Dos primeros de octubre muy parecidos

Desde 1936 y hasta 1975, el 1 de octubre era el “Día del Caudillo» porque en esa fecha, en el año 1936, en Burgos, con España partiéndose la cara y el alma entre hermanos en plena Guerra Civil, Francisco Franco tomó solemne posesión como “Jefe del Gobierno del Estado” (sic), tras haber sido nombrado una semana antes “Generalísimo”. Desde entonces, el primero de octubre fue, junto con el 18 de julio -fecha del, por los alzados, llamado “Alzamiento Nacional”– y el primero de abril –“Día de la victoria” para los «nacionales” y de la derrota para todos, ellos incluidos, porque nadie gana en una contienda civil-, una de las tres fechas festivas por excelencia de Su Excelencia el Generalísimo. También en Cataluña, donde el franquismo fue un caldo de cultivo extraordinario para el progreso de su industria y su comercio, gracias, en gran parte, a las decisiones políticas que la beneficiaron -por ejemplo, la instalación de la planta de SEAT- y, sobre todo, a la mano de obra esforzada y barata que allí emigró, a costa de la sangría demográfica de la ahora llamada “España vacía”.

Pero como los tiempos adelantan y, sobre todo, cambian que es una barbaridad -como las ciencias en la “Verbena de la Paloma” según cantaba don Hilarión, aunque luego también lo hizo Sabina-, el primero de octubre dejó de ser una fecha muy remarcada en el calendario desde 1976, o, mejor dicho, desde 1979, porque hasta que no tuvimos Constitución y aún a pesar de haber muerto ya el “Caudillo” y no poder dar sus míticas soflamas desde el Palacio Real de Madrid, aún quedaban el eco de ellas. Que, por cierto, tampoco se apagó con la Constitución del 78 como el que aprieta un interruptor, pero cierto es que fue remitiendo progresivamente, aunque algunos se resistieran, no poniendo pie en pared -del Palacio Real, se entiende- sino alzando el brazo en la plaza de Oriente.

Cuando el viejo 1 de octubre ya solo eran, apenas, unos segundos del guion de un capítulo de la serie televisiva “Cuéntame” -cuya pervivencia parece competir en longevidad con el franquismo-, en 2017, causal que no casualmente porque el separatismo no da puntada sin hilo, el primero de octubre volvió a convertirse en una fecha con una alta carga de dosis política, especialmente en Cataluña, pero con repercusión en toda España. Como recordarán -y si se les había olvidado ya se han encargado los independentistas catalanes de recordárnoslo a todos y los medios de comunicación y las redes sociales de hacerse eco-, el 1 de octubre del año pasado se celebró el “no-referéndum” en Cataluña en el que se preguntaba a la mitad de los catalanes si querían ser independientes de la otra mitad y del resto de España, al tiempo que si, ya una vez independientes, deseaban que esa independencia lo fuera en forma de república. La jornada del supuesto referéndum, ilegal a todas luces, incluidas las de neón y, por supuesto, las de bohemia, se convirtió, no obstante, en una colosal jornada de propaganda separatista porque el gobierno de Rajoy, sin duda movido por la mejor de las intenciones, pero errático en estrategia y táctica, terminó permitiendo, aunque fuera muy a su pesar, que hubiera urnas y colegios electorales. Ese hecho posibilitó a los independentistas venderse como pacíficos ciudadanos que simplemente querían votar, siendo duramente reprimidos por la policía. Manipular, primero, y simplificar las cosas, después, siempre ha dado muchos réditos en comunicación.

El independentismo catalán está plagado de violencia dialéctica, de violencia moral y de violencia social y, pese a que le convenga ir de pacifista, también tiene su dosis de violencia física, principalmente encarnada por los CDR, los sectores más activos de las CUP e, incluso, algunos de ERC y el PDECAT, incluso alentada por el mismísimo Torra: “Presionad, hacéis bien en presionar” (1-O-2018), llamando “presión” a lo que es sencillamente violencia tumultuaria. Pero el 1-O de 2017, los independentistas se vendieron, y algunos se lo compraron, como gazapillos a los que la Policía Nacional y la Guardia Civil disparaba a tenazón, mientras los Mossos, vergonzante y vergonzosamente, les hacían el juego, miraban para otro lado y silbaban. Els Segadors, por supuesto.

Y así hemos pasado del primero de octubre, “Día del Caudillo Franco”, al primero de octubre, “Día del Caudillo Puigdemont”, y digo Puigdemont y no Torra porque el teórico presidente de la Generalitat es un mero trampantojo y más falso que un billete de 3 euros, aunque, eso sí, se le caen de los bolsillos radicalidad, xenofobia y anti-españolismo; como muestra de esto último, baste esta última cita del susodicho: “España, esencialmente, ha sido un país exportador de miseria, material y espiritualmente hablando. Todo lo que ha sido tocado por los españoles se ha convertido en fuente de discriminaciones raciales, diferencias sociales y subdesarrollo”. Es evidente que a Torra, del bolsillo, también se le cae odio y con odio no se puede construir nada, ni un país, ni absolutamente nada. En realidad, en Cataluña hace tiempo que, creyendo construir un país independiente, lo que están haciendo es destruir la convivencia de un pueblo y soliviantar a toda una nación, plural y diversa, pero nación, que es España.

Resulta curioso, pero en absoluto gracioso, bien el contrario, que el debate y el calendario político los monopolicen casi permanente los nacionalismos radicales, antaño el vasco con el terrorismo de ETA, hogaño el catalán con el independentismo torriano, cuando el País Vasco y Cataluña son dos las dos regiones más ricas de España, además de tener unos niveles de autogobierno y libertad de los que jamás han gozado. Entre tanto, la “España vacía” a la que antes hacía alusión -entre la que se encuentra más de un 80 por ciento del territorio provincial de Guadalajara- sigue vaciándose y estando muy alejada de las infraestructuras, servicios y recursos de las áreas urbanas del resto de España y hasta de las rurales de Cataluña y Euskadi. Lo resumía muy bien Julio Llamazares en una entrevista que le hizo el periodista galvito, Raúl Conde, para El Mundo, publicada el 30 de septiembre: “El Estado de las Autonomías ha acentuado la desigualdad entre regiones”. Y, esto es de mi cosecha, ha fracturado España, puede que ya de manera irreversible.

Entre el primero de octubre de Franco y el de Puigdemont/Torra hay más parecidos de los que parece. El liderazgo de Puigdemont es caudillista y Franco también puso urnas alguna vez.

 

 

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