Archive for junio, 2025

Toledo locuta, causa finita

                Parafraseando el último parte de la Guerra Civil emitido desde el cuartel general (ísimo) de Franco, “gravemente contaminado por corruptos y puteros muy cercanos, Pedro Sánchez ha alcanzado los límites más insospechados. Su gobierno, ha terminado”, aunque él se niegue a aceptarlo porque, es tal su apego al poder, que, o se lo arrancan (democráticamente, por supuesto), o él no lo entrega voluntariamente, pese a que haga ya mucho tiempo que tiene sobrados motivos para hacerlo. Permítanme que haya comenzado esta “Misión al pueblo desierto” con una paráfrasis, en clave jocosa, del parte emitido por la entonces naciente Radio Nacional de España, el 1 de abril de 1939, desde el cuartel general del ejército de Franco en Burgos y con el que se daba por concluida la fratricida guerra que perdimos todos. Así, al menos, podré atenuar el malísimo rollo que me están produciendo las escandalosas noticias que afectan al gobierno de Sánchez y sus variopintos y aprovechados aliados (también ya cómplices) que, sin solución de continuidad, vienen apareciendo en la prensa desde hace meses, si bien han alcanzado ya niveles tóxicos en los últimos días. Y lo peor de todo no es que la noticia de cada jornada supere en hechos escabrosos, desvergüenza y golfería a la de la anterior, lo pésimo es la reacción del presidente del gobierno que intenta minimizar la escandalera calificándola de “anécdota” y, para tratar de justificar lo injustificable, recurre a las más viejas y torpes excusas del culpable pillado infraganti, a los tópicos y decepcionantes “no es lo que parece”… “y tú más”. Sánchez hace ya mucho tiempo que debía haber dimitido y hasta podría haber procurado controlar eso que tanto le gusta, el relato, diciendo que había intentado un gobierno de “progreso” —obviamente, sobre todo para sus más allegados y sus socios—, pero que no le habían dejado ni la (ultra) derecha que para él es todo lo que no está a su izquierda, pretendiendo convertirnos en “fachas” a muchos que no lo somos—, ni los poderes fácticos. Que más que los poderosos de siempre, ahora lo son quienes, gracias a la matemática electoral, a veces tan perversa, lideran los partidos que le encumbraron al poder, no porque les gustara, sino por su manifiesta debilidad para poder sacarle los higadillos. A España, claro. Él hace tiempo que se extirpó los propios para no hacer ascos a nada que le ayudara a permanecer en la Moncloa al precio que fuera. Jamás había detentado el gobierno de la España de mi tiempo un personaje más maquiavélico que él y eso que Zapatero no “cejó” en el empeño. Para Sánchez, el fin no solo justifica los medios; medios y fin son una misma cosa.

Cartel del Corpus de Toledo de 2025

                               Para no condenarme más de lo que estoy ante la desvergüenza de las fechorías que cada día se van conociendo del entorno más cercano de Sánchez, decidí yo mismo aplicar a la actualidad política eso que el sectarismo, tan instalado hoy en nuestros partidos e instituciones públicas, llama “cordón sanitario”. Pasando ampliamente de las noticias de la tele, la radio y los periódicos, tanto en papel como virtuales, conseguí sobrevivir a la festividad del Corpus Cristi por lo civil que el calendario laboral marcaba el 19 de junio pasado, en el tradicional jueves, pese a que la propia iglesia católica lo viene celebrando al domingo siguiente desde 1989, lo que no deja de ser una evidencia más de que el sentido común cada vez es menos común y tiene menos sentido. ¿Es entendible, y razonable, que el poder civil celebre una fiesta religiosa que la iglesia no celebra ese día…?  Creo recordar que fue José María Barreda, en su último año de mandato al frente de la Junta, y cuando ya se barruntaba que caía del poder como fruta madura pues su gobierno debía hasta callarse, quien declaró festivo el Corpus en la región en su emplazamiento tradicional del jueves. Sin duda aquella decisión fue un guiño dirigido, de manera expresa, a la capital toledana en la que, ciertamente, el Corpus es una fiesta señaladísima en la memoria colectiva y verdaderamente espectacular desde un punto de vista religioso y civil, eucarístico, material y formal. Bellísima, sin duda. En Guadalajara, como ya lo he comentado en numerosas ocasiones, el Corpus también es una fiesta mayor —aunque aquí todo lo mayor siempre parece menor porque no nos queremos como somos— cuyas raíces se remontan, al menos, a mediados del siglo XV, si bien no es comparable, ni en dimensión y piedad popular ni en estética, con la potencia que tiene su celebración en Toledo. Barreda declaró festivo el Corpus en toda la región porque en los años anteriores dejó de ser una fiesta estatal, como lo había sido tradicionalmente, y el ayuntamiento de Toledo se vio obligado a declararla fiesta local para poder mantenerla en su habitual emplazamiento del jueves, exactamente a los 60 días del Domingo de Pascua de Resurrección, como marca el calendario litúrgico cristiano. A Barreda le sustituyó Dolores de Cospedal quien, con un gobierno economicista y poco empático que no cuajó, pero con mantilla y todo, se sumó con entusiasmo a continuar declarando festivo en la región el Corpus en su tradicional emplazamiento del jueves para que Toledo no tuviera que gastar una fiesta local de las dos que la ley reserva anualmente a los municipios. Cuando Emiliano García Page, alumno aventajado de José Bono y más papista que el Papa, sucedió a Cospedal, igualmente decidió mantener el jueves del Corpus como fiesta por lo civil en toda Castilla-La Mancha, mientras que solo era y es religiosa también en la capital regional pues así lo permite la iglesia dada su singular dimensión, no así en el resto de los municipios en que se sigue celebrando en domingo. Termino ya con otra paráfrasis, en este caso en latín y vinculada a la antigua Roma, capital imperial como la regional: “Toledo locuta, causa finita”. O sea que, si Toledo habla, pues no hay más que hablar. Amén (por lo civil, claro).

El Infantado napolitano

Acabo de regresar de un viaje a Nápoles —“neapolis”, la “ciudad nueva” que fundaron los griegos— con un pequeño grupo de buenos amigos cuando he caído en la cuenta de que debía renovar el post de mi blog si no quería que se “petrificara” el último publicado. Lo suelo hacer cada quince días porque la vida no me da para mucho más pues estoy en esa etapa en la que he de combinar la función de padre con la de abuelo y, hasta hace bien poco, también con la de hijo, además de compaginar mi vida laboral aún activa —aunque en cuarto menguante, como la luna cuando va camino de renovarse— con una edad que pronto será ya la tercera, el eufemismo empleado para sortear nominalmente la vejez.
Pese a que viajar está muy sobrevalorado en estos tiempos que corren de maletas siempre hechas o pendientes de deshacer, la verdad es que se trata de una actividad que, aunque cansada si la practicas con excesiva frecuencia, es realmente enriquecedora. Viajar da perspectiva, abre grandes angulares, combate la rutina y aporta conocimiento y divertimento, entre otros muchos beneficios. Los perjuicios, que también los tiene, se los dejo a quienes ya se han cansado de viajar, no quieren viajar y, sobre todo, a los que no pueden. A todos ellos les entiendo cuando defienden que no moverse de casa es el mejor viaje posible.
Mi reciente viaje napolitano ha sido realmente satisfactorio, en primer lugar por la buena compañía con la que lo he hecho —algo fundamental cuando viajas—, y en segundo por el destino elegido —igualmente fundamental—: Nápoles, la capital de la Campania italiana, la región al sur del Lazio en la costa mediterránea y a la que después siguen la Basilicata y Calabria, ya en la punta de la bota italiana más meridional.
Nápoles es la mayor ciudad del sur de Italia. En su núcleo municipal principal tiene cerca de un millón de habitantes que llegan hasta los cuatro si sumamos toda su área metropolitana. La bahía de Nápoles tiene más de 180 kilómetros de costa, una ensenada bellísima en la que destacan tres “costieras” (costas): la amplia napolitana, la sorrentina y la amalfitana. La primera es fundamentalmente un avispero de gente que mira de soslayo al mar y que, a veces, incluso parece vivir a espaldas de él. La segunda es realmente bella, con Sorrento como capital y referente, un verdadero paraíso vacacional que mira de frente al mar desde sus acantilados y aprovecha cualquier concesión de estos para establecer zonas de baño con un punto de exclusividad y hasta glamour, un tanto demodé, eso sí. Además, esta es una tierra con un suelo tan fértil que allí los limones, más que del sur de Italia, parecen del norte de España, o sea de Bilbao, que no tiene una geografía proclive a los cítricos, pero es una ciudad en la que los tamaños de todo son tales que hasta los planos turísticos son “mapas mundi”. La capital de Vizcaya es la pera limonera, vamos, aunque la sorrentina es verdaderamente la de los limones, por el enorme tamaño que tienen los que allí se producen y por su intenso sabor ácido, ese al que Peter, Paul & Mary hacían referencia en su precioso tema titulado “Lemon tree” (“Limonero”), cuyo estribillo decía que “El limonero es muy bonito y la flor del limón es dulce, pero el fruto del pobre limón es imposible de comer”. Con los solemnes limones de Sorrento se fabrica el famoso “limoncello”, un aguardiente de alta graduación alcohólica —entre 25 y 30 grados— y ácido sabor que, tomado muy frío, entra por la garganta estupendamente, aunque pronto se sube a la cabeza si no se consume con tiento y mesura. Volveré a Sorrento, como proclama la bellísima canción titulada “Torna a Surriento” que compusieron los hermanos De Curtis a principios del siglo XX cuando un presidente italiano visitó la ciudad y el alcalde quiso agasajarle hasta con un tema expresamente dedicado a él, para ver si así se conmovía y les ponía por fin una oficina de correos. Desde entonces, Sorrento no solo es la “terra de l’ammore”, como dice la canción, también tiene oficina postal. Y una fábrica de “limoncello” en la que paran todos los autobuses que van a la costa sorrentina y a la amalfitana y, a cambio de ver durante un minuto cómo se produce este aguardiente cítrico, y de probar un culín de producto, después les intentan vender todo un surtido de productos con los limones de protagonistas. Como decía Michele, el competente y divertido guía que nos enseñó Pompeya al ritmo y estilo de un monólogo de Leo Harlem, en este caso desde los fenicios, “no hemos inventado nada”.

Iglesia napolitana de Gesú Nuovo con su fachada de puntas de diamante que recuerdan a las del palacio del Infantado

Ni quiero, ni debo, concluir este post sin hacer una referencia expresa a la iglesia de Gesú Nuovo de Nápoles, cuya imagen acompaña este texto. Como podrán advertir en la foto, la fachada de este templo que está al lado del monolito napolitano a la Inmaculada Concepción —el más español de los dogmas católicos— y del convento de Santa Chiara —cuyo atrio con columnas revestidas de cerámica es una verdadera joya monumental— está decorada con puntas de diamante, colocadas en sebka —conjunto de rombos dispuestos de forma geométrica transmitiendo simetría, decoración típicamente mudéjar— lo que inmediatamente me llevó a recordar a nuestro palacio del Infantado. Ciertamente, se trata de una ornamentación similar la de ambos edificios —el nuestro, gótico isabelino, y el de allí, tardo-renacentista y pre-barroco—, si bien la piedra del de Nápoles es de origen volcánico y, por ello, oscura, mientras que la del edificio alcarreño es blanca tirando a dorada, procedente de las canteras de Tamajón. Aunque Gesú Nuovo es una iglesia de los jesuitas —la que tenían en Guadalajara era la de San Nicolás, cuyo primitivo templo estaba enfrente del actual—, previamente fue un palacio en el que llegó a hospedarse el rey Carlos I (de España). Recuerden que Nápoles perteneció al reino hispano entre los siglos XVI y XVIII y nuestra huella es allí tan señera que hasta hay un barrio llamado “español” que, por cierto, es el más castizo, pero el más degradado y abandonado en todos los sentidos. Sus vetustos y mal conservados edificios y sus calles llenas de suciedad son dos de sus señas de identidad, a las que cabe sumar las clases sociales bajas que allí habitan, agregándose últimamente a ellas la inmigración africana que allí es abundante y se hace notar en calles y plazas (sobre todo en la de Garibaldi).
Al regresar a Guadalajara tras disfrutar de las espectacularmente bellas “costieras” sorrentina y amalfitana, de troncharme de risa mientras descubría la antigua Roma congelada en el tiempo que es Pompeya, de sobrecargarme los gemelos y henchir corazón y pulmones subiendo al Vesubio y de visitar Capri dándome de codazos con muchos miles de personas que, como yo, habían pagado cinco euros solo por la tasa de desembarco, pensé que, si lo mejor de un viaje, más que el destino, es el camino, volver a casa no tiene precio. Ni tasa. Y me ha salido un pareado sin haberlo planeado.

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