín, el lenguaje de las gentes del Lazio, la región de Roma, capital y eje del viejo y gran imperio nacido en la península itálica y que hizo suyo el “Mare Nostrum”.

Pese a que el ferragosto es una fiesta de origen pagano, como ha sido habitual terminó cristianizándose, haciéndose coincidir con la celebración de la Virgen de la Asunción, el 15 de agosto, que, en muchos lugares de España, especialmente en la provincia de Guadalajara, tiene su continuidad el día 16 con la festividad de San Roque. La gentil feria de Augusto comenzaba a celebrarse el 1 de agosto, pero el ferragosto actual y desde su cristianización tiene lugar en el entorno del día 15, si bien continúa manteniendo en muchos lugares un componente eminentemente civil y profano. En España, la llamada “Tierra de María Santísima” por el papa santo Juan Pablo II, la fiesta mariana del 15 tiene muchísimo peso, aunque a los religiosos les complementen -y a veces hasta diluyan- numerosos actos de carácter civil.

La península itálica y la ibérica, Italia y España -también Portugal, aunque con mayor influencia británica por razones históricas geopolíticas y comerciales-, son dos caras de la misma moneda, dos naciones hermanas en mucho y primas en bastante; y lo de primas no lo digo en el sentido ordinal, sino en el de la quinta acepción que a esta entrada le otorga el diccionario de la RAE, sinónimo de incautas, porque, cierto es que a ambas nos las suelen dar con queso con frecuencia los mercaderes del centro y el norte de Europa, que son quienes dominan verdaderamente la UE, con el gallo francés enseñando siempre el espolón, aunque muchas veces va de farol. En el fondo, los franceses son más parecidos a los españoles y los italianos de lo que ellos creen, pero su liga está con Alemania e Inglaterra y a los del sur nos miran por encima del hombro.

Nos parecemos tanto los españoles a los italianos que no solo compartimos el ferragosto, el Mediterráneo, el origen de nuestros respectivos idiomas, el evidente poso común de la cultura y el arte, el origen de la red de carreteras, las primeras ingenierías del agua o el derecho, sino que hasta últimamente hemos conseguido que funcione el país, incluso sin gobierno, una característica muy muy italiana que hemos adoptado como propia, aunque espero que solo sea de forma coyuntural porque del in-gobierno -o, mejor, a-gobierno- es muy fácil pasar al des-gobierno. En Italia llevan ya mucho tiempo con gobiernos provisionales y efímeros y se han acostumbrado a ello; en España es novedad y qué quieren que les diga, prefiero que importemos de Italia otras cosas, como la industria del automóvil, el diseño de la moda, sus compositores de ópera, en particular, y su música en general, y… como conservan y gestionan de bien el patrimonio histórico-artístico: Allí hay cuatro piedras de origen, por ejemplo, etrusco, y alrededor de ellas montan un centro de recursos del que viven unas cuantas personas. Aquí, aunque vamos mejorando poco a poco, concretamente en el campo de la arqueología aún nos queda mucho por andar, no en el ámbito científico, en el que poco o nada tenemos que envidiar a los italianos, sino en el de su puesta en valor y explotación como recurso. En Guadalajara, sin ir más lejos, tenemos varios ejemplos de ello, aunque voy a destacar solo dos: La Cueva de los Casares y su entorno -necrópolis celtibérica, restos de atalaya musulmana y poblado medieval cristiano agrupados en un corro- y Recópolis. Si la cueva de La Riba estuviera en Italia -incluso sin ir tan lejos-, no duden que se crearía un parque arqueológico transversal de primer orden con la rica y variada suma de restos materiales de diversas culturas que agrupa, arrancando con la potencialidad de las pinturas rupestres. Respecto a Recópolis, aunque es uno de los cinco parques arqueológicos de Castilla-La Mancha y tiene hasta centro de interpretación desde hace años, su gestión y potencialidad son manifiestamente mejorables, especialmente ahora que se puede complementar con lo que vaya apareciendo en Caraca, tanto en la zona de Driebes como en la de Illana, con el Tajo siempre de por medio.

Y por seguir con la costumbre italiana, no sin antes desearles un feliz ferragosto, termino diciendo: “¿Non piove? ¡Porco Governo!”. Y es que lleva sin caer una gota de verdad, al menos en la ciudad de Guadalajara, desde Jueves Santo. Y ya debería haber llovido, ya.

 

Pie de foto: Óleo de Regino Pradillo titulado “De mi tierra” (1985), patrimonio de la Diputación Provincial de Guadalajara. Foto Zoilo Notario.

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