El “finde” que viene llega cargadito de sensaciones fuertes: el sábado, 24 – festividad de María Auxiliadora, muy celebrada por una gran mayoría de los que son y fuimos alumnos salesianos- , Real Madrid y Atlético de Madrid se juegan, en Lisboa, nada más y nada menos que la final de la Champions League; por otra parte, el domingo, 25, tenemos cita con las urnas con motivo de las elecciones al Parlamento Europeo. Hoy, en contra de mi costumbre, voy a tratar de hacer como dicen que dijo Franco a un empresario cuando se quejó de una decisión ministerial y no voy a meterme en política. O sea, me abstengo,… de meterme en política, digo, porque el domingo, después de tener casi decidido votar al Real Madrid (o sea, en blanco), finalmente voy a votar lo que siempre he votado, no muy convencido, ciertamente, pero sí movilizado por los ardides de campaña que el PSOE siempre traza para apartar los debates políticos de lo fundamental y tratar de descalificar al PP, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid o que Cañete ha metido la pata, que la ha metido, aunque vale más que cuatro “Valencianos” juntas, algo comprobable a poco que se comparen los currículos de ambos y se valoren más los hechos que los dichos, más las obras que las buenas (o malas) razones. Y votaré lo que siempre voto, aún con entusiasmo cero, porque las opciones alternativas minoritarias a PP y PSOE, sin duda todas respetables y, además, necesarias, en el parlamento europeo son simples gotas de agua en el ancho mar que aglutinan las dos grandes alternativas ideológicas que conforman las mayorías en Estrasburgo y Bruselas: la liberal conservadora y la socialista.
Aunque, sin pretenderlo, ya me he metido bastante en política, quiero centrar el post de hoy en ese encuentro deportivo, extraordinario por varios motivos, que va a comenzar el sábado, a las 20,45 horas, en el Estadio de la Luz, en Lisboa. Aunque, en definitiva, no deje de ser más que un partido de fútbol, será efectivamente extraordinario porque es la primera vez que dos equipos de la misma ciudad lo van a disputar, porque se juega en la capital europea más cercana a Madrid y acudir a él será más fácil y cómodo que nunca, porque el Real Madrid aspira a obtener su ansiada décima Copa de Europa y porque el Atlético de Madrid quiere lograr la que sería su primera. Si a todo esto, que ya es mucho, le añadimos la tradicional rivalidad entre ambos equipos, la forma en la que acaba de resolverse la Liga, el “campañón” que está haciendo el Atleti con un presupuesto muy inferior al de Madrid y Barça, y tantas y tantas cosas más, incluso los poco futboleros seguro que el sábado van a estar en algún momento pendientes de esta final de finales, de este “partido del siglo” que se celebra cada año, aunque éste va a ser especialmente especial, valga la redundancia.
Por todo lo dicho, bien que lamentaré, si no cambia mi suerte en las próximas horas y algún alma caritativa me hace llegar una entrada a su precio –por principios, me niego a pagar un solo euro en la reventa-, no poder estar en el Estadio del histórico Benfica el próximo sábado, animando a mi queridísimo Real Madrid, como siempre he estado en las últimas cuatro finales de Copa de Europa a las que ha llegado: París 1981 –en la que el perdimos 1-0 con el Liverpool-, Amsterdam 1998 –en la que ganamos la tan deseada “séptima” a la Juve de Zidane, con aquel inolvidable gol de Mijatovic-, París 2000 –en la que conseguimos la “octava” por 3-0, frente a un gran Valencia, en la primera final europea entre equipos del mismo país- y Glasgow 2002 –donde logramos la “novena”, por 2-1, ante el Bayer Leverkusen, gracias al tanto inicial del gran Raúl y al final de Zidane que, cuando vi entrar al balón por la escuadra tras aquella impresionante volea suya, me hizo gritar delante de un “Bobby” alucinado que custodiaba nuestro sector en Hampden Park un irreverente, pero muy sentido: “¡Dios es madridista!”-.
Soy muy madridista, sí, pero no soy antiatlético; es más, no me duelen prendas en reconocer el enorme mérito y el gran valor que tiene la temporada que está haciendo el Atleti e, incluso, su propio historial deportivo, cuando ha sido, salvo en épocas muy puntuales, un club que ha dispuesto de bastantes menos recursos económicos que el Madrid y el Barcelona e, incluso, que otros equipos de la liga española. El corazón –no puede ser de otra manera- me dice que la final la va a ganar el Real Madrid porque tiene mejor plantilla y porque parte de su adn lo conforma su histórico dominio de la máxima competición europea de fútbol, un hecho que parece no contar para dilucidar finales, pero que por supuesto que cuenta, y, si no, que se lo pregunten a la Juve, al Valencia o al Bayer Leverkusen, que, a pesar de llegar en plena forma a ese duelo decisivo por la Champions e, incluso, de partir como favoritos, cayeron frente al Real Madrid.
O sea, que no sería una sorpresa, más bien lo contrario, que el Atleti, como el Tajo, fuera a dar a la mar (que es el morir, según las conocidas Coplas de Jorge Manrique), en Lisboa; pero si el que allí “muere” es el Madrid –que, lógicamente, ni lo espero ni lo deseo-, como dice nuestro castizo himno, daremos deportivamente la mano a los atléticos, aunque esa derrota sería, sin duda, más dolorosa que ninguna otra.
En todo caso, ojalá nuestra política y nuestros políticos tuvieran en Europa el mismo peso que tienen nuestro fútbol y nuestros futbolistas. Yo voto Real Madrid.