Del precio de dogmas y glorias

Solo el hombre es capaz de tropezar, no una, sino incontables veces en la misma piedra. Ningún animal, supuestamente irracional, tropieza dos veces en el mismo canto. A los animales teóricamente sin raciocinio, el instinto de supervivencia les hace estar ojo avizor cuando se les avienen peligros previamente ya conocidos. El hombre, como especie en conjunto y uno a uno tomado, como decía José Agustín Goytisolo, además de no ser nada, no ser nadie, siempre tropieza en la misma piedra, en la peor de las piedras: la guerra que elimina, resta y divide, la guerra que no suma ni multiplica, la guerra que hiere y mata y en la que doblan por todos las campanas, como escribió Hemingway en nuestra Guerra Civil. La quijada de asno con la que Caín mató a su hermano Abel, ahora es un misil termobárico, o una bomba de racimo o, incluso, una con cabeza nuclear, jugando ya en el borde del precipicio a rememorar Hiroshimasy Nagashakis como si aquellas sombras de destrucción y muerte total fueran malos sueños y no pésimos recuerdos. No hemos aprendido nada. No queremos aprender nada. Cuanto más tenemos, más deseamos. Cuanto más sabemos, más ignoramos. Al mundo supuestamente más civilizado le ha estallado la guerra en sus mismas puertas. El toro blanco que sedujo a Europa y la trajo a su grupa y a nado a esta orilla del Mediterráneo desde las tierras fenicias es ahora un oso hostil con “ushanka” y al que le apesta el aliento a vodka. Y no se conforma con raptarla, quiere violarla primero y masacrarla después. Goliat ha maniatado a David. Si Europa era la tierra extrema del oeste en la historia antigua, ahora ha empezado a morir por el este. Se está poniendo el sol por donde debía amanecer. Allá por la tierra de Rus, como bautizaron los vikingos a la actual Ucrania, siempre espacio de frontera, la guerra ha secuestrado a la paz. Allí nació Rusia y ahora Rusia quiere acabar con ella en el más grave y cruento de los matricidios. El mar Negro es ya infinitamente más bruno porque la locura se ha propuesto bajar hasta el más profundo de sus abismos, donde solo reinan la oscuridad y peces ciegos monstruosos, como en la mente enferma de ese extemporáneo y apócrifo zar moscovita que está jugando peligrosamente a la guerra porque nunca supo jugar a otra cosa y es probable que jamás fuera niño. Y si lo fue, nunca tuvo con quien jugar o jamás quiso jugar con nadie. Putin tiene ojos de loco y rostro anodino. Las campanas de la muerte las suele tañer la vulgaridad porque no hay nada de brillante en ella. La parca es negra y oscura, sin brillo, no es precisamente azabache. La gran Rusia, la que alumbró enormes escritores como Tolstoi, Chéjov o Dostoyevski, la que parió genios de la música como Chaikovski, Shostakóvich o Stravinski, o la que dio al mundo científicos de la talla de Mendeleev, Popov o Sofia Kovalevskaya, la primera mujer en ocupar el cargo de profesora universitaria en Europa, lleva tiempo empequeñeciéndose con este Putin que recuerda demasiado a dirigentes soviéticos de cuyo nombre casi todos nos acordamos. Este hombre oscuro quiere dachas para él y su nomenklatura pero a la mayoría silenciosa la condena a soluciones habitacionales y a la minoría que protesta al gulag. Solzhenitsyn y su archipiélago no han muerto. En Siberia hace demasiado calor para esta pseudodemocracia rusa que ha aprendido lo peor del capitalismo y añora el comunismo cañí. El botón de la invasión de Ucrania lo ha apretado un imperialista acomplejado, pero con una letal maquinaria bélica en su poder. La guerra debería ser un nombre masculino porque si alguien sufre en un conflicto bélico son las madres. No hay nada más duro que ver a una madre enterrar a un hijo. Lo sé bien porque he acompañado dos veces a mi madre a enterrar hijos. Mis queridos hermanos, queridos, como dijo San Pablo en su carta a los Filipenses. Las lágrimas de las madres ucranianas o rusas, son igual de amargas y saladas y maldigo una y mil veces a quien las está provocando. Y un millón por herirles, primero, y matarles después la infancia a los niños. No hay nada más cruel que despojarle de la infancia a un niño. La invasión de Ucrania está provocando que ya no haya niños allí porque ser pequeño no es lo mismo que ser niño; no hay, no puede haber niños donde solo hay miedo, muerte y destrucción y los únicos que juegan son los mayores a ese peligrosísimo juego que es la guerra. Hoy quería hablar de poesía en el entorno de la celebración del Día Mundial de la Poesía, que se celebra el 20 de marzo, pero no hay nada más antipoético que la guerra, aunque algunos de los mejores versos que se han escrito estén hechos con espada en vez de pluma y pólvora en lugar de tinta. Es el caso de estos seis tomados del poema titulado “El hereje”, obra de Taras Shevchenko, literato de la primera mitad del siglo XIX, considerado el más grande de los poetas ucranianos:

(…) Sus dogmas nos imponen… Sangre,

Incendios, guerras y discordias,

¡Cuántos martirios infernales!…

¡Y ríe Roma en su relajo!

Decidme, ¿sus dogmas qué valen?

¿Qué vale su gloria?… (…)

                En el nombre del mundo, paz.

El mirlo lardero

Darío, mi nieto/sol que es más bonito que un San Luis, me llevó el último jueves de febrero a la Concordia, como tantos otros días. Yo creía que éramos los abuelos quienes llevábamos a los nietos a los parques, especialmente al parque de los parques de Guadalajara, pero no, al menos a mí, es él quien me lleva porque es quien pone el día, la hora y el minuto exacto para ir y yo solo pongo mi mano, con la que tomo la suya menuda, y una sonrisa de oreja a oreja. Darío, mi niño de naranja y de miel, nada más llegar al parque, que afortunadamente está muy cerca de casa, comenzó a buscar con la mirada al mirlo macho que frecuentemente anda a saltitos por los macizos ajardinados de la zona de la Concordia que antes daba a los últimos números de la calle del capitán Boixareu Rivera y ahora da a los primeros de María Pacheco. Al que fuera capitán del ejército “nacional” y cuñado de don Pedro Sanz Vázquez le ha sucedido en el callejero la esposa de otro capitán, el comunero toledano Juan de Padilla, cuya vinculación con nuestra ciudad y provincia le viene también dada por su estirpe mendocina pues, aunque nació en Granada, era hija de Íñigo López de Mendoza y Quiñones, conocido como “el Gran Tendilla”. Parece que la milicia, por sí misma o por consortes, está abocada a dar nombre al entorno de la Concordia, lo que a algunos podría parecerles un irónico contrasentido. En todo caso, ha caído un militar del callejero y ha ascendido a él una noble, mujer de innegable coraje y valor que mantuvo encendida la llama comunera en Toledo durante más de un año, después de que el sol de las comunidades castellanas se pusiera en Villalar aquella fatídica tarde abrileña de 1521.

                Volvamos a Darío y su mirlo, que es a lo que iba y lo que de verdad me interesa e importa. Mi pequeño, por mucho que se esforzó ese jueves postrer de febrero en buscar entre las praderas de césped y los arbustos del parque a su pájaro ya amigo, gordito como un puño, de plumaje negro y pico naranja, no pudo dar con él. “No está el mirlo”, me decía, entre decepcionado y sorprendido. “¿Dónde ha ido?”, me preguntaba con la esperanza de que yo tuviera respuesta a tan simple pregunta. La verdad es que en un principio no la tenía, aunque pronto caí en la cuenta de que no es que el mirlo faltara a su cita visual de cada tarde con mi nieto, sino que ese día ni andaba ni revoloteaba un solo pájaro por allí. Efectivamente, tampoco las palomas zureaban, ni los gorriones piaban, las otras dos especies de aves que más abundan en el parque de la Concordia y en casi todas las zonas verdes de la ciudad. La respuesta que buscaba Darío pronto nos la dio un chavaluco joven que pasó junto a nosotros, justo cuando el pequeño me hacía otra pregunta: “¿Por qué hay tanta gente en la ´Cotordia´?”, como él la llama con su lengua de trapo. “Es que hoy dan chorizo gratis”, dijo el muchacho. Al oírlo, inmediatamente recordé que era Jueves Lardero y que ese día, en el parque por antonomasia de la ciudad, se iba a celebrar con una “chorizada” popular. La mayoría de los pájaros, ante el gentío reunido esa tarde al olor de los choricillos, sin duda habían optado por ir a sitios menos concurridos. Imagino que los vecinos parques de San Roque y Adoratrices estarían de bote en bote con aves piantes, unas protestando por tener nuevos vecinos y deber compartir alimento o rama con ellos, y otras bostezando a su modo porque ya se acercaba la hora de ir a los dormideros arbóreos en los que, en cada puesta de sol, se produce un ruidoso concierto de trinos en el que destaca el ensordecedor estruendo de los estorninos.

El mirlo “Piconaranja” entre las ramas de un aligustre en la Concordia.
Foto del abuelo de Darío.

                Los parques son una traslación del campo al corazón de la ciudad, el jardín común de los que no tenemos jardines particulares, pero son tan pequeños por muy grandes que sean que cuanto más los ocupamos los hombres, más desalojamos de ellos a sus residentes habituales, los pájaros, y sin duda también importunamos en mayor medida a sus auténticos dueños, árboles y resto de plantas. Como dijo la antóloga Terri Guillemets, “La naturaleza y el silencio van mejor juntas”. Un parque sin hombres es concebible, pero sin árboles y animales, especialmente aves, no. Es una reflexión que en absoluto pretende criticar el uso del parque para actividades populares, bien al contrario, si hay un lugar idóneo para convocarlas por ser un decorado y un salón natural, es el parque, siempre y cuando la cita no sea multitudinaria y respete el medio. La de Jueves Lardero, sin duda es perfectamente compatible, si el personal no se desmanda y toma los macizos ajardinados para hincarle el diente al chorizo como si estuvieran comiendo barquillos en la pradera de San Isidro el día de la verbena de la Paloma.

                La celebración del Jueves Lardero como el acto que da inicio al ciclo festivo de carnaval se incorporó por primera vez en 2000 al programa festivo de la capital.  Este jueves, también llamado “día de las tortillas” o “jovelardero”, como en forma sincopada se le conoce en Sacedón y otros lugares de la Alcarria, ha sido una cita tradicional de las vísperas de carnaval y del tiempo de cuaresma en las zonas rurales, pero nunca se había asumido en la ciudad, hasta hace poco más de una veintena de años, como un acto municipal. Antaño, muchos colegios, cuando las jornadas lectivas diarias eran dobles, las tardes de Jueves Lardero solían hacer excursiones con los escolares a parajes cercanos de la ciudad –Villaflores, Monte San Cristóbal, Huerta de la Limpia…- donde era costumbre merendar, sobre todo tortilla de patatas y productos de la matanza. En la mayor parte de los pueblos de la provincia, no solo los escolares, sino muchos grupos de familiares y amigos también celebraban de la misma manera esta festividad tradicional, haciendo excursiones y meriendas campestres. Recordemos que el adjetivo lardero es sinónimo de “graso” porque, precisamente, ese día venía a ser una especie de despedida de la alimentación cárnica -fundamentalmente productos de la reciente matanza- al entrarse ya unos días después en el ciclo de los ayunos y abstinencias de la cuaresma. Días de mucho, vísperas de poco.

                En Jueves Lardero, Darío, mi nieto/sol con nombre de poeta, no vio a su amigo el mirlo negro “Piconaranja”, como le hemos bautizado, pero aprendió que cuanto menos se molesta a los pájaros, más cerca están de los hombres.

La banca no volverá a región

Como es notorio, los bancos tienen cada vez menos oficinas abiertas al público y prestan menos servicios presenciales a sus clientes, además de cobrarles por casi todo, incluido el coste de los envíos postales, justificando esa tasa en la sostenibilidad que implica gastar menos papel, un hecho cierto, pero que no practican por convencimiento, sino de forma lucrativa. Por otra parte, o te sabes manejar en la operatividad de los cajeros automáticos y en la virtualidad de las bancas digitales o lo tienes crudo para gestionar cualquier asunto bancario. Quienes más dura tienen esta nueva realidad de no-servicios bancarios son las personas mayores pues sus generaciones están muy lejos de la era digital y sus capacidades de entendimiento y aprendizaje van lógicamente mermando con los años. No hablo de oídas pues yo mismo transito por esa región de la madurez en la que ya se adivina la senectud que, como todas las edades, tiene sus afanes, pero rodeados de árnica.

Me está conmoviendo la lucha de un jubilado que está practicando la rebeldía con causa contra estas prácticas, sin duda abusivas de la banca. Es una especie de James Dean que peina canas, las que jamás pudo peinar el mítico actor que murió demasiado joven en un accidente de tráfico tras haber participado en tres grandes producciones del Hollywood de los años 50: Al este del edén, Gigante y, precisamente, Rebelde sin causa. Carlos San Juan se llama nuestro James Dean en su cruzada contra la banca. San Juan está removiendo Roma con Santiago y yendo de la ceca -literalmente, pues ya saben que las cecas son las instalaciones donde se funde, fabrican y acuñan monedas- a la Meca con el fin de que los bancos atiendan mejor a sus clientes, sobre todo a los mayores. Dice que inició esta lucha cuando vio llorando a una persona muy mayor en la puerta de un banco y le preguntó el motivo de aquel desconsuelo. El anciano le contestó que no podía pagar un recibo porque en la caja del banco no le prestaban ese servicio y debía utilizar los servicios del cajero automático, algo que a él le parecía subir una montaña muy muy alta. El rebelde con causa que le ha cogido la matrícula a la banca ha conseguido con su campaña que ésta sea públicamente notoria, algo que ya en sí mismo es una victoria, pero también ha logrado que algunos bancos comiencen a ampliar el horario de sus servicios presenciales de caja, algo que posibilitará a los bancarios -que son los “mandaos”, no confundir con los que mandan, que son los banqueros- atender más tiempo y, espero que también mejor, a los clientes, especialmente a los regañados con la digitalidad que impera.

Este cibernético tiempo, como el viento por seguir con las analogías cinematográficas, se ha llevado muchas cosas por delante. En el ámbito bancario del que estamos hablando, se ha llevado numerosas oficinas y a miles y miles de empleados, aunque buena parte de éstos se hayan prejubilado en muy favorables condiciones. Antes no había calle, plaza o esquina de referencia en la ciudad que no tuviera una sucursal bancaria, ahora hay zonas en que encontrar una es tan difícil como dar con la última Coca-Cola en el desierto. La fusión de las cajas de ahorro y su conversión en bancos puros y duros, puede haber sido una decisión necesaria de tomar para estabilizar el sistema financiero, pero ha sido una muy mala noticia para los ciudadanos. Los bancos siempre tuvieron una vocación urbanita y de servicios limitados al cliente pues su evidente objetivo de rentabilidad económica para sus accionistas era -y es y seguirá siendo- prioritario y limita mucho sus prestaciones. Ese hecho aún era más evidente en las zonas rurales pues en ellas solo se localizaban sucursales de bancos en pueblos grandes y cabeceras de comarca, mientras que había oficinas de cajas de ahorro en poblaciones con poco más de 500 habitantes e, incluso, en algunos casos con menos. En la provincia de Guadalajara, la desaparecida Caja Provincial e IberCaja llegaron a concentrar el 70 por ciento de la cuota de mercado financiero, precisamente por su expansión en el territorio y su política de prestación de servicios de proximidad y atención personalizada al cliente. Los empleados de ambas cajas no solo esperaban a los clientes en las oficinas, sino que iban a sus propias casas a atenderles, creándose unos vínculos de confianza y hasta de amistad, ahora impensables. Como cantaba Presuntos Implicados, cómo hemos cambiado… Caja de Guadalajara desapareció subsumiéndose como una diminuta compañera de viaje, primero en Cajasol, después en Banca Cívica y, finalmente, en Caixabank, una marca tan poco pegada a la tierra que la conforman dos voces, una catalana y otra inglesa. Por su parte, IberCaja, pese a ser ahora un banco, se ha mantenido dignamente en solitario y ha conservado la marca, pero es evidente que ha perdido cuota de mercado, ha reducido drásticamente oficinas y servicios y se le ha puesto cara de lo que es, un banco más, si bien hay que anotar en su favor que, al menos en la capital, mantiene una plausible continuidad su obra social, aunque poco tenga que ver con la que llegó a tener. En este mismo sentido, la obra social de Caixabank en la provincia ni siquiera tiene una sede física de referencia, como sí la tiene Ibercaja en su edificio de las calles Fleming y Capitán Arenas, si bien periódicamente trae buenas exposiciones itinerantes promovidas por su fundación, además de apoyar algunos proyectos locales, pero igualmente muy lejos de la enorme labor que llegó a tener y hacer la OBS de la Caja Provincial. Por cierto, aprovecho la ocasión para volver a recordar que cuando Caja de Guadalajara se integró en Cajasol -mejor sería decir, desintegró-, el Patronato de la Fundación Cajasol aprobó en 2010 en asamblea la creación de la Fundación Privada Caja de Ahorro Provincial de Guadalajara, pero lo cierto es que esta fundación no llegó jamás a inscribirse en el registro, por lo que en la práctica nunca existió. Eso sí, el patrimonio artístico de la OBS de la antigua Caja de Guadalajara se alberga y aburre en unos almacenes de Sevilla y, mucho me temo, que buena parte de él terminará en subastas y almonedas.

Termino ya comentando que, precisamente, a finales del próximo mes de marzo, se iniciará un curso en la sede de la Fundación Ibercaja en Guadalajara que tiene muy buena pinta, al menos para los curiosos, los nostálgicos y los guadalajareñistas como yo. Se titula: ¿Dónde estabas en los años 40… y 50 en Guadalajara?. Se trata del inicio de una serie que más adelante también abarcará las décadas de los años 60, 70, 80 y 90 del siglo XX. Como el propio título ya apunta, el curso pretende recuperar la memoria de la ciudad en aquellos años, algo que a mí me parece interesante y hasta necesario pues las ciudades que crecen tanto de aluvión como ha crecido Guadalajara suelen tener cataratas en los ojos de la memoria. Evoca que algo queda. Si hay una novela evocadora, además de rupturista en fondo y forma, esa es “Volverás a región”, de Juan Benet. Lamentablemente, la banca marchó de región y jamás volverá a ella.

La banca no volverá a región

Como es notorio, los bancos tienen cada vez menos oficinas abiertas al público y prestan menos servicios presenciales a sus clientes, además de cobrarles por casi todo, incluido el coste de los envíos postales, justificando esa tasa en la sostenibilidad que implica gastar menos papel, un hecho cierto, pero que no practican por convencimiento, sino de forma lucrativa. Por otra parte, o te sabes manejar en la operatividad de los cajeros automáticos y en la virtualidad de las bancas digitales o lo tienes crudo para gestionar cualquier asunto bancario. Quienes más dura tienen esta nueva realidad de no-servicios bancarios son las personas mayores pues sus generaciones están muy lejos de la era digital y sus capacidades de entendimiento y aprendizaje van lógicamente mermando con los años. No hablo de oídas pues yo mismo transito por esa región de la madurez en la que ya se adivina la senectud que, como todas las edades, tiene sus afanes, pero rodeados de árnica.

Me está conmoviendo la lucha de un jubilado que está practicando la rebeldía con causa contra estas prácticas, sin duda abusivas de la banca. Es una especie de James Dean que peina canas, las que jamás pudo peinar el mítico actor que murió demasiado joven en un accidente de tráfico tras haber participado en tres grandes producciones del Hollywood de los años 50: Al este del edén, Gigante y, precisamente, Rebelde sin causa. Carlos San Juan se llama nuestro James Dean en su cruzada contra la banca. San Juan está removiendo Roma con Santiago y yendo de la ceca -literalmente, pues ya saben que las cecas son las instalaciones donde se funde, fabrican y acuñan monedas- a la Meca con el fin de que los bancos atiendan mejor a sus clientes, sobre todo a los mayores. Dice que inició esta lucha cuando vio llorando a una persona muy mayor en la puerta de un banco y le preguntó el motivo de aquel desconsuelo. El anciano le contestó que no podía pagar un recibo porque en la caja del banco no le prestaban ese servicio y debía utilizar los servicios del cajero automático, algo que a él le parecía subir una montaña muy muy alta. El rebelde con causa que le ha cogido la matrícula a la banca ha conseguido con su campaña que ésta sea públicamente notoria, algo que ya en sí mismo es una victoria, pero también ha logrado que algunos bancos comiencen a ampliar el horario de sus servicios presenciales de caja, algo que posibilitará a los bancarios -que son los “mandaos”, no confundir con los que mandan, que son los banqueros- atender más tiempo y, espero que también mejor, a los clientes, especialmente a los regañados con la digitalidad que impera.

Este cibernético tiempo, como el viento por seguir con las analogías cinematográficas, se ha llevado muchas cosas por delante. En el ámbito bancario del que estamos hablando, se ha llevado numerosas oficinas y a miles y miles de empleados, aunque buena parte de éstos se hayan prejubilado en muy favorables condiciones. Antes no había calle, plaza o esquina de referencia en la ciudad que no tuviera una sucursal bancaria, ahora hay zonas en que encontrar una es tan difícil como dar con la última Coca-Cola en el desierto. La fusión de las cajas de ahorro y su conversión en bancos puros y duros, puede haber sido una decisión necesaria de tomar para estabilizar el sistema financiero, pero ha sido una muy mala noticia para los ciudadanos. Los bancos siempre tuvieron una vocación urbanita y de servicios limitados al cliente pues su evidente objetivo de rentabilidad económica para sus accionistas era -y es y seguirá siendo- prioritario y limita mucho sus prestaciones. Ese hecho aún era más evidente en las zonas rurales pues en ellas solo se localizaban sucursales de bancos en pueblos grandes y cabeceras de comarca, mientras que había oficinas de cajas de ahorro en poblaciones con poco más de 500 habitantes e, incluso, en algunos casos con menos. En la provincia de Guadalajara, la desaparecida Caja Provincial e IberCaja llegaron a concentrar el 70 por ciento de la cuota de mercado financiero, precisamente por su expansión en el territorio y su política de prestación de servicios de proximidad y atención personalizada al cliente. Los empleados de ambas cajas no solo esperaban a los clientes en las oficinas, sino que iban a sus propias casas a atenderles, creándose unos vínculos de confianza y hasta de amistad, ahora impensables. Como cantaba Presuntos Implicados, cómo hemos cambiado… Caja de Guadalajara desapareció subsumiéndose como una diminuta compañera de viaje, primero en Cajasol, después en Banca Cívica y, finalmente, en Caixabank, una marca tan poco pegada a la tierra que la conforman dos voces, una catalana y otra inglesa. Por su parte, IberCaja, pese a ser ahora un banco, se ha mantenido dignamente en solitario y ha conservado la marca, pero es evidente que ha perdido cuota de mercado, ha reducido drásticamente oficinas y servicios y se le ha puesto cara de lo que es, un banco más, si bien hay que anotar en su favor que, al menos en la capital, mantiene una plausible continuidad su obra social, aunque poco tenga que ver con la que llegó a tener. En este mismo sentido, la obra social de Caixabank en la provincia ni siquiera tiene una sede física de referencia, como sí la tiene Ibercaja en su edificio de las calles Fleming y Capitán Arenas, si bien periódicamente trae buenas exposiciones itinerantes promovidas por su fundación, además de apoyar algunos proyectos locales, pero igualmente muy lejos de la enorme labor que llegó a tener y hacer la OBS de la Caja Provincial. Por cierto, aprovecho la ocasión para volver a recordar que cuando Caja de Guadalajara se integró en Cajasol -mejor sería decir, desintegró-, el Patronato de la Fundación Cajasol aprobó en 2010 en asamblea la creación de la Fundación Privada Caja de Ahorro Provincial de Guadalajara, pero lo cierto es que esta fundación no llegó jamás a inscribirse en el registro, por lo que en la práctica nunca existió. Eso sí, el patrimonio artístico de la OBS de la antigua Caja de Guadalajara se alberga y aburre en unos almacenes de Sevilla y, mucho me temo, que buena parte de él terminará en subastas y almonedas.

Termino ya comentando que, precisamente, a finales del próximo mes de marzo, se iniciará un curso en la sede de la Fundación Ibercaja en Guadalajara que tiene muy buena pinta, al menos para los curiosos, los nostálgicos y los guadalajareñistas como yo. Se titula: ¿Dónde estabas en los años 40… y 50 en Guadalajara?. Se trata del inicio de una serie que más adelante también abarcará las décadas de los años 60, 70, 80 y 90 del siglo XX. Como el propio título ya apunta, el curso pretende recuperar la memoria de la ciudad en aquellos años, algo que a mí me parece interesante y hasta necesario pues las ciudades que crecen tanto de aluvión como ha crecido Guadalajara suelen tener cataratas en los ojos de la memoria. Evoca que algo queda. Si hay una novela evocadora, además de rupturista en fondo y forma, esa es “Volverás a región”, de Juan Benet. Lamentablemente, la banca marchó de región y jamás volverá a ella.

Botargas en ruta

Guadalajara es una provincia rica en manifestaciones festivas tradicionales como el añorado y querido José Ramón López de los Mozos nos ayudó a conocer con sus notables estudios y recurrentes publicaciones, continuando y aumentando los trabajos que previamente habían hecho al respecto otros investigadores e historiadores como Layna Serrano, Castillo de Lucas, Aragonés Subero, Caro Baroja o García Sanz. Este último, más conocido por su nombre de pila, Sinforiano (“Sinfo”), que por sus apellidos, fue junto al ya citado sobrino de Pío Baroja quien más contribuyó en los años 50 y 60 del siglo XX al estudio, conocimiento y divulgación del personaje más característico, representativo y extendido del folklore provincial que, sin duda alguna, es la botarga. El también recordado “Sinfo”, originario de Robledillo de Mohernando, aunque se avecindó en Madrid desde joven donde regentó una librería de viejo, fue efectivamente determinante en la divulgación de las botargas como personajes singulares del folklore provincial, sobre todo gracias al trabajo titulado “Botargas y enmascarados alcarreños (Notas de Etnografía y Folklore)”, publicado en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, IX (Madrid, 1953). De esa fuente bebió Julio Caro Baroja, reconocido etnógrafo de prestigio nacional, quien realizó varios trabajos sobre ellas, si bien el que más difusión alcanzó fue el reportaje que hizo para el NO-DO en 1965 y que tituló “Las botargas”, visto en toda España (en esta dirección de Internet se puede visionar; merece la pena hacerlo: hhttps://www.rtve.es/play/videos/revista-imagenes/botargas/2889604/ ). El estudio de Sinfo y la amplificación que de él hizo el sobrino del autor de “La Busca” llegó en un momento clave pues apenas pervivían entonces media docena de botargas -en el documental se recogen imágenes de las de Montarrón, Robledillo, Beleña y Retiendas– y tanto las fiestas como los propios pueblos estaban en trance de desaparición pues en esa época se situó el “año 0” de la ahora llamada “España vaciada”.  Hemos hablado antes de la botarga como el personaje por excelencia de nuestro folklore, pero mejor deberíamos hablar de ella en plural porque en muchas manifestaciones locales salen más de una y porque sumadas todas conforman un tiempo, un ciclo y ahora también una ruta que es conocida como de las botargas. Los sustantivos en singular ponen el foco sobre lo que nombran, pero en plural abren encuadre y añaden paisaje y figuras.

               Finalizando enero, en pleno tiempo de botargas pues sabido es que se trata de una celebración festiva de enmascarados pre-carnavalescos y típica del ciclo de invierno, se ha presentado públicamente el trabajo, al tiempo que proyecto, que se ha venido a denominar “Ruta de las botargas”. Lo ha patrocinado la delegación de turismo de la Diputación Provincial y la labor técnica la ha llevado a cabo “La Tradición Oral”, un grupo absolutamente comprometido con la cultura tradicional de la provincia, surgido hace ya una década. Este colectivo conjuga el folklore en todos los tiempos, géneros y números y lo mismo canta villancicos o jotas en la plaza de un pueblo que hace los coros en una misa castellana u organiza talleres de zambombas, de otros instrumentos musicales tradicionales e, incluso, también de botargas, dirigidos a todos los públicos, pero fundamentalmente a escolares. A estos tres ámbitos de actividad principal de “La Tradición Oral” se ha sumado últimamente un cuarto que ha sido realizar un importante, trabajado y riguroso estudio para el conocimiento exhaustivo del conjunto de botargas y otros enmascarados guadalajareños, algo que ha permitido poner número a lo que hasta ahora solo tenía letra: son 38 las citas festivas de este tipo que se celebran actualmente en la provincia y 40 los municipios que las acogen porque dos, doblan cita. Ese estudio ha consistido en la visita detenida, una a una, del conjunto de botargas y enmascarados de la provincia, fuera del tiempo de su celebración festiva, para tomar imágenes y, sobre todo, testimonios de las personas que en cada lugar tienen algo que ver con ellas. Ese arduo trabajo realizado a lo largo y ancho de 2021, va a posibilitar disponer de un valioso documento audiovisual de la realidad actual de nuestras botargas, al tiempo que se va a constituir en una importante fuente de investigación presente y futura en la que comparar similitudes y destacar singularidades de cada una de ellas. Además, el estudio ha devenido en el proyecto, denominado “La ruta de las botargas”, que podrá dar mucho juego al área de turismo de la Diputación y a los propios ayuntamientos anfitriones de estos personajes para promocionar individualmente, agrupadas por zonas o en conjunto estas peculiares celebraciones festivas tradicionales, un importante recurso cultural y de potencial aprovechamiento turístico que siempre ha estado ahí, pero al que no se le ha sacado todo el partido posible.

               En la presentación de “La ruta de las botargas” se anunció que la Junta ha dado ya los primeros pasos para declarar las botargas “Bien de Interés Cultural”. Ya estaba tardando. La verdad es que en Toledo se suelen enterar poco y tarde de las cosas que verdaderamente importan en Guadalajara. Es uno de los inconvenientes que tiene poner el acento en la parte -La Mancha- en vez de en el todo – Castilla-.

               También se hizo público en el acto que es intención futura de los promotores de “La ruta de las botargas” iniciar los pasos para tratar de obtener para ellas la declaración de Patrimonio inmaterial de la humanidad por parte de la UNESCO. Eso ya son palabras mayores, pero como decía Ungarettila meta es partir”. En todo caso, para andar ese largo camino hay que hacer las cosas muy bien, con el voluntarismo no basta. En eso, Sigüenza está dando un buen ejemplo y ha debido y sabido rectificar su inicial voluntad de que la ciudad por sí sola fuera declarada Patrimonio de la humanidad, algo prácticamente imposible en función de los actuales criterios de la UNESCO. Esa pretensión de partida se ha reenfocado y ahora lo que se está intentando que obtenga declaración -precisamente como patrimonio inmaterial- es el “Paisaje dulce y salado de Sigüenza y Atienza” que es el título del proyecto que en noviembre pasado aceptó incluir en la lista indicativa el Consejo de Patrimonio Histórico de España en su propuesta a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, primer paso para tratar de llegar a la meta final que ni está cercana ni será fácil alcanzar.

Marquina y Cela 20 años después

El pasado 7 de enero se le partió y paró el corazón a Francisco García Marquina, biólogo, escritor y poeta alcarreño nacido en 1937 en Madrid. Paco Marquina, como él mismo se presentaba y solía ser llamado por sus numerosos conocidos y amigos, no es el primer gran alcarreño que nace fuera de la Alcarria. Ser de un lugar no implica necesariamente haber nacido en él, sino estar apegado a él de manera voluntaria y afectiva. Ese era el caso de Marquina pues eligió la Alcarria para avecindarse, echar raíces personales y literarias y fundirse con esta tierra a la que tanto amó hasta casi confundirse con ella. Confío en que los actuales responsables políticos del Ayuntamiento de la capital y de la Diputación Provincial tengan la sensibilidad suficiente para, además de promover un merecido homenaje a su obra, también le rindan tributo a su vida y sea nombrado, a título póstumo, “hijo adoptivo” de la capital y de la provincia pues sería un acto de justicia que, además, me consta que le haría especial ilusión. Paco y yo no nos tratamos mucho, pero sí lo suficiente como para que me dedicara un ejemplar de su último libro sobre Cela, del que más adelante daré detalles, con las cómplices y afectivas palabras que se pueden leer en la reproducción facsímil que acompaña este texto.

Marquina era un escritor total que se prodigó en varios géneros –fundamentalmente poesía, narrativa y ensayo- y en todos ellos destacó por su solvencia y brillantez, méritos a los que accedió gracias a su vasta cultura y proverbial inteligencia. Ciertamente, era una persona sabia, que hablaba y escribía siempre en niveles de excelencia y a la que era un placer leer y escuchar, algo que él también practicaba con los demás, demostrando con ello inteligencia y mesura, además de una educación exquisita. Dice un conocido proverbio africano que ”cuando una persona anciana muere, arde una biblioteca”. Paco no murió siendo anciano, jamás pasó de mayor, algo que fue desde muy joven, pero con su muerte ha ardido una biblioteca inmensa. Pese a su menudez física, su capacidad y entrega a la lectura y su envergadura intelectual fueron tales que podría mirar a los ojos a Demetrio de Falero, el encargado por el faraón de recopilar en la Biblioteca de Alejandría todos los libros escritos en el mundo hasta ese momento. Hablamos de finales del siglo IV y principios del III a. de C. Sé que me llamaría exagerado por esto que acabo de escribir, pero le refutaría que ya le ha llegado la hora de sus alabanzas y que él no tiene nada más que decir pues ya lo ha dicho todo, que es mucho.

Dedicatoria de Marquina a Orea

               Como buen alcarreño y, por tanto, escéptico con las fuerzas telúricas, yo no creo en las casualidades, más bien en las causalidades. Las margas y las calizas que fundamentalmente conforman el suelo de la Alcarria son tan ásperas y desconfiadas que no suelen ser de azares, más bien de certezas. Eso sí, ahora vienen los acontecimientos y me chafan el parangón y la reflexión edafológicas porque Paco Marquina, una de las personas que más de cerca conocieron a Camilo José Cela –especialmente en el otoño de su vida- y, sin duda, la que mejor le retrató vital y literariamente, ha muerto apenas diez días antes de que se cumpliera el vigésimo aniversario del deceso del Nobel de Literatura de 1989. ¡Qué casualidad! Efectivamente, si el poeta alcarreño ha fallecido el 7 de enero de 2022, el escritor gallego falleció el 17 de enero de 2002. Es de público conocimiento que ambos escritores mantuvieron una estrecha relación personal, devenida en especial amistad a raíz de que el propio Marquina, junto con Jesús Campoamor y algún otro amigo guadalajareño, ayudaran a Cela a encontrar casa y fijar su residencia en la provincia cuando abandonó su casa mallorquina de la Bonanova, se divorció de su primera mujer, Rosario Conde, y comenzó su relación con la segunda, Marina Castaño. Aquella decisión de Cela de residenciarse en Guadalajara comenzó a muñirse en el viejo molino de Caspueñas, junto al río Ungría, donde Marquina tuvo casa, finca y piscifactoría de truchas –recordemos que era biólogo- durante bastantes años. Frecuentes y famosas fueron las tertulias literarias y de amigos que en ese molino antañón convocaba y acogía el poeta alcarreño recién fallecido, un bello paraje que le inspiró una de sus obras más apegadas a la tierra: “Nacimiento y mocedad del río Ungría”. Tanta fue la cercanía que llegaron a tener ambos escritores que Marquina fue uno de los contados 50 asistentes a la boda civil de Cela con Marina Castaño, celebrada el 10 de marzo de 1990 en su última residencia en Guadalajara, un chalet de estilo inglés situado en El Espinar, en la zona del Cañal, junto a las “terreras de Cervantes”, como son conocidos los notorios cortados del Henares a esa altura de su paso por el término de Guadalajara. El escritor gallego estuvo residiendo previamente una breve temporada en el Hotel La Cañada, en Horche, y un tiempo más prolongado en un chalet alquilado en El Clavín, donde precisamente recibió la noticia de la concesión del Premio Nobel de Literatura de 1989.

               Paco Marquina escribió varios libros relacionados con CJC y su obra, del que destaca especialmente “Cela. Retrato de un Nobel”, magníficamente editado por Aache en 2016, un extenso, detallado y extraordinario trabajo en el que se cuentan la vida, obra y milagros, nunca mejor dicho, de Cela, de una manera absolutamente equilibrada pues no es, ni mucho menos, una “hagiografía” complaciente y blanqueadora del Nobel, sino una biografía escrita con pinceladas de gran escritor, de ahí el título. En la muerte de Marquina y en el vigésimo aniversario de la de Cela, no se me ocurre mejor idea que recomendar su compra y lectura si se quiere conocer y reconocer mejor a un escritor que, aunque gallego militante, se enamoró de la Alcarria porque tenía debilidad por las cosas y las gentes sencillas, aunque el personaje que él mismo se creó pudiera aparentar justamente lo contrario. Estas palabras de Cela sobre la ciudad de Guadalajara quedan recogidas por Marquina en su retrato del Nobel: “Guadalajara es una ciudad íntima y minúscula, entrañable y abierta, en cuyo jardín intelectual crece lozana la airosa flor de la poesía”. Y de entre la poesía que ha florecido en las últimas décadas en Guadalajara, a mi juicio la de Marquina ha sido la de mayor enjundia. Con dos versos suyos le despido al tiempo que hago públicos mi afecto y admiración por él:

“¿Dónde hallar la emoción que se hizo niebla

y huyó hacia las alturas?”

(De “Esto no es una pipa”, 2013)

El año del tigre

                1975 fue un año muy especial para España pues en noviembre moría Francisco Franco y con él su dictadura de casi 40 años que sucedió a una terrible Guerra Civil y ésta, a su vez, fue antecedida por una república que se le fue de las manos a los republicanos y a quienes no lo eran. En 102 años, hubo cuatro guerras civiles en España: las tres carlistas de 1833, 1846 y 1872, más la de 1936-39, ya en el siglo XX. Solo una nación tan vieja y sólida como España, pese a su rica diversidad, puede soportar cuatro guerras civiles en un siglo y seguir teniendo un solar en pie y un himno común, eso sí, al precio de que éste no posea letra. ¿Chunda, chunda…? Pues chunda chunda como letra y estribillo a la vez y que cada uno ponga en el “chunda” el sentimiento que quiera. Todos están permitidos, salvo odiar, menospreciar o insultar al compatriota por el único hecho de que haya nacido en otro paisaje, hable con distinto acento o tenga menos posibles, algo que ya es la re-leche que motive ese tipo de acciones y sentimientos. Si alguien se da por aludido al respecto, que se lo haga mirar porque está más cerca del racismo y la xenofobia que de otros “ismos” más tolerables, pese a que todos los extremos a los que lleva este sufijo son nocivos. Aunque a la mona le pongas barretina o txapela, mona se queda.

                El año en que murió Franco, el mundo no solo se libró de un dictador –que, por cierto, murió ya siendo anciano y enterrado en olor de multitudes-, también se había librado unos meses antes, en abril exactamente, de la última gran guerra que enfrentó en el campo de batalla al comunismo y el liberalismo político y económico, la de Vietnam, terriblemente sangrienta y que se prolongó durante 20 años, entre 1955 y 1975. Según el zodiaco vietnamita, en 1975 se celebraba “el año del gato”, nombre que dio título a una muy bonita y conocida canción del músico escocés Al Stewart -si alguien quiere recordar el tema, puede escucharlo en este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=fqUiqHPUDOw -. Esta canción, que fue todo un éxito en su momento y que ha devenido en un clásico recurrente de la música de aquellos años, nada tenía que ver con ese conflicto bélico que se enquistó y en el que soviéticos y americanos se zurraron y patearon unos a otros de lo lindo. Eso sí, quienes pusieron el culo fueron los vietnamitas, aunque bien es cierto que los estadounidenses fueron menos reservones que los de la extinta URSS pues murieron 60.000 norteamericanos en las selvas vietnamitas. De los soviéticos fallecidos no hay ni datos pues jamás comparecieron oficialmente en la contienda, si bien armaron, financiaron, alentaron y teledirigieron al Vietcong, como era conocido el Frente Nacional de Liberación de Vietnam, y que era la organización política y militar de corte comunista que luchó contra el régimen “capitalista” de Vietnam del Sur y contra las tropas americanas.

                Los nacidos en los años del gato, según el horóscopo vietnamita, suelen ser personas de buen juicio, precavidas, amables y serviciales, al tiempo que poseen talento, ambición y creatividad. Por el contrario, suelen ser tercas, superficiales, egoístas y tener mal humor. Es evidente que quien creara este horóscopo quiso trasladar a las personas la parte magra de las características y peculiaridades de los animales vinculados al año de su nacimiento porque algunas de estas pautas de comportamiento son netamente gatunas. “El año del gato” de Al Stewart, como ya decíamos antes, no hablaba de la guerra del sudeste asiático recién concluida entonces y, simplemente, apelaba al “año del gato” vietnamita porque a su compositor y cantante le cuadró como sonaba esa expresión para el estribillo de su tema. En realidad, se trata de una canción de amor, con aroma a incienso y a pachuli –los olores por excelencia del movimiento hippy, nacido una década antes- y en la que hasta se cita a Humphrey Bogart y a Peter Lorre, dos de los actores masculinos protagonistas de la mítica película Casablanca. Al Stewart transitó con frecuencia en sus composiciones por parte del camino elegido por los poetas españoles llamados “novísimos”, entre el culturalismo y la contracultura, aportando letras verdaderamente interesantes. Letras que solo descubría la minoría que nos molestábamos en intentar saber qué había detrás de unas canciones que sonaban muy bien en inglés, pero de las que la gran mayoría solo entendíamos alguna palabra suelta. Así nos enteramos de que el “Año del gato”, con este comienzo: “On a morning from a Bogart movie / In a country where they turn back time…” (“En una mañana de una película de Bogart / En un país donde retrocede el tiempo…”), no era nada más y nada menos que una historia de amor entre un hombre y una mujer, puede que imposible por los arañazos del gato o por su excesiva melosidad, la eterna ciclotimia y dicotomía gatunas. Eso la canción no lo cuenta. En cualquier caso, “El año del gato” forma parte de la banda sonora de mi despertar a la música internacional en la edad adolescente, junto con “Hotel California”, de The Eagles, o “Carolina in my mind”, versión de James Taylor, y otros temas  más “beat”, más rítmicos…, en definitiva, más rockeros, como “More than a feeling”, de Boston. Siempre con permiso de papá Beatles y mamá Rollings, o sea, el pop y el rock en sus versiones más sublimes.

                Según el zodiaco vietnamita –su año comienza tras la primera luna llena, que llegará el día 17 de enero-, 2022 será “año del tigre”. Al Stewart ya ha cumplido 76 veranos –nació a primeros de septiembre- y no sé si tendrá ganas de componer una canción con este título, pero miedo me da pensar lo que se nos avecinaría si en vez de parecerse las personas que nacen al animal del año, como dice la tradición vietnamita, el propio año se pareciera al animal que lo nomina. Por cierto, 2020 fue el año del ratón y 2021 ha sido el del búfalo. Que cada uno saque sus propias conclusiones, aunque yo me decanto porque este y todos los horóscopos son cuentos chinos.

La garza de ómicron

               Es archisabido el hecho de que la pandemia de Covid sigue complicándonos a todos la vida, algo impensable hace un año cuando por estas mismas fechas ya había un calendario de vacunación inminente que parecía que iba a acabar con ella, si no de un plumazo, sí de un pinchazo. Bueno, es un decir, en realidad, de millones de pinchazos. Pero no, el dichoso virus sigue estando ahí, mutando a una media de casi una vez al mes, hasta el punto de que la Organización Mundial de la Salud ha tenido que tirar del alfabeto griego para ir poniendo nombre a las sucesivas variantes con las que viene presentándose. A la actual, infectiva como pocas, se le ha bautizado con el nombre de ómicron, que viene a ser la “o” de nuestro alfabeto, y que en el griego ocupa el decimotercer lugar. Las dos letras que preceden a ómicron son “Nu” y “Xi”, a las que la OMS no ha querido utilizar para bautizar variante alguna de Covid porque ‘Nu’ se confunde demasiado fácilmente con ‘nuevo’ en inglés, y ‘Xi’ porque es un apellido común, sobre todo en China. Ojo con los miramientos que se tienen a veces para no molestar u ofender a algunos, sobremanera a los chinos pese a que hay más evidencias que sospechas de que el virus surgió allí y puede que no de una buena praxis científica precisamente. Hace algo más de un siglo no hubo tantos remilgos cuando a la mortal pandemia de gripe declarada en plena I Guerra Mundial se le bautizó como “española”, pese a que todo apunta a que surgió en un cuartel del ejército norteamericano en Kansas y que fueron tropas de este país las que lo trajeron a Europa. ¿Y por qué se le bautizó entonces como gripe española? Pues hasta donde he podido saber, porque fue la prensa española la que más se ocupó y preocupó del asunto de aquella mortífera gripe, al ser España un país neutral en la contienda, mientras que el resto de naciones europeas estaban enfrascadas en la llamada “Gran Guerra” y los titulares y la máxima preocupación de sus medios de comunicación eran para ella. Imagino que también tendría algo que ver en el asunto de aquel ignominioso bautizo el hecho de que entonces España apenas tenía influencia en la política internacional; bien al contrario, era un país considerado subdesarrollado, más africano que europeo y con una sanidad y una salubridad precarias, circunstancias que sí que tuvieron que ver en que aquí se disparara la mortandad. El caso es que con el nombre de gripe española se quedó aquella pandemia que se desató en 1918 y que en nuestro país causó muchos miles de muertos, entre los 182.000 -dato oficial del Instituto Geográfico y Estadístico– y los 300.000 -estimación más alta de varios estudios independientes- y su contagio pudo alcanzar a cerca de ocho millones de personas, un 40 por ciento de la población nacional de ese momento. Uno de los pueblos de nuestra provincia más afectados por aquella gripe fue Aldeanueva de Guadalajara pues en él se contagió la mitad de la población -alrededor de 200 personas- y fallecieron 20. Un médico alcarreño, natural de Las Inviernas, Feliciano García Pastor, ejerciente en Chiloeches, se destacó a nivel internacional por el valioso estudio que hizo de aquella gripe, hasta el punto de recibir honores y distinciones por su trabajo incluso en Estados Unidos, previamente ya reconocido por la Real Academia Nacional de Medicina. Era tan buena persona y tan celoso profesional aquel médico que renunció a un lucrativo viaje a USA, al que fue invitado para impartir conferencias y recoger su premio, justificando su negativa en que debía seguir atendiendo a sus pacientes de Chiloeches, pueblo en el que ejerció la medicina durante casi medio siglo y que terminó otorgándole la Medalla al Mérito en el Trabajo.

               El o la Covid, que casi dos años después aún no se sabe si es chico o chica -o chique-, ahora transmutado en su variante ómicron, sigue haciendo enfermar a muchas personas, contagiando a muchas más, aunque llevando a la muerte a menos, sin duda por la eficacia de las vacunas, los avances en los tratamientos y los propios procesos de autodefensa que el cuerpo humano genera. Ya van seis olas y 11 variantes. Cuando a finales de verano y principios de otoño se doblegó la curva de la quinta ola, cantamos victoria y relajamos muchísimo las medidas preventivas de contagio que, en el tiempo en que más arreciaba el asunto, nos mantuvieron sanos o, cuando menos, vivos. Maximalistas como somos los españoles, pasamos de la noche al día, del invierno al verano, de la oscuridad a la luz y, a lomos de Herr Pfizer, Mr. Moderna, Mademoiselle Jansen y Lord AstraZeneca, cabalgamos hacia la república de la felicidad y el imperio de la “dolce vita”… Y, como suele ocurrir, el refranero volvió a tener razón: “Días de mucho, vísperas de poco”. Y aquí estamos otra vez, puestos contra la pared por ómicron, que es solo una letra y además griega, el país en el que nació la filosofía, uno de los tres puntos de apoyo de la cultura y la civilización occidental, junto con el derecho romano y la religión cristiana. Pero hoy, de Grecia –mejor dicho, a ella-, ya no vienen/llegan los Diálogos de Platón o la Metafísica de Aristóteles, sino miles de atribulados migrantes en botes y barcazas que huyen de la guerra de Siria y el horror talibán de Afganistán y que se mezclan con turistas millonarios en islas mediterráneas paradisiacas como Lesbos, Miconos o Samos. Lo de mezclarse es un decir.Hay muchos virus además del SARS Covid 19 en este mundo y a los del tipo del actual drama griego -que no es el único, ahí están las vallas de Ceuta y Melilla-, mucho me temo que en pocos laboratorios se está trabajando para atacarlos con vacunas verdaderamente eficaces. Así las cosas, Jesús va a nacer en Navidad con sus mensajes de verdadero amor, verdadera justicia y verdadera paz siendo más necesarios que nunca. Contra ómicron, Alfa y Omega, la primer y la última letra del alfabeto griego como significado del comienzo y el final de todas las cosas que es y representa Jesús.

               Termino ya esta entrada en tiempo de Navidad refiriéndome al montaje gráfico que acompaña el texto. Se trata de una garza real fotografiada por mi hace unos días junto al puente del Henares de Guadalajara, envuelta en la letra ómicron. Las garzas reales (Ardea cinerea) son aves que en el tramo medio del Henares, en temporada invernal, encuentran un hábitat adecuado para pasar esta fría estación. Que se aten las aletas pectorales con ellas los barbos, las carpas, las bogas y demás ciprínidos que ahora semi hibernan en el fondo del río, al igual que deben hacerlo las pocas truchas despistadas que aún boquean a medias aguas por este tramo del Henares, ya poco oxigenado para ellas. El largo y afilado pico de las garzas es una lanza tan hiriente para los peces como la de Longinos lo fue para el costado de Cristo en la cruz. Como muestra la imagen, a la garza del Henares le rodea ómicron, la letra que ha dado su nombre a la última variante de Covid, conformando ambas una alegoría gráfica del peligro latente que el ave representa para los peces, pese a parecer reposar tranquila sobre una roca, y el virus llamado ómicron para los hombres, a pesar de ser altamente infeccioso, pero cursar leve. Disfruten todo lo que puedan de la verdadera Navidad, pero con sentido común pues aún queda mucho abecedario griego para bautizar variantes hasta llegar a omega.

La boca cosida y la herida abierta

Cuando escribo esta entrada es 6 de diciembre de 2021. Hace, por tanto, 43 años que los españoles aprobaron, por abrumadora mayoría -un 91,81 por ciento de los votos-, la desde unos días después –cuando fue publicada en el BOE, el 29 de diciembre de 1978- y desde entonces vigente Constitución Española, no gratuitamente ni en vano llamada de “la concordia”. Se da la circunstancia de que hoy también se cumple una luctuosa efeméride en Guadalajara pues hace exactamente 85 años que unos milicianos descontrolados fusilaron sin pausa ni miramientos a 282 presos políticos y religiosos que estaban el 6 de diciembre de 1936 en la cárcel de la capital de la provincia, acusados de no ser afectos a la República. De aquella matanza –no cabe otro nombre para el suceso-, solo sobrevivió un preso, Higinio Busons, quien salvó la vida al esconderse en la leñera de la prisión cuando se inició la escabechina y quien unos años después escribiría un libro contando aquel terrible y dramático episodio que se tituló “Relato de un testigo”. En esas mismas fechas, en la cárcel de mujeres, fueron fusilados otros 20 presos en idénticas circunstancias a los de la prisión central.

               Durante la larga noche del franquismo, en Guadalajara, cada 6 de diciembre era un día de luto oficial y de recordatorio público de aquellas 300 personas que fueron vilmente asesinadas por unos milicianos ávidos de venganza que se maliciaron cuando, en la mañana de aquel infausto día de diciembre de 1936, la aviación llamada “nacional” bombardeó la ciudad, causando varias decenas de víctimas mortales en la zona norte –las fuentes más fiables hablan de alrededor de 40-, afectando especialmente al barrio de la Estación. Aquel bombardeo también provocó importantes destrozos materiales, entre ellos el incendio que asoló el palacio del Infantado. Los cadáveres de los presos masacrados fueron enterrados en varios lugares, algunos en las tapias del cementerio, pero la mayoría en un olivar situado a la derecha del inicio de la carretera de Chiloeches, donde al acabar la guerra se erigió un monolito. En los años sesenta, la mayor parte de los presos que allí yacían, sin poder ser identificados dado el estado que presentaban, fueron trasladados al cementerio de la capital, a un panteón/memorial conjunto llamado de los Caídos”, que preside un pebetero, hace ya muchos años sin llama, y un lema que dice: “Dios os tiene, España os guarda”.

Hace ya bastantes años que no hay recordatorio oficial ni público para estas 300 personas que fueron asesinadas por razones políticas. El luto y el memorial por ellos queda ahora ya solo para sus descendientes, y a título privado; para ellos, el 6 de diciembre es una fecha emborronada por aquel sombrío capítulo que pone el vello de punta solo rememorarlo. Como también lo pone, por supuesto, recordar a las cerca de 3000 personas que llegaron a estar confinadas y hacinadas, en abril del 39, en el llamado campo de concentración de “las Bernardas”, por no ser afectas al nuevo régimen franquista que acababa de “ganar” la guerra -pongo entre comillas lo de ganar porque ninguna guerra la gana nadie, menos aún una civil-. Según el Foro de la Memoria por Guadalajara, en la capital de la provincia, al acabar la contienda del 36, entre 1939 y 1944 –con especial saña en abril y mayo de 1940-, fueron fusilados alrededor de un millar de presos republicanos, entre ellos los exalcaldes Marcelino Martín, Facundo Abad y Antonio Cañadas, tras ser objeto de juicios sumarios por parte del gobierno franquista, acabando muchos de ellos baleados al amanecer en un paredón del camposanto de Guadalajara y después enterrados en el cementerio civil. Se da la circunstancia de que este espacio no se integró en el conjunto del cementerio municipal hasta finales de los años sesenta, cuando el entonces concejal del Ayuntamiento y que después llegó a ser alcalde, Francisco Borobia, aprovechó unas obras de reforma para ordenar el derribo de su deteriorado muro de separación, que jamás sería ya rehecho, a pesar de las fuertes presiones de algunos sectores que así lo demandaban. Como es sabido, el Ayuntamiento de Guadalajara, hace apenas unas semanas, ha erigido en el camposanto municipal un gran monumento/memorial a las víctimas del franquismo tras la Guerra Civil en el que puede leerse la inscripción “por la libertad, la justicia y la democracia”. En los años 80, siendo alcalde el socialista Javier Irízar, el Ayuntamiento ya había instalado un monumento a las “víctimas de la libertad” en la zona del antiguo cementerio civil integrada por Borobia en el desde entonces recinto único de la necrópolis arriácense.

Entiendo perfectamente los sentimientos de todas las personas que tienen familiares muertos en uno y otro caso –no quiero hablar de bandos, me niego- y soy sensible aún más con quienes ni siquiera saben dónde están enterrados o sus huesos están confundidos y mezclados con los de otros en una fosa común, pero con lo antes narrado, queda claro que los muertos de manera violenta fuera del campo de batalla son homenajeados u olvidados oficialmente dependiendo de la legalidad de turno. Es decir, son muertos bien muertos para unos y vilmente asesinados para otros. Las balas de los pelotones de fusilamiento que cayeron sobre sus pechos, en unos casos era el peso de la justicia –más bien venganza-, y en otros, plomo que cargó sus alas, lastrando su libertad al cercenar sus vidas. “Cualquiera, sirve cualquiera para enterrar a los muertos, menos un sepulturero”, decía León Felipe.

En este 6 de diciembre, 85 años después de la matanza de la cárcel de Guadalajara y en el que hace 43 que se aprobó la actual Constitución Española, apelo a ella y a la lección de concordia y reconciliación que supuso y que nos ha aportado el período de mayor libertad, progreso, bienestar y derechos sociales de la historia de España. Para quienes no estén de acuerdo en parte o en todo con esta Constitución, algo perfectamente legítimo, ella misma en su título X marca la senda de su reforma, eso sí, exigiendo un amplio consenso y una mayoría reforzada porque lo que tanto costó conseguir, no se puede permitir derribar por intereses minoritarios y coyunturales de bandería.

Busto de Buero Vallejo en el paseo de Las Cruces

Acabo ya refiriéndome y citando a Buero Vallejo, cuyo busto del paseo de la Cruces con mascarilla acompaña estas líneas y que me sirve como alegoría para alertar de los muchos virus en forma de radicalidad, intolerancia y sectarismo de los que debe protegerse la sociedad actual, sacando así partido al mal gusto de quien pusiera al escritor ese cambuj. Buero fue un hombre que vivió y murió siendo inequívocamente de izquierdas, que estuvo condenado a muerte y sufrió cautiverio durante siete años tras la Guerra Civil, pero que perdió a su padre en Paracuellos tras una “saca” de milicianos de la cárcel/checa de la calle Porlier, donde estaba preso, justo al lado de la casa familiar. Su propia sobrina, Chari, decía a este respecto que “a los Buero nos dieron por todos lados”, algo que fue común a no pocas familias españolas, tanto en la guerra como después de ella. El dramaturgo alcarreño siempre apeló a la necesidad y conveniencia de la reconciliación nacional que devino con la Transición y tomó carta de naturaleza jurídica y política con la Constitución de 1978.  Acabo ya con unos versos que Buero –sí, también fue poeta, aunque a tiempo parcial-, dedicó al presidente chileno Salvador Allende tras ser éste derrocado y asesinado, y que bien pueden servir de epitafio para todo muerto de manera violenta por sus ideas:

Fue condenado antaño

un español cualquiera: miles de ellos.

Hoy el mismo verdugo te desangra

y ha cosido tu boca.

El país de la palabra

               Las circunstancias -un eufemismo tras el que se esconde la nefanda pandemia que no se va ni a escobazos en forma de vacunas- han propiciado que en apenas cuatro meses hayan visto la luz dos libros de los que soy autor –“Suite Comillas” y “Tiempo de Pasión”- y otro en el que he aportado un capítulo -“Serranías de Guadalajara: despoblados, expropiados, abandonados”-, el dedicado a La Vihuela, del total de veinte de que consta la obra. Para los próximos meses está en proyecto ya muy avanzado la edición de un nuevo libro, mi segundo poemario, esta vez dedicado a Guadalajara, como no podía -ni debía- ser de otra manera tras el de Comillas. No soy más rápido escribiendo que Lucky Luke sacando su pistola -ya saben, siempre gana sus duelos a su propia sombra-, lo que ha sucedido para que en tan poco espacio de tiempo vayan a editarse cuatro libros con mi firma es que están escritos en los dos últimos años, pero el funesto Covid ha aconsejado posponer su salida editorial por razones obvias. Del libro de los despoblados ya les hablé en su día, cuando vio la luz al inicio del verano y no voy a volver sobre él, salvo para decir que la Asociación Serranía de Guadalajara, su editora, lo está moviendo muy bien, presentándolo en cuantos sitios surge la ocasión y posibilitando con ello que haya sido necesario ampliar la tirada inicial. Buenas noticias que un libro tan pegado a la tierra, al tiempo que cargado de mucho humanismo, como es el de los despoblados serranos del siglo XX, esté teniendo tan exitoso recorrido.

Portadas de Suite Comillas y Tiempo de Pasión

 De “Suite Comillas” les adelanté ya algo en este mismo blog el verano de 2020, pero no he comentado nada de él con motivo de su presentación, hace ahora un mes. Aprovecho esta inmersión editorial en la que ha devenido el post de hoy para decir que estoy muy satisfecho de la acogida que ha tenido este mi primer poemario, hasta el punto de que se ha agotado su primera edición. Bien es cierto que se hizo deliberadamente corta por elemental prudencia pues ni yo soy poeta, ni la poesía está de moda, ni Comillas dice mucho por aquí, aunque nos diga muchísimo a mí y a quienes disfrutamos periódicamente de ese maravilloso enclave montañés a orillas del Cantábrico. Y a los miles de visitantes que cada año pasan por este extraordinario lugar en el que la historia, el arte -especialmente el modernismo-, el paisaje y la naturaleza alcanzan niveles excelsos y son todo un regalo para los sentidos. Tanto es capaz de inspirar Comillas que hasta a un no-poeta como yo es propicio a arrancarle un poemario que ha agotado edición y que ha merecido elogios de personas a las que respeto, aprecio y admiro al mismo tiempo, como Antonio Herrera Casado, a quien agradezco sumamente estas cálidas palabras de crítica a la obra: “(…) su texto, de perfecta elaboración, nítido y descriptivo, hondo y revelador, nos sume en el ambiente que quiere describirnos. Y no lo hace con métrica, sino con una prosa equilibrada, en la que cada palabra está elegida a propósito, en una suma perfecta de conceptos y descripciones” yDa gusto tener libros como esta “Suite Comillas” entre las manos, porque evidencian que la satisfacción de leer va pareja con la del tocar, la del oler, la del ver unas hojas danzarinas en las que se ocultan, y al fin salen a luz, las palabras medidas. Es este un libro que te reconcilia con la lectura, con la visualidad, y el arte de los libros”. Esta crítica a “Suite Comillas” y otras referidas a muchos otros libros puede ser leída en el blog que Herrera Casado dedica en Internet a las novedades editoriales vinculadas a Guadalajara por temática o autoría y al que se puede acceder a través de esta dirección: http://www.herreracasado.com/libros/. Si la labor de Herrera como Cronista Oficial de la provincia desde hace ya 50 años es ingente e impagable, la que está haciendo en Aache desde 1988 como editor, divulgador y crítico literario con obra de raíces guadalajareñas es merecedora de un aplauso interminable, como la historia de Michael Ende. Que nadie vea en estos merecidos elogios a Antonio un “quid pro quo” de agradecida compensación por su favorable crítica a mi primer poemario; es una cuestión de mera justicia que siempre que tengo ocasión procuro reconocer públicamente porque de desagradecidos -y de envidiosos- está el mundo lleno hasta los bordes, como de cosas pequeñas de las que disfrutar, según decía el autor del delicioso “Principito”, Antoine de Saint Exupéry. Llegados a este punto, también quiero agradecer al enorme poeta gaditano, aunque afincado en Madrid, Antonio HernándezPremio Nacional de Poesía en 2014 por su extraordinario poemario “Nueva York antes de muerto”-, sus amables palabras para mi “Suite Comillas” que recientemente me ha hecho llegar por carta y ha autorizado a divulgar: “Admirado (Ya) Jesús Orea Sánchez: recibo tu Suite Comillas y rememoro ´Mi Santander, mi cuna, mi palabra´ del maestro Gerardo. Enhorabuena. Y como te veo tan montañés adoptivo del corazón te reservo mi “estudio” sobre Pepe Hierro con motivo de su “presencia” en Belgrado, donde fui su embajador, a petición de su familia”. Precisamente, hay una trilogía sobre Nueva York en la poesía española de nivel sublime: “Poeta en Nueva York” (Federico García Lorca, 1929-1930), “Cuaderno de Nueva York” (José Hierro, 1998) y “Nueva York antes de muerto” (Antonio Hernández, 2013), el libro apenas iniciado e inacabado por Luis Rosales y del que tomó inspiración y titulo su alumno, Antonio Hernández. ¿Qué tendrá ese apellido que, al inscribir con él a un neonato en el Registro Civil, el sistema por defecto ya le adjudica la profesión de Poeta? así, con mayúscula. Es un decir, claro. Mucho decir.

Y termino ya con mi último libro: “Tiempo de Pasión”, presentado públicamente el pasado día 20 en el monumental marco de la iglesia de Santiago y que es una aproximación a la historia de la Cofradía de la Pasión en el LXXV aniversario de su fundación. La obra me la encargó la junta de gobierno de la hermandad, a la que por raíces familiares estoy vinculado desde el mismo momento de su fundación, y he disfrutado enormemente, primero documentándome, y después escribiéndola. Confieso que escribir es mi pasión y que ha sido apasionante escribir este libro porque me ha permitido conocer los entresijos de una hermandad con mucha historia e intrahistoria, al tiempo que profundizar en el conocimiento de la Semana Santa de Guadalajara desde los tiempos de la posguerra civil hasta estos del coronavirus que no cesan, como el rayo del poemario de Miguel Hernández. Siempre Hernández. Fue con este entrañable compañero de celda de mi admirado primo, Antonio Buero Vallejo -poeta y dramaturgo coincidieron en 1940 en la prisión de la madrileña calle de Conde de Toreno-, con quien me desteté como lector de poesía con apenas 14 años de edad. Iniciarse en poesía como lo hice yo con “El rayo que no cesa” es como comenzar una carrera con una asignatura de último curso. Esa teórica carrera, obviamente, no la terminé, pero sí aprendí que solo se hacía camino al andar ¿Verdad, don Antonio? Machado/Hernández. Puede responder quien quiera de los dos, el sevillano a quien en Colliurele cubre el polvo de un país vecino” o el gaditano de Arcos de la Frontera que vive en Madrid, pues ni la muerte separa a los grandes poetas y su voz perdura eternamente en ese país de la palabra que es la poesía.

Ir a la barra de herramientas