Archive for marzo, 2014

Geoparque y Fuero de Molina

                No se cuenta por años, sino por siglos, el tiempo que hace que Molina de Aragón y su tierra reciben una mala noticia detrás de otra, como si en vez de su viejo y singular Fuero le rigiera la “Ley de Murphy”. Como excepción que suele confirmar reglas y que, ojalá, pueda cambiar esa dinámica regresiva por otra bien distinta, hace unos días que la Red Europea de Geoparques ha decidido, por unanimidad, que la comarca de Molina sea declarada “Geoparque”, un selecto y prestigioso “club” de territorios del mundo con un destacado y singular patrimonio geológico, natural e histórico-artístico,  avalado, ni más ni menos, que por la UNESCO, la organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. El próximo mes de septiembre, en Canadá, donde se celebrará la VI Conferencia de Geoparques de la UNESCO, se ratificará esta decisión de la Red Europea, celebrada recientemente en Sobrarbe (Huesca).

                Menos de cien comarcas en el mundo, poco más de medio centenar en Europa y sólo ocho en España son “Geoparque”, unos datos, tan objetivos como expresivos, que avalan la importancia de esta declaración para Molina que, por otra parte, ya es el único geoparque de Castilla-La Mancha y el más extenso de toda España pues en él se incluye a 77 municipios que, unidos sus términos, suman una superficie de 4.000 kilómetros cuadrados, un tercio de la extensión total de la provincia de Guadalajara.

Casi diez años de trabajo ha costado obtener esta declaración porque el título de “Geoparque” no se otorga a cualquier territorio que lo desee, sino a aquel que reúna una amplia serie de condiciones y, además, se comprometa en el futuro a un desarrollo sostenible y preservador de su patrimonio. En la propia página web oficial del geoparque molinés (http://www.geoparquemolina.es) se explica muy bien lo que es un geoparque, cómo se gestó su nacimiento y los compromisos y consecuencias de su declaración: “La figura de Geoparque es una distinción sin carácter normativo que otorga la UNESCO a territorios que presentan un patrimonio geológico notable, que es convenientemente conservado y utilizado como motor para el desarrollo local. Los geoparques se han convertido en uno de los principales programas de la UNESCO, junto con otros más conocidos como Patrimonio de la Humanidad o Reservas de la Biosfera. Surgieron a principios de la década de los 90 en Europa, con Francia, Alemania, Grecia y España como socios fundadores. La declaración de geoparque lleva implícita unos objetivos económicos y de desarrollo muy claros basados en tres principios básicos: La existencia de un patrimonio geológico que sirva de protagonista y eje conductor; la puesta en marcha de iniciativas de geoconservación y divulgación y la potenciación del desarrollo socioeconómico y cultural a escala local”.

El mero hecho de ser geoparque ya va a contribuir a que la comarca de Molina de Aragón aparezca en numerosos soportes científicos, divulgativos y promocionales que, además, llegarán a un público objetivo, ya segmentado y escogido, altamente interesado por los valores paisajísticos, en general, y geológicos, en particular, que ofrecen los geoparques, además de en otros recursos patrimoniales transversales, como la historia, la cultura, etc. Pero esta importantísima declaración no es, no debe ser el final del camino – aunque el ya andado sea largo y digno de reconocimiento para quienes han ”tirado del carro”: Manolo Monasterio, José Antonio Martínez Perruca, Luis Carcavilla y demás miembros del equipo de trabajo y de los comités ejecutivo, asesor científico y social-, sino el principio de una nueva etapa para Molina en la que, además de preservarse adecuadamente sus valiosos recursos geológicos y de todo tipo, éstos sirvan para que se genere actividad y riqueza en la comarca, a través de un desarrollo necesariamente sostenible, un adjetivo injustamente desgastado por manido y recurrente en discursos demagógicos, pero que ha de concretarse efectivamente si no queremos que lo que hoy es o puede ser pan, mañana sólo sea hambre. Este proverbio indio resume muy bien lo que pienso y lo que pretendo decir al respecto de la sostenibilidad: “La Tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos”.

Con el buen trabajo hecho para lograr esta declaración se ha demostrado que Molina tiene una sociedad civil activa e inquieta y con largas miras que, además, ha sabido implicar a las instituciones en un proyecto como el de “Geoparque” que, o es de todos, o no será de nadie; pero, como suele pasar en todas partes, algunos hechos que han acaecido en Molina en los últimos tiempos también están evidenciando la torpeza y estrechez de miras de algunos, afortunadamente, pocos, muy pocos. No me gustan las algaradas callejeras, ni aunque los que las agiten tengan parte de razón en lo que reclaman, porque pierden toda ella al no guardar las formas. Menos aún me gusta que en el salón de plenos del Ayuntamiento molinés un portavoz de la oposición le llame al alcalde: “payaso”, “mamarracho” y “mequetrefe”. Imagino que Jesús Herranz, que es jurista, acudirá, lógica y legítimamente, en defensa de su honor a los juzgados, pero yo acudo a Ortega y Gasset y, como él, digo: “No es esto, no es esto”.

No quiero terminar este post con sabor amargo, sino bien al contrario, porque como nieto e hijo de molinés (mi padre nació fuera de Molina, pero los molineses, como los de Bilbao, nacen donde les da la gana) me duele mucho aquella tierra. Resulta, cuando menos curioso, que la aprobación unánime de la comarca de Molina como “Geoparque” se haya producido en la localidad oscense de Sobrarbe, no sólo conocida por la extraordinaria riqueza geológica de su entorno (Aínsa, Boltaña, Broto, etc.), sino por su Fuero, al que se le conoce como la “verdadera constitución aragonesa”. El Fuero de Sobrarbe data, al menos, del siglo XI, y en él se pretendió “circunscribir a muy estrechos límites la autoridad del Rey”, en plena Edad Media y con una monarquía regente, no absoluta, sino absolutísima; bien es sabido que, hasta la caída del Antiguo Régimen, a finales del siglo XVIII, y el nacimiento de las constituciones liberales, no se limitaron realmente los poderes de los monarcas, de ahí la importancia histórica del Fuero de Sobrarbe y… del de Molina, que data del siglo XIII, y en el que se estipula algo parecido: “Si algún rrey o comde o poderoso o otro omne alguno este fuero que aquí scripto es, quebrantar quisiere, sea malditcho et escomulgado (…)”.

                Dicho quede.

               

 

 

 

Suárez en “la hora de las alabanzas”

 

No por esperada ha sido menos dolorosa la noticia de la muerte de Adolfo Suárez, el hombre que, junto al rey, Juan Carlos I, hizo posible la ejemplar Transición política en España, que pasó de una dictadura a una democracia en menos de 20 meses, los que transcurrieron desde la muerte de Franco, en noviembre de 1975, hasta la celebración de las primeras elecciones generales, que a la vez fueron constituyentes, en junio de 1977. Una singular transición porque se hizo “de la ley a la ley”, sin revoluciones ni derramamiento de sangre por sí misma, aunque coincidió en el tiempo con los llamados “años de plomo” de ETA, en los que la banda criminal vasca causó más muerte y dolor, dando argumentos impagables a quienes estaban en contra del avance de España hacia una democracia, a la que, entre otros muchos males, le achacaban debilidad y falta de autoridad. Los extremos se tocan y demasiado al este es el oeste.

A Adolfo Suárez, después de muchos desprecios –Alfonso Guerra le llegó a llamar en su día “tahúr del Mississippi” y ayer no paraba de elogiarle- y descalificativos –parte de la izquierda siempre desconfió de él y le acusaba de “fascista disfrazado”, mientras la derecha más reaccionaria hasta le tildó de “rojo” y de “masón”, las dos peores cosas que se podían ser en tiempos de Franco-, ayer le llegó “la hora de las alabanzas”, como llamaba mi abuelo, Juan, a los momentos que siguen al deceso de alguien y de los que pedía a Dios que le librara. Y es que la hipocresía y el cinismo están tan presentes en nuestra sociedad –la política mal entendida y peor aplicada de este tiempo está contribuyendo a ello- que en muchas ocasiones sólo es indulgente y hasta generosa en la valoración de alguien cuando fallece; en este caso, las numerosas y generalizadas alabanzas que están recayendo sobre Suárez no me parecen ni indulgentes, ni generosas, sino justas.

La figura de Suárez, como la de los grandes hombres, se ha venido agigantando con el paso del tiempo, pero cuando dimitió –verbo que sólo se usa con carácter muy excepcional y no común entre la clase política actual- como Presidente del Gobierno, en enero de 1981, le estaban haciendo la vida imposible, hasta límites próximos a la denigración, desde su propio partido de entonces, la UCD, a todos los partidos de la oposición, con especial saña socialista, los poderes económicos y sindicales, una gran parte de los medios de comunicación y hasta un amplio sector del ejército, no sólo el que hacía mucho y continuo ruido de sables en los cuarteles y que terminó dando el golpe de Estado del 23-F, siendo aún Suárez presidente del gobierno en funciones, pues la asonada de Tejero se produjo en la sesión de investidura de Calvo Sotelo como su sucesor al frente del Gobierno. De las muchas y muy buenas frases que Adolfo Suárez dejó para la historia –dicen que era el periodista Fernando Onega quien le hacía los discursos, pero es una obviedad que las frases son de quienes las pronuncian, no de quienes las escriben-, hay una, precisamente pronunciada el día en que anunció por televisión su dimisión como presidente del Gobierno, que debería ser grabada con letras de oro y puesta en lugar bien visible en el salón de los Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados, lugar en el que se están rindiendo honores de Estado a los restos mortales del primer presidente de nuestra democracia cuando estribo este post: “Dimito como revulsivo moral que ayude a restablecer la credibilidad en las personas y las instituciones”.

Una frase pronunciada hace 33 años y que, como el buen vino, ha envejecido tan bien que puede ser considerada un “gran reserva” de la alta y mejor política. En los malos tiempos que corren, no sólo por la grave crisis económica que padecemos sino por el desprestigio de la clase política, que hasta es considerada por la sociedad un problema y no una solución, volver a leer esta frase es como abrir la ventana en una habitación con atmósfera cargada y asfixiante, que fue ni más ni menos lo que Suárez hizo cuando, con tanta audacia como determinación y  visión de futuro, desmontó el régimen franquista con tal habilidad que, hasta los propios procuradores de las últimas Cortes de Franco, votaron mayoritariamente a favor la decisiva e histórica Ley de Reforma Política de 1976, que permitió la Transición no traumática de España de una dictadura a una democracia plena, vertebrada con la Constitución de 1978 y homologable y homologada por la comunidad internacional.

Cuando pase esta “hora de las alabanzas” de Suárez, tenemos que quedarnos con lo mejor de su legado político y aprovecharlo en estos difíciles tiempos en que, no sólo mucha gente lo está pasando mal por la crisis económica -contra la que también luchó el de Cebreros, no precisamente con éxito-, sino que las políticas cada vez son menos de Estado y más sectarias y de bandería, los diálogos entre partidos, frecuentemente, son más propios de besugos que de personas y se cuestiona y ataca hasta la unidad de España, cuando más reconocida está su diversidad y más descentralizado su gobierno. O España vuelve, y pronto, al espíritu de la Transición que inspiró Suárez, o nuestro futuro como nación próspera y unida y como Estado social y democrático de derecho peligran seriamente. Determinación, valentía, altura de miras, sentido común, voluntad, capacidad de diálogo y búsqueda de consensos son algunos de los valores que Suárez ha legado a la clase política española; espero que, pasadas sus honras fúnebres, se le siga honrando aceptándolo.

 

Hablaremos el 25-M

                Que el PSOE no está pasando por su mejor momento, ni a nivel nacional, ni regional, ni provincial, ni local es una certeza, no una opinión. Es más, el decir que “no está pasando por su mejor momento” es un eufemismo, porque la realidad es que vive en una crisis de calado, que tampoco es una opinión, sino otra certeza porque no gobierna ni la Administración del Estado, ni la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, ni la Diputación Provincial, ni el Ayuntamiento de Guadalajara, por primera vez desde que se celebran elecciones democráticas al amparo de la Constitución de 1978.

                Los partidos con vocación de gobierno, como es el PSOE, cuando están fuera de él (de todos ellos, en los cuatro casos referidos), se parecen mucho a los fantasmas: apenas se les puede identificar el rostro porque los liderazgos se desgastan y diluyen, van penando por la vida lamentándose de su mala hora y hasta arrastran lastres como si fueran cadenas, en forma de malos resultados electorales y de pérdida de poder e influencia.

Lo más preocupante del PSOE de hoy, a nivel nacional, es que el que parece más solvente, experimentado y con mejor sentido y visión de Estado de sus líderes es, precisamente, Alfredo “P punto”  Rubalcaba, al que no hace mucho comparaba en este mismo blog con un personaje de la película de Amenábar “Los otros”, que bien es sabido que estaban muertos pero ellos no lo sabían. O sea, que el mejor de sus dirigentes –o, al menos, el aparentemente más idóneo-, tuvo gran culpa de lo peor, a la vez que el pasado es también presente y puede ser o decidir el futuro. Así de complejas las cosas, en Ferraz deben estar valorando si es más conveniente seguir pagando a los sociólogos que orientan la política de acción y comunicación del partido o contratar a un equipo de psicólogos, cuando no de psiquiatras, para no terminar con Kafka de referente, una vez que hace años despidieron a Marx.

Es también una certeza y no una opinión que el PSOE pagó muy caro, en las dos grandes citas electorales de 2011 y en todas las instituciones que gobernaba, el advenimiento de la crisis y su progresiva y cada vez más profunda y negativa incidencia en la economía y la sociedad española, algo lógico pues sus dirigentes, empezando por su entonces líder y presidente del gobierno, Zapatero, primero negaron su existencia y luego no supieron atajarla, incluso algunas de sus medidas contribuyeron a agravarla. El PP, cerca de tres años después de asumir simultáneamente el poder en los ámbitos nacional, regional, provincial y local, debería estar casi achicharrado en intención de voto porque, aunque la macroeconomía va mejorando –despacio, eso sí-, y el peligro del “rescate a la griega” parece ya superado, la economía real, la de la gente de la calle, tiene un termómetro infalible y que aún prescribe calentura: el paro, que sigue en cifras escandalosamente altas. Y es que detrás de ellas no sólo hay números y estadística,  sino millones de familias y de personas que las están pasando realmente canutas, que han caído en el umbral de la pobreza o que han descendido de parámetros de cierta holgura económica a otros de mera supervivencia, lo que es muy duro y muy triste.

A pesar de este estado de cosas, el PP se desgasta, sí, pero no se achicharra en intención de voto, mientras que el PSOE sigue estancado en el achicharramiento que padeció hace tres años y aún no ha resuelto si quiere seguir teniendo el líder con el que se achicharró o relevarle por alguno de los varios que pretenden sucederle, entre ellos el alcalde de Toledo y secretario regional de los socialistas, Emiliano García Page, que en una gran encuesta que se hizo a nivel nacional era el posible candidato a la secretaría general del PSOE con menos apoyos, incluso por detrás de la opción innominada de “otros candidatos”. ¡Otra vez “Los otros”! El PSOE y sus fantasmas…

No es tampoco una opinión, sino una certeza, basada, como los refranes, “en la madre experiencia”, que las intenciones de voto son sólo eso: inclinaciones en un momento dado, una foto fija de un día y una hora determinada que puede variar, y mucho, cuando llegue el momento real que cuenta para adjudicar y repartir el poder que es el día de las elecciones. En poco más de dos meses llegarán las elecciones europeas, que siguen pareciéndonos un tanto lejanas a pesar de que cada día nos jugamos más cosas directamente en ellas. Esta circunstancia va a provocar, probablemente, que, a la ya habitual alta abstención que se suele producir en esos comicios, se sume en esta ocasión la del desgaste del PP por tardar en frenar la crisis y no terminar de invertir la situación del paro, así como por los recortes sociales que se ha visto obligado a hacer, y el del PSOE, que sigue oliendo a chamusquina desde su achicharramiento electoral hace tres años y parece encandilar menos al electorado que un tablao flamenco en Moscú, hasta el punto de beneficiarse IU de ese desgaste socialista cuando la lidera un político limitado y mediocre donde los haya, como es Cayo Lara.

Pero no sólo la abstención se va a beneficiar de los desgastes de los dos grandes partidos, sino que también van a coger muchas papeletas para su “saca” los hasta ahora partidos minoritarios, sobre todo IU –como ya decíamos, especialmente a costa del PSOE- y UPYD –picoteando a populares y socialistas- e, incluso, otras nuevas opciones que aprovecharán el distrito único electoral de las europeas para intentar tener escaño en Estrasburgo y Bruselas, la doble sede compartida del Parlamento Europeo. Vox, claramente a la derecha del PP, y Ciudadanos, a la izquierda del PP, pero a la derecha del PSOE, pueden alcanzar representación en Europa, a costa de los dos partidos mayoritarios. ¡Ojo, también, al voto en blanco y al nulo!

Presiento que el 25-M van a hablar las urnas más claramente que nunca. Espero que quienes tengan más obligación de escucharlas, lo hagan. Como decía el “jingle” de la campaña de las primeras elecciones que se celebraron tras la muerte de Franco, en 1977: “habla pueblo, habla; habla pueblo, sí; no dejes que nadie decida por ti”. Hablaremos pues.

Especulaciones varias

No es la primera vez, ni será la última, que subraye el hecho, tan cierto como lamentable, de que Guadalajara es una ciudad que, por muchos avatares, a lo largo del tiempo, aunque especialmente en los dos últimos siglos, ha perdido casi más patrimonio histórico-artístico del que conserva. La práctica totalidad de las guerras que en el centro de España han tenido sus campos de batalla, en Guadalajara se han ensañado de manera especial: Guerra de la Independencia contra los franceses y Guerras Carlistas, en el XIX, y Guerra Civil, en el XX, fundamentalmente. Y ya sabemos todos que la artillería y la aviación no envían a las ciudades desde el cielo tractores americanos en paracaídas, como los que esperaban inocentemente en la Puebla del Río de “Bienvenido Mr. Marshall”, ni claveles, como los que tapaban los cañones de los fusiles en la Revolución portuguesa homónima, lo que descargan son bombas, incendiarias muchas de ellas para hacer aún más daño, y que se llevan por delante todo lo que pillan: personas, edificios, animales y cosas. Como decía, una significativa parte del inventario patrimonial histórico-artístico de Guadalajara cayó o quedó gravemente herido, como parte de daños de guerras.

Pero no sólo la pólvora y la dinamita han cargado contra el patrimonio monumental de la ciudad, sino que también se han ensañado con él las diversas formas de especulación posibles que, desde hace ya muchas décadas, los propios poderes públicos no siempre han sabido atajar y que, en algunas ocasiones, incluso han contribuido a ella, quiero pensar que más por pasiva que por activa, aunque algunas actuaciones evidencian justamente lo contrario. Y digo históricamente, porque la práctica especulativa, aunque parezca que es un fenómeno relativamente reciente, se manifestó de forma altiva con las desamortizaciones del XIX, y prosiguió con algunas tesis, supuestamente modernistas, de ensanchar las ciudades a costa de romper sus trazas antiguas, murallas incluidas, y de sustituir edificios viejos por otros de nueva planta, como si el paso del tiempo por ellos fuera en detrimento de su valor constructivo y/o histórico-artístico, cuando es justamente lo contrario. Por supuesto que terminó de rematar la faena del expolio y la destrucción patrimonial de la ciudad la forma más moderna de especulación que es la del suelo: es decir, procurar las máximas plusvalías al negocio de la promoción y construcción a costa de casi todo, inclusive derribar edificios, históricos o no, para hacer construcciones con cuanta más altura y aprovechamiento mejor, lo que ha conducido a situaciones de una estética urbana casi aberrante que hoy no quiero señalar, pero que nos asaltan a cada paso que damos; otra cosa ya es que nos hayamos acostumbrado a ellas y hasta nos pasen desapercibidas, o casi. Pero a los que nos visitan, desde luego que no.

Guadalajara, qué duda cabe, tiene una asignatura pendiente con su patrimonio histórico-artístico perdido. Lamentablemente, el que fue destruido por las bombas, por la especulación desamortizadora, por la supuestamente modernista o por la descaradamente economicista, ya va a ser imposible reponer, pero, al menos, le debemos algunas cosas a lo ya caído e irrecuperable: que cese definitivamente cualquier forma de especulación contra el patrimonio, que se revisen, actualicen e, incluso, se amplíen, con criterio exhaustivo y riguroso, las actuales protecciones estructurales y ambientales recogidas en el POM, y, con fines pedagógicos, tratar de dar a conocer el patrimonio monumental desaparecido de la ciudad, de todas las formas posibles, pues, como ocurre con los propios hombres, nadie ni nada muere del todo mientras es recordado.

Aunque el panorama que he pintado al respecto de lo tratado en este post pueda parecer desolador, que en la parte ya irreversible lo es, afortunadamente la dinámica de los tiempos, la conciencia comunitaria –aunque aún trabajable- e, incluso, la sensibilidad de los gestores públicos –también todavía aumentable- parecen ir en la dirección que yo apuntaba. Espero que, efectivamente, los tiempos vayan cambiando y no disfrazándose, como decía la canción de Moncho Alpuente.

P.D.- En mi anterior post, titulado “Al amparo de la Antigua”, se omitía la primera ocasión en que la imagen de la Virgen de la Antigua visitó el templo de San Ginés y lo compartió con la imagen de la Virgen del Amparo: Fue en 1988, dentro de otra Misión Arciprestal como la presente, y en aquel entonces llevada a cabo con motivo del “Año Mariano”, declarado por el Papa Juan Pablo II, y que, efectivamente, como sí se dice en el artículo, fue clausurado con una misa de campaña en el “Pedro Escartín”, presidida por la imagen de la patrona.

Señalar, también, como muy bien recogió en su documentado, fervoroso y cálido pregón, Ángel de Isidro, que el domingo pasado precedió en San Ginés a la misa de 12,30, presidida ya por la imagen de la Antigua, llegada a esta parroquia la tarde anterior, dada la gran y desmedida rivalidad existente entre los partidarios de la Virgen de la Antigua y los del Amparo -reflejada en mi post anterior-, en las primeras ocasiones en que la imagen de la Patrona salió de su santuario para recorrer las parroquias de la ciudad, tras ser declarado su patronazgo en 1883, la Junta de su Real Cofradía solicitó a las autoridades eclesiásticas que la misma no fuera a San Ginés, en evitación de posibles problemas.

El propio párroco emérito de San Ginés, don Jorge Planas, que ofició la misa principal del domingo en san Ginés junto a sus dos compañeros párrocos, Don Oscar y Don Santiago, se refirió a esta rivalidad como algo anecdótico y del pasado, felizmente superado hace ya tiempo, y recordó que la Virgen de la Antigua y la del Amparo son la misma: Simplemente María, la madre de Jesús, el hijo de Dios.

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