Iriépal “cazó” su botarga

Las botargas son los personajes enmascarados más reconocibles y singulares de la cultura tradicional de la provincia de Guadalajara. No son exclusivos, ni mucho menos, pues en otras partes de España, especialmente de la mitad norte, también se dan, eso sí, con otras denominaciones: mojigangas, zaharrones, zamarrones, zagarrones, zarramacos, zorromacos, cigarrones, harramachos, cachimorros, guirrios, peliqueiros, colachos, jarramplas, carantoñas, foliones, visparras, jurrus… Lo que sí es muy particular de nuestra provincia es la denominación de botargas y el hecho de que éstas suelen salir en enero y febrero, antes del carnaval, mientras la mayor parte del resto de enmascarados son personajes que se suelen enmarcar ya en el tiempo de las carnestolendas. Mucho se ha hablado —a veces, más bien, especulado— sobre su ancestral origen que, evidentemente, algo debe haber de ello pues si podemos afirmar que los dioses no emigran, los diablillos tampoco. Uno de los principales etnógrafos españoles y estudiosos de esta tradición de los enmascarados pre o carnavalescos, Julio Caro Baroja, defendió que las botargas poseen una evidente raíz europea y medieval. El sobrino de don Pío, que conoció bien nuestra tierra e incluso la frecuentó con su familia pues los Baroja llegaron a tener casa en alquiler y olivar en propiedad en Tendilla, identifica las botargas con los bufones contratados por consistorios europeos que salían en festividades especiales en la alta edad media y principios del renacimiento, si bien consideraba posible que los bufones pudieran tener unos antecedentes aún más primitivos. Lo que sí afirmaba es que “el atuendo y la palabra botarga implican una modernización renacentista” frente a otros enmascarados peninsulares, sobre todo del norte. La palabra botarga, que está en el diccionario de la RAE, se define así en su primera entrada: “En las mojigangas y en algunas representaciones teatrales, vestido ridículo de varios colores”. En la segunda, se limita a decir: “Persona que lleva la botarga”. Confío en que nuestras dos académicas actuales, la molinesa Aurora Egido —que, además, es la secretaria— y la guadalajareña, Clara Sánchez, aporten su cercanía a nuestro singular personaje, para que, bien se corrija, bien se matice la definición que de él hacen los vigilantes de nuestro idioma porque ni es exacta, ni es adecuada pues ni siquiera se hace referencia a que sea un personaje enmascarado, algo tan determinante como su vestido que, más que ridículo, a mi me parece colorista o multicolor. Para gustos, precisamente, los colores, y el concepto de ridículo hace tiempo que no se puede definir de manera pacífica.

Máscara de la recuperada Botarga de San Blas, de Iriépal

Volviendo a Caro Baroja, éste publicó en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, en 1965, un interesante artículo sobre las botargas de Guadalajara que reimpulsó su hasta entonces mínima presencia en el panorama etnográfico nacional. Doce años antes, en esa misma y prestigiosa revista de aquel tiempo, nuestro recordado y querido Sinforiano García Sanz, maestro y librero de viejo en Madrid, nacido en Robledillo de Mohernando, ya había publicado un gran trabajo titulado “Botargas y enmascarados alcarreños”. Me consta que Caro tuvo noticias directas y más detalladas de las botargas por el artículo de Sinfo, como era conocido “Gesanz” —seudónimo que también utilizaba Sinforiano—, y por las conversaciones que con él mantuvo, hasta el punto de llegar a visitar algunos pueblos de Guadalajara con botargas, como el propio Robledillo, Retiendas, Aleas o Beleña. En ese viaje y en esos pueblos filmó una mítica película para el NO-DO, titulada “A caza de botargas”, y tomó datos y notas para varios artículos publicados en revistas especializadas y libros.

El tema de las botargas es recurrente en mis artículos y raro es el año que no les dedico alguno en el que es probable que me repita, al menos en parte, pero su arraigo y relieve en nuestra cultura tradicional es tal que, última y felizmente, me veo obligado a ello porque hay noticias, o sea novedades —que ese es el origen etimológico de la palabra—, en torno a ellas, algo que me agrada sobremanera. En los últimos años se han ido recuperando botargas que no salían desde hacía, incluso, más de un siglo, el año pasado la Diputación y La Tradición Oral iniciaron el proyecto “La Ruta de las Botargas” y este año, Iriépal ha recuperado —ha “cazado”, si seguimos la huella de Caro Baroja—, su tradicional botarga de San Blas, saliendo el sábado 3, festividad del santo con fama de curar los males de garganta. Acompaña estas líneas la imagen de la máscara con la que salió la rediviva botarga de San Blas, de Iriépal. Es de madera, como las antiguas que hacía el recordado “Mere”, de Arbancón. Con ella y con buen criterio, han huido de los insostenibles —y, a veces, infumables— de plástico. Representa una abubilla con su característico penacho de plumas y pico largo porque las gentes de este hoy barrio de la capital tienen el mote de “Bubillos”, como los de Taracena tienen —tenemos— el de “Ahumaos”. Sobre este asunto de los motes entre pueblos, algo muy común entre vecinos y comarcanos, nos ocuparemos en otra ocasión, como ya se ocupó el hoy tantas veces citado Caro Baroja calificándolo como un hecho evidente de socio-centrismo.

Vamos terminando, que es gerundio y necesario por razones de espacio: Cuando Sinfo publicó, mediado el siglo XX, su importante artículo sobre las botargas y otros enmascarados alcarreños —más bien guadalajareños, pues los había no solo de la comarca de la Alcarria—, dio datos de la existencia de 29, de los que en ese momento solo salían ya 12. Por cierto, entre esas 29 estaban la recuperada, en 2017, botarga de San Ildefonso, de Taracena, y la igualmente recuperada, este año, botarga de San Blas, de Iriépal. En la actualidad, son más de medio centenar las botargas, zarragones, vaquillas, vaquillones, diablos y otras denominaciones particulares de enmascarados de la provincia que ya tienen una —y algunas hasta dos— citas en el calendario. Doy por hecho que se están recuperando personajes tradicionales y no que se está intentando hacer tradicionales personajes por imitación o moda.

Los latidos de Taracena

¿Late la tierra más allá de cuando las fuerzas de la naturaleza la agitan en forma de terremoto o cuando las interesadas y, las más de las veces, agresivas y nocivas prospecciones del hombre buscan minerales en sus entrañas con explosivos, o petróleo y gases a través del fracking? Solo los indios americanos, con su agudísimo oído, eran capaces de poner la oreja en el suelo y detectar movimientos de personas o de caballos a kilómetros de distancia, una forma de latido de la tierra, aunque no surgido desde el corazón, sino desde los pies y las patas, lo más periférico del cuerpo humano y animal que desde él se riega mediante su bombeo sanguíneo. O al menos eso es lo que nos hacían creer John Houston, Howard Hawks, King Vidor y otros grandes del cine del Oeste que tantas horas nos entretuvo de niños cuando la vida pasaba muy despacio, casi a cámara lenta, por todo lo que nos quedaba por vivir. Vuelvo al principio: ¿Late la tierra? Es obvio que el reino mineral, que es el predominante en ella, no tiene corazón y, por tanto, no late, aunque pueda vibrar, que no es lo mismo. Y al no tener corazón, tampoco puede tener si quiera extrasístoles ventriculares, que no dejan de ser latidos cardíacos, pero a distancia, algo parecido a las réplicas de los terremotos que se producen a kilómetros de su epicentro. ¿Late, pues, la tierra? En un sentido figurado, que es el que quiero dar yo a esta entrada, por supuesto que sí; de hecho, yo la oigo latir a diario y a todas horas. Esa que oigo latir a cada momento no es cualquier tierra de las guadalajaras, a las que tanta afección tengo y a las que soy yo quien he dado mi corazón más que ellas el suyo a mí; la tierra que me late es la de Taracena, el pueblo de mi familia materna y, por tanto, el mío propio. Uno es de donde nace y también de donde pace, pero sobre todo es de donde nace su madre porque la propia tierra es femenina sin necesidad de aplicar la perspectiva de género, ni discriminación positiva alguna, de ahí ese concepto de la deidad frigia que era la “magna mater”, la madre tierra.



Botarga de San Ildefonso, de Taracena, evolucionando ante la imagen del santo. La botarga fue recuperada en 2017, tras haber salido por última vez en 1900, y la imagen del santo en 2021, después de desaparecer en la Guerra Civil la anterior que había esculpida sobre tabla.

            A mi me late a diario la tierra de Taracena, no solo porque yo descienda de allí por vía materna, sino porque a ella volveré cuando se cumpla el tiempo en mi particular biología circular que es una forma de llamar, puede que un tanto pretenciosa pero expresiva, a lo que el propio Génesis gráficamente resume como la vuelta del polvo al polvo, un eufemismo grandilocuente de la muerte que algún día me llegará, como a todo quisque. Eso sí, no la tiento porque tengo aún muchas cosas por hacer, y confío en que esa llegada de la parca con mi nombre en el filo de la guadaña sea más tarde que pronto, sobre todo si es con salud. A quienes lamentablemente ya les ha llegado es a los demás miembros de mi núcleo familiar más cercano, el formado por mis padres y hermanos. Sus corazones, enterrados en el cementerio de Taracena, son, precisamente, los que oigo latir a cada momento, porque viven en el mío. ¡Claro que late la tierra! El polvo de guijo, marga o arcilla, no, pero el de los seres más queridos late con mucha fuerza, a veces en taquicardia por la angustia y la ansiedad de no tenerlos presentes de otra forma, otras en bradicardia por el sosiego que transmiten los cementerios. El de Taracena, pequeño y jalonado de cipreses que creen en Dios y dan sombras alargadas, como los de las magníficas literaturas de Gironella y Delibes, es un dormitorio —origen etimológico de la palabra cementerio— en el camino de la Huerta del Grama y que da vistas a la vega del arroyo de Santana, tributario del Henares, riachuelo que estos días bajaba con la fuerza de un venero joven y no con la debilidad de uno ya en su tercera edad, como acostumbra. Los latidos de Taracena, para mí, son los de los corazones allí descansando en paz de mis queridos y añorados padres y hermanos. Mis padres se marcharon en horas previsibles, ya en la ancianidad, pero mis hermanos se murieron a deshoras, cuando eran demasiado jóvenes, incluso para el rock and roll, porque, como dice la canción de Jethro Tull, “nunca eres demasiado viejo para el rock ‘n’ roll si eres demasiado joven para morir”, como les ocurrió a Alfonso y Carlos que se fueron con 37 y 61 años respectivamente. Los cuatro se me murieron en invierno que es el tiempo en que la tierra más necesita corazones para latir, porque el frío la paraliza y consume, y las semillas se depositan inertes en ella para que después renazcan en primavera.

            Justo enfrente del paraje en el que radica el cementerio de Taracena, vega de Santana por medio, está el alto de la Muela, un paraje en el que se encontró hace 50 años un tesoro conformado por 168 denarios hispanorromanos, con el epígrafe “Bolscan”, acuñados en la ceca de Huesca y que datan de principios del siglo I a. de C. Es obvio, por tanto, que Taracena fue, al menos, un lugar de paso en tiempo de los romanos, nada extraño pues apenas a 3 kilómetros de allí, Henares de por medio, se localiza Arriaca, y el hoy barrio anexionado a Guadalajara está en el entorno del Itinerario Antonino Vía XXV, que unió Emerita (Mérida) con Caesar Augusta (Zaragoza). Esta de romanos viene a cuento de que el pueblo latino, hasta el siglo IV, tenía por costumbre despedir a sus muertos con la inscripción “STTL”, siglas que responden a la expresión “Sic tivi terra levis”: “Que la tierra te sea leve”. Es, de alguna forma, el RIP precristiano. Pues bien, a mis muertos, a los corazones que hacen que me lata la tierra de Taracena, yo les despedí, precisamente, con esta coda que cierra mi poema titulado “Los latidos de Taracena”, que forma parte de mi poemario “Suite Alcarria” y que allí presenté el día 18 de enero, dando con este acto inicio a sus fiestas de invierno, patroneadas por San Ildefonso y la Virgen de la Paz:

“Quiero a Taracena tanto como me duele.

En su cementerio reposan muchos corazones que viven en mí…

… Y algún día también reposará el mío.

¡Que nos sea leve su alcarreña tierra!”

            Pues lo dicho.

El camino que no lleva a Belén

Hay dos momentos en el año en que a Guadalajara se le pone cara de circunstancias, como de acusado cambio de ciclo que le deja un rictus de entre cansada por lo vivido y expectante por lo que espera vivir. Uno de esos dos momentos deviene con el final de las ferias y que, desde que se fijaron a mediados de septiembre, también coincide con el final del verano. Es mucho decirle adiós a la vez a la fiesta y al buen tiempo, aunque cada vez hay más veranillos en otoño y el de San Miguel nunca falta a su cita en los últimos días septembrinos. El otro momento en que a la ciudad parece gripársele el motor, suspirar profundo e iniciar un largo camino es cuando finalizan las navidades; otra vez el final de unas intensas fiestas y el inicio de otra estación, en este caso el invierno que, pese a que, desde el solsticio, cada día nos regale ya algunos minutos más de luz y apunte hacia la no tan lejana primavera, suele venir acompañado de un frío intenso, los consabidos virus y, sobre todo, la sensación de que se ha acabado lo bueno y falta aún mucho para que llegue siquiera lo regular. Pongamos que lo regular es el carnaval, mediado ya el invierno, y que viene disfrazado de festivo, aunque el tiempo también llamado de antruejo comporta en esta tierra castellana una festividad contenida porque la mascarada encuentra mejor acomodo en temperos y febreros más cálidos que los nuestros.

´Guadalajara, ciudad de belenes`, mensaje central del Belén Monumental Municipal de Santo Domingo

            Antes de pensar en lo que va a ser, que ya va siendo, repasaremos lo que ha sido. Las navidades, no solo en Guadalajara, por supuesto, cada año son más convencionales y menos singulares. El evidente e imparable proceso de globalización explica ese cambio progresivo en el que lo singular y lo autóctono de la Navidad cada vez da más pasos atrás en favor de lo general y lo importado e impostado, al menos desde el punto de la estética. Así, los árboles decorados, Papá Noël y las iluminaciones cada vez más espectaculares y hasta por las que compiten ciudades —Vigo y Málaga, por ejemplo—, le van ganando terreno progresivamente a los tradicionales belenes o los Reyes Magos. Precisamente, este año, se ha conmemorado el 800 aniversario del que es tenido por el primer belén de la historia católica, el que instaló San Francisco de Asís en Greccio, en la región italiana del Lazio, con el fin de catequizar a la población representando en miniatura la escena del nacimiento de Jesús en un humilde pesebre de Belén. En Guadalajara, como viene siendo costumbre desde principios del siglo XXI, el Ayuntamiento de la capital ha instalado su belén monumental, desde hace unos años ubicado en Santo Domingo, y la Diputación también acoge a las mismas puertas de su palacio provincial un gran belén artístico; en el montaje de ambos, como en los de otros en distintos lugares de la provincia, ha participado la Asociación Provincial de Belenistas, activa y comprometida con el belenismo desde su fundación hace ya más de 50 años. Es reconfortante que en Guadalajara se siga la huella belenista del “poverello” de Asís, un santo cuya obra está muy unida a la ciudad pues ya en 1330, las infantas que dan su nombre al puente que hay junto al torreón del Alamín, Isabel y Beatriz, hijas de Sancho IV y señoras de Guadalajara, donaron el primitivo convento templario de lo que después fue y es el Fuerte a la orden franciscana. Dos siglos más tarde, Doña Brianda de Mendoza también erigió una comunidad franciscana en el convento que desde entonces pasó a llamarse de la Piedad y cuyo inmueble ocupara previamente el palacio de su tío, don Antonio de Mendoza. El primer renacimiento español, traído por los Mendoza a Guadalajara a través del arquitecto Lorenzo Vázquez, dejó allí su señera huella. Me alegra sobremanera que el Ayuntamiento y la Diputación de Guadalajara sigan dando aliento y espacio público al ya octocentenario belenismo. Por el contrario, lamento que en el palacio de la Moncloa, que es la sede de la presidencia del gobierno de todos los españoles, tradicional y muy mayoritariamente católicos, no se monten ya belenes, supongo que por los muchos que su inquilino tiene montados fuera, y no precisamente con figuritas de barro. Eso sí, en la Moncloa de Sánchez —también ocurría ya con Zapatero— no hay belén, pero se les han colado dos “caganers”, Puigdemont y Junqueras, y en vez de Reyes Magos han puesto a un “olentzero” de Bildu y otro del PNV; el primero es fácil distinguirlo porque va encapuchado.

            No era mi intención inicial agriar este post, pero, como dijo alguien que sabía mucho de política, sobre el silencio no se puede construir el futuro, como tampoco se puede —o, al menos, se debe— erigir sobre “verdades” oficiales que nos van a costar 440 millones de euros, que es lo que Sánchez se va a gastar en los próximos meses en propaganda política, a la que eufemísticamente llaman “publicidad institucional”. Al presidente que no le gustan ni los belenes ni los reyes —ni los magos ni los que residen en la Zarzuela—, Papá Noël, el Olentzero vasco, el Esteru cántabro, el Apalpador gallego o el “Tío de Nadal” catalán, o cualquier otro personaje tradicional regalador del tiempo de Navidad —menos los magos de oriente, por supuesto—, le han traído cinco veces más del monto total del presupuesto de la Diputación de Guadalajara de 2024 para que se lo gaste en propaganda. Prepárense en esta cuesta de enero para el bombardeo de mensajes progubernamentales y filosanchistas que nos esperan. No se si finalmente nevará este invierno —parece que sí y además no tardando—, pero los intentos de blanqueamiento del gobierno con tanta “pasta” —y no precisamente dentífrica— van a llevarnos a un paisaje político muy parecido al de un belén espolvoreado con harina.

El barrio de los toreros

Que Guadalajara no se gusta a sí misma es una frase genial de las muchas que debemos a Javier Borobia, perito en guadalajaras como no ha habido nadie y es improbable que lo haya en el futuro, al menos de su talla humana. Gustarse uno a sí mismo en exceso tiene muchos riesgos, como queda evidenciado en el mito de Narciso, pero gustarse poco, como le pasa a Guadalajara consigo misma, es aún más arriesgado porque a lo que no quieres, aunque sea a ti mismo, lo desprecias y haces muy poco por conservarlo; incluso pones de tu parte para derribarlo. Así, con ese proverbial y lacerante autodesprecio, Guadalajara ha permitido en unos casos y hasta aplaudido en otros que buena parte de su patrimonio material haya desaparecido a manos de piquetas —también de la especulación—, cuando no, directamente, de destructivas máquinas de derribo que son capaces de arrasar siglos en poco más de media mañana. Esta que hoy parece una ciudad inacabada o, peor aún, que en bastantes de sus muchas heridas urbanas del casco histórico no se sabe bien si se está construyendo o demoliendo, también ha dejado caer por pasiva, o derribado adrede, una significativa parte de su patrimonio inmaterial. Aquí compramos muy caro lo que nos venden de fuera y vendemos muy barato lo propio. La raíz de ese mal también está en que Guadalajara no solo no se gusta a sí misma por su aspecto, sino también por su alma y se la vende al diablo con tal facilidad que Mefistófeles tiene puesto fijo en el mercado de los martes. Al de los sábados ni siquiera se molesta en venir.
Esta reflexión, nacida cuando los pastores están de vuelta en el camino que viene de Belén, no es producto de la resaca del cava o el champán, ni de la hiperglucemia que suele devenir tras el hartazgo de turrones y alfajores, es consecuencia de una reflexión en positivo, aunque pueda parecer lo contrario, pues con ella quiero rendir homenaje a la Ronda del Alamín, lo mejor y más autóctono, genuino y singular que le queda a la Navidad tradicional de Guadalajara. Cuanto menos se gusta Guadalajara, cuanto más se desprecia a sí misma, cuanto más barata vende su alma y compra cara las de otras geografías e historias, cuanto más de su tradición se ha dejado en la gatera del tiempo, más brilla y me gusta la Ronda del Alamín, que es la más antigua y mejor cara del folclore arriacense de este tiempo. Nada ha podido hasta ahora con ella, ni siquiera ir perdiendo algunos de sus más significados miembros —como es el caso últimamente de Mariano García o Ángel Calvo, entre otros— porque la vida no perdona ni siquiera a quienes parecen insustituibles. El “castil de judíos”, que es el topónimo histórico del paraje de nuestro actual cementerio y que data de mediados del XIX, está lleno de imprescindibles. Precisamente en ese saber enterrar imprescindibles, no solo los ya citados, sino muchos otros que les precedieron, y querer y saber sobreponerse a ello, radica la fortaleza inmaterial y la continuidad material de la Ronda del Alamín, todo un ejemplo de resiliencia, ahora que está tan de moda esta palabra.

El Torreón del Alamín y la torre de Santa María vistos desde el histórico y popular Lavadero del barrio, restaurado hace unos años.


El Alamín, pese a la evidente evolución y transformación física que ha vivido en las últimas cuatro décadas, es el barrio con más personalidad que le queda a aquella Guadalajara medieval en la que convivían judíos, moros y cristianos en tres espacios físicos distintos, pero conurbados. Los cristianos en el eje vertical de la calle Mayor, los judíos en el horizontal de la calle Museo y aledaños, y los árabes, mejor mudéjares, en el entorno de Santa María, con el Barranco del Alamín separando Budierca de la Alaminilla. El propio nombre de Alamín ya nos evoca a la España andalusí y su toponimia, según el diccionario de la RAE, tiene tres acepciones: “juez de riegos”, “oficial que antiguamente contrastaba las pesas y medidas y tasaba los víveres” y “alarife diputado antiguamente para reconocer obras de arquitectura”. Los alarifes eran los arquitectos o maestros de obras en la cultura musulmana y diputado es sinónimo de enviado o mandatado. Revisando estos tres significados de la voz Alamín, he pensado que en la segunda pueda estar la clave del nombre de este barrio arriácense pues el Puente de Infantas y el Torreón alaminero formaban parte destacada de la muralla medieval de la ciudad y sin duda fueron aduana y control de paso y pesos de mercancías, tanto de entrada como de salida de la ciudad. Por cierto que de nuestra histórica muralla apenas quedan algunos trozos de paños aislados: el ya citado Torreón del Alamín, un arco de la antigua y compleja —por su disposición pentagonal y laberíntica— puerta de Bejanque, un mínimo resto de la antigua puerta de Mercado subsumido en la cimentación del edificio que se construyó al inicio de la calle Mayor sobre el antiguo solar que ocupó el popular comercio llamado “El Buen Gusto” y el Torreón de Alvarfáñez, también llamada Puerta de Feria, cuya fábrica es tres siglos posterior al tiempo del amigo del Cid a quien la leyenda atribuye la reconquista de la ciudad. Y digo leyenda y digo bien, como también que fue conquista porque la fundaron musulmanes y más bien por pacto político de ocupación que por épica lucha. Para una vez que ternemos una bonita historia que contar, resulta que es leyenda… Con lo que acabo de decir, no quiero contribuir a un solo derribo más, solo a poner las cosas en su sitio porque las leyendas históricas son las formas con que los hombres han querido explicar y contar su pasado, cuando no lo han recordado bien o cuando han querido engrandecerlo. Y la leyenda de Alvarfáñez y de Guadalajara está escrita en el Poema de Mio Cid, en la conocida como algarada del Henares. O sea que estamos unidos a este personaje histórico que hasta da nombre a uno de nuestros torreones, más por la literatura que por la historia. Bendita literatura. Bendita historia.
Termino ya volviendo a revindicar y a aplaudir a la Ronda del Alamín como el santo y la seña, el corazón, el alma y la voz de la Navidad de Guadalajara. El Alamín, como dice una de sus más conocidas coplas de ronda, es el barrio de los toreros y han ido relevándose primeros espadas y banderilleros sin solución de continuidad, manteniendo una tradición de barrio que ha trascendido y ha asumido como propia el conjunto de la ciudad. De lo particular, se han proyectado a lo universal que también diría, inspirándose en Ortega, mi amigo y hermano del alma Javier Borobia. ¡Larga vida a nuestro “Torito” y a nuestros toreros! ¡Viva la Guadalajara más viva, viva la Ronda del Alamín!

Fortísimo

En mi anterior entrada ya anunciaba que no tardaría en abordar el chusco (y chungo y chingado, añado hoy) asunto de la Junta de Comunidades y sus reiterados incumplimientos con el Fuerte (de San Francisco, de Guadalajara) y con la propia ciudad porque es muy fuerte, fortísimo diría yo. Pasado el largo puente de la “Inmaculada Constitución” —un sincretismo religioso y civil que solo es mera retórica porque la política actual ha llevado a la Carta Magna al pie del monte de piedad— y antes de imbuirnos en las navidades que todo lo invaden y casi todo lo opacan, incluso su sentido más profundo, no quiero dejar pasar un día más sin denunciar por enésima vez los desafueros de la Junta con este histórico recinto de la capital. Un conjunto monumental hoy semiarruinado que, como la conocida obra de Stendhal, ha vestido su larga historia entre el rojo de la casaca militar y el negro de la sotana, aunque más bien deberíamos hablar del amarronado hábito franciscano en este caso.

El último incumplimiento del gobierno regional con el Fuerte —y con Guadalajara— y que ha retrotraído a la actualidad este asunto es el anuncio de que, pese a lo públicamente comprometido en 2021 y al dinero y el tiempo invertidos en el proyecto, finalmente no se va a construir allí la sede central de la red de Bibliotecas Municipales, prevista para el antiguo y singular Taller de Forja, una joya arquitectónica de la primera tecnología industrial. Tampoco se van a habilitar en otras naves del antiguo TYCE las Escuelas Municipales que hace ya casi tres años también se anunciaron. La Junta de Page ha decidido, unilateralmente, sin contar con el ayuntamiento, que esos dos proyectos pactados entre ambas instituciones cuando las gobernaba el PSOE ya no se van a llevar a cabo porque ha dispuesto, también unilateralmente, que en el Fuerte se va a construir una “Ciudad del Cine”, aprovechando los fondos Next Generation europeos. El ayuntamiento de Guadalajara, gobernado ahora por el pacto PP+Vox, se enteró por la prensa de este cambio radical de planes que es un trágala en toda regla y, casi tres meses después de ello, solo ha recibido seis folios de la Junta en los que se explica el “proyecto” de la “Cinecittá” alcarreña. He entrecomillado lo de proyecto porque un documento de media docena de folios no pasa de resumen, de sinopsis, de recensión, de idea de tormenta aún con legañas y poco más. Aunque albergo muchas dudas, puede que sea una buena opción lo de la Ciudad del Cine en el Fuerte, pero para ello se tendrá que explicar con detalle y luces largas qué se pretende hacer, cuánto va a costar construirla y mantenerla, cómo se va a gestionar y qué ingresos va a reportar a la ciudad, con un plan de negocio serio, no unos pocos folios y seguramente escritos o sugeridos por algún interesado de parte u ocurrente con despacho oficial. O no. Recordemos que, al menos de momento, las muchas películas y series que allí se han rodado últimamente apenas han dejado unos centenares de euros en Guadalajara porque los actores y demás personal de rodaje van y vienen a Madrid en el día —y así se evitan las productoras gastos de alojamiento—, los cáterin también vienen de Madrid y aquí lo único que pagan son los 616,86 euros diarios de la ordenanza fiscal reguladora de la tasa de rodajes cinematográficos, si es que la pagan. Otra cuestión importante a tener muy en cuenta es que, si se construye esa “Ciudad del Cine”, el Fuerte dejaría de ser un complejo cultural al servicio de la ciudad para pasar a ser un lugar de uso privativo de las productoras de cine. Y desde un punto de vista histórico, los inmuebles, especialmente el taller de forja y resto de naves del antiguo TYCE y el claustro del primitivo convento franciscano, dejarían de restaurarse, poner en valor y reutilizarse para pasar a ser meros decorados de cartón piedra y quita y pon. Un parque temático, en suma, para un cogollo histórico que arranca en el siglo XIII. Y, la ciudad, a vivir otra vez de espaldas al Fuerte, como lo hizo cuando vestía de rojo y negro.

Iglesia y parte del antiguo convento franciscano del Fuerte. Foto Nacho Abascal

Pero el chusco, chungo y chingado asunto del Fuerte no radica únicamente en la unilateralidad, despotismo y menosprecio con los que la Junta está tratando al ayuntamiento —y a la ciudad en su conjunto— con esta última ocurrencia —hasta que no se haga público un proyecto serio, no cambiaré este término— de la “Ciudad del Cine”, lo verdaderamente indignante es el rosario de afrentas e incumplimientos que la administración regional acumula con este histórico cantón desde que a finales del siglo XX cesó en su uso militar y la propiedad revertió al ayuntamiento. La Junta, en 2004, decidió aplicar en el Fuerte un Proyecto de Singular Interés (PSI), el primero en toda la región tras aprobarse la Ley de Organización del Territorio y la Actividad Urbanística de CLM (LOTAU), que parecía sonar bien: Subasto el suelo para construir viviendas de protección pública —por cierto, 300 menos que las que tenía en su propio proyecto el ayuntamiento— y el beneficio que obtengo del aprovechamiento urbanístico lo invierto en restaurar los edificios históricos y los pongo después a disposición de la ciudad. Lo dicho, aquello parecía sonar bien, aunque ya partía del “trágala” que en el fondo comporta un PSI porque da competencia a la administración regional en un asunto y una propiedad municipales. La primera parte se cumplió: Se subastó el suelo, se comenzaron a construir las viviendas y la Junta se llevó calentito a Toledo el dinero de su “pelotazo” en Guadalajara… pero los edificios históricos, veinte años después, siguen estando ahí, aún peor que entonces porque el paso del tiempo los ha deteriorado sin que el gobierno regional los mantuviera mínimamente, como era su obligación según sentencia de hace apenas unos meses. Incluso el ayuntamiento, siendo alcalde Román, cansado de incumplimientos de la Junta, la llevó a juicio para que por fin invirtiera en los inmuebles históricos los recursos obtenidos por la venta de las parcelas del Fuerte. Los distintos tribunales competentes, y en firme el Supremo, han venido sentenciando desde 2015 que la administración regional debía invertir 20 millones de euros, unas sentencias manifiesta y reiteradamente incumplidas y que iban a comenzar a cumplirse, tímida y tardíamente, con la Biblioteca Municipal y las Escuelas Municipales que, ahora, Page ha negado a Guadalajara, más causal que casualmente cuando la ciudad no la gobierna el PSOE. Entre desacatos a la justicia y sectarismo desde el ejecutivo, lo que la Junta le está haciendo a Guadalajara con el Fuerte, no es fuerte, es fortísimo.   

Queremos que la Alcarria tenga salida al mar

Tras la aprobación de la Constitución de 1978 y salvo el acongoje al que nos abocó Tejero en aquel 23-F de 1981 que, visto con perspectiva, tenía más fondo de astracanada que de ruido de sables afilados, si bien no dejó de ser un intento de golpe de Estado, España ha vivido el más largo y sosegado período de democracia, libertad y progreso económico y social de toda su historia. El “procés” catalán y su estrambótico “referéndum” del 1-0 de 2017, también desafinó lo suyo y vino a pegar una patada en la espinilla a la general concordia de la Transición. Hay mucho mejorable en la realidad política española de los últimos 45 años, sí, pero todavía hay más empeorable y parece que el actual inquilino de la Moncloa y los variopintos socios que le ayudaron a cambiar el colchón de Rajoy se han empeñado en lo segundo. Esta reciente etapa de tensión política que ha devenido en un evidente alejamiento del espíritu de la Transición tiene una de sus causas, aunque no sea la única, en el momento en que eclosionaron los populismos, cuando a finales de 2013 nace Vox y semanas después lo hace Podemos, dos actores que han radicalizado y polarizado la política, extremándola hacia la derecha y la izquierda, respectivamente. La aparición y acción de ambas fuerzas ha sido aprovechada por los siempre interesados y ventajistas partidos nacionalistas catalanes y vascos —tanto de derechas como de izquierdas, aunque todos disfrazados de “progresistas” cuando no hay nada más retrógrado que reivindicar la tribu— que, a río revuelto, han querido ser quienes más pescaran. Y lo han conseguido, porque es evidente que Sánchez ha estado y está dispuesto a cambiar de opinión lo que haga falta y a tragar sapos y culebras, con barretinas y txapelas incluidas, con tal de permanecer en la Moncloa. Los partidos nacionalistas siempre han vivido de la debilidad de los estatales cuando han necesitado sus votos para llegar a la mayoría absoluta para gobernar. Es una estrategia recurrente que, con Sánchez al frente del PSOE más alejado de la centralidad que hemos conocido, ha llegado a límites casi insospechados hace apenas unos meses, como son la concesión de la ley de amnistía, incluidos en ella delitos de terrorismo, la financiación autonómica asimétrica que favorece a los ya más favorecidos, el establecimiento de negociaciones —obviamente con un futuro referéndum encima de la mesa— con el fugado Puigdemont y con verificador internacional y todo, y la cesión de competencias a Cataluña y el País Vasco en materia de Seguridad Social y Transportes que superan el estado de las autonomías y son ya vísperas federales.

Cartel de carretera en las proximidades del Pico del Lobo

Así las cosas, con los nacionalistas vascos y catalanes teniendo cogido al gobierno por los dídimos —perdón por la expresión, pero el ministro Puente has puesto de moda las expresiones chuscas—, no son pocos los pescadores que también quieren lo suyo en el río revuelto de la política española. Es uno de los peajes de la debilidad en la que ha querido empeñarse en gobernar Sánchez, el “césar” que dirige el PSOE de hoy como le llama el exministro socialista Corcuera. El último pescador que ha tirado la caña ha sido el alcalde socialista de León, José Antonio Díez Díaz, quien ha reivindicado que su provincia se segregue de Castilla y León y se convierta en la decimoctava comunidad autónoma española, con rango de uniprovincial. Díez apela a la particular historia leonesa, que sin duda la tiene pues hasta el primer parlamento del mundo nació allí en 1188 y fue un poderoso reino con personalidad propia hasta que se unió con el de Castilla. Todos los nacionalismos se cimentan en una historia singular, sí, pero después apelan a la pela, y el alcalde leonés también lo ha hecho, alegando el, a su juicio, injusto trato político, en general, y financiero, en particular, que Castilla y León otorga a su provincia, favoreciendo sobre todo a Valladolid, la capital regional. Díez, sin cortarse un pelo, ha dicho que la actual legislatura, con todas las concesiones hechas por Sánchez a los nacionalismos catalán y vasco, invita a revisar el título VIII de la Constitución y por ello considera, no solo legítima, sino también oportuna su reivindicación que, de no quedarse únicamente en palabras, pondría patas arriba el statu quo autonómico actual. Que nadie se tome a broma el leonesismo, me consta que es creciente y ya veremos a donde conduce, pero se está abriendo la caja de los truenos y no sabemos dónde, cuándo y a quién le van a explotar.

Así las cosas, con los nacionalismos/separatismos catalán y vasco condicionando la gobernabilidad y el gobierno de España más débil de la democracia, con Navarra en el ojo de mira de Bildu y PNV para ser real y no solo en sus delirios panvasquistas la cuarta provincia vasca de la península —de las tres francesas que se olviden pues el jacobinismo galo nunca dará opción— y con León cuestionando su pertenencia a Castilla y León, no descarten próximas reivindicaciones de modificación del actual mapa autonómico, que ya parecía definitivamente cerrado. Y, efectivamente, sí, estoy pensando en nuestra Guadalajara como una de esas provincias que, si se abre el melón de las segregaciones como parece haberse abierto, levanten la mano y digan: somos la única provincia sin un milímetro cuadrado de comarca manchega de Castilla-La Mancha y únicamente limitamos con esta región a través de Cuenca; geográficamente, estamos al norte de la región, como si fuéramos un apéndice, una especie de joroba que le ha salido a las otras cuatro provincias; la mancheguización de la región es evidente y progresiva; nuestra identidad castellana es más parecida a la de Madrid, Segovia o Soria que a la de Albacete y Ciudad Real; nuestra capital natural es Madrid, no Toledo, y, precisamente, Toledo, como denuncia el alcalde leonés sobre Valladolid, está siendo descaradamente favorecida por las inversiones regionales, además de ejercerse desde allí un poder recentralizador y a veces hasta despótico, con el (chusco) asunto del Fuerte de San Francisco como última y más palpable prueba. Otro día me detendré en ello porque lo del fuerte es fortísimo… Y luego se extraña Page de que Guadalajara sea la provincia de España que menos identificada se siente con su región, como quedó acreditado en una encuesta nacional realizada por “Electomanía” en 2020 y que arrojaba los expresivos y contundentes datos de que un 78,6% de la población de Guadalajara se siente más identificada con la provincia, el 18,8% tan identificada con la comunidad como con la provincia y solo un 2,6% más identificada con la región. ¿Y saben cuál fue en esa encuesta la segunda provincia, tras Guadalajara, en identificarse menos con su región? Pues sí, efectivamente, León.

A este paso recupero aquella vieja proclama del ALI —una jocosa ensoñación juvenil de partido llamado “Alcarria Libre e Independiente”— que algunos convertimos en nuestra desternillante reivindicación cuando Guadalajara fue forzada, en un pacto político de salón de la UCD y el PSOE, a alejarse de Madrid y de las provincias castellanas del norte e integrarse en Castilla-La Mancha: “Queremos que la Alcarria tenga salida al mar”. Por cierto, también reivindicábamos que los “donuts” no tuvieran agujero y así nacieron los “dupis”…

Yo facha

El domingo 12 de noviembre será ya para siempre un jalón en mi vida. En esa fecha, supongo que por casualidad, se celebra San Josafat, un obispo greco-católico al que asesinaron cristianos ortodoxos —la historia de Caín y Abel se repite de forma recurrente— y que es homónimo al personaje bíblico del famoso valle en el que las escrituras proféticas sitúan el lugar donde se celebrará el juicio final; o sea, la liquidación de los tiempos, en feliz, una más, expresión orteguiana. Efectivamente, habrá un antes y un después del 12 de noviembre en mi devenir vital porque ese día, como he dicho, festividad de San Josafat, ya me he ganado de una vez y para siempre el apelativo de “facha” puesto que, lo confieso públicamente, estuve en la concentración de la plaza de Santo Domingo, de Guadalajara, en rechazo a la amnistía a los delincuentes del “procés” —pronúnciese “prusés”, así, como con intención de diferenciar significante y significado al estilo Saussure— que reunió a 9.000 personas, según fuentes de la Delegación del Gobierno en Castilla-La Mancha y del PP, partido convocante de la concentración. Es casi un fenómeno paranormal que tanto peperos como sociatas —lamentablemente las delegaciones del gobierno son más de los partidos que lo gobiernan que de los ciudadanos gobernados— se pusieran de acuerdo en dar esa cifra de asistentes en Guadalajara porque en el conjunto de España el PP dijo que había movilizado a dos millones de personas y el gobierno que no habían llegado a ser ni 600.000. Ojalá todas las guerras fueran solo de cifras.

            No se el resto de las 8.999 personas que asistieron a la concentración de Santo Domingo el día de San Josafat de 2023, pero yo, además de rechazar la amnistía de los forajidos —porque están fuera de la ley, que es el origen etimológico de esta grave palabra— del “procés” catalán, también fui a mostrar mi oposición frontal al ignominioso y vergonzante pacto global con los separatistas de izquierdas y de derechas de Cataluña y del País Vasco, y, muy especialmente, con Bildu, la organización, simpatizante, no, lo siguiente, y heredera de ETA a la que Sánchez está blanqueando. Se que es duro lo que voy a decir, pero al PSOE le gusta mucho la cal; no hace tanto la viva y ahora la enjalbegadora…

Me detengo aquí para contar una experiencia propia que muchos desconocen y que quiero que dejen de desconocer, sobre todo los más jóvenes, a quienes el terrorismo de ETA les suena tan lejano como a mi el racionamiento de la posguerra pues soy un hijo del llamado “baby-boom”, de la España desarrollista, ye-yé y del 600, y no conocí las cartillas del hambre; pero haberlas, las hubo. Voy a lo que iba: Cuando fui elegido concejal del ayuntamiento de Guadalajara en junio de 1999, como independiente dentro de las listas del PP, en ese momento ETA estaba muy viva a costa de ser la responsable de muchas muertes (inocentes), o sea, era un auténtico vampiro político y social, un sanguinario grupo terrorista que mataba cuando podía y a quien quería y podía. En aquellos años, no solo asesinaba a militares, jueces, policías —incluidos ertzaintzas— y guardias civiles, sino que también daba muerte a concejales y otros cargos políticos, sobre todo del PP y del PSOE, en cualquier lugar de España: Fernando Buesa (PSOE, en Vitoria), Gregorio Ordóñez (PP, San Sebastián), Martín Carpena (PP, Málaga), Juan Mari Jáuregui (PSOE, San Sebastián), Miguel Ángel Blanco (PP, Ermua), Ernest Lluch (PSOE, Barcelona), Manuel Jiménez Abad (PP, Zaragoza), Alberto Jiménez-Becerril (PP, Sevilla, junto a su esposa) … Creo recordar que, en total, fueron 14 los políticos asesinados por ETA de cada uno de los dos partidos mayoritarios de España en esos años de finales del siglo XX y principios del XXI. No lo he confesado nunca ni con ello pretendo ir de valiente, porque no lo soy, pero uno de los motivos que me llevaron a aceptar integrarme en 1999 en las listas municipales del PP sin militar en este partido fue el asesinato de Miguel Ángel Blanco y el impacto que causó en mi hija mayor cuando, yendo camino del festival medieval de Hita, conocimos tan impactante noticia por la radio del coche aquel fatídico 13 de julio de 1997. Aquella injustísima muerte joven, a sangre gélida, anunciada y casi televisada removió muchas conciencias en el rechazo a ETA y, a mí, que ya la rechazaba sin paliativos, me hizo movilizarme y salir de mi sitio de confort, de observador y opinante liberal de la política para pasar a tomar partido en ella hasta mancharme, como dice Celaya en “la poesía es un arma cargada de futuro”. Y sigo con la confesión pública de aquel tiempo no tan lejano: cuando tomamos posesión la corporación municipal arriacense de 1999-2003 —fue el último mandato de José María Bris como alcalde—, al estar amenazados todos los concejales del PSOE y del PP de España, nos reunieron para informarnos de las medidas de autoprotección que debíamos tomar, incluido el hecho de inspeccionar con un espejo con mango telescópico debajo de nuestros coches cada vez que nos subiéramos a ellos, por si nos habían puesto una bomba. Además, sobre todo a algunos como yo que nos consideraron más vulnerables por el lugar en que vivíamos y las rutinas diarias que seguíamos, nos pusieron también escolta. Si a mi hija mayor le partió su corazón, entonces adolescente, el vil asesinato etarra de Miguel Ángel Blanco, a mi hija pequeña, una niña de primera comunión en esos años, le parecía un juego que su papá la llevara al colegio con unos “amigos” —que en verdad lo fueron, lo son y lo serán siempre, entre ellos el actual concejal de seguridad de la ciudad, Chema Antón— que nos esperaban cada día en la puerta de casa. Yo fui un amenazado de ETA, sí; en realidad, lo fuimos todos los españoles porque ETA era una organización asesina que, maquiavélicamente, despreciaba el dolor de sus actos terroristas —el medio— para conseguir el fin de la independencia vasca que quería imponer, al tiempo que su socialismo revolucionario. ETA ya no mata, no, porque ha sido derrotada por la sociedad, pero sus herederos (in) morales están en Bildu y buscan el mismo fin que la propia organización terrorista, no se han distanciado de sus crímenes ni han pedido perdón por ellos y, lo que es peor, no han colaborado un ápice en que se esclarezcan los casi 400 asesinatos que aún están pendientes de esclarecer. Se parece más a un aquelarre de brujas de Zugarramurdi que a un pacto político legítimo el hecho de que un partido con 14 víctimas de ETA, aún en caliente, como es el PSOE, vaya a gobernar gracias a Otegui, etarra convicto y confeso y actual jefe de los herederos y cómplices de sus verdugos… Una cosa es superar etapas y promover la paz y otra es enterrar, junto a las víctimas, la memoria, la dignidad y la justicia.

Concentración en Guadalajara contra la amnistía del «procés»

            Termino ya diciendo que el pacto al que ha llegado Sánchez con el separatismo vasco y catalán, de izquierdas y de derechas —incluida la extrema, pues Junts lo es por muchas cosas—, para seguir en la Moncloa, ha traspasado todos los límites de lo razonable y que puede ser legal, pero no legítimo, porque está basado en promesas políticas incumplidas, manipulaciones, cuando no mentiras, históricas, en falsos agravios, y en ideas filo-racistas y xenófobas, al tiempo que va a suponer una descarada discriminación positiva a favor de las regiones más prósperas de España en detrimento de las que menos lo son y un ataque frontal a la división de poderes, esencia de las democracias liberales, las únicas que garantizan la libertad e igualdad de todos los ciudadanos.

            Y el día de San Josafat terminé de ganarme el apelativo de “facha” ya para siempre porque, después de la concentración contra la amnistía y el frontal ataque de Sánchez y sus socios a la unidad constitucional y a la libertad e igualdad de todos, fui a misa de 12,30 a San Ginés. Y en el Evangelio del día tocaba la parábola de las doncellas sensatas y necias… Yo, facha, tengo mi lámpara encendida.

El Tenorio Mendocino: hito, rito y mito

En 1984, el mismo año que en Alcalá de Henares comenzó a representarse, en la víspera del día de Todos los Santos, el afamado Tenorio al aire libre de la ciudad complutense, en Guadalajara se iniciaban las representaciones de algunas escenas de la célebre obra de Zorrilla, en el histórico restaurante “El Ventorrero”, a los postres de las “Cenas de Ánimas con Don Juan” que abrían la temporada de la Asociación de Amigos de la Capa guadalajareña y que terminaron evolucionando a lo que desde 1992 ya se conoce como el “Tenorio Mendocino”. Bien alto podemos decir, y no es provincianismo de vía estrecha sino verdad de la buena, que, pese a que es larga y ancha la tradición de representar el Tenorio en la víspera de Todos los Santos, no solo en España sino incluso en otros lugares del mundo, especialmente en Hispanoamérica, el de Guadalajara es uno de los más reputados de todos ellos. Esa buena y notoria reputación no nos ha salido gratis —a esta ciudad pocas veces le sale de balde algo bueno para ella—, sino que se ha cimentado en una brillante idea original, como es unir los textos y la acción de Zorrilla con lo más destacado de nuestra monumentalidad de forma itinerante, con un compromiso de llevarla a cabo y darle continuidad con rigor y calidad realmente encomiable por parte de “Gentes de Guadalajara”, el colectivo que hace posible que el mito de don Juan regrese cada año a la ciudad, se cumpla el rito y se haya convertido en un hito.

                Guadalajara no solo está matrimoniada con el Tenorio de Zorrilla por su variante mendocina que aquí se representa cada año desde 1992, el año de los fastos hispanos —Expo, de Sevilla, y Juegos Olímpicos, de Barcelona, especialmente—, sino que uno de sus precursores literarios más evidentes, “El burlador de Sevilla y convidado de piedra”, fue escrito por Tirso de Molina, seudónimo de Gabriel Téllez, freire mercedario cuyo noviciado lo realizó en el desaparecido convento de San Antolín, situado en el arrabal de la antigua alcallería de Guadalajara, entre el alcázar y el recinto del antiguo hospital provincial que, no en vano, tomó el nombre de La Merced cuando decayó el de Ortiz de Zárate. O sea, que más de dos siglos antes de que Zorrilla, en 1844, estrenara su “Don Juan”, ese mito ya bulló en la cabeza y se trasladó a la pluma de un dramaturgo y poeta fraile que vivió una larga temporada en Guadalajara. El Don Juan, en forma de burlador sevillano que pudo ser creado en una celda conventual alcarreña, ya estaba ahí, a principios del siglo XVII. Y su posible vinculación con los Mendoza mucho antes de nacer el “Tenorio Mendocino”, también, pues dos libertinos personajes vinculados a tan poderosa familia, Juan de Tassis —conde de Villamediana e infiel esposo de Ana de Mendoza—, y Miguel de Mañara —libertino marido de otra dama mendocina, Jerónima Carrillo de Mendoza—, en quien se inspiraron los Machado para escribir su “Don Juan de Mañara”, bien pudieron ser conocidos por Tirso durante su larga estancia aquí. Estas, que tienen pinta de ser más causales que causales referencias, las aportó nuestro querido y admirado Josepe Suárez de Puga en un texto introductorio que escribió para el libro que edité en 2015, titulado “Crónicas del Tenorio Mendocino”. Como es sabido, Josepe, no solo es el actual Cronista Oficial de la Ciudad de Guadalajara —honor que compartió con su amigo José Antonio Ochaíta hasta que el poeta jadraqueño falleció hace ya 50 años—, sino un escritor, sobre todo poeta, realmente eximio, al tiempo que uno de los grandes referentes del propio “Tenorio Mendocino” pues ya en su primera edición de 1992 hizo el papel del escultor en la escena del cementerio y desde 1993 el de Don Juan maduro que, literalmente, bordó los muchos años que lo representó, ofreciendo a los espectadores algunos de los mejores y más esperados momentos de la obra.

Javier Borobia- en el carismático papel de El Comendador que hizo entre 1992 y 2008- en la escena de la Hostería del Laurel

                El “Tenorio Mendocino” es un proyecto coral, de suma de esfuerzos y de voluntades, al que se han ido incorporando y del que se han ido separando —muy a su pesar en casi todos los casos, pero la edad y las circunstancias obligan, como la nobleza— muchas gentes de Guadalajara. En ello, a mi juicio, ha radicado buena parte de su éxito: en que, al ser un proyecto abierto y participativo, ha podido superar las ausencias de personas claves en su nacimiento y crecimiento de los primeros años, los que cimentan el futuro de las cosas. Ningún proyecto se consolida del todo hasta que no supera la marcha de quienes lo iniciaron. Y aunque aún quedan en “Gentes de Guadalajara” algunos miembros de la etapa fundacional del “Tenorio Mendocino”, la gran mayoría de ellas ya son de generaciones posteriores que han asumido el tinglado como propio. Lo digo aún más claro: solo perdura lo que sobrevive a sus creadores. Llegado este momento, considero obligado recordar a mi (y de tantos) querido maestro, compañero, amigo y, sobre todo, hermano, Javier Borobia, el “alma mater” de quien partió la brillante idea y gestó la puesta en marcha del “Tenorio Mendocino” hace ya 39 años cuando, siendo secretario —“Fiel de fechos” como a él le gustaba decir— de la Asociación de Amigos de la Capa de Guadalajara, se le ocurrió invitar a don Juan a los postres de la cena que cada año, en la víspera de Todos los Santos, abría la temporada capista. Con afecto, admiración y agradecimiento, me desembozo la capa y me quito el sombrero ante él y el resto de gentes de Guadalajara que nos regalaron este “Tenorio Mendocino”, destacando especialmente también entre ellas a Fernando Borlán, el poeta “majestuoso”, como lo calificó Benjamín Prado, y profesor cultivador del peripatetismo que no escribía versos, los bordaba. Como estos escritos al final de su vida y con los que doy por finalizada esta entrada, con el deseo de una larga vida al “Tenorio Mendocino” y a “Gentes de Guadalajara”:

“Que el río no se para

que eres tú quien lo lleva”

El fin del “veroño”

El año hidrológico comienza en octubre y hay quienes defienden que el verdadero final del año es el del verano y el principio del otoño porque es cuando las vidas, las cosas y las circunstancias, materiales o inmateriales, tangibles o no, más suelen acusar el fin de un ciclo y el inicio de otro. Ciertamente, el albor del otoño parece un punto de partida, sobre todo en el ámbito escolar al ser en él cuando comienzan los cursos por lo que el final del año natural solo es el del primer trimestre, el famoso “first term” inglés, como el que relata Enid Blyton en su novela sobre el internado de las Torres de Malory. Con ella me inicié en la lectura del inglés, pero ya no pasé ni siquiera al escalón de Charles Dickens y Mark Twain, pese a saberme la trama y el final de casi todas sus obras a través del cine o de la lectura en nuestro propio idioma. Cuando se piensa en español y se lee o habla en inglés, se lee y habla también en español.

Amanecer del “veroño” en el puente del Henares


Octubre es el primer mes completo del otoño y el más representativo de todos porque noviembre, pese a estar en su ecuador, suele presentarse con más cara de invierno que de verano, aunque los meteoros son tan caprichosos y el cambio climático tan notorio —negar las evidencias es taparse los ojos con manos transparentes— que ya no sabe uno ni en qué mes vive si solo se fía del tiempo que hace. Con la medio contraída/medio sincopada palabra de “veroño” han bautizado algunos al cálido tiempo que ha estado haciendo desde el famoso “veranillo de San Miguel” hasta el Pilar y que apuntaba prolongarse incluso a San Lucas, pero un “río atmosférico” parece que va a traer una borrasca que acabará con el último ramalazo estival. Cuando lean esta entrada es probable que ese río ya haya llegado a la mar, que en este caso y a diferencia del de las coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique, no es el morir, sino el llover y comenzar a refrescar. Ojalá. Por cierto, San Lucas se celebra el 18 de octubre y, por si no lo sabe alguno, le recuerdo que en esa fecha tenía lugar una de las dos ferias anuales que Alfonso X concedió a Guadalajara, precisamente la que ahora se celebra en septiembre y que fue huyendo de octubre y del otoño por el frío y la lluvia que solía traer aparejados
Cada vez que oigo un término meteorológico nuevo para mí, como ha sido el caso de este “río atmosférico” que trae una fuerte borrasca, anunciado por el televisivo Roberto Brasero —además de un gran meteorólogo y comunicador es un tipo muy simpático con el que coincidí este verano en Comillas—, me acuerdo de Mariano Medina, el inolvidable y sempiterno “hombre del tiempo” de TVE, cuando era la única televisión de España, aunque emitía por dos canales, VHF y UHF. Al señor Medina, tan circunspecto él, pero con un aura de credibilidad casi absoluta, jamás le oí en sus previsiones televisivas del tiempo palabras que ahora son casi recurrentes en ellas: “DANA”, “tormenta perfecta”, “río atmosférico”, “vorticidad”, etc. A él le bastaban para explicarnos lo que podría ocurrir con el tiempo, la “b” de borrasca, la “a” de anticiclón y las famosas isobaras… y, por supuesto, los paragüitas y los soles en forma de pegatina que colocaba en el mapa de España según procediera. El lenguaje técnico, la jerga meteorológica, llegó cuando dejó de haber una sola televisión y las cadenas privadas comenzaron a competir entre ellas por la audiencia, incluso en la previsión del tiempo, que todo suma para el rating y el share… Así, de la seriedad y circunspección intencionadas de Mariano Medina para lograr credibilidad, pasamos a la extraversión y capacidad de comunicación de meteorólogos para captar audiencia, como el ya citado Brasero, José Antonio Maldonado o Mario Picazo, entre ellos, y de Pilar Sanjurjo, Mónica López o Himar González, entre ellas. La verdad es que la Sanjurjo —que creo que no tiene nada que ver con el famoso general del mismo nombre— también es de los tiempos de “Cuéntame”, como Medina, aunque esa serie ya hace tiempo que dejó el blanco y negro y se va a despedir estos días, después de 23 temporadas, contando cosas que yo ya viví hace tiempo y no precisamente de niño. Tempus fugit, como decían los romanos…
Pese a ser el primero que nos aleja del verano y nos mete de lleno en una espiral que acabará en el frío y largo invierno, octubre siempre fue un mes muy apreciado por mí, supongo que porque en él cumplo los años. Y digo ”fue” y no “es” porque cumplir años cuando se quiere ser mayor, es una gozada, pero cumplirlos cuando no se quiere serlo más, es una putada, con perdón. Claro que querer cumplir años y no poder es mayor putada aún… Y lo dejó ahí porque las cicatrices del alma nunca se terminan de cerrar. Como se puede advertir en algunos pasajes de “Octubre, octubre”, la gran novela de José Luis Sampedro, si no la mejor, el abandono y la pérdida son dos sentimientos recurrentes en ella y que, entre otras muchas consecuencias, terminan derivando en la melancolía, el estado de ánimo que pinta el otoño en los espíritus más sensibles.
De momento, si aún no han leído la novela de Sampedro que no se conforma con un solo octubre, sino que reivindica dos en su propio título, se la recomiendo encarecidamente. Y si octubre y su “veroño” o su ya otoño, otoño, los llevan a la melancolía, piensen como Ítalo Calvino que “la melancolía es la tristeza que ha sido tomada de la luz”… y que algún día saldrá el sol.

Un pequeño gran teatro de pueblo

El último día de septiembre, que cayó en sábado, fue cálido, luminoso y estuvo a la altura del renombrado “veranillo de San Miguel”. No solo por trabajo, también por gusto, viajé a Milmarcos donde esa mañana se presentaba públicamente e iniciaba “Guadaescena”, un nuevo programa que la Diputación Provincial ha puesto en marcha para fomentar la actividad teatral en la provincia, a través de la Red Cultural de Guadalajara que creó hace un par de años la propia institución provincial, y que va a llegar a diez municipios en este otoño. A muchos les sorprenderá que una gira teatral se inicie en un pueblo tan alejado de la capital y de casi todas partes y con apenas 78 habitantes censados. La zona rural de esta provincia, que ocupa el 80 por ciento de su territorio, pero apenas agrupa al 20 por ciento de la población, si nos atenemos solo a las matemáticas es prácticamente inviable. No salen los números porque, al haber tan pocos habitantes, los costes de los servicios se disparan, más aún si incrementamos el factor distancia a los centros de su prestación y en los que se concentra el poder y la administración. No obstante, a esa Guadalajara hay que analizarla, comprenderla y atenderla como es debido dejando las matemáticas a un lado y llevando al primer plano la filosofía y las letras, lo cualitativo frente a lo cuantitativo, la dialéctica antes que el coraje como dijo Ortega y Gasset ante la estatua del soldado lector, casi una paradoja, que no deja de ser El Doncel de Sigüenza. Si por estrictos criterios de eficacia y eficiencia economicista fuera, deberían “cerrarse” literalmente muchos pueblos, pero su viabilidad no hay que medirla con esos parámetros numéricos, sino asegurarla a través de la antropología más positivista que es la que apuesta por el hombre, uno a uno tomado. Las casas no hacen los pueblos, los hacen las personas y mientras haya una sola dispuesta a vivir en un pueblo, habrá pueblo.

Gonzalo Albiñana. Teatro de sombras.


Dicho esto, en clave de necesaria introducción, afirmo con rotundidad que la elección de Milmarcos para dar inicio a “Guadaescena” fue un absoluto acierto porque se hizo en uno de los pueblos más alejados de la capital de la provincia, evidenciándose así que la Guadalajara despoblada —que no vaciada, como muy bien repite cuantas veces sea necesario el buen alcalde de Milmarcos que es Fernando Marchán— aún late y cuenta. Además —y este hecho es el definitivo, cierra el círculo y pone hasta lazo a la decisión— este histórico pueblo de la Sexma del Campo del Señorío de Molina, cuenta con un histórico teatro que lleva el nombre del autor del Tenorio, Zorrilla, que es una “joyita”, un auténtico “bombón” escenográfico porque, pese a su pequeño tamaño, dispone de todo el equipamiento básico de una sala: patio de butacas, platea, caja escénica equipada con luz y sonido, telón, bastidores y camerino; además, es realmente bonito. El teatro Zorrilla, de Milmarcos, que dentro de unos años cumplirá su centenario, fue restaurado por el ayuntamiento con tan buen criterio como gusto en 2014, tras haber dejado un tiempo de prestar sus servicios como tal y haberse utilizado como alhóndiga por sus propietarios privados. Es, sin duda, un teatro muy completo a pequeña escala, un lugar absolutamente emblemático para los amantes de las artes escénicas y que debería ser considerado como un referente del compromiso de un pueblo por no resignarse a vaciarse además de despoblarse y luchar por ser un lugar en el que la cultura, en general, y el teatro, en particular, aún sea posible conjugarlos en presente y en futuro, no solo en pasado. Mientras haya un teatro, incluso un teatrito como es el de Milmarcos, y aunque solo quede un único espectador dispuesto a acudir a la próxima función, los tespis con sus carros, los cómicos de la legua, los bululús, los ñaques, las gangarillas, los cambaleos, las garnachas, las mojigangas, las farándulas, los titiriteros, las compañías y demás actores ambulantes podrán hacer camino al andar. Y cultura y teatro al llegar.
“Guadaescena” no llevó al Zorrilla de Milmarcos un espectáculo cualquiera para cumplir y ya está. La gira la inauguró un joven artista guadalajareño, Gonzalo Albiñana, que ya es un ilusionista, mago y actor de referencia a nivel nacional e, incluso, internacional pues este mismo verano ha trabajado, y con mucho éxito, en Las Vegas (USA) y Alemania, además de recorrer gran parte de España. Su espectáculo, en el que combina magia, ilusión y teatro de sombras chinescas, es una auténtica delicia pues en él se alternan las risas y las sonrisas por lo que dice en escena, junto a los “oes” de admiración por lo que hace. Gonzalo ya es, pero está llamado a serlo aún en mayor medida, un referente español dentro del campo del ilusionismo y la magia internacional, algo que no solo lo digo yo, lo afirman sus propios compañeros de profesión al haberle otorgado a principios de verano, en Valladolid, con ocasión del 38º Congreso Mágico Nacional, el Gran Premio Extraordinario, reconocimiento que solo han logrado hasta el momento artistas de la talla de Juan Tamariz o Miguel Ajo y que no se concede anualmente pues entre 1949 y 2023 se ha otorgado sólo en 23 ocasiones. El artista alcarreño también recibió el Premio Nacional de Magia, entregado por primera vez en la historia a las sombras chinescas, y, además, obtenía la máxima puntuación que le situó como campeón en la Categoría de «Magia de Salón”. Por todo ello, será uno de los representantes españoles en el próximo Campeonato Europeo que se celebrará en Italia en 2024.
Termino ya con un guiño a Andrés Berlanga, el gran periodista y escritor fallecido hace cinco años, natural de Labros, pueblo muy cercano a Milmarcos, y autor de “La Gaznápira”, una extraordinaria novela que rescata el lenguaje dialectal del medio rural propio de la zona molinesa, al tiempo que retrata, crea y recrea pequeñas historias —relatorias las llama el autor— trufadas de aconteceres y anécdotas de aquellos pueblos, situadas entre 1949 y 1984, el período principal en que se despoblaron, que no vaciaron. Aunque en un pueblo solo viva una persona, siempre estará lleno de recuerdos, sombras (que no solo hacen teatro) y cultura material e inmaterial hasta sus bordes. Ahora sí, concluyo con estas gaznápiras palabras de Berlanga: “¡Este es mi pueblo, esta es mi Casa-Lugar! Saldré de aquí cuando salgan mis paisanos.”

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