El grafitero homófobo

Hace ya mucho tiempo que un grafitero que odia al superhéroe murciélago por excelencia, Batman, dejó su homófoba huella en la parte trasera de un edificio que da al antiguo lavadero de la Alaminilla, junto al puentecillo que vierte sus aguas al parque lineal del Barranco y cerca ya de los históricos puente de las Infantas y torreón del Alamín: “Batman maricón”, proclama la pintada que lleva allí puesta unos cuantos años sin que nadie la limpie, ni los vecinos del inmueble pintarrajeado ni los servicios de limpieza municipales. No es, ni mucho menos, la única pintada que hay en la ciudad y lleva ya tanto tiempo hecha que ha pasado a formar parte del paisaje urbano.  Es, sin duda, una de las más curiosas que he visto y más me han llamado la atención por su sorprendente imbecilidad en fondo y forma.

Si se fijan bien en la fotografía que acompaña este artículo, debajo del grafiti, en pequeño, aparece un texto que dice: “Sup Mod”. Entiendo que lo que quiere decir es que esa imprecación a Batman la suscriben los fans de Superman, el héroe de comic y de película también conocido como «El Hombre de Acero», «El Hombre del Mañana» o «El Último Hijo de Krypton». Incluso es llamado «El gran boy scout azul» por el color de su atuendo y por la solidaria filantropía a lo Baden Powell -el fundador de los scouts- con la que comparece allá donde hay alguien a quien salvar o algún malhechor al que poner en su sitio. Es todo un contrasentido que los fans más ultras de Superman sean tan desconsiderados y faltones con Batman. Seguramente, su propio superhéroe, si no fuera porque es hijo de la mente calenturienta de Siegel y de la hábil mano de Shuster, pero no -ilusos- de la kryptonita, hubiera aparecido volando mientras hacían la pintada llamando maricón a Batman para reconvenirles por tan impropio y feo acto e, incluso, para darles un superpapo -la versión super del sopapo-, que bien merecido se lo tenían. No está bien llamar maricón a nadie con ánimo de insulto, como es evidente que lo hay en esta pintada alaminera, pero aún es de peor gusto llamárselo a un superhéroe de ficción como Batman que, si mal no recuerdo de cuando yo moceaba con los comics, más bien era un tanto narcisista y mujeriego. Cuando la farra y la pitanza eran regadas con vino y chanza -¡toma pareado!-, decía a sus amigos un notable poeta de Guadalajara, de cuyo nombre no debo acordarme: “¡No me llaméis “marica”; llamadme “maricón” que suena a bóveda!”. No creo que los faltones fans de Superman hayan caído en que suena a bóveda lo de maricón para llamárselo a Batman, simplemente querían insultarle porque estamos en tiempos  de banderías maximalistas, incluso en el mundo virtual de los superhéroes, lo que ya es de nota. Por cierto, yo creía que Batman, lejos de ser un enemigo de Superman como Lex Luthor, era un aliado de Superman, junto a la Mujer Maravilla, Flash Aquaman, Linterna Verde, Flecha Verde, Cyborg, Gemelos Fantásticos, Shazam, Hombre Halcón, Detective Marciano, Superboy, Supergirl, Jimmy Olsen, Krypto o el Superperro. Algo me he debido perder en el mundo de los superhéroes para que Superman y Batman estén ahora en bandos contrarios. Imagino que también habrá política en ese “supermundo” virtual y ya se sabe que “la política hace extraños compañeros de cama” (como dicen que dijeron Churchill, Groucho Marx y Fraga, tres personajes de difícil compactación) y que la culpa de muchos divorcios la tienen las propias camas… Dejémoslo ahí.

La pintada homófoba del lavadero del Alamín lleva ya tanto allí que le ha dado tiempo a mutar, me explico: cuando la vi por primera vez, hace ya tres o cuatro años porque fue antes de la pandemia, la firmaban los “Superman supporters”, o sea, los aficionados, los forofos, los fans de Superman. Curiosamente, alguien borró esa parte de la pintada y se quedó solo el insulto homófobo a Batman, aunque firmado por ese misterioso “Sup Mod” que yo he interpretado que es una abreviatura de lo de “supporters” o una variante de su apelativo. El caso es que los “supermaners” de Guada o, al menos, uno de ellos que también es grafitero, además de ensuciar paredes en entornos de valor histórico-artístico y social, son unos insultones que, para poner en valor a su héroe, intentan hacer de menos a otro. Y, por cierto, si se fijan de nuevo en la foto, igualmente aparece en una esquina una huella de tela de araña como si los fans de Spiderman también hubieran rondado por allí. ¿Estamos ante una “guerra civil” entre aficionados a los superhéroes? No creo que llegue a tanto la cosa, lo que sí pienso es que, cuando tras las pintadas no hay arte -que lo hay y muy bueno en algunas de ellas, Bansky es el ejemplo proverbial, pero por aquí también tenemos a Rector, Zharsone, Juan Carlos Fernández y otros-, lo que hay es suciedad, mal gusto y hasta vandalismo… y otros ismos que nada tienen que ver con los movimientos literarios y artísticos que siguieron a los “ismos” -modernismo, cubismo, surrealismo…- del primer tercio del siglo XX. Limpien la pintada homófoba del Alamín, por favor, que ese “Batman maricón” ni lo ha pintado un artista ni un poeta ni suena a bóveda.

De fiesta

               En el más crudo invierno, que suele devenir en enero, pese a la dura climatología propia de la época tiene lugar uno de los ciclos más relevantes e intensos del calendario festivo provincial, ancho, largo y alto donde los haya. Aunque pueda resultar una paradoja la circunstancia de que se festeje más cuando el tempero, teóricamente, menos favorece la celebración de la fiesta, en realidad tiene todo el sentido del mundo pues el hecho festivo siempre ha estado condicionado en el medio rural por los propios ciclos de la tierra, con minúscula y con mayúscula, y, por tanto, también del sol y de la luna. Enero es tiempo de escasa actividad agraria y, por ello, de espera y momentos para el ocio, si bien también lo es de siembra de algunas hortalizas y verduras, siendo el último mes para la tardía de avena, cebada y trigo. Trabajo y fiesta es una dualidad que parece alternativa y excluyente, pero en el fondo son dos caras de la misma moneda y una y otra se necesitan , complementan y alternan. A este respecto, en algún sitio que ahora no recuerdo he leído la afirmación de que el hombre es el único animal festejante. Abundando en ello, Helmuth Plessner dice que “el hombre es el único ser capaz de vivir su vida -la cotidianidad- y capaz de distanciarse de ella -la fiesta-“, mientras que Marquard sostiene que “el hombre necesita de la fiesta, pero al lado de lo cotidiano”.

               Tras esta conveniente introducción, vuelvo a subrayar que la provincia de Guadalajara está viviendo en enero su gran ciclo festivo de invierno que, no por casualidad, se prolongará hasta febrero, cuando llegará a su punto álgido y final con el carnaval -días de mucho y vísperas de poco- que antecede a la cuaresma, etapa en la que la fiesta cesará, no casual sino causalmente, porque con ella llegaremos a un tiempo doliente y nada festejante como es el previo y preparativo de la Semana Santa. Por ello, marzo es tan poco festero. La fiesta no es partidaria de los corredores de la muerte.

               Enero, en Guadalajara, es tiempo de botargas, nuestras particulares mascaradas de invierno que, aunque ahora viven un momento de impulso y recuperación, estuvieron a punto de desaparecer en el siglo XX por las sucesivas crisis agrarias y las consecuentes despoblaciones del medio rural, pero también por un hecho negativo de moda cultural que devino a finales del XIX y se prolongó bien entrado el siglo pasado. Un caso paradigmático de ello que bien conozco es el de Taracena, cuyas botargas salían el día de San Ildefonso -23 de enero-, iniciándose en esa fecha las ferias y fiestas de invierno de este hoy barrio de la capital que se completaban con dos días de celebración más: La Paz -el día 24- y la llamada “Paz chiquita” -el día 25-. En el año 1901, el entonces alcalde de Taracena decidió suprimir la salida de las botargas “porque si bien representaban la tradición, patentizaban de un modo claro y evidente un atraso grandísimo con relación a la cultura actual de los pueblos”, como se recoge en el periódico “Flores y Abejas”, en su edición del 27 de enero de 1901. Este hecho, documentado y contrastado, es muy representativo de lo que ocurrió con otras muchas botargas y enmascarados de la provincia que fueron desapareciendo en aquel tiempo y en el que le siguió porque, si ahora estamos en un ciclo en el que la cultura tradicional, tanto material como inmaterial, se está poniendo cada día más en valor, entonces esa moda cultural a la que me refería iba en el sentido justamente contrario. En las últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del XX -después también en el desarrollismo de los 60, 70 y aún 80-, lo tradicional y lo antiguo no eran valores estimados precisamente por la pátina que les había aportado el tiempo, sino, bien al contrario, tenían la consideración de viejo, de anticuado, de rancio, de concepto, cosa o trasto inútil, y se contraponían con las corrientes y vanguardias modernistas que comenzaban a surgir. Esas modas de modernidad, radicalmente concebidas y aplicadas en no pocos casos y contrapuestas y enfrentadas con lo antiguo y lo tradicional, no solo se llevaron por delante numerosos y valiosos elementos culturales tradicionales, materiales e inmateriales, también conllevaron la demolición de bastantes monumentos de valor histórico-artístico y otras construcciones estimables pero “viejas” -la propia Guadalajara es, lamentablemente, un ejemplo proverbial de ello-, para ser sustituidos por impersonales edificios supuestamente más útiles y racionalistas. También alteraron el urbanismo, en aras de una supuesta modernidad que no pocas veces fue una patente de corso para practicar el derribo y el expolio, cuando no la especulación. Pedro José Pradillo y José Antonio Alonso han hablado de ello recientemente en sendas conferencias -el segundo centrándose en las botargas-, cada uno con su tono personal, uno más contundente y otro más comedido, pero ambos coincidiendo e incidiendo en denunciar y lamentar la pérdida patrimonial sufrida en la provincia, tanto en el ámbito histórico-artístico como en el etnográfico y, dentro de este, en la cultura material y la inmaterial.

               Precisamente, Alonso, el gran cantautor y notable etnólogo que está en un punto de madurez como investigador y divulgador realmente fértil, grabó hace ya 33 años el disco en vinilo cuya carátula acompaña este artículo, titulado “De fiesta”, en el que se recogen siete temas, dos de ellos compuestos por él mismo pero inspirados en la música tradicional: “En un día de abril” -una preciosa tonada plena de poesía, melancolía y color- y “De fiesta”, un popurrí de canciones tradicionales hiladas por letras del propio José Antonio que nos llevan de uno a otro festejo en orden cronológico. Comienza así: “En enero, compañero, deberás considerar que ha salido la botarga, no te dejes alcanzar…”. Afortunadamente, casi una treintena de botargas y otros enmascarados tradicionales han salido ya o van a salir entre enero y febrero en la provincia, cuando hace apenas cuatro décadas salían poco más de la decena. Corren, pues, aires bien distintos -fríos también pero más luminosos- a aquellos en los que el alcalde de Taracena decidió suprimir por “atrasadas” las botargas -felizmente recuperadas en 2017, aunque ahora con un solo enmascarado-. Un hecho que evidencia lo dicho es que está en marcha el proyecto de “La ruta de las botargas”, del que ya hablamos con detalle el año pasado, y hasta hay en camino una posible declaración de patrimonio cultural inmaterial por parte de la UNESCO para las botargas guadalajareñas junto con otras mascaradas de este ciclo en el sur de Europa en general y en España en particular. Si en el carnaval las máscaras ocultan, en las botargas representan. Además, son nuestras señas de identidad tradicionales más representativas, que, lejos de atraso, evidencian futuro porque, como decía Malraux, “la tradición no se hereda, se conquista”. Y el futuro jamás se hereda, siempre hay que conquistarlo.

CODA

En mi anterior post hablé de que el PP ya estaba tardando en designar a su candidato -o candidata- a la alcaldía de Guadalajara. Finalmente, casi ya con el “control” político de lo razonable cerrado, la elegida ha sido Ana Guarinos, siendo ella, probablemente, la primera sorprendida. Es una mujer muy trabajadora y solo vive de la política y para la política desde hace 24 años. El 28 de mayo veremos si el PP ha acertado con esta designación y si ella acierta con la lista, el programa, si conecta con el electorado y si las circunstancias políticas nacionales le favorecen. Alfonso Esteban irá de dos, comienza acertando.

El kilométrico dubitativo

                Quedan menos de cinco meses para la celebración de las elecciones municipales y autonómicas, fijadas para el 28 de mayo, y, si no recuerdo mal, es la primera vez desde la restauración del sistema democrático vigente que, a estas alturas, el Partido Popular aún no ha designado su candidato –o candidata- para la alcaldía de la capital de la provincia. En pueblos medianos y pequeños es una práctica frecuente que no se conozcan muchos candidatos hasta que el total de las candidaturas se publican en el Boletín Oficial de la Provincia, como exige la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (LOREG), apenas unas semanas antes de la celebración de los comicios, pero no es usual que las candidaturas a grandes municipios y capitales de provincia se conozcan con menos de cinco meses de antelación como va a ser el caso de la del PP para Guadalajara. Los tiempos en la política gallego-andaluza, con un punto madrileño, que se practica en Génova 13 desde que Feijóo es su máximo jerarca, “son inescrutables como los caminos del Señor” (Romanos 11:33-36). Si es estratégico y, por ende, calculado el hecho de que todavía no se conozca quién encabezará la lista de los populares para la alcaldía de la capital, habrá que ver después su resultado táctico, pero mucho me temo que, más que de una estrategia, se trate de un problema de duda que hace tiempo superó la fase de razonable para ya habitar en lo incomprensible. “Duda cuanto quieras, pero no dejes de actuar” es una soberbia frase de Buero Vallejo que forma parte del libreto de una de sus obras más conocidas y de referencia, “La Fundación”, escrita en 1973 y estrenada un año más tarde, cuando Franco ya estaba en las penúltimas. No estaría mal que esa frase presidiera los despachos de cuantos nos gobiernan o nos quieran gobernar porque la duda razonable siempre tiene plazo de caducidad y una de las virtudes del mejor político es que no llegue nunca ese momento sin haber tomado la mejor decisión posible, aún a riesgo de equivocarse.

                Por lo que ya sabía cuando milité durante unos años en el PP hasta que me di cuenta de que un “marxista” como yo no pintaba nada en ese ni en ningún partido –marxista de Groucho, no de Karl, por aquello que dijo de que “jamás pertenecería a un club que me aceptara como socio”; sustituyan partido por club y militante por socio y darán con mi caso-, por lo que he leído en artículos de periodistas generalmente bien informados, por lo que me han contado fuentes solventes y por lo que intuyo, “Guadalajara”, “Toledo” y “Madrid” no se han puesto aún de acuerdo en la persona que debe encabezar la lista a la alcaldía de la capital. Candidatos -y candidatas- tienen de sobra, es evidente, pero aún tienen más dudas que opciones lo que a estas alturas no es comprensible, es más bien preocupante y, lo que es peor para sus intereses, puede ser perjudicial pues a quien vaya a serlo finalmente se le va a hurtar muchísimo tiempo para proyectarse y dar a conocer, elaborar un potente programa electoral y conformar un buen equipo. Fue el mismísimo Feijóo quien dijo en un acto público celebrado en la propia Guadalajara que el candidato -o candidata- de su partido a la alcaldía sería el que decidieran de común acuerdo los responsables provinciales y regionales y que Génova solo intervendría en el caso de que éstos no propusieran el mismo nombre. Si esto es verdad, que no dudo que lo sea, el problema de que Guadalajara aún no tenga candidato –o candidata- popular parece radicar en que “Toledo” y “Guadalajara”, es decir, Paco Núñez y Lucas Castillo, aún no se han puesto de acuerdo. Llegados a este punto, voy a entrar en el terreno de la especulación, pero estoy seguro de que lo que voy a decir no está muy lejos de ser lo que realmente ha sucedido y aún sucede. El presidente provincial del PP y actual alcalde de Yunquera, Lucas Castillo, quiere revalidar su alcaldía porque lo que más quiere y le importa es su pueblo, algo que le honra, y, en todo caso y dependiendo de los resultados electorales provinciales, podría postularse después como candidato a la presidencia de la Diputación o, de no posibilitarlo la matemática electoral, ser el portavoz de su partido en ella. Por otra parte, su número dos y secretario provincial desde el último congreso provincial del PP, Alfonso Esteban, es actualmente el portavoz de los populares en la Diputación por lo que, lógicamente, debe ceder su posición a Lucas. Esteban fue un gran concejal de personal y economía y hacienda en las alcaldías de Román, conoce por tanto muy bien los dos principales ejes de funcionamiento del ayuntamiento capitalino y puede y quiere ser el candidato a la alcaldía. A estas circunstancias ya de por sí favorables cabe añadir las de que es un político aún joven pero ya maduro, muy preparado, afable, dialogante y elocuente, virtudes que no es fácil encontrar juntas en una misma persona. Por jerarquía, currículum y todo lo ya apuntado, Alfonso Esteban podría llevar ya mucho tiempo proclamado como candidato porque, lógicamente, cuenta con el apoyo de Lucas Castillo puesto que solo faltaría que no fuera así cuando él mismo lo eligió como su número dos. ¿Cuál es entonces el problema? Evidentemente, Paco Núñez tiene dudas, no porque no le parezca que Esteban podría ser un buen candidato, sino porque se ha intoxicado o, mejor, le han intoxicado, con otras opciones, algunas de ellas mirlos blancos y otras, cantos de sirenas. Utilizo la expresión “intoxicado” porque el presidente regional del PP, que viene mucho por aquí pero solo de visita, es evidente que no conoce en profundidad a muchas de las personas que ha barajado o está barajando como opción y su potencialidad como candidatos y, sobre todo, después como posibles alcaldes, y, por tanto, sus análisis sobre ellas son superficiales, de trazo grueso y, en muchos casos, influenciados por intereses de parte. Parece ser que Núñez apostaba, inicialmente, por un reputado médico sin experiencia política y muy activo en redes sociales que le dijo que no, pero le propuso a un amigo. ¡Manda huevos! como dijo Trillo. También dudó con otros nombres que, por distintas causas, se alejaban de la idoneidad. A ambas circunstancias podemos unir el hecho de que hay más de un PP en Guadalajara, pese a que cuenta con su número de militancia más baja y desmovilizada, y también añadir que alguien ha caído a última hora que los populares tienen tres hombres y solo una mujer para las candidaturas ya confirmadas a las otras cuatro capitales de provincia de la región y que sería conveniente dejarlo en, al menos, 3-2. Por argumento de tan poco calado parece que lo que ahora se busca es una candidata. O sea que el sexo de los candidatos del PP de Albacete, Ciudad Real, Cuenca y Toledo puede condicionar el de Guadalajara. Lo dicho: ¡manda…! Paco Núñez, ya conocido en Génova por el apodo de “el kilométrico” porque es un viajero impenitente y aspirante, supongo que sin pretenderlo, al don divino de la ubicuidad, se desplaza mucho pero a veces no llega a ninguna parte o lo hace tarde y, no pocas, mal. Pues él mismo y sus mecanismos porque el PP, con estas tribulaciones y dudas, puede estar perdiendo sus opciones a recuperar la alcaldía de la capital, aunque sea con la “muleta” de Vox que, por cierto, ha elegido a una excelente persona, Javier Toquero, como candidato. Las encuestas están muy ajustadas y, cualquier error, puede decantar la alcaldía hacia un lado u otro. Y no hay mayor error que dudar mucho más de lo razonable y debilitar con esa duda a quien finalmente sea designado candidato -o candidata-. Parece que esa designación llegará muy pronto, pero es posible que ya tarde.

Mi álamo caminero y navideño

Los árboles por excelencia de la Navidad son los pinos y los abetos porque es costumbre en muchas casas llevarlos por estas fechas, artificiales o naturales –en este caso cometiéndose un crimen sin castigo pues pocos de ellos sobreviven al impacto del cambio de entorno y especialmente de la calefacción- para adornarlos y, junto al tradicional belén, conformar un paisaje de hogar navideño en el que brillan y destellan bolas y espumillón multicolores. Últimamente, a nuestra estética tradicional del tiempo de Navidad, como a tantas otras cosas, se le están uniendo renos, elfos, gnomos, duendes y otras figuras boreales más propias del entorno del Atlántico Norte y el Báltico que del Mediterráneo, pero es que por aquí nos hemos vuelto muy facilones y lo nuestro cada vez nos parece más demodé y lo de otros absolutamente chic. Así, Papá Noël, el personaje escandinavo que los americanos adoptaron para sí y muchos de los demás como el padre de la Navidad, hasta ya tiene su desfile oficial en Guadalajara, esta ciudad que tantas veces se acuesta despersonalizada y aún alguna más se levanta anodina, que lo mismo le da ocho que ochenta o Papá que Mamá Noël, quien no tardará en llegar a lomos de la perspectiva de género. Entre tanta competencia y con tanta antipatía monárquica que se está fomentando, incluso con el dinero de todos y contra el pensamiento de una clara mayoría –hasta las encuestas trampantojo de Tezanos así lo reflejan-, los Reyes Magos lo van a tener cada vez más difícil porque los reyes son cosas de fachas –todo lo que queda a la derecha de la izquierda últimamente es así calificado- y los magos, de ilusos. Bueno, bien pensado, puede que lo de los magos sobreviva sin los reyes, ya se buscarían formulas, porque algunos viven muy bien a costa de tanto iluso… Dejo la ironía ahí para no agriarle la lombarda a nadie, aunque me da que también esta col tan de este tiempo está de capa caída en nuestras mesas festivas y no tardando hasta formará parte de los arcaísmos gastronómicos porque tampoco es chic y, además, tarda mucho en cocerse y deja un rastro oloroso que no es propio de las finas pituitarias de hoy en día. Resulta curioso que nos tapemos la nariz cuando olemos a lombarda cocida y nos hayamos acostumbrado a votar sin hacerlo…Es mi última concesión en este post a la acidez porque estamos entre pascuas, o sea, entre pasos: el de la Nochebuena a la Navidad, el de la Nochevieja a Año Nuevo y el de la Epifanía, la Noche de Reyes, la gran velada de la ilusión y que pervivirá mientras siga habiendo niños a los que sus padres les hablen de ellos y los esperen juntos.

Chopo del bosque de ribera del Henares

Porque está mejor donde está y porque su porte y edad, además de la ley, el sentido común y la biología no permiten que me lo traiga a casa, este año he adoptado un viejo chopo o álamo, un añoso populus alba de la ribera del Henares a su paso por Guadalajara, como mi particular y onírico, pese a ser muy real, árbol de Navidad. Es un magnífico ejemplar que pueden contemplar en la foto que acompaña esta entrada y cuyo tronco es trino, como las personas de la Santísima Trinidad y como los Reyes Magos. El tres es un número mágico, cabal y pragmático pues al menos con tres puntos no alineados ya se puede construir un plano y, entre otras muchas cosas en geometría y álgebra, es un número primo gemelo del cinco. No debemos olvidar la regla de tres, que tantas proporciones y porcentajes nos ayuda a resolver sin necesidad de calculadora y cabe recordar también que tres eran tres las hijas de Elena…Y ninguna era buena. Mi chopo del Henares se me antoja una mano a la que le faltan los dedos meñique y pulgar que busca el cielo y con el escorzo de sus tres troncos parece querer encajarse en él como una bombilla a un casquillo. El recién pasado otoño, que quiso despedirse remolón con la lluvia que nos negó en octubre y noviembre, dejó un manto de hojas secas dentado-angulosas a sus pies que parece un promontorio al que el álamo ha querido subirse para ser aún más alto. Al ser un ejemplar de ribera que forma parte del bosque de galería del Henares y no ser un árbol callejero ahogado en su alcorque ni sombrero de parque, se ha librado de las podas de hacha y solo se le han caído las ramas que le han talado el agua y el viento a lo largo del tiempo. A mi álamo, a mi chopo de Navidad del Henares ya ajado por los años y que tiene sus propios chupones por bolas y espumillón, le rondan a diario una pareja de mirlos que caminan a saltitos por el sotobosque en busca de insectos y semillas, y se le posa un carbonero garrapinos que acaba de llegar a pasar aquí la invernada. Su inconfundible y melódico canto -“tsitiú-tsitiú-tsitiú”- se mezclará con el gorjeo aflautado de los mirlos a poco que la invernada afloje, como lo está haciendo en estos primeros días en que los almendros y los prunos quieren ya florecer, confundidos por el amable tempero. Que no se dejen engañar porque en cualquier momento puede volver una Filomena a nuestro pesar o, simplemente, un invierno castellano de los de verdad y que a veces se alargan hasta bien entrada la primavera. Mientras llega ese tiempo, que también es el de la poesía, recuerdo a Concha Espina con estos versos dedicados a un álamo que yo quiero que sea el mío que he elegido como árbol de Navidad y que comparto con el Henares, el río más de barro que de piedras:
“Álamo caminero
con lazo de primera comunión;
gigante niño bueno
en la procesión
interminable del sendero […]”

¿Por qué doblan las campanas?

Los últimos diez días han sido grandes para Marruecos, no solo porque su selección nacional de fútbol haya eliminado en el Mundial de Qatar, contra pronóstico, a selecciones a priori -solo a priori- más potentes que la suya, como es el caso de Bélgica, España y Portugal, provocando una sonora celebración por el medio mundo en que hay migrantes magrebíes, también fue sonada -nunca mejor dicho- porque el último día de noviembre de 2022 se celebró en Rabat la Reunión del Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO en el que se aprobó que la candidatura presentada por España, en nombre y representación de todos los campaneros españoles, haya sido inscrita en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO. Aunque es una lista abierta a la futura incorporación de otros campaneros, la relación aprobada por este organismo de la ONU, creado en 1945 con el objetivo de contribuir a la paz y a la seguridad en el mundo mediante la educación, la ciencia, la cultura y las comunicaciones, fue promovida e impulsada por Hispania Nostra, “Campaners d’Albaida”, y el Museo Internacional del Toque Manual de Campanas, “MitMac”, y en ella se integraban 30 campaneros y sus respectivas localidades, entre ellas Alustante. Con esta resonante y estruendosa declaración llegada desde el reino alauita, son ya 18 los bienes inmateriales españoles declarados “Patrimonio de la Humanidad”, entre ellos el Misterio de Elche, la Patum de Berga, el Silbo gomero, el Flamenco, los Castells, la Dieta Mediterránea o las Tamborradas. Repasada esta relación, parece que la UNESCO tiene el oído fino y está por apoyar la cultura acústica, cuanto más vibrante y canora, mejor. No es esta la primera ocasión en que la provincia de Guadalajara se incorpora a un listado de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO pues ya en 2017, junto con otros de España y Europa, el Hayedo de Tejera Negra -uno de los más meridionales del continente, si no el que más- fue declarado bien natural Patrimonio de la Humanidad como extensión de los Hayedos primarios de los Cárpatos y otras regiones europeas. Y, como es sabido, a principios de 2021, el “Paisaje Dulce y Salado de Sigüenza y Atienza” entró en la lista indicativa, paso previo para que un bien, en este caso mixto -cultural y natural-, pueda obtener la declaración de Patrimonio de la Humanidad, algo en lo que se está trabajando en buena línea, especialmente desde la Ciudad del Doncel, pero que no será fácil lograr pues son muchos los llamados -otros 30 bienes españoles están en este listado- y pocos los elegidos. También cabe recordar que el palacio del Infantado fue postulado por el ayuntamiento de Guadalajara, hace ya una veintena de años, para obtener esta declaración de la UNESCO, pero no llegó siquiera a entrar en la lista indicativa por varias razones: la primera, porque este organismo cada vez es más receloso de otorgar declaraciones a monumentos aislados de Francia, Italia y España, pues los más destacados y de referencia de estos tres países ya la tienen; la segunda, porque el Infantado es un gran palacio tardo-gótico, pero muy intervenido a nivel de restauración dada su notoria destrucción material durante la Guerra Civil, perdiéndose con las bombas incendiarias gran parte de sus tesoros muebles e inmuebles más valiosos; y, tercera, porque la Junta no estuvo por la labor y, sin el apoyo de la administración regional, difícil es llevar a cabo este o cualquier proyecto. La Junta le debe mucho a Guadalajara, especialmente en materia patrimonial, y la lista se sigue engrosando. No me extraña que, por esta causa, algunos hace tiempo que se refieran a ella como Junta de Calamidades, en vez de Comunidades…

Vista parcial del campanario de la iglesia de la Asunción en Alustante

                Al tiempo que los toques de campanas, incluido el de Alustante, la UNESCO ha declarado también Patrimonio inmaterial de la Humanidad el proyecto denominado ‘Timber Rafting, transporte fluvial de madera’, liderado por Polonia y en el que España ha participado representada por cinco comunidades autónomas (Aragón, Cataluña, Castilla-La Mancha, Navarra y Valencia). Los gancheros del Alto Tajo que José Luis Sampedro inmortalizara en su conocida novela, “El río que nos lleva”, son también la aportación de la provincia de Guadalajara a esta singular y tradicional forma de transporte de madera, ya en desuso, aprovechando los cursos fluviales. Logística sostenible, aventura y cultura popular se daban la mano en las maderadas y los hombres que el Tajo llevaba.

                Volviendo al principio, cabe felicitar a Alustante, y muy especialmente a su empecinado -en el mejor sentido de la palabra- campanero, Diego Sanz Martínez, gracias a cuya impagable labor este pueblo molinés no ha perdido la cultura del toque de campanas y se ha integrado con todos los honores en el listado de 30 poblaciones cuya tradición campanera acaba de declarar la UNESCO Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, entre los goles de En-Nesyri y las paradas de Bono, dos marroquíes sevillistas, al igual que las campanas de Utrera son sevillanas y que, junto con las valencianas de Albaida, forman parte muy destacada de esa importante declaración. Dieciséis son los toques tradicionales de campana que se preservan en Alustante, con repiques que van desde los 27 segundos de duración -los que llaman a confesión en la iglesia de la Asunción o a misa en la ermita del Pilar- a los 2 minutos y siete segundos que dura el bandeo. Otros toques son el que llama a los escolares a clase, el toque de gloria, los de clamores -distinguiéndose si el difunto es adulto o niño, este último un toque de nervioso y profundo duelo que se puede oír en este enlace, a concejo -reunión comunitaria-, rebato -cuando alguien se ha perdido- o a tintilinublo -cuando amenaza tormenta y para ahuyentarla-, entre otros. Como verán, las campanas de Alustante -que son cuatro y cada una tiene un nombre de Virgen o de santo, como es tradición en muchos lugares- no solo tocan por lo religioso, sino también por lo civil. El toque de campanas es una forma comunitaria de comunicarse una población que, durante siglos -la tradición se remonta a la edad media y en el caso de Alustante están datados ya los toques a principios de la moderna-, ha sido la más eficaz y singular; por ello, la UNESCO, con buen criterio, ha decidido hacerla doblar y revolar con su declaración protectora.

                Termino ya con una inteligente y curiosa reflexión del campanero de Alustante, un hombre activo y culto, de mediana edad y que ha decidido luchar por su pueblo y su tierra desde allí mismo, haciendo doblar las campanas más a vida que a muerto, como doblaban las de la novela de Hemingway. Diego Sanz declaraba a los medios de comunicación nacionales interesados por la decisión de la UNESCO que en Alustante -y en este mismo caso están gran parte de la Guadalajara y la España rural- “con tres ridículos megas, no reales, de velocidad de navegación y sin cobertura de las plataformas telefónicas, excepto Movistar, no podemos sobrevivir”. Suena a diario a tintilinublo en la España que ahora llaman vaciada y cada vez más a clamores. 

“Concordialand”

Cuando escribo esta entrada es el “cyber monday”, recién pasado el “black friday” e inaugurada ya “Navilandia Guadalajara” pese a que aún resta un mes para que llegue el solsticio de invierno, o sea, la Navidad por lo civil que es hacia donde caminamos de forma imparable de la mano de Papá -y Mamá Noël y del consumismo creciente, como la fase lunar que sigue a la nueva. Antes, la Navidad comenzaba en El Cortes Inglés, pero como aquí ya solo queda de él su outlet de baratillo, ahora se inicia en la Concordia y en el pasillo verde que ésta forma con los parques de San Roque y Adoratrices. La Fuente de la Niña queda más lejos y se ha librado, al menos de momento, de feriar. De un tiempo a esta parte, Guadalajara es una feria, como cantaba Gracia Montes. Acabaron las ferias de septiembre y, sin solución de continuidad, llegó a la Concordia la “Fiesta de la cerveza”, un tirando a cutre remedo de la Oktoberfest bávara y, poco después de terminar ésta, vino también al parque de los parques guadalajareños “La fiesta del marisco”, una tournee comercial como la de la cerveza, también pobretona como ella y que dejó junto al emblemático kiosco de música una olisma a centollo cocido que solo se fue cuando llegaron las lluvias de noviembre. En los parques históricos de Guadalajara últimamente se plantan más cuadros eléctricos, grupos electrógenos, cables, luces y atracciones de feria que árboles y los pájaros están hasta el buche de sirenas, lucerío, músicas de ambiente a todo trapo, olor a churro y salchipapas. Entiendo que una ciudad del tamaño de Guadalajara necesita ofertas periódicas de ocio que la dinamicen y den opciones de disfrute a sus ciudadanos, especialmente los más pequeños, pero no a costa de invadir los parques por tierra, mar y aire. No es sostenible este modelo de feria tras feria que nos estamos dando en nuestros mejores y más antiguos parques. Hay que darle una vuelta al asunto para compatibilizar ocio y disfrute con unas zonas verdes debidamente conservadas y no invadidas periódicamente y de forma tan agresiva. En el próximo mandato municipal este es un tema pendiente de abordar junto con una actualización profunda de la ya obsoleta “Ordenanza de uso de los parques y jardines de la ciudad de Guadalajara” que data de 1985, la más antigua de las normativas municipales vigentes. Poco tiene que ver la extensión y calidad de las zonas verdes que había en la ciudad hace casi 40 años con la actual y los estándares y sensibilidades de conservación y protección medioambientales también han variado sustancialmente en este tiempo, mientras la norma ha permanecido petrificada. Cuanto más pintemos en verde la ciudad, menos gris será.

Corazón del parque de la Concordia, vista casi imposible desde finales de agosto a mediados de enero. Foto: NACHO ABASCAL.

                Volviendo al principio de la entrada, como nos descuidemos un poco más de lo que ya lo venimos haciendo, no tardando mucho el “Espanglish” no va a ser el medio inglés y medio español, espurios y tuneados los dos idiomas, que hablan los hispanos en Norteamérica, sino la lengua común de los hispanohablantes de todo el mundo. Entre el cine, la televisión, la radio, las redes sociales, el imperialismo cultural USA y la expansión y potencia comercial de las empresas nativas o adoptivas en inglés, dentro de poco la RAE va a dejar de dar esplendor a la lengua española para conformarse con limpiar y fijar anglicismos en ella. Empezamos noviembre con Halloween, la tradicional noche de Todos los Santos que los americanos capitalizaron y maquillaron con sus trucos y sus tratos, y lo vamos a acabar con el “cyber monday”, o sea el “lunes cibernético”, que ha sucedido al “viernes negro” –“black friday”-, y que han coincidido en el tiempo con la llegada de “la tierra de la Navidad”, que eso es lo que significa “Navilandia”, como “Disneylandia” es la “tierra de Disney”. El común denominador de los mensajes de tanto nombrecito en inglés puro o en “Espanglish” es: “¡Consuma usted mucho, todo lo que pueda y, lo que no, se financia; pero corra, vaya, ferie y compre, no se quede usted atrás!”. Comprar chollos en el viernes negro o en el lunes cibernético, aunque sean más negros que chollos porque antes de rebajarlos los han subido o son puras y duras limpiezas de almacén, ya es un clásico de finales de noviembre y el pistoletazo de salida de las Navidades, que cada vez miran menos a Belén y más a Amazon. “Consumilandia” terminarán llamándose en “Espanglish” y, en inglés, ”Tradeland” o algo parecido.

                Ya es “Navilandia” en la Concordia y el mirlo “Piconaranja”, la paloma “Luna lunera” y el gorrión “Tino”, que son los alados amigos de mi pequeño Darío, están a punto de visitar al psiquiatra, como los pájaros de Madrid. Pongamos que hablo de la canción de Joaquín Sabina, el extraordinario poeta y cantautor de la voz y la bandera rota.

El cielo de Guadalajara no puede esperar

La provincia de Guadalajara tiene más cosas de las que carece, pero aquello que no tiene se deja notar y mucho, sobremanera la población en su 75 por ciento de territorio heavy rural. Lo que sí posee, y bastante más de lo que parece, es historia y geografía que, además de ser dos disciplinas científicas y materias obligadas del currículo escolar, son los principales ámbitos que otorgan la personalidad diferenciadora a tierras y lugares. Dejándonos ya de filosofías, entre pardas y baratas, y yendo a lo mollar de lo que quiero contar hoy en esta entrada, dos de las cosas destacadas que tiene la provincia de Guadalajara y en las que supera a la mayoría del resto de las españolas es la calidad de su aire y la limpieza de sus cielos. Hablamos, por supuesto, de la parte más rural de nuestra provincia -de esa heavy que he dicho antes por ponerle un adjetivo muy gráfico, aunque sea un anglicismo-, especialmente de las Serranías del norte y del Señorío de Molina, aunque también de gran parte de la Alcarria. Sabido es que, según informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Campisábalos, en particular, y la Sierra de Pela, en general, es el punto de España con el aire más puro y el tercero a nivel mundial. No es tan sabido, pero ahora trataré de difundirlo y explicarlo, que los cielos de la provincia, sobre todo los del Norte y el Este, son reservas “star light” -otro anglicismo, pero estoy obligado a ello-, según ha certificado la fundación del mismo nombre que tiene su sede en la Isla de la Palma, un lugar teñido de tragedia por el volcán Cumbre Vieja pero que tiene unos cielos idóneos para la observación astronómica más profunda. Y ¿qué son las reservas “star light”?; pues se trata de espacios naturales protegidos en los que se establece un compromiso por la defensa de la calidad del cielo nocturno y el acceso a la luz de las estrellas. Los “cielos de Guadalajara” figuran en esa relación y la prestigiosa revista científica National Geographic hasta los puso en primer lugar para invitar a sus lectores a avistar las Perseidas, las lluvias de estrellas también llamadas “Lágrimas de San Lorenzo”, que tienen lugar en torno al 10 de agosto. Nuestros cielos serranos y molineses -también los alcarreños más altos y alejados de núcleos urbanos- comparten con estos otros trece una elitista relación de bóvedas celestes limpias y profundas para la observación astronómica y la astrofotografía profesional y aficionada, que cada vez hay más: Parque Regional de Gredos, Sierra de Albarracín, Menorca, Comarca Cuencas Mineras, Parque Nacional de Aigüestortes i Estany de Sant Maurici, Los Pedroches, Territorio Gúdar-Javalambre, Fuerteventura, Sierra Sur de Jaén, Sierra Morena Andaluza, El Montsec, Cumbres de Tenerife y La Palma.

Circumpolar en el puente sobre el Henares en la Ronda Norte

La contaminación lumínica que produce el alumbrado público, no solo de las grandes ciudades, y la atmosférica son los dos principales enemigos de los cielos oscuros y profundos que son los que precisan y buscan los interesados en la astronomía para instalar sus telescopios y disfrutar de su afición de escudriñar el cosmos que, no pocos, la elevan a pasión. Como decíamos, gran parte de los cielos de Guadalajara son “pata negra” para la astronomía por su oscuridad y profundidad, pero a este hecho se le une también un factor que procura que se produzca una importante demanda de observación astronómica desde ellos, como es la cercanía a Madrid, donde viven más de 7 millones de personas que dan para mucho, también para que se cuenten por millares los aficionados a la observación cósmica. Igualmente, los hay por decenas en Guadalajara y se han agrupado en una activa asociación, “Astroguada”, una de las últimas creadas en España sobre esta materia “a pesar de que tenemos uno de los mejores cielos del país y hasta de la Unión Europea para la observación con telescopios y la práctica de la astrofotografía”, como afirman en su propia página web, a la que se puede acceder en este enlace: http://astroguada.com/ . “Astroguada” ha iniciado no hace mucho su andadura como asociación, pero ya ha promovido varias observaciones astronómicas públicas en distintos municipios de la provincia, desde la capital -donde se abarrotó el parque de Adoratrices cuyo alumbrado público fue completamente apagado para la ocasión y así facilitar la observación- a El Pedregal, el pueblo de la provincia más distante, ya casi metido en Teruel, y que es uno de los de España más alejados de grandes núcleos urbanos por lo que su cielo es especialmente adecuado para la observación astronómica. Precisamente, las impresionantes fotografías que acompañan este post las han realizado miembros de “Astroguada”, a quienes agradezco sumamente su cesión. Una de ellas, la del puente sobre el Henares de la Ronda Norte, de Guadalajara, es una circumpolar en la que se puede ver la Estrella Polar en su mismo centro, rodeada de estrellas que la circundan en movimiento y que dejan una estela por el tiempo de exposición de la foto, provocando un impactante efecto óptico. La otra fotografía -“impre”-“zionante”, en dos palabras, como diría Jesulín de Ubrique, permítanme la chanza- refleja la Vía Láctea sobre el celebérrimo castillo de Zafra, en Campillo de Dueñas, últimamente muy reconocido por haber sido escenario de unas secuencias en la afamada serie internacional de televisión, “Juego de Tronos”. La astrofotografía del puente es obra de Alfonso Espinosa y Julián García, autores también de la del castillo junto a Inés Espinosa.

Vía láctea sobre el castillo de Zafra. Campillo de Dueñas

Guadalajara y las estrellas llevan ya mucho tiempo conociéndose, incluso puede que ya estén pensando en ir a mayores en su relación, algo que podría concretarse siendo sede de la Agencia Espacial Española, en cuyo proceso de elegir ubicación está el gobierno. La Diputación de Guadalajara acertó de lleno cuando hace meses aprobó por unanimidad una moción solicitándola para algún municipio de la provincia. Por su parte, los ayuntamientos de Yebes -con su potente y prestigioso observatorio astronómico nacional y su buen proyecto divulgativo “Astroyebes” tirando del carro- y de Cabanillas han solicitado expresamente ser la sede de la Agencia. No sé si tenemos “padrinos” políticos con el poder suficiente y el empeño por favorecer a la provincia para que se nos “bendiga” otorgándosenos la sede de esta importante Agencia, más bien soy escéptico al respecto, pero el cielo de Guadalajara no puede esperar porque está tan limpio y lleno de estrellas que, a veces, hasta se puede ver a Dios.

El puente no romano del Conde

Cuando escribo esta entrada estamos justo en medio del “puente” de Todos los Santos que ha llegado en un otoño de temperaturas templadas y escasa lluvia, bien por lo primero, pero mal, muy mal por lo segundo porque la lluvia de octubre es aún más necesaria que la de abril. En realidad, precisamos el agua en todo tiempo, pero el otoño y la primavera son las dos estaciones en que más conviene su caída por los ciclos biológicos que condicionan vida y naturaleza. San Martín, que nos suele esperar con su veranillo a mediados de noviembre, este año ha debido hacer pachas con San Miguel, que también tiene el suyo a finales de septiembre, y en este otoño vamos de veranillo en veranillo y por ello aún más de puente en puente, como si jugáramos a la Oca y nos llevara la corriente… No obstante, cuidado, que esto es Castilla, “que faze a los homes pero también los gasta”, como sentenció Alfonso Fernández Coronel ante Juan Alfonso de Alburquerque, valido de Pedro I de Castilla, cuando aquel iba a ser ejecutado por supuesta traición al monarca –“Cruel” para unos, “Justiciero” para otros-. Tras su degollación, fue enterrado en la iglesia conventual de Santa Clara -hoy parroquial de Santiago-, en Guadalajara, comunidad fundada por su bisabuela, María Fernández Coronel. En esa Castilla que hizo y deshizo a Fernández Coronel y a tantos otros, como después le ocurrió al mismísimo rey que le había mandado ejecutar, más veces de las deseadas no hay primaveras ni otoños, pero lo que nunca falta son veranos e inviernos, incluso fuera de sus propios tiempos, antes y después de los solsticios.

Portada del breviario de Política Experimental del Conde de Romanones

                Los puentes de antaño solían ser de piedra, pero los de ahora son de papel de calendario y por debajo de ellos no pasa agua, sino que sobre su tablero virtual se unen días festivos con laborables de tal manera que éstos pasan a tener la condición de aquéllos. Con este tipo de puentes festeros, trampantojos de los de verdad, Simón y Garfunkel no podrían haber cantado su preciosa balada del “Puente sobre aguas turbulentas”, ni la conocida “Silbada del Coronel Bogey” hubiera pasado a la historia de las bandas sonoras del cine al ser interpretada en “El puente sobre el río Kwai”, ni siquiera Juan Antonio Bardem hubiera podido llevar a Alfredo Landa a Torremolinos en su película “El Puente”, de 1977, una “road movie” en la España de la Transición, mitad landismo puro y duro, mitad “Los Santos Inocentes”.

                En la provincia de Guadalajara hay varios puentes históricos muy notables, algunos de ellos calificados de “romanos”, pero que no todos los son; es más, la mayoría de ellos son de época medieval, románicos en todo caso, pero no romanos. Sin duda sí que lo es lo que queda deI de Murel, en el término de Carrascosa de Tajo, cerca de donde se fundó inicialmente la comunidad cisterciense del monasterio de Óvila. También en los alrededores de Sigüenza, en la misma carretera que deviene desde la A-2 hasta la ciudad del Doncel, hay evidentes restos de un puente y de una alcantarilla romanos, como en Zaorejas están los singulares vestigios de su acueducto que allí llaman “Puente romano”. Los interesantes puentes de Valdesotos, Gárgoles de Abajo y Ablanque, entre otros, también son generalmente adjudicados a los romanos, pero su más que probable fábrica es posterior, medieval seguramente. Eso de “romanizar” puentes y otros restos de ingeniería civil estuvo muy extendido, sobre todo en las etapas de la historiografía más localista -fundamentalmente practicadas entre los siglos XVI al XIX- y aún hoy perviven sus ecos patinadores -de pátina y de patinazo- de antigüedades forzadas. Hay mucho falso cronicón contra la historia. Como ejemplo paradigmático de lo dicho, tenemos el propio puente árabe de Guadalajara, llamado romano hasta en las guías turísticas oficiales no ha tanto de ello, cuando data de la segunda mitad del siglo X y primera del XI y fue iniciada su construcción en tiempos de Abderramán III, el primer califa omeya cordobés.

                Pero si hay un puente por excelencia en la provincia, ese es el que dice la leyenda urbana -en este caso, más bien rural- que el Conde de Romanones prometió construir en campaña electoral en un pueblo que ni si quiera tenía río, añadiendo a su promesa, cuando fue advertido de ello, llevar allí también un curso fluvial para que el puente tuviera sentido. Pese a que Don Álvaro de Figueroa y Torres, el ínclito Conde de Romanones, practicó con fruición el “caciquismo” político, algo no solo propio de él sino de la forma de hacer política de su época, ni esta supuesta promesa del puente donde no había río ni otras de similar catadura -y caradura- a él achacadas son ciertas. Bien al contrario, don Álvaro dejó escrito que muchos de los hechos y dichos recalcitrantemente caciquiles que se le adjudicaban, no tenían un ápice de verdad, sino que eran pábulos de rumores exagerados de sus rivales políticos y consecuencias de su propia fama como irredento ganador de elecciones en la provincia de Guadalajara. En esta frase literal y cierta del propio Conde, recogida en su “Breviario de política experimental”, editado en 1944, seis años antes de su muerte, podemos encontrar uno de los puentes dialécticos con los que él atravesó el río de la política: “Es más fácil defenderse de la calumnia que de la murmuración. Aquélla nos ataca, ésta nos envuelve”.

Y ya que estamos con el Conde y que se aproxima una larguísima campaña electoral que concluirá el 28 de mayo de 2023 con la celebración de elecciones locales y autonómicas, vamos a terminar con otra frase ciertamente suya que explica, al menos en parte, sus reiterados éxitos en las urnas: “Las cuatro reglas de la política son: suma cuanto puedas, resta lo menos posible, multiplica con cuidado y divide al adversario hasta hacerle polvo”. Romanones dixit. Amén, Jesús, Churruschuschús.

Epicuro en el Buero

El maestro de tantas cosas relacionadas con la literatura en particular y la cultura en general, Josepe Suárez de Puga, también amigo, nos transmitió un legado inmaterial impagable a quienes estuvimos en su justo y merecido homenaje celebrado en pleno equinoccio de otoño, en la víspera mismo de su 87 cumpleaños. Ese legado fue invitarnos a practicar la amistad de manera activa y recurrente, y a buscar con fruición la felicidad. Josepe, como neoclásico militante que es, nos estaba proponiendo seguir la doctrina del epicureísmo y, en cierta medida, también del hedonismo, dos escuelas del pensamiento y la vida de la Grecia clásica hoy tenidas por arcaicas y solo consideradas para el estudio teórico. Epicuro, padre de la doctrina que tomó su nombre, abogaba por la búsqueda del bienestar del cuerpo y de la mente, del placer exento de dolor, y consideraba la amistad como un valor a practicar con generosidad porque coadyuvaba a esa búsqueda fruitiva, aunque prevenía del dolor y daño que podía causar la falsa. El epicureísmo prolongaba la amistad más allá de la vida y reivindicaba su práctica incluso tras la muerte. El amigo muerto nunca muere, podríamos resumirlo. El hedonismo, por su parte, se dejaba de valores, de caminos y de medios e iba a saco a la búsqueda del placer. Josepe, que ha vivido y se ha bebido la vida a grandes sorbos, nos estaba regalando a sus muchos amigos que le acompañamos en su alboroque septembrino en el Moderno un consejo de sabio y de viejo: ¡Sed amigos, sed felices! Podría ser su epitafio cuando le llegue la hora de las alabanzas, quiera el Dios de don Juan Tenorio que sea lo más tarde posible porque esta ciudad necesita monumentos vivos de la cultura como es él para quitarse la caraja de provinciana, acomplejada y disgustada consigo misma que tanto le perjudica y limita.

Amistad y felicidad epicúreas, hedonistas y “josepianas” fue, precisamente, lo que viví y sentí en la tarde del lunes en la sala Tragaluz del teatro Buero Vallejo cuando presenté mi último libro: “Guadalajara Suite Nocturna (Poemario ad libitum)”, copatrocinado por Ayuntamiento y Diputación, instituciones para las que he trabajado y trabajaré siempre, unas veces desde dentro de ellas y otras desde fuera, y a cuyos actuales rectores agradezco su sensibilidad por haber hecho posible este proyecto editorial. Si se abarrotó la sala Tragaluz un lunes de octubre por la tarde en un acto de presentación de un libro que, además, es un poemario, no fue por el interés que despertó mi obra sino, fundamentalmente, por la amistad. Podría poner nombres y apellidos al centenar y medio de personas que asistieron al acto porque casi todas ellas han estado en algún momento en mi vida y con muchas me unen vínculos de afecto y amistad. La amistad, como nos proponía Josepe, es un viático para la felicidad, es el más cualificado y aconsejable vínculo, pese a ser intangible, que nos une con los demás, traza complicidades y nos ayuda a caminar. Ciertamente, no puede haber felicidad sin amistad, no concibo a nadie siendo feliz sin tener amigos; es más, la falta de amistad es un hecho seguro de infelicidad.

Pleno de felicidad, por disfrutar de tanta amistad, fue como me sentí el lunes, 17 de octubre de 2022, en la sala Tragaluz, la bonita y tan bien nombrada sala del teatro Buero Vallejo que, por cierto, en el próximo mes de diciembre cumple ya 20 años y se van a celebrar, en buena hora y con buen criterio, con la representación de una obra del dramaturgo alcarreño: “El sueño de la razón”, estrenada en 1970. Goya, Leocadia Zorrilla, Eugenio Arrieta, Gumersinda Goicoechea, José Duaso… y el monarca felón que traicionó al pueblo que tanto lo deseaba, Fernando VII, compartirán tablas y diablas del gran teatro alcarreño que tardó mucho en llegar pero que al fin lo hizo hace cuatro lustros ya, siendo alcalde José María Bris y concejal de Cultura, Francisco González Gálvez. Dos buenas personas que, además, hicieron mucho por Guadalajara.

Si la amistad, y no mi poesía -si es que llega a serlo-, fue la que llenó inopinadamente la sala Tragaluz una tarde de octubre, la amistad también es la que ha hecho posible que esta nueva obra, si no buena -eso lo juzgarán los lectores-, sí que es bonita, muy bonita, algo posible gracias a las magníficas fotografías de Nacho Abascal, los estupendos óleos y grafitos de David Pasamontes y las creativas ilustraciones de mi hija, Ana, una de las dos niñas de mis ojos junto a su hermana, María, que me hizo abuelo hace ya tres años de un precioso niño con cara de sol y nombre de poeta, Darío, a quien he dedicado el libro. Ser abuelo es ser feliz, muy feliz, porque eres más amigo que padre de tus nietos y forjas con ellos una relación epicúrea a través de la ternura y el amor mutuos. Gracias Nacho, gracias David, gracias Ana. Seguimos juntos en el camino para llegar a la meta de “Suite Alcarreña (Poemario al Viento)”. Porque donde muere el viento, nace la Alcarria.

Y gracias a todos los que acudieron al acto de presentación del libro por regalarme su amistad y hacerme muy feliz.

CODA: El viernes, 21 de octubre, a las 19 horas, se inaugura en la Sala Antonio Pérez (Centro San José), una exposición fotográfica de Nacho Abascal con 30 imágenes en gran formato hechas exprofeso para “Guadalajara Suite Nocturna”. La mitad de ellas se incluyen en el libro, la otra mitad son inéditas. Todas, absolutamente todas, son magníficas, y muchas de ellas verdaderamente espectaculares. No dejen de visitar la exposición que permanecerá abierta hasta el 19 de noviembre, de lunes a sábado, entre las 19 y las 21 horas.

Otra ronda de San Miguel

La tradicional festividad de San Miguel, que se celebra el 29 de septiembre, ha estado siempre muy unida a la sociología de la provincia y, por ende, de la capital, pues esta era una de las fechas más señaladas del año para los labradores, al igual que la de San Pedro, que tiene lugar exactamente tres meses antes, lo era para los pastores. Por San Miguel se solían contratar, o renovar contrato, los “criados” con sus “amos” para el nuevo ciclo de tareas agrarias que se iniciaba con el otoño, al igual que por San Pedro se “ajustaban” los pastores con los dueños de los rebaños que, muchas veces, no eran solo de un amo, sino de muchos vecinos que aportaban sus ovejas y cabras para, sumadas todas las del pueblo, hacer viable el pastoreo comunal. San Miguel y San Pedro eran, por tanto, días muy grandes y celebrados en aquella Castilla que vivía de trabajar la tierra con su sudor y no de sobreexplotarla con el sudor de otros y de ella misma, como sucede ahora no solo aquí, sino también acullá, porque en todas partes cuecen habas, incluso donde no se siembran. Llegó a haber dos tiempos distintos en que las propias ferias de Guadalajara se celebraban en torno a la festividad de San Miguel, en la segunda quincena de septiembre: El primero, y más antiguo, desde 1760 -por privilegio de Carlos III- hasta finales del XIX, en que se volvieron a celebrar en octubre, en torno a San Lucas, fecha primigenia del histórico privilegio de celebración de dos ferias anuales -una en primavera y otra en otoño- otorgado a la ciudad por Alfonso X, exactamente cinco siglos antes, en 1260. La segunda etapa en la que las ferias de otoño tuvieron lugar a finales de septiembre fue entre los años 60 y los 80 del siglo XX.

Arrabal de Santa Catalina, Eras Grandes y la Carrera, con San Francisco al fondo. Litografía de Genaro Pérez Villaamil, c. 1837

Las ferias sesenteras que podríamos llamar “ye-yés” se adelantaron de octubre a la última semana de septiembre, precisamente, huyendo del mal tiempo que solía hacer cuando tenían lugar entre el Pilar y San Lucas (18 de octubre) y buscando el famoso “veranillo” de San Miguel; al menos, así consta en las informaciones de prensa y aún en las actas municipales en las que se recoge el debate sobre ese adelantamiento de fechas. Siendo ya alcalde Javier Irízar, tras la celebración de las primeras elecciones municipales democráticas después de la aprobación de la Constitución del 78, las ferias se fueron alejando de San Miguel y acercando a la Antigua, hecho que terminó concretándose ya en los mandatos de José María Bris y que rige actualmente pues suelen comenzar el lunes siguiente a la semana en que se celebra la festividad de la Patrona.
También un día de San Miguel, exactamente el de 1916, nació en Guadalajara su más notable figura contemporánea, el gran dramaturgo Antonio Buero Vallejo, aunque la ciudad tardó mucho tiempo en enterarse de ello. Lo digo con segundas, evidentemente, si bien también podría decirlo con primeras porque la ciudad no supo de él, más allá de su círculo familiar y amical, hasta que ganó el premio Lope de Vega, en junio de 1949, con su celebérrima “Historia de una escalera”. Con ella Buero subió el primer peldaño del éxito que le llevaría del entresuelo de la ignominiosa cárcel que injustamente penó por sus ideas políticas, hasta el ático del triunfo que para él supusieron los numerosos reconocimientos que mereció por toda su obra, especialmente su entrada en la RAE (1971), el premio Cervantes (1986), la Medalla al Mérito de las Bellas Artes (1994) y el Premio Nacional de las Letras (1996), entre mucho otros. Pese al confeso agnosticismo de Buero -él decía que tan difícil era afirmar que había Dios como que no lo había-, la festividad de San Miguel, el arcángel soldado de ese Dios de cuya existencia dudaba, pero no negaba, siempre fue una fecha de referencia para él, primero por ser la de su propio cumpleaños y, segundo, por ser la de la onomástica de su gran amigo y paisano, el poeta humanense Ramón de Garcíasol, Miguel Alonso Calvo para el registro civil.
Y aunque para el común de los mortales -que somos todos, pese a que algunos petulantes no se quieran contar entre nosotros- ha pasado desapercibido el hecho, el pasado día de San Miguel tuvo lugar una curiosa efeméride, según nos recuerda el gran historiador y artista plástico que es Pedro J. Pradillo en una de sus obras dedicadas a la capital de la provincia, que conoce mejor que nadie, titulada “El paseo de la Concordia (Historia del corazón verde de Guadalajara)”, editada por Aache en 2015. En ese librito, de lectura absolutamente recomendada, el también técnico municipal de patrimonio recoge que el último día en que tuvo lugar el alarde de caballeros de la ciudad fue el de San Miguel de 1522, o sea, hace ya 500 años de ello. El alarde siempre tenía lugar en esa fecha y, como es sabido, consistía en la obligación periódica que los caballeros tenían de exhibir públicamente sus caballos y armas, para poder seguir siendo considerados como tales. No se trataba de un ejercicio de mera fanfarronería, sino muy práctico y lucrativo pues los caballeros de alarde estaban exentos de pechar, o sea, de pagar impuestos, a cambio de poner sus caballos y armas a disposición de la ciudad en caso de ser requeridos por el rey para la batalla. Los alardes de caballeros de Guadalajara se celebraban entre el arrabal de Santa Catalina (ermita situada en el lugar que hoy ocupa la calle Nuño Beltrán de Guzmán, pasaje peatonal entre el Amparo y María Pacheco) y las Eras Grandes de la ciudad, sobre las que en 1854 se construyó el paseo/parque de la Concordia. Precisamente el nombre de la Carrera que hace poco se le ha puesto oficialmente -aunque popularmente ha sido siempre así conocido- al antiguo tramo de Boixareu Rivera que da al muro de la Concordia, deviene de las carreras a caballo que los caballeros de alarde hacían allí el día de San Miguel tras ser convocados en la víspera. Este curioso dato que aporta Pradillo en su libro está tomado de la “Historia de la Muy Nobilísima Ciudad de Guadalajara”, manuscrito fechado en 1653 y del que es autor Francisco de Torres, uno de los historiadores más notables de la ciudad y aún con calle en ella. Y en la cuesta de San Miguel estuvo la iglesia del mismo nombre, de la que solo queda la magnífica capilla de Luis de Lucena… Me reitero en la idea de que Guadalajara es una ciudad que se quiere poco y que duda mucho de sí misma. Gran parte de este problema radica en que los guadalajareños apenas conocemos su historia y que nos suena más San Miguel por las cervezas de esta marca que por las muchas cosas que aquí acontecían y acontecieron en la celebración de su festividad. Pues nada, que nos pongan otra ronda.

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